El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 28 de mayo de 2016

Incredulidad religiosa a fines del siglo XVIII en El Cañavate

Ermita de Trascastillo
La imagen del pasado histórico se mueve dentro de los tópicos. El librepensamiento lo reducimos a aquellas minorías más ilustradas de la sociedad y las actitudes o creencias religiosas del pueblo llano las limitamos a su devoción de la misa, procesiones o romerías o, en el otro extremo, a la blasfemia o al ex abrupto. Con razón decía el hispanista Pierre Vilar que los españoles, con un palo o con una vela, siempre hemos ido detrás de los curas.

Pero por qué no podemos imaginarnos a unos simples labradores, enzarzados en discusiones teológicas en el discurrir diario de sus labores de siembra y labranza. Tal ocurrió en El Cañavate un día seis de noviembre de 1790.  Domingo Casas, natural de Alarcón y residente en El Cañavate, de oficio mayoral de mulas, tuvo la osadía de discutir todos y cada uno de los dogmas que pasaron por su cabeza y lo hizo delante de los labradores que le acompañaban. Su incredulidad no pasaría desapercibida al Santo Oficio.

Domingo Casas se encontraba a mediados de noviembre de 1790, como mayoral de mulas que era, en casa de Pedro de la Torre, un rico hacendado de El Cañavate. Antes de salir a sembrar y rodeado de otros labradores del lugar llamados Juan Francisco Rubio, Pedro Domingo de la  Fuente, Gregorio Reillo, Juan de Dios López y Antonio Moreno, Domingo Casas comenzó una discusión en la que sin tapujos puso en duda los dogmas de la Iglesia:

Domingo Casas: Pues vuestras mercedes creen que hay infierno, pues yo no lo creo, si lo hubiera no obraran mal y que según obraban los sacerdores se infería que no había infierno y en lo que dicen del infierno que es un fuego todo es mentira y si lo hay nos condenamos todos clérigos, frailes y obispos, pues ninguno cumple con su obligación

Labrador: Pues hombre no hemos de creer que hay infierno, porque aunque no lo hemos visto lo enseña la fee y nos lo dicen los libros

Domingo Casas: ¿Pues que todo que dicen los libros se puede creer? pues yo no he visto que ninguno buelba  (del infierno)a decir lo que para allá

Labrador: Pues hombre Jesuchristo y María Santísima estubieron en el mundo en cuerpo y alma como nosotros y no lo vimos pero lo creemos, y que fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto

Domingo Casas: Esa es la errónea en que están algunos, ¿quién sabe si estubieron? ¿y cómo puede ser parir y quedar virgen?

Labrador: Pues hombre a quién a oído vuestra merced todos esos disparates, ha sido a su amo (hablando por un sacerdote que tiene el señor don Pedro para administrar su hacienda)

Domingo Casas: que no, que lo oyó a un predicador muy hábil, que lo que predicaban era para contenernos, pero que no eran tanto como decían, y que también oyó decir a un hombre muy ábil, que no hay Dios y que no podemos hablar, que nos delatarán a la Inquisiciòn, y nos tienen con esto metidos en un puño, y que lo hacen por aterrar y pasmar a las gentes

Las invectivas de Domingo Casas iban, desde unas convicciones muy esquemáticas, contra las creencias religiosas, pero lanzaban sus dardos contra la Iglesia y sus ministros como controladores de la conciencia y del librepensamiento, a los que acusaba de no creerse sus propios principios de fe, y difusores de invenciones para dominar las conciencias y la gentes. El asunto, por supuesto, acabó en manos de la Inqusición; que los autos salieran del tribunal de Cuenca y estén presentes en grado de apelación en la Suprema indica que, a pesar de nuestro desconocimiento, debieron estar implicados o bien el señor Pedro de la Torre o bien algún sacerdote del pueblo, pues aparecen en la declaración de los delatores inmersos en la sombra de la duda de ser posibles propagadores de tan irreverentes pensamientos.



Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN, 3722, Exp. 252. Proceso contra Domingo Casas, residente en El Cañavate, por palabras heréticas, 1790

domingo, 8 de mayo de 2016

Los portugueses de San Clemente: los intercambios comerciales

Rembrandt: La novia judía. 1667
Nos equivocaríamos si pensáramos en la sociedad sanclementina de la Edad Moderna reduciendo nuestra imagen a una villa cerrada, cuyos intercambios humanos y económicos se limitaran a un espacio meramente comarcal o regional. La atracción de la sociedad sanclementina y su vertiginoso desarrollo económico desde comienzos del quinientos habían traído gentes llegadas de todas partes; así, aquellos vascos, constructores, canteros, orfebres o plateros, en busca del trabajo proporcionado por la explosión constructiva de edificios religiosos y civiles.

La crisis finisecular habría provocado un retraimiento de la sociedad de San Clemente; pero la crisis de muchos fue la fortuna de algunos que a comienzos del siglo XVII sientan las bases de sus haciendas familiares. Ni la peste de 1600 ni las crisis de subsistencias que la precedieron y sucedieron en los años inmediatos frenaron el desarrollo de la vida de la villa. Era una sociedad llena de cargas, que no había pagado las deudas del último tercio del siglo XVI, pero el crédito fluía y siempre había quien disponía del capital necesario para el préstamo. Cosa aparte es la limitación de los endeudados para pagar los réditos a sus deudores, a pesar de que los intereses que habían alcanzado el diez por ciento a finales del quinientos, ahora bajaban al siete e incluso al cinco por ciento. Algunos, incapaces de colocar su capital en parte alguna, adquirían tierras, caso de los hermanos Tébar o Rodrigo Ortega el mayor; otros prestaban a los concejos, obligados a empeñar sus propios, y sus ingresos, y algunos, como los Pacheco o los Guedeja, prestamistas en su tiempo, legaban su capital a la fundación de memorias de obras pías para mayor enriquecimiento de los institutos religiosos que, sin despreciar su historia pasada, viven su momento dorado.

La propiedad, de libre y en un continuo traspaso de manos, deviene en vinculada, bien a mayorazgos bien a las manos muertas. No obstante, esto es simplificar demasiado las cosas, porque entre 1610 y 1620, la sociedad sanclementina resurge de nuevo y este impulso se mantiene una década más. No es ajena, en este renacer económico la paz que trajo la Tregua de los Doce Años (1609-1621). Las oportunidades de negocio crecieron, aunque fuera a costa de la producción nacional; incluso para fracasados como Martín de Buedo, que soñará con recuperar su hacienda perdida. Con el negocio fácil fue pareja la corrupción y el pillaje de lo ajeno, pero también el crecimiento de las actividades económicas y comerciales que se desarrollaban en un mercado más amplio de ámbito nacional e incluso apostaba por eso que se ha llamado la economía mundo. San Clemente, que recuperaba el espíritu abierto del Renacimiento, era una sociedad satisfecha y que se divertía en esas representaciones teatrales y festivas, cuyo testimonio los documentos han conservado. Ni las sombras de la reciente expulsión de los moriscos o las pesquisas inquisitoriales fueran capaces de oscurecer esas ganas de vivir.

Ese contexto era la oportunidad perfecta para minorías sociales marginadas, pero inclinadas al riesgo de un mundo abierto que superaba los localismos. Así es como nos aparece la figura del converso portugués, prestamista y mercader. Desarraigado sí, pero que mantiene todos los lazos con sus antiguos hermanos de fe. La anexión de Portugal en 1580 ha eliminado las fronteras para estos hombres, la Tregua de los Doce Años les ofrece una posibilidad única de negocio por sus contactos con la comunidad judía de Holanda.

En San Clemente se estableció también una pequeña comunidad portuguesa. Su personaje central es Simón Rodrigues el gordo, socio en los negocios de especias y sedas del regidor Francisco del Castillo e Inestrosa, figura tan cosmopolita como enigmática, y víctimas ambos de las persecuciones inquisitoriales, fruto de su naturaleza judía, que ni negaban ni renegaban. Hacia 1616, cuando comienza nuestra historia, Simón Rodrigues ha fallecido; su hijo y heredero Juan Alvares se hace cargo de los negocios, pero su casa o posada es morada de otros mercaderes portugueses. En torno al patio de la casa, diferentes comerciantes tienen sus habitaciones con llaves propias, donde almacenan todo tipo de mercancías, añinos, lienzos o especias y el dinero obtenido por su venta. Es, dicho con todo respeto y con una osada comparación, el fondaco de los portugueses. En torno a estos aposentos, en los que la Inquisición pone enseguida sus ojos, se desarrolla una compleja red de intercambios comerciales y financieros: compra de fardos de lienzos en Cuenca o Madrid, con un origen que no tiene por qué ser nacional, pagos aplazados y comprometidos en las ferias de Alcalá o de Mondéjar, factores en Portugal, que introducen en España las mercaderías extranjeras, y recepción en la villa de San Clemente de la producción regional de añinos o de azafrán para su exportación al exterior, Y además, participación en las operaciones menudas de intercambio a nivel local, que incluyen los pequeños préstamos a los vecinos y que les facilita el numerario necesario para la adquisición de las mercaderías vendidas por los portugueses. Era una época que no se pagaba al contado y se vivía mucho de fiado.

En ese juego de intercambios es donde nos aparecen los Luises, hermanos portugueses, víctimas del secuestro de sus bienes por la Inquisición al tenerlos depositados en la misma casa que Manuel Alvares, que arrastraba en su persona los pleitos inquisitoriales que su padre había padecido.

La presencia de portugueses en la villa de San Clemente comienza a hacerse visible desde comienzos del siglo XVII. La anexión de Portugal por Felipe II en 1580 había eliminado las fronteras, pero también obligado a una diáspora de la población judeoconversa a destinos más lejanos, como las Provincias Unidas. No obstante, el rigor de la actuación de la Inquisición en Portugal provocó que muchos marranos portugueses buscaran su destino en España, donde la actuación inquisitorial por estas fechas era mucho más benigna. Las medidas tomadas por Felipe II en 1587 para que los conversos no salieran de Portugal no tuvieron continuidad. En el asentamiento en suelo castellano, debió ser crucial el trato al que los conversos portugueses llegaron con Felipe III a principios de 1605: a cambio de una gran suma de dinero, 1.700.000 cruzados, obtuvieron condiciones especiales, en lo que sería un perdón general, sancionado por un breve papal en el mes de agosto, y que era el contrapunto al permiso de salida al extranjero que se les había otorgado en 1601 en un intento de relajar las tensiones con una comunidad, cuyo grado de conversión al cristianismo era poco sincero.

La dispersión de la población conversa portuguesa puso las bases de un extensa red para el desarrollo de los negocios que sería aprovechado en el largo periodo de paz del reinado de Felipe III. La bancarrota de 7 de noviembre de 1607, situó a algunos portugueses junto a los genoveses como asentistas de la Monarquía, anunciando lo que ya sería, con motivo de la quiebra de 1627, el papel financiero de primer orden de los conversos lusos en la época de Olivares. No obstante, en el intermedio, coincidiendo con los años finales del reinado de Felipe III y los inicios del de Felipe IV, la persecución contra los conversos de la nación portuguesa se agravó.

El espacio económico y fiscal formado por el corregimiento de San Clemente y el distrito de rentas reales del Marquesado de Villena no fue ajeno a estos vaivenes de la política real con la minoría conversa de los portugueses. Testimonios de la presencia portuguesa en San Clemente nos han quedado en el Archivo histórico de San Clemente. Algunos llamativos, como aquel portugués llamado Domingo Enríquez y los escándalos que provocó por el año 1615 en el convento de monjas franciscanas clarisas (1). Otros portugueses eran asalariados al servicio de algún vecino principal de la villa, como Martín Collado, mayoral del escribano y regidor Miguel Sevillano, que nos ha dejado por testimonio, entre otros muchos, una carta escrita en mal castellano, por la presencia de vocablos portugueses,


Fragmento de carta del Martín Collado, portugués (AMSC. 1632)
Aunque, la huella portuguesa también nos aparece a lo largo del siglo XVII de la mano de los asentistas portugueses, que disfrutaban de las rentas de juros situados sobre las rentas reales del Marquesado de Villena. Cartas de pago expedidas por el tesorero Astudillo Villamediana a favor de los banqueros lusos se nos conservan en la década de los cuarenta. Pero ya antes, a comienzos de siglo, cuando la tesorería estaba en manos de los Buedo, tenemos testimonio de un proceso ejecutivo de 1613, seguido por los hermanos Castro contra Fernando Muñoz de Buedo, arrendador de rentas reales, para asegurarse el cobro de las rentas de sus juros situados sobre las alcabalas del Marquesado de Villena.

Sin embargo, era la comunidad de comerciantes portugueses existentes en la villa, de origen converso, la que más participaba con sus tratos mercantiles y humanos en la vida sanclementina y la que más recelos despertaba. Ya nos hemos referido cómo estas actividades se organizaban en torno a la casa de Simón Rodríguez y, muerto éste, de su hijo Manuel Álvarez (ambos preferían utilizar por razones obvias sus nombres y apellidos castellanizados). En torno a esta casa, llamada la posada que dizen de los portugueses, y en los años que van de 1616 a 1618, nos aparecen diversos comerciantes, entre los que destacan los Luises, hermanos de los que el mayor, Francisco López Luis, solía residir en Lisboa, desde donde ocasionalmente, en ciertas épocas del año, se desplazaba a San Clemente para controlar el negocio de sus otros dos hermanos, Simón Gómez y Manuel Luis. El caso es que cuando en 1616 Manuel Álvarez tiene problemas con el Santo Oficio, a la hora de secuestro de bienes no se hace distinciones entre las mercaderías de Manuel Álvarez y sus socios y esas otras de los Luises, aunque estos insistan en la independencia de su negocio, que cuenta con aposento propio, del que solo ellos disponen la llave de acceso.

Los hermanos Luis procedían de Trancoso, una población portuguesa, notoria por su judería y la dedicación al comercio de sus habitantes. De hecho, las casas del barrio judío que nos han llegado hasta hoy destacan por tener dos puertas, una más ancha para el comercio, y otra más estrecha de acceso al domicilio familiar.

La defensa de los hermanos Luis, que por precaución han huido a Madrid, la llevará el hermano mayor, el cual, desde Lisboa, se desplazará a mediados de abril de 1617 a Cuenca para intentar recuperar las mercancías embargadas por la Inquisición en el mes de enero, entre las que había mercancías por valor de 7.236 reales. adeudadas a un portugués llamadas Felipe Fernández. El valor del proceso inquisitorial reside menos en saber la suerte de unos hermanos, que decidirán fugarse de la persecución de los inquisidores, y mucho más en la complejidad de las relaciones comerciales que desvela.

Las mercaderías tratadas por los portugueses eran lienzo, telas, holandas y diversas especias, que iban del azafrán local a otras más exóticas como el clavo y la canela. Francisco López Luis solía comprar sus mercancías en diversas ferias de ámbito regional, entre las que destacan Alcalá, Torrija o Tendilla y Pastrana, pero otras veces las compras se realizaban en Madrid e incluso en Lisboa. Se encargaba de hacer llegar las mercancías a sus hermanos en San Clemente, que las vendían por toda la comarca y regresaban el dinero obtenido de las ventas a Portugal. Francisco López Luis no compraba al contado, sino que las tomaba en préstamo o fiadas y sólo pagaba a sus proveedores, con el dinero obtenido por sus hermanos en las ventas. No faltaba ocasión en que Francisco se personaba en San Clemente para ayudar a las ventas a sus hermanos Manuel y Simón. Aunque, para evitar el embargo, Francisco siempre se presentó como el propietario de las mercancías y a sus hermanos como simples agentes o factores, de los documentos conservados parece que estamos ante una compañía societaria. El aposento que tenían los hermanos Luis estaba en el patio de una casa, donde existían otras tiendas de portugueses. Empleamos el término tiendas, pues además de almacén, estos aposentos eran puntos fijos de venta, adonde acudían los vecinos a realizar sus compras.

De los testigos presentados por Francisco López Luis para su defensa, conocemos los nombres de algunos portugueses que residían en la villa de San Clemente: Juan Rodríguez, Gaspar López, Francisco Díaz Cardoso o Simón Donís, pero también de otros mercaderes locales de la villa, que tenían una relación de complementariedad con los portugueses; actuando en otras ocasiones como mediadores en operaciones con otros comerciantes. Así Julián Martínez Mondoñedo, mercader de 34 años y vecino de San Clemente, adelantó a Francisco López Luis, un 20 de agosto de 1616 y en la feria de Alcalá de Henares, quinientos reales, con los que éste pagó a un mercader toledano de nombre Tomás de la Fuente el montante de un fardo de lienzos. Francisco giraría carta de pago a sus hermanos en San Clemente, en cuya posada se presentó Julián Martínez para cobrar los quinientos reales ¿Con interés? Sin duda, como le aplicarían a él en operaciones de sentido inverso.

Lo normal era que los portugueses fueran los prestamistas; así Martín de Ávalos, escribano, les pidió en cierta ocasión 20 reales. Estas cantidades pequeñas debían ser lo corriente en los préstamos. Devuelta la cantidad a los tres o cuatro días, creemos que los portugueses le aplicaron cuatro reales de interés, es decir, un veinte por ciento. Estas operaciones de poco montante serían las más numerosas tanto en los préstamos como en las ventas de mercaderías; tales tratos son los que mantenía un barbero de Honrubia o el labrador Felipe Fromista, y así lo corroboraba el almotacén Fernando de Juera. Aunque algunos otros, como el sastre Alonso López, eran clientes habituales, que tenían a los portugueses como proveedores fijos de su oficio. El sastre solía comprar las telas de fiado y pagar cuando sus clientes le habían satisfecho el precio de sus jubones y vestidos. Otros, como Cosme Cribelo y Salas, notario apostólico en la villa de San Clemente, intentaba tratar con los portugueses y chocaba con su desconfianza. El regidor Francisco del Castillo e Inestrosa, de treinta años de edad, que cuatro años antes se había visto involucrado en un proceso inquisitorial, fue llamado a declarar como testigo de cargo, pero, parco en palabras, hábilmente se desmarcó de cualquier acusación para destacar la buena calidad de la lencería vendida.

Los testimonios del escribano Martín López Caballón y del cortador Juan Navarro son los que nos aportan más información. Nos cuentan que los hermanos Luis además de vender lencería y paños más delicados como buratos, compraban también azafrán y añinos por toda la comarca, que luego revendían. Solían integrarse en la vida del pueblo, participando de los juegos. Uno de estos juegos populares eran las tablas, a las que se jugaba con dados y fichas, similar al actual backgammon; sus reglas fueron descritas por Alfonso X el Sabio en el Libro de ajedrez, dados y tablas. Destacaban en este juego los portugueses y, en especial, Manuel Luis con apuestas de veinte a treinta reales. A decir de los dos testigos, este Manuel Luis debía ser hombre muy despierto y de gran entendimiento que siempre salía ganador en el juego.

Juego de las tablas en la Torre de Londres

Barrio judío de Trancoso

Los Luises eran el extremo final de una red comercial, vendiendo las mercancías al por menor. En esa red el papel de mayorista correspondía a otro converso portugués llamado Felipe Fernández, natural de la villa de Pinhel, villa al igual que Trancoso perteneciente a la región de Beira y distantes ambas apenas unos 30 kilómetros. Felipe Fernández, estante en Madrid, actuaba como agente en España para introducir diversas mercancías extranjeras, que iban de especias como la canela o el clavo a telas de mayor calidad que las fabricadas en España, tales como holandas o cambrais, o simplemente fardos de lienzo que sin calidad notoria, producidos a menor coste en el exterior, darían la puntilla a la producción nacional. Aunque los tratos entre este comerciante mayorista y los Luises, y hemos de suponer también otros mercaderes, se cerraban en Madrid. Los pagos de estos contratos de compraventa se aplazaban a las ferias de Alcalá, celebrada el 24 de agosto, y Mondéjar, que tenía lugar el 30 de noviembre.  En este caso, al ser embargada la mercancía a los Luises, el mayorista dejará de cobrar y presentará demanda para recuperar los 7.236 reales de la venta. Reproducimos la carta de obligación de la operación entre los portugueses, aunque fuera tildada de falsa por la Inquisición, que refleja muy bien estos circuitos comerciales:

Francisco López Luis y Manuel Luis mercaderes portugueses hermanos rresidentes en la villa de Sant Clemente y estantes al presentes en esta corte... nos obligamos a dar y a pagar y que daremos y pagaremos a Philipe Fernández y a Francisco Fernández su sobrino y a Luis Fernández vecinos de la villa de Pinel y rresidentes en esta corte y a cada uno dellos in solidum y a quien el poder de qualquier dellos ouiere siete mill y ducientos y treynta y seys rreales los quales le debemos y son por rrazón de compra de un fardel de nariales manchados con ochocientas y cinquenta y quatro varas a precio de nouenta y ocho maravedís la vara que montó dos mill quatro cientos sesenta y un rreales y medio y por dos arrobas de clauos de especia a precio de diez y ocho rreales y quartillo la libra montaron nueuecientos y doce rreales y medio y por una banasta de canela con ciento y ochenta libras a precio de seis rreales y medio la libra monto mill mill y ciento y setenta rreales y por ocho piezas de cambrays a precio de ochenta y dos rreales la pieça montaron quinientos y cinquenta y seis rreales y por diez piezas de olandas a precio de ciento e veynte rreales la pieza montaron mill y ducientos rreales y por quatro piezas de selicios a precio de ciento e veynte e siete rreales la pieza montaron quinientos y ocho rreales e por seys pieças de telillas a precio de quarenta rreales la pieza montaron ducientos y quarenta reales y por dos piezas de bombacias a precio de quarenta y quatro rreales la pieza montaron ochenta y ocho rreales que todo le compramos a los dichos precios y summó y montó los dichos siete mill y ducientos y treynta y seis rreales ... y nos obligamos a les pagar los dichos marauedís la mitad dellos para veynte y quatro días del mes de agosto feria de Alcalá y la otra mitad l'ará postrero día del mes de nouiembre feria de Mondéjar todo el año que viene de mill y seiycientos y diez y siete años puestos y pagados todos ellos a nuestra costa y mención en las dichas ferias o en esta villa de Madrid en manos y poder de los susodichos qualquiera dellos en rreales de contado y si no se los pagaremos como ya donde dicho es... en la villa de Madrid a veynte y tres de junio de mill y seyscientos y diez y seys años






Archivo Histórico Nacional, (AHN), INQUISICIÓN, 4534, Exp. 14.  Pleito fiscal de Felipe Fernández, 1616-1620



(1) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 81/7

jueves, 5 de mayo de 2016

Los portugueses de San Clemente: la villa en el primer tercio del siglo XVII

Nos equivocaríamos si pensáramos en la sociedad sanclementina de la edad moderna reduciendo nuestra imagen a una villa cerrada, cuyos intercambios humanos y económicos se limitaran a un espacio meramente comarcal o regional. La atracción de la sociedad sanclementina y su vertiginoso desarrollo económico desde comienzos del quinientos habían traído gentes llegadas de todas partes, así, aquellos vascos, constructores, canteros, orfebres o plateros, en busca del trabajo proporcionado por la explosión constructiva de edificios religiosos y civiles.

La crisis finisecular habría provocado un retraimiento de la sociedad de San Clemente; pero la crisis de muchos fue la fortuna de algunos que a comienzos del siglo XVII sientan las bases de sus haciendas familiares. Ni la peste de 1600 ni las crisis de subsistencias que la precedieron y sucedieron en los años inmediatos frenaron el desarrollo de la vida de la villa. Era una sociedad llena de cargas, que no había pagado las deudas del último tercio del siglo XVI, pero el crédito fluía y siempre había quien disponía del capital necesario para el préstamo. Cosa aparte es la limitación de los endeudados para pagar los réditos a sus deudores, a pesar de que los intereses que habían alcanzado el diez por ciento a finales del quinientos, ahora bajaban al siete e incluso al cinco por ciento. Algunos, incapaces de colocar su capital en parte alguna, adquirían tierras, caso de los hermanos Tébar o Rodrigo Ortega el mayor; otros prestaban a los concejos, obligados a empeñar sus propios, y sus ingresos, y algunos, como los Pacheco o los Guedeja, prestamistas en su tiempo, legaban su capital a la fundación de memorias de obras pías para mayor enriquecimiento de los institutos religiosos que, sin despreciar su historia pasada, viven su momento dorado.

La propiedad, de libre y en un continuo traspaso de manos, deviene en vinculada, bien a mayorazgos bien a las manos muertas. No obstante, esto es simplificar demasiado las cosas, porque entre 1610 y 1620, la sociedad sanclementina resurge de nuevo y este impulso se mantiene una década más. No es ajena, en este renacer económico la paz que trajo la Tregua de los Doce Años (1609-1621). Las oportunidades de negocio crecieron, aunque fuera a costa de la producción nacional; incluso para fracasados como Martín de Buedo, que soñará con recuperar su hacienda perdida. Con el negocio fácil fue pareja la corrupción y el pillaje de lo ajeno, pero también el crecimiento de las actividades económicas y comerciales que se desarrollaban en un mercado más amplio de ámbito nacional e incluso apostaba por eso que se ha llamado la economía mundo. San Clemente, que recuperaba el espíritu abierto del Renacimiento, era una sociedad satisfecha y que se divertía en esas representaciones teatrales y festivas, cuyo testimonio los documentos han conservado. Ni las sombras de la reciente expulsión de los moriscos o las pesquisas inquisitoriales fueran capaces de oscurecer esas ganas de vivir.

Ese contexto era la oportunidad perfecta para minorías sociales marginadas, pero inclinadas al riesgo de un mundo abierto que superaba los localismos. Así es como nos aparece la figura del converso portugués, prestamista y mercader. Desarraigado sí, pero que mantiene todos los lazos con sus antiguos hermanos de fe. La anexión de Portugal en 1580 ha eliminado las fronteras para estos hombres, la Tregua de los Doce Años les ofrece una posibilidad única de negocio por sus contactos con la comunidad judía de Holanda.

En San Clemente se estableció también una pequeña comunidad portuguesa. Su personaje central es Simón Rodrigues el gordo, socio en los negocios de especias y sedas del regidor Francisco del Castillo e Inestrosa, figura tan cosmopolita como enigmática, y víctimas ambos de las persecuciones inquisitoriales, fruto de su naturaleza judía, que ni negaban ni renegaban. Hacia 1616, cuando comienza nuestra historia, Simón Rodrigues ha fallecido; su hijo y heredero Juan Alvares se hace cargo de los negocios, pero su casa o posada es morada de otros mercaderes portugueses. En torno al patio de la casa, diferentes comerciantes tienen sus habitaciones con llaves propias, donde almacenan todo tipo de mercancías, añinos, lienzos o especias y el dinero obtenido por su venta. Es, dicho con todo respeto y con una osada comparación, el fondaco de los portugueses. En torno a estos aposentos, en los que la Inquisición pone enseguida sus ojos, se desarrolla una compleja red de intercambios comerciales y financieros: compra de fardos de lienzos en Cuenca o Madrid, con un origen que no tiene por qué ser nacional, pagos aplazados y comprometidos en las ferias de Alcalá o de Mondéjar, factores en Portugal, que introducen en España las mercaderías extranjeras, y recepción en la villa de San Clemente de la producción regional de añinos o de azafrán para su exportación al exterior, Y además, participación en las operaciones menudas de intercambio a nivel local, que incluyen los pequeños préstamos a los vecinos y que les facilita el numerario necesario para la adqusición de las mercaderías vendidas por los portugueses. Era una época que no se pagaba al contado y se vivía mucho de fiado.

En ese juego de intercambios es donde nos aparecen los Luises, hermanos portugueses, víctimas del secuestro de sus bienes por la Inquisición al tenerlos depositados en la misma casa que Manuel Alvares, que arrastraba en su persona los pleitos inquisitoriales que su padre había padecido.

Los portugueses de San Clemente: los intercambios comerciales

lunes, 11 de abril de 2016

Título de familiar del Santo Oficio de la Inquisición (Villanueva de la Jara, 1561)

Presentamos el título de familiar del Santo Oficio, expedido el año 1561 por los Inquisidores de Cuenca, a favor de Ginés Rubio, vecino de Villanueva de la Jara


Nos los Ynquisidores contra la herética prabedad e apostasía en las çiudades e obispados de Cuenca e Sigüença e su partido por la auctoridad apostólica ecétera, haçemos saber a bos el magnífico gobernador del marquesado de Villena e a vuestro lugarteniente e a vuestros alguaziles mayores e menores e ansimismo a los honrrados alcaldes hordinarios e conçejo e rregimiento e alguaziles mayores e menores de la villa de Villanueva de la Xara gobernaçión del marquesado de Villena ansí a los que agora son como a los que serán de aquí adelante e ansimismo a todas las otras justiçias e juezes e conçejos e rregimientos de todas las otras çibdades, villas e lugares de todo nuestro distrito e jurisdicción como Ginés Rubio vezino de la dicha villa de Villanueva de la Xara es familiar e allegado de este Santo Ofiçio de la Ynquisiçión e por tal está nombrado y elegido por nos para el serviçio del dicho Santo Ofiçio e cosas dél. Por ende bos rrogamos y encargamos que por tal familiar e allegado deste Santo Ofiçio le tengáis e tratéis y en todas las causas criminales que al dicho Ginés Rubio tocaren e delitos que cometiere e se le imputaren no bos entremetáis a conosçer ni conozcáis dellos e los rremitáis ante nos como juezes competentes que somos de los tales familiares en los casos exçetados por la probisión rreal que açerca de los dichos familiares del dicho Santo Ofiçio fue dada e conçedida por el rrey nuestro señor y en todo ello guardéis e cumpláis e hagáis guardar e cumplir la forma e horden contenida en la dicha probisión según e como por ella se manda e le dexéis traher libremente todas e qualesquier armas ansí ofensibas como defensibas de noche e de día en todo tiempo e lugar e que por bos ni alguno de bos ni por buestro mandado no le sean tomadas e le guardéis e hagáis guardar todas las otras franquezas y libertades y exenciones que a los tales familiares del Santo Ofiçio se guardan e acostumbran guardar e sobre ello ni sobre cosa alguna ni parte dello no consintáis no déis lugar e manera alguna que le sea puesto embargo ni ympedimento alguno antes sea de bos e de cada uno de bos bien trazado e faboresçido porque ansí cumple a el serbiçio de Dios Nuestro Señor e al bien del dicho Santo Ofiçio e siendo nesçesario bos lo exhortamos e rrequerimos y en virtud de santa obediençia e so pena de execuçión mayor e de beynte mill maravedís para los gastos extrahordinarios del dicho Santo Ofiçio mandamos que así lo hagáis e cumpláis e hagáis guardar e cumplir sin poner en ello escusa ni dilación alguna en los quales bos condenamos e abemos por condenados lo contrario haciendo e demás desto proçederemos contra bos como hallaremos por derecho, dada en la çibdad de Cuenca a diez e nuebe días del mes de jullio de mill e quinientos e sesenta e uno años. El doctor Juan de Ayora, el liçençiado Camino, por los señores ynquisidores Lorençio Garçía esciuano.


Juan Rubio se presentaría ante las justicias y regidores del ayuntamiento de Villanueva de la Jara con su título de familiar para ser aceptado como tal y ser asentado en el libro de acuerdos del ayuntamiento el 30 de noviembre de 1561. El escribano de la villa Pedro de Monteagudo le daría testimonio


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1923, Exp. 8. Proceso criminal de Ginés Rubio, 1577-1579

sábado, 19 de marzo de 2016

Labradores ricos y moriscos en Quintanar del Marquesado (1573): Martín Cabronero

El 10 de octubre de 1573, Pedro de Aroca, en nombre de Martīn Cabronero, se presenta ante la justicia ordinaria de Villanueva de la Jara denunciando que Hernando Chinchilla y el resto sus parientes moriscos han incumplido el contrato con él firmado para la explotación de la heredad y huerta cedidas en la dehesa de Galapagar. Martín  Cabronero que, durante el proceso, no reconocerá la competencia jurisdiccional de los alcaldes ordinarios de Villanueva de la Jara,  se verá obligado por la vecindad en este pueblo de los moriscos a iniciar un pleito que le llevará en algún momento a  prisión:

Muy magnífico señor, Martín Cabronero vecino de la villa de Quintanar digo que yo di en arrendamiento el heredamiento que tengo e poseo donde dizen dehessa del Galapagar término de la villa de Alarcón a Hernando Chinchilla y otros tres hermanos suyos e a Juan de Almodóvar e otros hermanos suyos cristianos nuevos que por todos son seis por doze años como se contiene en la escriptura de contrato que hizimos me rrefiero aunque es privada suscripta de nuestros nombres y hellos me abían de rresponder con la mitad de los frutos que coxiesen e para sembrar en el dicho heredamiento les empresté treinta y quatro fanegas de cevada y quatro fanegas y media de trigo y setecientos e cinquenta e cinco rreales en dinero e les di otros ynstrumentos y otras cosas que me son obligadas a pagar después que ubieron alçados los frutos que en el dicho heredamiento sembraron anse alzado y no queren estar y pasar por el dicho arrendamiento y anse traydo los dichos frutos e aunque en mi poder están ochenta fanegas de cevada que an de aver de la parte que se coxió en la dicha dehessa que no bastan para mi pagamento anse traydo los linos y panizos e otros frutos que se coxieron e aunque tenemos calculado nuestras quentas e por ellas me deben novecientos y diez rreales con los bueyes me an hecho muchos daños en los árboles

La demanda se presentó ante Agustín de Utiel, que todavía ejercía su cargo de alcalde del año anterior. Para el veinte de octubre de 1573 ya habían tomado posesión como alcaldes de Villanueva de la Jara Dionisio Clemente y Juan de Mondéjar. Ante ellos acudieron los hermanos Chinchilla y Almodóvar con su propia versión, no contentos con las cuentas que presentaba la otra parte, a la que acusaban de usurpar un terreno de barbecho propio adyacente con las tierras de Martín Cabronero. La versión de los moriscos debió parecer más convincente a los alcaldes de Villanueva. Martín Cabronero dudó entonces de la competencia de los alcalde de Villanueva para juzgar su causa. Quintanar había conseguido su villazgo y la autonomía jurisdiccional doce años antes, aunque en la práctica parece que los pleitos se seguían sustanciando ante la justicia ordinaria de Villanueva. Martín Cabronero se agarró a este privilegio para no considerar competentes a los alcaldes ordinarios de Villanueva y pedir que la causa se conociese por los alcaldes de Quintanar. Poco le valió pues los alcaldes de Villanueva lo encerraron en la cárcel, de donde sólo salió cuando un socio suyo llamado Martín de Minaya pagó fianza, y aún así tuvo que comprometerse a no salir de la villa hasta que no hiciera cuentas con los moriscos. Por su parte, los moriscos de voz de su procurador Alonso Hernández denunciaban que lo que era un simple contrato de aparcería con disfrute a mitad de los frutos, trataba de convertirse por Martín Cabronero en préstamo usurero por pedir intereses por el capital adelantado. La sentencia del alcalde Dionisio Clemente recogía un acuerdo entre las partes.

condenaba e condeno a los dichos hernando de chinchilla e consortes que den e paguen al dicho martín cabronero duzientos e treinta e çinco rreales  que confiesa le deben y ansymismo el dicho martín cabronero les dé y entregue luego ochenta e nuebe fanegas de çebada en grano que confiesa deberles y seys fanegas de linuesso e quatro celemines de panizo

Los hermanos Chinchilla pagarían 235 reales a Martín Cabronero y éste les entregaría 89 fanegas de cebada, seis de linuezo y cuatro de panizo. Pero, o bien Martín Cabronero, libre en Quintanar, no tenía intención de cumplir la sentencia o bien Hernando Chinchilla no tenía ningún interés en reconocer que se había saldado la cuenta. Medio años después le eran embargados dos pollinos que su fiador Martín Minaya tenía en Villanueva, junto a algunos enseres de Minaya, que serían rematados para diciembre de 1574. Martín Cabronero intentaría parar el proceso presentándose en Villanueva con un pretendido acuerdo con Alonso Hernández, al que se había llegado por cédula de 10 de enero de 1574. Había arreglado cuentas con los moriscos, comprándoles la cebada que les debía a tres reales y medio, dos reales por debajo de la tasa, fijada en medio ducado. En las cuentas, y en nombre del clérigo Lorencio Vala de Rey, les había restado cicateramente 18 reales del entierro del padre de los moriscos, Bernardino de Chinchilla. No cabe duda que la operación había sido muy beneficiosa para Martín Cabronero y otras cuatro fanegas de cebada adeudas a la viuda de Alonso García.

Poco después Hernando Chinchilla, en lo que creemos una clara venganza de Martín Cabronero*, era denunciado ante el Santo Oficio de Cuenca. La acusación era de bigamia; la población morisca seguía conservando sus creencias, mal adaptadas a su nueva religión, y sus costumbres, y Hernando Chinchilla no era una excepción. Era acusado de bigamia, habiéndose casado dos veces, con Leonor de Trujillo y Angelina de Vargas.

Pero algo falló en los cálculos de Martín Cabronero. Hernando Chinchilla efectivamente sería condenado por la Inquisición por bigamia. Una parte de la condena se refería a la confiscación de bienes para el fisco real. Para hacer efectiva esta confiscación se rescató la sentencia del alcalde Dionisio Clemente sobre la deuda de 89 fanegas que Cabronero debía pagar a los hermanos Chinchilla. Cabronero intento aportar la cédula de 10 de enero por la que se habían cerrado las cuentas. No le valió de nada, pues el licenciado Calahorra, juez del Santo Oficio para la confiscación de bienes, dictó la ejecución de bienes y prisión de Martín Cabronero con fecha de 26 de mayo de 1576. Hasta Quintanar se desplazó para ejecutar la orden el alguacil Pedro de Sazeda. El señalamiento de bienes para la ejecución se hizo en 200 fanegas de cebada, de las que se tomó la parte adeudada. Dos vecinos de Quintanar, Ginés de Vala de Rey y el licenciado García, se constituyeron en fiadores, y Martín Cabronero fue conducido a la cárcel de Quintanar, donde por entonces si había alcaide, debía estar ocupado en sus labores del campo, encomendándose a los alcalde Francisco y Martín Gómez pusieran guarda al preso. Desde la cárcel escucharía los sucesivos pregones que se extendieron hasta el siete de junio, fecha en que las doscientas fanegas se remataron en la persona de Juan Simarro por diez mil maravedíes. Simarro era un simple testaferro del reo, al que cedería las doscientas fanegas rematadas en presencia del alguacil del Santo Oficio y otros vecinos entre los que siempre estaba presente el regidor Garci Donate. El alguacil Saceda seguiría con el ritual de su misión, mandando encarcelar esta vez, además de a Martín Cabronero, a su fiador Ginés de Vala de Rey; se comprometía a guardarlos en prisión la mujer del ausente alcaide, que contaba como dudosa garantía con la palabra de no abandonar la cárcel de los dos presos. Sabedor de estas garantías, Saceda trasladaría a la cárcel de Villanueva a Martín Cabronero, que decide llevar su defensa a Cuenca apoderando al procurador Mateo Calvete; pero la sentencia del licenciado Calahorra de 30 de agosto de 1576 es condenatoria. Será recurrida al Consejo de la Suprema el 12 de febrero de 1577 por un Martín Cabronero, que se presenta a sí mismo como labrador. Sin que sepamos el fallo final.

* El proceso de Hernando Chinchilla por bigamia se conserva en el Archivo Diocesano de Cuenca (ADCu. Leg. 264, nº3611. Proceso contra Hernando de Chinchilla de Villanueva de la Jara por bigamia, 1575)


Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN,4532,Exp.7. Pleito fiscal de Martín Cabronero. 1573-1577

sábado, 12 de marzo de 2016

El doctor Tébar y la peste de 1600

La España del siglo XVII era cada vez menos una sociedad del mérito y un poco más el fruto de la delación. La acusación anónima en el momento oportuno podía hundir la vida de una persona o, en su inoportunidad, acabar con las ambiciones propias. En la sociedad sanclementina de comienzos del seiscientos, el doctor Cristóbal era una figura respetada en una villa muy abierta. Especialmente por el papel central que debió tener la Iglesia en la peste del año seiscientos, auxiliando a muchos vecinos. Pero el doctor Tébar era un hombre también muy rico, muy bien relacionado en la corte y con importantes conexiones con el mundo indiano a través de su hermano Diego de Tébar. Ambos hermanos, Cristóbal y Diego (que vuelve del Perú por estos años), ampliarán su hacienda con la compra de múltiples tierras entre los años 1605 y 1607. No es de extrañar que en este contexto las envidias afloraran y, con ellas, las acusaciones de judaísmo contra una familia cuyos antecedentes eran conocidos por todos en la villa de San Clemente.

La ocasión se presentará propicia cuando un sobrino del doctor Cristóbal de Tébar pase a Indias y deba obtener la preceptiva información de testigos sobre limpieza de sangre. Jerónimo de Herriega y Carrera pasará a Santo Domingo en la Española en 1609, acompañado de un criado llamado Pedro Ruiz de Alarcón, pero antes sufrirá una grave acusación sobre sus antecedentes familiares judaicos.

La acusación contra el bachiller Jerónimo de Herriega (o Arriaga) y Carrera, presbítero y teniente de cura de la iglesia de San Clemente, vino el año de 1607 del licenciado García Ángel, notario del Santo Oficio, haciéndose eco de una acusación de un clérigo llamado Juan del Campo que reconocía haber visto en un breviario propiedad del mencionado Jerónimo los nombres de los meses escritos en lengua hebraica. La acusación, que ya se había formulado con poco éxito dos años antes, no era falsa, pues la página del breviario con los meses en hebreo hoy nos aparece en el expediente conservado entre los papeles del Consejo de la Inquisición. Como acusación complementaria el licenciado García Ángel aportaba los antecedentes familiares de Jerónimo, que se remontaban a Luis de Orihuela:
Meses en hebreo

Gerónimo de Herriega y Carrera, clérigo de la dicha villa, se hordenó de missa abrá siete o ocho años con ynformación que hiço de limpieça con comissión del prouissor, la qual entiendo está en los papeles de Pedro de Pedrosa, notario que fue en la audiencia episcopal desta ciudad y por ella constará de los testigos los quales qualificaron al susodicho falsamente porque es hijo de Bernardina del Castillo y nieto de Juan de Origüela y bisnieto de Luis de Origüela relaxado por el Sancto Officio.

Jerónimo Herriega había mentido dos veces, sosteniendo su limpieza de sangre, en el momento de ordenarse sacerdote y, recientemente, el 10 de marzo de 1608, con motivo de la información de testigos necesaria para pasar a las Indias. Era notorio en el pueblo que su bisabuelo Luis Orihuela había sido quemado en 1517 por judaizante y su sambenito estaba colgado en la iglesia parroquial de Santiago. Uno de los testigos de la información de 10 de marzo de 1608, había sido el doctor Cristóbal de Tébar, cura de la villa y futuro fundador del Colegio de la Compañía de Jesús. García Ángel centrará ahora las acusaciones en el parentesco de Herriega con el doctor Tébar.

Cristóbal de Tébar era amigo de Fray Cristóbal Rodríguez, que recientemente había sido nombrado Arzobispo de Santo Domingo en la isla de La Española. Valiéndose de esa amistad el doctor Tébar vio la oportunidad de colocar a su deudo Jerónimo Herriega como vicario y provisor en el mencionado arzobispado. García Ángel vería el momento de cortar tan fulgurante carrera eclesiástica de Herriega en la información de testigos que sobre la limpieza de sangre se había de realizar a comienzos de marzo de 1608, y de paso, apuntar a su principal objetivo, el doctor Tébar. No dudó en denunciar cómo esa información se estaba preparando falsamente por el doctor Tébar en su propia casa con ayuda de testigos, parientes y amigos de la familia Origüela, entre los que incluía a la justicia que tramitaba los autos:

cómo se hacía en esta villa la dicha información y el juez ante quien era Pedro Sánchez de Santacruz alcalde hordinario que es al presente primo hermano del dicho doctor Téuar y primo segundo o primo hermano de la madre del dicho Gerónimo de Herriega, los quales son todos del linaje de los origüelas

Las acusaciones de García Ángel iban más allá, acusando de judaizantes al escribano y otros testigos, que aparecían en la información que ahora en su poder remitía al tribunal de la Inquisición de Cuenca

la información original que se hiço ante Fernando de Iniesta escriuano, muy deudo del sobredicho y advierto a v.s. que Miguel Cantero testigo presentado es descendiente de Diego Sánchez de Valdoliuas y Teresa Rodríguez, él relaxado en estatua y ella reconciliada con ábito perpetuo y es hombre que hará dos años por la octaua de Corpus Christi que se está excomulgado de participantes y sólo a estado absuelto algunas veces por ocho o diez días o por la solenidad de las pascuas 


La mencionada información de testigos de Herriega fue preparada por el doctor Tébar. Los testigos se limitarían a firmar. La ascendencia del futuro pasajero a Indias no fue más allá de los padres, Bernardina del Castillo y el doctor Francisco Carrera; se resaltaron sus estudios en Derecho por la Universidad de Salamanca, su servicio como teniente de cura durante siete años en la iglesia parroquial de Santiago junto a su tío, y, sobre todo, su compromiso y riesgo personal en la peste que sufrió el pueblo en 1600. Fueron testigos el propio doctor Tébar, Pedro Sánchez Carnicero, Miguel López de Lope el viejo, Roque de Salcedo, escribano público, Miguel Cantero y Agustín Valenzuela. La información remitida por García Ángel al Tribunal de la Inquisición de Cuenca, sería reclamada desde Madrid por el Consejo de la Suprema, donde el expediente quedaría archivado y olvidado. Jerónimo Herriega pasaría a Indias a ocupar su puesto de provisor en el arzobispado de Santo Domingo (1).

Todos los testigos repitieron los mismos argumentos, empezando por el doctor Tébar, y todos recalcaron la labor arriesgada y desprendida del joven Herriega durante la peste de 1600, que en palabras de su tío se expresaba así

Firma del doctor Tébar
el qual administra los sacramentos en su iglesia mayor con mucha aceptación de toda esta villa, especialmente en el año de seiscientos pasado que ubo enfermedad de peste en la que murieron más de tres mill personas y enfermaron más de ocho mill y entonzes fue tan buen obrero de la viña de Dios que administró los santos sacramentos sin adventurar a el peligro de su vida a todos los enfermos de suerte que causó gran devoción que un clérigo tan mozo anduviese tan diligente



El testimonio del doctor Tébar, que por entonces contaba 56 años (lo que nos permite fijar el año de su nacimiento hacia 1552), fue ratificado por el resto de los testigos, haciendo especial hincapié en el valor durante el contagio de 1600 de aquel joven recién ordenado. Lo llamativo son las cifras, el mal había afectado a más de ocho mil personal, de las que más de tres mil murieron. Diego Torrente Pérez estudió este contagio que asoló la villa de San Clemente durante seis o siete meses, confirmando las cifras mencionadas; el propio ayuntamiento reconocía para el 27 de diciembre de 1600 alrededor de 2800 muertos y cuatro mil enfermos. A pesar de los esfuerzos por establecer un cordón sanitario a finales de mayo, el ayuntamiento reconocía que la peste había alcanzado el 20 de junio el pueblo en una calle cerca de la Cruz Cerrada. Los intentos por aislar este foco fueron baldíos. De cara al exterior, se intentaba negar el problema en las contestaciones que se daban al corregidor de Cuenca; hasta que a finales de julio se reconoció la gravedad del contagio, la necesidad de echar mano de las provisiones y dinero del pósito de don Alonso de Quiñones y pedir ayuda urgente a la Junta de Salud constituida en la Corte. La villa se hizo con los servicios de un cirujano, el licenciado Muñoz, que complementó los servicios del licenciado Villanueva, mientras se mandaba a Pedro de Tébar a Madrid para solicitar ayuda a los hermanos del Hospital de Antón Martín y la llegada de un médico entendido de la corte llamado Diego Núñez. Los enfermos fueron trasladados al hospital de Santa Ana y a una casa aneja que en la Celadilla había cedido el alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco. Como siempre en estas ocasiones, los gestos más nobles fueron acompañados de los más ruines. La solidaridad de Villarrobledo, cediendo 4.000 fanegas de trigo, escondía la oportunidad del negocio, por contra, el ofrecimiento de La Roda fue desprendido; Vara de Rey, cerró sus puertas a los sanclementinos; mientras los pobres eran hacinados en el hospital, a los ricos se les permitía ser atendidos en su casa; el alférez mayor Juan Pacheco huyó del mal, refugiándose en su lugar de Perona. Para finales de octubre la peste empezaba a remitir y ya el cuatro de enero de 1601 se daba por desapestada la villa. El coste económico del contagio fue desorbitado, alrededor de 6.000 ducados; una villa endeudada entonces ya por los gastos heredados de las suntuosas edificaciones en torno a la plaza y las obras que se llevaban a cabo desde 1593 en la cárcel por Joaquín de Obieta y Juan de Zuri y la nueva construcción del puente de Santa Ana, echó mano de las ganancias del pósito (2).

Nos son llamativas las cifras de enfermos y mortandad. Fueron más de ocho mil los vecinos afectados. Los datos de población que tenemos para San Clemente son para 1591 de alrededor de 1570 vecinos o familias, esto supondría que la práctica totalidad de la población de la villa se vio afectada por la peste y que el índice multiplicador de cuatro para hallar la población de la villa se quedaría corto, siendo preciso multiplicar el número de vecinos por cinco o seis para calcular el número habitantes. Más sorprendente es la capacidad de recuperación de la villa que en poco más de una o dos decenas de años ya contaba con más de dos mil vecinos. ¿Son reales estas cifras?. Quizás el número de victimas esté exagerado, pero también es verdad que la población de San Clemente debió crecer rápidamente, y lo haría desde comienzos del siglo XVII, motivado por el establecimiento en esta villa de la sede del corregimiento, que la convertía oficialmente en capital de la comarca. Se puede añadir como explicación que la villa tenía una población flotante muy importante, especialmente para el verano por las cosechas, vendimias y transacciones comerciales que culminaban en la feria de septiembre; quizás esa fue la causa de no querer reconocer la gravedad del problema, en un momento de máxima actividad y flujo de personas, hasta finales de julio, o que en agosto todavía se negara el mal. En cualquier caso, la villa salió exhausta y endeudada después de la peste; dan fe de ello los registros municipales de comienzos de 1606, con más de mil familias pobres y un cuarto de viudas entre la composición total de vecinos del pueblo.

La peste de 1600, vino precedida por las malas cosechas de los dos años anteriores, que dejaron a la población muy debilitada y propensa al mal. La peste no sólo afectó a la villa de San Clemente; Pérez Moreda (3), que ha delimitado esta peste en los años 1596-1602, la ha definido como peste exclusivamente castellana y ha estudiado como incidió en diversas poblaciones del Sur de la provincia de Cuenca: mortalidad elevada en Belmonte desde 1599, año en que cae la natalidad en El Cañavate y en Motilla del Palancar, caída que se prolongó en esta villa durante 1601. Sobre los estragos de la peste contamos además con el testimonio del médico de la villa de Cañete más al norte, citado por el mismo autor. En suma, se puede dudar de la exactitud de las cifras pero no de la virulencia del mal en algunos pueblos de la Manchuela, cuyo estudio futuro vendrán a complementar y confirmar los datos que disponemos de la villa de San Clemente.




(1) Archivo General de Indias,CONTRATACION,5313,N.9
(2) TORRENTE PEREZ, Diego: Documentos para la Historia de San Clemente. Ayuntamiento de San Clemente. 1975.  Tomo II, pp. 326-330
(3) PEREZ MOREDA, Vicente: La crisis de mortalidad en la España Interior. Siglos XVI-XIX. Siglo XXI. Madrid. 1980. pp. 257-265


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1924, Exp. 21 Proceso criminal de Gerónimo de Herriega Carrera, 1607-1608

viernes, 11 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630 (IV)


Juan Simarro apenas si estuvo diez días en Cuenca. Para el mes de diciembre de 1631 ya estaba de regreso en El Peral; con razón se quejaba el fiscal Vallejo de la benignidad de los Inquisidores, no de todos, hacia el inculpado. Sus adversarios utilizaron las amenazas que había proferido contra el alguacil Blas Sánchez para obtener nuevo mandamiento de los Inquisidores conminándole a presentarse de nuevo en Cuenca una vez pasado el día de Reyes de 1632. Pero Juan Simarro, muy temeroso, no aparecía por su domicilio. Razones más que fundadas tenía para ello, pues los hechos se habían precipitado de forma trágica en la villa de El Peral.

El 14 de diciembre de 1631, poco antes de medianoche, el alcalde ordinario Ginés de Tresjuncos, acompañado de sus dos hijos, Diego y Ginés, y tres vecinos más del pueblo, Bartolomé Moreno, Juan Navalón y Juan de Alarcón, con destrales y hachas rompieron la puerta del domicilio del presbítero Tomás Simarro, matándole de una estocada. En la misma casa vivía también su hermano Ginés Cabronero, que recibió varias heridas en la cabeza que le causaron la muerte; dejó una viuda preñada y cuatro hijos menores. Nadie hizo nada en el pueblo por detenerlos. A pesar de los autos de la justicia de San Clemente, los agresores se paseaban libremente por el pueblo, hasta que se despachó orden desde Madrid ya el 4 de septiembre de 1632, ordenando su prisión y remisión de la causa a la Chancillería de Granada. Las penas dictadas, de las que no sabemos si llegaron a ser confirmadas y ejecutadas, fueron durísimas y ampliadas a tres vecinos más: siete condenados a la horca y dos a galeras.

los dichos delatores, sus deudos y parientes le an muerto a mi parte dos ermanos, el uno sazerdote y el otro seglar nacido todo sobre la compra de la bara de alguacil mayor e por el dicho delito siete de ellos están condenados a ahorcar y dos a galeras

Para el mes de junio ya se sentía suficientemente seguro para volver y no abandonar su casa. Es más decide renunciar a la familiatura de la Inquisición y así dejar de ser molestado. Pero sus enemigos no cejarán en sus denuncias ante el Tribunal inquisitorial de Cuenca. El 15 de septiembre vendrá la orden de detención definitiva de un Juan Simarro, ausente en esos momentos en la villa de Madrid. Se pedirá el embargo de 44 fanegas de trigo, que Juan tiene como heredero de su finado hermano, el presbítero Tomás; como uno de los cuatro herederos le corresponden 11 fanegas, que serán las secuestradas y vendidas a precio de 18 reales la fanega y destinadas a partes iguales para el pago de Juan Aguilera, alguacil desplazado desde Cuenca para apresar al inculpado, y al comisario y cura de Motilla, Fernández de Bobadilla, encargado de las diligencias. El 6 de octubre se despacha nueva orden de prisión, que esta vez si se ejecutará, siendo detenido por el comisario Mateo Fernández de Bobadilla y llevado el 19 de octubre a la cárcel de Motilla, desde donde será trasladado a Cuenca el día siguiente por Sebastián López Lucas, regidor y familiar de esa villa.

Para el trece de noviembre Juan Simarro llevaba 24 días encarcelado en Cuenca con una pierna quebrada. Decide querellarse contra el Inquisidor doctor Sebastián Frías por considerar que actúa por enemistad contra él; aquél se abstendrá en el proceso. El doctor Frías es amigo y pariente de los hermanos Luján, para los que en 1625 había intentado se les concediera el título de familiar del Santo Oficio, pero el nombramiento había recaído en Juan Simarro

que abrá siete años que yo pretendí ser familiar de la Santa Inquisición de la dicha villa a que hicieron oposición Ginés de Tresjuncos, Gabriel de Luján, Andrés de Luján y Domingo de Luján, vecinos de la dicha villa que los dichos luxanes se nombran parientes del Doctor Sebastián de Frías Inquisidor Apostólico de Cuenca que los reconoce por tales parientes y ellos son enemigos declarados míos y como tales de tres años a esta parte que faltó de la dicha Inquisición el Inquisidor Vallejo y entró en la presidencia de ella el dicho Doctor Frías me han perseguido en el dicho tribunal con tan grande instancia faborescidos del dicho Doctor que en los dichos tres años me an echo parecer en aquella ciudad llamada de los dichos Inquisidores más de seis veces por causas afectadas y sin fundamento considerable




Los enfrentamientos de Juan Simarro con sus vecinos venían de lejos. En 1627, había presentado, como era de rigor, su título de familiar ante el ayuntamiento de El Peral. La posesión de este título conllevaba ciertas preeminencias y franquezas; una de ellas era la exención de alojar soldados o de bagajes. Hasta cinco veces se había visto obligado a alojarlos en su casa y en alguna ocasión se le habían requisado sus mulas para trasladar a dichos soldados. Por eso, Juan Simarro se había querellado el 30 de marzo de 1630 de los alcaldes ordinarios Alvaro Monedero y Pedro López Espinosa. La respuesta de estos fue ordenar al alguacil mayor Francisco Valverde su encarcelamiento, orden llegada desde San Clemente el 15 de febrero, pero paralizada hasta entonces, y que respondía a querella presentada por el propio alguacil; el encarcelamiento sería ejecutado con bastante ensañamiento. Poco antes los Inquisidores de Cuenca habían dictado auto determinando que no correspondía disfrutar de exención alguna en el alojamiento de soldados, por ya gozar del título de familiar otro vecino con más antigüedad y ser El Peral villa de menos de trescientos vecinos.

Cuando por fin se pronuncie sentencia el 20 de noviembre de 1632, por los inquisidores don Enrique de Peralta y Cárdenas y Tomás Rodríguez y Monroy, será condenatoria: una multa de 4.000 maravedíes más 2.704 maravedíes de las costas judiciales y dos años de destierro de la villa de El Peral, uno de ellos voluntario, no pudiendo acercarse a esta villa en un contorno de cuatro leguas. El 11 de diciembre Juan Simarro apelará ante la Suprema.

Durante el primer año de su destierro, Juan Simarro no perdió el contacto con su pueblo y sus propiedades. Pero ese año fue muy aciago; el pedrisco azotó por tres veces los campos, los frutos de la cosecha de pan y vino fueron muy escasos. Juan Simarro no pudo pagar las penas económicas que le había impuesto el Santo Oficio, por lo que fue conminado el 8 de julio de 1633 desde Cuenca a pagar bajo pena de excomunión. No pareció afectarse mucho Juan, que había vuelto a su pueblo tras el año de destierro y no debía andar muy lejos el 30 de noviembre cuando se leyó en la iglesia de El Peral la orden de los Inquisidores Apostólicos excomulgándole. El comisario Bobadilla comentará

que es tan temerario que no hace el sentimiento que debiera de estar excomulgado


Para este hombre la religión debía ocupar un lugar subalterno a la devoción que profesaba a su hacienda. Aprovechando que la villa había pedido ante el Consejo real que sus vecinos fueran escusados de costas e imposiciones de forma temporal, se acogió a la provisión concedida el 14 de diciembre de 1633 para pedir que se eximiera durante las Pascuas navideñas del pago de costas adeudas con el Santo Oficio.

A partir de aquí Juan Simarro se embarcará en la defensa de su causa en Madrid ante la Suprema, de la mano de su procurador Damián Martínez Cabeza de Vaca. Pero el 9 de junio de 1634, los Inquisidores de Cuenca todavía pedían el pago de las costas. El 30 de septiembre llegará la sentencia definitiva de la Suprema del Consejo de la Inquisición, que confirmará las penas dictadas por el tribunal de Cuenca. La única compensación a su batalla legal fue la recuperación en mayo de 1637 del título de familiar que le había sido retirado.



AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634

miércoles, 9 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630 (III)

La sumaria del proceso contra Juan Simarro estaba concluida el 24 de septiembre de 1630, dos días después, dada su incomparecencia ante el Santo Oficio, era declarado en rebeldía y ordenada su prisión. El 28 de octubre, Juan Simarro se encontraba preso en la cárcel de familiares del Santo Oficio. Contaba entonces con 36 años, era el prototipo de labrador rico con tierras e intereses en varios pueblos de la comarca, aunque el núcleo de su hacienda estaba en el lugar llamado Casas de María Simarro. Consciente de la enemistad que le creaba su posición económica intentó defenderse con aquellos que mantenían una relación de dependencia de él. Buscó la exclusión de sus enemigos, recusando al comisario del Santo Oficio de Motilla, licenciado Mateo de Bobadilla, que había hecho las diligencias previas, y limitando el número de acusadores a los que el fiscal Alonso de Vallejo podía echar mano, reducido a los antiguos enemigos.

Las nuevas declaraciones de testigos durante el mes de noviembre corrieron a cargo del comisario del Santo Oficio de Iniesta, el licenciado José de Tórtola. Los contrarios a Juan Simarro ratificaron su anterior declaración. Fueron escasos los nuevos testimonios acusatorios, entre ellos el herrero Francisco de Villora y el labrador Benito Jiménez, que culparon al acusado de haberlos engañado para falsificar papeles en la causa contra Francisco Valverde. En la falsificación también había participado un hermano de Juan Simarro, llamado Ginés Cabronero.

La información de testigos presentada por Juan Simarro, al que se le había permitido asistir a los interrogatorios, contaría con el apoyo del común de los labradores de El Peral: Alonso de Beleña, Francisco Leal, los hermanos Andrés y Martín García Lázaro, Gil de Alarcón, Juan de la Jara o Juan Leal, y algunos de los regidores que le debían su oficio como Juan García; otros desempeñaba oficios de zapateros como Juan de Agraz. Los acusadores pasaban a ser acusados: se servían de los oficios añales para su provecho propio, la deuda impagada por Francisco Valverde se había cargado sobre los vecinos, los más de ocho mil ducados de deuda de la villa, lejos de redimirse, eran excusa para que algunos principales adehesaran en provecho propio las tierras del concejo, Juan Simarro había sido humillado y encarcelado unos meses antes por Pedro López de Espinosa, librándose de su prisión sólo gracias a la intervención del corregidor de San Clemente

que lleuó a la cárcel preso al dicho juan simarro asido y le echó una cadena y le asió al cepo y saue que el dicho alcalde no le quiso soltar aunque traxo mandamiento de san clemente para que lo soltaran asta que vino un alguacil de san clemente para soltarlo

La elección de oficios por suertes escondía el monopolio de seis o siete vecinos en el disfrute de los cargos de forma rotatoria; el interés privado en el uso de los oficios se manifestaba en la pesada carga del censo que soportaba la villa, en el aniquilamiento de los propios y rentas de la villa y en la desaparición del pósito.

Las pasiones enfrentadas de los testigos mostraban una sociedad rural muy desigual, donde Juan Simarro, sin duda tan codicioso como los demás, había sabido ganarse el favor del común. Este hombre, al que los testigos definían como de cuerpo pequeño, había sabido sacar provecho personal del odio que generaban los seis o siete vecinos principales del pueblo. Además, las posiciones estaban especialmente enconadas ese año, después de un verano que había sido muy estéril en la cosecha de frutos. Juan Simarro, en su papel de víctima, reconocía  no disponer de numerario para pagar las costas del proceso; mientras desde el inicio del proceso, su mujer. Bárbara García, y su hermano, el presbítero Tomás, se habían hecho cargo de las labores de vendimia y sementera en las tierras familiares de Casas de María Simarro.

Para julio de 1631, la sentencia de los Inquisidores de Cuenca ya estaba preparada, pero Juan Simarro no tenía, ocupado como estaba en la cosecha, intención de presentarse; pedía dos meses de plazo para recomponer una hacienda quebrada por la mala cosecha del año anterior. Después de hacer oídos sordos a un nuevo requerimiento y desafiar la excomunión a que se le condenaba, se ordenó su prisión el 8 de octubre. Para detenerle, se desplazará hasta El Peral de nuevo el alguacil inquisitorial Blas Sánchez, pero Juan Simarro está sobre aviso. El alguacil iniciará un periplo que, de El Peral, le llevará a San Clemente, a la entrada del pueblo, a la altura de la ermita de San Cristóbal, encuentra al huido que escapa después de amenazarle con una escopeta; en su persecución llega a Sisante, los molinos del Júcar y Villanueva de la Jara, donde el prófugo tiene amigos y parientes. Vuelta a El Peral, donde el alguacil auxiliado por el licenciado Tresjuncos y Pedro López de Espinosa, logra reunir treinta hombres para apresar al fugitivo, que previamente ha vuelto a amenazar con su escopeta al licenciado Tresjuncos y a Gabriel de Luján, pero no lo encuentran en su casa. Se secuestran diversos bienes que poseen en el pueblo, cien fanegas de trigo y objetos personales de su ajuar, así como un carro y un par de mulas. Se procede a la subasta de lo bienes por orden de Blas Sánchez que se ha alojado en el mesón del pueblo. El alguacil se volverá de vacío a la ciudad de Cuenca, pero poco después Juan Simarro es detenido en las viñas de su propiedad, cerca de la ermita de San Cosme y San Damián, tras un rifirrafe con el licenciado Tresjuncos y Gabriel Luján, alcaldes ordinario y de la hermandad en ese momento. Será conducido por cuatro hombres a Cuenca, pero en el lugar de Gabaldón, con ayuda de su hermano Ginés y su cuñado, intentará sin éxito librarse de sus captores a pedradas. Finalmente se ordenará que sea conducido a Cuenca por el alguacil mayor del Santo Oficio Gonzalo Guerra de la Vega. Allí se le tomará de nuevo declaración el 29 de octubre; desafiante negará los cargos. A su natural rebeldía, se une la confianza de que está suficientemente protegido. El arresto que se determina es simple obligación de no abandonar la ciudad de Cuenca. Juan Simarro, de hecho, ha llegado por su propio pie a Cuenca, pues en el mismo lugar de Gabaldón ha contado con la colaboración del Alonso de Zamora, familiar del Santo Oficio en ese pueblo. Incluso su hermano Ginés Cabronero, que por el incidente de las pedradas ha sido conducido a la cárcel de Motilla, cuenta con la complicidad del alcalde Lucas Navarro para quedar libre.


                                                                                       (continuará)


AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634

martes, 8 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630 (II)


Tras la crisis de comienzos del seiscientos, El Peral, al igual que otras villas, había recurrido al crédito para afrontar las penurias de sus vecinos y las nuevas cargas fiscales. El resultado era un concejo ahogado por deudas de más de ocho mil ducados. El pago de los intereses incidía directamente en el aprovechamiento de los propios, destinados ahora al pago de la deuda y de las nuevas imposiciones; medida que entraba en colisión con algunas familias acomodadas del pueblo, habituadas a usar y abusar de los mismos en beneficio propio y que no querían dejar escapar los beneficios de las licencias reales para su arrendamiento. La elección de oficios adquiría un papel nodal en este juego de intereses. Los defensores de los cargos añales, es decir, regidores elegidos anualmente por San Miguel, presentaban este sistema como el gobierno ideal de la república en defensa del bien común. Por contra, la compra de regimiento perpetuos y la instauración de un ayuntamiento cerrado era la expresión de la claudicación a los intereses oligárquicos. Juan Simarro y sus hermanos, llegados al pueblo hacia 1610 desde Villanueva de la Jara eran pues el más vivo retrato del gobierno al servicio de las oligarquías. Pero esto era simplificar demasiado la realidad del pueblo. Los acusadores, como veremos, no eran pobres aldeanos, sino los vecinos principales, que se habían visto alejados del control del pueblo por la presencia de este advenedizo llamado Juan Simarro. Además el contencioso tenía una veste jurisdiccional; mientras algunos vecinos del pueblo defendían la resolución de los conflictos dentro del pueblo, defendiendo la primera instancia de su justicia ordinaria, Juan Simarro actuaba como el caballo de Troya del corregidor de San Clemente. De hecho, no dudaba en denunciar a sus vecinos, ante la justicia de la cabeza de partido, cuando sus convecinos se apropiaban indebidamente de los propios de la villa, presentándose cínicamente como defensor del bien común. Ni qué decir tiene que las desgracias de sus paisanos redundaba en su provecho personal.

Los conflictos por el control de los oficios municipales era viejo. El Peral también había participado en la compra de regimientos perpetuos, pero el sistema no había cuajado y con la muerte de sus propietarios los oficios se habían consumido definitivamente hacia 1588. Sólo la presencia de Juan Simarro y sus hermanos había vuelto a la actualidad los regimientos perpetuos, que se volvieron a implantar en 1618. Aunque con escaso éxito, pues la villa puso pleito y lo ganó consiguiendo la retirada de estos oficios. No cejaría Juan Simarro en su empeño, pero esta vez, se haría con la vara de alguacil mayor del pueblo, puesta a servicio del corregidor de San Clemente. El paso siguiente lo daría en 1629, cuando puso el dinero necesario para comprar de nuevo cinco regimientos perpetuos, dejándolos en manos de allegados. Como tantos otros, se haría con un oficio de familiar de la Inquisición como mejor garantía de su persona.

Pero sus enemigos eran muchos y transcendían del pueblo. Es más, las primeras acusaciones contra Juan Simarro no vinieron del pueblo; su creciente poder no era bien visto en los pueblos aledaños. La denuncia directa vino de un familiar lejano, vecino de Villanueva de la Jara. Pronto se sumarían vecinos significados de otras villas, que aparecían como testigos de cargo, apoyando un nuevo memorial presentado por Andrés de Luján y Frías, también vecino de Villanueva. Se sumaron a la acusación en Villanueva de la Jara, el cura doctor Pedro de Hervías, y, en Iniesta, el doctor Cantero, encabezando una panoplia de autoridades y vecinos principales

En Villanueva con el dotor Pedro de Ervías, cura desta villa, y con Gaspar Prieto, Martín Ferrer, don Juan Ferrer, don Juan Prieto, el licenciado Alonso Hortega, el licenciado Pedro Gamir y el licenciado Pedro García Navarro y toda la rresta del lugar, en la Motilla el cura el licenciado Diego García, los alcaldes, el regidor Benito Martínez y toda la rresta del lugar, en Iniesta el dotor Cantero con toda la rresta del lugar, en el Campillo Alonso de Frías, Julián Martínez, Cristóbal Obejero, y toda la rresta del lugar

Cuando el cura de Motilla y comisario del Santo Oficio, el licenciado Mateo Fernández de Bobadilla, fue enviado a El Peral a recibir los testimonios de la sumaria conteniendo las acusaciones contra Juan Simarro, no faltó ninguno de sus enemigos a la cita, entre ellos, todos los vecinos más notorios de la villa: Álvaro Monedero, alcalde por los hombres buenos, Pedro López de Espinosa, alcalde por los hijosdalgo, el regidor perpetuo Alonso García Moreno, el licenciado Isidro Monedero y Gracia, teniente de cura, el licenciado Ginés de Tresjuncos, Gabriel de Luján y Frías, Francisco de Valverde, Pedro Jiménez, Francisco de Valverde el mozo, alguacil mayor, Andrés Monedero, regidor perpetuo, Benito Jiménez, familiar del Santo Oficio, Alonso Gómez, Andrés de Luján y Frías, vecino de Villanueva de la Jara.

Era Juan Simarro un hombre desvergonzado, conocido por sus bravuconadas. En alguna ocasión que no se había salido con la suya, había amenazado con abrasar el lugar y echarle fuego y hacerles a algunos vecinos desta dicha villa consumir las haciendas. En las declaraciones de estos testigos no faltaron los insultos a Juan Simarro, presentado como un mal criado y persona inquieta que los trae a todos revueltos, para mayor vergüenza de su hermano, el presbítero Tomás Simarro, reprendido públicamente por el obispo:

por fomentar estas disensiones y pleitos le quitó el seruicio de la iglesia desta dicha villa el señor obispo don Andrés Pacheco y sobre fomentar estas causas se le causaron al dicho licenciado Simarro (Tomás) muchos pleitos en la audiencia episcopal y le llebaron preso y le bio este declarante al dicho señor obispo reprehenderle públicamente con mucha aspereça

Hasta los dos regidores perpetuos, que supuestamente le debían su puesto, declararon en su contra, habiendo sido forzados a aceptar su cargo. El resto de declaraciones era una suma de agravios; testigos perjudicados por las denuncias de Juan Simarro, que tenía especial habilidad para implicar a la justicia de San Clemente y otras villas contra sus vecinos. A Francisco de Valverde, preso hasta en diez ocasiones en San Clemente, le había arruinado la hacienda, le acusaba de apropiarse indebidamente, como depositario que era, de diecinueve mil cuatrocientos reales procedentes del arrendamiento de las dehesas y destinado a redimir un censo tomado por la villa, y también de talar las dehesas del pueblo. Los pleitos que tenía que afrontar en San Clemente le habían costado 150 ducados. Inútilmente se excusaba con la devaluación que había sufrido el dinero custodiado, afectado por una de tantas rebajas de moneda o devaluaciones de los Austrias. A Pedro López de Espinosa, que había intentado advocar su causa como alcalde ordinario, lo había denunciado ante la justicia de Vara de Rey por talar leña en esa villa, pagando con sus huesos en la cárcel y sufriendo una multa de 60 reales. Ginés de Tresjuncos, que se había significado doce años antes en la supresión de los oficios de regidores perpetuos, le acusaba de perder 500 ducados de su hacienda por las denuncias sufridas de Juan. Por último, eran especialmente agrias las acusaciones de los hermanos Luján y Frías, acusados por Juan Simarro de taladores, que hacían hincapié en la falta de virtudes y honestidad de Juan Simarro para ser comisario del Santo Oficio; a su falta de decoro, incluido su intento de enredarlo con una tal María Motilla, se añadía el intento de acusarle de palabras heréticas, pues en cierta ocasión había jurado por el alma de Christo.

  

                                                                           (continuará)




AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634

jueves, 3 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630

El Peral hacia 1630 era una población pequeña, pero orgullosa de su antigüedad; apenas si llegaba al centenar y medio de vecinos, población que mantenía desde el último cuarto del siglo XVI. Las Relaciones Topográficas, que le concedían 160 vecinos (aunque un memorial, próximo en el tiempo, de 1572 reducía esa cifra en veinte vecinos), nos hablan del parentesco y procedencia de un tronco común de los vecinos como causa de sus limitaciones demográficas. Quizás fuera una afirmación exagerada, pero un pueblo donde todos se conocían estaba poco dispuesto a reconocer las diferencias de riqueza entre sus vecinos. Eso no quita para que viviera como el resto de los pueblos un cierto proceso de patrimonialización de los oficios desde mediados del siglo XVI con la venta de los regimientos perpetuos y la concentración del poder local. Pero la aventura del ayuntamiento cerrado duró poco y hacia 1590 se habían consumido los oficios de regidores perpetuos, volviéndose a la elección por suertes. Pero, al igual que la cabeza del corregimiento, la villa de San Clemente, pasada la crisis de 1600, el pueblo experimentó un renacer que duraría dos décadas, antes que se empezara a vislumbrar la crisis en los años treinta, que conduciría al cataclismo de los años cuarenta y a que el pueblo viera su población reducida a 53 vecinos. Con ese pequeño renacer nuevas familias se encumbraron en el  pueblo, que de la mano de su riqueza impondrían su voluntad; fue entonces cuando esta pequeña comunidad empezó a quebrarse. El odio pronto se cebaría con una familia de recién llegados: los hermanos Simarro. El alcalde ordinario de la villa por el estado de los hijosdalgo, Gabriel Luján Frías, sabía recoger el sentimiento del común del pueblo:

saue por auer sido muchas veces alcalde y aber tenido otros oficios de aiuntamiento en esta villa ser muy dañoso a el buen gouierno della el auer regimientos perpetuos en ella y lo saue y le consta que abrá quarenta años poco más o menos (la declaración es de 1630) que en esta villa auía oficios de regidores perpetuos y por ser dañosos y de gran perjuicio a la república todo el común se juntó y los consumieron= y abrá doce años poco más o menos que el dicho juan simarro y sus hermanos y sus cuñados tornaron a traer comprados cinco oficios de reximiento y por las atrocidades que con ellos acían y pleitos que se lebantauan por este testigo muchas veces a el pueblo a pique de perderse por las pesadumbres y agravios que acían todo el pueblo se tornó a conbocar y bolbieron a consumirlos y los consumieron con pleito que esta billa tubo con ellos= y saue que quando estubo en esta tierra el oidor menchior molina que abrá poco más de un año fue el dicho juan simarro en sus seguimientos asta que asentó con el dicho oidor quatro oficios de regimientos y saue que el susodicho no a tomado ningún oficio de los dichos en su caueça aunque se saue públicamente tiene gastado en ello mucho dinero por lo quel es público en esta villa no pretende más de destruir las haciendas de los vecinos della como dicen muchos



                                                                    (continuará)

Parte 2ª
Parte 3ª
Parte 4ª

AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634, fol. 61

domingo, 28 de febrero de 2016

Don Juan López Cantero: comisario de la Inquisición de Iniesta (III)

La declaración  de testigos a favor de Juan López Cantero es un testimonio del control que ejercía sobre la vida municipal. Pero ese control estaba empezando a quebrarse por la crisis que estaba sufriendo la sociedad hispana en la coyuntura de mediados del siglo XVII. La guerra de Cataluña y el reclutamiento de soldados estaba dislocando las comunidades locales. Desde 1598 existía una milicia de soldados, reorganizada en 1610, 1625 y 1636; era un cuerpo inoperativo de vecinos armados que gozaban de ciertas preeminencias y no sabían nada de la guerra. Pero la última reforma de 1636, que constituyó cuatro compañías en el corregimiento de San Clemente, ya tenía como finalidad su preparación para la guerra. El reclutamiento forzoso de hombres llegó con las levas forzosas de Rodrigo Santaelices en 1640 y 1641. Iniesta debió aportar los milicianos de la compañía de Miguel López Cantero, capitán de la villa de Iniesta y sobrino de nuestro protagonista, que acabaría muriendo en la guerra. En total fueron 55 hombres los pedidos a Iniesta y su tierra; la mayoría desertaron. Pero el esfuerzo reclutador de la Monarquía era continuado y en las campañas siguientes se pidió un contingente anual de seis a ocho mozos a la villa. Allí estaba don Juan López Cantero, excusando del servicio militar a los vecinos de la villa, intentando mantener brazos para la labranza de la tierra y reclutando a foráneos. Su casa se había convertido en hospicio de huérfanos de guerra y doña Catalina Espinosa, su anciana madre, en virtuosa amparadora de pobres.

Don Juan López Cantero era el hombre de los intereses de la Monarquía en la villa de Iniesta, como lo era Francisco de Astudillo Villamediana en San Clemente. Esa fue la causa de la ruina de ambos. Para 1646, la Monarquía estableció la llamada composición de milicias, se trataba de sustituir la aportación de hombres para la guerra por dinero. Se entraba en una nueva escalada contributiva que, ejecutada por la nueva figura de los superintendentes de milicias o de rentas, dejaría exhaustos a los pueblos. Pero ese año de 1646 fue de transición, dándose opción a las villas de optar entre la contribución de hombres o la de dinero. Por necesidad o por obligación se optó por la primera, en tanto que don Juan López Cantero intentaba hacer de la redención al servicio militar un negocio con la concesión de préstamos a los reclutados para eximirse. Así, de momento se reclutaron hombres. El sargento mayor Francisco de Torres, por entonces en Villanueva de la Jara, pidió a Iniesta de 6 a 8 hombres; fueron enviados cuatro, conducidos hasta esa villa por el alcalde Julián de la Cárcel Contreras. Pero el sargento mayor pidió uno más, pues esperaba al menos cinco. Deprisa y corriendo se intentó enrolar un nuevo soldado por el alcalde que había quedado en Iniesta, Alonso Martínez del Peral el menor. La obligación legal para el reclutamiento era echar mano de los padrones de soldados de milicia, celosamente guardados por los concejos y por cuyo acceso imploraba Francisco de Torres. Uno de los inscritos en ese padrón era Alonso Jiménez, el malogrado novio de Quiteria Herreros, futura madre de los hijos de don Juan López Cantero. Sobre la forma, o lo poco que se guardaban las formas, en el reclutamiento de soldados tenemos el testimonio del licenciado Alonso Castellanos:

en cumplimiento de las órdenes de su magestad porque hauiendo venido una para que se sacase cierta cantidad de soldados hauiéndolos remitido a don Francisco de Torres sargento mayor a la villa de Villanueva de la Xara por hauer faltado uno despachó segunda con todo apremio lo qual comunicó con este testigo Alonso Martínez del Peral el menor alcalde ordinario que entonces era y diciéndole que no tenía remedio y que para escusar de molestia i bejación a la villa era forçoso remitir el soldado que faltaua y así que al punto saliese por el lugar y prendiese al primero que encontrase y lo remitiese y el dicho alcalde en esta conformidad salió a buscarlo y yendo con el cuidado desta diligencia encontró en una calle al dicho Alonso ximénez que benía con su açada de cauar de las viñas y así lo prendió siendo ya de noche y muy de madrugada al día siguiente lo remitió al dicho sargento mayor.
(testimonio del licenciado Alonso Castellanos, fol, 67 rº)

El incidente del reclutamiento del soldado Alonso Jiménez sería recordado cinco años después. En su origen estaba el deseo de Juan López Cantero hacia su novia, Quiteria Herreros, joven de diecisiete años, y la apropiación de la misma como un bien más de su hacienda. El problema es que la muchacha puesta en depósito en casa del doctor Suárez le fue arrebatada a éste para ser llevada a casa de don Juan de donde no saldría hasta ser llevada cinco años después al convento de la Encarnación de Albacete, tras dejar dos hijos en custodia de López Cantero. Tal agravio se sumaba a otros muchos que levantarían un clima de rencor y odio hacia nuestro protagonista. Don Juan mantenía una independencia total del vicario con un espacio propio en la Iglesia en torno a capilla de Santa Ana, propiedad de su familia, que curiosamente sería la más afectada por el incendio; había hecho de la ermita y hospital de San Miguel un espacio reservado para uso privativo de su madre; se había enemistado con su primo hermano, Pedro López Cantero Serrano, por la herencia familiar, y había encontrado la oposición de algunos vecinos principales: a Sebastián de Vega y Juan Ibáñez, con pretensiones hidalgas, les había forzado a empadronarse con los pecheros, a Juan Valverde Núñez, Asensio Villanueva, Alonso Cano y Benito Martínez del Peral les había obligado a hospedar a compañías de soldados con sus capitanes y soldados, Juan de Olmeda y el citado Benito Martínez del Peral tenían deudas y cuentas pendientes con el comisario, Juan Rabadán había sido preso por volver a la villa sin respetar el cordón sanitario que se había establecido con motivo de la peste de 1648. Este cúmulo de agravios había creado en la villa un frente contrario a López Cantero. Al frente de la revuelta se situaba el doctor Suárez que ora en la sacristía de la Iglesia ora en los campos o domicilios particulares no dejaba de intrigar:

que los émulos y enemigos de dicho don Juan son el doctor don Alonso Suárez, vicario desta villa, Juan Rabadán Gutiérrez, Juan de Valverde Marzo, Juan de Valverde Núñez, Benito Martínez del Peral, y Alonso Martínez del Peral el mayor, y Asensio López Villanueva, Antonio López, don Sebastián de Vega, Juan Ibáñez, Benito Pajarón, ... y que el dicho vicario lo es por causa de que el dicho don Juan Cantero no ba como los demás clérigos asistiéndole delante del cabildo va desde la iglesia a su casa ni le acompaña en los actos públicos, y que dicha enemistad es tan cierta que a quatro años le tiene ojeriça , y e conoce que a este testigo le dijo abrá como seis días don Pedro López Cantero Serrano, primo hermano del dicho don Juan Cantero, estando con su primo disgustado le llegó a decir el doctor Suárez que si quería que se capitulase a dicho don Juan Cantero en el Consejo Supremo de Ynquisición que él lo haría
(testimonio de Julián de la Cárcel Contreras, fol. 61 rº)


Las declaraciones de testigos en Iniesta acabaron el cuatro de mayo de 1651, mientras don Juan López Cantero seguía, en palabras que ocultaban la dura realidad, hospedado en un mesón de Cuenca esperando una resolución del Inquisidor. Pero tuvo que esperar a la ya referida toma de declaración del doctor Suárez que también se hallaba en la ciudad y a las conclusiones finales del fiscal Vallejo que llegarían el día 13. En ellas, el fiscal mantenía todas y cada una de las acusaciones y pedía el máximo rigor en las penas. La sentencia condenatoria del Inquisidor Jacinto Sevilla, no obstante, fue mucho más benigna de lo deseado por el fiscal:

fallamos atento los méritos del dicho prozeso que debemos mandar y mandamos que el dicho licenciado Juan López Cantero procure continuar las funciones sacerdotales diciendo missa por lo menos los días principales y preciándose de acudir al coro y ebitar el escándalo que de lo contrario se sigue= y por la culpa que resulta se le condena en las costas deste prozeso y en quatro mill marauedís para gastos deste Santo Oficio

Pero aún le quedaba un rosario de apelaciones que viviría como auténtico calvario. La sentencia confirmada por el Consejo de la Suprema el 6 de julio de 1651, debió ser nuevamente ratificada seis años después. Para entonces,  el licenciado Juan López Cantero se había dejado cinco años de su vida y hacienda en las cárceles inquisitoriales, que él nos hacía pasar por posada o mesón. Lo de dejarse la vida es algo más que una metáfora, pues murió el doce de julio del año 1655. Antes le había precedido su madre. Dejó como único y universal heredero a su procurador en los juicios, el presbítero Juan Risueño Alfaro. No lo aceptaría Pedro López Cantero Serrano, primo hermano de don Juan, que emprendería una batalla legal por el mayorazgo fundado por sus tíos Pedro y Catalina. En el reparto de los bienes del mayorazgo también sería parte una niña, llamada Catalina Espinosa como la abuela; era la hija natural de don Juan y la monja Quiteria; el otro hijo creemos que había fallecido. Esa intención de don Juan, de reconocer a sus hijos naturales, quizás fuera el detonante de todo el proceso inquisitorial.


AHN. INQUISICIÓN. 1927, Exp. 10. Proceso criminal contra Juan López Cantero, comisario del Santo Oficio de Iniesta por vida escandalosa y amancebamiento. 1651-1657