El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

sábado, 30 de septiembre de 2017

Diego del Castillo contra Tarazona de la Mancha y la tierra de Villanueva de la Jara



Diego del Castillo, alcaide de Alarcón, enfrentado a Villanueva de la Jara y sus aldeas

Villanueva de la Jara ya estaba enfrentada con Hernando del Castillo por un molino en la ribera del Júcar; a la muerte del alcaide de Alarcón, su hijo heredó la alcaidía de la fortaleza y también los problemas de su padre, es decir, los conflictos con las villas recién eximidas. A mediados de 1497, Diego del Castillo se presentó con treinta o cuarenta hombres de a caballo en el lugar de Tarazona, aldea de la villa de Villanueva de la Jara. Desarmando a los hombres que encontraba, los llevaba presos a Alarcón, o simplemente los molía a palos. Otras veces, como en la cuaresma de 1500, quienes se presentaban en las casas de los vecinos eran cuatro o cinco caballeros de sierra para embargar los bienes. La razón era hacerse con la grana oculta  en las casas y recogida sin licencia en los montes de Alarcón.

Diego del Castillo defendía un derecho que consideraba propio: el monopolio a la recogida de grana en los montes de Alarcón; pero Villanueva cuestionaba ese derecho. La grana era un bien comunal de cuantos había en la tierra común de Alarcón, de libre uso salvo la llamada redonda que Alarcón había establecido en torno a una legua alrededor de la villa. Desde el final de la guerra del Marquesado, Alarcón había incrementado los impedimentos para coger grana, encomendado su guarda a los caballeros de sierra y aumentando las penas hasta los seiscientos maravedíes. Por eso, Villanueva pidió al Consejo Real que mandara juez pesquisidor a averiguar los hechos acaecidos en el lugar de Tarazona. Martín de Lunar, que había recibido comisión un 16 de julio de 1501, llegará a Villanueva de la Jara el dos de agosto.

En el mes de mayo de 1497, Diego del Castillo, junto a otros treinta y tantos caballeros y peones armados, entra de forma violenta en Tarazona hiriendo y despojando de sus armas, y sobre todo de sus enseres de labranza, a los moradores del lugar de Tarazona. Era una razzia feudal contra unos campesinos, que junto al azadón tenían sus armas y que venía precedida por multitud de secuestros de bienes y ganados de vecinos de Villanueva de la Jara y moradores de Tarazona por los caballeros de la sierra y guardas de Alarcón. La razón era la negativa de Alarcón, y su señor Diego del Castillo, al libre aprovechamiento de sus montes para la recogida de la grana. Las ofensas eran muchas desde fines del siglo anterior y se acumulaban groseramente
que los dichos caualleros e guardas de la dicha villa de Alarcón tomaron por fuerça a Gil Martínez, vesyno desta villa treynta e quarenta rreses de ganado e a Pasqual Ferrero vesyno otrosi desta dicha villa çinco o seys rreses y Antón Martínez vesyno otrosi un buey donde estaua arando, al fijo de Juan Otiel un capote e un destral e a Garçía escriuano dos o tres ducados e a su hermano de Miguel de Sant Martín seysçientos mrs. 
El negocio de la recogida de la grana cada vez tenía más competidores. El libre aprovechamiento de los montes supeditada a la concesión de un albalá por el concejo de Alarcón se había mutado en la fijación de una tasa por dicho aprovechamiento. Además había un competidor no deseado: la villa de Iniesta. Iniesta contaba hacia 1500 con seiscientos vecinos, es decir, triplicaba la población de otros pueblos con más futuro, como la propia Villanueva de la Jara o San Clemente. Iniesta era parte integrante de la tierra de Cuenca, pero con su incorporación al Marquesado de Villena de Juan Pacheco en 1452, había adquirido el derecho al disfrute de los bienes comunes de la tierra de Alarcón. Aprovechamiento que, lejos de la gratuidad, tenía bastante de interés pecuniario por Alarcón y Hernando del Castillo, alcaide de la fortaleza y criado del Marqués; para el caso de la grana, los iniestenses debían pagar doscientos maravedíes por el derecho a recoger tal producto en los montes de Alarcón. Las primeras disputas entre Alarcón y Villanueva y sus aldeas por la recogida de la grana se remonta a 1490, cuando Alarcón decide encomendar a sus caballeros de sierra y guardas que protejan sus montes e incrementar las penas frente a los vecinos de Villanueva.

Tarazona, origen de la aldea y disputas entre Diego del Castillo y los jareños

Tarazona de la Mancha
La realidad es que nadie respetaba las viejas ordenanzas y usos antiguos de la tierra de Alarcón. La recogida de la grana comenzaba con la llamada rompida o derrota, es decir, con el levantamiento de la veda por la villa de Alarcón para comenzar dicha recogida. Si tradicionalmente el levantamiento de las vedas de la piña y la bellota tenían fechas marcadas, el 11 de noviembre para la piña (festividad de San Martín) y el 18 de octubre para la bellota (festividad de San Lucas), no ocurría lo mismo con el levantamiento de la veda, cuya fecha era fijada por el concejo de Alarcón entre los meses de mayo y junio. Sin embargo a la altura de fines de siglo, el concejo de Alarcón no solía desvedar la grana en el tiempo fijado. La razón era que frente al aprovechamiento comunal se prefería la igualación o avenencia con vecinos de Iniesta, Albacete o Chinchilla que adquirían tal derecho a cambio de una tasa. Alarcón jugaba intencionadamente a la indefinición del momento de la desveda. Tal inconcreción se traducía en una carrera de los vecinos por adelantarse, haciendo oídos sordos a la tradicional rompida. Los primeros en llegar, entre otros, eran los vecinos de Villanueva de la Jara y sus aldeas, poniendo en entredicho el derecho común del resto de moradores de la tierra de Alarcón y el monopolio que sobre la explotación de tal producto pretendía el concejo de Alarcón y la familia Castillo. Por supuesto, los jareños y sus aldeanos, sabedores de la vigilancia de los guardas y caballeros de sierra alarconeros, acudían profusamente armados. No era extraño que la intervención de los caballeros de sierra acabara en peleas multitudinarias. La razzia de Diego del Castillo contra Villanueva y Tarazona vino precedida con uno de estos enfrentamientos, que acabó con un guarda de Alarcón herido grave. Para el caso de Tarazona el problema se agravaba, pues la propiedad y casas del pueblo estaban divididas entre Villanueva de la Jara y Alarcón. Con razón dirá el procurador Rodrigo de Castro que poco les costó a los caballeros armados de Alarcón para entrar en la aldea de Tarazona pues que no tiene más término de fasta las goteras de las canales. De hecho, Tarazona había crecido sobre término de Alarcón, que cercaba el lugar, el término de Villanueva de la Jara se limitaba a la zona de las Goteras adentro. El crecimiento de Tarazona había sido muy rápido en el período que va de 1480 a 1500. La aldea se situaba en un primer momento junto a los mojones que separaban la aldea del término de Alarcón; quién definió los límites de Tarazona fue el juez real licenciado Molina en 1480
e que en Taraçona le dio las casas que estauan fechas entonçes e más sesenta pasos de cada parte e que asy se posieron los mojones
Testigos como Miguel Ruipérez, refiriéndose a la Tarazona de 1480, la ven no como aldea sino como casas; muestra de la poca entidad del lugar. Pero el testimonio más esclarecedor sobre la corta historia de Tarazona de la Mancha nos la aporta Juan Tabernero el viejo, vecino de Villanueva de la Jara desde 1450 y que recordaba cuando en Tarazona no había casa edificada alguna; situando el nacimiento de Tarazona después que Villanueva de la Jara se alzara contra el Marqués de Villena, es decir después de 1480, aunque bien, es verdad que se reconoce un núcleo preexistente, pero por el testimonio de Juan  Tabernero las primeras casas no debían ir más allá de 1450, y seguramente serían posteriores a esta fecha
e sabe la dicha Villanueva de la Xara porque es vezino della e es vezino della dese çinquenta años que ha que casó e es vezino de la dicha villa e sabe la dicha aldea Taraçona e que este testigo se acuerda que no avía en ella ninguna casa, ... e después que la dicha Villanueva se alçó por sus altezas se pobló la dicha aldea Tarazona o la mayor parte della 
En la década de los noventa, Tarazona se había ensanchado con nuevas casas (son numerosos los testimonios de nuevos moradores llegados a comienzos de ese decenio); a la altura de 1500 se hace referencia a diez o doce casas ya construidas en el suelo de Alarcón, más allá de los mojones que fijaban el límite con Villanueva. Uno de los mojones estaba en el corral de la casa Cardosa. Así nos cuenta la expansión de Tarazona Martín Zapata, caballero de la sierra de Alarcón
que la dicha aldea de Taraçona no tiene término alguno salvo fasta las goteras de los texados que se les dio por un juez que sus altesas enbiaron e que sabe e ha visto que la dicha aldea se ha augmentado asy en el término que el dicho juez le dio como fasta de los dichos mojones en el término de la dicha villa de Alarcón
El caso es que desde 1490 las casas edificadas en Tarazona han roto los mojones que diferencian los términos de Alarcón y de Villanueva. Hoy nos es difícil imaginarnos unos términos de la villa de Alarcón más allá de los límites próximos a la villa, pero después de la concordia de 1480 Alarcón fue capaz de conservar términos propios que se extendían doce leguas al sur de la ribera del río Júcar, comprendiendo dehesas aledañas al río como la de Galapagar, pero además otras que se incardinaban en el mismo término de Villanueva de la Jara, tales eran los casos de sus aldeas de Tarazona y Gil García. Para el caso de Tarazona, el primer núcleo eran unas casas que, en término de Villanueva, quedaron a unas escasos sesenta pasos de los mojones. Al otro lado de los mojones, en término de Alarcón, comenzaron a construir sus casas moradores de las aldeas de Alarcón, como los procedentes de Tébar o El Picazo. La afluencia de nuevos moradores jareños al otro lado de los mojones, acabarían fundiendo ambos núcleos para formar el pueblo que hoy nos ha llegado. Así, Tarazona surgió de la fusión de unos moradores enemistados por su procedencia, Alarcón y Villanueva de la Jara, pero a los que la vivencia diaria pronto amalgamó en una comunidad con intereses comunes. Hacia 1500, Tarazona ya se ha forjado como un núcleo propio, que tiende a la órbita de Villanueva frente a Alarcón. Para entonces debía pasar de los cincuenta hogares, al menos, en la plazuela de Juan Tabernero se concentraron cincuenta hombres, dispuestos a luchar contra el alcaide de Alarcón (1).


La grana, una fuente de riqueza en disputa



Grana
¿Qué es la grana? La grana es las excrecencias o agallas producidas sobre las ramas y hojas de los chaparros por las hembras de un insecto, el quermes, una cochinilla, y que, una vez exprimida, da lugar a un líquido rojo intenso usado para el tinte. El color carmesí, tan apreciado y conocido ya desde época romana. Se recogía con azadones y honcetes para depositarse una vez recogida en calderos y ollas. La recogida de la grana era una actividad familiar. Cuando en mayo de 1500 los caballeros de la sierra sorprenden a los tarazoneros cogiendo grana, en el lugar, además de una treintena de vecinos de Alarcón, hay cincuenta moradores de Tarazona, grandes y críos, nos dirán los testigos del expediente que examinamos. También mujeres, añadimos nosotros, pues en 1501 son las sorprendidas por los guardas de Alarcón. Según va avanzando el siglo XVI las noticias de recogida de grana van desapareciendo; la razón es muy sencilla, el intenso avance roturador de la primera mitad de la centuria hace desaparecer los bosques de carrascas. La competencia de la cochinilla del Nuevo Mundo tampoco perdona.

La importancia de la grana para aquellos hombres hoy nos es difícil de valorar, pero en aquella época los hombres arriesgaban sus personas frente a los caballeros de sierra por coger las excrecencias de este insecto. Valga como ejemplo que cuando Juan de López, vecino de Valera de Suso, lugar de la tierra de Cuenca, y el iniestense Gil del Campillo son sorprendidos hurtando grana, la pena que se impone no es por las ordenanzas de Alarcón sino por el valor de la mercancía prendada, unos mil maravedíes. (2)


El afianzamiento de las aldeas de Villanueva de la Jara en las dos últimas décadas del siglo XV

¿Cómo vivían a comienzos del quinientos los moradores de Tarazona de la Mancha? Nos podemos hacer una idea sobre la vida de aquellos hombres por los objetos prendados por la razzia de los caballeros de sierra de  Alarcón. Miguel Remón vivía en una casa, con corral ajeno, que llamaban la Cardosa, perteneciente a la mitad del pueblo de la jurisdicción de Alarcón. Era pastor, estaba casado, poseía, junto a sus hijos, un centenar de cabras parideras, varios machos y otras tantos chotos. Le fueron embargados un caldero de trescientos maravedíes, una sartén de tres reales, cuatro barrenas, una caldera, una peconera  (pieza de rueda de carro), una rusta, un par de esquilas, una azuela de dos reales y un par de palomas. Y por supuesto, la grana que había cogido en el monte. Era un hombre de frontera que vivía de los recursos que proveía un espacio inculto: pastos para sus cabras, la madera de los árboles y la propia grana, pero, consciente de los peligros de su actividad, siempre llevaba consigo un puñal valenciano valorado en ciento diez maravedíes. Era un hombre al que un espacio por conquistar ofrecía posibilidades. Su hacienda era familiar, aunque de relativa importancia; la llevaba con ayuda de su mujer, sus hijos Juan Remón y Benito García, su hija y su nieto Juan, pero ya disponía de un criado. Se apuesta, como primeras formas de poblamiento en este espacio rural, la aparición de quinterías, unas casas con su corral, del que depende un espacio agrario cultivado. En nuestra opinión los primeros moradores de este espacio son ganaderos, que complementan su economía con otros recursos del monte, así la grana, pero también piñas, bellotas o simplemente esparto. Al igual que Miguel Remón, Miguel Sánchez del Picazo tenía también casa asentada sobre el término de Alarcón, poseía ganados; debía ser un recién llegado desde El Picazo, aldea de Alarcón, pero con un rico patrimonio, pues su hijo estudiaba en Salamanca. Estos hacendados, además de ganados, debían tener tierras en sus alquerías. Hay un momento en el parlamento de paz con el alcaide Diego del Castillo, que los enviados de Tarazona, acuden montados en dos mulas de arada, animal muy caro por entonces. Pero la conquista agraria y la roturación de tierras sólo viene después, ya entrado el siglo XVI. Ahora Tarazona está rodeada todavía por numerosas tierras incultas y monte. No obstante a la entrada del pueblo en el camino de las Escobosas nos aparece un paisaje de viñas y huertas. La Cardosa de Miguel Remón era una casa aislada del núcleo poblacional, con un corral un poco separado. La concentración de casas para formar los primeros espacios habitados, nace de la misma necesidad de agrupación ante un espacio salvaje, tanto por su carácter inhóspito como por los peligros de una economía fundada en la rapiña de esos malhechores feudales que era la baja nobleza, pero también lucha por la conquista del espacio de los primeros moradores de esta tierra, que se movían entre la necesidad y las ambiciones de las primeras familias más favorecidas por la colonización del espacio. Hacia el año 1500 el término de Tarazona se empezaba a roturar y se buscaban nuevos espacios agrarios en el término de Alarcón
los moradores de Taraçona aran e rrompen e sienbran la dehesa de Val del Parral e abreuaderos del término de Alarcón forçiblemente
Los ganados de Miguel Remón eran guardados por su nieto Juan y un criado llamado Pedro del Valle, ambos de apenas quince años. Ellos eran los que estaban en la casa de Cardosa, cuando entró una noche con otros tres hombres a caballo de Alarcón Pedro Granero. La escena nocturna debió ser aterradora para los jóvenes, viendo como Pedro Granero, alguacil, se presentaba con vara de justicia en una mano y con la espada desenvainada en la otra, al igual que exhibiendo espadas se presentaron sus tres acompañantes a caballo: Antón Granero, Rodrigo de Padilla y Lope de Cibdad, A los jóvenes les tocó llevar a las cabras hasta Alarcón, haciendo diferentes escalas.

Pozoseco
http://www.pozoseco.com/

Una de ellas fue al amanecer en Pozoseco, a cinco o seis leguas de Tarazona, abrevadero por entonces de ganados, sin que de los textos podamos inferir la existencia de casa construida en el lugar, pero sí lugar de parada obligada en aquella época. La segunda parada fue en Valhermoso, lugar propiedad de la familia Granero, donde el criado se volvió a la Cardosa. Llegados a Alarcón se decidió embargar treinta y cinco cabras, dieciocho crianzas y un cabrón, que serían vendidas en almoneda pública por el corregidor de la tierra de Alarcón Juan Ruiz de Molina. La crianza de cabras era complementada por la actividad de la recogida de grana y aquí es donde Miguel Remón entró en conflicto con la justicia del corregidor de Alarcón, que para enero de 1500 emitió un mandamiento de embargo de bienes del citado Miguel por valor de 4800 maravedíes. Se acusó a Miguel Remón de no pagar la alcabala correspondiente a la grana recogida. ¿Quién acusaba? Sorprendentemente nos aparece en la parte acusadora la familia Origüela. Alfonso González de Origüela, y en su nombre su hermano Juan, que vive en Belmonte, son arrendadores de la alcabala de la villa y tierras de Alarcón. Aunque su nombre no se cita, sería uno de estos Origüela el que sufriría una tanda de palos de Miguel Remón y sus hijos cuando fue a cobrar la alcabala. Fue a Pedro Granero al que correspondió la ejecución de los bienes de Miguel Remón y el llevar las cabras a Alarcón. Este y otros sucesos llevarán, a petición del concejo de Villanueva de la Jara, a pedir la intervención del Consejo Real.

Cuando llega a comienzos de agosto el bachiller Martín de Lunar como juez pesquisidor, inicia un periplo por Alarcón, Villanueva y Tarazona para hacer acatar su comisión, aunque sabiamente instalará su audiencia en Motilla. Hasta allí acudirá citado Pedro Granero, creyéndose suficientemente protegido, no en vano su hijo Antón es vecino de Motilla, pero se encontrará con mandamiento de cárcel. Aunque asesorado por el escribano del pueblo Fernán García que le aconseja que nada ha de temer, pues el caso no es de muerte, Pedro Granero, acompañado del escribano, decide salir de Motilla por el camino de Alarcón y eludir la cárcel, siendo visto pasar por entre las viñas que se extienden a ambos lados del camino. En seguimiento de él irá el pesquisidor Lunar, llegando hasta la aldea de Valhermoso, propiedad de Juan Granero, padre de Pedro. Su padre y la mujer de Pedro intentan protegerle del secuestro de bienes, que el padre dice ser suyos, pero el pesquisidor embarga varios costales de trigo y algunos enseres domésticos. Las dificultades que encontró el bachiller Lunar para hacer justicia con Pedro Granero eran un adelanto de las que encontraría en un proceso mucho más amplio en el que se veían inmersos los concejos de Villanueva de la Jara y Alarcón, pero en el que también entraban los intereses de la nobleza regional de la comarca y la lucha por el poder de esta nobleza con las villas recién eximidas.

La batalla de Tarazona de la Mancha

El caso de Miguel Remón era un caso particular; las diferencias y agravios de los moradores de Tarazona eran más generales, concluyendo en la ya citada razzia de 1497, en la que Diego del Castillo se presentó en el lugar con cuarenta hombres de a caballo y a pie. Diego del Castillo, que había heredado el cargo de su padre Hernando, que moriría en 1499, asumía el papel de condottiero con varios hidalgos, criados a su servicio: eran los Padilla, los Montoya, Buedo,Villanueva o los Castañeda. Su influencia era regional y sus correrías también. Los moradores de Tarazona le hicieron frente, entablándose una batalla en la que los de Tarazona salieron mal parados, con varios heridos, apaleados y ser llevados presos a la fortaleza de Alarcón. Los hechos ocurrieron hacia el 25 o 26 de mayo de 1497 fueron narrados por Alonso de Mondéjar cuatro años después:
que este mes de mayo que agora pasó, fizo tres años que podya ser a vebién ynte e çinco o veynte o seys días del mes de mayo este testigo e Benito Picaço el viejo e Alonso López e Miguel de Piqueras e Andrés Rruuio e Juan Ruuio e Juan Tavernero el moço de Alonso de Escobar e Juan Serrano e Alonso picaço e otros vesinos del dicho lugar que no se acuerda al presente fueron al término de la villa de Alarcón grana e llegaron adonde dizen la foya del mojón e que estando allí cogiendo grana a su aventura llegó a ellos el dicho Alonso López e les dixo que el alcaide Diego del Castillo venya con fasta veynte e çinco o treynta de cauallo e çiertos peones a los prender e que como él ge lo dixo acordaron todos los que allí estavan de se venir a sus casas e que se venieron por el camino rreal fasta que llegaron al dicho logar de Taraçona e que llegados al dicho logar e queriendo entrar en él por la calle que dizen de los tenderos fallaron allí çinco o seys de cauallo e con ellos çiertos peones de la villa de Alarcón e que de los de cauallo conosçió a Montoya e a Villanueva e de los peones conosçió algunos de los que no se acuerda de sus nonbres e que estando en la dicha calle syn dezir cosa ninguna a este testigo ni a los otros que con el venían començaron a pelear con ellos e que este testigo e los otros que con él venían por se defender començando de tyrar piedras e pelear con los çinco o seys de cauallo e peones e los rretraxieron por la dicha uilla fasta la yglesia del dicho logar e que llegando allí salió Diego del Castillo alcayde de Alarcón de la casa de Miguel Sánchez de Picaço donde pasava fasta con quinze o veynte onbres e se fue fazia donde los otros vesinos de Alarcón venían e se juntó con ellos e que como este testigo e los otros que con él venían vieron juntos al dicho alcayde a los otros se rretraxieron fazia la casa de Juan Tavernero el viejo e que estando asy oyó desir al dicho alcayde Diego del Castillo a los que con él estavan les mandó que saliesen del dicho lugar al término de Alarcón e que asy salieron e se fueron junto con la casa de Miguel Martínez yerno del dicho Juan Tavernero que está en el dicho logar hedeficada la meytad della en el término de Alarcón e que estando ally oyó desir que algunos de los que estavan con el dicho alcayde querían boluer a pelear otra vez con los del dicho logar e que el dicho alcayde no lo consentya antes mandaua que no se siguiese e que tres o quatro de cauallo vydo que tornaron otra vez a pelear con los del dicho logar e de que les fisieron rrostro que se volvieron donde el dicho alcayde e los otros estavan e que desde allí el dicho alcayde e los que con él estavan se fueron al Poço Llorente que es jurisdiçión de la dicha villa de Alarcón media legua de la dicha aldea de Taraçona e que en el dicho rruydo no se firió otro onbre ninguno salvo uno de los de Alarcón que no sabe su nonbre e que después de llegados al dicho Poço Lloreynte en la tarde boluió el dicho Diego del Castillo con la dicha gente al mojón que está junto con el dicho logar de Taraçona e se estovo ally por espacio de más de una ora e que en este estante venieron de la aldea de Quintanar fasta çinquenta o sesenta onbres a ayudar a los de Taraçona sy el dicho alcayde algo les quería faser en que estando el dicho alcayde con la dicha gente en el dicho mojón fueron a fablar con él Juan García de Villanueva el moço e Miguel Garçía e Fernán Simarro y Antón Martínez e otras personas e a dezille que lo pasado fuese pasado e que no ouiese más sobre ello en que se asentó con el dicho alcayde que él ni la dicha gente sobre ello más no entenderían en cosa alguna e que en el mesmo día oyó desyr que Diego Paes vesino de Alarcón auía venido con se juntar con el dicho alcayde Diego del Castillo e que auía ydo a la villa de la Roda por gente disyendo que Villanueva e sus aldeas les cogían la grana por fuerça e que auía sacado fasta ochenta e çinco e nouenta onbres de la dicha villa e que llegados al rryo veniendo camino del dicho logar Taraçona el dicho Diego Paes como no venía saluo a vengar çierta injuria que los de Taraçona desyan que les avia fecho e que la dicha gente de la Rroda no quiso pasar con él disyendo que no auía de ser contra sus vesynos ... asimismo dixo que puede aver catorçe meses poco más o menos que serái en el mes de mayo estando en el dicho lugar de Taraçona este testigo e los otros vesinos de la dicha aldea un día de fiesta que no se acuerda que día de fiesta era vio como pasaron por la dicha aldea fasta çinquenta e çinco o sesenta personas chicas e grandes de la villa de Alarcón con carros e otros aparejos para coger grana e que como los vesinos de la dicha aldea los vieron yr asy pensando que la dicha grana era desvedada se fueron tras ellos algunos en la misma noche e otros por la mañana e que estando en el término de la dicha villa de Alarcón en el camino que disen de los curas ojo al rrío los vesinos de la dicha aldea desían a los de Alarcón que si cogían grana que ellos la cogerían e  sy no la cogían que se estarían quedos e que vio este testigo como todas las personas de la dicha villa de Alarcón començaron lego en syendo de día a coger grana e que los vesinos de la dicha aldea asymismo la començaron a coger de que visto de que todos cogían e que estando asy cogiendo los unos e los otros vio como çinco o seys de cauallo que se desyan los caualleros de la syerra e guardas de los términos de Alarcón entre los quales conosçió a dos hermanos que se llaman los Padillas, e a Villanueva e a Castañeda hermano de Diego Paes e otros dos hermanos que se disen los Salantes (Escalante) que venían a cauallo con lanças e adargas saluo el Villanueva que venía a pie e que uno de los Salantes que cree que era el mayor traía una ballesta armada a cauallo e vio que la tiró e dio en medio de los vesinos de la dicha aldea de Taraçona e començaron a maltratar a los vesinos de la dicha aldea que primero toparon dándoles con las lanças e deziendole el dicho Viallanueva a ellos a ellos apeaos que oy es nuestro día para vengar las ynjurias e que asy andovieron los unos peleando con los otros e que de allí vio ferido de un botre de lança Juan criado de Martín Picaço vesino de la dicha aldea porque no sabe quien e firió pero que vio que le tomaron una capa buena color pardilla e que no sabe quien se la tomó saluo cómo ge la tomaron los dichos de cauallo e los peones que con ellos venían e que asymismo le tomaron un puñal e un dardo e que a la muger de Bartelomé Rromo vesino de la dicha aldea le tomaron un caldero con la grana que tenía que dezía que valía dos ducados e que asymismo toparon a un fijo de Gonçalo de Cuenca vesino de la dicha Villanueva morador en la dicha aldea una capa que no sabe de qué color ni declarar el nonbre de quien ge la tomó e que asymismo tomaron a Bartolomé Tendero vesino de la dicha aldea una ballesta e que a otros vesinos de la dicha aldea tomaron la grana que auían cogido que asy se juraron los vesinos de la dicha aldea en el dicho canpo disyendo a los dichos caualleros de syerra e guardas del canpo e a los vesinos de la dicha villa de Alarcón que sy ellos cogían grana que ellos la auían tanbién de coger pues tenían para ello justiçia e que asy se desapareçieron e que asy los dichos vesinos de Alarcón no cogían grana que ellos no la cogerían e quasí los dichos caualleros e guardas se fueron por la mancha adelante e seguieron a los vesinos de la dicha villa de Alarcón que no cogiesen más grana e se fueron los vesinos de la dicha villa de Alarcón juntos hasia el rryo de Xúcar e se pusieron en la dehesa del Vando el Parral e que este testigo e los otros vesinos de la dicha Villanueva quando vieron que los de Alarcón no cogían e se yvan al rryo se fueron con ellos e se pusieron çerca dellos a la parte debaxo en la misma dehesa del Vando del Parral e estouieron allí todo aquel día e que estando allí vio cómo el dicho Escalante que avía tyrado la vira con la vallesta entre los vesinos del aldea e que él e otro con él andouieron a cauallo el dicho Escalante con la dicha ballesta armado e con otra vira preguntando qué quáles de los de Taraçona le avía dado de pedradas cuando él tyró con la dicha ballesta que jurara a Dios que los avía de matar e no bolver a Alarcón syn vengallo pero que no tyró con la dicha ballesta ni hiso cosa ninguna saluo como los rrodeo con la dicha ballesta armada él e otro una o dos veses e casy des que venía la noche este testigo e otro catorze o quinse se venieron al dicho lugar de Taraçona e no sabe lo que más después pasó saluo como oyó desir que algunos de los vesinos de la dicha villa de Alarcón salieron otra ves a coger grana en el mismo día e que otro día vio que alguno vesinos de la dicha Taraçona boluieron al dicho término e mancha de la grana e la cogían de rrota comúnmente todos asy los unos como los otros e que en el mesmo dya que lo que tiene dicho tiene amanesçió en salyendo el sol estando en el canpo dixo a este testigo Juan Tendero vesino de la dicha villa de Alarcón que cogía grana con los otros andando cogiendo grana e que en la dicha villa de Alarcón e que el dicho Juan Tendero dixo a este testigo que byen podyan coger pues ya en la dicha villa de Alarcón la avya desvedado o dado liçençia para que cogiese
Iglesia de San Bartolomé
Tarazona de la Mancha

Diego del Castillo había salido de Alarcón con alrededor de veinticinco o treinta hombres armados, algunos criados suyos, otros criados de sus parientes. El primer encontronazo fue con varios jareños, que cogían grana, armados con ballestas y lanzas. El incidente mostraba la realidad a la que se debía enfrentar un alcaide incapaz de entender que su enfrentamiento no era con uno furtivos sino con los intereses económicos de unos concejos dispuestos a defenderlos con las armas. Así el conflicto adquiría una dimensión regional, donde el alcaide de Alarcón, Diego del Castillo, se enfrentaban a todos los lugareños de tierras de realengo. Diego del Castillo, buscando las diferencias, intentaba una alianza con la Roda que le era negada por sus vecinos. Si los los de Alarcón iban armados, no se quedaban atrás los de Tarazona. Es más la solidaridad entre los vecinos era total: Villanueva aporto hombres desde un principio y una carreta llena de armas y otros sesenta o setenta moradores de Quintanar del Marquesado se presentaron armados dispuestos a hacer frente a Diego del Castillo y sus hombres, o sea, en un pueblo que entonces contaba con setenta vecinos todos sus hombres varones acudieron a defenderse. Quizás el punto débil en estas solidaridades era el lugar de Tarazona, dividido jurisdiccionalmente en dos entre Alarcón y Villanueva de la Jara. Diego del Castillo lo sabía, pero los tarazoneros también. Por eso, esa peculiar anécdota de los vecinos del lugar refugiándose en la casa de Miguel Martínez, edificada mitad en jurisdicción de Alarcón, mitad en jurisdicción de Villanueva de la Jara. Diego del Castillo hizo todo lo posible por jugar con estas contradicciones y diferencias. Esa es la razón por la que implicó a Iniesta provocadoramente en el conflicto de la grana. Para mayo de 1501 el concejo de Alarcón daba licencia a los más de seiscientos vecinos de Iniesta para coger grana, previo pago de la villa iniestense de la ridícula cantidad de doscientos maravedíes. Esta avenencia o iguala era un acto de mala fe contra los habitantes de Villanueva y sus aldeas. Hasta entonces, los forasteros se igualaban individualmente con el concejo de Alarcón por uno o dos reales para obtener la licencia de coger grana, o a lo sumo se igualaban casas aisladas que no albergaban más de diez personas, pero que un concejo de seiscientos vecinos se igualara por la insignificante cifra de doscientos maravedíes nunca se había visto. Los vecinos de Iniesta acudieron en masa a coger grana en los lugares llamados Cerro del Lobo, los Arenosos y Las Madrigueras. Tal derecho de coger grana previa concesión de licencia y pago de doscientos maravedíes parece que ya se otorgaba a algunas casas limitadas de Iniesta, pero ese año se concedió ilimitadamente a todos los vecinos de esta localidad por faser mal a los de Villanueva.

La recogida de la grana venía marcada por el uso y la costumbre y por las ordenanzas de Alarcón. La pena por coger grana en época de veda estaba castigado con multas de seiscientos maravedíes. Cuando se alzaba la venda, el concejo de Alarcón tenía obligación, a través de los caballeros de sierra e los guardas, de hacer saber tal hecho en los ocho días anteriores. En ese periodo de ocho días, parece que la licencia para poder coger grana estaba sometida a un canón de veinte maravedíes, aunque sí se recogía con azadón se gravaba con los seiscientos maravedíes; sin embargo, lejos de pagarse canón por la expedición de algún tipo de albalá parece que se cobraba en el mismo momento de la recogida. El hecho es que a finales del siglo XV no se pagaba ya canon alguno y existía un libre aprovechamiento del monte que daba lugar a disputas continuas entre los vecinos y a una carrera desenfrenada por ser los primeros en iniciar la recolección. Los mismos vecinos nos dicen en sus testimonio que salían  a  furtar la grana al amanesçer, armados con lanzas y puñales.

En la Hoya del Mojón se encontraban dieciocho moradores de Tarazona un 25 de mayo de 1497 cogiendo la grana, armados con lanzas y con tres de sus vecinos a caballo, vigilando un posiblemente acercamiento de caballeros de sierra, elementos más disuasorios que los veinte maravedíes de pena, cuando un sastre les avisó que los caballeros de sierra de Alarcón iban en su búsqueda. El origen del conflicto radicaba en que al parecer los vecinos de Alarcón habían sido desplazados del lugar por los de Tarazona y obligados a coger grana una legua más allá en Casa el Simarro. Eran sabedores que los de Alarcón pretendían tomarse la justicia por su mano, por eso, según bajaban por el camino real hacia Tarazona iban fabricando hondas de esparto, necesarias para una pelea que se hacía evidente. Corriendo fueron a su pueblo, a la parte que estaba en jurisdicción de Villanueva, tapando la calle estaban varios caballeros de Alarcón, Egas de Ágreda, un Villanueva, un Montoya y un Padilla, junto a dos peones, para cortarles el paso a ese espacio franco de jurisdicción real que les protegía. Con ellos, en la llamada calle de los Tenderos, se toparon Alonso de Mondéjar, Benito Picazo, Martín Picazo, Alonso Escobar y otros aldeanos. Los tarazoneros sabían lo que les deparaba si eran detenidos en término de Alarcón, pues en los días anteriores hasta cinco vecinos de Villanueva de la Jara fueron llevados a la cárcel de Alarcón; por eso pelearon durante media hora a lanzazos y a pedradas. Una de las piedras derribó a un peón de Alarcón llamado García Sánchez, otra al caballero Sarantes. Alertado Diego del Castillo, que estaba comiendo con otros hombres en casa de Miguel Sánchez de Picazo el viejo, acude  a apoyar a sus caballeros. Es ahora cuando se entabla una batalla total en la plazuela de Juan Tabernero, con los tarazoneros haciéndose con dos caballos de los de Alarcón y levantando barreras con carros para defenderse, los caballeros, arrinconados se vieron obligados a retraerse en la iglesia de Tarazona
que en esto los de la dicha villa de Alarcón se començaron a rretraer e que llegó el dicho Diego del Castillo e los otros de cauallo con los cauallos e armados a fauoresçer los suyos que peleauan con los de la dicha aldea e que se retraxeron con ellos fasya la yglesia e los de la dicha aldea no pasaron de la dicha plaça de Juan Tauernero e fisieron barreras con carros e otras casas para se defender e que estando el dicho alcaide e los otros susodichos çerca de la yglesia dentro del término de la dicha aldea el dicho Diego del Castillo dixo a este tesstigo cómo esto me tenyades guardado en vuestra casa, mas vos señor a esto venistes a mi casa, e que asy el dicho alcayde con la dicha gente se salio fuera del término de la dicha aldea para el término de Alarcón más baxo de la dicha yglesia que estouieron allí un rrato e que después se pasaron de la otra parte 
Contemplando la escena, un humillado alcaide de la fortaleza de Alarcón, acompañado de otros treinta o cuarenta hombres a caballo, que demostraba más valentía con sus palabras que con sus actos
Diego del Castillo ençima de un cauallo con una lança e un adarga e unas coraças disyendo que juraba a Dios que auía de entrar en la dicha aldea e alançealos a todos e poner fuego al dicho logar
El conflicto de Tarazona había recobrado por un momento el viejo enfrentamiento entre sebosos, acusados de judaísmo, y almagrados, o cristianos viejos. Así lo narraba Alonso de Vera, criado del señor de Cervera
e a la plaçuela donde la dicha gente estaua que avría en ella quarenta o çinquenta onbres aramados con lanças e coraças e ballestas e otras armas e que se conçertaron que le diesen sus cauallos e que a este testigo e al dicho buedo les echaron de la barrera disyendo fuera los judíos e que todos heran judíos poniéndoles las lanças a los pechos e que cada uno de ellos se mataría con dos de los judíos
Las acusaciones de judaísmo pronto alcanzaron a Diego del Castillo. En los momentos de tensión que se vivieron en los sucesos de Tarazona, Alonso de Mondéjar le espetó en la cara al alcaide de Alarcón la acusación de judío.
e el dicho alcayde e Alonso de Mondéjar atrauesaron palabras e el dicho Alonso de Mondéjar dixo al dicho alcayde que el puto judí auía venido allí a tienpo de pagar e que el dicho alcayde le rrespondió no me lo dezís eso por quien se dexa de faser lo que se a de faser lo dezís
Entre Alonso y el alcaide los odios se remontaban al tiempo de las guerras del Marquesado, cuando Diego del Castillo mató al padre de Alonso Mondéjar en Villanueva de la Jara. Aquel día de mayo de 1497, Diego del Castillo, se marcha enojado y humillado, amenazando con destruir la aldea de Tarazona. Va en busca de más peones a Pozo Lorente, volviendo a Tarazona, cuyos moradores se han encastillado con barreras de carros. Sobre este carácter encastillado de Tarazona nos da fe Martín de Zapata
que ya los vesynos de la dicha aldea tenían puestas talanqueras en las calles e honbres en los tejados por guardas e atalayas e las mugeres trayan pyedras
Ante la inesperada resistencia, Diego del Castilllo se mantiene indeciso, abandonando el lugar camino de la dehesa de Galapagar (en el soto de Fernando Bravo), donde pasa la noche de nuevo a la intemperie, y de mañana llega a La Roda en busca de aliados. Mientras Diego Páez llega desde a Alarcón, donde recibe la noticia que el alcaide ya ha marchado. Diego Páez marcha a La Roda también, donde Diego del Castillo ha dejado allanado el terreno para la recluta de hombres. El alcaide mientras recorre los amplios términos de Alarcón en torno a la ribera del Júcar, prendiendo a furtivos de la grana, entre ellos al molinero del molino de la Focecilla; vuelve a Tarazona tres días después por el camino de las Escobosas, acompañado de más hombres armados que aporta Diego Páez; como ave de presa, coloca un paño de lienço blanco en una lança por bandera en un cerrillo y da varias vueltas alrededor de la villa para atacarla, pero no se atreve. Antes ha pedido refuerzos de gente armada, además de La Roda, en las villas de Belmonte y Castillo de Garcimuñoz. En las dos últimas villas busca aliados, en La Roda cree tener el favor de sus vecinos, pues entre Alarcón y La Roda hay establecida hermandad para la guarda y recogida de la grana. Ambos concejos se reúnen en los molinos de la Losa para su derrota o desvedamiento. Pero los rodeños dan la espalda a Diego Páez en Villalgordo, aldea de Villanueva de la Jara, negándose a marchar en una operación de castigo contra sus vecinos tarazoneros. Las dudas de los de Alarcón chocan con la decisión de los jareños, que al mando de sus alcaldes acuden con treinta hombres armados, entrando en la aldea, dispuestos a defender a sus paisanos. También acuden los hombres de Quintanar del Marquesado, hasta en número de sesenta, al mando del alcalde de la hermandad de Villanueva Juan Martínez Prieto. Nuevos hombres llegan hasta concentrarse en número de trescientos para defender la aldea.
e después de acaesçido el dicho escándalo este testigo e otros vesinos de Villanueua e del Quintanar fueron a la dicha aldea de Taraçona syn armas (no es esa la opinión de otros testigos como el alcalde de la hermandad Juan Martínez Prieto que dice se trataba de setenta hombres armados con piedras) e estouieron allí dos o tres días porque se dezía que Diego del Castillo llegar gente de toda la tierra del marqués para sobre la dicha aldea diziendo que la auían de quemar

En la entrada de Tarazona, los alcaldes jareños Alonso de Cañavate y Fernán Simarro y un vecino llamado Miguel García salen al encuentro del alcaide para evitar el enfrentamiento. Diego del Castillo da marcha atrás y evita la pelea. Se ha quedado solo y sin aliados. Abandona la villa, camino de Quintanar del Marquesado. Camino del Quintanar todavía puede ver a ochenta jareños armados que, desconocedores del compromiso, se dirigen a apoyar a sus vecinos de Tarazona. El alcalde jareño Fernando de Simarro, que ha actuado como mediador en todo el conflicto, les hace volver a sus hogares. Diego del Castillo ha perdido su partida frente a Villanueva de la Jara y Tarazona
e que vieron como la dicha gente se abaxó (del cerro o teso donde se habían situado los treinta caballeros de Alarcón) fasya la cañada de Villanueva e quitaron la vandera e el dicho alcayde con la dicha gente se fue después de la dicha tregua camino de Villanueva (en realidad de su aldea de Quintanar) syn faser cosa ninguna con la dicha gente

El posible origen de Casasimarro


En la solución amistosa jugó un papel fundamental Fernán Simarro, alcalde de Villanueva de la Jara, que mantendrá en todo el conflicto una posición de entendimiento con Diego del Castillo. Será Fernán Simarro el que garantizará esa misma noche un descanso sin problemas en la belicosa Quintanar del Rey. Pero ahora la figura de Fernán Simarro nos interesa por otro motivo. En el expediente estudiado se nos habla de la Casa de Fernán Simarro. Creemos que en torno a las casas de Fernán Simarro nacería la futura población de Casasimarro. Ahora nos aparece como una única casa, lugar de descanso y aposento en los desplazamientos de Alarcón hacia el sur. Un lugar insuficiente para albergar a la treintena de caballeros que acompañan a Diego del Castillo, pues deben pasar la noche al raso, en el campo
e fueron a çenar aquella noche a la casa de Symarro e que çenaron allí e fueron a dormir al canpo
Las referencias a la Casa el Simarro o la Casa Fernán el Simarro son continuas en el expediente que estudiamos. Estaríamos pues al nacimiento de una aldea en torno a la casa de uno de los principales vecinos de Villanueva de la Jara, Fernán Simarro, alcalde de la villa en 1501; otro Alonso de Simarro es procurador de la villa en la Corte. Tal idea coincide con el nacimiento de las diferentes aldeas de Villanueva de la Jara en torno a alquerías o quinterías, que en el lenguaje de la época, sin equívocos, se les llama casas, nombre que permanece en la toponimia actual. Las Relaciones Topográficas así nos lo dicen
que los dichos pueblos se llaman Gil García, e Madrigueras e la Casa Simarro. Que han oído decir que el lugar de Gil García se llama así porque el primero fundador se llamaba ansí, e lo mismo de la Casa Simarro

La naturaleza regional del conflicto de la grana

El conflicto de la grana transcendió la aldea de Tarazona para convertirse en un conflicto regional. Un mercader sanclementino, llamado Álvaro Peñafiel, que andaba vendiendo sus mercadurías en las casas de Villalgordo (que por entonces no tenía ni siquiera la condición de aldea), se hacía eco de los combates de Tarazona, mientras que con simpatía contaba cómo a un vecino de Alarcón le había roto un tarazonero de nombre Miguel Porras varias costillas a pedradas. En las casas de Villagordo, junto al río Júcar, cogían la grana unos vecinos de Belmonte, Vara de Rey, Villarrubia o de Minaya. No todos tenían el derecho como moradores del suelo de Alarcón, pero se igualaban o concertaban por cierta cantidad con el alcaide de Alarcón para ejercer ese derecho. Hasta Villalgordo acudieron varios vecinos de La Roda, correspondiendo al compromiso que la villa tenía con la de Alarcón para guardar la grana, pero pronto declinaron la invitación de Diego Páez de marchar sobre Tarazona para castigar la aldea. La traición de los rodeños sería sentida por los de Alarcón, pues entre los veinticinco caballeros acorazados y armados que salieron a guardar los montes de Alarcón estaban los principales oficiales de la Roda: su alcalde García Carretero o el regidor Fernando González de Huete. Los caballeros de La Roda manifestaron sentirse engañados por Diego Páez, pues su misión era guardar los montes frente al hurto de grana. Pero el hecho de que salieran fuertemente armados, y que a los caballeros acompañaran hasta cuarenta peones (según otros testigos la cifra subía a ochenta), repartidos y reclutados entre las diferentes cuadrillas de La Roda, parece demostrar que eran conscientes que iban a una operación de guerra. De la Roda salieron por el Vado de Romanejos, siguiendo hacia arriba el curso del Río Júcar, hasta llegar a Villalgordo. Allí tuvieron noticia del alcance del conflicto (hasta Tarazona habían acudido hombres armados de Villanueva de la Jara y Quintanar), decidiendo volver a su pueblo.

Después de los sucesos de mayo de 1497, los conflictos continúan en años sucesivos. El mismo año los incidentes se reproducen entre jareños y caballeros de la sierra en la aldea de Gil García. Otro mayo, un lunes de 1500, los aldeanos de Villanueva de la Jara, pero también algún motillano como Juan Aparicio, se encuentran recogiendo grana en las tierras de una aldea ya desaparecida, conocida por el nombre de Juncillera, fasya la parte de Albaçete; concretamente, en los llamados Llanos de los Vallejos, entre los dichos valles e la foya Mondéjar e los Llanos de la Mata Alvar. Allí son sorprendidos por Diego Páez y otros diez caballeros de Alarcón que arremeten a lanzazos contra ellos y los ponen en fuga. Los caballeros de Alarcón no dan tregua a los aldeanos de Tarazona, que, ofendidos, el domingo anterior han recibido la noticia de la libertad de los vecinos de Iniesta para recoger grana.

Estos incidentes de 1500 se producen una vez desvedada la grana, los de Tarazona acuden a recogerla; en ese momento ya hay ochenta vecinos de Alarcón e Iniesta cogiendo grana, los de Alarcón con sus carros y bestias han pasado previamente por medio de la aldea provocadoramente. Pasan en silencio, hasta que los tarazoneros arrancan de uno de ellos las palabras deseadas: la grana está derrotada. Es entonces cuando los vecinos de Tarazona marchan en tropel (hasta ochenta o cien personas de la aldea y resto de la tierra de Villanueva) con sus aparejos, y sus armas, hacia el monte, pero al poco de empezar el trabajo, llegan los caballeros de sierra, que arremeten contra los de Tarazona al grito de mueran los traidores, a palos, lanzazos y con ballestas. Entre los caballeros de Alarcón están dos hijos (de nombres Pedro de Castañeda y Antón de Castañeda o Granado) de Diego del Castillo, este otro alcaide de Ves, y los ya conocidos hermanos Rodrigo y Fernando Padilla, Lope de Cibdad, vecino de Tébar, un Serna, los Salantes y Juan de Villanueva. Pero no hemos de pensar en unos tarazoneros inermes, pues recuperados del ataque sorpresa se atrincheran detrás de sus carros para dar la batalla. Es sólo entonces cuando los hijos del alcalde de Ves deciden poner paz en el asunto y se suspende la recogida de grana, retrayéndose todos hacia la parte del río. Al día siguiente los tarazoneros vuelven a su aldea, pero los más atrevidos se quedan cogiendo grana. La respuesta de los caballeros de Alarcón es el embargo de algunos bienes como calderos, azadones, honcetes y también armas. El que peor sale parado de los tarazoneros es un criado de Miguel Remón, un tal Juan Aparicio; herido, es despojado de la grana, de sus armas y de una capa.

En los incidentes de 1500, una vez que solo habían quedado unos pocos tarazoneros, se le escuchó a algún caballero de sierra decir que oy es nuestro día, tenemos ventaja en las armas. Lo que dice todo sobre sus intenciones y de los odios persistentes. En 1501, las que sufren las afrentas son dos mujeres de Tarazona. Ya en 1497 le habían levantado las faldas a la hija de Martín Tabernero para quitarle la grana. Tres años después un nuevo incidente entre Rodrigo de Padilla y Juana López, mujer de Alonso Picazo, la mujer e hija de Miguel Remón y la mujer de Juan de Mondéjar, mientras cogían grana, duele mucho en la aldea. Las mujeres se sienten deshonradas, no tanto por el embargo de la grana como por el modo, abriendo y rasgando las sayas de las mujeres donde la habían escondido, y por las palabras injuriosas proferidas por Rodrigo Padilla: sucias. Por otra parte, la queja más repetida por los tarazoneros es cómo eran molidos a palos por los caballeros de la sierra en cualquier ocasión y sus bienes prendados. Un caso singular es el de Bartolomé Tendero; quizás más atrevido que sus convecinos acudía con azadón a recoger la grana y con ballesta. Le sería confiscada la ballesta, el capacho de grana recolectada y pagaría con una cuchillada en el carrillo su osadía.


La baja nobleza regional frente a las villas de realengo

Las relaciones entre los de Alarcón y los de Tarazona habían llegado a una situación de odio extremo. Las diferencias venían de antaño y salieron a relucir en los enfrentamientos de 1497. Era la primera vez en treinta años que un alcaide la fortaleza de Alarcón se ponía al mando de un grupo de hombres armados para guardar la grana; dos generaciones antes lo había hecho un alcaide llamado Diego de Villaseñor, pero ahora el conflicto era más grave.  Además, Diego del Castillo en su razzia sobre Tarazona buscó el apoyo de otros señores, como Alonso Álvarez, señor de Cervera y casado con la hermana de Diego del Castillo, o Pedro Ruiz de Alarcón, señor de Buenache y casado con la sobrina del alcaide; se sumaron además caballeros de Belmonte y Castillo de Garcimuñoz. Es más, la decisión se tomó con la presencia de Juan Ruiz de Molina, del consejo del Marqués de Villena, presente en ese momento en Alarcón y Antonio Buedo reconocía que la orden de una razzia armada contra Tarazona era del propio don Diego López Pacheco y así se lo comunicó el alcaide de Alarcón. Así el conflicto se presentó como una vendetta de la baja nobleza contra las villas de realengo, pero con ramificaciones que apuntaban más alto.

La cabalgada del alcaide de la fortaleza de Alarcón es una acción militar consciente de una nobleza feudal para mantener su poder en la comarca. Cuando los caballeros que envía Pedro Ruiz de Alarcón llegan a la villa de Alarcón, el propio Diego del Castillo es el que advierte que no van suficientemente bien armados para la operación a la que van destinados, que se concibe como misión de guerra. La decisión misma se toma en presencia de un consejero del marqués de Villena; pero nos es más indicativo que los caballeros armados que acompañan al alcaide de Alarcón, además de los criados y caballeros armados de Alarcón y algún paniaguado del alcaide en otras villas (así Sepulveda de Vara de Rey), son criados de parientes pertenecientes a la nobleza regional. El alcaide de Ves Hernando del Castillo aporta a sus dos hijos, Alfonso Alvarez, señor de Cervera, aporta cuatro caballeros (Antonio de Buedo, Pedro Redondo, vecino de Montalbanejo y criado de Pedro Coello, Alonso de Vera y Fernando Álvarez), Pedro Ruiz de Alarcón, señor de Buenache, varios caballeros (Fernando López, Pedro Jiménez de Buenache, Francisco Flores y Diego de Alarcón), y Hernando del Castillo del Arzobispo, alcaide del Castillo de Garcimuñoz, al joven García Zapata. Todos ellos a caballo, armados con coraza, lanzas, adargas y espadas, y acompañados de varios peones. Pero la expedición es en un principio privada, pues los hombres que acompañan a Diego del Castillo son los aportados por sus parientes y solo en un segundo término se incorpora el concejo de Alarcón con sus hombres y caballeros armados. Incluso entonces hay un desigual comportamiento entre Fernando de Montoya y otros caballeros de Alarcón, actuando como simples clientes del alcaide, y el modo de actuar de Diego Páez, que responde a los mandatos del concejo de Alarcón y acude con sus propios hombres armados hasta Tarazona, pero que a diferencia del alcaide, intenta moverse en la línea de compromisos de Alarcón con otras villas como La Roda o mantiene una actitud tibia en los momentos decisivos de la llamada quistión de Taraçona.

El interés económico del Marqués de Villena en la expedición es evidente, por el monopolio que pretendía de la recogida de la grana y su fiscalidad. Todavía en 1497, sabemos que Juan de Sevilla, enviado por el concejo de Alarcón, está en Aragón intentando concertarse o igualarse con vecinos de aquellas tierras para recoger la grana; mientras la realidad era que los jareños cogía la grana sin sazonar, estando como leche. En el caso de Diego del Castillo se trataba de recuperar su autoridad ante unas villas de realengo cada vez más insolentes, en especial, Villanueva de la Jara. No olvidemos que la expedición se decide después que dos caballeros de sierra vuelven a Alarcón después de ser humillados y expulsados del campo por los jareños. La participación del resto de la baja nobleza responde a las solidaridades familiares nacidas del parentesco. Y sin embargo, una operación de castigo tan pensada fracasó. Diego del Castillo se vio sorprendido por la resistencia de Villanueva y sus aldeas, que llegaron a concentrar en Tarazona trescientos hombres y desplazaron hasta el lugar una carreta llena de armas para organizar la defensa de la aldea. La segunda razón del fracaso es la traición de La Roda, incumpliendo los compromisos adquiridos con Alarcón sobre la grana; La Roda no quería ir contra sus vecinos,en sus propias palabras, porque, añadimos nosotros, era ir contra los tiempos de unos pobladores de la llanura que con su esfuerzo común estaban conquistando el espacio agrario.

En el fondo, el equilibrio de poder entre tierras de señorío y tierras de realengo se estaba inclinando a favor de éstas últimas. Esto era especialmente visible en el caso de Villanueva de la Jara. Si villas como San Clemente aún tendrán que esperar al cambio de centuria para iniciar el despegue económico y demográfico, en Villanueva de la Jara, la existencia de un extenso hinterland ofrecía un amplio espacio de desarrollo económico y colonización a las aldeas. Son aldeas como Tarazona, Quintanar del Marquesado o Gil García ( y las casas aisladas que darán lugar a nuevos núcleos) las que darán salida al excedente demográfico de Villanueva de la Jara, que ve cómo desde 1490, una vez superada la crisis de la guerra, sus vecinos ocupan el espacio casi desértico de las aldeas. El incipiente desarrollo agrario tenía muy poco peso respecto a las actividades tradicionales como el pastoreo o la recolección de los frutos del monte: piñas, grana o bellota. Pero fue en estas actividades tradicionales que empezaban su fase de declinar en las que se presentó el conflicto entre Alarcón y Villanueva de la Jara; por contra, el establecimiento de alquerías por los vecinos más acomodados como García Mondéjar en el Vado del Parral, Miguel Remón en Casa Cardosa, Fernán Simarro en la Casa de Simarro y, es posible, que también los Ruipérez en Pozo Lorente, donde tenían intereses ganaderos, daba lugar a un juego alterno de entendimientos y disputas entre el alcaide de Alarcón y estos nuevos propietarios. En suma, los sucesos de Tarazona anunciaban el cambio radical de la economía agraria del primer tercio del siglo siguiente y el auge definitiva del realengo y la llanura frente al señorío y los concejos militares. Al mismo tiempo, el amplio desarrollo de la propiedad privada condenó al pasado a los bienes comunales. Esa ambivalencia de auge de unos y declinar de otros lo supo ver con clarividencia un testigo
e que sabe que los de Villanueva son más que los de Alarcón e más rricos porque en la dicha Villanueua ay quinientos vesynos (incluye sus aldeas) e en Alarcón çiento e çincuenta vesynos

Enfrentamientos entre Alarcón y Villanueva de la Jara y su aldea Quintanar del Marquesado

El acoso de los vecinos de Tarazona para evitar que cogieran grana lo padecían los vecinos de la villa de Villanueva de la Jara. En 1489 se llegó a un concierto entre las villas de Alarcón y de Villanueva, pero la solución de un compromiso fue un fracaso. Antaño, cuando Villanueva era aldea de Alarcón, más allá de lo que dijeran las ordenanzas, parece que las penas por coger grana se fijaban en veinte maravedíes, pero desde la exención de Villanueva tras las guerras del Marquesado, la pena impuesta, independientemente del caso, era de seiscientos maravedíes. Pronto se pasó al embargo de bienes y prendimiento de personas. En 1497, dos vecinos de Villanueva, de nombres García de Zamora y Juan de Tébar, fueron presos y llevados a Pozo Lorente por coger grana en la Hoya de Matacán. Ese mismo año, cuando el alcaide abandona Tarazona, Fernando López de Anguix y otros dos jareños son sorprendidos cogiendo grana en las Madrigueras, que por entonces debía ser lugar de cierta entidad pues allí comió Diego del Castillo con sus hombres y se entabló cierta discusión por el pago de la comida. Pero a medio día se desveda la recogida de grana. Fernando López de Anguix se las tendrá que ver de nuevo con la justicia de Alarcón, pero el asunto de la grana deriva ya a otras diferencias que marcarán el siglo siguiente. Nos referimos a la intromisión de los vecinos de Villanueva de la Jara en la ribera del Júcar. Consecuencia de esta injerencia fue que los caballeros de sierra de Alarcón apresaron a Fernando de Anguix y derribaron un batán junto al río Júcar, en el actual término de Sisante, en cuya construcción había empeñado 30000 maravedíes. Aunque las diferencias de este Anguix con los de Alarcón tenía un supuesto origen en la grana, es evidente que la causa real de las diferencias era la construcción del batán. Era tal el odio que despertaba que salvó de milagro la vida al intentar ser apuñalado por un tal Diego Chamizo.

Los incidentes de Tarazona tuvieron su origen cuando una veintena de vecinos de Villanueva de la Jara, entre los que destacaba la familia de los Herreros, cogían grana en el paraje de las Arenosas; iban armados, vigilaba a caballo un vecino de El Peral llamado Pedro de Espinosa, al ver aparecer a los caballeros de sierra de Alarcón, lejos de darles la grana, los acosaron con sus lanzas y pusieron en fuga. Los caballeros de sierra fueron con sus quejas a Diego del Castillo, que prepararía la expedición de castigo ya conocida y su fallido intento de quemar Tarazona. Diego del Castillo saldría de Alarcón con la intención de dar un escarmiento definitivo. Primero fue con diez hombres a caballo hasta Quintanar del Marquesado, donde se juntó con otros caballeros de sierra, luego en el cerro del Lobo apresó y embargó aparejos a seis vecinos de Villanueva, entre ellos, miembros de la familia de los Herreros, que fueron llevados presos hasta la entonces llamada Casa de Fernán Simarro; los de Alarcón siguieron su camino, aunque algunos se separaron para herrar sus caballos; por el campo encontraron a varios vecinos de Iniesta cogiendo grana, los apresaron y dejaron encarcelados en Gil García; llegados a Iniesta herraron a sus caballos y volvieron de nuevo para juntarse con el alcaide Diego del Castillo en Quintanar y dirigirse a Tarazona. Tiempo después, García Escribano, fue multado con dos ducados por coger grana. Martín González fue sorprendido el viernes posterior al Corpus de 1500 en el camino de Juncillera. De nuevo el modo de operar de los de Alarcón se repetía. Un grupo numeroso, ocho hombres a caballo y doce o trece peones, atacaban a los jareños con lanzas, adargas y ballestas, con la excusa de que la grana no estaba derrotada, cuando al lado veían a vecinos de Alarcón cogerla con total impunidad. De la importancia de esta actividad para las economías de la época da fe que ese día había cincuenta de Alarcón y cien de Villanueva y sus aldeas. Peor fue el calvario pasado por Gil Carralero, alguacil de Villanueva, fue sorprendido cogiendo dos celemines de grana en la Hoya del Mollidar y condenado a seiscientos maravedíes y al embargo de un capote de dos mil maravedíes, siendo conducido, junto a otros dos presos, a Alarcón, maniatados y uncidos a un cabestro como a los moros. No siempre los jareños aceptaban su suerte, así cuando Juan Valverde llevaba un ganado embargado a Alarcón, vio aparecer armados ante sus ojos a veinte caballeros jareños y otros cien de pie

Aunque si a alguien tenía por enemigos, el alcaide de Alarcón, era a los lugareños de Quintanar del
Quintanar del Rey
Marquesado, a los que acusaba de esquilmar de grana de los campos. Los quintanareños mostraban una celosa solidaridad, acudían en grupos numerosos a coger la grana y se organizaban para defenderse de los caballeros de sierra, levantando atalayas de vigilancia. Aunque su precaución no les libró de la acción del alcaide de Alarcón, que apresó a varios vecinos durante su estancia en Quintanar en 1497, antes de emprender camino a Tarazona.

Aunque las quejas de los de Villanueva no iban tanto por la grana. Existían viejos conflictos, como el pleito pendiente por la Hoya de Robresillo, una dehesa de caza, pero ahora las quejas se extendían al entorpecimiento que sufrían los jareños por las trabas al libre aprovechamiento de la tierra de Alarcón y a la libertad de paso de personas y mercancías, trabas que se sumaban al conjunto de tropelías de que eran víctimas. Gómez Moreno vio cómo le era arrebatado un costal de piñas. Otro vecino fue apresado y multado por intentar llevarse un pino caído. Tanto Gómez Moreno como su hermano sufrían la requisa arbitraria de trigo, cuando iban al molino de la Losa, propiedad de Alonso del Castillo. Pedro de Valera fue enviado a Alarcón a pedirle al alcaide el pago de la alcabala del viento por el trigo que tiempo antes había vendido en Villanueva; la escena que a continuación siguió merece contarse. A Pedro de Valera no le faltaba hombría; se presentó ante Diego del Castillo con una carta de pago en una mano y asiendo el puño de su espada con la otra, enfrente el alcaide, que colérico, viendo interrumpida la partida de tablas que estaba jugando, se abalanzó sobre Pedro de Valera cogiéndole de los pechos
e echó mano de a su espada deste testigo e ge la sacó de las manos por fuerça e le dio dos cuchilladas e una estocada e que la gente que allí estava dio bozes a este testigo diziendo que fuyese e no esperase que le matara e que asy començó a fuir e el dicho Diego del Castillo corriendo tras él fasta la casa de Juan de Valladolid barvero e que allí venía por la calle del dicho alcaide e le mandó (a un esclavo negro) que matase a este testigo diziendo muera el traydor e que el dicho negro tiró a este testigo dos piedras de la una de las quales le açertó en la cabeça e que este que depone se metió en la dicha casa de Juan de Valladolid e que el dicho negro entró tras él e tomó una lança e que en esto llegó Montoya e los despartió e a este testigo començaron a curarle
Pedro de Valera sería llevado a casa del alcaide por la mujer de éste, doña Mayor, recibiendo todo tipo de cuidados y consejos para que no denunciara el incidente.

A Gil Martínez de Torrepineda, propietario de ciento cincuenta cabezas de ganado le embargaron treinta ovejas en el campo de San Benito, término de Alarcón, a Benito Yubero seis y a Pascual Herrero cinco. ¿Por qué? Pues un pretendido derecho alegado por Alarcón de tomar el quinto de sus ganados a los forasteros que pastaran con sus ganados en su tierra
que a los que no son vesinos e fallasen ganado en el término de Alarcón los caualleros de la syerra de la dicha villa de Alarcón les puedan tomar el quinto
Había casos más chocantes, como el acaecido a Pascual de Buenache, un vecino de Villanueva de la Jara. Mientras araba con un buey en el lugar llamado Peña Arenosa, se presentó Pedro Granero (o Granado, que esta variante del apellido es la que dominaba entonces), con vara de alguacil y acompañado de un Montoya. Su buey sería requisado como pena por haber descalabrado a un hijo de Fernando de Ávila. De poco sirvieron las alegaciones de Pascual, cuyo caso estaba siendo juzgado por la justicia de Villanueva y que en ningún caso se trataba de un delito de sangre, es decir, en la justicia de la época al no haber sangre no correspondía el secuestro del buey.  Los moradores de Tarazona y de la tierra de Villanueva en general jugaban con su incertidumbre jurídica. Especialmente aquellos moradores de Tarazona y Gil García que vivían en casas de sus aldeas cuyo suelo era término de Alarcón o los labradores de Quintanar que tenían sus explotaciones en las dehesas de Alarcón, como la de Galapagar. Jurídicamente dependía de la justicia de Alarcón, pero ellos mismos se consideraban vecinos de Villanueva de la Jara, ante quien solían pender los pleitos. Pero no opinaba lo mismo la justicia de Alarcón que cuando tenía especial interés en los asuntos hacía uso de su jurisdicción, juzgando, embargando bienes o apresando a los delincuentes e infractores.

La apertura de una nueva realidad frente a los abusos señoriales

El caso es que a finales de siglo, la libre recogida de la grana se ve entorpecida por el alcaide de Alarcón. Reservando dicho derecho a los vecinos de la villa de Alarcón e introduciendo a forasteros, ajenos a la tierra de Alarcón o de lugares de señorío en la recogida a cambio del pago de un canon, que respondía a una iguala previa. La iguala o avenencia escondía en realidad un intento de monopolizar la recogida de la grana por la familia Castillo. Ya en 1494 había traído moros del Reino de Aragón para tal tarea. El malestar contra Diego del Castillo fue creciendo en la comarca. Junto a la negación de los viejos usos comunales de la Tierra de Alarcón, no se perdonaba su actuación como un condotiero, que en sus cabalgadas, acompañado de la vieja nobleza de Alarcón, imponía exacciones de día en día peor llevadas por los aldeanos. Los de Pozo Lorente veían como los de Alarcón merendaban a su costa en el pueblo, uno de los vecino decía haber aportado dos cántaros de vino, una canasta de pan, queso y guindas; Juan de Moragón, vecino de la Roda, se veía despojado de dos carneros y un cuero de vino para alimento del alcaide y de sus hombres, e incluso los moradores de Tarazona, en un intento de aplacar a sus enemigos, llevaban víveres al teso desde el que Diego del Castillo y sus hombres amenazaban la aldea. Diego del Castillo rechazaba orgulloso los alimentos, no así algunos de sus hombres, al fin y al cabo, quienes se los ofrecían eran sus parientes. Otros simplemente pagaban por el pan y el vino, que la guerra no está reñida con el negocio.

Pero frente a los deseos del alcaide se empezaba a abrir una nueva realidad. Por los testigos del pleito sabemos que muchos de ellos acudieron desde Villanueva de la Jara a asentarse en Tarazona poco antes de 1490. Así podemos hablar de una primera expansión roturadora de tierras, una vez pasados los años postreros de la guerra del Marquesado. El crecimiento demográfico no fue tanto en las villas principales como en las aldeas dependientes. El caso más señalado es el de Villanueva de la Jara, que ve la consolidación de sus aldeas de Tarazona, Quintanar, Gil García o Villalgordo y la aparición de las primeras casas en puntos de encuentro y paso. Es un avance de la explosión económica y demográfica del primer tercio del siglo XVI. Este primer impulso económico no estuvo exento de contradicciones. En primer lugar disputa de los bienes comunales de la tierra de Alarcón y, a continuación, rompimiento y roturación de los espacios comunales. Así lo reconocía Andrés de Almodóvar y su mujer Picaza la vieja
labró e senbró e ronpió e cogió grana e se aprouechó de los términos de la dicha villa de Alarcón como los mismos vesinos guardando los pinos donzeles
Los abusos señoriales de Diego del Castillo, que se asemejan más a la rapiña de un malhechor feudal, fueron contestados por las villas de realengo. Muestra de ello es el reforzamiento de la solidaridad entre las aldeas de la tierra de Villanueva de la Jara. En los sucesos de Tarazona, sus moradores pidieron ayuda a sus vecinos de Quintanar, que acudieron fuertemente armados y tuvieron que ser sosegados por el alcalde jareño Fernán Simarro. A veces, la solidaridad era entre las villas, los jareños solían acudir conjuntamente con los de El Peral a coger grana en el llamado cerro del Lobo, cerca de Gil García. La picaresca de los caballeros de sierra de Alarcón les llevaba a evitar el enfrentamiento y no era raro que requisaran algún azadón como prenda de cambio para conseguir medio azumbre de vino. Lo que era evidente es que los jareños y los moradores de sus aldeas habían roto con el monopolio que de la recogida de la grana pretendían Alarcón y La Roda. Asimismo la mano de obra morisca había sido desplazada por conciertos individuales o familiares con vecinos de la comarca. Pero ese control de Alarcón de esta actividad con moriscos o igualas con sus convecinos chocaba con el derecho a coger la grana según los viejos usos comunes. A la altura de 1500, la recogida de la grana comenzaba a obscurecerse con otro conflicto ahora incipiente, pero que crecerá de modo salvaje en el primer tercio del siglo XVI. Nos referimos a la roturación de tierras; las quejas de los de Alarcón apuntarán a García Mondéjar, al que acusan de romper las tierras de la dehesa del Parral. No era el único, como acusaba Miguel de Ruipérez, hombre próximo a los intereses de Alarcón y su alcaide, y que tenía arrendada dicha dehesa.

La solución final del conflicto

Las diferencias entre Villanueva de la Jara y Alarcón, y su alcaide Diego del Castillo, vendrían vía judicial con la intervención del ya mencionado bachiller Lunar, juez pesquisidor, que el 27 de agosto de 1501 se pronuncia a favor de Villanueva de la Jara, condenando a Diego del Castillo y sus hombres. El alcaide fue condenado a pagar las costas del proceso y los salarios del juez pesquisidor su escribano. Se decretó prisión y embargo de bienes del alcaide y sus caballeros. Se procedió al embargo de bienes de los caballeros de Alarcón: Alfonso de la Jara, Álvaro de Villanueva, Rodrigo de Padilla, Martín Zapata, Martín de Valbuena, Cristóbal de Sarantes, Egas de Ágreda, Fernando de Padilla, Martín de la Serna, García de Tresjuncos, Juan de Valverde, Diego Páez y Martín de Olmedilla. Los intentos del juez pesquisidor por embargar los bienes fueron infructuosos en muchos casos como lo fue el intento de dar con la persona de Diego del Castillo. Por él respondieron en la fortaleza de Alarcón su procurador Rodrigo de Castro, su hermano Alonso del Castillo, Hernando del Castillo del Arzobispo y Alfonso de Origüela, que cerraron las puertas del castillo y se negaron a entregar los ocho mil maravedíes del salario del juez y los caballeros que en la fortaleza estaban refugiados, además de los que habían visto embargados sus bienes, Pedro Granero, Lope de Cibdad y Fernando de Montoya. Finalmente se dejaría pasar al bachiller a la fortaleza, pero para entonces los culpados ya la habían abandonado. El pesquisidor, dispuesto a cobrar su salario se fue hasta la villa de El Peral, allí embargó el trigo que tenía el alcaide y, para más oprobio, lo vendió en Villanueva de la Jara a cuarenta maravedíes la fanega; mal negocio, pues el trigo, en opinión del alcaide valía el doble. El resto lo sacaría el pesquisidor de las rentas que los labradores debían al alcaide por la explotación de sus tierras. El pleito acabaría muriendo en la Chancillería de Granada, que a comienzos de siglo sustituía a la malograda de Ciudad Real.


                                                              *******

(1) Así el origen de Tarazona dista bastante del presentado por la historiografía albacetense, presentada como aldea previa de Alarcón que pasa tras las guerras del Marquesado a jurisdicción de Villanueva de la Jara (GARCÍA MORATALLA, Pedro Joaquín: Tarazona del Marquesado de Villena (Concejo y gobierno municipal tras el privilegio de villazgo de 1564). IEA Don Juan Manuel. Albacete 2005. pp. 17-19. De hecho, el origen de Tarazona que presentamos coincide con el relato de las Relaciones Topográficas de Felipe II.
(2) Un estudio completo sobre la grana en el Marquesado de Villena en SÁNCHEZ FERRER, José: "La grana, un producto de la economía del Marquesado de Villena" en Congreso de Historia del Marquesado de Villena. IEA Don Juan Manuel. CSIC. Albacete. 1987. pp. 361-370

AGS. CRC. Expediente 97/1. Pleito de Villanueva de la Jara con Diego del Castillo, alcaide de la fortaleza de Alarcón, sobre abusos de autoridad en la villa y en Tarazona de la Mancha. 1501

Archivo General de Simancas,RGS, LEG, 150107, 472. Comisión al bachiller Martín de Lunar, a petición de Alonso de Simarro, procurador de Villanueva de la Jara, 16 de julio de 1501


ANEXOS


ANEXO I.- CONCEJOS DE VILLAS

Concejo de Villanueva de 2 de agosto de 1501

Juan Mondéjar y Martín López, alcaldes; Pascual López, regidor; Fernando Simarro, Martín Jiménez, Miguel de Ruipérez, diputados del común; Juan de Zamora, escribano del concejo; Juan de Córdoba y Pedro de Beamud, alcaldes de la hermandad.

Concejo de Villanueva de la Jara de 10 de agosto de 1500 (reunidos en la sala del nuestro concejo)

Juan García de Villanueva, alcalde ordinario; Miguel Ruipérez y Hernán Simarro, regidores; Antón Martínez, alguacil de la villa, y Pedro López, diputado del concejo, y Miguel de la Torre, corredor del concejo.

Concejo de Alarcón de 4 de agosto de 1501, en las casas del concejo

Diego Paez y Antón Sánchez Granero, alcaldes; Alfonso Yáñez, regidor; Diego del Castillo, Juan de Valverde, Rodrigo de Castro y Diego el Rubio, vecinos

Concejo de Alarcón de 17 de agosto de 1501, reunidos en la sala pública

Diego del Castillo, alcaide de la villa; Martín de la Serna, alcalde; Alfonso Cabeza de Vaca, criado, por juez en el dicho concejo; Álvaro de Villanueva, Alonso Yañez, regidores del concejo de la dicha villa; Gil de Olmedilla, Diego el Rubio, Bernardino Carpintero, Ginés Tello, Juan de Iniesta, Fernando de Molina, Benito Valero, Pedro Fernández, Francisco de la Orden, Alonso de Astudillo, Alonso de Ayllón

Concejo abierto de Tarazona de 6 de agosto de 1501

Estando en la plaça del dicho lugar muchos vesinos del dicho lugar en salida de misa, estando presentes Alfonso de Escobar, alcalde, e de los vesinos del dicho lugar Alfonso Sánchez de Solera e Juan Sánchez Tabernero e Alonso López, e Miguel Sánchez del Picazo, e Miguel Remón, e Martín Gómez, e Bartelomé Picaço, e Martín Picaço e Alfonso de Mondéjar (hijo de García de Mondéjar)


ANEXO II.- Relación de testigos que aparecen en el pleito (1501)

Vecinos de Alarcón

Pedro Granero, 35 años, caballero de sierra, e hijo de Juan Granero el viejo, de ochenta años.
Martín de Olmedilla, criado del alcaide, 45 años
Gil de Olmedilla
Martín de Bobadilla
Diego de Madrid
García de Tresjuncos, caballero de la sierra
Alonso de la Jara, caballero de la sierra
Cristóbal Sarantes, caballero de la sierra
Buedo, criado de Alonso Álvarez, señor de Cervera (no es vecino de Alarcón)
Pedro Molinero
Juan de Iniesta, escribano
Alonso de Ayllón, pregonero
Alfonso Yáñez
Juan de Valverde, 45 años, caballero de la sierra en 150, antes juez y alguacil de Alarcón
Diego de León, mesonero
Diego Páez
Gaspar de Agreda
Rodrigo de Padilla, caballero de la sierra
Fernando de Padilla, caballero de la sierra
Fernando de Montoya, caballero de sierra
García de Tripillas
Benito Sánchez de Cuenca
Juan de Valera
Fernando de León
Pedro de Paracuellos
Juan Tendero, regidor
Miguel Armero
Alonso Armero
Pedro de Olalla
Fulano Balboa
Jorge Merino, criado del alcaide
Egas de Ágreda
Álvaro de Villanueva
Santacruz, caballero de sierra
Cabeza de Vaca, caballero de sierra
Diego de Arévalo, caballero de sierra
Diego Chamizo
Diego de Alarcón
Juan de Sevilla
Sepúlveda, criado de Diego del Castillo
Martín Zapata, caballero de la sierra, regidor y procurador en la Audiencia de Ciudad Real, de 47 años
Ortega de Sevilla, guarda
Cristóbal de Illescas, criado del alcaide
Benito Sánchez de Cuenca
Martín Valbuena
Juan de Sevilla

Vecinos de Motilla

Martín Zapata
Miguel de Valverde
Fernán García, escribano, y su mujer Juana
Alfonso de Guadalajara, criado de Fernán García
Alfonso Mateos
Juan de los Paños
Antón Granero
Juan de Cigales
Martín Serrano y su mujer María de Iniesta
Juan Verdejo
Juan de Blasco
Juan de Aparicio, hijo de Aparicio Martínez, 21 años
Juan del Portillo
Fernando de Arona

Moradores de Tarazona en el término de Alarcón, se consideran vecinos de Villanueva

Miguel Remón, setenta años
Su hijo Juan Remón y su nieto Juan
Miguel de Fuenterrubia

Moradores de Tarazona en el término de Villanueva de la Jara

Alonso de Mondéjar, hijo de García de Mondéjar, 33 años. Se ha instalado en Tarazona hace diez años
García de Mondéjar
Juan Serrano, morador en Tarazona desde hace diez o doce años, procedente de Villanueva
Juan de Valverde, treinta años, llegado a Tarazona hace veinte años
Alonso López
Benito Picazo, cincuenta años,
Martín Picazo
Alonso Picazo
Alonso de Escobar, padre, cincuenta años
Alonso de Escobar, hijo, veintiún años
Juan Rubio
Andrés Rubio
Alonso de Solera
Simón Visiedo
Pedro Mesonero
Miguel Sánchez del Picazo el viejo, 65 años, aliado de Diego del Castillo, en cuya casa se hospeda
Miguel Rubio
Francisco Ruiz
Miguel de Piqueras
Miguel Sánchez de Piqueras el mozo
Lope el Romo
Juan de Aparicio
Bartolomé López
Martín Tabernero
Alonso de Solera
Bartolomé Sajardo
Juan de Gabaldón, hijo de Pedro de Almansa
Juan Tendero
Bartolomé Tendero
Chinchilla clérigo
Juan Lozano
Benito García, hijo de Miguel Remón
Bartolomé Martínez, clérigo
Juan de la Osa
Juan Mondéjar el viejo
Juan Herrero
Miguel de Porras
Juan Tabernero el viejo, 74 años

Vecinos de Quintanar

Antón Martínez

Vecinos del lugar de Buenache de Alarcón, que es de Pedro Ruiz de Alarcón

Álvaro de Cuenca
Marco de Cuenca, 40 años, natural de Villanueva de la Jara, desde 1485 vive en Buenache
Alonso del Castillo
Pedro Jiménez, hijo de Juan Jiménez (luego se traslada a Iniesta)
Fernando López, caballero
Francisco Flores, caballero
Alonso Sánchez Tejedor, peón con ballesta

Vecinos de Villanueva del Río, que es de Pedro Ruiz de Alarcón

Alfonso Sánchez el mozo

Vecinos de Castillo de Garcimuñoz

García Zapata, de 22 años, hijo de Martín Zapata, criado de Fernando del Castillo del Arzobispo. de niño había sido paje de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón

Vecinos de Tresjuncos

Diego de Molina

Vecinos de Villanueva de la Jara

Martín Sánchez de Atalaya, su casa de campo es utilizada como posada y cárcel, de cuarenta o cincuenta años
Miguel García, negocia con Diego del Castillo, junto a los dos alcaldes
Juan Caballero el Viejo
Alfonso González, alguacil
Alfonso Simarro, procurador
Juan de Zamora, escribano
Martín Quílez
Gómez García, hijo de Pascual García
Pedro Martínez Carralero, nacido en Alarcón, de 52 años, hacia 1475 llega con su padre a Villanueva
Gil Carralero
Pedro Moreno
Juan Zamora, procurador de Martín López y Juan Mondéjar, alcaldes, y de Alfonso Sánchez alguacil, y Pascual López y Alonso Ruiperez, regidores.
Alfonso García, escribano
Juan de Zafra
García de Zamora
Aparicio del Atalaya
Gil Simarro
Bachiller Sebastián Valera
Juan García de Villanueva, hijo de Juan García de Villanueva el viejo
Pedro Sánchez de Valera
Fernán Simarro, 55 años
Juan García de Villanueva
Juan de Tébar hijo de Rodrigo de Tébar
Juan Martínez Prieto el viejo
Benito Gómez, hijo de Benito Gómez el viejo, difunto
Miguel de Ruipérez,
Jerónimo de Olinos
Juan Prieto
Benito Bribano
Alonso Carretero
Fernando López de Anguix
Alonso Guilleme
Gil Martínez de Torrepineda
Pascual Herrero
Martín González,  42 años
Pedro Moreno, de 50 a 55 años
Gómez García, hijo de Pascual García, 25 años
Bachiller Sebastián de Valera, 19 años
Benito Yubero
Miguel Sanmartín
Pedro de Valera
Juan de Tébar
Alonso de Tébar
García de Zamora
Juan Martínez Prieto
Benito Gómez
Fernando de Buendía
Ferrán Martínez el Rubio
Fernán González Carpintero, 37 años
Miguel de Ruipérez, hijo de Juan Sánchez de Ruipérez. Aliado de Diego del Castillo
Pedro de Ruipérez, 43 años, hijo de Juan Sánchez de Ruipérez. Aliado de Diego del Castillo
Antón Granero, 36 años, vecino de Villanueva desde 1488, procedente de la aldea de Tébar, aliado de Diego del Castillo
Alonso Simarro, procurador de causas
Alonso García de Villanueva, 55 años
Bachiller Clemente, letrado de la villa

Vecinos de Iniesta

Pedro Jiménez de Buenache, antiguo vecino de Buenache de Alarcón
Pedro el Rubio
Alonso García de Cañavate
Gil del Campillo

Vecinos de Cervera, que es de Alfonso Alvarez

Antonio de Buedo, nacido y criado en Barchín del Hoyo

Vecinos de la Hinojosa, que es del Marqués de Villena

Alonso de Vera, al servicio de Alfonso Álvarez, 42 años,

Vecinos de Montalbanejo

Pedro Redondo, al servicio de los Coello,

Vecinos de Olivares, que es de Alfonso Alvarez

Fernando de Alvarez

Vecinos de la Hinojosa, que es del Marqués de Villena

Alfonso de Vera

Moradores de Valhermoso, aldea de Alarcón, que es de Juan Granero

Juan de Tresjuncos

Vecinos de Barchín

Juan de Torrubia, 65 años

Vecinos de San Clemente

Álvaro de Peñafiel, vendedor de lienzos y especias

Vecinos de La Roda

Quintanilla, regidor
Fernán González de Huete
García Carretero
Rodrigo Ruiz
Alonso el Calvo
Juan Redondo
Alonso Sánchez Prieto
Martín Fernández Quintanilla
Andrés de Almodóvar

Vecinos de Minaya

Martín de Villanueva

martes, 12 de septiembre de 2017

Santa María del Campo Rus según Tomás López (1787)


Descripción de Santa María del Campo Rus según el Diccionario Geográfico de Tomás López (1787):

La villa de Santa María del Campo Rus tomó su denominación de una hermita antigua de Nuestra Señora de la Concepción que havia en la situación donde se halla el conbento de religiosos calzados de la Santísimo Trinidad, muchos años antes que hubiese casas ni población (Fray Francisco de la Vega y Toraya, en la 2ª parte de las Crónicas de la Religión de la Santísima Trinidad. Libro 556). No se hallan documentos del villazgo, pero por los años de quatrocientos y sesenta se registran algunos papeles en la que la apellidan villa. Por los años de 1564 era propia de Don Antonio del Castillo Portocarrero; después se redimió y últimamente se vendió segunda vez de 1608 a Don Diego Fernando Ruiz Alarcón, del Consejo de Su Majestad, y por herencia se halla en la Casa del Excelentísimo señor duque de Granada de Ega, conde de Xavier, con jurisdicción alta, vaja, mero mismo imperio y actualmente consta de 490 y se gobierna por dos alcaldes ordinarios que elige el señor a propuesta de la villa.


Ay una sola iglesia parroquial, sin anejo, con la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. Extramuros de esta población y mui inmediato a ella está fundado desde el año de 1564 el conbento de los religiosos calzados de la Santísima Trinidad, con los privilegios del señor rey Felipe Segundo y del señor don fray Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca. Su iglesia es de vella fábrica y primor, su advocación Nuestra Señora de la Concepción cuya hermita y territorio cedieron el señor y la villa a la religión. En dicha iglesia se venera la prodigiosa imagen del Santo Cristo del Buen Temporal, de vulto de medio cuerpo desnudo, heridas las carnes, coronado de espinas, abiertas las manos y elevados los ojos al cielo, dávida de la señora doña Mariana de Austria, madre de Carlos Segundo a fray Diego Jacinto Galindo, religioso trinitario natural de dicha villa y confesor de la familia real. Dentro de la población se halla situado el santo hospital de Nuestra Señora del Amparo, patrona de la villa, que se venera en su hermita pequeña, situada en proporción para que puedan oir el santo sacrificio de la misa los pobres enfermos que se admiten de todas parte, y para su manutención y medicinas está agregado el medio beneficio servidero de esta parroquia y heredad de tierras, que todo compondrá la cantidad de quatrocientos ducados, poco más o menos.

Está distante de esta población, su capital la ciudad de Cuenca, diez leguas al levante, y dos leguas de distancia se miran las villa de Onrrubia y el Cañabate al mediodía, y a la distancia de tres leguas San Clemente, una legua y al poniente la villa de La Alverca, y otra legua y al norte la de el Pinarejo. La extensión de su término de levante a poniente es de una legua y diez partes de un quarto de otra. De mediodía al norte de legua y media, y de circunferencia, poco más o menos, de cinco leguas, regulada cada una por diez mil varas o pasos castellanos, y todo su término asciende a la cantidad de veinte y siete mil ciento quarenta y tres almudes, poco más o menos, según consta de las operaciones de la Unica Contribución.

Un pequeño arroyuelo de aguas saladas que no tiene denominación nace a la parte de el norte de este término y corre por junto la población hacia el mediodía; sale de esta comprensión por la casa del Villar de Caballeros, y se une en el Término de San Clemente por el que vaja desde la villa de El Cañabate.

Carece este territorio de montes y vosques, y sólo ay unas huertas pequeñas que no producen suficientes hortalizas para el avasto del pueblo.

No se halla documento de su fundación, ni armas ni otros monumentos de antigüedad. Se señalan entre los sujetos más condecorados de esta villa los ilustrísimos don Francisco de Alarcón, obispo que fue de Pamplona, y don Pedro Ruvio Benedicto, actual obispo de Mallorca, y el venerable fray Andrés Ruvio, religiosos trinitarios y mui conocido por su vida penitente y repetidos milagros que hobró Dios por su mediación.

En este territorio se coge trigo, cevada, centeno, avena y demás semillas; vino y azafrán medianamente; y por un quinquenio asciende la cosecha del trigo a diez y ocho mil fanegas, la de cevada a nueve mil fanegas, a quatro mil la de centeno y la de avena a diez mil.

En el año de 1782 se estableció en esta villa de cuenta de la Real Hacienda la Real Fábrica de Salitres, que en lo sucesivo puede ser una de las mejores del reyno, así por el excelente salitre que se labra como por la cantidad que puede producir en lo sucesibo.

Las enfermedades que se padecen más comunes son tabardillos, dolores de costado, y en los dos últimos años tercianas malignas. Los niños que han nacido en cada año, regulados por un quinquenio, son ochenta, y los muertos en cada año, por la misma regulación , ascienden a cinquenta y ocho, de que resulta haver veinte y dos más nacidos que muertos en cada año.

No hai en toda la jurisdicción aguas minerales, piedras preciosas ni otra cosa más notable que las ya manifestadas, y en fe de ello y para que conste lo firmé en dicha villa de Santa María del Campo Rus, a 16 de abril de 1787.

Doctor don Benito de la Torre, cura.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Santa María del Campo Rus en 1566: ¿delincuencia común o subversión social?

Santa María del Campo Rus, pueblo levantisco e ingobernable donde los haya, nunca aceptó el dominio señorial de los herederos del mayorazgo fundado por el doctor Pedro González del Castillo. Ya en 1521, con ocasión de las Comunidades de Castilla, don Bernardino del Castillo Portocarrero vio su casa saqueada;  ahora en 1566, parecían repetirse los altercados. La plaza de Santa María del Campo Rus estaba dominada por su Iglesia y las casas palacio de los Castillo Portocarrero. La casa principal de los Castillo Portocarrero, objeto de continuas amenazas, era muestra de la escasa integración de estos nobles en la villa. El castillo de Santiago de la Torre, por contra, era objeto de temor, y con sus mazmorras, símbolo de la opresión señorial.

Los Castillo Portocarrero habían formado un pequeño estado en la zona, formado por la villa de Santa María del Campo Rus y la villa, con su castillo, de Santiago de la Torre. Dicho estado estaba dirigido por un gobernador para la villa de Santa María del Campo y un alcalde mayor para Santiago de la Torre (que actuaba asimismo como alcaide de la fortaleza). Ambos pueblos, desde su concesión al doctor Pedro González del Castillo tenían la condición de villas y presentaban jurisdicciones propias e independientes.
que la dicha villa de Santiago de la Torre no está debaxo de la gouernaçión desta villa de Santa María del Campo porque es jurisdiçión de por sy y es alcalde mayor de la dicha villa el dicho Juan Cano
Un alguacil mayor, junto a un escribano, completaban la organización política establecida por los Castillo Portocarrero. Al mismo tiempo, se respetaba el gobierno local de Santa María del Campo, formado por dos alcaldes ordinarios y dos de la hermandad, regidores, alguacil mayor y otros oficios menores y también se respetaba la jurisdicción propia de Santiago de la Torre, aunque en este último caso, la organización concejil, pensamos que tendería a la desaparición por el poco peso de la villa, asumiendo las funciones de justicia y gobierno el alcalde mayor. Organización concejil tutelada y previamente aprobada por el señor de la villa. El mayorazgo fundado por el doctor Pedro González del Castillo en 1443, incluía como bienes la villa de Santa María del Campo Rus, el lugar de Santiago de la Torre, la heredad de Las Pedroñeras, otra del Robledillo, una casa en Castillo de Garcimuñoz y diversas posesiones en Salamanca: casas en la colación Santa Olalla, cuatro ruedas de aceña en el río Tormes y la heredad de Villorruela, en cuyo lugar se subrogó la heredad de Palacios Rubios.  Don Pedro González del Castillo siempre tuvo especial querencia por la villa de Santiago de la Torre, donde levantó el castillo tal como lo conocemos hoy, de indudables similitudes constructivas a la Torre Vieja, que en San Clemente levantó su hermano Hernán. En la iglesia de Santiago de la Torre pidió ser enterrado, aunque su cuerpo fue trasladado posteriormente a Castillo de Garcimuñoz.

El caso es que para 1566 los Castillo Portocarrero estaban cansados de unos santamarieños cada vez más díscolos. Los incidentes, aun siendo tratados como problemas de delincuencia común, eran desafiantes desplantes al poder señorial. Santa María del Campo Rus tuvo todo el siglo XVI fama de ingobernable. Actitudes agresivas como la de Miguel García arrancando de un mordisco la oreja al alguacil de don Antonio Castillo Portocarrero daban fe de ello. No tardarían los Castillo Portocarrero de deshacerse de los bienes patrimoniales de un mayorazgo en tierras manchegas, causa de molestias y quebraderos de cabeza.

Francisco Moreno, alguacil mayor de la gobernación  de las villas de Santa María del Campo Rus y Santiago de la Torre, llevaba varios días detrás de Miguel García, acusado de matar a uno de los principales vecinos del pueblo: Martín Chaves. Lo encontró una noche de junio, en la calle de la Puerta de la Villa, pero Miguel García, defendiéndose, arrebatándole la espada, se zafó del alguacil, ante la mirada cómplice de una plaza llena de gente. De nuevo, se volverían a encontrar días después, el doce de julio, en el lugar llamado el Pozo de Gil Martínez, camino de San Roque; esta vez, el alguacil sería más expeditivo a la hora de agarrar al fugitivo, pero éste, pasada la primera sorpresa, y ya en la plaza del pueblo, reaccionaría rompiendo la vara de justicia del alguacil y, en un gesto de rabia, arrancando su oreja izquierda de un mordisco. Al alboroto debió acudir el propio Antonio Castillo Portocarrero con sus criados; Miguel, temeroso, se refugió en la iglesia. La iglesia era lugar sagrado, donde la justicia no podía pasar. La iglesia de Santa María del Campo vio, como las de otras muchas villas, retraerse en ella a algunos de sus vecinos perseguidos por la justicia. De hecho, allí se refugiaba un tal Hernando Villagarcía. Poco pareció importar a Juan Fernández, teniente de alguacil y carcelero, a Francisco Moreno, sin oreja y ensangrentado y a otros hombres que pasaron a la Iglesia con intención de detener a Miguel García. Lo ocurrido en la iglesia es digno de aparecer en cualquier novela de aventuras. Juan Fernández, que agarró a Miguel García en la misma puerta de la iglesia e intentó sacarlo de forma violenta, recibió como respuesta un golpe con una piedra que llevaba el huido. El otro delincuente retraído invitaba a Miguel García a encerrarse con él en la sacristía, pero éste veía como se le echaba encima Francisco Moreno, que, entre lamentos y sin oreja, había acudido en persecución de Miguel. Entre refugiarse en la sacristía o hacer frente al alguacil mutilado, Miguel eligió lo segundo al grito de detente bellaco. Esta vez Francisco Moreno fue más expeditivo arrojando su daga, pero errando su blanco, pues la daga acabó clavada en las gradas del altar de Santiago. Miguel respondería, esta vez, tirándole la piedra que llevaba en la mano, sin alcanzar al alguacil.

Que el conflicto era algo más que un problema de delincuencia lo muestra los hechos que siguieron a continuación. Un tal Melchor Rubiales, presente en la iglesia, fue compelido por Juan Fernández a ayudar a detener a Miguel. Pero el mencionado Melchor se puso del lado del preso, gritando a voces favor a la corona, recordando el carácter sagrado del lugar. No era él único en la iglesia que favoreció a Miguel García; allí estaban su hermano Alonso, un tal Alejo Galindo, también refugiado en el templo, y otras personas que siguieron al dicho Melchor en los gritos de favor a la corona. Gritos que demuestran la oposición antiseñorial en el pueblo, que no respetaba los espacios con una jurisdicción privativa, en este caso uno religioso; frente a ellos, los dos alguaciles, Juan Hernández y Francisco Moreno, que contaban con la única ayuda de Juan Rodríguez, repostero de los Castillo Portocarrero, poco podían hacer. Miguel García acabaría encerrándose en la sacristía. Allí continuó hasta que don Antonio del Castillo Portocarrero, acompañado de varios criados, del alcalde ordinario, Francisco de Urriaga, del alcalde de la hermandad, Francisco de Torres, y del alguacil mayor de la villa, Juan del Toro, decidió poner fin a la situación. Con un hacha se derribó la puerta; ante un Miguel García acorralado, don Antonio del Castillo fue el más impetuoso a la hora de arrestarlo, pero fue contenido por el resto de los oficiales que le acompañaban. Miguel García sería conducido a la cárcel con las manos atadas, allí sería sujeto con una cadena y un par de grillos en los pies.

Miguel García fue llevado a la cárcel, primero, juzgado y condenado después, aunque su condena a azotes no se llevó a cabo por la defensa y oposición pública de su padre con la aquiescencia de sus vecinos santamarieños; para finalmente ser llevado a las mazmorras del Castillo de Santiago de la Torre. Hoy vemos esta fortaleza, levantada por el propio doctor Pedro González de Castillo, con cierta pesadumbre al verla en ruinas. Pero en aquel entonces únicamente inspiraba odio y temor. Aunque ni este símbolo de opresión señorial parecían respetar ya los santamarieños, pues por estas fechas la fortaleza era un espacio poco habitable y sin su primigenio uso militar.

Ocho días pasó encerrado Miguel García en las mazmorras del castillo, hasta que en una fuga envuelta en el misterio, y mucho más, en la complicidad de varios convecinos, algunos valedores cercanos, y otros eran hombres que por su oficio debían lealtad a don Antonio del Castillo. En los días sucesivos poco sabemos del paradero de don Antonio Castillo Portocarrero, ausente, mientras Miguel García y sus allegados se paseaban con sus arcabuces y mechas encendidas a plena luz del día, provocando el temor de la justicia del pueblo, que impotente imploraba al Consejo Real que pusiera orden en la villa.

Ya en junio, la situación era muy tensa. Igual que se buscaba a Miguel García, que parecía más ocupado en sus menesteres del campo, otros de los García, como el joven Francisco su sobrino, parecían dispuestos a tomarse la justicia por su mano en la villa. Una noche de junio, haciendo el alcalde Juan Cano de Buedo, el mismo que era alcaide de la fortaleza de Santiago, la acostumbrada ronda nocturna para pacificación y sosiego desta dicha villa, se encontró de bruces con Francisco. El encuentro no respondió a la tranquilidad que buscaba el alcalde, ni se respetaron las pragmáticas que prohibían el uso de armas a partir del tañir de las campanas por la noche ni, lo que era mucho más grave, se respetó la justicia
yendo por la calle donde vive Pero Cano e Martín Blanco, vecinos desta dicha villa en la dicha calle después de aver tañido la canpana de la yglesia desta villa de la queda a Françisco García de Mingo Martín el moço y otro que iva en su conpañía del dicho Françisco Garçía llevavan un arcabuz cargado de polvora e pelota con su mencha ençendida

El clima de tensión que vivía el pueblo lo conocemos por tres testigos, ellos mismos son una muestra de la realidad del momento. Alonso de Rosillo, alcalde de la hermandad, en sintonía con la familia, será un apoyo seguro de los intereses reales en los graves sucesos que la villa vivió por el año de 1583; Pedro de Mondragón es aquel joven sanclementino, hijo de un platero vasco, que vimos enfrentarse a la justicia de su villa en el incidente ya narrado del prostíbulo, y Felipe Vélez, a pesar de su apellido, es uno de esos maestros de cantería vizcaínos que por entonces residían, sin que sepamos por qué, en el castillo de Santiago de la Torre. Francisco García el mozo vivía en casa de su padre, en la llamada calle Nueva; en el incidente de junio, había puesto el arcabuz en los pechos del alcalde Juan de Cano Buedo. Solo la intervención decidida de Pedro Mondragón evitó que el incidente fuera a más. Juan de Cano había iniciado diligencias contra Francisco el mozo, pero llevado por el miedo, había renunciado a proseguirlas, mientras Francisco el mozo seguía en actitud provocadora por el pueblo. Hubo unos días, hasta que Don Antonio Castillo Portocarrero, decide llevar hacia el 23 de julio él mismo la práctica de diligencias para el castigo de culpables, en que el pueblo está sometido a las bravuconadas y a la ley de los García. Incluso el arresto de Miguel García se produce el doce de julio en una situación que, sabiéndose perseguido por la justicia, no parece preocuparle lo más mínimo y realiza sus labores en el campo con toda normalidad. Dicho arresto tiene su causa inmediata en el hecho de que Francisco el mozo se persona en la casa del alguacil Francisco Moreno, arcabuz en mano, a recuperar la espada que previamente el alguacil le ha requisado. Sobre la contumacia de Francisco García el mozo nos da fe el escribano Pedro Gallego; en su testimonio nos presenta a Francisco como un envalentonado que se encomienda a los infiernos, amenaza a sus enemigos con dejarlos muertos a sus pies y con gestos de desafío, tal como hizo delante del teniente de alguacil Juan Hernández, en coger un ascua con la mano para encender la mecha de su arcabuz.

La familia García era temida en el pueblo, especialmente por don Antonio Castillo Portocarrero, al que habían amenazado de muerte varias veces. Razones tenía para ello, pues los oficiales que él mismo ponía eran objeto de las iras de los García de Mingo Martín, que era como les gustaba llamarse al clan.  Miguel García tenía mala fama, ya no solo por matar hacía año y medio a Martín Chaves, también como estuprador de doncellas y provocador de altercados, así cuando apaleó tiempo atrás a un cobrador de la limosna de Nuestra Señora de Monserrate. Junto a su sobrino Pedro, ya había herido al alcalde Pedro Martínez Rubio, y no se echaba atrás en sus insultos y amenazas de muerte contra don Antonio Castillo Portocarrero. Con fama de bravucones, los García se habían convertido en la bestia negra de la nobleza regional. Se jactaban de haber liberado a un santamarieño llamado Andrés Rubio, retraído en la iglesia de Castillo de Garcimuñoz, por una pendencia con un Melgarejo. La hazaña de los hermanos Francisco y Miguel García fue reivindicada por ambos como ejemplo de que únicamente dos santamarieños valían tanto como todos los vecinos de Castillo de Garcimuñoz. Si Miguel García era bravucón no se quedaba atrás su madre, Francisca Redonda, que reconocía que su hijo salía por las noches a practicar el tiro y amenazaba al alguacil mayor de la villa, Juan del Toro, el día que bajaba con el asno por la calle del licenciado González para someter a vergüenzas públicas y azotar a su hijo, que quien osara meterse con su hijo no quedara coxón de ellos. 

Aunque más que de altercados hay que hablar de insubordinación a la autoridad de Antonio del Castillo Portocarrero. En opinión de Ruy González de Ocaña, gobernador del señor en la villa, Miguel García y sus próximos eran un mal exemplo de la rrepública y sus actos iban contra la lealtad e rreverencia que como vasallos deven. Y es que a mediados de julio se había producido un conato de rebelión en la villa. Al conocerse la noticia que don Antonio,el mismo día de la detención de Miguel García, había hecho traer una bestia, a cuyos lomos iba a someter a verguenzas y escarnios públicos al preso; los García, acompañados de otros amigos y valedores, provocaron grandes escándalos, amenazando a su señor y a sus justicias. Amenazas de palabra, pero también se les veía con los arcabuces en la mano rondando por la villa en busca de su señor y de las justicias del pueblo para matarlos. Don Antonio Castillo no se arredraba: formalizó un proceso judicial contra Miguel García de doscientas noventa y ocho hojas, lo encerró con grillos y cadenas e intentó azotarlo después de someterlo a escarnio público. Pero eran muchos los que en el pueblo se le oponían y muchos los que intervinieron en la liberación de Miguel García. Don Antonio Castillo decidió abandonar Santa María del Campo, mientras sus afines permanecían escondidos y encerrados en sus casas. No era para menos, los García se movían en Cuenca para conseguir la excomunión de Antonio Castillo y sus justicias por haber profanado el espacio sagrado de la iglesia y su jurisdicción privativa. La justicia del lugar había sido sustituida por paisanos que rondaban las calles, armados con arcabuces.

Castillo de Santiago de la Torre
La liberación de Miguel García de las mazmorras del castillo de Santiaguillo, tal como la conocemos hoy, fue novelesca. El preso había sido llevado, encadenado en un carro, desde la cárcel de Santa María del Campo al castillo de Santiago de la Torre por el alguacil Juan del Toro y varios guardas, que lo entregaron al alcaide de la fortaleza Juan Cano de Buedo. Allí quedó encerrado en una mazmorra, con dos pares de grillo y la vigilancia de un guarda llamado Juan de Torres. Aunque, contraviniendo las órdenes de don Antonio Castillo, se le quitó la cadena. Miguel García fue encerrado en la mazmorra, sita en lo hondo de la torre de la fortaleza, que era un habitáculo con un único agujero en la parte superior, desde donde se bajaba al preso con una cuerda. Sobre el techo de la mazmorra había una primera pieza y desde aquí por unas escaleras se accedía a una piso superior, la cámara de armas, encima de la sala de armas había otras piezas superiores, aunque no se dice cuántas, todas ellas sin puertas y de libre acceso. Los testigos decían que para sacar a un hombre de la mazmorra eran necesarios otros tres o cuatro hombres tirando de una soga. Difícilmente podía escapar de allí el preso, aparte que el acceso exterior a la torre donde se hallaba era por una puerta con llave y un guarda de vigilancia. Sin embargo, la vigilancia del preso parecía relajada, pues recibió la vista de sus padres y cuñada al menos dos veces, que le llevaban comida, en la que no faltaba la carne y el vino, ropa, sábanas y un almadraque (colchón pequeño) y almohada de lana. Las visitas eran habituales, sobre todo, de la madre y su cuñada, que acudían hasta Santiago con un cherrión (carro de la época). Para el día de Santiago, el preso recibió la visita de su padre y una sobrina llamada Cristina Redonda. Desplazados hasta la fortaleza en un macho y un pollino, llevaron al preso una camisa limpia, una pierna de carne y un pan de una libra. Posiblemente en el pan, esta vez, iba una lima para serrar los grillos de sus pies. Tal vez la lima entró escondida en el pequeño colchón o la almohada, al igual que una soga, o, sencillamente, lima y soga se pasaron al preso a través de una lumbrera en la torre, a poca altura, y que daba luz a la mazmorra. Dicha lumbrera era de cierta anchura, pues por ella metía la cabeza Cristina Redonda, la joven sobrina del reo, de dieciocho años.

El trato de Miguel García en la mazmorra del castillo fue bueno. La mazmorra se limpió antes de meter al preso. Además de sus familiares,que le aportaban compañía, alimentos, vestido e incluso algunos enseres (un escriño y una estera), recibió la visita de otros parientes de El Provencio, tres mujeres y dos hombres que le llevaron melones, agraces y dulces, y la de un clérigo para cumplir con las obligaciones religiosas. Su carcelero Juan de Torres mantenía conversaciones con él hasta pasada la medianoche y su comida era preparada en casa del alcaide Juan Cano. El castillo ya por aquel entonces estaba bastante desangelado. Aparte del preso en la mazmorra y su carcelero, que dormía en el patio de armas, los únicos moradores eran unos vizcaínos, que no estuvieron presentes durante el cautiverio de Miguel García. El alcaide se pasaba durante el día, pero por la noche se quedaba en su casa, permaneciendo en el castillo su hija, durmiendo con un ama vizcaína. Quizás por esta misma existencia sórdida, Miguel García fue sacado de la mazmorra un rato al día siguiente de llegar, que aprovechó para jugar a los naipes con los dos hombres que le sacaron y el propio alcaide Juan Cano, el cual, perdiendo la partida, debió pagar dos ducados al preso. Con el tiempo la vigilancia se relajó, muestra de ello es que los familiares de Miguel García accedieron a la primera pieza de la torre para tratar con él por la apertura superior de la mazmorra y volvieron a hacerlo pero esta vez con total libertad, pues la puerta de la torre estaba abierta, mientras carcelero y alcaide estaban escuchando misa.

Torre en la que estaba encerrado Miguel García,
 delante una parte del lienzo de la muralla desplomada en 2011
Miguel García escapó de su cárcel el día siguiente a la festividad de Santiago, logrando evadirse a través de la lumbrera de la torre con la ayuda de los jirones anudados de una sábana que previamente hizo trizas, o quizás su huida fuera simplemente por la puerta de la torre a la vista de todos. Aunque el alcaide de la fortaleza no dudaba en describir la fuga del preso con un matiz novelesco, cuyo fin no se sabía si era bien para eximirse de toda culpa o bien para realzar la proeza del retenido. Con una soga había ascendido desde el fondo de la mazmorra y utilizando la misma soga, atada al pilar de una ventana geminada de la sala de armas, y una sábana hecha jirones se había descolgado por la pared de la torre. A los testigos, especialmente a los más incrédulos, asombraba la habilidad de Miguel García para lanzar desde el fondo de la mazmorra la soga con un palo atado y más que hubiera quedado atravesado, para hacer de apoyo, en la apertura del techo de la mazmorra y subir hasta él. El tema era objeto de discusión entre los vecinos, aumentando la aureola de Miguel García como un héroe
que el palo que diçen que travesó en la dicha boca de la dicha mazmorra, avía de ser por milagro e no por fuerça echándolo desde abaxo para que se trabesase en la dicha boca, porque syno fue puesto por mano
Así para no aumentar la leyenda de Miguel García se optó por buscar cómplices en la fuga y éstos sólo podían ser los familiares y el guarda de la torre. A falta, pues, de presidiario, le tocó pagar las culpas a su anciano padre, Pedro García. Si su mujer tenía genio, este hombre no lo había perdido a pesar de su vejez. Hasta su casa fue el fiel Juan del Toro a cumplir con las órdenes del señor: pago de cincuenta reales, o embargo de bienes en caso de impago, y prisión del padre del fugitivo. El anciano juramentó a Dios que ni iba a pagar ni a ir a la cárcel, y mucho menos a dejarse arrebatar unas fanegas de cebada como pretendía el alguacil; además sacó a relucir un viejo asunto, maldiciendo a los bellacos y malsines que le habían llevado ochenta reales por echar un asno a las yeguas. Amenazante se mesó las barbas diciendo que ni el alguacil ni su teniente eran hombres para él y que si tuviera las barbas prietas como las tengo blancas aún fuera el diablo. El gobernador ordenará después al alcalde de la hermandad de la villa, Francisco de Torres, para que acompañado de los alguaciles llevaran preso a la cárcel a Pedro García. De nuevo los alguaciles se personaron en la casa de Pedro García para embargar unos costales de cebada, encontrándose con la oposición de su mujer que atrancó las puertas y agredió al alguacil Juan Hernández. Francisca Redonda seguiría a su marido en el mismo destino. Uno y otro, dos ancianos, serían atados con grillos y una cadena. Era un cinco de agosto de 1566. Diligencias similares se llevaron a cabo en la casa del hermano de Miguel, en busca de su sobrino Francisco, pero éste ya se hallaba huido y ni siquiera aparecía amenazante por el pueblo, tal vez había ayudado a la fuga de su tío. Aunque más bien su huida responda al temor a las represalias, pues en un primer momento se refugia con su padre, también en fuga, en el convento de frailes trinitarios. Posteriormente ambos, junto a otro hermano, Alonso García, abandonarán la villa.

Pero hasta ese momento, el pánico se apoderó del pueblo. A los García, bien al fugitivo Miguel o bien a su hermano Francisco y a su sobrino Francisco el mozo, se les veía por las calles con arcabuces o perjurando que iban a matar al señor de la villa o profiriendo sus amenazas en el monasterio de trinitarios de Nuestra Señora de la Concepción, donde se solían esconder, hasta que los frailes atemorizados los echaron. Por un momento la historia de estos días de Santa María del Campo es un anticipo de la España del bandolerismo del siglo XIX, donde los delincuentes tienen cierta aureola de defensores del bien común frente a los poderosos. Ahora, la colisión de intereses es más simple: los agricultores acomodados aguantan cada vez menos las presiones señoriales de los Castillo Portocarrero.

Si la figura de Miguel García es la del campesino afrentado que se ve inmerso en un proceso judicial, visto por el interesado y su padre como un escarnio público, ante sus convecinos, que mancha el buen nombre y honor de la familia. La figura de Francisco García el mozo sobrepasa a la de su tío y su abuelo, va más allá, pues pretende simple y llanamente matar al señor de la villa, como única forma de reparar el honor familiar. Con él, arrastra a toda la familia. Es entonces, cuando don Antonio del Castillo Portocarrero, consciente del peligro subversión que corre la villa, publica su edicto contra Francisco el mozo; el mismo edicto es pregonado en la plaza pública. Va contra el delincuente pero va dirigido a todos los vecinos, como señal de advertencia
Sepan todos los veçinos y moradores abitantes en esta villa de Santa María del Campo y a los parientes, amigos y valedores de Francisco García de Mingo Martín el moço veçino desta dicha villa cómo el Illre. señor don Antonio del Castillo Portocarrero çita, llama y enplaça por primero pregón a Françisco García de Mingo Martín el moço, veçino desta villa, hijo de Françisco Garçía de Mingo Martín sobre rraçón del delito que cometió contra Juan Cano de Buedo, alcalde hordinario desta villa, que andando rrondando a veynte y dos días del mes de junio topó con el dicho Juan Cano de Buedo alcalde y le puso el arcabuz a los pechos... e lo quiso matar ... y le manda que dentro de los nueve días primeros syguientes se venga a presentar en la cárçel pública... y mando poner sus cartas de heditos en la audiençia pública desta villa donde manda que esté los dichos nueve días ... en veynte e nueve días del mes de julio

Lo preocupante era las complicidades con las que contaba Miguel García y sus deudos en el pueblo. El arresto de Miguel García no se nos antoja como el de un perseguido de la justicia. De hecho, se produjo en el pozo de agua, mientras daba de beber con un caldero a sus mulas, cargadas de mies. Según narraba Juan de Toro Ramírez, alguacil mayor de la villa, de treinta y cinco años, el incidente del mordisco había ocurrido a plena luz del día, en la plaza pública y ante varios vecinos, todos ellos en actitud pasiva y de complacencia. Juan de Toro, había ayudado a don Antonio a sacar de la iglesia a Miguel García, pero antes tuvo que escuchar de un vecino llamado Agustín Segovia, que no se entrometiera en el asunto si quería seguir teniéndole como amigo y fueron varios los vecinos que prestaron su apoyo al retraído en la iglesia. Incluso el alguacil Juan del Toro sospechaba que alguien había ayudado a escapar al preso del castillo de Santiago de la Torre. Es más, el carcelero Juan de Torres acabó en presidio.

El carcelero del castillo, Juan de Torres era el que más sabía y así lo demostró en su confesión. Su defensa fue torpe, este hombre reconocía haber cenado la víspera de la fuga con Miguel García, charlando amigablemente hasta la una de la noche, pero después se había quedado dormido profundamente junto a la lumbrera de la mazmorra. Reconocía que Miguel García confesaba querer irse de su prisión, y lo contaba como algo natural, aunque siempre procuraba implicar a Juan Cano como último responsable. Esto era demasiado, pues desbarataba la historia romántica del prófugo Miguel García, para concluir que todo era una componenda del alcaide de la fortaleza, un hombre de confianza de los Castillo Portocarrero.

Sin esas complicidades no se entiende que lo que a simple vista parece un problema de delincuencia común se convirtiera en una subversión social. El momento clave se produjo cuando Miguel García fue humillado a vergüenza pública a lomos de un asno. El primero en protestar, al ver a su hijo ante tal humillación, fue Pedro García. Sus palabras eran las de un padre herido en su orgullo, pero ante todo la negación de cualquier subordinación a cualquier señor, pues, reivindicándose como hombre, defendía la valía personal de cada cual, independientemente de las subordinaciones sociales que a cada uno la vida le deparaba. Pedro García, que se presentó como un hombre de verdad y conciencia, lanzó sus palabras valientes y subversivas en medio de la plaza repleta de vecinos, diciendo que no debía nada a su señor y que él era
mejor que el dicho don Antonio e de mejor casta e que él lo provaría sy hera menester e que no lo estimava en lo que pisava arrastrando los pies por el suelo a manera de puntillaços e tornó a desçir otra vez que no lo tenía ny estimava al dicho señor don Antonio en dos marauedís e que no lo afrentavan a su hixo por traidor y por ladrón
El alcalde Francisco de Urriaga mandó echar a Pedro García, que maldiciendo abandonó la plaza. Pero sus palabras eran expresión de un malestar generalizado, que condujo a Antonio del Castillo Portocarrero a suspender la sentencia. Pedro García no estaba solo, un vecino le acompañó en su salida de la plaza; una vez en casa, intentó que un vecino de La Alberca llamado Isidro Sanchez, pariente de la familia, llevará un mensaje hasta Cuenca para censurar allí la conducta de don Antonio del Castillo, aunque, según él mismo, el fin de su viaje era acudir hasta un rastrojo próximo para avisar a Francisco García de las vergüenzas públicas que iba a padecer su hermano Miguel. Es en este contexto, de temor a una reacción violenta de la familia García, en el que Miguel García es trasladado al castillo de Santiaguillo.

Hoy se nos escapa el simbolismo de estas demostraciones de justicia pública, como no llegamos a entender el sentido del honor o el orgullo de los vecinos de Santa María del Campo Rus en aquellos tiempos. Pero hemos de entender que estos escarmientos públicos reducían a la condición de apestados en su comunidad a aquellos que los padecían. A ellos y a sus familias; de ahí la reacción orgullosa del anciano Pedro García, defendiendo su casta personal o denostando a su señor, comparando la valía de don Antonio del Castillo con el escaso valor de una moneda de dos maravedíes. Hemos de imaginar la escenificación de un acto judicial como eran las vergüenzas públicas: una plaza del pueblo a rebosar de vecinos, presidida la ejecución de la pena por el señor del pueblo y sus justicias en un estrado, mientras un pregonero, en altas voces enumeraba los delitos, acompañado, todos ellos a caballo, por el alguacil mayor de la villa y el escribano para dar fe. En el polo opuesto, la humillación de un reo desnudo y atado a lomos de un burro, escuchando las acusaciones, junto a la columna del rollo o picota que estaba situada en medio de la plaza del pueblo. Era una representación que condenaba al reo a la exclusión de su comunidad y a la reprobación de sus paisanos, que condescendían en el acto con la complicidad de su silencio. Fue justamente ese silencio, muestra de obediencia y sumisión a la autoridad, el que se rompió con las valientes palabras del anciano Pedro García. Un hombre herido en su orgullo por la humillación de su hijo. Antes de declamar contra la autoridad de su señor, el pobre anciano, atemorizado, apenas si mascullaba entre bufidos una ininteligibles palabras, mientras se daba valor a sí mismo dando patadas en el suelo. Y lo hace defendiendo su integridad y la de su familia con el enaltecimiento de los valores de la época, entre ellos, y el principal, el de la casta. Es decir, de quien es cristiano viejo libre de toda mancha de casta mora o judía, frente a un señor y nobleza regional, cuyos antecedentes conversos pervivían en la memoria colectiva de la comunidad. La omnipotencia y riqueza del señor de la villa frente a la pureza de la casta de un campesino no valía ni dos maravedíes. De la defensa personal se pasaba a continuación a justificar el asesinato del señor como simple tiranicidio. La suspensión de la condena de vergüenzas del reo, por don Antonio Castillo Portocarrero, deslegitimaba su autoridad ante la comunidad de sus vasallos.

Tras la huida de Miguel García y el arresto de su padre, el clima en el pueblo es de subversión social. Las amenazas de los García, y sus valedores, contra don Antonio ya son de muerte, e que avía de ser la más pequeña tajada el oreja. Amenazas reales, pues un huido Miguel García se paseaba por el pueblo con su hermano Francisco y sus dos sobrinos, Alonso y Francisco, todos ellos armados con sus arcabuces. La confrontación era abierta y directa. Hasta Santa María del Campo Rus acudió Juan del Castillo, tío de don Antonio, con el fin del apaciguar la tensión en el pueblo. Francisco García, hermano de Miguel, se le enfrentó cara a cara a Juan del Castillo en las casas de un vecino del pueblo llamado Andrés Redondo, espetándole que su hermano Miguel era un hombre de bien y que lo único que había que temer no era por su hermano sino por el señor don Antonio si le venía algún mal al reo. La respuesta de Juan del Castillo fue débil: los García no tenían hacienda para sostener un pleito en la Chancillería de Granada. Era darle la razón a los García, cuya única culpa era no disponer de los recursos para defenderse ante la justicia.

Entretanto la tensión crecía en la calle, la cárcel se llenaba de familiares y valedores de Miguel García. El último en llegar un diez de agosto fue el propio carcelero de Santiago de la Torre, Juan de Torres, acusado de complicidad en la fuga de Miguel García. Juan de Torres tenía poco de cómplice, más bien de buena persona, ocupándose que el preso comiera todos los días a través de la lumbrera de la mazmorra que daba al patio de la fortaleza. Aunque hay que reconocer que se excedía en sus obligaciones pues se desplazaba media legua hasta El Provencio para comprar allí pan, vino y pescado. Pronto le seguiría en la cárcel Cristina Redonda, la sobrina de Miguel, aunque logró salir con fianzas. Luego siguieron el destino carcelario otros, como Melchor Rubiales, Martín Blanco, fiador de Francisco hermano de Miguel, Andrés Redondo, fiador de Isidro Sánchez, el pariente de La Alberca. El régimen carcelario se hacía más riguroso, prohibiéndose visitas y llevar alimentos o ropas a los presos.

¿Quiénes eran estos García? Era una familia extensa, a Francisco, hermano de Miguel, se le conocían seis hijos. Sabemos de parientes en La Alberca y en El Provencio. Era una familia muy estructurada y jerarquizada en torno al patriarca de la familia, Pedro, de setenta y ocho años, y su mujer Francisca, de sesenta y seis años. Era asimismo una familia de campesinos, Miguel llevaba mies en sus mulas cuando se enfrentó con el alguacil Francisco Moreno; su sobrina Cristina Redonda estaba trillando en la era a comienzos de agosto y el secuestro de bienes de Pedro García comienza por trece fanegas de cebada y él mismo llega, en el preciso momento del secuestro de bienes, procedente de la era con una horca. Pero es de suponer que era una familia campesina acomodada. Labradores ricos, pero analfabetos. Se dedicaban al cultivo de campos de cereal, cultivo con tierras muy aptas en Santa María del Campo Rus frente a las poblaciones del sur dedicadas a la vid. Los vestidos de Miguel García, encontrados en una arca y embargados, demostraban una posición social: dos calzas, unas plateadas y otras blancas, capa y sayo de velarte, gorra de terciopelo y jubón de telilla. El colchón y almohada que su padre le llevó a la mazmorra estaban rellenados de lana, no de paja. Pedro García es rico; sabemos por su mujer, que en la arenga de la plaza, Pedro le recordó a su señor haberle dado ya once mil maravedíes; muestra que intentó una solución de conciliación en las muertes provocadas por su hijo y muestra de su riqueza. Además, Pedro García estaba metido en el lucrativo negocio de echar las yeguas al garañón; creemos que los problemas que aquí tuvo están relacionados con la orden real de facilitar la reproducción de caballos para la guerra frente a lo más común en la época que era la cría de mulas, un animal que estaba sustituyendo de forma acelerada a los bueyes para la labranza, alcanzando precios astronómicos. Y para ser simples campesinos, eran campesinos muy bien armados. Aunque, como siempre, las armas llegan después, los conflictos de intereses son anteriores.

El veinticinco de agosto don Antonio del Castillo Portocarrero, que ha desaparecido de escena tras la fuga de Miguel García, ya está de nuevo en Santa María del Campo; asiste a la declaración de Melchor de Rubiales, se muestra conciliador y se apiada de este hombre para que quede libre, pues es padre viudo de siete hijos. Pero su misericordia es interesada, Melchor es aquel hombre que gritó en la iglesia lo de favor en la corona, palabras cuyo significado es la defensa de la jurisdicción privativa de la iglesia y la inmunidad de los espacios religiosos y los clérigos coronados. Es más, Melchor debía ser el mensajero para llevar la misteriosa carta que Hernando de Villagarcía, el otro retraído en la iglesia con Miguel García, escribió a Cuenca. Dicha carta denunciaba sin duda la intromisión de don Antonio Castillo Portocarrero en la jurisdicción eclesiástico y le conducía a ser sometido a juicio ante el provisor de Cuenca o, lo que era más posible, a su excomunión y expulsión de la iglesia.

Para el veintiocho de agosto, la situación en el pueblo parece más tranquila. Se toma declaración a Pedro García y su mujer Francisca Redonda. Si Francisca parece más conciliadora, aunque midiendo sus repuestas, negando cualquier respuesta que pueda comprometer a su familia, Pedro García, ya próximo a los ochenta años, no ha perdido un ápice de su orgullo. Niega de forma tajante todas las preguntas una por una. La testarudez del viejo contrasta con la mayor benignidad de la justicia del gobernador, que va dejando en libertad bajo fianza a los presos, acabando con el rigor carcelario. Poco a poco se busca una solución pecuniaria. El primero en salir de la cárcel es Juan Torres, el carcelero de Santiago, con la excusa de unas calenturas. Para el matrimonio de ancianos las posiciones son más enconadas. Es natural, los hermanos Miguel y Francisco el viejo, junto a los hijos de éste, Francisco el mozo y Alonso, y Hernando Villagarcía siguen huidos; según las noticias, en la localidad de Lezuza. Hasta allí se manda carta requisitoria para la entrega de los fugados.Con pocos resultados.

Por fin, ya el cinco de octubre, el que cede es Pedro García, que manda una petición suplicatoria a don Antonio Castillo Portocarrero. Pedro García, acepta a don Antonio como su señor (beso las manos de v.m.), pero no reconoce culpa alguna y pide su libertad y la de su esposa por motivos de edad y por estar enferma su mujer. Su estancia en prisión ya va para dos meses. La solución dada es monetaria, obligación de dar fianza, y política (reconocimiento del vasallaje debido), aunque presentada como solución humanitaria, atento a su edad ya que sus delitos no lo meresçen, dirá don Antonio. El paso del tiempo convierte el potencial conflicto social en hechos de delincuencia común. Solo entonces, el veinte y uno de noviembre de 1566 se pronuncia el Consejo Real, comisionando al gobernador del Marquesado de Villena para actuar contra los huidos. Es una comisión de veinte días de plazo de término y, por tanto, aunque lo desconocemos, poco creíble que diera frutos. Poco importa, pues lo fundamental es que las cosas habían cambiado radicalmente en Santa María del Campo Rus.

¿Quién había ganado y quién había perdido en este enfrentamiento? Ni don Antonio del Castillo Portocarrero había ganado ni los García habían perdido. Los Castillo Portocarrero abandonaron definitivamente Santa María del Campo Rus y Santiago de la Torre en 1579. Santa María del Campo Rus fue permutada, en un acuerdo con la Corona, por don Antonio Castillo Portocarrero por la villa zamorana de Fermoselle. Pero el precio fue alto para los vecinos de Santa María del Campo, que debieron comprar su libertad por 16.000 ducados. El 17 de marzo de 1579 se les reconocía el derecho de villazgo y jurisdicción propia. La villa de Santiago de la Torre fue comprada por don Alonso Pacheco y Guzmán, que la recuperaba de nuevo para la familia. Don Alonso fundaría mayorazgo con estas propiedades, que de este modo, con sus avatares y disputas familiares, que quedaron convertidas en la finca de los Pacheco de San Clemente y, circunstancias del destino,integrada en el término de esta villa en nuestros días. Los Castillo Portocarrero, que habían adquirido ambas villas de don Rodrigo Rodríguez de Avilés en 1428, perdían definitivamente Santiago de la Torre en favor de los Pacheco.

Si cabe hablar de un gran fracaso, este es el de los García. No es un fracaso personal, es el fracaso de una capa de agricultores acomodados que soñaron hacer de Santa María del Campo Rus una república de labradores ricos. Con el villazgo de 1579, el poder de la villa acabó en manos de escribanos y abogados, la alianza circunstancial de estos advenedizos con los agricultores fue interesada y temporal. Por eso, en los sucesos de 1582, de nuevo un labrador, Martín de la Solana, al igual que el anciano Pedro García, defendió las libertades de la villa ante el gobernador del Marquesado de Villena, Mosén Rubí de Bracamonte. Fue el primer apartado del poder, como lo serán después los advenedizos licenciado González o los Gallego. Cuando en las fiestas de San Mateo de 1582, el gobernador Rubí de Bracamonte se rodea de la vieja nobleza regional en aquel banquete que es respondido por los santamarieños con una rebelión popular, está anunciando el futuro. La rebelión de 1582 sí tiene ahora ese fuerte matiz social que faltaba a los altercados de los García. Sofocada, los agricultores ricos son los perdedores definitivos; el poder local cae de nuevo en manos de los viejos aliados de la familia Castillo Portocarrero, los de Toro y los Rosillo. Pero es algo pasajero, la nobleza regional se está recomponiendo, como lo hacen sus propiedades agrarias,  nuevos actores aparecen en escena como los Piñán Castillo o los sempiternos Ruiz de Alarcón. En 1608, Santa María del Campo pierde su libertad y es vendida a Diego Fernando Ruiz de Alarcón. Cinco años antes, Santiago de la Torre ha devenido en una propiedad integrada en el mayorazgo de los Pacheco.

 AGS. CRC, Leg. 492, Exp, 5. Don Antonio del Castillo Portocarrero frente a Miguel García y consortes. 1566