El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 12 de febrero de 2017

San Clemente y la revolución de mil quinientos


La historia de San Clemente a comienzos del siglo XVI es una incógnita, como es la historia de la segunda mitad del cuatrocientos. Se ha ensalzado el reinado de los Reyes Católicos como la época de esplendor de la villa, mientras la penumbra se extiende sobre el reinado de Juana la Loca. Si paramos nuestra vista en el deslumbrante espacio renacentista de la plaza mayor, nos vienen a la mente los datos cronológicos de don Diego Torrente sobre la construcción de los edificios que la configuran. La preocupación por el estado de la iglesia de Santiago ya nos aparece en 1530, aunque las grandes reformas de los edificios ya son de mediados del quinientos: las actuaciones del vizcaíno Meztraitúa y la posterior de Vandelvira en la Iglesia, con la añadidura de ese cuerpo de sillar perfecto que da el porte a la iglesia de un palacio renacentista que más que mirar da su espalda a la plaza; la reforma del ayuntamiento con la consolidación de unos arcos centrales que cedían y la construcción de una sala digna para los regidores sanclementinos. La reforma del ayuntamiento es anterior a la construcción de las carnicerías y el pósito, aunque más bien habría que hablar de continuidad entre ambas obras, pues continuidad hay entre las dos plazas. En la puerta gótica de Santiago de la iglesia parroquial se reunían los representantes sanclementinos para celebrar sus cabildos, antes que lo hicieran en el nuevo edificio de la plaza mayor, creemos que ya desde comienzos del quinientos.

Hoy queremos hacer una apuesta histórica, sin fuentes documentales que la sustenten o precisamente por la ausencia histórica de estas fuentes podamos aventurar una hipótesis que el tiempo dirá si tiene su verdad histórica en los documentos que quizás aparezcan donde menos esperamos encontrarlos. Cuando hace ya casi veinticinco años comencé a describir el archivo histórico de San Clemente miraba con recelo y cierto miedo todos aquellos privilegios del Marqués de Villena o los Reyes Católicos, que ya se habían profanado, sacándolos del arca de tres llaves donde habían permanecido durante cientos de años y donde se los encontró don Diego Torrente. Los privilegios y cartas reales (afortunadamente recopilados en libro de privilegios de fecha posterior) que van de 1445 hasta los años cuarenta del siglo siguiente, junto con una documentación rala de correspondencia de procuradores de la villa, apenas si son desperdigadas manchas que más que mostrar el pasado histórico parecen ocultarlo. Y la primera pregunta que nos viene a la cabeza es ¿qué habrá sido de aquellas actas municipales anteriores a 1548, que hoy nos han desaparecido, pero que allá por la segunda mitad del siglo XVII, entre sus papeles, los nuevos advenedizos a la hidalguía buscaban a algún antepasado desempeñando el puesto de regidor o de alcalde?

Artesonado de la ermita de Nuestra Señora del Remedio (pág. web del ayto.)
Cuando los Reyes Católicos visitan San Clemente un sábado nueve de agosto de 1488 es, mal que nos pese, una villa de labriegos. No hay murallas ni puertas, ni siquiera se ha tenido el valor de levantarlas improvisadamente, a modo de barricadas, como han hecho en acto tan heroico como suicida los habitantes de La Alberca durante la guerra del Marquesado. A falta de puerta simbólica, los Reyes Católicos deben jurar los fueros y libertades de la villa en el puente que se levanta sobre el arrabal, en el río Rus. San Clemente siempre se ha mirado en el espejo del santuario de Rus para reconocerse e injustamente ha olvidado ese arroyuelo tan insignificante como vital para comprender su pasado histórico. En San Clemente, en ese año de 1488, hay pocos edificios que den cierto porte señorial a la villa. La iglesia de Santiago, en la que, a través de las piedras irregulares de su fachada se adivina el templo antiguo, apenas si levanta majestuosa su torre; el cementerio aledaño a la iglesia, que aún pervivía hacia 1553, no daría mucha prestancia al espacio urbano que hoy vemos. Un poco más alejada la Torre Vieja, levantada por Hernán González del Castillo en la misma época que su hermano el doctor Pedro alzaba el castillo de Santiago de la Torre como construcción tan similar como pareja en su función defensiva. Mal debieron mirar los sanclementinos esta Torre Vieja, construcción disonante en medio de unas casas que por entonces no alcanzaban en altura la planta baja y, en la parte superior, una falsa cámara. Sus propietarios ni siquiera residirían en la villa sino en Minaya. No sabemos cuál era la residencia de Alonso del Castillo, el hijo del alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, hombre de confianza del Marqués de Villena en las tierras del antiguo suelo de Alarcón. Alonso, tras el casamiento con María de Inestrosa, era sin duda el principal propietario de tierras en San Clemente por esta época, era hombre que recelaba de los sanclementinos, bien se cuidaba de firmar sus documentos pretendiendo jurisdicción sobre Perona como vecino de Alarcón y no de San Clemente. No dudamos que contaba con casas principales en la villa e incluso creemos que se situarían  no lejos del solar sobre el que hoy se levanta el palacio de los Marqueses de Valdeguerrero. Poco más nos mostraba el San Clemente de 1500, aparte de alguna ermita como la de San Roque camino de Belmonte, la desaparecida de San Cristóbal o esa otra del Remedio, y esa preciosa fachada de la de San Nicolás, que más parece obra civil, hoy desubicada de su emplazamiento original, además de algún hospital sobre cuya apariencia hay que suponer todo.
Ermita de San Nicolás

Pero el San Clemente de 1500 ya da muestras de dinamismo. No sabemos cuánto hay de verdad en los ciento ochenta vecinos de 1495 que nos aporta un vecino de Alarcón cincuenta años después. No andan muy lejos de los ciento treinta vecinos del año 1445. Las guerras del Marquesado en torno a 1480 no fueron el mejor contexto para el despegue de la villa. Pero ya en los últimos quince años del siglo algunos vecinos empiezan a disputar el poder que monopolizan quince o veinte familias. Claro que San Clemente por estas fechas no es solo la propia villa y su término, su alfoz comprende Vara de Rey y sus aldeas, entre ellas Sisante, que situada a cinco leguas, está en medio del camino hacia Villanueva de la Jara y, en el límite de cuyo término, se han edificado los molinos propiedad de la familia Castillo, adonde van a moler los vecinos de la comarca, pagando una desorbitada maquila, símbolo de una extorsión señorial, vista por los labradores como simple robo del fruto de su trabajo.

La última década del siglo XV debió ser muy convulsa, las luchas por el poder local se desataron y la apropiación por las tierras incultas también. Se magnifica la crisis de subsistencias y pestífera en los años posteriores a la muerte de Isabel la Católica en 1504, que en la mentalidad colectiva se recordaron como los años malos. Años de desigualdad, en la que tasa de granos de 23 de diciembre de 1502 actuó como salvaguarda de los campesinos y  vecinos empobrecidos. Años de reacción señorial, y también de malos tratos, en pueblos como El Provencio o Santa María del Campo. Años en los que el Marqués de Villena, soñó con recuperar lo reducido del Marquesado de Villena de nuevo, aunque al final tuviera que conformarse con incrementar sus posesiones en tierras toledanas y malagueñas. Pero años de reafirmación de las villas de realengo del Marquesado. Las villas de realengo del sur de Cuenca, y no solamente San Clemente, parecen despertar en los comienzos del quinientos. la villa de San Clemente vive su despegar definitivo: es la revolución de mil quinientos. Unas pocas y decididas familias parecen empujar a la villa hacia la prosperidad. El símbolo es la construcción en 1503 del edificio del monasterio de Nuestra Señora de Gracia, donde se instalarán los franciscanos. ¿Por qué es el símbolo? ¿Acaso hemos de olvidar que la instalación de los franciscanos en San Clemente es coetánea a la reforma de la Orden por Cisneros? La importancia de la erección del convento de los frailes la sabía Alonso del Castillo, pero también un concejo sanclementino poco dispuesto a aceptar el patronazgo del mencionado Alonso. Es un edificio gótico, su imponente iglesia podría fácilmente rivalizar con la iglesia parroquial de Santiago, pero en su derruido y mutilado claustro ya se anuncia el Renacimiento.

Iglesia San Francisco (pág. web ayto.)
San Clemente llora muy a menudo por la reina Isabel la Católica como su benefactora y se olvida con demasiada ligereza e irresponsabilidad del reinado de Juana la Loca. En esta época, el gobierno de la villa está en mano de dos alcaldes y cinco regidores, pero las rivalidades de fines del cuatrocientos han configurado un poder municipal más abierto. Se ha creado, como en el resto de villas, el cargo de síndico personero como contrapeso del poder oligárquico de unas pocas familias, pero el poder se ha abierto a nuevas familias con la creación de varios diputados del común. Así, los concejos de la villa, que ya no se celebran en la puerta de Santiago de la iglesia sino en su ayuntamiento, se nos presentan como reuniones de una república de comuneros. En esta república la voz la ponen unas pocas familias: destacan entre ellas los Origüela y los Herreros, pero otras también participan del poder en condiciones de igualdad: son los López Perona, los Martínez Ángel, los López Cantero, los López de Tébar, los García de Ávalos o los Fernández de Alfaro. Pronto olvidarán los primeros apellidos más comunes en favor de los segundos. Son estos hombres los que defienden la independencia de la villa frente a Alonso del Castillo y su cuñado Alonso Pacheco, hermano del señor de Minaya, y los que excluyen del gobierno local al resto de hidalgos. Los nombres de estos hidalgos es de sobra conocido, sus apellidos nos los recordarán los blasones de sus casas palacio, pero ahora, en 1512, intentan ganar en la Chancillería de Granada el poder del que son excluidos del pueblo. Veinticinco años tardarán en lograrlo, para entonces San Clemente se ha roto, su aldea de Vara de Rey se ha emancipado. Ya no es el San Clemente de comienzos de siglo que todavía está conquistado el territorio de su propio alfoz en lucha y pleitos interminables con los pueblos vecinos y disputas intestinas entre sus vecinos, el San Clemente abierto que, amparado por la protección de las cartas reales de la reina Juana, recibe a los vecinos que huyen de los lugares de señorío; estamos ya en el San Clemente de mediados de siglo que intenta ser cabeza del Marquesado y convencer al gobernador para que establezca su sede en la villa.

El San Clemente de comienzos de siglo vive impulsado por el dinamismo de los hermanos Origüela, poco apegados a la tierra y símbolos de una sociedad que se diversifica, y la fuerte personalidad de Miguel Sánchez de los Herreros (y su mujer Teresa López Macacho ... que las mujeres sanclementinas debieron poner la voluntad y tesón allá donde fallaban sus maridos. Quizás el único acierto de Pedro Sánchez de Origüela, el hijo, fue su doble matrimonio con Elvira López Cantero y Ana de Tébar). Estos prolíficos origüelas de múltiple descendencia inundan con sus numerosos vástagos la vida del pueblo; ocupan, ya emancipados de los Castillo, los cargos de alcaldes, regidores y diputados del común de la villa, compartiendo dichos oficios con los Herreros, que pronto romperán la circunstancial e interesada alianza. Su presencia en el gobierno de la villa será impopular, serán denunciados, tal como lo fue Luis Sánchez de Origüela, ante el Santo Oficio y finalmente marginados del poder local. Luis será quemado en 1517, sus hermanos Pedro y Alonso apartados del gobierno de la villa. Ese año de 1517, Antonio Ruiz de Villamediana nos aparece como alcalde de la villa por los hijosdalgo. Victoria transitoria de los nobles, que sostienen pleito en la Chancillería de Granada, pero todo un presagio del fin de la república de comuneros que desaparecerá con la revolución de las Comunidades de 1521.

Casa del Arrabal
Foto: José García Sacristán
El San Clemente de los origüelas es el símbolo de la villa como tierra de oportunidades. El concejo de San Clemente no es rico; según unos, sus propios rentan 50.000 maravedíes anuales, según otros, 100.000; cantidad no despreciable pero destinada a mantener los pleitos que la villa mantiene en Granada con el resto de villas comarcanas para fijar sus términos en unos casos, para no ver excluidos a sus vecinos o ganados de los bienes comunales del suelo de Alarcón, en otros. No solo se mantienen pleitos con las rentas de los propios, también se vela por el bien común de la república, satisfaciendo el salario de médico, boticario o maestro de gramática. La sociedad de labriegos deviene en sociedad ilustrada, apoyada en una riqueza que a veces parece ahogar el desarrollo económico de la villa. Para 1514 sabemos que la riqueza agraria de los pueblos comarcanos, y la de la propia villa de San Clemente, que vive ese año un proceso de usurpación de las tierras baldías y llecas, era tal, que los agricultores, que con sus carretadas de trigo llegaban a los molinos de la ribera del Júcar, propiedad de los Castillo, esperaban hasta doce días para que les tocará el turno para moler su harina. Las viñas era la otra fuerza impulsora del desarrollo agrario: los cultivos de vides eran más propios del sur sanclementino frente a los cereales de Vara de Rey, Villar de Cantos o Perona.

En cierta ocasión me comentaba don Abel, párroco de la villa, cómo fue posible el milagro de la construcción de los edificios que embellecen la villa de San Clemente. Sin duda se refería a la obra edificadora iniciada a mediados del quinientos. Es la historia de la villa reflejada en sus guías de turismo, el San Clemente que conocemos sería la obra de maestros como Meztraitúa, Zabilde o el gran Vandelvira. Pero nos olvidamos que hubo una primera fiebre constructora a comienzos del quinientos. En un pleito de 1514, nos aparece un Pedro de Oma que vive en San Clemente, pues su vecindad en la villa no ha sido reconocida, presentándonos un pueblo en ebullición con un gran potencial de crecimiento.  Por entonces San Clemente está construyendo unos molinos propios en los campos de El Picazo. La construcción de los molinos es obra colectiva de todo el pueblo y así se ha decidido en un concejo abierto. La obra es costosa, se emplea gran cantidad de maderas, piedras, cal y trabajo. Hasta veinte hombres trabajan en la edificación de la casa y aceña. ¿Quién paga la obra? Pues los propios vecinos de San Clemente que deciden hacer entre sus habitantes el repartimiento de los mil escudos de oro que vale la obra. La cifra es importante; el repartimiento y pago no cuenta con resistencias. Es una colectividad decidida, que con los recursos y dinero de su esfuerzo y trabajo levanta y construye su propio pueblo. Cuando Alonso del Castillo pretende el patronazgo del convento de Nuestra Señora de Gracia, el concejo le recordará que ha sido el cabildo municipal quien ha aportado los dineros. ¿Y el Ayuntamiento? Nosotros, seguimos apostando y buscando, es cierto, infructuosamente en las dos primeras décadas del quinientos las pruebas de su edificación. Aventura arriesgada pues sería apostar por reconocer que las primeras muestras del Renacimiento civil español andan por estas tierras de la Mancha de Montearagón. Apuesta que tiene su base documental, pues cuando Lorenzo Garcés toma posesión de la villa en 1526 en nombre de la emperatriz Isabel, lo hace desde la galería superior del ayuntamiento, un edificio cuya estructura básica está acabada. Desde lo alto del corredor puede ver por encima de las casas y de una iglesia con menos empaque de la que hoy conocemos los campos de trigo y las viñas, fuente de la riqueza de la villa, con cuyos frutos se levantan sus edificios religiosos y civiles.

Sobre la villa de San Clemente de las dos primeras décadas del siglo XVI desconocemos casi todo; sobre sus protagonistas también. Pero la intriga por conocer la historia de un personaje protagonista de este tiempo como Luis Sánchez de Origüela nos ha de llevar algún día a desentrañar el espíritu de la villa de San Clemente  a comienzos del quinientos. A decir del escribano Miguel Sevillano, más de cien años después de la muerte de Luis en la hoguera en 1517, si de algún pecado fue culpable su paisano era del de soberbia. Ese pecado era el de toda la sociedad sanclementina de comienzos del quinientos. Una sociedad que se creía capaz de labrar su futuro por sí misma; incrédula como Luis Sánchez de Origüela, que despreciaba las imágenes de la Semana Santa, en tanto que confiaba su futuro no a Dios sino a su propia voluntad. Los sanclementinos no adoraban a sus imágenes religiosas, se adoraban a sí mismos, orgullosos como estaban de su trabajo y sus logros.





*Imagen.   www.puentederus.com
                 http://www.sanclemente.es/

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