El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 2 de julio de 2017

Los Sevillano de la villa de San Clemente


                                                                         
Firma del escribano y regidor Miguel Sevillano. 1629 (AMSC)



Muy magnífico señor: el bachiller Françisco Sevillano, vezino de San Clemente, como mejor aya lugar de derecho parezco ante vuestra merzed y digo que por quanto Martín Sánchez de Posadas mi padre fue vezino e natural desta villa (de Socuéllamos) el qual hera honbre christiano viejo de linpia casta e generaçión el qual nunca fue penitençiado ni punido por la Santa Ynquisiçión syn rraza de converso ni de moro ni de judío

Hasta Socuéllamos se desplazó el bachiller Francisco Sevillano, nacido en 1559, en busca de los orígenes de sus ancestros un 13 de julio de 1574. Era bajo de cuerpo, moreno y de rostro cejijunto. Su padre, Martín Sánchez de Posadas, era hijo de Pedro Sánchez de Posadas y Leonor Gómez, y había emigrado de joven desde Socuéllamos para establecerse en la villa de San Clemente. Los abuelos del bachiller todavía vivían en su villa natal de Socuéllamos ocho años antes.

                                                               
Firma del bachiller Francisco Sevillano. AGI

Buscaba el bachiller Sevillano la limpieza de sangre de unos ancestros tan necesaria como para tantas otras cosas en aquel tiempo y, en este caso concreto, para pasar a Indias como criado de un clérigo, maestrescuela de la catedral de Nueva Galicia, conocido como el doctor Alonso Larios. Estos procesos de examen de testigos para obtener la licencia para pasar a Indias se eternizaban en el tiempo. El ocho de abril de 1575, Francisco Sevillano acudía ante el alcalde ordinario de la villa de San Clemente, Pedro de Tébar Llanos, para obtener una información sobre la limpieza de sangre de su madre Elvira Sánchez Sevillana que ya había fallecido. La información de testigos pasaría ante el escribano Francisco Fernández, cuyo hijo y nieto cambiarían tan vulgar apellido por otro de connotaciones más nobiliarias, el de Astudillo. Paradojas de la vida, un converso daba fe de la limpieza de sangre de los Sevillano, extranjeros en el pueblo, pero orgullosos de su naturaleza de cristianos viejos. Aunque las familias Astudillo y Sevillano tenían algo en común. Miguel Sevillano, el hermano del bachiller, era también escribano.

Elvira Sánchez Sevillana, o simplemente la Sevillana, es la progenitora de los Sevillano. Los apellidos de su padre y madre señalan ese origen dispar de los vecinos de la villa de San Clemente, raíz de esa diversidad que propició su riqueza y esplendor. Elvira era hija de Clemen Saiz Sevillano y María Catalana. Unos foráneos en el pueblo, pero, es de suponer, que en modo alguno iletrados y que procuraron darle una buena educación a sus hijos. A favor de la limpieza de su sangre, y de no profesar la fe luterana,  declararon no principales de la villa sino hombres comunes y anónimos que para dar fe y veracidad a su palabra solo contaban con su honestidad y el ejemplo de su vida. Eran hombres recién llegados a una villa en pleno desarrollo que ofrecía oportunidades a todos: Francisco de Cárceles, Miguel López de la Serna, Francisco del Castillo, calcetero, y Francisco Díaz, o vecinos de antaño, como los que declararon en nueva información de dos años después, Juan de Iniesta o Pedro Romero.

El bachiller Sevillano partiría a Indias, después que la Casa de Contratación le concediera licencia para pasar a Indias el 27 de mayo de 1577. Unos se iban a Indias; otros se quedaban en la villa de San Clemente. A Miguel Sevillano, el hermano del bachiller y de oficio escribano, le tocó quedarse en San Clemente y dar origen a una de las principales sagas del pueblo. Desconocemos la fecha de nacimiento de Miguel, pero también estaría en torno a la mitad de la centuria. Formaba parte de ese conjunto de hombres que nacieron y vieron a San Clemente en el clímax de su apogeo y atisbarían en su vejez la ruina de la villa. Coetáneos suyos eran el doctor Cristóbal Tébar, Francisco de Astudillo, padre, o el alférez mayor de la villa Juan Pacheco Guzmán.

Miguel Sevillano era escribano, como lo serían su hijo y sus nietos. Estaba casado con Aldonza Suárez, hija de otro escribano de la villa de San Clemente, Juan Robledo y de su mujer María Montoya. El matrimonio de Miguel con María le ayudaría en su progreso personal tanto como su valía. Sin duda su suegro, Juan de Robledo, le abriría en vida el acceso al oficio de escribano y con su muerte le legaría su riqueza. El matrimonio de Miguel Sevillano y Aldonza Suárez se comprometió a cuidar de la viuda María Montoya. Pero es creíble que entre suegra y yerno había sus diferencias. Por eso la relación entre ambos adquirió una forma contractual: María de Montoya cedería en 1582 un tercio de sus bienes a su hija, e indirectamente a su yerno. El paso del tiempo haría el resto. Una viuda cada día más impedida acabaría por ceder cuatro años después a su yerno la totalidad de sus bienes, a cambio de la manutención de la dicha María Montoya. Con su riqueza, la viuda le cedió un apellido, el de Montoya, que permitía su integración entre las viejas familias de la villa.

El matrimonio tendría un hijo, también llamado Miguel. Nacido en 1579, Miguel Sevillano heredaría el oficio de escribano del número de su padre. Durante toda la primera mitad del seiscientos, a la escribanía del número sumaría la escribanía del ayuntamiento. El nuevo oficio le daba una posición privilegiada en el pueblo. Por las manos del escribano Miguel Sevillano pasaron todos los actos de relevancia de la villa de San Clemente de los años veinte, treinta y cuarenta del siglo XVII. De dar fe de los actos municipales pasó a ser, como regidor, actor de primer orden en la vida política sanclementina. Su papel fue de equilibrio en el juego de intereses y luchas de poder que entonces vivía el pueblo. Hacia 1620, le tocó convivir en el ayuntamiento con los sempiternos Pacheco que veían contestado su poder por familias como los Perona, pero también con otras familias que en los fines del quinientos lo habían sido todo y que estaban a punto de desaparecer de la escena política, bien por agotamiento de su linaje, como los Monteagudo, bien por retiro voluntario de la escena, como los Tébar. Pero sobre todo su papel como elemento moderador fue clave en la rivalidad que mantenían los Ortega y los Astudillo. A unos y otros les recordó que sus intereses particulares se debían supeditar a unos intereses del Estado, que él mismo comprendía cómo cada día eran más descabellados. Fue un hombre noble, heredero del espíritu que hizo progresar a San Clemente en la primera mitad del quinientos, que no es otro que el quijotesco cada uno es hijo de sus obras. Llevado de este principio, defendió indistintamente a Rodrigo de Ortega o a Francisco de Astudillo, frente a las acusaciones de ascendencia conversa. Quizás defender a estos dos hombres era demasiado sencillo, pues eran los hombres más poderosos del pueblo de aquel entonces. Pero más difícil era enfrentarse al Santo Oficio y a los principales valedores en el pueblo, los Rosillo o los Perona, de una sociedad que devenía más cerrada, viendo cómo el espíritu renacentista y abierto de la villa se desmoronaba. El alegato de Miguel Sevillano defendiendo, ciento veinte años después de ser quemado por la Inqusición, a Luis Sánchez de Origüela demostraba la valentía y honestidad de este hombre. Para Miguel Sevillano, el hereje Luis Sánchez de Origüela era simplemente un hombre bueno, víctima de las rivalidades personales, cuyas ideas, por las que fue condenado en 1517, no eran ajenas a las que podían profesar otros sanclementinos. Defender en 1640 la memoria de este Origüela, cuyo sambenito colgaba en la parroquial de Santiago, es muestra de la integridad del escribano.

Pero Miguel Sevillano era un hombre de su tiempo. Aprovechó la herencia familiar, su posición privilegiada como escribano y regidor y su propia valía para incrementar su patrimonio y riqueza. María de Montoya ya había adquirido varios majuelos, que pasarían a su yerno y a nuestro personaje. Miguel Sevillano adquirió ganados, que llevaba a pastar al valle de Ricote o a las dehesas de Copajilico o Villares de Cehegín. Los papeles que de él nos han quedado en el Archivo Histórico de San Clemente nos muestran a un hombre que realiza múltiples transacciones en todos los pueblos de la región: Castillo de Garcimuñoz, Valeria, Almagro, Torrubia o los pueblos más lejanos de Murcia. Fe de su riqueza son las cuentas de los salarios de sus trabajadores, conservadas entre 1626 y 1630, y entre los que no faltaba algún portugués, tal era su mayoral Martín Collado. Su afán por incrementar su patrimonio se tradujo en los testimonios conservados sobre las muchas veces que tomó dinero prestado a censo para adquirir más bienes.

                                                                         
Firma Juan Sevillano. 1647. AMSC

Sabemos que Miguel tuvo al menos dos hijos y una hija. Al primero, Diego Sevillano, le tuvo que salvar con su dinero de sus errores juveniles, pues allá por 1618 se enzarzó en una pelea con un vecino de Valera de Abajo, Bartolomé Sáiz, al que mató. No obstante, heredó la carrera política del padre y lo vemos en alguna ocasión ocupando el puesto de teniente de corregidor y alcalde mayor del partido de San Clemente o cargos al servicio de la nobleza regional como alcalde mayor de Minaya o gobernador de Olivares del Júcar. Aunque nosotros guardamos especial gratitud a su hijo Juan Sevillano, que continuando con el oficio de escribano del padre, nos legó esa documentación única de rentas reales y que nos demuestra que el origen de la moderna organización política de la España moderna se fraguó en estas tierras.

Como toda familia fue presa de la ambición y de la necesidad del reconocimiento social. Miguel Sevillano anduvo en pleitos con su madre Aldonza Suárez por la herencia paterna. El declinar de la familia lo marcó un acto que habría de suponer ese mismo reconocimiento. En 1641, Miguel Sevillano casa a su hija con un hidalgo. Se trata de Diego Gutiérrez Villegas, sargento mayor de las milicias del corregimiento de San Clemente. Este santanderino de Santa Cruz de Mudela es poco amigo de las aventuras militares que se viven con motivo de la guerra secesionista catalana. Deja su puesto militar en agosto de 1641; para noviembre pide su vecindad como hijodalgo en el ayuntamiento de San Clemente y se casará con Josefa Sevillano, la hija menor de Miguel. Son los últimos  datos que tenemos de los Sevillano, más allá de la labor burocrática de Juan el escribano.

Hemos hecho una recreación histórica de una familia que marcó la historia sanclementina, llegada en la mitad del siglo XVI  y que vivió el esplendor y ruina de la villa. Hemos visto el devenir de los miembros más notorios de esta familia, aunque el apellido Sevillano está extendido por toda la comarca en la actualidad como lo estuvo hace cuatrocientos años. Desgraciadamente la historia de esos otros Sevillano se nos queda oculta. Tal es el caso de aquel calderero llamado Julián Sevillano, llegado de Villarrobledo y avecindado en San Clemente en 1567.

Por último, habría que añadir un Sevillano anterior en la villa de San Clemente, Miguel Sánchez Sevillano, que fue mayordomo de la hacienda de Martín Ruiz de Villamediana, el fundador del convento de la Tercera Orden en San Clemente, y que vivió a comienzos del siglo XVI




Archivo General de Indias, CONTRATACION, 5226, N. 3, R. 2 Francisco Sevillano. 1577

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