El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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lunes, 14 de enero de 2019

Cuando la villa de San Clemente intentó destruir El Provencio un día de San Roque de 1524



Desde el fin del levantamiento de las Comunidades, las relaciones entre San Clemente y El Provencio se habían deteriorado notablemente. Para el 23 de febrero de 1253, el regidor provenciano Sancho Hernández de Titos y el vecino Francisco López de Herreros estaban presos en la cárcel de San Clemente, Su delito, haber levantado el cadáver de Gracia López, una vecina de Las Mesas asesinada por su marido en La Cañada, junto al donadío de Santiago de la Torre, supuestamente en término de San Clemente, y llevarlo a El Provencio. Era un incidente más, ya en 1515 Lope de Aguado, alguacil de El Provencio, había sido apresado por la justicia de la villa vecina por entrar en sus términos tras un delincuente. Pero ahora los hechos se sucedieron con suma gravedad.

Si Santa Catalina era lugar de encuentro que acababa con desencuentros, otro tanto ocurría con la festividad de San Roque. Fiesta de gran tradición en la que se corrían toros en El Provencio y a la que asistían los sanclementinos. En otro lugar, ya hemos mencionado los hechos violentos que se generaban en estos acontecimientos, cuando los sanclementinos solían rematar la faena matando al toro, algo no contemplado en los cánones de la fiesta. Nos ha quedado constatación de la pelea de San Roque de 1566, que hemos narrado (*), pero los hechos más violentos acaecieron el dieciséis de agosto de 1524. Ese día de San Roque, la fiesta, tras la disputa por un toro, acabó en tragedia. Además del toro, los sanclementinos mataron a varios provencianos.

Los provencianos, o eso decían ellos, en la representación de su procurador ante el Consejo Real, habían concertado con un vaquero la contratación de las fiestas de San Roque. De sus palabras se deduce que el acuerdo no estaba cerrado, un toro para provar e que si les contentase se los pagarían. El vaquero debió llevar el toro a pastar a la dehesa de Majara Hollín. Con el toro, debía pasar lo mismo que con la dehesa de Majara Hollín, que tanto provencianos como sanclementinos los consideraban de su propiedad. En el caso, del toro, sin duda, fue determinante el doble juego del vaquero en ofrecer el toro a unos y otros. El caso es que, en la duda, quien tomó la determinación de llevarse el toro  a su villa de El Provencio fue don Alonso de Calatayud. Para más inri, la decisión la tomó en la misma dehesa y delante los vecinos de San Clemente, que apostaban por llevarse el toro a su villa.

La decisión de don Alonso de Calatayud provocó un conflicto inimaginable. Mientras el toro era encerrado en los corrales de El Provencio, listo para ser corrido en la fiesta, las campanas de la iglesia de Santiago apóstol repicaban sin cesar y los pregoneros llamaban a viva voz a todos los sanclementinos para reunirse e ir mano armada contra la villa de El Provencio. Un gran ejército de setecientos vecinos sanclementinos, y no es metáfora, se aprestó a marchar contra la villa en perfecta formación militar
que serían asta setezientos onbres poco más o menos e que truxeron su atanbor e vandera tendida e carvajal e todos armados de diversas armas de picas e lanças e vallestas y cosoletes e coraças e otras armas e puestos en ordenança yendo esquadrones los de pie e otros de cavallo venieron a la dicha villa del Provencio e que trayan consigo el que avía sido capitán de la comunydad pasada y al que fue alferes della y que trayan el mismo atanbor que tenían en la dicha comunidad y que dezía y llamava traydores a los de la dicha villa del Provençio e otras muchas palabras 
Las Comunidades estaban derrotadas hacía algo más de tres años. Sin embargo, la villa de San Clemente conservaba la organización militar creada algo más de tres años antes, incluidos sus cuadros militares de mando e insignias. Junto a la organización militar, nos sorprende la rápida y ordenada movilización: con un carácter inmediato, varios escuadrones de sanclementinos armados se abalanzaron sobre sus vecinos y rivales provencianos.

Viendo la gravedad de los hechos, don Alonso de Calatayud intentó mediar, ofreciendo su persona
dixo qué querían, que él hará todo lo que ellos querían e fuese rrazón e que no oviese desconçierto ninguno
Para intentar sosegar a los sanclementinos, los provencianos hicieron soltar el toro, o al menos eso contaban, pues los sanclementinos vieron, al arremeter la bestia, el acto como ataque. Su respuesta fue furibunda, destrozando la villa de El Provencio, mientras se insuflaban ánimos al grito de ¡Viva San Clemente!
andovieron por toda la dicha villa y se enseñorearon en ella diziendo viva San Clemente y otras palabras semejantes y que hizieron todo los susodicho tendida su vandera y tanyendo el dicho atanbor que salieron de la dicha villa y que fueron por el camino donde la dicha villa del Provençio tiene un pozo de agua duze y que derribaron el brocal y artifiçio con que sacavan el agua y que yéndose a la dicha villa de San Clemente quiseron tornar a acabar la dicha villa del Provençio
La rotura del expediente no nos deja ver el sentido de este nuevo ataque a la villa, aunque parece por desavenencias entre los sanclementinos se frenó en su furia. Sí nos ha quedado la narración de unos sanclementinos enfurecidos, robando un par de mulas de un provenciano llamado Miguel Díez y un buey a otro llamado Gonzalo Sánchez y robando otros ganados, recorriendo y destrozando las viñas de El Provencio, hasta llegar a Santa Catalina donde profanaron el templo religioso
e que hizieron muchos daños e estroços en la dicha villa e en las viñas de la dicha villa e que yéndose camyno como dicho es fazia una hermita de la dicha villa del Provencio que se dize Santa Catalina e la desçerrajaron e desquiçiaron y entraron por fuerça dentro e hizieron e cometieron muchos agravyos delitos daños de mucha punyçión e castigo por ende nos suplicaba e pedía por merçed mandásemos ynbiar una persona de nuestra corte pues la calidad del caso lo rrequería que hiziese la pesquysa de todo lo susodicho e castigase los culpados a las más graves penas que hallase por fuero o por derecho e les fiziese sobre todo cunplimiento de justiçia porque sino lo manda más prover ternían atrevymiento otras vezes atrevyendo de hazer e cometer semejantes delitos por ser jente rrica e cabdalosa (los sanclementinos) e que en los levantamyentos pasados fueron prinçipales partes en la dicha tierra e los que levantaron e faboresçieron la dicha comunydad por toda la comarca 
Los ataques, aparte de la imagen de violencia que dio la parte porvenciana, iban dirigidos contra lugares emblemáticos. El pozo de agua dulce nos aparece en los amojonamientos como uno de los cinco pozos que marcaban en 1459 los límites de los términos sanclementinos. La ermita de Santa Catalina era un centro espiritual de toda la comarca, donde afluían en procesión y romería provencianos, sanclementinos, villarrobletanos o moradores de Santiago. Pero una ermita, que por simple proximidad geográfica, sin obviar la devoción de la santa, era querida por los provencianos como suya propia.

Por referencias posteriores sabemos que durante los incidentes hubo varios muertos. En las probanzas de testigos, los sanclementinos acusaron a las personas favorables a El Provencio de ser deudos de los asesinados. En cuanto, a la implicación de los principales sanclementinos en la rebelión de las Comunidades es un hecho constatado, por las acusaciones cruzadas entre los bandos. Siendo segura la participación del hidalgo Martín Ruiz de Villamediana. La Corte, reunida en Valladolid y con la presencia del emperador Carlos decidió actuar con toda determinación dando en Valladolid el 30 de agosto de 1524 comisión en plazo por cincuenta días al juez pesquisidor Alvaro Salcedo y al escribano Miguel de Lucio para averiguar los hechos. A la comisión se unió un alguacil, Juan Fanega. Hasta Valladolid se había desplazado en nombre de la villa de El Provencio, Julián Grimaldos, que fue recibido por el Emperador Carlos y su Consejo. En presencia del procurador provenciano, el uno de septiembre, se dio la carta de comisión al licenciado Salcedo para castigar los hechos. La comisión amplió su término dos veces más. El Consejo entendió rápidamente el grave conflicto que existía en torno a los mojones, hacia cuya cuestión derivaron las actuaciones. El día ocho de octubre el procurador provenciano pide se prolongue por primera vez la comisión pues hay muchos inculpados, más de setecientos. La comisión se prorroga otros treinta días. El día cinco de noviembre es don Alonso de Calatayud quien pide la prorrogación de la comisión y la restitución de mojones para su villa, según la Ley de Toledo.

Don Alonso de Calatayud y el concejo de El Provencio aprovecharán el sangriento conflicto con la villa vecina, para conseguir la jurisdicción sobre sus términos e intentar acabar con el cobro de alcabalas en su territorio por los arrendadores sanclementinos. Las relaciones entre ambas villas estaban regidas por la fuerza. San Clemente, villa grande e resçia, pueblo de muchos más vezinos e onbres rricos, imponía su voluntad, aunque El Provencio no se quedaba atrás a la hora de prendar ganados en dehesas como Majara Hollín, que pretendían  cerrar en su provecho exclusivo.

El día ocho de octubre de 1524, además de ampliar la comisión, el Consejo Real decide ampliar la comisión del licenciado Álvaro Salcedo a los asuntos de jurisdicción y términos. En un concejo abierto de 24 de octubre de 1524, los vecinos de El Provencio dan su poder a Fabián García para que defienda los términos de la villa. En un memorial, ante el licenciado Salcedo, el procurador define lo que han de ser los límites de la villa y que el futuro ratificará, aunque pasarán dos décadas par su confirmación.

(*) La rivalidad taurina entre San Clemente y El Provencio en 1566

domingo, 26 de marzo de 2017

La rivalidad taurina entre San Clemente y El Provencio en 1566

El Provencio tenía fama de tradición taurina. Los toros era una de las pocas alegrías que los Calatayud permitían a sus vasallos. Para el dieciséis de agosto de 1566, día de San Roque, se celebró en la plaza de la villa uno de esos eventos de la Fiesta Nacional. Por aquel entonces los toros no se mataban, se corrían. Alancear o rejonear los toros era cosa de los caballeros, en todo caso. Los plebeyos o eran simples comparsas, con sus florituras, de los señores o simplemente participaban del espectáculo corriendo las reses.

Ahora bien, no faltaban espontáneos que se lanzaban al ruedo con la espada en la mano, dispuestos a herir o matar a los toros. El atrevimiento de estos muletillas llevó a cierta regulación de los espectáculos, prohibiéndose llevar armas. Quizás la finalidad de tal medida era, más que defender a la fiera, evitar los altercados que con motivo de la fiesta se desencadenaban o simplemente evitar perjuicios económicos a los dueños de las reses.

Aquel día de San Roque de 1566 se pregonó en El Provencio la prohibición de portar armas durante las corridas de toros y de herir a las animales. Poco caso hizo un sanclementino llamado Alonso de Olivares, que lanzándose a la arena y espada en mano la emprendió a cuchilladas con el toro, o al menos eso decían los provencianos
que ayer día de San Rroque que se contaron diez y seis deste presente mes queriendo correr unos toros en la plaça desta villa el señor alcalde mayor mandóse pregonar que ninguna persona truxese espada ni diese con ella al toro y auiéndose corrido el toro el dicho Alonso de Olivares, veçino de San Clemente, dio espaldaraços al toro
El intento del alcalde mayor y alguacil mayor de El Provencio de que Alonso de Olivares les entregara la espada consiguió poner paz en un primer momento, pero una nueva disputa entre dos mozos provencianos acabó en trifulca, en la que los sanclementinos hicieron piña contra los provencianos y su justicia. Un envalentonado Alonso de Olivares, con la complicidad de Juan del Campillo y otros deudos sanclementinos, Pedro López de Olivares y Juan de Olivares, así como el resto de vecinos sanclementinos presentes, respondieron enfrentándose al alcalde mayor, licenciado Agüero, y al alguacil mayor, Pedro de la Matilla, dejando malherido al primero, que salvó la vida gracias a la reacción airada de los provencianos, que pusieron en fuga a los agresores. Ya antes habían dejado malherido de muerte a un provenciano, llamado Pedro Girón, que, auxiliando al alcalde mayor, se había interpuesto en la pelea; le seguirían otros heridos. Así nos narraba los hechos un vecino de El Provencio, llamado Cristóbal Marín
que se contaron diez y seis días deste presente mes estando este testigo en la plaça desta villa corriendo unos toros en la dicha plaça dixo Françisco Rramos, veçino desta villa, en presençia de Hernán López, padre de Françisco López, mesonero, que juraba a Dios que si por allí paresçía Françisco López su hijo que le había de segar las piernas y el dicho Hernán López dixo que no haría y entonçes Françisco López, hijo del dicho Hernán López llegó allí con su espada y su capa cobixada y en llegando quedóse junto al dicho Françisco Rramos, el dicho Françisco Rramos desenbaynó su espada y se fue haçia él y le tiró de cuchilladas y entonçes se allegó allí mucha gente, entre los quales venían el dicho Alonso de Olibares y otro primo suyo y dixeron qué es esto y entonçes allegó allí Pedro de la Matilla, alguaçil mayor, y Alonso Hernández de Alcaraz y el dicho Pedro Xirón que iban con el dicho alguaçil y el dicho alguaçil echó mano del espada al dicho Alonso de Olibares y el no se la quería dar, antes dixo que metía paz y llegó el dicho Alonso Hernández y dixo dádsela que se la aveys de dar que es justiçia y estaba a la saçón allí Martín López de Barchín, rregidor desta villa, y dixo que no se la diese porque no reñía con nadie y entonçes toda la gente se fue allegando haçia dentro de la plaça con las espadas desenbaynadas a enpedrándose y no sabe quién, entonçes a cabo de un poco vido este testigo como el alcalde mayor fue a la dicha quistión y de que salió della salió herido en una mano y tenía cortado el quero y carne y le salía sangre y asimysmo este testigo vido al dicho Pedro Xirón con una enpedrada en la cabeça que le corría sangre por la cara 
Así lo que había comenzado como un disputa interna entre el hijo del mesonero de El Provencio y otro vecino había acabado en disputa con los forasteros sanclementinos. Es más, parece que los sanclementinos intentaron poner paz en una trifulca que iniciada por las bravuconadas de Francisco López y Francisco Ramos, peleados por quien se ponía el primero delante del toro, acabó en pelea entre provencianos.
no os me pongáis delante que haré un desatino y el dicho Françisco López dixo pues que os he hecho para que hagáis desatino y el dicho Francisco Rramos se lo tornó a deçir otra vez y el dicho Françisco López le dixo dexaldo Françisco Rramos que algún día nos veremos yo y vos punyéndose el dedo en la nariz a manera de amenaza y entonçes el dicho Françisco Rramos le tiró un golpe al dicho Françisco López con su espada
Sin duda, la actitud de ambos mozos debió ser respuesta a Alonso de Olivares, en clara demostración que la valentía se demostraba a pecho descubierto y no a estocadas con el animal, pero su desafío acabó a cuchilladas entre ellos y en acicate para una pelea general, donde salieron a relucir las viejas rivalidades entre provencianos y sanclementinos. La intromisión de los sanclementinos en la pelea hizo intervenir al alguacil mayor y al alcalde mayor. Es de suponer que ambos se habían mantenido al margen, pues mientras la pelea era entre provencianos, vasallos del señor Calatayud, evitaron verse implicados en un asunto doméstico más propio de las fiestas, pero sí actuaron cuando intervinieron sanclementinos. Acusados injustamente de iniciar los altercados (o simplemente intento por la justicia de desarmarlos para evitar conflictos), hubo una reacción solidaria contra las autoridades de todos los sanclementinos presentes, que debían ser muchos, pero no tantos como para resistir la reacción airada de los provencianos, los cuales animados por la acción de la justicia y encabezados por Pedro Girón auxiliaron al alcalde mayor y pusieron en fuga a sus vecinos. Aunque las víctimas de los altercados, además del infortunado Alonso de Olivares, fueron el alcalde mayor Agüero y el provenciano Pedro Girón, con los que los Olivares se ensañaron, pudiendo salvar la vida por la acción de un criado del gobernador del Marquesado que se hallaba presente. De este modo, Alonso Olivares pagó los platos rotos de una pelea que le era ajena. De hecho, la justicia provenciana le acusó, no de ser el autor de las heridas inferidas al alcalde mayor en la pelea, en la que junto a su hermano y primos participó de lleno, sino de saltarse las prohibiciones taurinas de llevar espada y usarla durante la corrida. Su actitud de matar al toro, origen de todas las disputas, parece haber calentado la sangre de cuantos mozos participaban en las fiestas. La justicia tardó dos días en actuar, ordenando la detención de todos los implicados en los altercados. Después de una información de testigos que concluyó ordenando la cárcel de los Olivares y otros implicados en la pelea, varios mozos de San Clemente (Alonso de Olivares, Juan Campillo y Ginés de Llanos) llevaron el asunto al Consejo Real.

Es destacable la reacción violenta de los sanclementinos contra el alcalde mayor. Quizás porque fue parcial en la pelea y posible causante de las cuchilladas recibidas por Alonso Olivares. Del ensañamiento de la pelea y sus secuelas dio testimonio un viejo conocido nuestro, Juan de Mérida, cirujano de la villa de San Clemente. El alcalde mayor Agüero perdió un dedo de la mano; Alonso de Olivares, con una herida muy grave e irremediable por una cuchillada en la cabeza; su primo Pedro López de Olivares, herido en el brazo; Sebastián Barchín, hijo de un regidor provenciano, herido en la cabeza; Pedro Girón, con una herida, consecuencia de una pedrada, y un espadazo en la cabeza, veía peligrar su vida.

Herreruelo
Alonso de Olivares era un mozo alto y recio. Su indumentaria para la ocasión ya anunciaba los inicios del arte de cúchares. A pesar de las prohibiciones, los mozos acudían con sus espadas a correr los toros y con la clara intención de matarlos para desgracia de sus propietarios, que confiaban en utilizarlos en otros festejos. Además de correr los toros, los mozos se iniciaban ya en el arte de la capea. Para atraer al toro usaban la capa de su propia vestimenta; dicha capa se llamaba en la época herreruelo, tenía un origen militar, de forma semicircular, solía llegar hasta la cintura o como mucho hasta las rodillas, sin capilla (es decir, capucha) y con un cuello estrecho que ribeteaba el borde superior. El herreruelo de Alonso Olivares poco tenía que ver con el de la imagen, un herreruelo de seda y bordado con hilos de oro; su herreruelo era el llamado de perpignan, hecho de lana. Esta pieza de vestir, en un principio fue importada de Flandes, pero su fabricación se extendió a los talleres aragoneses y, en lo que a nosotros nos afecta, a los talleres de Cuenca. Iba vestido de mezcla, un tipo de tejido hecho de diferentes calidades y colores, cual si fuera traje de luces. Sabemos que a inicios del quinientos los toros se corrían en El Provencio por las diferentes calles del pueblo, ahora, medio siglo después, la fiesta se celebra en la plaza del pueblo, que, creemos, se cerraba con carros (tenemos el testimonio de que el alcalde mayor presenciaba la corrida subido a un carro y de otros carros que cerraban el coso hacia las puertas de Francisco Castillo). Aunque los espectadores ocupaban cualquier sitio disponible, así Catalina Bonilla veía los toros desde el tejado de un vecino. El evento atrajo a numerosos vecinos de otros pueblos; tenemos noticias de forasteros de Santa María del Campo, Villarrobledo, Las Pedroñeras, La Roda o San Clemente. Los toros eran comprados en otros pueblos manchegos, como Socuéllamos, o en la actual provincia de Madrid. El dueño de los toros en esta ocasión era un tal Pedro de Villena. Tenemos un testimonio somero del festejo por voz del provenciano Juan López Carnicero.
estando este testigo en la plaza pública desta villa corriendo unos toros que la villa tenía para el dicho día (un viernes día de San Roque) abía mucha gente ansí desta villa como de la villa de San Clemente y de otras partes y andando corriendo un toro, un mançebo que se diçen que se llama fulano de Olibares, vestido de mezcla y un herreruelo de Perpinán, quiso esperar el toro y así como llegó allí el toro se volvió de ancas y el dicho Olibares echó mano a su espada y con bayna y con todo e dio un golpe al dicho toro, apartándole Pero de Villena que era señor de los dichos toros enpeçó a querellarse diçiendo justiçia, justiçia que me an herido el toro
Alonso de Olivares esperó al toro, junto a Ginés de Llanos y la atenta mirada de un pedroñero llamado Julián García. Cuando el toro salió de los toriles dio dos vueltas a la plaza. No parece que Alonso de Olivares tuviera intención de matar al toro, sino llamar su atención por haberse colocado de espaldas, dándole un golpe en el lomo. Tampoco ofreció mucha resistencia al alguacil Matilla, cuando le quiso quitar la espada, recibiendola en depósito Juan del Campillo, que actúo como mozo de espadas. Quizás el destino de este joven y valiente sanclementino era morir en la arena y así fue. Pero no de una cornada sino de una cuchillada de un provenciano que le provocó la muerte unos días después, un dos de septiembre.

Anexo: La visión de los hechos, según el procurador de El Provencio (13 de septiembre de 1566, Alonso Olivares ya había muerto).

Sebastián López en nonbre del liçençiado Agüero, alcalde mayor de la villa del Provencio, y de Pedro de Matilla, alguaçil mayor della, me querello ante vra. al. criminalmente de Pero López de Olibares y Juan de Olibares y Juan del Canpillo y de los demás que por la informaçión paresçieran culpados... y es ansí que el día de San Rroque que pasó que se contaron diez y seis días del mes de agosto en la dicha villa del Provençio corriendo unos toros en la plaça pública de la dicha villa aviendo mandado pregonar que ninguna persona truxese armas ni con ellas hiriesen los toros so çierta pena, Alonso de Olibares, veçino de San Clemente, corriéndose uno de los dichos toros en menospreçio del dicho pregón dio a uno dellos despaldaraços y por ello el señor de los dichos toros se quexo al alcalde mayor diçiendo que le herían sus toros y por ello el dicho Pedro de la Matilla, alguaçil mayor, fue para le quitar la espada al dicho Alonso de Oliuares, el qual no se la quiso dar, antes con grande alboroto y escándalo se la resistieron e visto por el dicho alcalde mayor fue donde estaua el dicho Alonso de Oliuares le quitó la espada y lo entregó a Juan del Canpillo para que lo lleuase a la cárçel, el qual no solamente lo lleuó, antes porque le auían quitado la espada le dio la suya propia, con la qual el dicho Alonso de Oliuares sin açer caso ni propósito para ello sobre acuerdo y caso pensado echó mano a la dicha espada para tener ocasión de se bengar de los dichos alcalde mayor y alguaçil mayor y ansí aconpañado de los dichos Pero López de Oliuares y Juan de Oliuares y Juan del Canpillo y otros muchos veçinos de San Clemente se hiçieron a una banda, para que allí acudiesen los dichos alcalde mayor y alguaçil mayor, los quales vistas las dichas espadas desenbaynadas que tenían, el dicho alguaçil mayor llegó al dicho Alonso de Oliuares y le pidió la espada, el qual no solo no se la quiso dar con el fauor y ayuda de los dichos consortes, pero él y los demás començaron a tirar muchas cuchilladas, a lo qual acudió el dicho alcalde mayor con su bara alta de justiçia en la mano diçiendo fabor a la justiçia y deteneos y otras palabras para que se sosegasen y diesen las armas, los quales no solo no lo hiçieron, pero se bolvieron contra el dicho alcalde mayor y le arroxaron muchas cuchilladas de las quales le... en la mano derecha y le cortaron el cuero y carne y le salió mucha sangre de que a quedado manco del dicho dedo y lo derriuaron en el suelo, tirándole muchos golpes y cuchilladas para le matar como de hecho lo hiçieron si no fuera por la gente que acudió y luego todos los susodichos se fueron y huieron a la villa de San Clemente con los otros muchos que para ello le dieron favor y ayuda, donde están y no an podido ser presos, en lo qual los susodichos cometieron graues y atroçes delitos dignos de graues pugniçión y castigo


AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 292, 3. El licenciado Agüero, alcalde mayor de la villa de Provencio (Cuenca), y Pedro de la Matilla, alguacil mayor de ella, contra Alonso de Olivares, vecino de San Clemente, y otros, porque el día de San Roque sacaron espadas e hicieron daño a los toros que se corrían y luego resistieron a la autoridad. 1566

martes, 12 de abril de 2016

Las fiestas del Corpus en San Clemente (1637)

Cuando Astudillo Villamediana regala en 1637 al pueblo de San Clemente unas fiestas del Santísimo Sacramento inigualables, su objetivo debió ser superar aquellas que organizó Don Rodrigo de Ortega nueve años antes. En esos años veinte, en que desaparece el alférez mayor Juan Pacheco de Guzmán, Astudillo padre es un anciano que parece retraído de la actividad pública y su hijo se está formando en Salamanca, se produce el encumbramiento y la eclosión de los Ortega. Las fiestas del Corpus de junio de 1628, sucedían a la que el joven Juan Pacheco de Guzmán había preparado el año antes; Don Rodrigo de Ortega no tuvo reparo en aportar de su bolsillo 2.400 reales para el pago de procesiones y gastos de la representación de dos comedias, una de ellas, un panegírico monárquico sobre "La benida del inglés sobre Cádiz", que aludía a la expedición de un despechado Carlos I por los amores frustrados con la hermana de Felipe IV.

Aquí reproducimos las rimas que le dedicó Juan Antonio de la Peña, poeta, además de abogado de los Reales Consejos, y amigo personal de Lope de Vega. Los versos los encargó Francisco de Astudillo Villamediana en 1637; año en que como Mayordomo del Santísimo Sacramento le correspondió organizar las fiestas. Creemos que su lectura nos da un fiel reflejo de lo que eran aquellas fiestas de la octava del Corpus aquel año de 1637.



                                                                       ****

Relación de las grandiosas fiestas y octaua que hizo al Santíssimo Sacramento en la villa de San Clemente en la Mancha don Francisco de Astudillo y Villamediana, mayordomo del Santísimo Sacramento

Compuesta por el doctor Juan Antonio de la Peña, Abogado de los Reales Consejos

Impressa en Madrid
Año MDCXXXVII


Pues no te hallaste en la villa
escúchame un rato Menga,
que está la musa de gorja,
y he de contarte la fiesta.
Ya sabes que en San Clemente
al Pan, y Vino festejan,
como en el Vino, y el Pan
tienen su mayor riqueza.
Porque en una viña sola,
que es figura de la Iglesia
todo el nombre de Iesús
ha situado sus rentas.
Y en las fértiles espigas
después que Dios viue en ellas
depuró roca la Mancha
es ya divina limpieza.
Porque en tierra de María
nacen las espigas vellas,
sin maldición de la mancha,
porque es bendita tierra.
Anda el trigo de balde,
que ya por las calles rueda,
aunque nunca falta un Iudas
que quiere venderlo a treynta.
Más a doze fue la tassa,
y a doze se dio en la mesa
tan de balde, que aunque a doze
de gracia todos le lleuan.
A este Pan Dios soberano,
y manjar de vida eterna
un Otauario consagran
con afecto y reuerencia.
Don Francisco de Astudillo
tomó solo por su cuenta
ser mayordomo del Pan,
a quien el Ángel respeta.
Como era Vilamedrana
Halló tan crecidas medras,
que en seruir el Pan del cielo
le ha eternizado en la tierra.
Y uuo por su compañero
al cuidado, y diligencia
del grande don Juan Rosillo
que a todo cuydado alienta.
Va de fiesta, y va de adorno,
y comienço por la Iglesia,
porque en las bodas de Dios,
por la Esposa se comiença.
Estaua toda colgada
de brocados y de telas
encarnadas, por ser día
que da Dios su carne mesma.
Las colunas, y pilares
con mucha magnificencia
de armas, y de reposteros,
que a Dios postran su nobleza.
El altar lleno de luzes,
dixe mal, lleno de Estrellas
que dar luz el Sol presente
toca a más diuina Esfera.
Hizose un alto peñasco
que como Dios es la Piedra
estableció deuociones
del peñasco en la firmeza.
Si ya no afirmo que ha sido
aquesta diuina Piedra
la Piedra de Moisén
con aguas de vida eterna.
Aquí si que por amor
boluió Christo en pan las piedras
pues estaua el Sacramento
cubierto esta vez con ellas.
Los Ángeles assistían
cada qual con una vela,
que en los desuelos de Dios
hasta los Ángeles tiemblan.
Subía por el peñasco
con artificio y destreza
aquel Sol Sacramentado
hasta la cumbre suprema.
Allí se miraua fijo
en su amor, que era su Esfera,
que no ay más cielo que el mismo
quando haze tales finezas,
Cubriale un pabellón
todo de sonoras lenguas,
porque en cada campanilla
publicassen su grandeza,
Una misteriosa nube
ocultaua la presencia
de aquel soberano Sol,
Luz y Vida de la tierra.
Y al tiempo de encubrirse
estaua de tal manera,
que en manos del Sacerdote
siendo Ocaso su obediencia
Cubría sus bellos rayos
dexando a las almas tiernas
engendrar perlas de amor
en el Nácar de su ausencia.
La música destos días
fue tan acorde, que apenas
de Militante a Triunfante
se hallaua la diferencia.
A fray Iacinto Ferrer
se le encomendó la fiesta
y el solo Fénix de España
la tomó todo a su cuenta.
Unidos los instrumentos
y las vozes tan perfectas,
que solo de Contrabajo
tuuieron no ser eternas.
Hubo muchos villancicos
no te los alabo Menga,
que un rústico como yo
mal puede hazer buenas letras.
Todas las tardes auía
mucha música en las Siestas,
los sermones fueron doctos,
y en la misma competencia
Tan iguales como suelen
del órgano estar las teclas,
porque en la diuersidad
se vinieron de tal manera,
que sus elogios hallaron
en la misma diferencia
hizieron dos procesiones
y a fe que pudieron verlas
los Consejos de la Corte
y de Toledo la Iglesia,
mucha Cruz, mucho pendón,
mucha gala, y mucha cera,
Que en día de Pan y Vino
qualquier Cofrade le alienta
muchos ramos por las calles,
mucha juncia por la tierra.
Y entre muchas colgaduras
mil animadas bellezas:
huuo diferentes danças,
y no faltó la de cuenta
por ver que la toma Dios
de quien le come sin ella.
Gitanas que en sus mudanças
milagrosamente ostentan
Que este Pan es de Ioseph,
y en Egipto le respetan,
huuo también Gigantones
porque sin estos no ay fiesta,
Tarasca no huuo ninguna
más si tu vinieras Menga,
con la sierpe en tus celos
muy buena Tarasca fueras.
Huuo a trechos sus Altares
con flores, y con riquezas,
que como el Pan es de flores
no ay Altar que esté sin ellas.
Lo más noble de la villa,
al amante Dios corteja
que va debaxo de un Palio
mostrando que en todos reyna.
Iba su Real Magestad
disfrazado de blanca tela,
aunque quanto más se encubre
a todos le manifiesta.
Sintió nueuos accidentes
por el alma, a quien festeja,
y como a enfermo de amor
agenos ombros le lleuan.
Como vi la Clerecía,
dixe, la Iglesia de Cuenca
por San Clemente ha dexado
a San Iulián en sus cestas.
Que te diré de los fuegos
que voto al Sol que pudieran
en cometas de artificio
imitar fijas Estrellas.
Giraldulas, voladores,
y los buscapiés que alegran
a los muchachos, porque
se huelgan quando se inquietan
Saluages encohetados,
que unos con otros pelean,
y haciendo juego del fuego
con lo que se quema juegan.
Estos peleauan con sierpes,
y huuo voto que pudieran
 a ser hiernos escusar
las serpientes con las suegras.
Imitando al Mongibelo
al Monte Besubio o Ethna,
un artificial Bolean
estaua dentro una Peña
Abrióla por medio un rayo
y al punto salieron della
dos gigantes con sus maças,
y aún con sus monas pudieran.
Luego aquel preñado monte
abortó mil diferencias
de animales encohetados
que alborotaron la tierra.
Viose en medio un árbol grande
que sin duda representa
el árbol del padre Adán
pues estaua con culebra.
Este en gomas derretidas
que nunca fueron Sabeas
casi hasta el Alua duró
dando al rozío en centellas:
Fueron los toros muy brauos;
y las suertes muy diuersas,
que hasta la misma desgracia
suele ser suerte tenerla.
Don Francisco de Astudillo
mostró su brío y destreza,
más no se le atreue el bruto,
porque su valor respeta.
Don Tomás de Melgarejo
hizo muchas suertes buenas
quebrando el corto rejón
en la bien lunada testa,
Todos lleuaron el vítor,
pero la magnificencia
de don Francisco lleuó
aplausos que le celebran,
Por cortés, por liberal,
por sangre, por ascendencia;
por calle, por vizarría,
por despejo, por destreza,
Por bienquisto, por amable,
y lo que es más, porque muestra
al diuino Sacramento,
su deuoción, sus fineças,
Su Religión, sus afectos,
su viua Fe, su asistencia,
con que sublima su Nombre,
y haze su Alabanza eterna.

FIN



BIBLIOTECA A CORUÑA. FONDO FOTOGRÁFICO DONADO POR MARÍA CRUZ GARCIA DE ENTERRIA AL GRUPO SIELAE. Sign.: BML-CR4-010 (Antigua: GE/9.4/20)