El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 3 de marzo de 2019

Las intrigas en la villa de San Clemente hacia 1590

San Clemente era la cabeza del corregimiento y, por tanto, lugar donde las intrigas en torno al corregidor eran mayores. La figura ascendente en la villa de San Clemente era el alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco Guzmán, que unía en su persona la herencia de los Pacheco y los Castillo, por su matrimonio con Elvira Cimbrón, la hija del menor de los tres hermanos Castillo, Francisco. Don Juan Pacheco reactivó, junto a su cuñado Francisco Mendoza, un antiguo pleito que estaba muerto desde la muerte el abuelo Alonso del Castillo en 1528: la jurisdicción señorial para la familia del lugar de Perona. La defensa del título jurisdiccional vino acompañada por la usurpación, vía de los hechos, de una parte de la dehesa del río Rus, que el concejo de San Clemente tenía por suya.

Los estratos medios de la sociedad sanclementina, representados por los regidores Diego de Montoya o Alonso Martínez de Perona, denunciaban al alférez mayor de haberse apropiado de una porción de dehesa entre Perona y Villar de Cantos, en la margen izquierda del río Rus, desde la Puente Blanca hasta la Peña Bermeja; setenta almudes de tierra, valorados a diez ducados cada almud. La supuesta pretensión por don Juan de las cabezadas de sus hazas se convirtió pronto en deseos de quedarse con toda la dehesa. El corregidor Antonio Pérez de Torres sentenció a favor del alférez, después de una vergonzosa visita sobre terreno en la que el alférez le espetó al corregidor con claridad un lo quiero todo. La villa perdía así unos ingresos de quince mil maravedíes anuales que obtenía del arrendamiento para la labranza de esta dehesa y que por licencia real usaba como arbitrio para pago del servicio de millones. 

En torno a los intereses de don Juan Pacheco, se agrupaban el colectivo de escribanos como Francisco de Astudillo o Pedro Castañeda, con gran influencia sobre el corregidor y determinantes en sus decisiones. La influencia de este grupo era perniciosa; pronto convencieron a los nuevos corregidores de las diecisiete villas de la fuentes complementarias de ingresos de un oficio como el de corregidor mal pagado; se subieron a un real, de los doce maravedíes, los derechos de las sentencias de remate de las ejecuciones, fijando un nuevo arancel que exigía derechos de un real para ejecuciones de más de dos mil mrs. y 16 mrs. para ejecuciones inferiores a esas cifras. Los Pérez Torres pronto se arrogaron frente a la justicia ordinaria sanclementina todos los juicios por deudas, obteniendo como fuente de ingresos, a decir de algún testigo, doscientos ducados. Las prebendas obtenidas por los corregidores fueron seguidas por aquellas otras de los alguaciles, tal el alguacil mayor del partido Cristóbal de Mendoza, con un salario de quinientos maravedíes diarios, pero cuyos ingresos aumentaban enormemente con las cobranzas de los deudores del pan del pósito. Aunque quien se llevaba la palma de la corrupción era el ya citado Diego de Agüero, en la plaza de la villa de San Clemente eran motivo de murmuraciones los cohechos cometidos en las villas del partido: en Iniesta, se decía que alguien le había metido trescientos reales por favorecer la elección de uno de los alcaldes; en Quintanar, le habían dado seis ducados por hacer la vista gorda con las cuentas; en Villanueva de la Jara había recibido diez doblones de a cuatro por dar por buenas las cuentas del pósito; en Tarazona, el alguacil recibió una olla de miel y doscientos reales; en Villarrobledo, el alguacil chocó con la probidad de los depositarios pero eso no fue óbice para que prolongara artificiosamente su comisión para llevarse salarios adicionales. EL regidor Miguel de los Herreros es uno de los que reconvenía públicamente en la plaza al alguacil prevaricador que, viendo su conducta natural, le contestaba aquello de !y os espantáis¡

El carácter remiso y timorato del corregidor Antonio Pérez de Torres era denunciado por los vecinos, especialmente en el abasto de carnes, donde se servían borregos y primales de mala calidad en las carnicerías. La villa de San Clemente estaba revuelta y presta para el motín; por sus calles se daban gritos de !abajo el mal gobierno¡... que pues la justicia lo consentía, que auían de hazer ellos (la justicia). El hecho de matar borregos en vez de carneros había procurado unos beneficios a los abastecedores de seiscientos ducados. Otro tanto ocurría en los abastos de pescaderías y panaderías y con la conservación de los montes como los de Alcadozo o el Pinar Nuevo. Las denuncias tenían especial valor por venir de Francisco Rodríguez de Garnica, antiguo escribano de comisiones y conocedor como nadie de las corruptelas, que no recordaba una situación de desgobierno similar en los últimos treinta años y que imploraba a Dios para restablecer la justicia. Era tal el clima de desgobierno al finalizar el oficio don Antonio Pérez de Torres, que su sucesor Juan de Benavides Mendoza manifestó su deseo ante el cabildo sanclementino de no impartir justicia para mantener su buen nombre.

El escándalo del gobierno de Antonio Pérez de Torres llegaba a casos extremos, que a veces parecían sacados de la obra de Cervantes y su personaje Ginés de Pasamonte. Un ladrón llamado Julián de Iniesta fue condenado a galeras por Juan de Mondéjar, alcalde de la Hermandad y alférez de Tarazona; intercediendo, consiguió el perdón del corregidor, para continuar con sus fechorías en Vara de Rey. Otras veces, eran los oficiales los que reconocían sus excesos. Así, el escribano Francisco de Garnica reconocía haber llevado excesivos derechos en Ledaña y otras aldeas de Iniesta de unas ejecuciones. La solución no vino del corregidor, sino que la mediación se llevó a cabo en casa del escribano Miguel Sevillano para tapar el escándalo.

A la altura de 1590 el poder económico de la villa de San Clemente estaba en manos de los herederos de los Castillo y los Pacheco, riqueza que había confluido en Francisco de Mendoza y Juan Pacheco, pero la figura pública y ascendente en la villa, en boca de todos, era el escribano Francisco de Astudillo. En compañía de alguaciles como Diego de Agüero, se había adueñado de la vida pública sanclementina. Diego de Agüero encarnaba la figura del matón, Francisco de Astudillo el de nuevo leguleyo, que como escribano, daba carta de naturaleza a los excesos. Un caso criminal vino a revolver las conciencias sanclementinas: la agresión al joven Juan Peinado, malherido a palos con una horca y muerto por Pedro Cañaveras, criado de Diego Agüero. El procurador del menor, Pedro Monedero pidió justicia y parece que el corregidor Melchor Pérez de Torres estuvo presto a concedérsela, pero la repentina muerte del corregidor y su sustitución por su hijo dejó el ejercicio de la justicia empantanada en la villa de San Clemente. Cuando el alguacil Llorente Martínez fue a detener a Pedro Cañaveras en casa de Diego Agüero, se encontró esperándole en el zaguán de la casa a la mujer de Diego, dispuesta a defender su casa a voces con palabras malsonantes y manifestando que en su casa, en referencia al alguacil Llorente, no era bien recibido ningún embajador. A la misma casa acudió Francisco de Astudillo, no en su papel de escribano, sino amenazante en apoyo de la mujer. Amilanado por la mujer y el escribano, Pedro Monedero fue a pedir justicia al corregidor, que con buenas palabras despachó al suplicante Pedro, para reconocer a continuación que no disponía de alguaciles para apresar a nadie. Del caso se habría de encargar Francisco de Astudillo, que, en seguida, pidió para sí los autos del caso que obraban en poder del escribano Gaspar de Llanos. Ambos escribanos, enemigos irreconciliables, tenían sus escritorios en la misma calle, frente a frente. Pedro Monedero fue al escritorio de Astudillo a pedir justicia y fue despachado con malas palabras. A partir de ahí, la discusión crecida de tono acabó a cuchilladas entre ambos. Nos hemos de imaginar a Francisco de Astudillo, cuyos ascendientes habían servido como alguaciles de gobernadores del Marquesado, como una persona alejada de la figura del amanuense sentado en su mesa, pues entre sus gustos estaba el pasearse a caballo y con espada por la villa de San Clemente y no parece que le arredrasen las peleas. A cuchilladas se enzarzó con Pedro Monedero hasta que el vecindario acudió a poner fin a la riña. Astudillo era una figura independiente que solo velaba por su interés; acusado por sus enemigos de ser un origüela, junto a esta familia, vivía en la calle de la Amargura (nombre en memoria de la pasión de Cristo, víctima de los judíos); sin embargo, él y Diego de Agüero se encontraban enfrentados a esta familia y sus allegados como Francisco Carrera, Pedro González de Herriega o Miguel Cantero, tenidos en la villa por conversos, que acusaban al escribano y al alguacil de esquilmar los montes públicos.

No obstante, había diferencias entre  Diego de Agüero y Francisco de Astudillo. El segundo procuraba, a pesar de su genio, cuidar las formas; el primero, no. Diego de Agüero, que pagaría su osadía con la cárcel decretada por el juez de residencia Gudiel, se valía de un pastor de Pozoamargo, llamado Pablo Martínez, para ejecutar en las villas la comisiones encargadas por el corregidor. Uno y otro aceptaban dineros y sobornos sin remilgos: en Iniesta, el regidor Espinosa metía directamente trescientos reales en la faldriquera de Agüero por favorecerle en la elección de oficios. Otras veces, Agüero se concertaba con el escribano Francisco Garnica, del que se decía que había vuelto con los bolsillos repletos de reales de su visita a Ledaña, aldea de Iniesta. Estos Garnica, Francisco el escribano y su hijo Juan el alguacil andaban en turbios negocios con los portugueses existentes en la villa, en el al arrendamiento de algunas casas.



Francisco de Astudillo jugaba con la ambición de los alguaciles, e igual que utilizaba a Diego de Agüero hacía lo propio con Cristóbal Vélez de Mendoza, condenado también por Gudiel, y que cometía veinte mil tropelías en las cobranzas de los deudores del pósito de don Alonso de Quiñones, obra piadosa que su fundador difícilmente hubiera reconocido veinte años después. En las cobranzas, aparecía dando fe como escribano Francisco de Astudillo, pero sus asientos era ejemplo de intachable contabilidad; para los excesos, ajenos a las escrituras del papel, se usaba de la ambición desmedida del alguacil. No tuvo cortapisas en defender la honradez del alguacil y limpio procedimiento de las cobranzas de los deudores del pósito, para a continuación dejar caer que alguacil y mayordomo podrían explicar mejor que él la parte que cobraban en exceso de cada fanega adeudada por los ejecutados. En vano, Cristóbal Galindo se defendía, diciendo que era Astudillo el que determinaba las cantidades a cobrar, pero en los asientos de las cobranzas la que aparecía era su firma. Claro que en las mil irregularidades que se cometían en la villa de San Clemente, participaban al completo los regidores. Hernán González de Origüela denunciaba las posturas, unas mordidas de la época, que recibían los regidores de los mercaderes que vendían sus productos en la plaza del pueblo. La cosa había comenzado con el ofrecimiento a los regidores por los mercaderes de un plato de frutas; el gesto había derivado hacia pagos subrepticios, que en el caso del regidor Hernando del Castillo eran descarados y a plena luz del día.

En aquellos años el verdadero poder de la villa de San Clemente estaba en los escritorios de los escribanos, que por lo general estaban en los locales de la planta baja de la plaza Mayor. Juan Robledo tenía su propio escritorio y vio cómo se lo destrozaban una noche de julio de 1591, acabando sus papeles en un pozo de la iglesia de Santiago. El autor del agravio fue un tal Alonso Hernández Gemio, que debió pensar que desaparecidos los procesos, desaparecían sus cuentas con la justicia. De hecho, a pesar del dominio de figuras como don Juan Pacheco, la base del poder municipal en San Clemente era muy amplia, una centena de vecinos participaban del poder en la villa a través del desempeño de oficios públicos, la posesión de regidurías perpetuas o como escribanos. En los años de mandato de los Pérez de Torres, pasaron por el ayuntamiento de San Clemente treinta y dos regidores, catorce escribanos, once procuradores, ocho alcaldes ordinarios otros tantos de la hermandad, un alguacil mayor de la villa,cada año, acompañado de dos tenientes y trece caballeros de sierra. A esto habría que sumar la estructura del partido con su corregidor, alcalde mayor, alguacil mayor y sus siete tenientes o un escribano de comisiones, y la estructura de la Tesorería de rentas reales del Marquesado con un tesorero, un escribano y varios receptores, cuando no ocasionalmente varios ejecutores. Si a esto sumamos una serie de oficios menores de mayordomos, fieles, pregoneros y verederos o algunos otros ocasionales en comisión como jueces de residencia o jueces de corte y de comisiones, con su alguacil y escribano incluidos, los receptores enviados desde Granada y una legión de solicitadores de pleitos que deambulaban por la Corte, los Consejos y la Chancillería, se entiende el por qué San Clemente era llamada la pequeña corte manchega. Una ingente tropa de leguleyos andaban de un lado para otro, los pleitos se multiplicaban por doquier en una sociedad extremadamente pleiteante; resmas de papeles se acumulaban en los escritorios de los escribanos, pero también en las mesas de esa institución paralela de la Inquisición, que controlaba la vida y las conciencias, con sus siete familiares, un comisario y su notario. El círculo se cerraba con los curas y clérigos, que vía testamentaria controlaban gran parte de las donaciones post mortem y los diferentes actos sacramentales que fijaban las etapas por la que pasaban la vida de los hombres. Los papeles se guardaban con excesivo celo: privilegios de la villa en el arca de tres llaves de ayuntamiento, contratos privados en los escritorios de escribanos, genealogías y papeles acusatorios de heterodoxia en los archivos inquisitoriales, libros de cuentas en el arca del pósito, libros de rentas en los arrendadores, que acababan desapareciendo en las inspecciones de los administradores de rentas, libros sacramentales en el archivo de la iglesia parroquial, y multitud de archivos privados, en una sociedad en la que eran muchos los que sabían escribir (más de los que pensamos), donde se guardaban con celo los títulos de propiedad familiares. Las familias sanclementinas mandaban a sus hijos a aprender las primeras letras a preceptores privados, unas veces, y otras a los estudios de gramática existentes en la villa: el del concejo y el de los franciscanos de Santa María de Gracia, pero en otras ocasiones se desplazaban a los estudios de pueblos comarcanos en el deseo de obtener el ansiado título de bachiller, complementado los estudios de cánones o leyes en la Universidad de Alcalá o, quien huía de las etiquetas de conversos, en la Universidad de Salamanca. No hemos de olvidar que uno de los principales Colegios universitarios, el de San Clemente Mártir o de los Manchegos fue fundado por el doctor Tribaldos, vecino de la villa. En suma, una sociedad, excesivamente regulada, donde cada uno de los actos públicos y privados aparecían reflejados en un papel o en varios, en manos de escribientes diversos, y, a veces, simplemente contradictorios. Por esa razón, cuando Alonso Hernández Gemio arroja los papeles del oficio de Juan Robledo al pozo de la Iglesia Mayor de Santiago, es un gesto que simboliza la necesidad de liberarse de las ataduras plasmadas en aquellos papeles, no solo de las múltiples denuncias que padecía por el mal uso de los bienes públicos, también de la mala fama que gozaba en el pueblo por las fuerzas cometidas contra su propia mujer, por la que había sido acusado, ya en aquella época, de malos tratos. Lo que no estaba en los papeles, estaba en la memoria oral de los hombres. Una memoria y unos recuerdos que eran capaz de sumar mil hojas en las acusaciones de moro y judío que padeció Francisco de Astudillo Villamediana en sus intentos de conseguir el hábito de caballero de Santiago. Entonces, como en otras ocasiones, la cruz jacobea se consiguió por cuatro mil ducados, pero los papeles acusatorios contra él siempre pesaron como una mácula que le impidió el reconocimiento de sus vecinos. Incluso cuando era joven y estudiaba leyes en Salamanca debía aguantar ante sus ojos libelos que le recordaban las cenizas de su abuela quemada por practicar el judaísmo.

Sobre esta superestructura ociosa, que en nada tenía que envidiar la del propio Rey Prudente, se intentaba crear el corregimiento de las diecisiete villas. Una apuesta regeneradora de creación de una estructura de gobierno sobre un territorio más reducido y controlado. En 1564, el Consejo de Castilla era consciente de las limitaciones, ya en una provisión real avisaba que los gobernadores al llegar al Marquesado perdían el tiempo juzgando en residencia a sus antecesores y oficiales, ocupándose muy poco tiempo en sus labores de gobernación. La figura del corregidor era más cercana y por esa misma razón apegada a la vida de los pueblos, pero también a los intereses de las minorías. Se necesitaban hombres fuertes para imponer una voluntad de la Corona, que redujera los intereses particulares a los generales, o, al menos, a los intereses fiscales de una Corona arruinada. Sin embargo, la desgracia se abatió sobre los hombres que tenían que llevar a cabo ese cometido. El primer corregidor, Pedro de Castilla, que tomó posesión el 20 de noviembre de 1586, murió en el cargo; el segundo, Melchor Pérez de Torres, que ocupó el cargo el 16 de mayo de 1588, le siguió en la desgracia. Su hijo Antonio, un jovenzuelo inexperto, asumió el deber de regenerar y reformar una comarca que, una decena de años antes, Rodrigo Méndez veía repleta de riqueza, tanto como de ladrones dispuesta a llevársela.  Antonio Pérez de Torres intentó llevarse bien con todos y complacer a todos; acabó por ser utilizado por el círculo de sus hechuras más próximo y sirviendo a sus apetencias.

La relación de cargos contra Antonio Pérez de Torres era una sucesión de agravios contra un gobernante que, pusilánime, no había actuado contra nadie y en su inacción había favorecido a los más ricos. Don Juan Pacheco se había apropiado de una superficie de sesenta almudes en Perona, por las bravas y con la queja inútil de regidores como Alonso Martínez de Perona. A los excesos señoriales se seguían otros peor vistos: aquellos que atentaban a la moral de una sociedad fundada en la religión y en las buenas costumbres. Isabel García, alcahueta por naturaleza, había convertido su casa en lugar de citas de hombres y mujeres donde daban riendas sueltas a sus pasiones e infidelidades a costa de sus parejas cornudas. Entre los papeles Juan Robledo, que acabaron anegados en el pozo de la iglesia, se encontraban todas las miserias carnales de una sociedad desenfrenada que vivía del placer y por él; entre los papeles, la prostitución forzada de la mujer de Alonso Hernández Gemio o el rapto de Catalina Pareja, mujer casada, en manos de Ginés de la Osa y sus compinches Francisco Merchante y Miguel de la Osa.

Pero Antonio Pérez de Torres también tenía sus apoyos, entre ellos, la familia poderosa de los Pacheco  y otros principales como Diego de Oviedo o Alonso López de la Fuente. Aunque la fuente real en que se apoyaba su gobierno eran los escribanos, entre ellos, el mencionado Francisco de Astudillo, un hombre de poco más de treinta años. Junto a él, otros cuatro escribanos testificaron a favor del corregidor. En el gremio de los escribanos surgió el principal enemigo de la residencia del licenciado Antonio Pérez Torres; era Gaspar de Llanos, que tenía su escritorio junto al de Astudillo: la fortuna del segundo, sería causa de desgracia del primero. Compañeros de oficio, su enemistad era irreconciliable, pues, al fin y al cabo, tenían dos formas de ver su propia profesión. Gaspar de Llanos era el escribano que veía en su oficio un fin en sí mismo; Francisco de Astudillo, una simple plataforma para ganar poder.

El licenciado Gudiel fue todo lo indulgente que pudo ser con el corregidor Antonio Pérez de Torres, pero aun así no pudo evitar pronunciar algunas condenas el 31 de julio de 1592: dos mil maravedíes por ser parcial en el pleito entre la villa de San Clemente y su alférez Juan Pacheco; cuatrocientos maravedíes por dejar usar del cargo de alcalde mayor a su hermano Luis Bernardo de Torres; mil maravedíes por no respetar los derechos y salarios marcados a las comisiones por las provisiones ganadas por las villas; seiscientos maravedíes por llevar derechos por encima del arancel en los juicios ejecutivos; cuatrocientos maravedíes por no visitar las villas de su partido; de su actuación en el caso del ladrón Julián de Iniesta debía responder individualmente ante los acusadores, los alcaldes de la Hermandad de Tarazona. Era una condena leve, atemperada por las últimas palabras del juez Gudiel
le declaro y pronuncio por muy buen juez que ha vivido con mucho recato y limpieza en su oficio y que su majestad podrá servirse de él en oficios de más calidad
El licienciado Gudiel no solo había sido indulgente, sino que había blanqueado la corrupción y dado carta de naturaleza a la proyección futura de la carrera de Antonio Pérez de Torres. No lo vio así el corregidor, que pidió la absolución de todos los cargos, aunque fue presto a pagar las condenaciones y pasar así página de una aventura de gobierno que no había de ser mancha en su prometedora carrera.






AGS, CRC, LEG. 465, Juicio de residencia de los corregidores Melchor y Antonio Pérez de Torres. 1592 

domingo, 12 de junio de 2016

Memorial de Miguel de Perona contra las familias principales de la villa de San Clemente (1641)

                                                       

El memorial que presentamos de don Miguel de Perona al fiscal del Consejo de Órdenes se enmarca en el contexto de una monarquía necesitada de la venta de cargos para conseguir los recursos financieros necesarios para sostener el esfuerzo militar. No olvidemos que estamos en el crítico año de 1641, que sucede a las rebeliones catalana y portuguesa.

Ricos del lugar, como Rodrigo de Ortega, III señor de Villar de Cantos, o Francisco de Astudillo Villamediana aprovecharán para conseguir uno de estos hábitos de la orden de Santiago y, en el segundo de los casos, ver reconocida una advenediza hidalguía. El tercero en conseguir ese año el hábito de caballero de Santiago sería Iñigo Pacheco de Mendoza, de nobleza más reconocida. La farsa de las pruebas, que reconoce el denunciante Miguel de Perona, queda manifiesta en el precio fijado para la compra de estos hábitos de las órdenes militares. 4.000 ducados pagará Astudillo.

Miguel de Perona, con mucho sarcasmo, denunciará la facilidad de acceder a la nobleza por la principales familias sanclementinas, no reconociendo tal hidalguía sino exclusivamente a los Pacheco, aunque se a dicho algo, añadirá maliciosamente. San Clemente es a su modo de ver una villa donde cualquiera puede acceder a la condición noble a través de dos procedimientos. El primero es la elección anual por septiembre de electores para el cargo de alcalde de la Santa Hermandad por el estado noble

de suerte que cada año en San Clemente se acen quatro yjosdalgo, porque está a elegción de los que nombran elejir los que quisieren con lo que si esto tubiera fuerça en pocos años fueran ydalgos todos los del lugar

El segundo procedimiento es la concesión de cédulas para obtener rebaja del precio de venta de la carne, no pagando sisa para el servicio de millones. De tal forma, que se da tal autonomía al cortador de la carne para este privilegio, que no le faltaba razón a don Miguel Perona cuando equiparaba  a este oficio con una Chancillería a la que había de corresponder la concesión de ejecutorias de hidalguías:

el cortador de esta billa era una chancillería en quanto ser linpio es lo mesmo que noble

Por último, don Miguel de Perona, ya desde el inicio de su memorial, denunciará como un escándalo general en toda la Mancha la compra venta de hábitos de las órdenes militares, denunciando a los ricos de la villa, pero también la corrupción de los informantes del Consejo de Órdenes. Nos aporta el dato, que se puede comprobar en otros aspectos de la política sanclementina (tal la colaboración con la Monarquía en estos años críticos), de lo que llama confederación de las dos principales figuras del momento: don Rodrigo de Ortega y don Francisco de Astudillo Villamediana. Alianza circunstancial, incapaz de ocultar una rivalidad de intereses encontrados



                                                              ***

                                                               (cruz)

Señor don Lope de Morales

celoso de que las órdenes militares se conserben con el lustre que piden sus estatutos ago saber a u. sª. como don Francisco Estudillo becino de esta billa de San Clemente pretende el ábito de Santiago atrebimiento digno de ejemplar castigo porque desestima a el Consejo, pareciéndole su dinero lo a de suplir todo escándalo general a causado a la Mancha, aunque con dinero comisiones y otros beneficios tiene reducidos a muchos a que dirán bien y lo que a alentado su atrebimiento a sido la confederación que a echo con don Rodrigo Ortega, pretendiente del mismo ábito, don Yñigo Pacheco tiene echa merced, don Francisco Alarcón aguarda se despachen éstos para entrar, el de los Balençuelas y Erreros pretenden en la Ynquisición, familias que compreenden casi todo el lugar y defegtuosísimas escebto los Pachecos, que aunque se a dicho algo son caballeros y an tenido siempre lucimiento. Los testigos que an dicho en las ynformaciones de don Rodrigo Ortega no se atrebían a decir la berdad porque don Antonio Pimentel y don Andrés de Nieba a quién el pretendiente tenía prebenido para que diligenciase las pruebas les decían como no podían reducir a algunos testigos y con saber esto los del lugar se atemoriçaron y no se atrebían a decir la berdad sino lo que querían los ynformantes haciendo prebención de esxaminarlos a todos tocando en los dichos de los más enteros algunos de los muchos defegtos que padece y después satisfacer con mucho número de testigos para que con estas diligencias se oscureciese la berdad y que si se daba algún memorial no tubiese fuerça, mas yo no sé cómo puedan salbar el tener una familiatura enpatada de un primo suyo a bien el padre del pretendiente sido el solicitador del despacho y estando en él en esa corte el año pasado ynbió a decir a su casa que abía sacado auto de la Jeneral Ynquisición por el que declaraban ser limpio por el quarto que a él tocaba que era en San Clemente y que lo que tocaba a la Ynquisición de Murcia se yciesen más pruebas recibieron muchas norabuenas de todo el lugar y antes de Nabidad esta pasada binieron a hacer pruebas sobre lo que abía dicho estaba ya juzgado con lo que se reconoció su embuste, es descendiente de Luis de Origüela quemado, tiene G(u)edeja de Alcaraz y otros defegtos, que si bienen otros ynformantes se berificarán y estos defegtos conprueban su proceder porque el padre del pretendiente estubo más de ocho meses preso en la Ynquisición y por mucho fabor le dieron en fiado, el pretendiente y tres ermanos suyos tienen echas causas en la Ynquisición, un primo del pretendiente preso en la Ynquisición de Balladolid, la madre del pretendiente es pechera y qué admiración causará a toda la Mancha ber que la Ynquisición está castigando a esta familia y el consejo de órdenes despachándoles ábitos por no enbiar ministros enteros y que no les mueba el ynterés como a los dichos y de ber lo que an hecho los ynformantes se alientan los más defegtuosos como es don Francisco Estudillo que no tiniendo gota de sangre noble quiere ábito siendo yjo y nieto de escribanos por padre y madre y es lo mejor que tiene abiendo pechado llanamente todos y  su padre por gran suerte fue alcalde por los pecheros y e entendido que un libro que llebó desta billa el Marqués de Agrópoli, le pide Juan de Ortega a jente de don Francisco en nombre de la billa para quitar dél por donde consta pecharon todos sus ascendientes y poner algunas protestas antes que su padre recibiese la bara para que remitiéndose los testigos a los libros allen en ellos lo faborable  a su pretensión a lo que no debe dar lugar el consejo sino retenelle y abiendo yntentado que la billa lo reciba, cosa que ace casi generalemente no lo pudo conseguir, aunque les daba muchos ducados temiendo no los llebasen a Granada y los más amigos le decían que no ynportaba el estar recibido para pretender ábito que ellos se perjurarían y en fe de esto y del fabor que le ace el corregidor y la unión que tiene con los demás, de que se ayuden unos a otros y tener concertado con don Antonio Pimentel y don Andrés Nieba le despacharán su ábito por quatro mil ducados se a atrebido y para que los testigos puedan deponer de algún agto de ydalgo a echole de su boto Pedro de Tébar para nombrar alcalde de la ermandad que en este lugar ay costumbre de que quatro personas nombran alcalde de la ermandad cada año y estos quatro ponen sus botos en otros quatro para el año sig(u)iente para que nombren alcalde y esto sin autoridad de justicia ni de billa, de suerte que cada año en San Clemente se acen quatro yjosdalgo, porque está a elegción de los que nombran elejir los que quisieren con lo que si esto tubiera fuerça en pocos años fueran ydalgos todos los del lugar, ay costumbre es esta billa de que los ydalgos y muchos que no lo son lleben cédulas a la carnicería para rebajarles la carne un marabedí de sisa y don Francisco Estudillo no se a aterbido a ynbiarla asta que bino este correjidor con ser una cosa ridícula, porque la billa tiene echo concierto con el cortador de que le a de rebajar de la carne que romana tanta cantidad y que corra por su quenta el recibir cédulas y esto se yço por los empeños que se ponía el rejidor por cuya quenta corría cada mes el pasarlas de forma que si esto tubiera fuerça el cortador de esta billa era una chancillería en quanto ser limpio es lo mismo que noble, e querido dar quenta a u. sª de todo para que la dé al consejo y se remitan ynformantes de toda consideración y se berifique todo lo contenido que juro a Dios y a esta + es berdad y en lo tocante a don Rodrigo de Ortega dirá don Pedro Baca, don Tomás Melgarejo y don Bicente Ferrer, caballero de la orden de Santiago, que trataron de casarlos con la ermana del pretendiente y no quisieron por ser tan conocidos sus defegtos y los dichos ynformantes están en esta tierra aguardando les remitan las pruebas de don Francisco a lo que si se da lugar no ay que acer estimación de los ábitos, yo cumplo con mi conciencia con dar quenta a u. sª. para que lo remedie y lo tengo por cierto por conocer la justificación del Consejo y que no a de querer se pierda el lustre y estimación de las órdenes nuestro señor guarde a u. sª. para que ayude a su conserbación. San Clemente, de mayo de 641
                                                                       Don Miguel de Perona



AHN. ÓRDENES MILITARES. CABALLEROS DE SANTIAGO. Exp. 6008. Don Rodrigo de Ortega y Monteagudo. 1641, sin foliar

martes, 12 de abril de 2016

Las fiestas del Corpus en San Clemente (1637)

Cuando Astudillo Villamediana regala en 1637 al pueblo de San Clemente unas fiestas del Santísimo Sacramento inigualables, su objetivo debió ser superar aquellas que organizó Don Rodrigo de Ortega nueve años antes. En esos años veinte, en que desaparece el alférez mayor Juan Pacheco de Guzmán, Astudillo padre es un anciano que parece retraído de la actividad pública y su hijo se está formando en Salamanca, se produce el encumbramiento y la eclosión de los Ortega. Las fiestas del Corpus de junio de 1628, sucedían a la que el joven Juan Pacheco de Guzmán había preparado el año antes; Don Rodrigo de Ortega no tuvo reparo en aportar de su bolsillo 2.400 reales para el pago de procesiones y gastos de la representación de dos comedias, una de ellas, un panegírico monárquico sobre "La benida del inglés sobre Cádiz", que aludía a la expedición de un despechado Carlos I por los amores frustrados con la hermana de Felipe IV.

Aquí reproducimos las rimas que le dedicó Juan Antonio de la Peña, poeta, además de abogado de los Reales Consejos, y amigo personal de Lope de Vega. Los versos los encargó Francisco de Astudillo Villamediana en 1637; año en que como Mayordomo del Santísimo Sacramento le correspondió organizar las fiestas. Creemos que su lectura nos da un fiel reflejo de lo que eran aquellas fiestas de la octava del Corpus aquel año de 1637.



                                                                       ****

Relación de las grandiosas fiestas y octaua que hizo al Santíssimo Sacramento en la villa de San Clemente en la Mancha don Francisco de Astudillo y Villamediana, mayordomo del Santísimo Sacramento

Compuesta por el doctor Juan Antonio de la Peña, Abogado de los Reales Consejos

Impressa en Madrid
Año MDCXXXVII


Pues no te hallaste en la villa
escúchame un rato Menga,
que está la musa de gorja,
y he de contarte la fiesta.
Ya sabes que en San Clemente
al Pan, y Vino festejan,
como en el Vino, y el Pan
tienen su mayor riqueza.
Porque en una viña sola,
que es figura de la Iglesia
todo el nombre de Iesús
ha situado sus rentas.
Y en las fértiles espigas
después que Dios viue en ellas
depuró roca la Mancha
es ya divina limpieza.
Porque en tierra de María
nacen las espigas vellas,
sin maldición de la mancha,
porque es bendita tierra.
Anda el trigo de balde,
que ya por las calles rueda,
aunque nunca falta un Iudas
que quiere venderlo a treynta.
Más a doze fue la tassa,
y a doze se dio en la mesa
tan de balde, que aunque a doze
de gracia todos le lleuan.
A este Pan Dios soberano,
y manjar de vida eterna
un Otauario consagran
con afecto y reuerencia.
Don Francisco de Astudillo
tomó solo por su cuenta
ser mayordomo del Pan,
a quien el Ángel respeta.
Como era Vilamedrana
Halló tan crecidas medras,
que en seruir el Pan del cielo
le ha eternizado en la tierra.
Y uuo por su compañero
al cuidado, y diligencia
del grande don Juan Rosillo
que a todo cuydado alienta.
Va de fiesta, y va de adorno,
y comienço por la Iglesia,
porque en las bodas de Dios,
por la Esposa se comiença.
Estaua toda colgada
de brocados y de telas
encarnadas, por ser día
que da Dios su carne mesma.
Las colunas, y pilares
con mucha magnificencia
de armas, y de reposteros,
que a Dios postran su nobleza.
El altar lleno de luzes,
dixe mal, lleno de Estrellas
que dar luz el Sol presente
toca a más diuina Esfera.
Hizose un alto peñasco
que como Dios es la Piedra
estableció deuociones
del peñasco en la firmeza.
Si ya no afirmo que ha sido
aquesta diuina Piedra
la Piedra de Moisén
con aguas de vida eterna.
Aquí si que por amor
boluió Christo en pan las piedras
pues estaua el Sacramento
cubierto esta vez con ellas.
Los Ángeles assistían
cada qual con una vela,
que en los desuelos de Dios
hasta los Ángeles tiemblan.
Subía por el peñasco
con artificio y destreza
aquel Sol Sacramentado
hasta la cumbre suprema.
Allí se miraua fijo
en su amor, que era su Esfera,
que no ay más cielo que el mismo
quando haze tales finezas,
Cubriale un pabellón
todo de sonoras lenguas,
porque en cada campanilla
publicassen su grandeza,
Una misteriosa nube
ocultaua la presencia
de aquel soberano Sol,
Luz y Vida de la tierra.
Y al tiempo de encubrirse
estaua de tal manera,
que en manos del Sacerdote
siendo Ocaso su obediencia
Cubría sus bellos rayos
dexando a las almas tiernas
engendrar perlas de amor
en el Nácar de su ausencia.
La música destos días
fue tan acorde, que apenas
de Militante a Triunfante
se hallaua la diferencia.
A fray Iacinto Ferrer
se le encomendó la fiesta
y el solo Fénix de España
la tomó todo a su cuenta.
Unidos los instrumentos
y las vozes tan perfectas,
que solo de Contrabajo
tuuieron no ser eternas.
Hubo muchos villancicos
no te los alabo Menga,
que un rústico como yo
mal puede hazer buenas letras.
Todas las tardes auía
mucha música en las Siestas,
los sermones fueron doctos,
y en la misma competencia
Tan iguales como suelen
del órgano estar las teclas,
porque en la diuersidad
se vinieron de tal manera,
que sus elogios hallaron
en la misma diferencia
hizieron dos procesiones
y a fe que pudieron verlas
los Consejos de la Corte
y de Toledo la Iglesia,
mucha Cruz, mucho pendón,
mucha gala, y mucha cera,
Que en día de Pan y Vino
qualquier Cofrade le alienta
muchos ramos por las calles,
mucha juncia por la tierra.
Y entre muchas colgaduras
mil animadas bellezas:
huuo diferentes danças,
y no faltó la de cuenta
por ver que la toma Dios
de quien le come sin ella.
Gitanas que en sus mudanças
milagrosamente ostentan
Que este Pan es de Ioseph,
y en Egipto le respetan,
huuo también Gigantones
porque sin estos no ay fiesta,
Tarasca no huuo ninguna
más si tu vinieras Menga,
con la sierpe en tus celos
muy buena Tarasca fueras.
Huuo a trechos sus Altares
con flores, y con riquezas,
que como el Pan es de flores
no ay Altar que esté sin ellas.
Lo más noble de la villa,
al amante Dios corteja
que va debaxo de un Palio
mostrando que en todos reyna.
Iba su Real Magestad
disfrazado de blanca tela,
aunque quanto más se encubre
a todos le manifiesta.
Sintió nueuos accidentes
por el alma, a quien festeja,
y como a enfermo de amor
agenos ombros le lleuan.
Como vi la Clerecía,
dixe, la Iglesia de Cuenca
por San Clemente ha dexado
a San Iulián en sus cestas.
Que te diré de los fuegos
que voto al Sol que pudieran
en cometas de artificio
imitar fijas Estrellas.
Giraldulas, voladores,
y los buscapiés que alegran
a los muchachos, porque
se huelgan quando se inquietan
Saluages encohetados,
que unos con otros pelean,
y haciendo juego del fuego
con lo que se quema juegan.
Estos peleauan con sierpes,
y huuo voto que pudieran
 a ser hiernos escusar
las serpientes con las suegras.
Imitando al Mongibelo
al Monte Besubio o Ethna,
un artificial Bolean
estaua dentro una Peña
Abrióla por medio un rayo
y al punto salieron della
dos gigantes con sus maças,
y aún con sus monas pudieran.
Luego aquel preñado monte
abortó mil diferencias
de animales encohetados
que alborotaron la tierra.
Viose en medio un árbol grande
que sin duda representa
el árbol del padre Adán
pues estaua con culebra.
Este en gomas derretidas
que nunca fueron Sabeas
casi hasta el Alua duró
dando al rozío en centellas:
Fueron los toros muy brauos;
y las suertes muy diuersas,
que hasta la misma desgracia
suele ser suerte tenerla.
Don Francisco de Astudillo
mostró su brío y destreza,
más no se le atreue el bruto,
porque su valor respeta.
Don Tomás de Melgarejo
hizo muchas suertes buenas
quebrando el corto rejón
en la bien lunada testa,
Todos lleuaron el vítor,
pero la magnificencia
de don Francisco lleuó
aplausos que le celebran,
Por cortés, por liberal,
por sangre, por ascendencia;
por calle, por vizarría,
por despejo, por destreza,
Por bienquisto, por amable,
y lo que es más, porque muestra
al diuino Sacramento,
su deuoción, sus fineças,
Su Religión, sus afectos,
su viua Fe, su asistencia,
con que sublima su Nombre,
y haze su Alabanza eterna.

FIN



BIBLIOTECA A CORUÑA. FONDO FOTOGRÁFICO DONADO POR MARÍA CRUZ GARCIA DE ENTERRIA AL GRUPO SIELAE. Sign.: BML-CR4-010 (Antigua: GE/9.4/20)

lunes, 4 de abril de 2016

El ocaso de los Buedo y el ascenso social de Francisco de Astudillo (III)

La elevación de la segunda puja de don Rodrigo de Ortega obligó a Francisco de Astudillo y a Martín de Buedo Gomendio a un nuevo concierto de 8 de marzo de 1612, firmado ante el escribano Bartolomé de Celada. La puja subiría hasta los 12.050 ducados, haciéndose necesaria la colaboración y aportación financiera del capitán Francisco Rodríguez Garnica para que Astudillo ganara la subasta. Aún así don Rodrigo de Ortega por medio de Bautista García Monteagudo se haría con los bienes de la cañada del Abad. Astudillo se haría con el oficio de tesorero elevando su precio en 1.700 ducados más y la viña y olivares de la cañada de Sisante, elevando su precio en 194.110 maravedíes sobre los 425.000 ofrecidos por don Rodrigo.

El concierto o pacto entre Astudillo y Buedo incluía la aceptación por éste último que los bienes se remataran en Astudillo o su cuñado el capitán Rodríguez Garnica. El oficio de tesorero que sería rematado en el capitán por 9.700 ducados, sería cedido inmediatamente en Astudillo, que a su vez daba la posibilidad de revertirlo en Buedo a los seis años, si estaba dispuesto a pagar un precio de 8.000 ducados, inferior al remate. De ese dinero del precio del oficio de tesorero, se descontaron 3.800 ducados a pagar a los fiadores del censo de Juana de Guedeja (Diego de Agüero y sus consortes Cristóbal Galindo y Miguel García Macacho), y que Astudillo debía abonar a la Real Hacienda en un plazo de seis meses. En cuanto a los bienes raíces, treinta mil vides, 1.500 olivos, molino de aceite, casas, mulas y aperos de labranza, que se remataron en Astudillo por 2.350 ducados,  serían cedidos a Martín de Buedo Gomendio, según escritura posterior de 12 de agosto de 1612, que para recuperarlos se comprometía a pagarle a Astudillo 4.000 ducados en un periodo de cuatro años de 1613 a 1616, a razón de mil ducados anuales. El propio Buedo reconocía que la hacienda que se le iba a ceder rentaba alrededor de 600 ducados. Contaba, además, Martín de Buedo para recuperar sus bienes con el cobro de diversas deudas: de las rentas reales, 70.000 maravedíes de San Clemente, 560.000 maravedíes de Iniesta y diversas deudas particulares, 1.000 ducados del concejo de Vara de Rey como cesionario que era de un censo del convento de monjas de San Antonio el Real de Segovia, 100 ducados de Gómez de Valenzuela y el dinero de las mulas que Martín de Buedo había vendido a su familiar Pedro de Buedo.

Pero cuando se cumplió en marzo de 1613 el primer plazo del remate, Martín de Buedo no pudo pagar, por lo que Astudillo pidió la ejecución de bienes del tesorero. Aprovechando para quedarse de forma definitiva con el oficio de tesorero (aunque el título sólo sería expedido dos años más tarde por la Contaduría de Mercedes) y para el remate del resto de bienes de Martín, que de prenda predatoria pasarán a plena propiedad, ya no sólo de Astudillo, sino de don Rodrigo de Ortega. Ambos habían llegado a un acuerdo para rematar el proceso ejecutivo de un año antes. Así acuerdos y conciertos se mudaban según los intereses de las partes y, porque no decirlo, las ambiciones y egoísmos personales. Francisco de Astudillo, que tenía facilidad para los conciertos, era hombre que no perdonaba los incumplimientos. Por eso, esta vez humillaría a Martín de Buedo, incluyendo en la ejecución de los bienes tres esclavos, de nombres Lucas, María y Beatriz, a los que Buedo tenía especial cariño. Astudillo, que en todo procuraba mantener las formas legales, había convenido con Buedo en 1612, hacer postura por dichos esclavos para cedérselos a continuación a Buedo a cambio del ganado lanar de éste. Apenas un año después Astudillo pedirá también los esclavos con la excusa de que el remate de los esclavos había caído en Juan de Araque, a quién había comprado los esclavos, dejando sin valor el concierto.

Francisco de Astudillo, mientras tanto, llevaba un doble de juego con Martín de Buedo. Antes de la ejecución de bienes había sido apoderado por Buedo para la cobranza de las rentas reales de Iniesta; ahora, Astudillo, en posesión de la tesorería consideraba que los 560.000 maravedíes cobrados correspondían a su ejercicio como tesorero y, de hecho, fueron destinados inmediatamente al pago del asentista Gerónimo Serra, privando de esta forma a Buedo de los 1.500 ducados que pretendía recaudar en Iniesta para hacer pago de sus obligaciones. Además, Astudillo, que como escribano que era, daba muestras de pulcritud en cuestiones legales, reducía las buenas formas a la plasmación por escrito de los compromisos, pero no a los medios para conseguir sus objetivos y la firma de escrituras de renuncia de Martín de Buedo:

y para que no le pidiese los demás bienes referidos con el poder que tiene con las justicias y vecinos de la dicha villa de San Clemente, desde que usa el dicho oficio procuró perseguir al dicho Martín de Buedo, buscándole calumnias para prendello y buscándole con gente de a cauallo y de a pie por los campos y en su casa, y cercándola muchas veces para el dicho efecto, solo a fin de obligallo a que otorgase en su favor dos escrituras, una en que hiciese dexación del oficio,y otra en que aprobase los dichos remates y posesiones, y se apartase de qualquiera derecho que tuviese contra él. Y el dicho Martín de Buedo compulsó y apremiado contra su voluntad, otorgó las dichas escrituras ante Francisco Rodríguez escriuano de la villa de San Clemente la escritura en que hizo dexación del dicho oficio de Tesorero y ante Bartolomé de Celada escriuano asimismo la escritura en que aprobó el dicho remate, y hizo apartamiento de los dichos derechos

Astudillo, muy dado a los equívocos, había sabido dar una nueva lectura a las concertaciones de 1612. Se suponía que los 4.000 ducados que Buedo se había obligado a restituir a Astudillo, pertenecían al censo de la memoria de Juana Guedeja, pues Buedo hacía frente a un pleito ejecutivo contra su fiador en dicho censo Diego de Agüero, que había conseguido salvar con los cuatro mil ducados cedidos por Astudillo a Buedo, destinados a pagar el principal de dicho censo, pero del que no reconocía que se hubiera dado la propiedad de sus bienes raíces como garantía, sino que sólo se había cedido su uso para pago de los mil ducados anuales. No lo entendía así Francisco de Astudillo, que por vía ejecutiva decidió quedarse con un olivar y 30.000 vides.

Martín de Buedo había tejido toda una serie de alianzas para garantizar la posesión de sus bienes. No cabe duda que su principal aliado era Francisco de Astudillo, pero en la almoneda habían acudido otros hombres de paja, familiares de Martín, para hacerse con los bienes y evitar que cayeran en manos de Rodrigo de Ortega. Así Pedro de Buedo había adquirido las mulas y Juan de Araque, los esclavos. Ahora todo este entramado de intermediarios se hundía.

En este enrevesado juego no debía permanecer pasivo don Rodrigo Ortega. Enseguida exigiría a Astudillo que le entregará los frutos de la explotación de la hacienda de Buedo como pago de sus deudas, cosa que Astudillo hizo. Además, sabemos que don Rodrigo Ortega había prestado dinero al concejo de Vara del Rey, que incapaz de devolverlo tendrá que vender su jurisdicción en favor de aquél. Desde entonces, la justicia de Vara de Rey, y por varios siglos, quedará en mano de Rodrigo Ortega y sus sucesores los Marqueses de Valdeguerrero. Hemos de suponer que para mantener su independencia jurisdiccional el concejo de Vara de Rey lucharía hasta el límite, y la forma más a mano que tenía era cobrar 37.000 reales que Martín de Buedo debía al pósito de esa villa. Incapaz de pagar, Martín de Buedo se vio inmerso en un pleito con el concejo de Vara de Rey, ante el Consejo Real; Astudillo, que se había constituido en fiador de Buedo para garantizar su presencia en el juicio y que no huyera, fue traicionado por Buedo, que no se presentó ante el Consejo Real, obligándose Astudillo a entregar la fianza dada para evitar su prisión y verse embarcado en un pleito ante el Consejo Real por tiempo de dos años, que le costaría más de tres mil ducados. Desde ese momento, cualquier compromiso entre Astudillo y Buedo fue imposible.

Firma de Francisco de Astudillo








ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. Martín de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey, con Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente sobre el oficio de tesorero. 1620

miércoles, 30 de marzo de 2016

El ocaso de los Buedo y el ascenso social de Francisco de Astudillo (II)

Don Rodrigo Ortega y Avilés ( o Tébar que era su verdadero apellido materno) tenía razones para la enemistad con Martín de Buedo Gomendio. Sus campos eran limítrofes, don Rodrigo además poseedor de una fortuna valorada, en palabras de Francisco de Astudillo, en 80.000 ducados, necesitaba del arrendamiento para explotar sus tierras. De hecho, Martín de Buedo además de explotar sus tierras, cultivaba en régimen de arrendamiento otras de su vecino Rodrigo. Además de esta confluencia de intereses agrarios, existían otros intereses más encontrados entre ambos contendientes. Rodrigo de Ortega tenía varios juros situados en las rentas reales del Marquesado de Villena, de las que Martín era tesorero. La ordenación de pagos tras la bancarrota de 1607, había puesto los juros de don Rodrigo en la cola para el cobro de sus intereses, por detrás de los asentistas extranjeros con preferencia en los pagos. Pero si un Lucas Palavesín o un Gerónimo Serra estaban dispuestos a esperar la lógica de los procesos ejecutivos para cobrar, no así don Rodrigo, sabedor de los bienes raíces que el tesorero tenía al lado de los suyos.

... aunque parece haber ofrecido más por él (por el oficio de tesorero) don Rodrigo de Ortega porque lo hazía a emulación y por quitársele a Francisco de Astudillo, y quedar el susodicho con él, por tener algunos juros, sobre las rentas de la dicha Tesorería que por ser posteriores a otros muchos los cobraua mal, y quería hazerse pagado de su mano, estimando esto más que perder tres ni quatro mil ducados por ser hombre rico, que tiene más de 80.000 de hazienda y caudal

Por contra, Francisco de Astudillo y Martín de Buedo Gomendio no tenían muchas razones para la animosidad. La colaboración había sido la norma entre ambos. Francisco de Astudillo se había encargado, al menos en 1607, de la recaudación de las rentas reales de San Clemente, y unos años después de las de Iniesta. Durante los años 1608 y 1609, Francisco de Astudillo era alcalde mayor de San Clemente (lo que demuestra su imbricación con el poder, pues este cargo solía estar expresamente prohibido a los naturales de la villa donde residía el corregidor). Tuvo que actuar en un caso en el que estaba implicado Martín de Buedo Gomendio, que se hallaba en pleitos con la mujer de su hermano Juan, doña Beatriz Enriquez, natural de Fresneda, sobre la posesión de ciertos bienes en la villa de San Clemente que esta mujer pedía como restitución de su dote y con los que Martín de Buedo había debido ampliar su hacienda, como ya hiciera con su hermana Catalina. El 26 de abril de 1608, el licenciado Arburola, alcalde mayor de Cuenca y futuro juez en la almoneda de bienes de Martín de Buedo, había conminado a Francisco de Astudillo, como alcalde mayor de San Clemente, para que diese posesión de esos bienes a doña Beatriz

para que se le diese la posesión de ciertos bienes que el dicho su marido tenía en esa dicha villa para con ellos ser pagada de la dote que auía lleuado a su poder y en especial se le diese de un censo que el dicho su marido auía mal vendido y disipado a martín de buedo tesorero de alcaualas de esa dicha villa (1)

Por complicidad con Martín de Buedo, Astudillo había mirado para otro lado, haciendo caso omiso al auto, por lo que fue de nuevo requerido por el Consejo Real con fecha de 5 de febrero de 1609, para que cumpliera lo ordenado. Aun así, se habría de expedir nueva requisitoria por el juez Carranza y el pleito se volvería a reabrir en 1612 al calor de las ejecuciones contra el tesorero.

Los contratos entre las dos partes, Astudillo y Buedo, solían obviar las escrituras de obligación e, incluso durante el periodo de desavenencias y ejecuciones que va de 1612 a 1618, se preferían las escrituras de concierto entre ambas partes. En una fecha tan tardía como la de 1618, Astudillo se postulará como garante y fiador de Buedo, en la palabra dada por éste de presentarse voluntariamente ante el Consejo de Hacienda. Sólo cuando Buedo incumple su palabra y Astudillo está a punto de ser encarcelado, cualquier acuerdo, por interesado que fuera (y primaba más el interés que la buena voluntad), se hace imposible. Por esa razón, el proceso ejecutivo contra Martín de Buedo, en lo que beneficia a Astudillo se nos presenta como un discurrir lento, donde los bienes ejecutados van cayendo del lado de este último paulatinamente: tesorero, esclavos, tierras y casas. Pero Francisco de Astudillo no era un agricultor ni tenía relación con la tierra, eso explica que igual que se apoderará con excesiva prontitud de la tesorería de rentas reales, intentará mantener una posesión temporal de las tierras de Buedo, manteniendo a éste como inquilino de las mismas para facilitarle unos ingresos con los que poder saldar las deudas con su antiguo socio. Francisco de Astudillo, que se hará con los servicios de Felipe Valero, vecino de Vara de Rey, como administrador para la explotación de las tierras, se nos presenta como un terrateniente torpe (hecho que le culpará Buedo). Así es comprensible que a la larga el principal beneficiario de los bienes raíces de Martín de Buedo sea don Rodrigo de Ortega, que, siguiendo la tradición familiar, basará su fortuna en la propiedad de tierras.

(1) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 96/20


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. Martín de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey, con Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente sobre el oficio de tesorero. 1620

jueves, 24 de marzo de 2016

El ocaso de los Buedo y el ascenso social de Francisco de Astudillo

Era el inicio del año 1612 y Martín de Buedo Gomendio se hallaba acorralado por sus deudores. Apenas si habían pasado cinco años desde que su hermana Catalina, tutora del menor Martín y viuda del capitán Alfonso Martín de Buedo, le había cedido la tesorería de rentas reales del Marquesado de Villena. El supuesto acuerdo familiar no ocultaba los apuros de la viuda ni tampoco las ambiciones y falta de escrúpulos familiares de Martín de Buedo. Era nuestro protagonista una persona que no se arredraba; nada más acceder al cargo de tesorero, en noviembre de 1605, había tenido un sonoro encontronazo con el corregidor de Chinchilla por el cobro de las tercias reales en especie. Su ambición por controlar el trigo excedentario de las tercias, y con ello controlar el precio de este producto, posiblemente no le dejara ver su aislamiento, traducido en falta de apoyos y colaboración de las autoridades y personas principales de la villa de San Clemente. Seguramente que sabía que podía confiar poco en don Rodrigo Ortega, cuyas tierras en Vara de Rey eran colindantes y cuya enemistad debía ser fama pública, pero un personaje como Francisco de Astudillo, antiguo escribano y servidor de diversos oficios públicos al servicio del corregidor de San Clemente, denostado y odiado en la sociedad sanclementina, más allá de la natural desconfianza, no debía procurarle más temores ni mucho menos predisposición al rechazo.

Cuando Martín de Buedo Gomedio fue alcanzado en las cuentas de su tesorería de 1610 y 1611 por un total de más de ocho millones de maravedíes, alrededor de 22.000 ducados, el primer postor que acudió a hacer la correspondiente puja sobre los bienes embargados fue don Rodrigo de Ortega. Sólo una persona parecía capaz de mejorar esa postura o al menos era capaz de tejer las suficientes alianzas para una puja más alta, pues nos parece dudoso que en el San Clemente de aquel tiempo, nadie superara en liquidez o numerario en efectivo al referido Rodrigo de Ortega, excluyendo claro está a los hermanos Tébar o al indiano Pedro González Galindo. Ese hombre era un converso, de la familia de los Orihuela, que había medrado a la sombra del corregidor. Había fortunas sanclementinas que venían del último tercio del siglo XVII. Algunas de ellas, con la crisis de comienzos de siglo se arruinaron. Pero los hubo avezados como Francisco de Astudillo que empezaron a descollar con el cambio de siglo. Poco sabemos de la consolidación de su fortuna que comenzaría como servidor público y sabría asegurar cuando entroncó familiarmente con los Rodríguez Garnica de Hellín (conocidos como los Pelagatos, pero con contactos en la corte por medio del procurador Rodríguez de Tudela). Francisco de Astudillo había casado con Ana María García de Villamediana, hija de Francisco Rodríguez Garnica, pero con un segundo apellido materno, Villamediana, que contribuiría a limpiar la imagen de la baja extracción social de su procedencia y hacer olvidar su sangre conversa con su matrimonio con una cristiana vieja, de las familia de abolengo en la villa y ejecutoria de nobleza ganada en la Chancillería de Granada.

Sería Francisco de Astudillo el elegido por Martín de Buedo Gomendio para sacarlo del atolladero en el que se encontraba aprisionado. Para hacer frente a su deuda, Buedo Gomendio vio cómo se ponían en almoneda sus bienes y cómo el principal postor era don Rodrigo de Ortega. La venta del oficio de tesorero era insuficiente para saldar sus deudas, pues Martín Buedo tenía otras obligaciones. No ha mucho que había tomado prestados en dos censos cerca de 4.000 ducados dotados por Juana Guedeja para sufragar las obligaciones que conllevaban la memoria fundada tras su muerte, pero Martín no podía pagar los réditos de los dos préstamos y sus fiadores, entre los que destacaba Diego de Agüero, no parecían muy dispuestos a respaldarle con su dinero, pretendiendo cobrarse de los bienes del dicho Martín el capital necesario para la redención de dichos censos. Se sumaba a estas cargas, el dinero adeudado por Buedo al pósito de Vara de Rey del que había tomado prestado a censo otros 37.000 reales. En resumen, Buedo Gomendio había hecho una apuesta arriesgada, había pedido prestados cerca de 8.000 ducados fiando su futura fortuna al ejercicio del oficio de tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, pero sus proyectos se había roto por la quiebra de las finanzas de la Monarquía en 1607. La bancarrota de ese año había llevado a Felipe III a postergar los pagos de la Monarquía con los asentistas extranjeros mediante un programa de conversión de la deuda flotante en deuda consolidada; es decir, nuestro tesorero vio como nuevas obligaciones de pago se acumulaban en su tesorería en forma de los llamados juros, títulos de deuda a largo plazo situados en las rentas reales del Marquesado, o lo que es lo mismo, las alcabalas y tercias del Marquesado estaban hipotecadas al pago de los asentistas extranjeros. Hasta San Clemente llegarían las exigencias de un Lucas Palavesín o un Gerónimo Serra y con ellos llegaría la ruina del tesorero.

Don Rodrigo de Ortega con su puja mostraba a Martín de Buedo su penosa situación. Ofrecía 10.000 ducados para adquirir la totalidad de los bienes del tesorero, que quedaba en la más absoluta ruina. Don Rodrigo pretendía comprar el título de tesorero por 8.000 ducados, sus tierras y casas por 1.500 ducados y sus mulas y aperos de labor por 5.500 reales. Martín de Buedo se quedaría sin hacienda y sin blanca para pagar las deudas correspondientes a los réditos del censo del pósito de Vara de Rey y al principal del censo de Juana Guedeja que le pedía su fiador Diego de Agüero para librarse de sus obligaciones. No le quedó más remedio que acudir a buscar la ayuda de quién únicamente en San Clemente estaba dispuesta a prestársela. Ese era Francisco de Astudillo, despreciado en el pueblo por sus antecedentes familiares conversos ligados a los Origüela y su baja extracción social.

Ambos, Buedo y Astudillo, acordarían por escritura de 10 de febrero de 1612 una fórmula transaccional para evitar que los bienes en almoneda cayeran en mano de don Rodrigo de Ortega. Francisco de Astudillo se comprometía en mejorar la puja de don Rodrigo en 2.000 ducados, subiendo la cifra ofertada hasta 12.000 ducados. La oferta por el título de tesorero subía hasta los 9.500 ducados; por las tierras de labor y heredad en Vara de Rey se subía la puja en 500 ducados hasta 2.000 ducados y se mantenían los 5.500 reales en las bestias y aperos de labranza, confiando que, una vez perdida la opción a las tierras, don Rodrigo desistiera.

El acuerdo transaccional entre Astudillo y Buedo radicaba en que se trataba de encubrir la postura de Astudillo como una donación inter vivos de carácter temporal, en el que no había pago de intereses pero si condiciones draconianas para la devolución del dinero. Francisco Astudillo adquiría el título de tesorero por seis años pero con el compromiso de que si Martín de Buedo al cabo de ese tiempo le devolvía los 8.000 ducados, el oficio volvería de nuevo a él o a su familia. Astudillo aportaba los 4.000 ducados necesarios para pagar a Diego de Agüero, fiador de Buedo en los censos tomados de Juana Guedeja, y deseoso de librarse de las obligaciones contraídas. Astudillo incluso cedía la explotación de las tierras de Vara de Rey a Martín de Buedo, para que con su fruto pudiera pagar los réditos del censo de Juana Guedeja y del pósito de Vara de Rey y, es más, cedía en la posibilidad de que Buedo le devolviera los 4.000 ducados prestados a razón de 1.000 anuales y una renta anual, garantizándose la recuperación de sus heredades.

Francisco de Astudillo se presentaba como el benefactor de Martín de Buedo Gomendio, a cambio de las rentas temporales que había de proveerle el uso de la tesorería durante seis años y una exigua renta de arrendamiento a pagar por Buedo por la explotación de sus heredades. Martín de Buedo, en una situación límite, confiaba en recomponer su hacienda en un plazo de cuatro a seis años, cobrando las rentas reales adeudadas por pueblos como Iniesta y la ayuda de algunos familiares de Cuenca. Por supuesto, Francisco de Astudillo pensaba que el desembolso de los doce mil ducados no era sino inversión que recuperaría acrecentada con las rentas reales cobradas en los próximos seis años y maquiavélicamente jugaba la carta de quedarse, dadas las condiciones draconianas, con el oficio de tesorero y convertirse en terrateniente a costa de Martín, cuyas tierras quedaban hipotecadas a los pagos anuales comprometido con Astudillo. Pero uno y otro calculaban mal; don Rodrigo de Ortega se disponía a mejorar su propia oferta de 10.000 ducados  y la de los 12.000 de Astudillo por los bienes de Buedo. Tanto Astudillo como Ortega estaban arriesgando demasiado y poniendo sobre la mesa la totalidad de sus capitales. ¿Qué garantías tenían para incrementar sus ofertas? Esas garantías eran las alianzas familiares que ambos habían tejido en esos años. Era la hora de los cuñados. En ayuda de Rodrigo de Ortega acudió Bautista García de Monteagudo, casado con su hermana Catalina. En socorro de Astudillo llegaría el capitán Francisco Rodríguez Garnica, hermano de su mujer.


                                                          (Continuará)





ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. Martín de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey, con Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente sobre el oficio de tesorero. 1620

domingo, 20 de marzo de 2016

Del precio de las cosas en 1615, cuando las mulas valían tanto como las personas

Ya hemos escrito en otras partes que la ruina de Martín de Buedo, vecino de Vara del Rey y tesorero de rentas reales,  fue origen de la fortuna de don Rodrigo de Ortega y Francisco de Astudillo. Sobre ello volveremos en profundidad en los próximos meses, pues difícilmente se entiende el San Clemente de los siglos XVII y XVIII, si se desconoce lo que pasó en aquella década de 1610 a 1620 en que las fortunas, entendidas tanto como destinos como haciendas personales, cambiaron de mano.

La relación de precios que se ofrece, procede de la ejecución de bienes del tesorero de Martín de Buedo. Aparte de lo anecdótico de los tres esclavos vendidos por poco más de 4.000 reales y que su precio apenas si se equiparaba al valor de un par de mulas con sus aderezos, se ofrecen precios de otros productos relacionados con el mundo agrario de ese tiempo. Destaca la fluctuación, dependiendo de las cosechas, del precio de algunos frutos como la uva; medido en cargas de uva, que sería al equivalente a un carro. Si vale de comparación, los jornales diarios se situaban en alrededor de tres reales para un jornalero y dos reales para una sirvienta por esos años. De los tres esclavos, es de lo que más le costaría desprenderse a Martín de Buedo:

Y que en realidad de verdad la dicha postura y remate de los dichos esclauos fue para el dicho Martín de Buedo, y dello restó deuiendo al dicho Francisco de Astudillo 4.166 reales y tres quartillos, que confiessa ser el verdadero valor de los dichos tres esclauos : porque aunque se pusieron y remataron en más, no lo valían, y él los hizo poner en los dichos quinientos ducados por el amor que les tenía de auellos criado, y porque no salieran de su poder, y porque siempre se los ha tenido y tiene en su poder


  • Un par de mulas y aderezos de labor  (1612) ................... 500 ducados (5.500 reales)
  • Un par de mulas (1614)...................................................... 1.600 reales (800 reales, la mula)
  • 1 fanega de cebada (1614).................................................. 7 reales y medio (8 reales con portes)
  • 1 fanega de trigo (1614)...................................................... 18 reales
  • 1 arroba de vino (1612)....................................................... 4 reales
  • Carga de uva (1614)........................................................... 7 reales y medio
  • Carga de uva (1615, año de abundancia)...........................  2 reales
  • 3 esclavos (María, Beatriz y Lucas) (1612)....................... 4166 reales (1389 reales el esclavo)
  • Carneros y primales (1612), cada cabeza........................... 12 reales
  • Borrego, cada cabeza (1612)..............................................  9 reales
  • Arrendamiento de 30.000 vides y 1.400 olivos en Sisante, con casa, lagar y 50 tinajas (1616 a 1618).......... 1.000 reales al año
  • El valor de las propiedades anteriores, incluido un molino de aceite, en subasta de 1612.......................... 619.110 maravedíes (1651 ducados = 18209 reales)
  • Oficio de tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena por dos vidas  (1612)  .................... 8.000 ducados


1 ducado = 11 reales = 375 maravedíes
1 real = 34 maravedíes
1 arroba = 11.5 kgs.
1 carga de uva = 10 arrobas (aunque se habla de cargas de uva creemos que se refiere al precio de la arroba, muy fluctuante según los años)

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7 MARTIN DE BUEDO GOMENDIO, VECINO DE VARA DEL REY, CON FRANCISCO DE ASTUDILLO, TESORERO DE LAS RENTAS REALES DEL PARTIDO DEL MARQUESADO DE VILLENA, VECINO DE SAN CLEMENTE, SOBRE EL OFICIO DE TESORERO. 1620

domingo, 4 de octubre de 2015

Partida de bautismo de Francisco de Astudillo Villamediana

Su  partida  de  bautismo  dice  así:

 “Siendo  cura  el  doctor  Tévar  y  su  teniente  Antonio  Martínez  de Córdoua, en el qual libro ay una cláusula del tenor siguiente: en la villa de San Clemente a veintidós días del mes de enero deste año de mil y seiscientos y dos, yo Francisco de Araque Montoya bapticé un ijo de  Francisco  destudillo  y  de  su  mujer  doña  Ana  María  garcía,  púsele  por  nombre  Francisco,  fue  su compadre de pila Andrés Granero, testigos Juan Sánchez y Francisco Sánchez y lo firmé Francisco de Araque".


AHN. ORDENES. CABALLEROS DE SANTIAGO. Exp. 2798.  (Es traslado del original sacado por escribano) fol.  123 verso

Las acusaciones judaizantes de Juan Rosillo contra Francisco de Astudillo Villamediana

Según Juan Rosillo la ascendencia de la abuela paterna de Francisco de Astudillo Villamediana era la siguiente

abuelos paternos: francisco fernández de astudillo, escribano de oficio en dicha villa, y catalina de molina, ija de ana de molina; ana de molina es ija de alonso núñez de molina y de Juana núñez, reconciliados, vecinos de cuenca, cuyo san benito esta en dicha ciudad y donde del apellido ay los sanbenitos siguientes: alonso lópez de molina, judayçante  quemado,  álbaro  de  molina  judayçante 

Las acusaciones judaizantes del licenciado don Miguel Perona Montoya contra Francisco de Astudillo Villamediana

“Que el primero que tiene noticia que viniese a esta villa de los fernández
fue  francisco  fernández,  visabuelo  del  pretendiente que  vino  con  un
correjidor que no sabe como se llamó, y fue su alguacil, y que no sabe de
donde viniesse ni sabe ni tiene por cierto lo que se le pregunta de ser hijo de
moro de almería y que aunque ha oydo lo tiene por ablilla y sin fundamento
y éste casó con teressa de astudillo, visabuela deldicho pretendiente, hija de
fernando de astudillo, natural de la vª de Yniesta y de maría simón, natural desta villa, los quales tubieron por hijo a francisco fernández de astudillo,

domingo, 27 de septiembre de 2015

La caída de Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales

La ligazón de Francisco Astudillo Villamediana con la política monárquica fue causa de su caída. Las exigencias en hombres y dineros de Olivares, fruto de la guerra de Cataluña, provocó la ruina de
los pueblos, incapaces de asumir los pagos exigidos. Astudillo lo sintió en su tesorería de rentas reales, siendo incapaz de afrontar los compromisos contraídos con los dueños de juros situados sobre las alcabalas y tercias del Marquesado de Villena. La quiebra se produjo en 1643 (1). Después de verse obligado al embargo de los juros y de las tercias reales en 1641, los impagos se suceden. Ese año de 1641 debió ser terrible para la villa de San Clemente y un anuncio de la miseria de los años posteriores: el fruto de las tercias reales sería embargado por la Hacienda real, el Superintendente de milicias Rodrigo de Santelices y el corregidor Antonio Sevillano Ordoñez actuaban con mano de hierro para conducir a los vecinos hacia la guerra de Cataluña, apresando a los desertores y amenazando a los alcaldes ordinarios y regidores, las rentas del pósito embargadas con fines militares y las de montes y dehesas destinadas al pago de conducción de soldados, se embargan carros y mulas para las necesidades militares, la Corona pide nuevos donativos. Astudillo, para recomponer ingresos decide aprovechar las necesidades de abasto a las tropas para pasar ganado de contrabando a los reinos limítrofes de Aragón y Valencia, pero es denunciado (2). Los años de 1644 a 1646 tiene que hacer frente a varios pleitos ejecutivos promovidos por los asentistas de la corona, los portugueses y los herederos de los Sanguinetti y los Fúcares (3). En 1647 sufre prisión y embargo de bienes.
A partir de aquí luchará por recomponer su fortuna exigiendo el pago de las deudas de rentas reales de años anteriores, pero los esfuerzos son baldíos, teniendo que rendir cuentas en un largo proceso ejecutivo que dura varios años y que culmina con la humillación personal de ver embargado su oficio de regidor perpetuo de la villa de San Clemente en 1655  (4)
Desde el punto de vista fiscal, la quiebra de Astudillo coincide con una revolución fiscal en el Marquesado, que será territorio de experimentación para la nueva planta de las superintendencias en 1648. Juan de Olivera es comisionado por el Consejo de Hacienda como administrador y juez de cobranza de las alcabalas y tercias del Marquesado de Villena y se formas arcas de dos llaves para la recaudación de rentas en las casas de Diego Jiménez del Olmo, un año antes de la generalización de este sistema de arcas a todo el Reino. En los años 1646 a 1648, las villas de marquesado sufrirán las continuas visitas de alguaciles ejecutores, mandados por el juez de cobranzas Juan de Olivera, para el pago de rentas reales; situación desesperada de una Hacienda real incapaz de pagar los asentistas y dueños de juros, cuyas exigencias se han multiplicado en los dos años anteriores.
Los años cincuenta y sesenta debieron ser amargos. El inicio de estos años debió coincidir con la muerte de su anciana madre. La alianza matrimonial de su hermana con los Melgarejo se rompe. Ángela de Astudillo Villamediana, residente en Madrid, había casado con don Tomás de Melgarejo Ponce de León, vecino de San Clemente, pero en 1657 se rompe el matrimonio, quizás por la falta de hijos. El 12 de junio de 1658 otorga nuevo testamento haciendo definitiva la ruptura, reiterando las dos revocaciones hechas a favor de su marido el 15 de mayo de 1657, declarando como heredero universal al hijo de su hermano, también llamado Francisco De Astudillo Villamediana. Además de las misas habituales de rigor, y respetando la herencia dejada a su sobrino, no se olvidó de otros beneficiarios. Cedió un censo de 4.000 reales de principal a favor del colegio de la compañía de Jesús, cargado contra los bienes de Fernando de Iniesta y Olivares e hizo cesión de otro censo a favor de la cofradía del Santísimo Sacramento cargado contra los bienes de Juan de Montoya Caballón e hizo donación de 100 ducados a favor de María Martínez, hija de Juan de Palo y Catalina de Ortega. Por último, saldó las deudas contraídas con su marido, obligándose a pagar 24.000 reales a favor de don Pedro Bernal de la Fuente, vecino de Madrid (5).
Pero Astudillo siempre defendió hasta su muerte y frente a las adversidades su posición social. Las últimas noticias que tenemos de Astudillo Villamediana es una petición al contador mayor de cuentas de 1664. La fecha de su muerte no debe estar muy lejana. A partir de aquí el vacío lo llena su hijo del mismo nombre, que se intitulará como gentilhombre de la casa de su Majestad y regidor perpetuo de San Clemente. Al que vemos metido en pleitos con los Herrero sobre la capilla donde se han de celebrar las reuniones en la Iglesia de Santiago para la elección de alcalde de la hermandad, y en 1674 haciéndose cargo de traer a la villa un escudo con las armas reales para la sala de plenos del ayuntamiento.
Francisco de Astudillo Villamediana, el nieto de la saga familiar, muere el 20 de septiembre de 1679. Sus últimos años son de soledad; sólo encuentra la compañía de su criada Juana de Bustamante y el apoyo espiritual de su pariente el presbítero Francisco Pérez de Tudela. En la indecisión de a quien dejar sus bienes, firmará solamente en el lecho de la muerte su testamento. El testamento es abierto el día siguiente de su muerte, 21 de septiembre, acordándose en él de la criada, que lo ha cuidado sus últimos años, con una renta de 37.500 mrs. procedentes de un juro y dejando por heredero universal al mencionado Francisco Pérez de Tudela (6). La soledad es el sentimiento que parece inundar el texto del testamento tanto de Francisco de Astudillo Villamediana hijo como de su padre. Clérigos y criadasparecen ser su última compañía. Los albaceas de un testamento ratificado por el testador el mismo día de su muerte son Manuel Gregorio Santos, comisario del Santo Oficio, el padre José de Oma, el padre Alonso de Ygarza, de la Compañía de Jesús, y el gran beneficiario del testamento, el presbítero y primo de Francisco de Astudillo Villamediana, Francisco Pérez de Tudela, que será el heredero único y universal de la herencia de los Astudillo. Llama la atención en el testamento su voluntad de sobriedad para su entierro para el que encarga la habitual misa de réquiem cantada con diácono y subdiácono en la iglesia de Santiago y para el que desea se haga con la menor ponpa que sea posible. Su cuerpo debería ser enterrado en la capilla de Nuestra Señora de la Concepción, sita en el convento de Nuestro Padre San Francisco. La preocupación por la salvación de su alma, con mil quinientas misas a terceras partes entre la Iglesia Mayor de Santiago y los conventos de padres franciscanos y carmelitas descalzos de la villa (complementadas por quinientas misas más para sus padres y abuelos) contrasta con la inexistencia de cualquier fundación de vínculo, memoria o capellanía. Para pago de las limosnas de las diferentes misas lega dos reales por cada una. Meticuloso hasta el final en sus cuentas, Francisco de Astudillo Villamediana dejará dos memoriales con lo adeudado y lo que le es debido para administración del clérigo Francisco Pérez de Tudela. Las criadas, que ha cuidado de él y de su padre serán las primeras beneficiarias del testamento. En especial, Juana de Bustamente, que ha servido al fallecido durante más de treinta y seis años, su compañía en todo tiempo y en todas enfermedades, pero también su asistencia económica en época de dificultades, lo socorrió con 6.500 reales de vellón para su pleito, son recompensadas con el citado juro de 37.500 maravedíes de renta anual, que fuera comprado por su abuelo en 1626 a Bernardo Remírez de Oropesa, y unas casas accesorias a las principales que tenía el fallecido. Una sobrina de Juana de Bustamante, Antonia González, recibiría 500 ducados, por cuidarle de niño y a la que tenía especial afecto por haberse criado juntos en la casa principal. Lucía Simarro, que también había servido a su padre, 8una cama ordinaria de ropa y 400 ducados; y finalmente, una familiar, Francisca de Astudillo, hija de Amador de Celada y de María de Astudillo, por la asistencia que hizo a su padre 200 ducados. De los bienes heredados por Francisco Pérez de Tudela poco sabemos, aunque por las noticias que disponemos está claro que sería el antiguo administrador de la fortuna de Astudillo, que con seguridad acabaría en manos religiosas. Así, el 8 de diciembre de 1679, recibe poder de Juana de Bustamante, que ha decidido abandonar la villa y reside  en Madrid, para vender las casas legadas y el juro de 37.500 maravedíes de renta anual. La venta efectiva del juro será a favor de las monjas del convento de San José y Santa Ana, que por entonces contaba con diecisiete profesas, por suma de 22.000 reales de vellón, el 11 de octubre de 1680. De las casas de la criada no conocemos su destino, pero los papeles nos dicen que estaban situadas en la calle que llaman Destudillo. Ello nos lleva a plantear la alternativa de que nuestra calle de la Amargura esté situada en la plaza del misma nombre en dirección al actual cementerio o de la Celadilla, cercana al puente de Santa Ana; lugar por el que Francisco de Astudillo Villamediana padre tenía tanta predilección (7)
Setenta años después no quedará en el pueblo del todopoderoso Astudillo, sino un vago recuerdo y una casa deshabitada (8). Deshabitada y en ruina estará también la casa de los González Galindo, pero para esta familia el odio permanecerá sobre el olvido. Hoy, modestamente y con este estudio, creemos que hemos ayudado a conocer un poco quiénes eran esos Astudillo, cuyo recuerdo ha pervivido en la memoria gracias al nombre de una de las plazas de la villa de San Clemente.

(1) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 115/19
(2) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 96/36. Pleito contra Francisco Destudillo por pasar ganado de
contrabando a la Corona de Aragón
(3) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 102/12. De oficio contra Francisco Destudillo por deudas con los dueños de juros. 1646
AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 101/44. Pleito ejecutivo de los herederos de Francisco Sanguinetti
contra Francisco Destudillo, 1644
AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 101/47. Pleito ejecutivo de Diego de Oña, en nombre de los Fúcares, contra Francisco Destudillo, 1646
(4) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 95/54. año 1655
(5) Información extraída de M. Aguiló Cobo.  http:/galeondenoviembre.blogpost.com.es
(6) AGS, CM, Leg. 555/33
(7)AGS, Contaduría de Mercedes. Leg. 1365 y Leg. 555/33. La redacción más completa del testamento de Francisco de Astudillo Villamediana hijo aparece en el segundo de los documentos.
(8) Respuestas Generales del Catastro de Ensenada

jueves, 17 de septiembre de 2015

Francisco de Astudillo Villamediana, una rectificación

Hasta ahora pensábamos que Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente,había vivido 77 años, desde su nacimiento en 1602 hasta la fecha de su muerte el 20 de septiembre de 1679.
El hallazgo de una copia del testamento nos da a entender que quien murió en esa fecha fue su hijo del mismo nombre y apellidos. Francisco de Astudillo Villamediana hijo fue regidor perpetuo de San Clemente y gentil hombre de boca de Su Majestad. Asī sobrevivió a su padre, del que desconocemos la fecha de su muerte.
Aunque ampliaremos los datos, podemos decir que la saga de los Astudillo, está formada por el abuelo Francisco de Astudillo y el hijo y el nieto de segundo apellido Villamediana.
Creemos que la fortuna del abuelo se forjó con alianzas familiares como los Rodríguez Garnica, pero también por una håbil alianza con Bernardo Remírez de Oropesa, regidor de San Clemente, y su mujer Ana de Santa Cruz, que había tenido como primer marido a Alonso Gonzålez de Santa Cruz (prestamista de la villa de San Clemente y albacea testamentario  del licenciado Pedro González Galindo, padre de otro de nuestros protagonistas).
Sabemos que en 1679, la calle donde estaban las casas de la familia, ya se llamaba o era conocida como de Astudillo. Así, si ha persistido el nombre, nos replanteamos donde estaba la calle de la Amargura, que confundíamos con la actual de los Galindos.

martes, 1 de septiembre de 2015

Los Origüela de San Clemente: Astudillos y Piquinotis

En la villa de San Clemente, durante el quinientos, vivía en el arrabal, en la calle despectivamente llamada de la Amargura, una importante comunidad conversa que tenía por apellido Origüela.

El primero de esta familia Pedro Sánchez de Origüela había llegado procedente de Castillo de Garcimuñoz y se había avecindado en San Clemente en 1455. Daría lugar a una prolífica descendencia de diez hijos. Aunque a nosotros nos interesan cuatro. De la hija María, descenderían los Montoya, familiares y calificadores del Santo Oficio; del hijo Pedro, descenderían los González Galindo, que vía matrimonial acabarían enlazando en los años treinta del siglo XVII con los Piquinoti, asentistas genoveses, y de Alonso vendría la saga de los Astudillo. Un cuarto hijo de nombre Luis sería quemado por la Inquisición y su sambenito colgaría de la Iglesia de Santiago como estigma acusador de toda la familia.

La fama de poco limpios de esta familia estaba acreditada, se buscase su origen en un Juan González Orihuela, caballero de la banda y de divisa dorada, o se remontase esa ascendencia al escribano Hernán Sánchez de Orihuela, como hacían los detractores. Los enemigos, fundamentalmente familias como los Rosillo o los Perona, supieron aprovechar la memoria colectiva para hacer del recuerdo de la penitencia de Luis Sánchez Orihuela en 1517, un arma arrojadiza para intentar arrinconar en la vida municipal a la familia Orihuela. Sabemos que cortaron de forma tajante, con el proceso inquisitorial mencionado, la participación de los Orihuela en los cargos de alcaldes ordinarios. Que nuevos procesos inquisitoriales se incoaron a mediados del quinientos para frenar su influencia y que las acusaciones por la rayz infecta judaica afloraron a partir de 1616 con motivo del pleito de Pedro González Galindo para obtener ejecutoria de hidalguía.

Las acusaciones de falta de limpieza de sangre fueron demoledoras contra Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, en el expediente de 1641 para la obtención del hábito de Santiago. En su caso, el estigma de la infamia era doble, pues a las acusaciones de judío se añadían las de moro. Además al recuerdo del oprobio de Luis Sánchez de Orihuela, se sumaba otro sambenito colgado en la iglesia de Santiago, el de su tía bisabuela Juana Fernández de Astudillo.

Su padre había consolidado la riqueza familiar y el reconocimiento público como alcalde, escribano del ayuntamiento y regidor de la villa de San Clemente, uniendo el codiciado cargo de tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, logrado en 1615 a costa de su declarado enemigo Rodrigo de Ortega,  futuro señor de Villar de Cantos y antecesor de los Valdeguerrero.

 Francisco de Astudillo Villamediana sería objeto de las acusaciones viscerales de Juan Rosillo, el licenciado Villanueva o los Perona; pero no sólo sufrió el odio de las viejas familias del pueblo sino el vacío de muchos  regidores que, menospreciando su origen, envidiaban su riqueza y no aceptaban ni su reconocimiento social ni su participación en la vida pública. Al final de su vida, cuando muere (de momento hemos localizado el testamento de su hijo en 1679), el todopoderoso Astudillo del año 1640, es un hombre solo y derrotado. Los acreedores, asentistas y dueños de juros, lo han perseguido en interminables pleitos, ha visto embargado su título de regidor y su descendencia se extinguirá con la muerte de su hijo y único heredero pocos años después. De aquel hombre que se atrevía a encarcelar a los regidores, colaboraba con la monarquía en la ambiciosa política de Olivares o deslumbraba a sus vecinos con fastuosas fiestas del Corpus, apenas si queda nada.

Veinticinco años antes, su pariente Pedro González Galindo se enfrentó a un largo pleito con el concejo de San. Clemente para su aceptación como hijodalgo. A las ya consabidas acusaciones judaizantes se sumaron otras más groseras de bastardía. Pero don Pedro González Galindo no era hombre que se dejara humillar. Con unos veinte años, en 1586 se había ido a América, huyendo de la familia de su madre, los García Monteagudo, poco dispuestos a compartir con el hijo el patrimonio familiar. Las Indias fue la tierra talismán donde hizo fortuna, en cuyo origen no faltó la aportación de su mujer María deTebar, perteneciente a otra rama de los Origüela. La misma de la que procedería el omnipotente doctor Cristóbal de Tébar, párroco de la villa y fundador del colegio de la Compañía de Jesús.

Su vuelta a España fue avasalladora, estableciendo su casa en la calle de Alcalá, creemos que no muy lejos de otros asentistas como Octavo Centurión, que vivía en la próxima Caballero de Gracia. Asentado en el hoy derruido palacio de los Piquirroti, participó en la vida sanclementina desde la distancia, hipotecando los bienes de la villa a un préstamo de 10.000 ducados o controlando el excedente del trigo de las tercias reales del Marquesado con un juró de 1950 fanegas.

Consolidado su poder económico impuso su aceptación en la vida pública de San Clemente, como cofrade de Nuestra Señora de Septiembre, donde sólo se admitían cristianos viejos, como hidalgo en una sesión del ayuntamiento de mayo de 1623 y, en el mismo lugar cinco años después, como familiar del Santo Oficio.

Su ascensión en la corte no era menor. Estableció alianza con los Piquinoti, asentistas genoveses de los reinados de Felipe IV y Carlos II, con el matrimonio de su hija Antonia con Francesco María. El hijo de este matrimonio sería el primer conde de Villaleal.

FUENTES:

  • AHN.ÓRDENES. CABALLEROS DE SANTIAGO. Exp. 2798
  • Véase artículo en PDF (en proceso de redacción)
https://www.academia.edu/20361548/Los_Orig%C3%BCela_de_San_Clemente