El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 13 de enero de 2024

EL CAÑAVATE Y SUS ALDEAS. LA COMISIÓN DEL LICENCIADO FRÍAS

 EL CAÑAVATE Y SUS ALDEAS

Hay títulos de villazgo que se resisten a aparecer. Uno de ellos es el de El Peral, que creemos ha de ser coincidente en el tiempo con los villazgos de Barchín y de Motilla, pero más dudas nos ofrece el villazgo de El Cañavate. En nuestra obra "El Año Mil Quinientos de la Mancha Conquense" apostamos que por una situación contradictoria en esta villa. El Cañavate era la llave de paso hacia Castillo de Garcimuñoz, y al igual que luego en la época de las Comunidades, tenía una gran importancia estratégica, era "la llave de paso hacia las fortalezas". No en vano, por mal estado el que se nos quiera presentar, creemos que era una estructura defensiva sólida durante la guerra del Marquesado y un bastión de los hombres del Marquesado de Villena frente a un pueblo declaradamente realista e isabelino. Es probable que la concesión del villazgo de la reina Isabel fuera una apuesta para incendiar la revuelta y que la independencia jurisdiccional de El Cañavate solo se hiciera realidad en la segunda fase de la guerra o, al menos, únicamente en esa fase es cuando se consigue tomar un castillo, que luego no se dudaría en desmocharlo. La conquista del castillo de El Cañavate sería la única victoria real de los isabelinos en este lado del Júcar, más fuertes y guerreros al otro lado del Júcar, donde en el Valdemembra, los campesinos eran una auténtica pesadilla para el alcaide de Alarcón y sus partidarios y se vivía una guerra cruel y "de cuchillo". En la margen derecha del Júcar, Jorge Manrique y Pedro Ruiz de Alarcón, andaban en su madriguera de Santa María del Campo Rus como conejos agazapados ante el valor y fuerza militar de los dos grandes capitanes de don Diego López Pacheco: Pedro Baeza y Diego Pacheco, el alcaide de Belmonte.
A falta de título de villazgo de El Cañavate, nos queda la confirmación de términos a este villa y las aldeas de Torralba, Cañada Juncosa y El Atalaya. Esa confirmación es encargada al gobernador Frías en Sevilla el nueve de febrero de 1478. La fecha no es baladí. La fecha no es baladí. En primer lugar, porque sería una ruptura de acuerdos de año y medio antes (o muestra de la fragilidad de los mismos en la zona) y, en segundo lugar, porque es anterior a la segunda fase de la guerra y rompe compromisos pasados.

En este documento, se vuelve a recordar la pasada, pero no fechada, concesión del villazgo a El Cañavate o exención jurisdiccional de Alarcón: "que al tienpo que era aldea, yo la dicha Rreyna por les faser bien e merçed la aparté y eximí de la villa de Alarcón e de los alcaldes e alguasyles e otros ofiçiales della para que dende en adelante para syenpre jamás fuesen villa por sy e sobre sy". Pero el documento, viene a validar otro anterior y también a romper compromisos, pues le vuelve a conceder a El Cañavate las aldeas de Cañada Juncosa y El Atalaya y también la de Torralba, que los Pacheco. alcaides de Belmonte, siempre consideraron la base territorial de su futuro señorío.
La importancia de este documento está asimismo en el hecho de reconocer a las tres aldeas mencionadas como despobladas, que no quiere decir inexistentes, pues en amojonamientos posteriores se coloca algún mojón en el campanario de las iglesias, en un hecho similar al villazgo de Quintanar o Tarazona, aldeas jareñas: el pueblo, donde reside o ha de residir la población, para las villas de realengo, el campo para Alarcón. Es decir, establecer un caballo de Troya, para la futura desmembración del alfoz de la fortaleza.
Cañada Juncosa y El Atalaya, despobladas ("e tener por término de aquí en adelante los lugares que disen del Atalaya e Cañada Yuncosa en Torralua, que son despoblados, los quales están çerca de la dicha villa e son anexos a ella porque la dicha villa pagasen ellos el pedido... que la dicha villa del Cañavate pague por la cabeça del pedido). Así las nuevas aldeas renacen al calor de una necesidad de reafirmar los nuevos núcleos de realengo y de una decisión administrativa por reorganizar la fiscalidad futura. La repoblación de Cañada Juncosa y El Atalaya responderá, luego, a dos modelos diferente: Cañada Juncosa será "el premio, que recibirán los caballeros de Vara de Rey y otros realistas, no sin disputas con los criados de los Pacheco, mientras que Atalaya será una nueva aventura de roturación de labradores, ajenos a cualquier encasillamiento en viejas aventuras militares pasadas y más próxima al modelo de las aldeas jareñas. O eso creemos, pues la realidad, sin duda, no fue tan meridiana. Eso sí, la conquista por la propiedad de la tierra no fue ajena a un clima de disputas, en ocasiones violentas, véase los enfrentamientos entre las familias de los Tébar y los Piñán.

Hay, un hecho más, el distrito fiscal de rentas reales del marquesado de Villena (alcabalas, tercias y servicio y montazgo de Chinchilla) aparece en este mismo momento como una decisión de la reina Isabel encargada al licenciado Frías, aunque en el texto aparece la palabra "pedido", que es lo que cobraba el marqués de Villena y cuya fiscalidad ahora se pretende arrebatar, en tanto se reorganiza la hacienda regia como regalía.

Archivo General de Simancas, RGS,LEG,147802,48

viernes, 30 de junio de 2023

Los Cuéllar de Cañada Juncosa y Vara de Rey

 Leonardo de Cuéllar era hijo de Ruy López de Cuéllar, que había venido a casar a Vara de Rey con Juana López desde Cañada Juncosa. El abuelo era Alonso López, hidalgo de Cañada Juncosa, casado con Isabel de Cuéllar. Ya al bisabuelo se le conocía morada en Cañada Juncosa; su nombre Alonso, tenía varios hijos, además de Alonso, Ruy y Bernardino


ACHGR, hidalguías, sign. ant. 301-68-38


Testigos 

Alonso de Andújar, alcalde de Vara de Rey

Martín de Honrubia

martes, 29 de noviembre de 2022

Cañada Juncosa contra El Cañavate (1541)

 No sabemos cuántos eran los vecinos de Cañada Juncosa en 1541, pero sí sabemos que la mayoría de ellos estaban presentes cuando decidieron defender la dehesa del lugar frente a la villa de la que dependían. El pleito se sustanció en un primer momento en San Clemente ante el gobernador del marquesado de Villena, licenciado Mercado, y su alcalde mayor, bachiller Saavedra a finales de 1540, aunque se dictaría sentencia en el mes de marzo de 1541, con el alcalde mayor Graciano Sánchez, en Villanueva de la Jara. Pero el pleito venía de antes, cuando varios moradores de Cañada Juncosa habían presentado una petición ante el alcalde mayor del marquesado Juan Ruiz de Almarcha el 25 de febrero de 1539, pidiendo el uso exclusivo de la dehesa boyal de ese lugar en favor de sus moradores. Los peticionarios eran Gonzalo de Araque, Juan de Alarcón, Francisco Gómez, Alonso de Villora y Francisco Sánchez. El viejo uso como dehesa boyal estaba siendo negado por los cañavateros, cuyo concejo estaba vendiendo la dehesa para obtener ingresos y dar salida a la falta de tierras de sus vecinos.

La dehesa boyal estaba situada "alinde del camino que va desta villa del Cañavate a la villa de Alarcón con la vega abaxo hasta una pontezilla que dizen de Cañada Yncosa"; entre los caminos de Alarcón y el del Molino, se decía que el camino de Alarcón era lo único que separaba a las casas de los vecinos de la dehesa. El alcalde mayor Juan Ruiz de Almarcha, creyendo el conflicto menor, comisionó al escribano Juan de Blasco, vecino de El Cañavate, para entender en el asunto, que escuchó las alegaciones de El Cañavate, la dehesa era, como el lugar de Cañada Juncosa, de su señorío, y de los moradores de Cañada Juncosa, el lugar tenía derechos previos a su integración como aldea de El Cañavate en la guerra del marquesado. Es más, los moradores de Cañada Juncosa afirmaban su derecho a echar de su dehesa a los cañavateros y no reconocerles el derecho de arrendamiento y venta de la misma. 

Cañada Juncosa era una aldea que se estaba quedando pequeña, se decía en 1539, que, de dos o tres años a esta parte, el pueblo había aumentado en población. Hemos de creer que quizás el incremento demográfico se debiera a la presencia de nuevos vecinos de Castillo de Garcimuñoz como colonos en el lugar. La aldea había pasado de cinco, seis o diez vecinos a veinticinco vecinos, todos ellos labradores. Una constante en estos años, El Castillo se despuebla, los pueblos vecinos crecen a su costa. Los apellidos que defendieron la causa de los de Cañada Juncosa así lo delatan: Gonzalo de Araque y el bachiller Francisco Melgarejo de Mula (al que costaba desprenderse de su segundo apellido). Aunque Juan de Barchín señala la llegada de pobladores procedentes de Buenache de la Sierra y Almodóvar del Pinar:

que se vienen e an venydo de la sierra que es de Buenache e de Almodóvar e de otros lugares a vivir al dicho Cañada Yncosa

En Cañada Juncosa vivía hasta la época de las Comunidades un hidalgo y uno de los principales de la villa de El Cañavate, Arias de Tébar, y al que perdemos la pista después del movimiento comunero. Y en el momento del pleito, en 1541, un hombre de armas llamado Villarroel.

El Cañavate tenía varias dehesas y casi todas ellas de uso común para sus vecinos y los de sus aldeas de Atalaya y Cañada Juncosa: el Torrejón, el Atalaya, la Vega Mayor, la Saceda, la de Nuestra Señora, la del Molinillo, y la que estaba a ojo de la villa. A ellas había que añadir la dehesa Cerrada, que no era de uso comunal. Existían también los llamados cotos: los cotos de las viñas del Retamal , los cotos de las viñas del Castillo y los cotos del Gachero. Los cotos se cedían a los carniceros para el abasto de carne de los vecinos. Al igual que las dehesas de EL Cañavate, la dehesa de Cañada Juncosa pagaba un tributo anual de doscientos cincuenta maravedíes a los caballeros de Alarcón por la guarda. A mediados de la década de 1530, aprovechando una provisión real que facilitaba el arrendamiento de bienes comunales si esas rentas iban a sufragar un empréstito a la Corona, la dehesa de Cañada Juncosa se arrendará a particulares por el concejo de Cañavate desde enero a marzo y desde san Juan a San Miguel; hasta seiscientas cabezas de ganado comían las yerbas de esta dehesa. Los testigos también mencionan la labranza de heredamientos por sus señores.

Concejo de El Cañavate de 22 de marzo de 1541

Juan Martínez de Piqueras y Alonso Piqueras Escribano, alcaldes ordinarios

Francisco de Lozuza, alguacil

Diego Martínez Bermejo, regidor

Andrés Martínez, Alonso Piqueras, Francisco Jareño, Cristóbal Prieto, Francisco de Flomesta, Juan Prieto Escribano, Martín López de Pascual López, Alonso López, Juan de Blasco, todos oficiales diputados.

Concejo de El Cañavate de 6 de octubre de 1538

Martín López de Pascual López, Martín Martínez Bermejo, alcaldes ordinarios

Miguel Cañete, alguacil

Juan Martínez de Piqueras, Diego Martínez Bermejo, Alonso López Cañavate, regidores

Esteban Sánchez de Alarcón, Juan Sánchez del Ramo, Mateo Sánchez de Santiago, Alonso López de Pascual López, Juan López del Toro, Alonso Martínez de Piqueras, Marco Jareño, Pedro de Lomas, Juan De Blasco, Diego Martínez Cañavate, Juan Gómez Herrero; diputados

Testigos favorables a Cañada Juncosa en 1539

Juan García de Olivares, vecino de El Cañavate, 75 años

Cristóbal de Alarcón, vecino de El Cañavate, 60 años

Lope de Alarcón, vecino de El Cañavate, 68 años

Martín Sánchez de Honrubia, vecino de Vara de Rey, 75 años

Juan de Barchín, 50 años

Juan Martínez Serrano, 65 años

Alonso de la Jara, vecino de El Cañavate, 70 años

Pedro de Cuenca, vecino de El Cañavate, 60 años

Andrés López de la Roda, vecino de El Cañavate, 65 años


ACHGR, Pleitos civiles, 12064-11

lunes, 28 de diciembre de 2020

Cristóbal y Jorge de Alarcón, hidalgos. De Cervera y Cañadajuncosa a El Peral

 

Cristóbal y Jorge de Alarcón eran hijos de Andrés de Alarcón, todos ellos naturales de El Cañavate, aunque los dos hijos habían llegado hacia 1510 y 1515 a El Peral para casarse. Al parecer estos Alarcones procedían de Cervera, de donde era el abuelo, Juan de Alarcón, casado con una Constanza Ruiz, vivía con dos hijos, el mencionado Andrés, y Alonso, este tuvo por hijo a un tal Gaspar, que consiguió ejecutoria. La hacienda familiar, donde residía el padre Andrés, estaba en la aldea de Cañadajuncosa, un pueblo de doce o trece vecinos a finales del siglo XV. La razón de este asentamiento de hidalgos en Cañadajuncosa era fiscal: los hidalgos no pagaban pechos en las aldeas, pretendiendo hacer del fraude un derecho, pero sí en la villa madre de El Cañavate.  Andrés de Alarcón, había venido desde Cervera a Cañadajuncosa a casarse con Constanza  de la Serna, hija de un hidalgo del lugar, Martín Alonso de la Serna. Conocemos a este Andrés de Alarcón por ser cuñado de Arias de Tébar, en compañía del cual acuchilló a Diego Piñán en 1483 en los campos, originando un conflicto que se extendió durante dos décadas y que debió condenar al exilio a Andrés de Alarcón durante una década. La buena estrella de Andrés, infortunios aparte, debía bastante al hecho de servir como escudero de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte y con hacienda en El Cañavate, durante dos o tres años, aunque ya su padre se había destacado en las guerras del Marquesado. Es difícil saber las fidelidades mantenidas, aunque parece que la familia mandó a Alonso a luchar en la batalla de Toro contra los portugueses de Alfonso V en 1476. En El Cañavate, estaban asentados otros miembros de la familia Alarcón; así un tal Lope de Alarcón, Pedro de Alarcón, hermano de Andrés, y Juan de Alarcón, este último primo de Andrés y casado con una hermana de Constanza Serna.

La hidalguía de los dos hermanos había sido defendida infructuosamente por el suegro de Cristóbal, llamado Miguel de Alarcón, tenido por principal de la villa de El Peral. Ya el padre había tenido problemas; en El Cañavate por una concordia de 1511 se admitió el derecho a ocupar oficios concejiles con la condición de pagar los pechos. Tanto Andrés como su primo Juan parece que no aceptaron de buen grado estas condiciones y se negaron a pagar impuestos, en lo que debió ser una norma general en las aldeas dependientes de El Cañavate. La respuesta del concejo de El Cañavate fue embargar 170 vides a Andrés de Alarcón lo que llevó, una vez muerto su padre, a su hijo Cristóbal a defender su hidalguía ante la Chancillería de Granada.

El caso es que a ambos hermanos se les repartió pechos en El Peral por un cogedor llamado Miguel Ruipérez, que por impago procedió a tomar prendas a Cristóbal de Alarcón, cosa que no se llevó a cabo por responder por él un pariente llamado Montoya, dejando en depósito una cadena de oro. Otros valedores de los Alarcones eran el maestro Navarro y un iniestense llamado Juan Mateo.


En aquellos tiempos solo se tenía por hidalgos, y con reticencias a partir de 1526, a los hermanos Alarcón, a su suegro Miguel de Alarcón, con fama de caballero pardo, y otro hidalgo cuyo nombre no conocemos. 

Sabemos que hubo un repartimiento general en El Peral entre pecheros e hidalgos con motivo de la guerra de Alcira y Játiva, con motivo de las Germanías, y que Cristóbal tuvo que aportar algunas cabezas de ganado y dos ducados.

Los hermanos Alarcón consiguieron ejecutoria de hidalguía el 26 de febrero de 1528


Testigos de la probanza de 1526

Juan Cabañero, pechero de El Peral, 65 años

Pedro García, pechero de El Peral, 52 o 53 años

Juan Sánchez de la Plaza, pechero de El Cañavate, 68 años

Andrés de la Roda, pechero del El Cañavate, 55 años

Garci Álvarez de Tébar, vecino e hidalgo de la aldea de la Hinojosa, de la villa de Alarcón, 73 años. Hijo de Hernando de Tébar.

Hernán Sánchez de Sotos, vecino de Cervera, que es de Alonso Álvarez de Toledo, pechero. 82 años

Alonso Álvarez de Toledo, señor de Cervera, 72 años


ACHGR, HIDALGUÍAS, SIGN. ANT. 301-7-21. Ejecutoria de hidalguía de Cristóbal y Jorge Alarcón


miércoles, 11 de septiembre de 2019

El Cañavate, una villa traicionada por la Corona tras la guerra del Marquesado

Cuando el licenciado González Molina dio términos a El Cañavate, aparte de los compromisos heredados de la guerra, lo hacía llevado por entender que era villa necesitada de cerrar su suelo por las labranzas y la población que es y se espera ser. La reserva de un espacio amojonado para uso exclusivo de los vecinos de El Cañavate, iba acompañada de guardas propios para garantizarlo y del mantenimiento del derecho a los aprovechamientos del viejo suelo de Alarcón. Se concedía a El Cañavate los lugares de Cañadajuncosa y Atalaya, con jurisdicción sobre ellos; a dichos lugares se concedía sendas dehesas boyales, que quedarían en término de EL Cañavate. Era un paso más respecto a las aldeas jareñas, ampliando la jurisdicción del espacio habitado por los moradores en sus casas, con la artimaña de dos dehesas, que, de hecho, ampliaban hacia el este un escaso término, cuyo longitud radial no iba más allá de media legua. La continuidad territorial entre el Cañavate y sus dos aldeas, Cañadajuncosa y Atalaya, definía un espacio propio, aunque los mojones se situaban en el interior de las mismas aldeas: en un haza de Diego Pinar, junto al lugar de Cañadajuncosa, y en el campanario del lugar de Atalaya (situación que se asemejaba al mojón colocado en la iglesia de Pozoseco, en el la definición de lindes de Villanueva de la Jara). Esta paradójica situación llevaría al crecimiento, al igual que las quinterías jareñas, de las aldeas en suelo de Alarcón y a la aparición de dos jurisdicciones en el seno de estas aldeas, la cañavatera y la alarconera, que, en el caso de Cañadajuncosa se ampliaría a cuatro jurisdicciones una vez conseguido el villazgo de Tébar y Honrubia, emancipadas de Alarcón. La confusión jurídica se acrecentaba por la decisión del juez Molina que fuesen los caballeros de sierra de Alarcón quienes garantizaran la exclusividad del uso de las dehesas de los lugares de Cañadajuncosa y Atalaya por sus moradores y el pago anual a Alarcón de doscientos cincuenta maravedíes por el uso de cada una de las dehesas boyales.

Pero la Corona fue incapaz de cumplir los compromisos adquiridos con la villa de El Cañavate en el momento de su reducción y obediencia a la Reina Isabel, pues la dehesa de Torralba, prometida junto a los lugares citados en el otorgamiento del privilegio de villa el nueve de febrero de 1478, quedaría en manos de Diego Pacheco, de la rama bastarda de la familia y alcaide de Belmonte, alegándose que
el término e dehesa de bohalaje del lugar de Torralba quede de la manera e forma que antes de los movimientos e daños que el rrey e rreyna nuestros señores mandaron faser al señor marqués e sus tierras e vasallos lo tenían e poseyan Diego Pacheco de aquella manera e forma e por aquellos mismos límites e mojones que lo tenían lo tenga e posea e de aquí adelante él e sus subcesores
Aunque de nuevo se introducía esa cláusula disgregadora de los términos de Alarcón: los moradores del lugar de Torralba responderían a la jurisdicción real y no a la de El Cañavate  ni tampoco a la de Alarcón. Bien se cuidaron tanto Diego Pacheco como Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón (con tierras en la zona), de abortar cualquier poblamiento en dicho lugar y mantenerlo deshabitado. La declaración de la Corona de recuperar la jurisdicción sobre la dehesa era simple artificio para volver a dejarla en manos de Diego Pacheco, al que se le daba el señorío y posesión de dicho lugar, para introducir nueva confusiones al declarar que esa posesión sea común en la forma e manera que lo poseya al tienpo de los movimientos que hovo en esta tierra contra el marqués. La Corona se reservaba, por último, la fiscalidad y los derechos de pedido y moneda forera. Tal imprecisión dejaría abierto el pleito por el lugar entre El Cañavate y los alcaides de Belmonte.

Las concesiones se inclinaban a un lado y otro de la balanza. Si se reconocía el derecho de Alarcón al cobro de la borra en los términos de El Cañavate y sus aldeas, se otorgaba a la villa recién eximida la llamada dehesa de los Conejos. En este caso, se buscó una solución de compromiso, pues la dehesa estaba fuera de los términos adjudicados a El Cañavate; se le concedía a esta villa el derecho a guardar y vedar dicha dehesa, pero con la obligación de pasto común que tenía el resto del suelo de Alarcón.

Las ambigüedades del licenciado Molina no contentaron a nadie. No había pasado un año, el ocho de diciembre, cuando el procurador de El Cañavate hacía llegar sus quejas la rey Fernando: los vecinos y señores de ganados no respetaban los mojones que, de cal y canto, los cavañateros habían levantado en el plazo de treinta días, dados por el juez de comisión. Esta vez las principales diferencias venían con el concejo de Castillo de Garcimuñoz.

Por las alegaciones de Castillo de Garcimuñoz, sabemos que la concesión de la jurisdicción y término redondo a El Cañavate, el nueve de febrero de 1478, era confirmación de la merced otorgada por el capitán real Jorge Manrique. Castillo de Garcimuñoz protestaba por no haber sido oída en el momento en el que el juez Molina otorgó términos propios a El Cañavate, cuando desde hacía cuarenta años, y tiempo inmemorial, aprovechaban libremente los términos adjudicados a la nueva villa. El contencioso sería visto por un nuevo juez de comisión, el licenciado Diego Medina, que pronunciaría sentencia a favor del Castillo de Garcimuñoz, aunque El Cañavate obtendría revocar dicha sentencia en la Chancillería de Granada, ... pero ya en 1526.

A falta de documentos que lo confirmen, el Cañavate nos aparece como una villa despreciada al acabar guerra del Marquesado. Jorge Manrique le prometió el villazgo y un amplio término, confirmado por los Reyes. Pasados apenas dos años la Corona incumplió sus promesas; Alarcón mantuvo algunos derechos sobre unos términos que, más allá de media legua, eran discutidos. Castillo de Garcimuñoz sencillamente mantuvo por la vía de los hechos su presencia en los pastos de El Cañavate, y San Clemente no parecía distinguir fronteras entre sus aldeas de Villar de Cantos y Perona con los territorios de su vecino, extendiéndose fincas como las de la familia Ortega de forma continua entre ambos pueblos. Los sanclementinos tenían las dehesas de El Cañavate como lugar de pasto común y acudían hasta allí en busca de esparto. No es que los vecinos de San Clemente carecieran de atochares, pues éstos eran abundantes al sur de su término; simplemente, tenían su tierra sureña como un territorio inexplorado en manos de la naturaleza. La traición de El Cañavate a manos de la Corona iba acompañada de su propia debilidad frente a los pueblos vecinos, más poderosos. El licenciado Molina entendía que un pueblo con esa población, o al menos la que se esperaba de unas tierras de labranza que destacaban en la comarca, debía tener unos términos más amplios. Sin embargo, los cañavateros eran incapaces de imponer esos términos. El caso más notorio es el de la dehesa de Torralba, donde la Corona había incumplido los capítulos de la Concordia de uno de marzo de 1480, había dado el territorio a Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, en un claro reconocimiento de usurpación de un espacio después de la muerte de Enrique IV y en tiempos de los movimientos de la guerra. Aunque quizás más significativa sea la concordia firmada con la vecina villa de San Clemente el tres de julio de 1482, ante el escribano Alonso Jareño, que permitía a los ganados de San Clemente pastar en los pastos de la villa vecina, respetando los cotos y zonas adehesadas. Situación que persistiría hasta los años treinta.

No obstante, aunque nos queda todo por saber de El Cañavate, nos sorprende que, una villa asediada por las apetencias señoriales y cercada por sus vecinos, aparezca a comienzos de siglo como una vigorosa república de labradores que somete a sus hidalgos al pago de tributos en régimen de igualdad con el resto de sus vecinos. Quizás el día que seamos capaces de desentrañar la madeja que llevó a la villa de El Cañavate a ser capital del movimiento comunero de la comarca, estaremos listos para desentrañar el misterio de esta democracia labriega.


Fuentes: AChGr. Pleitos. Sign. 1538-5 (es copia de 1532)

viernes, 19 de abril de 2019

Cañada Juncosa, el pueblo de las cuatro jurisdicciones

En 1732 se decía que en Cañada Juncosa había cuatro jurisdicciones: la más numerosa, que era la de El Cañavate, y otras tres correspondientes a Alarcón, Tébar y Honrubia, que era lo mismo decir que una jurisdicción, pues las dos últimas villas la poseían como antiguas aldeas de Alarcón. Cañada Juncosa era una población de 140 vecinos, repartidos en cuatro barrios con las mencionadas cuatro jurisdicciones diferenciadas, de los que la mitad de vecinos vivían en el barrio perteneciente a El Cañavate. Cañada Juncosa había dejado chica a la villa madre de EL Cañavate y, ahora, en palabras de Marcial Antonio de Torres, se corría el riego de
que quedaría la que fue madre y señora de todo esclaua y suxeta y tal vez aldea de su barrio
La pujanza de la aldea de Cañada Juncosa en este periodo es evidente por la capacidad de atracción de foráneos: un hornero, llamado Diego Melero; un francés, llamado Carreller, había instalado un mesón en el pueblo; y dos cirujanos se habían instalado en el mismo,  Blas Asensio, procedente del Reino de Valencia, y Juan Ibáñez, cuyo padre era médico en Atalaya. Cañada Juncosa era foco de atracción para los ganados forasteros. Una de las familias que había fomentado el villazgo era la familia de la Torre, pero sus ganados encontraban competidores en los ganaderos de las familias de pueblos vecinos.

A fecha de hoy, no disponemos del amojonamiento del licenciado Molina en 1481, para saber las dehesas que, como propias, quedaron para la villa de Alarcón, y poder afirmar que en el caso de El Cañavate se llegó a una solución semejante a la de Villanueva de la Jara, con una jurisdicción a El Cañavate sobre sus aldeas que no iba más allá del espacio ocupado bajo sus tejados. Aunque hay indicios que niegan este hecho y que nos llevan a pensar que El Cañavate se hizo con la posesión de varias dehesas, pues en la misma comisión se decía que, tanto como Motilla como El Cañavate, tenían ya términos propios (al menos, entiéndase, deslindados) desde antes de la muerte del rey  Enrique IV (fecha clave en la concordia de 1 de marzo de 1480, para alegar derechos)*. Pero, por un testimonio de un interrogatorio de 1757, sabemos que la villa de Alarcón se había arrogado, para su propiedad, una franja ancha a ambos lados del camino real (parte de cuyo término heredarán con el villazgo su aldeas de Tébar y Honrubia)
que la villa de Alarcón solamente tiene de jurisdición  lo ancho del camino real

La especial situación de complejidad de jurisdicciones de Cañada Juncosa, la conocemos por el interrogatorio de 1757, a instancias de la villa de El Cañavate. Cañada Juncosa era una aldea con cuatro calles con mojoneras formales, a pesar de su proximidad, y cuatro jurisdicciones con un alcalde pedáneo al frente de cada una ellas
el barrio y lugar de Cañadajuncosa se compone de quatro calles distintas y separadas sugetas a la jurisdición respectiba de las quatro villas de Cañabate, Tébar y Alarcón y Honrubia con sus respectibos vezinos que son, diez y nueve de la de Honrubia, veinte y quatro de la de Tébar, conquenta de la de Alarcón, y ochenta y uno de la de Cañabate, 

Censo de 504 ducados de principal a favor del convento de monjas benitas de Cuenca, y relaciones de los bienes propios del concejo de El Cañavate y de particulares hipotecados
(Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 27048, Exp.4 - 1231)

En realidad, la parte que pedía el villazgo era el barrio perteneciente a El Cañavate, y el temor era que el resto de moradores se avecindaran en la nueva villa y existía un temor mucho mayor, que era la instalación de nuevos vecinos de otros lugares. De hecho, se consideraba que el impulsor de la iniciativa de villazgo, Pedro Ruiz de Zabarte, junto a otros vecinos, además de ser moradores en los barrios de Alarcón o sus antiguas aldeas, eran simples testaferros de intereses señoriales ajenos al lugar. Muestra de estos intereses, es que la dehesa carnicera del Montecillo y la dehesa de la Veguilla, amén de la dehesa vieja en Atalaya, se hallaban hipotecadas a varios censos, con un montante de principal que ascendía a cinco mil ducados (3.600 ducados correspondientes a las dos primeras dehesas), a favor del marqués de Valdeguerrero, vecino de San Clemente, y de las monjas benitas de la ciudad de Cuenca y agustinas del Castillo de Garcimuñoz (aparte de otro censo a favor de un vecino de El Cañavate, don Diego de la Torre, hombre poderoso de El Cañavate y principal opositor en la sombra al villazgo de la aldea). Entre los intereses ajenos que se citaban, estaban los Melgarejo y los Villanueva, poseedores de ganados, e Isidro Carvajal, apoyados por los hermanos José y Rafael del Castillo, cura y teniente del dicho lugar, con apoyos familiares en Valverde (donde tenían casada una sobrina con un hijo de don Miguel de Alcaraz, de nombre Blas) y en Piqueras. Sobre la familia Carvajal se denunciaba el estar detrás, aportando el dinero para mantener el pleito
y que el dinero para estos gastos lo hauían dado los señoritos de Cuenca de la congregación de San Phelipe llamados los Caruaxales

La aldea, Cañada Juncosa, había superado en población a la villa, El Cañavate, de apenas cien vecinos. Los primeros intentos de emancipación de la aldea se remontaban a 1722, cuando se celebró una junta de los cuatro barrios en casa del párroco, el doctor don José Lluva, que, a decir de algún testigo, convenció a los moradores de la inconveniencia del villazgo. Una nueva junta, esta vez únicamente de los moradores del barrio perteneciente a El Cañavate, se celebró en 1730, en casa del nuevo cura don Sebastián López de Peralta. Se dieron poderes, ante Cristóbal de Toledo, vecino de Olivares, para conseguir el derecho de villazgo, por sesenta vecinos el 30 de marzo de 1732 y, de hecho, se consiguió en 1732, pero, a decir de algún testigo, el proceso de villazgo se atascó, por no disponer la aldea de los 17.000 reales necesarios para la exención como villa y por la oposición de la villa de El Cañavate que nombró sucesivamente como alcaldes pedáneos de la aldea a dos hombres fieles, Pedro Sahuquillo y el sastre Juan de Villanueva, para entorpecer el proceso de exención. El dinero necesario para la obtención del villazgo y sus gestiones en Madrid, lo aportaría don Manuel de Moreda, beneficiado de Villaescusa de Haro y en nombre del seminario conciliar de San Julián de Cuenca el 15 de marzo de 1734, que no sería redimido hasta el veinticuatro de enero de 1757. El villazgo no se haría efectivo hasta 1759, año en el que aldea y villa llegaron a una concordia de siete puntos, que reconocía la presencia de la jurisdicción de El Cañavate en el gobierno de Cañada Juncosa con un regidor de villa y tierra en el concejo de El Cañavate, vecino de la aldea,  y cedía a la nueva villa la dehesa carnicera o del Montecillo y otra dehesa, tenida hasta entonces propia por El Cañavate, la llamada Veguilla, de la que Cañada Juncosa se obligaba a pagar las cargas de un censo con la que estaba hipotecada. La ejecutoria de villazgo es de trece de julio de 1759.

Era una renuncia por parte de El Cañavate a parte de sus propios, constituidos por el oficio de correduría y almotacenía, el horno de pan cocer y otras dehesas, además de las dos mencionadas y ahora cedidas a su barrio: Torrejón, Saceda, Cerrada y Vieja de Atalaya. Pero la dotación de propios a la nueva villa se hacía necesario para que no ocurriera como en casas similares, tal era el caso de Casas de Guijarro, emancipado como villa de Vara de Rey, e incapaz de pagar los costes de exención, y que se había obligado a sujetarse como pedánea a la villa de San Clemente. Cañada Juncosa, únicamente tenía una cárcel con una cámara encima, que hacía las funciones de pósito. La falta de medios de los moradores de Cañada Juncosa para su autonomía les condenaba a depender de intereses foráneos. El único labrador de la aldea era Pedro Ruipérez Zabarte, pero renteros de propiedades de señores forasteros y las únicas que tenía estaban embargadas a una memoria fundada por el doctor Buendía y a un censo a favor de las religiosas agustinas del Castillo de Garcimuñoz. El resto de moradores eran pastores, que complementaban con otros oficios como paleros o yeseros, al servicio de grandes propietarios de ganados como el citado Diego de la Torre o los hermanos Pedro y Mateo de Villanueva, vecinos de Tébar y El Picazo, que sin duda se oponían a la entrada de nuevos competidores en el disfrute de los pastos.

Firma de María Manuel Melgarejo, caballero de la orden de San Juan.


En la emancipación de Cañada Juncosa como villa jugaban intereses nobiliarios; en especial, los de Manuel María Melgarejo, caballero de la orden de San Juan, avecindado en ese lugar. La familia Melgarejo iniciara un proceso de usurpación de bienes de realengo desde la posesión de oficios concejiles. Un caso es la apropiación en 1781 de un ejido de realengo, contiguo a la casa que la familia poseía en Cañada Juncosa. Manuel María Melgarejo se había instalado, a al menos avecindado, procedente de Pinarejo, en la nueva villa de Cañada Juncosa en 1778, desde entonces las quejas contra este caballero y sus ganados fueron continuas por la libertad que sus ganados pastaban los términos del pueblo, sin respetar plantíos o dehesas acotadas.


*Sobre la concesión de un término cerrado a El Cañavate, las Relaciones Topográficas nos dicen
que esta villa tiene media legua de término en derredor, y que es suyo de él porque es propio suyo; y que es término cerrado, y que goza de todo el término y suelo de la villa de Alarcón en labrar, y pacer, y rozar, y en todo lo demás que la dicha villa de Alarcón goza
por concierto que los pasados tuvieron con la villa de Alarcón, como en suelo suyo que estaba; y que a esta villa dio el término cerrado porque esta villa dio a la villa de Alarcón mayor término que tiene para gozar del cerrado 

ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Edición de Dimas Pérez Ramírez. Cuenca, 1983, pp. 208 y 209



ANEXO I: MOJONERA DE CAÑADA JUNCOSA, CON MOTIVO DE LA ÚNICA CONTRIBUCIÓN DE 28 DE FEBRERO DE 1752 (sacada del archivo municipal de El Cañavate)

Ai un mojón en el dicho lugar de Cañada Juncosa, que es una piedra, algo más de una bara de alto, situado en el corral de la casa de Julián García, el que es dibisorio de las quatro jurisdiciones, de las villas de Thébar, Alarcón, Honrubia y la de esta; ai otro mojón más bajo del antezedente, en un solar de Alfonso Martínez, que dibide esta jurisdición con la dicha del Honrubia, dentro del lugar, de modo que distingue y separa el centro y contenido de ambos lugares, por tener las quatro villas cada una el suio; ai otro mojón en la calle de Alarcón sobre una pared, formado de cal y piedra, que separa y distingue el lugar de hesta villa con el de Alarcón y ba guadando la línea de heste dicho lugar, al primer mojón que queda citado, en el corral de Julián García, de modo que los mojones de hesta jurisdición comprenden el lugar de Cañada
ANEXO II: RELACIÓN DE CENSOS CONTRA LA VILLA DE EL CAÑAVATE

  • Mil cien ducados reales de principal a favor de Pedro Montoya Ortega y contra el concejo de la villa, por escritura de cinco de febrero de 1590, para pago del nuevo servicio de millones. Bienes hipotecados: casas del concejo y cárcel, tienda y carnicería, cuatro hornos de pan cocer (dos en El Cañavate y otros dos en Atalaya y Cañada Juncosa), seiscientos almudes trigales de las dehesas de Atalaya, Torrejón, Cañada Juncosa, Vega Mayor, la Salceda y la Cerrada, la escribanía y la almotazenía
  • Quinientos ducados de principal a favor de María Álvarez de Tébar, viuda de Antón García Monteagudo, y contra el concejo, por escritura de cinco de mayo de 1590, para pago del nuevo servicio de millones, con el ensanche de la dehesa carnicera. Bienes hipotecados, los anteriores.
  • Trescientos ducados de principal a favor de Ana María de Ortega, viuda de Gómez de Valencuela, y contra el concejo, por escritura de diez de septiembre de 1597, para armar, vestir y dar sueldo a once soldados de los doscientos cincuenta repartidos al partido de San Clemente. Bienes hipotecados, los anteriores.
  • Quinientos cuatro ducados de principal  a favor del convento de monjas de San Benito de la ciudad de Cuenca. no consta el año.
  • Mil cien ducados de principal a favor de Francisco Ignacio de Sandoval, marqués de Valdeguerrero, No consta año. 
ANEXO III: PROPIOS DE LA VILLA DE EL CAÑAVATE
  • Una dehesa llamada la Veguilla en Cañada Juncosa, se arrienda por 120 reales anuales
  • Una dehesa llamada la Vega Mayor, arrendada por 200 reales anuales. Dehesa boyal.
  • Las dehesas de Salceda y Cerrada, arrendadas por 60 reales anuales
  • La dehesa de Torrejon, arrendada por 60 reales anuales.  Dehesa boyal
  • La dehesa de pasto y labor de la Atalaya, arrendada por 560 reales anuales
  • La correduría y almotacenía, arrendadas en 375 reales
  • Correduría y almotacenía del lugar de Cañada Juncosa, arrendada en 90 reales
  • Un horno de pan cocer en el lugar de Cañada Juncosa, arrendado en 40 reales
  • Otro horno en El Cañavate sin arrendar
Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 27048, Exp.4. La villa de Cañabate, Alarcón, Tébar, Honrrubia (Cuenca) y diferentes moradores del barrio de Cañada Juncosa contra el mismo barrio sobre retención de la gracia obtenida por éste de exención de jurisdicción de la villa de Cañabate y aprobación de unos capítulos.

viernes, 30 de noviembre de 2018

El Cañavate: el fin del gobierno de los labradores.


La oposición a la hidalguía de Francisco de Lomas y su sobrino Eugenio de Lomas vino de los labradores de El Cañavate, que andaban en disputas con hidalgos como los Ortega Montoya, Zamora y Aguilar o Peralta por el control del gobierno municipal. Eran los herederos del los labradores ricos del siglo XVI, que habían ejercido el control de la villa y que ahora se oponían a los intentos de señorialización de una minoría. Hombres acomodados e instruidos. Los labradores que se opusieron a la hidalguía de los Lomas nos aparecen como hombres que saben leer y escribir. Conocemos sus nombres, por ocupar cargos en el gobierno municipal o por ser acusadores de la pechería de los Lomas: Pedro Sánchez de Hontecillas, Miguel Cañete, Francisco López Caballón, Francisco Sánchez, Diego García Plaza o Jorge López. Tres de ellos acudirían a Granada a declarar contra los Lomas. En este mundo de representación, el labrador rico se creía con tantos o más derechos que el hidalgo.

En El Cañavate, tierra donde familias como el duque de Escalona, que poseía casas en la Atalaya, los Pacheco de Belmonte, los Ortega y otros nobles que tenían haciendas en la villa y sus aldeas, existía una clase de agricultores ricos que controlaban el poder municipal. Un impuesto como el servicio ordinario, del que estaban exentos los nobles, era pagado por todos, pecheros e hidalgos, en El Cañavate, en un repartimiento que, aunque diferenciado, afectaba a todos. Los hidalgos pagaban la séptima parte de dicho servicio. A la altura de 1600, los hidalgos participaban como regidores y alcaldes en el gobierno municipal, pero en modo alguno había división de oficios a mitad entre pecheros e hidalgos. De las reuniones municipales se desprende que muchos años el oficio de alcalde era monopolizado por pecheros y que un noble principal como Gabriel Ortega Montoya permanecía ausente o callado en las reuniones del concejo a pesar de ser regidor perpetuo. Parecía como si los labradores mantuvieran a raya a los hidalgos.

De hecho, el conflicto con Francisco Lomas y su sobrino Eugenio vino por la preferencia en los asientos de la iglesia. Siendo alcalde el 8 de marzo de 1602, Francisco de Lomas pidió que a los hidalgos se les dieran los asientos en las partes públicas a mano derecha.  En el mismo ayuntamiento Jorge Pérez, alcalde ordinario, y los regidores Sebastián del Río y Diego Martínez Cañavate, del estado de los labradores, pidieron que se empadronara a Francisco de Lomas con el resto de pecheros y labradores. Conociendo este poder de los labradores, nos sorprende el proceso de señorialización en que se vio envuelta la villa de El Cañavate, que tendría su punto álgido en la compra de la mitad de la aldea de Atalaya por el duque de Escalona en 1637.

El cambio en el gobierno municipal, tal como nos cuenta el labrador Pedro Sánchez de Hontecillas tuvo lugar hacia 1602. Seguramente en la elección de oficios de Año Nuevo; esta vez, se eligieron según la ejecutoria favorable a los hidalgos; ejecutoria ganada, es de suponer, el año de antes. Por esos años, los hidalgos consiguieron reservarse la mitad de los oficios, es decir, un alcalde ordinario de los dos existentes para cada uno de los estados llano y noble y rotación anual del cargo de alguacil mayor. Los regidores eran perpetuos y objeto de compra venta. El primer alcalde ordinario por los hijosdalgos sería Francisco de Lomas. Motivo de más para que los odios y rivalidades fueran contra su persona. La primera elección de oficios, ateniéndose a la ejecutoria recién ganada, que suponía la división a mitad entre pecheros e hidalgos, estuvo llena de polémica. Parece que el cargo de alcalde ordinario y ostentar la vara recién traída era privilegio que debía recaer en Gabriel de Ortega, pero este hidalgo era un intrigante, cediendo el cargo de alcalde en Francisco de Lomas y dándole el envenenado consejo que debería tener un asiento en la iglesia que prevaleciera sobre el alcalde de los pecheros
que auía de tener mejor lugar que su compañero el alcalde de los pecheros y procurava que tuviera preminencias por lo qual el del estado de los pecheros lo llevavan mal y procuraron empadronarlo como lo hizieron en presencia del corregidor de la uilla de San Clemeynte
El concejo de dos de mayo de 1602, con presencia del corregidor, que debatió el empadronamiento de Francisco de Lomas con los pecheros fue muy tenso. Para entender la crispación se ha de tener en cuenta que Francisco de Lomas y Vera estaba en la cárcel de la villa por negarse a pagar los pechos. El corregidor tomó partido por los nobles. Nombró provisionalmente como alcalde al labrador y regidor, aunque afín a los hidalgos, Cristóbal Prieto, mientras estuviera preso Francisco de Lomas, para a continuación dar la razón a los hidalgos en la preferencia de asientos y a su alcalde Francisco de Lomas
dándole el primero asiento en la yglesia de esta villa y procesiones e otros actos públicos dándole el primero lugar en todas las partes y dejándole firmar el primero en qualesquiera decretos
En el ayuntamiento, los agricultores formaron un bloque cerrado, pero, en ausencia de su alcalde encarcelado, los hidalgos hicieron una defensa de clase de su compañero. La voz la puso Gabriel de Ortega, regidor perpetuo, manifestando su oposición al empadronamiento de Francisco de Lomas. Otro hidalgo presente en la sala Diego de Zamora y Aguilar, alguacil mayor, respaldó la posición de Gabriel de Ortega, al igual que los labradores Cristóbal Prieto y Francisco López de Lezuza.

Los labradores forzaron un ayuntamiento el día siguiente, tres de mayo. Andrés López Cañavate, Sebastián del Río, Diego García Plaza, Diego Pastor, Diego Martínez Cañavate y Juan Sánchez Carrasco se mantuvieron en su oposición a considerar hidalgo a Francisco de Lomas. Pero el corregidor, muy parcial en el asunto, se pronunció a su favor.

Los representantes de los labradores se opusieron a Francisco. Y entre ellos destaca la oposición de los que hasta ese momento habían sido los valedores de los Lomas. Nos referimos a los López de Cañavate. Un miembro de esta familia le espetó cínicamente al corregidor don Alonso López de Calatayud, presente en el ayuntamiento, que no dudaba de la hidalguía de Francisco de Lomas pero que quería que le costase algo. Esta ruptura de la afinidad entre los Lomas y los López Cañavate sería explicables, según nuestra opinión, por el poder que estaban alcanzando en El Cañavate la familia Ortega, parejo a su aparición como actores principales en la villa de San Clemente.

Odios aparte, la república de los labradores se resquebrajaba. Pedro de Lomas había accedido al cargo de alguacil mayor a finales del quinientos por el apoyo que le prestaba un pechero Juan López Cañavate, sentando así las bases para acceder al oficio de alcalde en 1602, como hijodalgo. Pero esta vez, lo hacía por el favor de Gabriel Ortega. La lucha por los oficios concejiles fue pareja a los intentos de los hidalgos por verse libres del pago de pechos reales o concejiles, pasando de la voluntariedad en el pago a la obligatoriedad y embargo de prendas. El tema no era baladí, pues estar en los padrones de El Cañavate no significaba tener la condición de pechero, ya que los hidalgos aparecían en dichos padrones bajo un encabezamiento que los intitulaba como hidalgos. Olvidar ese encabezamiento lo pagaría caro, al sacar un traslado de los padrones, el escribano Juan Lezuza. El hidalgo Francisco de Araque recordaba como los hidalgos eran obligados a pagar servicios propios de los pecheros a mediados del siglo XVI
que este testigo a uisto los padrones y repartimientos que por los oficiales del concejo se hacían entre los vecinos de la dicha villa y en ellos halla que para encubrir sus pensamientos en ellos decían que unos heran para pleitos y otros para fuentes y otros dicen conforme a la costumbre que la dicha villa tenía y con capa desto entravan y repartían a otros hijosdalgo como hera a Rodrigo de Ortega que este hera hijodalgo y ansimismo repartieron a Lope de Araque padre deste testigo y hera hijodalgo y este testigo tiene la executoria de su padre en su poder y ansimismo a Martín de la Serna que hera hijodalgo 
Y es que, como hemos visto en otro lugar (1), El Cañavate tenía una constitución u organización peculiar. En 1532, se definía como un pueblo de doscientos vecinos casi todos labradores. Hasta la revuelta de las Comunidades, los concejos abiertos eran la norma. Los vecinos se juntaban con sus alcaldes y regidores para discutir en común de los problemas de la villa.  Aunque ya antes de las Comunidades, la participación popular se había encauzado a través de unos diputados y los cabildos estaban en transición entre el concejo abierto y el cerrado. No obstante, en la primera mitad o dos terceras partes del siglo, todavía existía un consenso en el interior de la sociedad de El Cañavate, con compromisos entre los labradores y los hidalgos. Los hidalgos, y en especial alguno de ellos, como  los Ortega preferían empadronarse y pagar contribuciones en esta pequeña villa, que entrar en la lucha por el poder de grandes urbes como San Clemente. Dominaban los pequeños propietarios agrícolas, que convivían con otros mayores, pero a los que se sometió al gobierno de esta república por los labradores. Quienes no lo hicieron tuvieron que vender sus tierras, como los Castillo de San Clemente, o tuvieron que plegarse, caso de los Pacheco y su intento de señorío sobre la dehesa de Torralba.

Los padrones de 1516, 1520, 1532, 1534 o 1538 distinguían entre centenas de hidalgos y centenas de pecheros. La centena era la parte repartida del servicio ordinario. Los mismo ocurría con los padrones conservados desde mediados de la década de los cuarenta. Los traslados de los padrones en los que aparecen hidalgos nos aportan una relación de los hidalgos de El Cañavate. En los años cuarenta, ademas de los Lomas, otros hidalgos eran Martín de Serna, Diego de Ortega o Pedro de Montoya. Una nobleza que, procedente de Vara de Rey o de Villar de Cantos, se había afincado en Cañavate eludiendo la presión de poderosos concejos como el de San Clemente, aprovechando las haciendas que poseían en El Cañavate.

Recuperar los hidalgos de 1516 es más incierto, por no respetar el escribano Juan de Lezuza, el encabezamiento que intitulaba a los hidalgos, pero el traslado de Lezuza ha sido corregido posteriormente en la Chancillería de Granada, donde se trasladaron los padrones originales, con una indicación para indicar los hidalgos de esa fecha de 1516 en El Cañavate. Los mencionados son Arias de Tébar, Peralta de la Serna, Lope Alarcón, Pedro de Lomas, Sebastián de Tébar, Diego de Castañeda, Francisco de Lomas, los hijos de Alonso de Araque, Juan de Gabaldón,  Juan Ramírez y la viuda de Pedro de Alarcón. Únicamente tenemos la duda en esta relación de la presencia de Juan del Campo, que ya no aparece un futuros padrones. La aportación de los hidalgos, 16 maravedíes por cada centena, solidaria o compulsiva, tenía por finalidad sufragar el litigio que la villa de El Cañavate mantenía con Rodrigo Pacheco por la posesión de la dehesa de Torralba en su término municipal.

En víspera de las Comunidades, el año 1520, los hidalgos sufrieron un nuevo repartimiento. A los nombres citados de 1516, se suman, Bernardino de Tévar y Gregorio de Araque. La presencia de Arias de Tébar como regidor y participante en el repartimiento, en la elaboración del padrón y aportando una cantidad máxima de diez centenas (a diez maravedíes la centena), nos lleva a pensar en la voluntariedad de los hidalgos en estas contribuciones. De todos modos, su aportación se reducía a 40 centenas sobre un total de 720 repartidas en el pueblo.

En 1524, a los hidalgos se han sumado Pedro de Cuevas y un miembro de un linaje de Vara de Rey, Martín López de Huete, mientras que han desaparecido los Tébar. ¿Desaparición de la villa, consecuencia de la guerra de las Comunidades? El panorama cambia completamente en los padrones de 1530, aunque creemos que los tres primeros nombres responden a pecheros (Martín González Lozuza, Martín Briz, Pedro Lucas), también aparecen otros hidalgos indudables con una presencia en el pueblo ligado a sus patrimonios y que se les hace pechar: el señor Rodrigo Pacheco, Rodrigo de Ortega y Diego de Zamora. En 1532, aparecen dos pecheros y en medio de los hidalgos Martín de la Parra, reaparece la viuda de Arias de Tébar y un Juan Ramírez nos parece como pobre, ya en los viejos padrones tenía una aportación de apenas media centena. Nuevos apellidos se suman en los años siguientes: Corvera, López, Barcenas, Muelas, Carreño, Flomesta o una familia de cuya existencia sabemos, pero que hasta ahora pasa desapercibida. En 1550, vemos a Francisco Gómez y Pedro Gómez hidalgo.  Entretanto, años antes, en la labriega villa de El Cañavate hemos visto pechar a don Diego Ruiz de Alarcón o a don Juan de Alarcón Pacheco. Una muestra más que las contribuciones no era tanto una imposición sobre las personas sino sobre sus haciendas. Esta imposición sobre las haciendas, impuesto sobre el patrimonio y la renta personal avant la lettre y signo de una fiscalidad moderna, es evidente en los repartimientos de mediados de siglo. El origen de esta progresividad estaba en la división de cantidad a pagar en las llamadas centenas y en el pago por cada vecino de una a doce centenas según su patrimonio. Se empadronaban las personas, pero en cuanto poseedores de heredades. De hecho, los asentamientos en el padrón nos hablan de la heredad o casas de Luis Carreño o de la casa y tierras de Rodrigo Pacheco. En el repartimiento de 1551, se dice
que es su intención repartir las dichas zentenas de caudal de diez mil marauedíes una zentena e de unas casas de hasta diez mil marauedíes e fasta veynte e treinta e de allí arriba dos zentenas e de cada zien almudes de heredad otra centena e de cada millar de vides otra y de los que menos ubiere lo que Dios les diere a entender sin pensar de agraviar alguno
La comunera Cañavate, que vio correr el río Rus con la sangre de los rebeldes del movimiento, no solo había mantenido el espíritu solidario de comienzos de siglo, donde todos contribuían más allá de su condición pechera o hidalga, sino que valiéndose una imposición injusta, el servicio, pensada para los pecheros, había sabido crear un régimen tributario justo fundado en la progresividad de la renta y patrimonio personal de cada uno. El Cañavate se nos presenta como ejemplo de modernidad. Pero es solo un espejismo, en apenas un cuarto de siglo, la situación cambia radicalmente.  El repartimiento de 1587 se hace todavía sobre las personas y heredades, pero excluye del mismo a los hidalgos que estén en posesión de ejecutoria. Las exenciones de pechar, nacidas de la riqueza y la proximidad al poder concejil comienzan a aparecer.

Después de la guerra de las Alpujarras, las villas, y El Cañavate no fue una excepción, se empobrecieron. En la guerra murieron hombres y se perdieron brazos para el campo. Anclada en los 320 vecinos de la villa y los 70 de sus aldeas, El Cañavate y su tierra habían alcanzado el tope de crecimiento de un espacio agrario encajonado entre dos cerros. La desgracia de muchos fue fortuna de pocos. La sociedad de labradores se fue haciendo más injusta y desigual. El Cañavate seguía siendo tierra de labranza y crianza. Sobre todo de lo primero, pues aunque tierra recia, se sacaba provecho con gran trabajo, y en el término había pocos pastos y los ganados se veían obligados a ir a herbajar a las extremaduras. Los labradores de El Cañavate eran gente del común y antes son pobres que ricos (2), pero se estaba formando una minoría diferenciada por el enriquecimiento de algunos, ya pecheros, como los hermanos López de Cañavate, o ya hidalgos, como los Ortega, Zamora o Araque.

De lo mucho que se jugaba en la lucha por el poder en la pequeña villa de El Cañavate, da fe el empeño de sus actores en la defensa de sus posiciones. Tres labradores, los mencionados Pedro Sánchez Hontecillas, Francisco Sánchez y Martín López Caballón (todos ellos rondando los sesenta años de edad) fueron en 1608 a lomos de sus pollinos hasta Granada, para ratificar sus dichos en su villa ante el diligenciero enviado por la Chancillería. Nueve días de ida y otros nueve de vuelta, en la época de lluvias del mes de abril, a razón de ocho reales de gasto la jornada. Lógicamente la Chancillería se desentendió del pago y lo endosó al concejo de El Cañavate

y que vienen cada uno en un pollino y que se detuvieron en el camino respeto de las muchas aguas y ríos nueve días tasó a cada uno de los susodichos diez y ocho días de camino de venida y vuelta y estada a razón de ocho reales cada día
Igual tasación del viaje, a ocho reales diarios cada una de las diecisiete jornadas y media de viaje, hasta sumar un total de setecientos reales, y por supuesto a cargo de los propios de El Cañavate, fue la que se hizo para cada uno de los otros cinco testigos, labradores asimismo, que fueron a declarar a Granada. 

Los Lomas consiguieron sentencia favorable dela Chancillería de Granada de 26 de agosto de 1609. Los Lomas contaban con varios oficiales del concejo y sus favores, como los Ortega y los Araque. Pero también de muchos enemigos, que deseaban para El Cañavate un gobierno de gente honrada, condición que confundían con la de labrador rico. Contaban todavía con el control parcial del concejo y sus oficiales; uno de ellos, era el escribano del concejo de El Cañavate, a comienzos del seiscientos, Juan de Lezuza, que testimonió el carácter pechero de Francisco Lomas, por lo cual habría de responder ante la Chancillería de Granada, acusado de falsificar los padrones de hidalgos de la villa, conservados en cinco cuadernos y que recogían padrones que iban del año 1516 a la década de los treinta. Apresado en 1609 el escribano, en la cárcel de Granada, en su defensa tuvieron que salir dos vecinos de Alarcón y otro de Cañavate para reafirmar su profesión de buen cristiano y su buena vida y fama. Con especial énfasis lo hizo Andrés de la Orden Quijada. Sin embargo, para el fiscal de la Chancillería, licenciado Bernardino Ortiz de Figueroa, el caso era un ejemplo de corrupción en el que era cómplice, sobornado seguramente, el escribano de la Chancillería, enviado a El Cañavate a hacer las diligencias, Alonso de Torices Jara. La prevaricación del escribano Juan de Lezuza fue condenada severamente: dos años de inhabilitación para ejercer el oficio de escribano, un año de destierro y alejado cinco leguas de la villa de El Cañavate y diez mil maravedíes e multa. En la cárcel de Granada se pudrió el escribano Juan de Lezuza, incapaz de pagar la fianza de tres mil maravedíes y solicitando míseramente se le dejase ser acogido a las limosnas de los pobres para comer.

Y es que las hidalguías, en aquella Castilla interior, donde podía más la representación que el trabajo, se habían convertido en fuente de ingresos y raíz de corrupciones si los escribanos y diligencieros (que hacían diligencias) tenían la suficiente habilidad para ganarse la voluntad de los escribanos y oficiales locales. Tal fue el caso de Alonso de Torices, diligenciero granadino, que ocupó en sus pesquisas hasta un total de once días de trabajo, desde el dos de junio hasta el doce de junio de 1607. El escribano Juan de Lezuza le certificó los once días, aun a pesar de que por medio había cinco días feriados: tres de la pascua del Espirítu Santo, celebrada el nueve de junio, un domingo de la Trinidad y el día de San Bernabé. A decir del escribano, se trabajó cada uno de ellos o al menos, en sus palabras, cinco días de holgar pero que eran días de ocupación. El diligenciero echó trece días más del viaje de ida y vuelta para cerrar la cuenta. Las cuentas eran un ejemplo de la relajación de las normas y preceptos religiosos en aquella España interior, más si pensamos, por ejemplo, en el proceso inquisitorial que sufrió cien años antes Hernando del Castillo, por trabajar en sus molinos de la Noguera un domingo o, más exactamente, por obligar a trabajar a los canteros vascos que los reparaban.

Mundo de representación en el que los gestos y símbolos importaban más que los hechos, el diligenciero iba provisto con real provisión de sello de placa. El ayuntamiento se reunía en pleno para recibir al que, a pesar de su poca monta, no dejaba de ser un funcionario real. Claro que el ayuntamiento reunido era también un símbolo: la representación del poder de los labradores. Por eso, intencionadamente estaba ausente don Gabriel de Ortega Montoya, cuya fortuna familiar y la de sus parientes sanclementinos se había forjado en la labranza de tierras en Villar de Cantos y El Cañavate; pero ahora importaban más las ínfulas del hidalgo.

Concejo de El Cañavate de 3 de junio de 1607

Mundo de representación y de agasajos, donde el diligenciero granadino ya tenía, antes de su llegada, preparado el plan de trabajo en El Cañavate y sus aldeas. Entre los que esperaban para exponer su testimonio contra los Lomas estaban los Jareño de la aldea de Atalaya, labradores con representación en el gobierno municipal.

Pero la pequeña sociedad de El Cañavate se empezaba a romper y con ella la solidaridad de los labradores. Francisco y Bernardino de Lomas eran hijos de un segundo matrimonio y como tales dejados en segundo plano por sus convecinos. El favor en el pueblo lo contaban sus hermanastros, Pedro y Juan, nacidos de un primer matrimonio de Pedro de Lomas con una deuda de una de las familias de los hombres más ricos del pueblo a mediados del quinientos, los hermanos Juan y Francisco López Cañavate, que se hicieron por compra con las primeras regidurías perpetuas del pueblo. Ese rompimiento de la vieja república de labradores, nacido de la desigualdad en la riqueza desde mediados de siglo, lo personificaba muy bien Diego Ortega, casado con una Montoya, que ganada ejecutoria de hidalguía, la misma que se le negaba a sus deudos de San Clemente, se vanagloriaba y mostraba a sus vecinos el escudo de su ejecutoria de hidalguía miniada. Este símbolo de ostentación molestaba y no se entendía. Singularmente por los labradores acomodados del pueblo. Pedro Sánchez de Hontecillas, más allá de los formulismos de la declaraciones de testigos, presentaba el pueblo dividido en dos: los labradores como él, defensores del real patrimonio, dignos de calidad, fe y crédito, y esos otros hidalgos, que poco tenían de sangre noble, y que fundaban su crédito en la palabra de hombres pobres y necesitados, cuyas voluntades compraban. El crédito de la palabra del labrador frente al poco concierto de la plática del necesitado. El labrador que mostraba la riqueza fruto de su trabajo, frente a la ociosidad de hidalgos y pobres y que mantenía una equidistancia de orgullo frente a la vanidad del hidalgo y la poca estima que le merecía el pobre, categoría donde se confundían los marginados con los que empleaban su trabajo a jornal para otros, si es que la primera condición no era causa de la segunda.

Sin embargo, hombres como Pedro Sánchez de Hontecillas no hablaban el mismo lenguaje de su padre y abuelo. Aunque estemos en el contexto de un expediente de hidalguía, el labrador de 1600 habla del interés del real patrimonio, el labrador de 1500 hubiera hablado del bien común de la res pública.

Acabada con la resistencia de los labradores y desenmascaradas sus maniobras, los Lomas consiguieron nueva sentencia favorable a su hidalguía de 7 de julio de 1610. La ejecutoria no se despacho hasta 1617.

La familia Lomas era de nobleza cierta, un Juan de Lomas había sacado carta ejecutoria en 1502 y los ascendientes de los litigantes habían enlazado con familias nobiliarias como los Araque y los Vera. El padre de Francisco Lomas y abuelo de Eugenio (hijo de un hermano llamado Bernardino), de nombre Pedro, había casado con Isabel Vera, natural de la Hinojosa, aldea de la villa de Alarcón. Y el padre de Pedro y antecesor de la familia, llamado también Pedro de Lomas, había casado con Catalina de Araque. Nobles y labradores vivían en armonía, mientras no se vio comprometido la hegemonía de los segundos. A falta de demostrar sus calidades en la exención de impuestos, los hidalgos demostraban su naturaleza en la guerra si tenían oportunidad. Ese momento llegó en la guerra de las Alpujarras, allí moriría Bernardino de Lomas, hermano y padre de los litigantes Francisco y Eugenio. En calidad de qué fue reclutado no lo sabemos, si en los primeros momentos, más a la vieja usanza de reclutamientos hechos y aportados por las villas, o en las compulsivas levas posteriores. En lo demás, la familia Lomás defendía su hidalguía con gestos más que con realidades. Según decía el labrador Francisco Sánchez, Bernardino Lomas se negaba a pagar pechos, pero para evitar la cárcel se dejaba prendar por los impuestos no pagados; aceptaba alojar soldados, pero para mantener las apariencias pagaba a otros vecinos para que los sustentaran en su casa o en otras ocasiones les pagaba la posada en el mesón del pueblo. La muerte de Bernardino dejó a la familia desamparada. El labrador Miguel Sánchez Cañete reconocía que los Lomas a veces no habían pechado por ser pobres. Y es que la familia se desvertebró a la muerte de Bernardino: su hermano Francisco se ausentó de la villa y lo mismo hicieron otros dos hermanastros, habidos de un primer matrimonio del padre, llamados Pedro de Lomas de la Casa y Juan de Lomas, aunque este último es posible que corriera la misma suerte de Bernardino en la guerra de Granada.

Pero fruto de los parentescos de la familia de la madre de los hermanastros Lomas de la Casa, la suerte de la familia cambió. El apoyo de los hermanos López Cañavate y del mismo corregidor de San Clemente Antonio de Calatayud nos lo contaba Francisco González:
porque el dicho Pedro de Lomas de la Casa era este primo hermano de Francisco y Juan López Cañavate hermanos regidores perpetuos que fueron desta villa el qual deudo era por parte de la madre del dicho Pedro Lomas y que los dichos regidores eran personas de valor en esta dicha villa en la qual los demás oficiales del concexo y vecinos della no hazían otra cosa más de lo (que) querían y ordenaban los dichos regidores perpetuos y que por este parentesco e favor que con ellos tenían el dicho litigante y sus hermanos y con los demás oficiales del concejo y otras personas particulares y en especial particularmente por el mucho favor y ayuda que tenían del corregidor de la villa de San Clemente que se halló muchas vezes en esta villa el qual a lo que se quiere acordar se llamaba don Antonio de Calatayud

Los intereses de los Lomas eran regionales y sus relaciones familiares se extendían por la Alberca, la Hinojosa, Las Pedroñeras o por Socuéllamos. Los conocía bien Francisco de Araque, alcalde ordinario por el estado de los hijosdalgo en 1609, emparentado con los Lomas, que ligaba a los familiares de estos pueblos como de un mismo tronco:
porque su madre deste testigo hera hermana de Pedro de Lomas padre del dicho Francisco de Lomas que litiga y los conoció y fue conociendo desde que este testigo hera de poquita hedad porque como niño y nieto iba a la casa de su abuelo y siempre en la dicha villa de Alcañabate a los quales y cada uno de ellos los a tenido por hijosdalgo notorios de sangre por línea reta de varón legítima y en tal posesión opinión y reputación los a tenido y tiene todo el tiempo que los a conocido y conoce desde que este testigo tiene uso de raçón que será de cinquenta años a esta parte y por tales los a visto que por los veçinos y moradores de la dicha villa de Alcañabate an sido avidos y tenidos comunmente reputados sin aber cosa en contrario hasta que este pleito se movió ... y que este testigo se acuerda de aber oído decir a su padre y a su madre y al tiempo que murieron tendrían cada uno ochenta años y abrá que murió su padre deste testigo treinta años y su madre veynte y quatro años que su magestad abía mandado hacer llamamiento de hijosdalgo y que el dicho Pedro de Lomas abuelo deste testigo y del dicho Pedro de Lomas tenían en aquel tiempo tres hijos mancebos y tres hijas casadas con tres hijosdalgos y como tal hijodalgo tenía aprestados sus tres hijos y tres yernos para que fuesen en servicio de su magestad como tales hijosdalgo y que este testigo conoció a Marco de Lomas y Francisco de Lomas que son difuntos y conoce a Rodrigo de Lomas todos hermanos vezinos naturales de la Hinojosa y este testigo los a tenido por sus deudos por su madre deste testigo... pero tiene por cierto que el padre de los dichos Marco y Francisco y Rodrigo de Lomas vecinos de la Hinojosa heran hijos de Rodrigo de Lomas el viejo y que este hera hermano de su abuelo deste testigo y del abuelo y de los dichos Francisco de Lomas que litiga y bisabuelo del dicho Eugenio de Lomas y que en la dicha villa del Cañabate no a auido Juan de Lomas si no es otro hermano de Francisco de Lomas que litiga y este abrá que murió cerca de quarenta años y que si a auido otro Juan de Lomas en el Cañabate no lo conoció ni se acuerda y que siempre a oído decir que en la villa de la Alberca abía un Juan de Lomas muy viejo y que este hera hijodalgo de executoria 
El apellido Lomas se había perdido en La Alberca, por falta de varón en la sucesión y su descendencia había quedado integrada en una familia hidalga de esa villa: los Chaves. Algunos nietos de Juan de Lomas, el de la ejecutoria de 1502 y fallecido hacia 1550, vivían a comienzos del siglo XVI en Socuéllamos. De los Lomas de la Hinojosa, solo vivía a comienzos del siglo XVII, Rodrigo de Lomas, que se había establecido en El Pedernoso.

Gracias al testimonio de Rodrigo de Lomas podemos recomponer el origen de la familia, que él situaba en Cordovilla, actual provincia de Palencia, en las antiguas merindades de Burgos. El primero de los Lomas que llegó a la zona fue el bisabuelo del litigante Francisco, que se llamaba Pedro de Lomas. Llegado de las merindades, es de suponer que en la segunda mitad del siglo XV, se había instalado en Alarcón primero y luego en El Cañavate. El bisabuelo Pedro de Lomas había tenido por hijos a Juan de Lomas, el hidalgo con eejecutoria de la Alberca,  Pedro de Lomas de El Cañavate y Francisco de Lomas que daría origen a la rama de la Hinojosa a través de la línea sucesoria de su hijo Rodrigo (padre a su vez de Rodrigo, Marco y Francisco). Todo hace suponer que un hermano de este Rodrigo, de nombre Agustín se estableció en Belmonte.






Ayuntamiento de El Cañavate de 12 de agosto de 1602


Francisco Lomas y Vera, alcalde por los hidalgos, Jorge Pérez, alcalde por el estado llano.

Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Sebastián del Río, Francisco López de Lozuza, Miguel Martínez, Alonso López de Checa, Juan Fernández Carrasco

Ayuntamiento de El Cañavate de 21 de abril de 1606

Francisco López Caballón, alcalde ordinario
Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Gallego,
Alguacil mayor: Juan de Araque

 Ayuntamiento de El Cañavate de 8 de noviembre de 1607


Alcaldes ordinarios: Diego de las Muelas y Cristóbal Jareño

Regidores: Juan Gómez de Peralta, alférez mayor.
Regidores: Diego Martínez Cañavate, Francisco López de Lozuza, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Cañavate, Miguel de Osma.


Testigos de la probanza de 1607 y 1609, a favor de los Lomas


Andrés Montesinos, 67 años; hijo de Pedro Checa (nacido en 1502)
Pedro de Segovia, labrador,  92 años
Sebastián López el viejo, 77 años
Francisco de Torres, hidalgo, 78 años
Ana de Requena, mujer de Diego de las Muelas, alcalde ordinario por el estado hidalgo. 70 años
Catalina López, mujer de Domingo López de Tébar.
María Ruiz, viuda de Francisco de Alarcón, 70 años
Cristóbal Prieto
García de Chaves, vecino de La Alberca, nieto del ejecutoriado Juan de Lomas, 66 años

Testigos de la probanza de 1608, contrarios de Francisco y Eugenio Lomas

1.-Ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Pedro Sánchez de Hontecillas, labrador, 60 años
Martín López de Caballón, labrador, 57 años
Francisco Sánchez, labrador, 50 años
Miguel Cañete, labrador, 55 años
Diego García Plaza, labrador y morador en Cañada Juncosa, 58 años
Jorge Pérez, labrador , 48 años
Francisco López Caballón, labrador, 52 años
Francisco Tornero, labrador, 66 años

2.-No ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Alonso de la Jara
Benito Montesinos Cañavate, sastre, 60 años
Juan de Alarcón Bermejo, labrador del lugar de Cañadajuncosa
Alonso Martínez Calvo, labrador de Atalaya, 66 años
Cosme Jareño el viejo, vecino de Atalaya de 66 años
Rodrigo de Ruipérez, vecino de Atalaya, de 56 años
Damián Jareño, vecino de Atalaya
Juan Ruiz, labrador de Cañadajuncosa, 45 años
Pedro Sánchez de Alarcón, vive de su trabajo, 60 años
Francisco González, labrador





(1) DE LA ROSA FERRER, Ignacio. El Cañavate, realengo e intereses señoriales. en https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2018/02/el-canavate-realengo-e-intereses.html, 23 de febrero de 2018.
(2) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca, 1983, pp. 203-210

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-234-13. Francisco de Lomas Vera y su sobrino Eugenio de Lomas

ADENDA: UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN SOBRE LAS SOCIEDADES MANCHEGAS DEL SIGLO XVI:

A comienzos del siglo XVI, hubo una sociedad en el sur de Cuenca levantada y fundada en el valor del trabajo y el mérito personal. Sociedades pobres en población y recursos que venían de la guerra y la rapiña del siglo XV. De pronto, el milagro, hombres con sus azadones roturando las tierras, guerreros convertidos en mercaderes o empleándose como labradores para salir adelante. Vascos y cántabros que bajaban a la llanura manchega a alzar como canteros nuevos pueblos, zamoranos a vender sus paños, carreteros de la sierra que traían las maderas necesarias para las casas, gente del común que explotaba como rentero las tierras (que lo de jornal se despreciaba, como muestra de sumisión no aceptada por el orgullo y el deseo de ser libre). Y sin embargo, el brutal y rápido crecimiento trajo una legión de desheredados: el pequeño agricultor que no tenía suficientes ingresos se empleaba como presto a desempeñar sus servicios para otros, muchos deambulaban por los pueblos al acabar la vendimia o siega o improvisaban trabajos manuales para sobrevivir, algunos hidalgos se tragaban el orgullo e iban a los montes en busca de leña para vender, llevada en burros (una humillación para un hidalgo de la época). Y de repente, todas las contradicciones estallan. Quizás los hombres no eran conscientes de su clase, pero sí de lo que les oponía a los demás. Los más ricos ven en las contradicciones sociales, oportunidades para la lucha y conquista del poder concejil y amasar sus fortunas, pero obvian los movimientos profundos de las sociedades rurales. Algo del peligro se atisba, se encienden las hogueras donde las conciencias más críticas y librepensadores son arrojadas. Se les llama judíos, pero son hombres con una visión demasiado moderna para su época. Las hogueras provocan más odios. Cuando nadie lo espera, llega el verano de 1520, El Provencio y Santa María de Campo se sublevan y expulsan a sus señores y, en ausencia y rebeldía, los someten a juicios populares. Las villas de realengo parecen tranquilas en manos de las familias y patriciado tradicional, pero los hidalgos arruinados comienzan a poner voz al descontento. Llega finales de octubre o el mes de noviembre e inesperadamente se produce una auténtica subversión social, los desheredados se hacen con el poder: nombran capitanes o sota capitán, que responden a una autoridad que está en todas partes y en ninguna. El mesianismo se apodera del movimiento: juntas de doce miembros, cual apostolado, se forman en los pueblos. Todo se pone en cuestión en los tres meses siguientes, aunque apenas se sabe nada, porque hay una intencionada destrucción de los papeles de ese periodo, una vez finalizado el movimiento. Nuestra única certeza es que el movimiento es aplastado sin piedad por una nobleza regional (y con intereses que van más allá), con la colaboración de los agricultores propietarios que han visto con horror como el movimiento no respetaba las haciendas y a los que se les debe prometer seguir controlando los gobiernos municipales. La victoria de los agricultores es completa, que vienen de los pueblos a luchar contra los comuneros que se han hecho fuertes en el Cañavate. En el río Rus, y bajo su puente, tiñéndolo de rojo, yacerán cientos de comuneros muertos. La república de labradores, en la que han querido participar los desheredados y gentes de oficio, ha triunfado, pero es un espejismo, pues está tutelada por los grandes hacendados. La nueva constitución se mantiene un cuarto de siglo, pero a mediados del siglo XVI, la nueva minoría de hacendados pide el control absoluto del gobierno concejil. En la segunda mitad del siglo XVI recuperarán del desván el viejo abuelo que ganara una batalla: no tendrán dificultad pues en la época de los Pachecos hubo muchos hombres con arrojo que frente el enemigo en batallas o entre ellos a cuchilladas resolvían sus disputas. Otros se inventarán sus abuelos o simplemente serán sus enemigos quienes les recordarán su pasado real o ficticio para desprestigiarles.  Pero hay una verdad indudable: el hombre ya no es hijo de sus obras, sino de la memoria del pasado que sea capaz de crearse con su dinero

lunes, 21 de mayo de 2018

De los Ortega de San Clemente a los Gómez del Cañavate




Francisco Gómez era hijo de Pedro Gómez y nieto de Juan Ortega, vecino de San Clemente. Juan de Ortega casaría con Juana Gómez. Del matrimonio nació Pedro Gómez, casado con Elvira López, hija de Juan de la Roda, hacia 1500. De éste último matrimonio nacerían Francisco Gómez, avecidado en El Cañavate, que nacería con el cambio de siglo, y Juan Gómez, avecindado en San Clemente.

Juan Ortega, vecino de San Clemente, era el típico hidalgo arruinado, pero que mostraba con orgullo su condición hidalga ante sus vecinos. De su pobreza da testimonio Juan López Palomera, que recogía el recuerdo de su suegro Alonso López de Aparicio López, hombre que tenía trato y ayudó al dicho Juan de Ortega


e asy se lo dezía su suegro que el dycho Hortega hera buen fydalgo e que aunque hera pobre veya que se tenía por hidalgo espeçialmente que vido este testigo que cómo el dicho Hortega hera pobre el suegro de este testigo le dyxo un día en que tomase una bestia suya y que truxese una carga de leña para su casa e que el dicho Hortega respondyó: señor no lo faré que perderé la fidalguía por venyr tras la bestya cargada con leña que antes querría traer la leña a cuestas, que no quiso llevar la bestya e que cree que por esto no pechaba ni le enpadronarían en pecho rreal ni conçejal en demás hera muy pobre e que tenya muy poco e que este testygo le veya que syn enbargo de ser pobre tenya fantasya de hidalgo
El orgulloso hidalgo tuvo que ceder ante la necesidad que padecía su familia, entrando a servir como jornalero en casa del padre de García Martínez Ángel, Cristóbal Ángel el viejo, un rico pechero de la villa (a soldada para el canpo, carreta e viña), creemos que durante cinco años, pero este hecho lo hemos de adivinar entre líneas, pues el expediente está roto. La humillación que debió sufrir el viejo hidalgo, de los buenos de esta tierra, solo se puede entender en el contexto de una sociedad de labradores ricos, tan orgullosos o más que los hidalgos, donde emplearse a jornal era considerado un estigma.

Pocos hombres conocían la vida de sus convecinos como Alonso Álvarez de Rebe. Este hombre de ochenta y nueve años era un testigo privilegiado de su tiempo. Correo del marqués de Villena, había recorrido todo el Marquesado con sus veredas; ante sus ojos, habían pasado varias generaciones de sanclementinos. De mensajero de los Pacheco había sentado plaza como tendero de la villa de San Clemente para el abasto de la villa . Recordaba el nombre del padre de Juan Ortega, aunque fuese por su apodo: Juan el negro. Le había conocido con nueve años, es decir hacia 1455, como hombre hacendoso y procedente de Murcia, recordando sobre todo su aspecto físico
avía sydo honbre que avya tenido buena fazienda e que avya sydo justiçia en el Rreyno de Murcia e que ge lo dezía su padre deste testygo e que porque hera justiçia allá le dezían el nonbre de negro e porque dezían guartede Juan el negro pero que no hera negro salvo que hera moreno en la color
Alonso Álvarez de Rebe coincidía en el orgullo de Juan el negro y su hijo. Orgullo de hidalgo que sobrellevaban con altivez, a pesar del estado de necesidad y pobreza en el que habían caído
e asy lo a oydo dezir este testigo a su padre deste testigo Alonso Álvarez de Rebe e a otros viejos desta dicha villa que dezía que el dicho Juan el negro e el dicho su hijo Juan de Hortega heran buenos fidalgos e aun dolyéndose dellos diziendo: mirad quales Hadán estos fidalgos porque heran pobres trayendo carga de leña a cuestas que se dezía que no los querían traer en bestyas aunque ge las dauan porque dezían que su linage no avía harreado ni ydo tras bestya 
Juan el negro y su hijo Juan Ortega eran pobres de solemnidad, sin que sepamos la razón por la que habían llegado a San Clemente dos décadas antes de la guerra del Marquesado y la causa de su desdicha. Contra corriente había defendido su nobleza, negándose a pagar impuestos en la pechera San Clemente, donde cualquier hombre por mísero que fuera pagaba pechos, con tal que fuera propietario del azadón con el que trabajaba la tierra.

Pedro Gómez y Elvira López siempre habían vivido en San Clemente, aunque habían huido de la peste en esta villa y se refugiaron en Cañavate durante dos o tres meses en la década de los veinte, pero su residencia fija era San Clemente, donde a decir de Rodrigo Ortega, tenían fama de hidalgos. Ya en 1502 o 1503, se había hecho un repartimiento, a cargo de un jurado nombrado por el concejo, entre los vecinos de la villa de San Clemente (posiblemente para comprar el trigo que Alonso Castillo vendió a una villa hambrienta); Pedro Gómez, al igual que el resto de hidalgos, quedó exento. Pedro Gómez se juntaba con los otros hidalgos de la villa para la elección de alcalde de la hermandad por los hijosdalgo y mostraba albalá en las carnicerías para la refacción de la carne. A falta de padrones de hidalgos, el símbolo distintivo de hidalguía era la participación en las llamadas juntas de hidalgos. A comienzos del siglo XVI, parece que todavía no se había establecido el posterior colegio de cuatro electores para la elección de alcalde de la hermandad por los hijosdalgo; del mismo modo, los hidalgos se reunían en juntas, que elegían dos diputados y velaban por el reparto de la alcabala, entre los hijosdalgo, un impuesto universal. También participó con el resto de hidalgos en el pleito, que no se resolvería hasta 1539, para entrar en las suertes de los oficios concejiles. En Cañadajuncosa, aldea del Cañavate, fijó su residencia hacia 1522, tras casarse, su hijo Francisco Gómez.

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Alcalde ordinario de San Clemente; Pascual Simón y Alonso Astudillo
Alguaciles de San Clemente: Pedro Rosillo y Benito García
Alcaldes ordinarios de Cañavate: Juan Gómez y Pedro de Lomas

Probanza de 1535

Pedro Jiménez de Buenache, vecino de Cañavate, 60 años, alcalde, regidor y diputado de Cañavate en los últimos treinta años
Juan López Palomera, pechero de la villa de San Clemente, más de 75 años
Garci Martínez Ángel, pechero de San Clemente, 70 años
Antonio Rosillo el viejo, hidalgo de San Clemente, 66 años
Alonso Álvarez de Rebe, pechero de 89 años
Cecilia López, pechera, viuda de Gil Fernández de Alfaro, vecina de San Clemente, 70 años
Francisco Rosillo, pechero, vecino de San Clemente, 70 años


ARCHIVO DE CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Probanza del pleito de hidalguía de Francisco Gómez, vecino del Cañavate. 1534. Signatura antigua: 302-297-1

jueves, 3 de agosto de 2017

Enemistades entre la familia Piñán y las familias Alarcón y Tébar en Cañada Juncosa

Vista de Cañada Juncosa
Las disputas entre Diego Piñán y Andrés Alarcón y su cuñado Arias de Tébar venían de lejos. Es posible que ambos tomaran partidos diferentes en la Guerra del Marquesado: Diego Piñán, converso, o seboso, en el lenguaje de la época apoyaría al Marqués; Andrés de Alarcón la causa real. Las diferencias del tiempo de la guerra continuaron al finalizar ésta, concluyendo en el intento de asesinato de Diego Piñán en 1483, cuando iba desde Cañada Juncosa camino de Castillo Garcimuñoz. Andrés Alarcón y Arias de Tébar fueron condenados a destierro perpetuo de los términos de Cañavate, a cuya jurisdicción pertenecía la aldea de Cañada Juncosa, pero la sentencia, en aquellos tiempos de una justicia real ejercida por un gobernador demasiado débil, no se cumplió.

El hecho de que Diego Piñán reviviera en 1499 sus diferencias con Andrés de Alarcón once años después era intencionado. Se aprovechaba de un nuevo enfrentamiento acaecido en la aldea de Cañada Juncosa; esta vez, entre Cristóbal de Alarcón, hijo de Andrés, y Alonso de Villaescusa, que había sido herido por el primero de tres cuchilladas cuando iba con sus mulas al campo. Creemos que Alonso de Villaescusa era un labrador al servicio de Diego Piñán. Nos fundamos que las querellas de Alonso de Villaescusa y Diego Piñán se presentan el mismo día 13 de septiembre ante el Consejo Real. Tras la actitud agresiva de la familia Alarcón contra los Piñán sin duda se escondía las disputa por la tierra en la aldea de Cañada Juncosa. Eran estas diferencias las que estaban en el origen del enconamiento de ambas familias en los tiempos de la Guerra del Marquesado, en la que ambas abrazaron, para defensa de sus intereses particulares bandos distintos. Diego de Piñán el bando del Marqués de Villena y Andrés Alarcón la causa real. Las diferencias no acabaron con la guerra. La concordia entre el Marqués y la Corona en 1480 fue seguida por estos pequeños homenajes que nos muestra el texto entre caballeros y vecinos de los lugares, jurándose amistad perpetua. Promesas incumplidas en seguida, las diferencias en torno a la propiedad de la tierra se recrudecieron de nuevo de forma violenta.

Los Piñán era una familia conversa, que originaria de Castillo de Garcimuñoz, acabaría asentándose en la zona, con fuertes intereses agrarios en pueblos como Tresjuncos o Montalbanejo, y tras la aventura indiana de alguno de sus miembros y alianzas matrimoniales que les llevaron a tierras toledanas y de Molina, reaparecieron con fuerza en la escena política de Santa María del Campo hacia 1600 con ejecutorias de hidalguía ya ganadas. Su origen converso es innegable y la persecución inquisitorial que padeció la familia también, aunque, como en el caso de Elvira Piñán, las pudo solventar con una multa de 50.000 maravedíes. Su apoyo a la gente de guerra del Marqués de Villena, sería reconocida por el propio Diego Piñán, que compareció como testigo en 1498 durante el proceso inquisitorial que padeció Hernando del Castillo,alcaide de Alarcón, reconociendo haber participado a su lado en las correrías militares.

Ahora bien, ¿cuál era la relación con los Tébar? Diego Piñán había contraído nupcias con Catalina de Tébar, que previamente había casado con García de Tébar. Sobre la riqueza de la familia Tébar nos queda testimonio en la disputa por la herencia entre Diego Piñán y los tres hijos de Catalina en 1490, habidos en su primer matrimonio, una vez fallecida. Catalina había llevado al matrimonio una ingente fortuna como dote matrimonial, sin duda heredada de su primer marido García de Tébar
al tienpo que la dicha su madre casó con vos leuó a vuestro poder mill cabeças de ganado, carnero e ovejas, e tres asémylas e çient fanegas de trigo e çeuada e otros muchos bienes e atauíos e joyas e preseas de caso en contía de tresyentos mill mrs. durante el matrimonio e una casa en el lugar que se dise Cañada Yuncosa, que es en el término de la villa de Alarcón e cogistes el año que la dicha su madre fallesçió çeinto e çinquenta cayçes de todo pan e de profechos de muchos barbechos que podía valer el dicho pan e barbechos otros çient mill mrs. de los quales que les dis que les pertenesçe la mitad de los dichos quinse mill mrs. de las dichas arras e las otras tresçientas mill mrs (Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149002, 147. Herencia y dote de Catalina de Tebar, reclamada por sus hijos a Diego de Piñan. Febrero de 1490)
Los intereses agrarios se entrelazaban entre familias y eran objeto de disputas en las herencias reñidas, fruto de matrimonios de conveniencias. Es mucho lo que nos queda por saber, pero lentamente vamos atando lazos, para entender los orígenes patrimoniales de familias como los Piñán o los Tébar, que luego nos aparecen como actores de primer orden en la historia de San Clemente y de toda la comarca


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a vos Rruy Gómez de Ayala nuestro gouernador en el marquesado de Villena o a vuestro alcalde mayor salud e graçia, sepades que Diego de Piñán nos fiso rrelaçión por su petiçión que ante nos en el nuestro consejo fue presentada disiendo que puede aver çinco años poco más o menos que es venido por el camino de Alcañauate a la villa del Castillo, dis que salieron a él Andrés de Alarcón e Arias de Téuar su cuñado, vesinos de Cañada Yuncosa, aldea de la dicha villa de Alcañauate, e dis que le llamaron e que como los dichos Andrés de Alarcón e Arias de Tévar eran sus amigos e él no les auía fecho para que dellos se ouiese de rreçelar dis quél es salvo, e que como llegaron donde él estaua dis que vido como venían armados e con yntençión de le matar al dicho Diego Piñán, e dis que poniéndolo en obrada que le dieron tres cuchilladas, las dos en la cabeça e la una en una mano que le cortaron dos dedos, de las quales dichas feridas dis que estuvo a punto de muerte e dis que dello se quexó a Pedro Vaca, gouernador que a la sazón era e dis que por el dicho Andrés de Alarcón era coronado no pudo dél alcançar cunplimiento de justiçia ni mucho menos del dicho Arias de Tévar, porque el dicho governador lo mandó soltar de la cárcel de lo que él dis que apeló ante los alcaldes de nuestra corte e chançillería los quales prendieron al dicho Arias de Tévar e dieron sentençia contra él por en que lo condenaron en destierro perpetuo de la dicha villa de Alcañauate con dos leguas alderredor e le mandaron que no quebrantase el dicho destierro so pena de muerte e que asymismo los vicarios de la Yglesia de Cuenca dis que dieron sentençia contra Andrés de Alarcón en que lo condenaron a pena de destierro perpetuo de la dicha villa de Alcañauate e sus términos so çierta pena que en la dicha sentençia le pusieron, los quales dichos Andrés de Alarcón e Arias de Tévar dis que en menospreçio de las dichas sentençias quebrantaron los dichos destierros e entraron los dichos términos de la dicha villa de Alcañauate e dis que el dicho Diego de Piñán ha ruquerido con las dichas sentençias a las justiçias de la dicha villa para que las executasen e dis que porque los sobredichos tienen muchos fauores no han seydo esecutadas e dellos no puede alcançar cunplimiento de justiçia e dis que andan de contino armados e disen e publican que si el dicho Diego de Piñán no los perdona que lo han de matar 

Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148808,72 Al gobernador del marquesado de Villena, para que se guarden unas sentencias de destierro dadas contra Andrés de Alarcón y Arias de Tevar, su cuñado, vecinos de Cañada Juncosa, aldea de la villa de Alcañavate, por razón de las heridas que infirieron a Diego de Piñán. Ocaña, 16 de agosto de 1488

Los mismos hechos aparecen relatados once años después de la siguiente manera

sepades que Diego de Piñán vezino del lugar de Cañada Yuncosa, término de la villa del Cañavate, que es en el dicho Marquesado de Villena, nos fizo rrelaçión por su petiçión diziendo que él e Andrés de Alarcón vezino del dicho lugar ovieron fecho e fizieron amistad perpetuamente por sí e por sus parientes que en el dicho lugar biuen e diz que amos e dos juraron e fiziron pleito omenaje de guardar amistad la dicha amistad e que después de así fecho la dicha amistad e juramento yendo el saluo e seguro por un camino çerca de la villa de la dicha del Cañavate diz que salió a él el dicho Andrés de Alarcón con otro parientes suyo que se diz Arias de Téuar e diz que le quisieron matar e le cortaron dos dedos de la mano e que de fecho le mataran saluo por un onbre que estava arando e le vino a defender sobre lo qual diz que se ovo quexado ante algunas de vos las dichas nuestras justiçias e diz que el dicho Andrés Alarcón se presentó a la cárçel eclesiástica diziendo ser de corona donde diz que contendieron en pleito fasta tanto que por el juez eclesiástico que dello conozió fue dada sentençia en que diz que desterró al dicho Andrés de Alarcón perpetuamente de la dicha villa de Cañavate e de sus términos e diz que le mandó que guardase el dicho destierro so pena que si lo quebrantase fuese desterrado de todo el obispado de Cuenca e oviese perdido e perdiese todos sus bienes, la terçia parte para el dicho Diego de Piñán e las dos terçias partes para la yglesia de la dicha çibdad de Cuenca... diz que el dicho Andrés de Alarcón se a tornado a biuir e morar al dicho lugar de Cañada Yuncosa... (pide se le entreguen la tercera parte de los bienes)... En Granada a xiii de setienbre  de i(m)ccccxcix años



Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149909, 325 Que las justicias del marquesado de Villena ejecuten una sentencia dada por jueces eclesiásticos a favor de Diego Piñán por la cual debían recibir la tercera parte de los bienes de Andrés Alarcón, vecino de Cañada Juncosa. Granada 13 de septiembre de 1499




Archivo General de Simancas,RGS, LEG, 149909, 324. Que el gobernador del Marquesado de Villena haga una intormación sobre los que acuchillaron a Alonso de Villaescusa, vecino de Cañada Juncosa, prenda los culpables y haga justicia. Granada, 13 de septiembre de 1499