El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 19 de febrero de 2017

Conflictos sociales y crisis de subsistencias en Motilla y El Peral en torno a 1600

Pórtico de la iglesia de El Peral
A finales del siglo XVI el poder de la villa de Motilla del Palancar, como la de tantas otras, recaía en unas pocas familias. El monopolio del poder local iba parejo al disfrute de ciertos privilegios y, por contra, a una discutida administración de los bienes públicos en perjuicio de la res publica y la mayoría de la vecindad.

El proceso de concentración del poder local había llegado con retraso a la villa de Motilla, al igual que a la de El Peral, pero en sus formas era un remedo de lo acontecido en el resto del corregimiento de las diecisiete villas. La sustitución de los regidores elegidos a suertes o elegidos por los cargos salientes por oficios perpetuos se había iniciado en 1543 en las villas principales, extendiéndose la compra de oficios y su disfrute de por vida al resto de villas. Pronto al disfrute vitalicio de los cargos seguiría la sucesión hereditaria de los mismos. Sin embargo, las sociedades locales de la Mancha conquense de la segunda mitad del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII estaban formadas por grupos muy dinámicos, donde las nuevas fortunas luchaban por acceder al poder. Estos conflictos, unas veces daban lugar a luchas banderizas entre las viejas familias y las nuevas, otras simplemente la divergencia de intereses confluían vía matrimonial.

La venta de regidurías perpetuas en la villa de Motilla. o al menos la consolidación de dicha forma de gobierno se había producido poco antes de 1590. El hecho, se enmarcaba en un contexto de reforzamiento de los poderes locales frente a un poder de la Corona, que aparentemente iniciaba, sobre todo en el plano fiscal, un intento de centralización administrativa (léase, nuevo servicio de millones), pero que nacía del propio reconocimiento por la Monarquía de su debilidad en la zona: fracaso y desaparición de la Gobernación de lo reducido del Marquesado de Villena y su sustitución por dos corregimientos en 1586 y fracaso de los intentos de establecer un embrionario orden fiscal en el Marquesado en el campo de las rentas reales de la mano del administrador Rodrigo Méndez.  Hay que reconocer que la solución dada en este campo, con la creación de una Tesorería de rentas reales, cuyo oficio recayó en el capitán Martín Alfonso de Buedo, fue un acierto, pero el importe de alcabalas y tercias de los pueblos del Marquesado iba íntegramente al pago de los juros de Fúcares y genoveses; la recaudación del nuevo servicio de millones que se creó para procurar nuevos ingresos a la Corona recayó desde sus inicios en manos de las oligarquías locales. De los memoriales de agravios, que en 1590 los concejos presentaron en nombre del bien común y sus vecindades, pronto se pasó a la oportunidad de negocio que ofrecía la nueva fiscalidad: los bienes propios, caudal de los pósitos, repartimientos concejiles y los propios privilegios y cargos concejiles, objeto de compra y venta, se supeditaban al pago del nuevo impuesto. La gestión de todos estos recursos recayó en manos de unas pocas familias en cada pueblo, por la compra de regidurías perpetuas y otros cargos. Del expolio de los bienes y recursos municipales nacerían las minorías oligárquicas que controlarían el poder local de los pueblos, cuyo dominio alcanzaría, vía alianzas matrimoniales, una extensión regional. La lucha por la gestión de estos recursos municipales provocó fuertes enfrentamientos de bandos en el primer tercio del siglo XVII, antes de la consolidación definitiva de algunas familias en el poder de los pueblos. En la mayoría de los casos, dado el carácter pleiteante de la sociedad española de la época moderna, que nos recordaba KAGAN, los conflictos acababan en largos y costosos pleitos en la Chancillería de Granada, pero otras veces, caso de la villa de El Peral en 1630, las tensiones derivaban en sucesos sangrientos.

Hoy analizaremos la lucha por el poder local en las villas de Motilla y El Peral poco antes de la peste del año 1600. La crisis del seiscientos, desgraciadamente muy ignorada, fue unos de esos puntos de inflexión que marcaría los rumbos de unas sociedades locales por derroteros que a fines del siglo anterior difícilmente hubieran sido imaginables. Motilla y El Peral nos aparecen como dos pueblos que conviven en perfecta ósmosis, pero Motilla el pueblo nuevo en crecimiento constante acabará absorbiendo a El Peral, la villa antiquísima y de rancio abolengo. Sus familias acabarán buscando su fortuna en Motilla, lugar de encrucijada de caminos hacia Levante y Albacete y más afortunada. El peso demográfico de Motilla, quinientos vecinos, frente a los ciento cuarenta de El Peral, es reflejo del peso de ambas villas.

La venta de regidurías perpetuas hacia 1590, en un momento de la nueva exacción fiscal del servicio de millones, había sido funesto para el difícil equilibrio que vivía la sociedad motillana. Los siete regidores perpetuos que ejercieron el poder en la década de los noventa lo habían hecho en beneficio propio. Cuando en los últimos años del siglo XVI, las condiciones económicas devinieron adversas con las malas cosechas y las derivadas crisis de subsistencias, las acusaciones contra los regidores se hicieron más visibles. Miguel de Dueñas puso voz a los vecinos motillanos* que acusaron a sus regidores de esquilmar los bienes del pueblo y ejercer el uso del poder arbitrariamente. Se acusaba a los siete regidores motillanos de encabezar una camarilla de cincuenta vecinos que se habían confederado para comprar los oficios municipales. Desde el monopolio que detentaban del poder local, se eximían a sí mismos y sus parientes del repartimiento de cargas y hospedaje de soldados. Las acusaciones partían de un contexto de escasez y crisis de subsistencias que había situado el precio de la fanega de trigo, comprado lejos de la villa, en la desorbitada cifra de treinta reales; el caudal del pósito, valorado en seis mil ducados, se había dilapidado. Se acusaba a los regidores de pagar con el caudal del pósito el precio de sus oficios y de apropiarse 35.000 reales, de apropiarse de las rentas concejiles y de comprar el oficio de escribano a favor de un particular para encubrir y dar naturaleza legal a sus delitos. Además, Miguel de Dueñas y sus consortes, amparándose en la obligación de los oficios públicos de someterse a un juicio de residencia, pedían que el corregidor de San Clemente pasará a la villa de Motilla a juzgar a sus regidores y tomar cuentas de su administración en los últimos diez años.

Igual proceder que los vecinos motillanos siguieron algunos vecinos de El Peral que denunciaron a sus regidores**. Los vecinos de la villa de El Peral para mitigar la necesidad de sus ciento cuarenta vecinos había hecho un pósito hacia 1583; la operación supuso un primer endeudamiento de la villa que se vió obligada a tomar un censo de 1.500 ducados. Un segundo endeudamiento vino por igual cuantía de un donativo real, cuyo importe sacado en un primer momento de la tesorería de millones de Cuenca, acababa obligando el caudal del pósito de la villa. La acusación de El Peral adquiere un fuerte matiz de clase, expresado como veremos en el lenguaje usado por las partes contendientes. En el Peral no había regidores perpetuos, pues, aun siendo la villa de escasa vecindad, había decidido consumirlos poco después de su implantación. Un vecindario, agraviado por la actuación de estos oficiales, había elegido el peor momento para amortizar estos cargos, pues el precio fue un nuevo endeudamiento por cuantía de 530 ducados. La villa se vio obligada a adehesar y arrendar a particulares por diez años un término propio del pueblo llamado el Pinar. Los beneficiarios del arrendamiento habían sido los propios regidores denunciados, en cuyos bolsillos acabaron las rentas destinadas en un principio al consumo de las regidurías, privando al pueblo, a decir de los denunciantes, de unas rentas valoradas en mil cien ducados.

Los denunciantes de ambas villas llevaron sus causas a la Corte, un siete de mayo de 1599, dando su poder al motillano Miguel de Dueñas. Los regidores motillanos defendieron su causa, alegando que las acusaciones venían por el reparto de trigo y cebada a los denunciantes con motivo de la jornada del rey Felipe III y su hermana Isabel Clara Eugenia a Valencia, donde habían acudido un mes antes para desposarse respectivamente con la reina Margarita de Austria y el archiduque Alberto. Las cuentas de las dos villas y su pósitos ya se habían tomado en 1597 por el alcalde mayor de San Clemente, el doctor Francisco Pimentel. Aunque sus sentencias no habían convencido y estaban apeladas en la Corte ante el Consejo de Castilla. No obstante, quien nos ayuda a comprender realmente lo que estaba pasando era el regidor peraleño Pedro García; aunque en tono exculpatorio se reconocía que los abusos de las oligarquías locales coincidían en el tiempo con años aciagos de malas cosechas, que habían provocado la pauperización del común de los pueblos

como a cinco o seis años que la cosecha de pan y vino a seydo muy poca en esta villa por aber faltado los tenporales y por causa de piedra y niebla y otros casos fortuitos y en particular este año presente a seydo muy estéril y que desta causa todos los vecinos desta villa están muy gastados y necesitados y se espera un año de muncho trabaxo para los vecinos desta villa
La afirmación del regidor venía corroborada por vecinos notables de la villa, tal como Pedro López Chavarrieta de cincuenta años, que reconocía que las acusaciones de los peraleños hacían leña del árbol caído, acusando a unos regidores ya condenados por el doctor Pimentel y cuyas sentencias estaban pendientes en el Consejo de Castilla. Las tensiones en el pueblo eran para agosto del año de 1599 muy graves, coincidiendo con una pésima cosecha. En ese diagnóstico, tan real como interesado a decir verdad, coincidían otros notables, que sin desempeñar los cargos públicos no por ello habían dejado de beneficiarse de los propios y rentas concejiles, tal era el caso de Andrés Luján.

Lo cierto es que, aprovechando el estado de necesidad que se vivía tanto en la villa de El Peral como en la de Motilla, un grupo numeroso de vecinos de ambos pueblos habían hecho causa común contra los vecinos principales que detentaban los poderes locales. Aprovechaban que el licenciado Cisniega estaba tomando la residencia del corregidor de San Clemente Fernando de Prado, para reabrir el proceso del doctor Pimentel de dos años antes, que ya había condenado a estos principales por malversar los bienes de los propios y de los pósitos locales.

La defensa de los poderosos corrió a cargo de Francisco Lucas, regidor de la villa de Motilla. Sus argumentos delataban la defensa del interés de clase por encima de las necesidades ajenas. Los denunciantes habían conseguido que el licenciado Cisniega entendiera, por comisión recibida el 17 de mayo de 1599, en la cuentas de los propios y de los pósitos. El momento no podía ser más oportuno; en pleno mes de agosto las cosechas acababan de ser recogidas de los campos. Pedro Lucas protestó. Los cargos de mayordomos de pósitos vencían para San Juan de cada año, era a comienzos de julio cuando se tomaban las cuentas. Ahora, al llevarse en el mes de junio el escribano y alguacil enviados por el juez de residencia los papeles del pósito se decía que no se habían podido cobrar las deudas a partir de Santiago, una vez segada la mies y que los trabajadores habían recibido sus salarios. A la escasa cosecha se unía la ocultación del trigo recogido. Desde luego, la práctica de ocultación del trigo para evitar pagar las deudas del pósito y el diezmo poco tenía que ver con la falta de los papeles de cuentas del pósito. Más bien era una práctica consuetudinaria, que especialmente algunos practicaban más que otros.

La malversación del caudal de los pósitos en el corregimiento de las diecisiete villas venía de lejos. Ya en 1595 el corregidor y su alcalde mayor habían recibido comisión para intervenir las cuentas de los pósitos de las villas del corregimiento. La denuncia vino de la villa de San Clemente. Allí el regidor Hernán Vázquez de Ludeña denunció cómo el dinero que habían recibido los depositarios de la villa Bautista García de Monteagudo y Diego Ramírez Caballón, seis mil ducados  para redimir un censo cargado contra el caudal del pósito no se había utilizado para tal fín y cómo desde hacía doce años las cuentas del pósito de don Alonso de Quiñones ni se habían tomado ni sus deudores habían satisfecho sus deudas. El doctor Pimentel fue comisionado para tomar las cuentas de los pósitos de las diecisiete villas, comisión que incumpliendo el término de los treinta días se acabó convirtiendo en intromisión de la justicia de San Clemente en las cuentas de los pósitos de los dos años siguientes. Las condenas impuestas fueron aceptadas de mal grado y apeladas. Es de suponer algún tipo de compromiso entre el corregidor y las oligarquías locales, pues a pesar de la intervención del caudal de los pósitos por su justicia dos años antes, en 1599 se prefería la acción del corregidor sanclementino antes que la intervención del juez de residencia licenciado Cisniega. Se alegaba que las villas difícilmente, en la escasez que se vivía, podían soportar los salarios de dicha residencia, cifrados en dos mil maravedíes, pero aparte de esta realidad, se temía más el clima de malestar social existente en los pueblos, cuyos vecinos empobrecidos reclamaban justicia.

Los principales conseguirían evitar la intervención en los pósitos municipales del licenciado Cisniega, pero los denunciantes seguirían en su empeño, consiguiendo ya en el año 1600 (año de pésima cosecha por el pedrisco de abril y mayo) intervención de un nuevo juez de comisión, el licenciado Santarén, prorrogando en el mes de mayo su comisión inicial de ocho días a otros quince más. Sin embargo, para el 10 de junio el licenciado Santarén, que no ha comenzado todavía su comisión, se excusa de llevar a cabo su labor por la estar su mujer enferma en Madrid. De nuevo las presiones de los poderosos locales, como antes con el licenciado Cisniega, evitaban su acción judicial. Para entonces los regidores de El Peral deciden enviar procuradores a Madrid, alejando de la villa el contencioso, que pagan con las rentas de los propios.

Ya en el mes de julio de 1600, los peraleños intentan se mande nuevo juez de comisión. Faltan por cobrar los alcances del pósito desde el año noventa y tres. Mientras que los regidores peraleños eluden el pago de sus deudas, apoyados por la parcialidad de la justicia del corregidor de San Clemente, otros vecinos sufren ejecuciones en sus personas y bienes por no poder hacer frente a los réditos de los censos con que está cargada la villa. Por fin se decide el 1 de agosto que vaya a tomar las cuentas el corregidor de Cuenca. La decisión es tomada como una derrota por los regidores de El Peral, que piden su recusación. Razón llevan, pues el corregidor de Cuenca se ha entrometido en años pasados en las villas del sur de Cuenca para garantizar el abasto de la propia ciudad. Se ve más imparcial, y tal vez manejable,  al corregidor de Chinchilla. Para entonces el conflicto está enervado; a ello contribuye que la villa sea una vecindad estrecha de apenas ciento cuarenta vecinos, pero asimismo el poder de sus vecinos principales cuyos intereses y lazos se extienden por toda la comarca. El lenguaje del contencioso se hace más agrio. Los regidores presentan a la villa de El Peral como una sociedad de iguales, donde ningún vecino tiene hacienda superior a los mil ducados. obviando el poder e influencia de linajes como los Luján y los Chavarrieta. Sus enemigos son presentados en un lenguaje de desprecio  y clasista como gente de baja procedencia
porque vª al. sabrá que las personas que lo piden (que se mande juez de comisión) son algunos particulares pobres y gente común y holgazana que no tiene en qué entender y porque la justicia y regimiento de la dicha villa los conpele a que trauajen y no anden vagantes an tomado tanto odio y enemistad con ellos

El pleito parece detenerse bruscamente sin que conozcamos el final. La causa, sin embargo, no es otra que la presencia de la peste ya desde mediados del mes de julio en las villas del corregimiento. Durante seis meses la presencia del mal, o los temores en aquellas villas no alcanzadas, acalla cualquier conflicto.





Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 28252, Exp. 11.  Miguel de Dueñas y consortes vecinos de la villa de la Motilla con Tomás Tendero y consortes sobre cierta querella  



* Los vecinos motillanos que denunciaron los abusos de los regidores fueron Miguel de Dueñas, Roque de la Parrilla, Alonso de Toledo, Pascual de Barchín y Miguel Martínez. Los regidores perpetuos eran Tomás Tendero, Alonso de León, Manuel de Ojeda, Miguel García, Antón de la Jara, Francisco Lucas.

** Los vecinos de El Peral que denunciaron los abusos fueron Miguel Leal, Alonso del Peral, Agustín García, Juan Jiménez, y Gil de Alarcón. Se querellaban criminalmente de los regidores Diego de Alarcón, Juan de Mondéjar, Alonso de Tórtola Espinosa, Pedro García de Contreras y el alguacil Juan Navalón.

jueves, 2 de febrero de 2017

Las tribulaciones del estudiante motillano Julián Chavarrieta

Los jóvenes pertenecientes a las familias que integraban las élites de la Manchuela conquense se formaban en la Universidad de Alcalá. Allí tenían acogida en el colegio de los Manchegos fundado por el doctor Sebastián Tribaldos. tal era el caso de Julián Chavarrieta Ojeda, matriculado en cánones, un trece de diciembre de 1628 y que ahora en 1630 estudiaba su segundo curso. Un abnegado estudiante, a decir de dos de sus compañeros
le a uisto cursar en ella la facultad de cánones ques la que professa oyendo sus liçiones con cuidado de los catedráticos de liçiones desta unibersidad en la qual saue que a rresidido con su apossento cama missa y libros 
No tenían la misma opinión sus vecinos motillanos, donde pasaba por un crápula y donde el alcalde ordinario Francisco Ortega lo tenía encerrado en la cárcel de la villa por sus visitas amorosas a la joven María Zarzuela. Y es que para la justicia motillana los fueros universitarios a los que pretendía acogerse el joven Julián valían muy poco cuando estaba en juego la honra. En otras palabras, los temas de honor se dilucidaban en el pueblo. En la cárcel de Motilla, sita detrás de la red de distribución de pan, durante el mes de abril de 1630, se encontraba Julián, con grillos, encadenado y con un candado, esperando responder por mancillar la honra de la joven motillana María y de su familia.

María Zarzuela se nos presenta como la inocencia más pura en una declaración que nos hace justamente dudar de su pretendida ingenuidad. El acceso a las habitaciones de la moza, saltando las tapias del corral a altas horas de la noche no era sino un suceso más, intencionadamente traído a colación en estos casos de estupro, a saber, el de quebrantamiento de la morada con agravante de nocturnidad como elemento acusatorio añadido. Para los escépticos, una joven pretendida, abría las puertas de su casa como se abría ella misma al fogoso Chavarrieta, negando con su testimonio la misma querella interpuesta por su procurador que presentaba a Julián saltando los bardales y tapias de la casa de María por las noches
que el dicho rreferido chavarrieta trató amores con la declarante y que un día que yva el dicho rreferido chavarrieta por la calle desta declarante haçia el poço de arriba le dijo a esta declarante que si lo quería que para que lo traya callado y esta declarante le rrespondió que sí lo quería y por entonces no pasó otra cosa y a el cabo de quince días pocos más o menos le tornó a decir el dicho rreferido chavarrieta a esta declarante que se dexase la puerta del corral abierta y que el yría por los corrales y entraría y esta declarante lo hiço,  ansí el susodicho acudió como a las honce de la noche y entró dentro de la casa de su padre desta declarante y éste le dijo que no abrá de llegar allá si no le daba fe y palabra y mano de que se casaría con ella, el qual dijo que sí y le dio la mano y palabra que se casaría con esta declarante y que dios le faltase si él faltase bajo que dentro de dos años no se abía de publicar para poder acabar sus estudios y bajo deste trato la obo carnalmente dos veces y obo su virginidad y con esto se tornó a salir por donde abía entrado y que después como quince días más de lo suso dicho tornó a entrar por donde abía entrado la primera vez y esta vez tuvo que hacer tres veces con esta confesante en una cama que tenía esta confesante en una cámara y a dos días volvió otra vez por la misma parte y tuvo que hacer con esta declarante otras dos veces y después desto en diferentes tiempos tornó a su casa de su padre desta declarante el dicho rreferido chavarrieta por la puerta de la calle que se la abrió esta declarante y ansimismo tuvo que hacer y la obo carnalmente otras muchas veces en la cocina de la dicha casa y questo es la verdad bajo de juramento (declaración de María Zarzuela)

El caso es que poco importaba la complicidad de la joven, de la cual, como menor, se podía dudar de la responsabilidad de sus actos (no tanto de la permisividad del padre). A pesar de que los constantes encuentros sexuales no habían acabado en embarazo, Juan Zarzuela padre no parecía dispuesto a dejar pasar la oportunidad de emparentar vía matrimonial con los Chavarrieta y Ojeda (Julián era hijo de Juan Chavarrieta y María Ojeda), que pasaban por ser dos de las familias principales del pueblo. Tal como manifestaba el procurador de la familia la deshonra de la doncella afectaba a todo el linaje y solo se remediaba, una vez que María perdió su virginidad, con el matrimonio de los jóvenes, pues que el portillo de su deshonor no se puede soldar ni reparar.

A decir de los testigos, María Zarzuela era moza honrada, principal, de leales costumbres, hermosa y de buen talle, confundiendo intencionadamente sus virtudes morales con sus gracias naturales. Sus primeros escarceos amorosos con Juan Chavarrieta tuvieron lugar por julio de 1629 en la casa que en la calle San Roque tenía la viuda Ana Martínez. La complicidad de las conversaciones y meriendas pronto derivaron en encuentros íntimos en un aposento de la casa de la viuda. María se ausentaba con la excusa de ir tras una gallina que se había escapado en dirección a un aposento y Julián Chavarrieta iba tras ella, reunidos en el aposento, comenzaba, en palabras de la hija de la viuda, menor de nueve años, la danza de ruidos, que una vez terminada, concluía con María saliendo colorada de la habitación. La maledicencia de la acusación era evidente y quizás injusta, incluidas las resonancias sexuales de la gallina objeto de la persecución. Los encuentros amorosos se repetirían en otros lugares y fechas como se sucedieron los testigos presentes dispuestos a denunciarlos ante el alcalde ordinario Francisco de Ortega, que determinaría un veintiuno de abril de 1630 encarcelar a Julián Chavarrieta con grillos y cadena. En la toma de decisión de la prisión debió pesar que por esas mismas fechas la justicia de Motilla recibió mandamiento inhibitorio del rector de la Universidad de Alcalá reclamando la causa. El alcalde motillano remitió el preso a la cárcel escolástica de la universidad de Alcalá de Henares, donde el rector Pedro de Quiroga y Moya le tomó confesión el seis de mayo.

Julián de Chavarrieta era hijo de Juan Pérez de Chavarrieta y María Ortiz Ojeda, en el momento de su prisión contaba con veintiún años. La edad, menor de veinticinco y mayor de catorce, le obligó a nombrar curador que lo representara en el juicio ante el rector alcalaíno. Igual proceder correspondió a María Zarzuela, que contaba con quince años. Julián negó todo; María se reafirmó en lo que había declarado ante el alcalde ordinario de Motilla, insinuando además que por el mes de octubre de 1629 Julián había ofrecido unas uvas a su hermana Catalina. ¿Quién decía la verdad? Al menos sabemos quién mentía y esa era María Zarzuela que en su testimonio alegó no firmar por no saber, pero que en el momento de solicitar curador sí lo hizo unos días antes.
firma de María Zarzuela (pares.mcu)
Para dilucidar la verdad se celebró un careo el ocho de mayo entre los dos jóvenes. Julián de Chavarrieta se mantuvo frío e imperturbable; María, insinuante y acusadora: ¿acaso había olvidado Julián que cuando la visitaba dejaba sus zapatos en un parral, su declaración amorosa en el pozo de arriba, sus temores en el campo debajo de una higuera, el bolsico que le había regalado como prenda de futuros esponsales, sus correrías detrás de la gallina? En suma, como añadiría su curador, una doncella honesta, virgen y en cabellos, engañada por un truhán que solo pretendía gozar de ella bajo falsa palabra de casamiento, dejando a la quinceañera deshonrada y burlada. Tal afrenta, a petición de los acusadores, se debía pagar con la cárcel, eludible si la familia de Chavarrieta indemnizaba a los Zarzuela con cuatro mil ducados, pues el estuprador debía pagar su culpa con el matrimonio y con estas sustanciosas arras. Para hacernos una idea de la cantidad, los cuatro mil ducados equivalían a 44.000 reales, el sueldo diario de aquella época difícilmente llegaba a los dos o tres reales. Ingente cantidad la pedida por los Zarzuela, más si tenemos en cuenta que otras hijas casadas de la familia habían aportado como dotes en sus matrimonios cincuenta ducados y ropa de cama.

La defensa de Chavarrieta pasó de la negación de los hechos a la reivindicación de clase. La acusación contra Julián, hijodalgo notorio, venía de gente humilde y baja condición. Era conocido por todos que los abuelos de los Zarzuela habían desempeñado bajos oficios, el materno como alpargatero en La Motilla y el paterno como cardador en Valverde, incluido el servicio doméstico del padre en casa del licenciado Vilches, tío de Julián. En palabras del curador de Julián Chavarrieta, caso contingente el de la gallina, que no tenía por qué concluir en matrimonio de dos jóvenes de tan diferentes y distantes calidades. Además, ¿qué podía pretender una familia, que mandaba a María a la taberna del pueblo a cumplimentar recados y que aceptaba como prenda matrimonial un bolsico en vez de una sortija?

El procurador de Julián de Chavarrieta acabaría consiguiendo la libertad de su defendido un diecinueve de junio, aunque limitada a la ciudad de Alcalá de Henares y sus arrabales. El caso parecía ganado, por eso se hizo nueva petición para que Julián, supuestamente enfermo, pudiera trasladarse a Motilla y curarse con los aires de su tierra. Sin embargo, para evitarlo y a la desesperada, la familia Zarzuela solicitó que se encargase comisión a presbítero, acompañada de dos matronas, para demostrar que la joven había sido desflorada y corrompida por varón. La petición convertiría el proceso, muy legalista hasta ahora, en un lodazal, donde afloraron las acusaciones y actuaciones más espurias. Los Chavarrieta comenzaron por dudar de la honestidad de María, una joven que andaba a todas horas por la calle, servía a un cura y, presente en su proceso en Alcalá, había alternado sin mucho rubor con los estudiantes
siendo ella como es muger que anda mui de ordinario por las calles de la motilla, iendo como ba por agua a la fuente, por vino a la la taberna, a labar al labadero i a todos los demás mandados ordinarios que se ofrecen en su cassa, a todas oras ansí de día como de noche, hablando con muchas personas en las cassas i calles indistintamente i auiendo como a serbido al cura de la dicha villa i estado en su cassa mucho tiempo i hecho en ella todos los mandados ordinarios saliendo fuera muchas veces en la dicha forma, de que en el lugar llegó a aber mucha murmuración, abrá sido fácil que la dicha maría çarçuela aia sido corrompida de varón... abiendo benido a esta villa (de Alcalá) como a v. md. le consta i estado en ella en una posada de estudiantes i andado en el camino por mesones partes todas para poder suceder el corrompimiento que dice tiene
Las acusaciones iban a dañar el buen nombre de la moza. Poco importaba que en Motilla no hubiera fuentes, pues su función la cumplía el pozo de Arriba a seiscientos pasos de la villa, o que no hubiera lavadero, pues las mujeres se desplazaban a lavar hasta los lugares llamados las huertas de Juan Leal y Juan de los Paños. Al fin y al cabo, como en todo pueblo, existían los lugares para el chascarrillo y los corrillos. La diferencia es que ahora se estaba forjando en el pueblo una minoría que anteponía la etiqueta y el decoro a estas formas de sociabilidad popular. Etiqueta y decoro que exigían entre sus iguales en una situación de predominio social, pero que olvidaban con sus inferiores, objeto de sus desenfrenos. Pero existían familias, aún siendo nietos de alpargateros o cardadores, que, ganada cierta posición social y respetabilidad, no aceptaban su subalternidad.

2ª parte

Para el 24 de julio de 1630 Julián Chavarrieta había quebrantado su prisión, que tenía como paredes la villa de Alcalá de Henares y sus arrabales, y había vuelto a su villa natal de Motilla de Palancar en busca de los aires de su tierra. Estaba seguro que la fianza dada a su favor por un alcalaíno llamado Juan García el rico sería suficiente para no ser molestado. Pero ni los Zarzuela lo querían ver en el pueblo ni el celo del rector Quiroga como juez estaba dispuesto a permitírselo. El rector perseveraba en mantener en su prisión abierta a Julián Chavarrieta y los Zarzuela vieron aumentado su enojo después que los Chavarrieta presentaran a María como joven de costumbres muy ligeras. Mientras Juan Chavarrieta andaba desaparecido, para unos en Alcalá (todavía el uno de octubre su fiador se presentó ante el rector poniendo a su disposición su persona y sus bienes), para otros en Motilla. Por algunas cartas se decía que Julián parecía dispuesto a consagrar su vida al celibato como clérigo.

Entretanto, el pleito, empantanado; la razón era que los autos que por el mes de mayo había llevado a cabo el alcalde Francisco de Ortega por orden del rector de Alcalá se habían remitido a la Chancillería de Granada, curso normal de apelaciones en los pleitos de la justicia ordinaria; autos que ahora reclamaba privativamente e inhibitoriamente la justicia universitaria de Alcalá. En este conflicto de jurisdicciones, los Chavarrieta aportaban un elemento más de confusión al apelar la orden de prisión de su deudo ante el nuncio de Su Santidad. El rector, ya en mayo, había mandado al licenciado Pedro Blasco, comisario del Santo Oficio, a Granada, como receptor que recibiera informaciones del alcalde Francisco de Ortega y otro vecino que allí andaban intentando que el pleito no escapara de la justicia ordinaria; llevaban consigo varios testimonios de vecinos de Motilla aportados por Juan Zarzuela, ratificando la honradez de su hija, entre ellos el del cura licenciado Fernández de Bobadilla, sobre el que los Chavarrieta habían sembrado dudas.

Pero los Chavarrieta tenían muchos amigos en el pueblo o, al menos, más poder que los Zarzuela. Lo demostraron en la aportación de testigos en la información realizada a petición de Julián y su procurador el día uno de octubre de 1630. Las declaraciones ratificarían el linaje hidalgo de los Chavarrieta frente a la baja condición de los Zarzuela. Los testigos eran familias principales del pueblo, detentadores de las regidurías y oficios públicos*.

Los testigos ratificarían la hidalguía de los Chavarrieta. El padre y el abuelo de Julián habían ganado ejecutoria de hidalguía en 1604 frente al concejo de El Peral y como tales hidalgos optaban a la mitad de los oficios concejiles. Frente a esto, los Zarzuela eran simples pecheros, el abuelo paterno era cardador en Valverde y el materno, Antón López Bustamante, oficial alpargatero en Motilla. Pero Antón no era analfabeto, pronto dejó el oficio de alpargatero y se ganó la vida como procurador de causas de la villa. Su cometido le garantizaba una presencia en primera línea en la vida política municipal. Su yerno Juan de Zarzuela, nacido en Valverde hacia 1574 y llegado a Motilla en 1594, sirvió como criado al licenciado Pedro Vilches, que era cura de la villa desde 1588 y había llamado a Juan para su servicio, como mayordomo según él, en cualquier caso, desempeñando el oficio de sacristán. Oficio despreciado, pero que le colocaba en posición de influir sobre la feligresía motillana y le procuraba cercanía al cura de la villa, en ese momento Mateo Fernández de Bobadilla. Juan Zarzuela había casado con Úrsula Fustamante, naciendo del matrimonio un hijo llamado Pedro y tres hijas, Úrsula, Catalina y María. Creemos que tenía otro hijo mayor, el licenciado Juan Zarzuela, al que dio estudios universitarios, sin duda con la ayuda del cura Mateo Fernández Bobadilla. La protección del párroco es lo que le daba cierto estatus social, a pesar que sus únicos bienes eran su casa de morada y el oficio de sacristán.

Según decían en el pueblo, a su hijo e hijas mayores, valiéndose de tretas y artimañas, les había buscado buenos matrimonios. Ahora le tocaba a María, la menor, que servía en casa del cura Mateo Fernández de Bobadilla, un riojano de Grañón llegado al curato de Motilla hacia 1608. Una muchacha de buen talle y joven, en casa de un cura, era motivo de habladurías en el pueblo, pasando María por simple barragana del licenciado Mateo Fernández Bobadilla. Sobre no guardar el celibato por parte de los curas motillanos, existían antecedentes; el licenciado Pedro Vilches, antecesor en el curato, tenía un hijo natural del mismo nombre, tenido con una hermana de la madre de Julián Chavarrieta. No es extraño que en todo el expediente que estudiamos, aunque no hay declaraciones expresas, Juan Chavarrieta y el licenciado Mateo Fernández Bobadilla se colocan en partes enfrentadas, acusado y acusador, pero solo en términos jurídicos, pues de la lectura de los folios hay una soterrada acusación recíproca, velada en lo que afecta al cura, de haber desflorado a María Zarzuela. Desconocemos el fundamento de estas acusaciones, pero, desde luego, Mateo Fernández Bobadilla tenía enemigos en el pueblo al que había llegado en 1609 con veintiséis años. Once años después ya pretendía el oficio de notario de la Inquisición de Cuenca; oficio que le costaría obtener algunos años al ser acusado de tener sangre judía en sus venas. En el otro lado, la joven María no era ejemplo de recato, cualidad de las señoras, pues con total naturalidad hablaba con mancebos, casados o clérigos por las calles, acudiendo a lugares de dudosa reputación, aunque fuera para hacer recados. Era normal verla comprar morcillas en el mesón de la villa, que por aquella época además de ser alojamiento de forasteros era tienda de venta de productos básicos, ir a la taberna a por vino. María era además mujer muy expresiva, no privándose de dar unos buenos abrazos a un alférez llamado don Felipe Carrasco, que por aquel tiempo debía estar reclutando soldados para la guerra Italia. Algo inimaginable en el comportamiento de señoras ricas y principales en edad de casar, que solían salir a la calle cubiertas de mantellinas, una clase de mantilla que cubría la cabeza, y acompañadas de criadas, madre o hermanas, y que evitaban pasarse por tabernas o tiendas y en ningún caso por mesones.

No obstante los comportamientos que parecían impropios de una dama a ojos de un noble no lo eran para la mayoría de los vecinos, partícipes de un vivir más natural sin etiquetas. Motilla siempre había sido tierra de labradores. La honradez la daba el trabajo no los comportamientos reglados. Una villa de labriegos era una pequeña sociedad alejada de puritanismos y una disposición alegre ante la vida. Por supuesto que sus mozas iban a las tiendas o tabernas a recados, ¿quién iba a hacer si no la compra?, que perdían el tiempo flirteando con los hombres, que se contaban sus chismes en el pozo de agua o en los lavaderos y que a altas horas de la noche se dejaban cortejar por los mozos. Toda la vida había sido así. Julián de Chavarrieta, por muy hijodalgo que fuera, participaba de la vida popular de la villa y su lenguaje estaba bastante alejado del decoro debido a un hombre de su condición; de María Zarzuela decía que tenía buenas carnes y buena la color de la cara, su modo de festejar y rondar a María no distaba del común de los mozos motillanos sin que faltaran las celestinas de turno y el amigo silbando para avisar de la llegada de intrusos.

¿Qué había cambiado en Motilla? Pues que la sociedad de labriegos donde todos se conocían había devenido socialmente en un grupo más estratificado. A la altura de 1630, Motilla había alcanzado el máximo de su población; según el pasante Francisco García, Motilla tenía ochocientos vecinos. A pesar de la crisis pestífera de comienzos del seiscientos, y al igual que San Clemente, Motilla vivía su apogeo demográfico, antes de iniciar la declinación originada por las exigencias militares de mediados de los años treinta, Motilla era un pueblo renacido con una población muy joven, nacida en la década anterior y la posterior del cambio del siglo. JIMÉNEZ MONTESERÍN, según fuentes del Archivo Municipal de Cuenca da cifras para 1625 de 680 vecinos para la villa de Motilla, que se reducen de forma drástica a 320 vecinos para 1649. Esto nos da idea que la cifra dada por el pasante Francisco García no es tan desacertada, pero también del derrumbe demográfico de los años cuarenta (el censo de 1646, tan benigno como poco fiable hace descender la cifra a 500 vecinos. Pero las cifras también señalan el excedente demográfico en torno a 1630, en parte correspondiente a la alta natalidad del período de cambio de siglo, a pesar de la desnatalidad que nos habla PÉREZ MOREDA para el breve período 1597-1601, ligado al suceso pestífero de inicios de siglo, y, en parte, excedente debido a los flujos inmigratorios hacia Motilla. Del potencial demográfico será conocedora la Corona, cuando deba reclutar soldados para la guerra.

Si analizamos los testigos favorables a una y otra parte, vemos, aparte la diferencia social, la diferencia generacional entre los favorables a Chavarrieta y los favorables a María Zarzuela, que bien expresa dos mentalidades, el conservadurismo de los primeros frente a una forma igualitaria de entender la vida de los segundos. María Zarzuela ganaría el juicio, poco importaba, pues el dinero y no el casamiento repararía la culpa de Julián Chavarrieta, que unos años después nos aparece como abogado de los Reales Consejos y desempeñando diversos oficios públicos. Más importante será cómo el paso de esta generación de los felices años veinte dará lugar a la destrucción social de los años treinta y cuarenta, décadas de carestía y de guerra. Una generación perdida y sin continuidad, que dará paso a la muerte de los jóvenes en la guerra, a la marcha emigratoria hacia Levante, huyendo de la guerra y los impuestos, y a una involución conservadora de la sociedad.

Reflejo de esta evolución es el devenir del pleito aquí tratado. Julián Chavarrieta sería condenado el uno de julio de 1631 a elegir entre casarse en el plazo de treinta días con María Zarzuela o pagar quinientos ducados, aparte de los 4.000 maravedíes de costas del proceso judicial. Sería María quien elegiría, que ya desde el mismo día dos andaba pidiendo los quinientos ducados y ver lejos de sí a Julián, solicitando se mantuviera la prisión. El padre de Julián, Juan Pérez Chavarrieta se presentaría como fiador de su hijo, obligando su persona y bienes, para conseguir su libertad. Dos años más tardarían los Zarzuela en conseguir auto definitivo de la ejecución de la sentencia. El mencionado auto es de abril. El 9 de julio los dos jóvenes contraían matrimonio, tal vez por la imposibilidad de los Chavarrieta de pagar los 500 ducados (1).

(1) La fecha del matrimonio de ambos jóvenes se la debo a doña Juliana Toledo Algarra. Mi agradecimiento


Archivo Histórico Nacional, UNIVERSIDADES, 193,  Exp. 24.  Pleito de Maria de Zarzuela, natural de Motilla del Palancar (Cuenca) contra Julián de Chabarrieta Ojeda, estudiante de la Universidad de Alcalá, por incumplimiento de promesa de matrimonio. 1630


*Testigos favorables a Julián Chavarrieta
Juan González Bordallo, 77 años, antiguo escribano de la villa
Benito García de Bonilla, regidor perpetuo de la villa, 64 años
Licenciado Francisco de Ortega, abogado, veinticinco años
Francisco García Lázaro, 64 años
Sebastián García Valverde, 54 años
Tomás García de Bonilla, hijo del regidor Benito García de Bonilla. 18 años
Licenciado Bartolomé de Jaén, presbítero, 55 años
Felipe Moreno, 46 años
Miguel de Ortega, el mozo, 25 años
Amaro de Valverde, 45 años

Testigos favorables a María Zarzuela
Antón Herráiz, 17 años
Martín García Valverde, 21 años
Ana de Ortega, mujer de Julián López, 30 años
Ana López, mujer de Pedro de Ortega, 34 años
Julián López, 30 años
María Bonilla, mujer de Miguel de Ortega, 62 años
Martín de Villaescusa
Pedro de Ortega, 30 años
Lorencio González, 30 años
María Martínez, 21 años
Inés Quijada, mujer de Juan Zapata Barrasa, 30 años
Pedro Lucas Paños, 19 años
Magdalena López, mujer de Andrés Martínez Cortijo, 40 años
Andrés Martínez, hijo de Andrés Martínez Cortijo, catorce años
Juan de Valverde Navarro, 20 años
Juan de Olivas Torres, 24 años
Quiteria Pérez, 64 años
Licenciado Bartolomé Martínez de Jaén, 25 años
Francisco de Ortega, estudiante y pasante, 27 años
Ana Mateo, hija de Andrés Mateo, 25 años
Ana Martínez, viuda, 60 años

sábado, 28 de enero de 2017

Las tribulaciones del estudiante motillano Julián Chavarrieta (I)

Los jóvenes pertenecientes a las familias que integraban las élites de la Manchuela conquense se formaban en la Universidad de Alcalá. Allí tenían acogida en el colegio de los Manchegos fundado por el doctor Sebastián Tribaldos. tal era el caso de Julián Chavarrieta Ojeda, matriculado en cánones, un trece de diciembre de 1628 y que ahora en 1630 estudiaba su segundo curso. Un abnegado estudiante, a decir de dos de sus compañeros
le a uisto cursar en ella la facultad de cánones ques la que professa oyendo sus liçiones con cuidado de los catedráticos de liçiones desta unibersidad en la qual saue que a rresidido con su apossento cama missa y libros 
No tenían la misma opinión sus vecinos motillanos, donde pasaba por un crápula y donde el alcalde ordinario Francisco Ortega lo tenía encerrado en la cárcel de la villa por sus visitas amorosas a la joven María Zarzuela. Y es que para la justicia motillana los fueros universitarios a los que pretendía acogerse el joven Julián valían muy poco cuando estaba en juego la honra. En otras palabras, los temas de honor se dilucidaban en el pueblo. En la cárcel de Motilla, sita detrás de la red de distribución de pan, durante el mes de abril de 1630, se encontraba Julián, con grillos, encadenado y con un candado, esperando responder por mancillar la honra de la joven motillana María y de su familia.

María Zarzuela se nos presenta como la inocencia más pura en una declaración que nos hace justamente dudar de su pretendida ingenuidad. El acceso a las habitaciones de la moza, saltando las tapias del corral a altas horas de la noche no era sino un suceso más, intencionadamente traído a colación en estos casos de estupro, a saber, el de quebrantamiento de la morada con agravante de nocturnidad como elemento acusatorio añadido. Para los escépticos, una joven pretendida, abría las puertas de su casa como se abría ella misma al fogoso Chavarrieta, negando con su testimonio la misma querella interpuesta por su procurador que presentaba a Julián saltando los bardales y tapias de la casa de María por las noches
que el dicho rreferido chavarrieta trató amores con la declarante y que un día que yva el dicho rreferido chavarrieta por la calle desta declarante haçia el poço de arriba le dijo a esta declarante que si lo quería que para que lo traya callado y esta declarante le rrespondió que sí lo quería y por entonces no pasó otra cosa y a el cabo de quince días pocos más o menos le tornó a decir el dicho rreferido chavarrieta a esta declarante que se dexase la puerta del corral abierta y que el yría por los corrales y entraría y esta declarante lo hiço,  ansí el susodicho acudió como a las honce de la noche y entró dentro de la casa de su padre desta declarante y éste le dijo que no abrá de llegar allá si no le daba fe y palabra y mano de que se casaría con ella, el qual dijo que sí y le dio la mano y palabra que se casaría con esta declarante y que dios le faltase si él faltase bajo que dentro de dos años no se abía de publicar para poder acabar sus estudios y bajo deste trato la obo carnalmente dos veces y obo su virginidad y con esto se tornó a salir por donde abía entrado y que después como quince días más de lo suso dicho tornó a entrar por donde abía entrado la primera vez y esta vez tuvo que hacer tres veces con esta confesante en una cama que tenía esta confesante en una cámara y a dos días volvió otra vez por la misma parte y tuvo que hacer con esta declarante otras dos veces y después desto en diferentes tiempos tornó a su casa de su padre desta declarante el dicho rreferido chavarrieta por la puerta de la calle que se la abrió esta declarante y ansimismo tuvo que hacer y la obo carnalmente otras muchas veces en la cocina de la dicha casa y questo es la verdad bajo de juramento (declaración de María Zarzuela)

El caso es que poco importaba la complicidad de la joven, de la cual, como menor, se podía dudar de la responsabilidad de sus actos (no tanto de la permisividad del padre). A pesar de que los constantes encuentros sexuales no habían acabado en embarazo, Juan Zarzuela padre no parecía dispuesto a dejar pasar la oportunidad de emparentar vía matrimonial con los Chavarrieta y Ojeda (Julián era hijo de Juan Chavarrieta y María Ojeda), que pasaban por ser dos de las familias principales del pueblo. Tal como manifestaba el procurador de la familia la deshonra de la doncella afectaba a todo el linaje y solo se remediaba, una vez que María perdió su virginidad, con el matrimonio de los jóvenes, pues que el portillo de su deshonor no se puede soldar ni reparar.

A decir de los testigos, María Zarzuela era moza honrada, principal, de leales costumbres, hermosa y de buen talle, confundiendo intencionadamente sus virtudes morales con sus gracias naturales. Sus primeros escarceos amorosos con Juan Chavarrieta tuvieron lugar por julio de 1629 en la casa que en la calle San Roque tenía la viuda Ana Martínez. La complicidad de las conversaciones y meriendas pronto derivaron en encuentros íntimos en un aposento de la casa de la viuda. María se ausentaba con la excusa de ir tras una gallina que se había escapado en dirección a un aposento y Juan Chavarrieta iba tras ella, reunidos en el aposento, comenzaba, en palabras de la hija de la viuda, menor de nueve años, la danza de ruidos, que una vez terminada, concluía con María saliendo colorada de la habitación. La maledicencia de la acusación era evidente y quizás injusta, incluidas las resonancias sexuales de la gallina objeto de la persecución. Los encuentros amorosos se repetirían en otros lugares y fechas como se sucedieron los testigos presentes dispuestos a denunciarlos ante el alcalde ordinario Francisco de Ortega, que determinaría un veintiuno de abril de 1630 encarcelar a Juan Chavarrieta con grillos y cadena. En la toma de decisión de la prisión debió pesar que por esas mismas fechas la justicia de Motilla recibió mandamiento inhibitorio del rector de la Universidad de Alcalá reclamando la causa. El alcalde motillano remitió el preso a la cárcel escolástica de la universidad de Alcalá de Henares, donde el rector Pedro de Quiroga y Moya le tomó confesión el seis de mayo.

Julián de Chavarrieta era hijo de Juan Pérez de Chavarrieta y María Ortiz Ojeda, en el momento de su prisión contaba con veintiún años. La edad, menor de veinticinco y mayor de catorce, le obligó a nombrar curador que lo representara en el juicio ante el rector alcalaíno. Igual proceder correspondió a María Zarzuela, que contaba con quince años. Juan negó todo; María se reafirmó en lo que había declarado ante el alcalde ordinario de Motilla, insinuando además que por el mes de octubre de 1629 Juan había ofrecido unas uvas a su hermana Catalina. ¿Quién decía la verdad? Al menos sabemos quién mentía y esa era María Zarzuela que en su testimonio alegó no firmar por no saber, pero que en el momento de solicitar curador sí lo hizo unos días antes.
firma de María Zarzuela (pares.mcu)
Para dilucidar la verdad se celebró un careo el ocho de mayo entre los dos jóvenes. Julián de Chavarrieta se mantuvo frío e imperturbable; María, insinuante y acusadora: ¿acaso había olvidado Julián que cuando la visitaba dejaba sus zapatos en un parral, su declaración amorosa en el pozo de arriba, sus temores en el campo debajo de una higuera, el bolsico que le había regalado como prenda de futuros esponsales, sus correrías detrás de la gallina? En suma, como añadiría su curador, una doncella honesta, virgen y en cabellos, engañada por un truhán que solo pretendía gozar de ella bajo falsa palabra de casamiento, dejando a la quinceañera deshonrada y burlada. Tal afrenta, a petición de los acusadores, se debía pagar con la cárcel, eludible si la familia de Chavarrieta indemnizaba a los Zarzuela con cuatro mil ducados, pues el estuprador debía pagar su culpa con el matrimonio y con estas sustanciosas arras. Para hacernos una idea de la cantidad, los cuatro mil ducados equivalían a 44.000 reales, el sueldo diario de aquella época difícilmente llegaba a los dos o tres reales. Ingente cantidad la pedida por los Zarzuela, más si tenemos en cuenta que otras hijas casadas de la familia habían aportado como dotes en sus matrimonios cincuenta ducados y ropa de cama.

La defensa de Chavarrieta pasó de la negación de los hechos a la reivindicación de clase. La acusación contra Julián, hijodalgo notorio, venía de gente humilde y baja condición. Era conocido por todos que los abuelos de los Zarzuela habían desempeñado bajos oficios, el materno como alpargatero en La Motilla y el paterno como cardador en Valverde, incluido el servicio doméstico del padre en casa del licenciado Vilches, tío de Julián. En palabras del curador de Julián Chavarrieta, caso contingente el de la gallina, que no tenía por qué concluir en matrimonio de dos jóvenes de tan diferentes y distantes calidades. Además, ¿qué podía pretender una familia, que mandaba a María a la taberna del pueblo a cumplimentar recados y que aceptaba como prenda matrimonial un bolsico en vez de una sortija?

El procurador de Julián de Chavarrieta acabaría consiguiendo la libertad de su defendido un diecinueve de junio, aunque limitada a la ciudad de Alcalá de Henares y sus arrabales. El caso parecía ganado, por eso se hizo nueva petición para que Julián, supuestamente enfermo, pudiera trasladarse a Motilla y curarse con los aires de su tierra. Sin embargo, para evitarlo y a la desesperada, la familia Zarzuela solicitó que se encargase comisión a presbítero, acompañada de dos matronas, para demostrar que la joven había sido desflorada y corrompida por varón. La petición convertiría el proceso, muy legalista hasta ahora, en un lodazal, donde afloraron las acusaciones y actuaciones más espurias. Los Chavarrieta comenzaron por dudar de la honestidad de María, una joven que andaba a todas horas por la calle, servía a un cura y, presente en su proceso en Alcalá, había alternado sin mucho rubor con los estudiantes
siendo ella como es muger que anda mui de ordinario por las calles de la motilla, iendo como ba por agua a la fuente, por vino a la la taberna, a labar al labadero i a todos los demás mandados ordinarios que se ofrecen en su cassa, a todas oras ansí de día como de noche, hablando con muchas personas en las cassas i calles indistintamente i auiendo como a serbido al cura de la dicha villa i estado en su cassa mucho tiempo i hecho en ella todos los mandados ordinarios saliendo fuera muchas veces en la dicha forma, de que en el lugar llegó a aber mucha murmuración, abrá sido fácil que la dicha maría çarçuela aia sido corrompida de varón... abiendo benido a esta villa (de Alcalá) como a v. md. le consta i estado en ella en una posada de estudiantes i andado en el camino por mesones partes todas para poder suceder el corrompimiento que dice tiene
Las acusaciones iban a dañar el buen nombre de la moza. Poco importaba que en Motilla no hubiera fuentes, pues su función la cumplía el pozo de Arriba a seiscientos pasos de la villa, o que no hubiera lavadero, pues las mujeres se desplazaban a lavar hasta los lugares llamados las huertas de Juan Leal y Juan de los Paños. Al fin y al cabo, como en todo pueblo, existían los lugares para el chascarrillo y los corrillos. La diferencia es que ahora se estaba forjando en el pueblo una minoría que anteponía la etiqueta y el decoro a estas formas de sociabilidad popular. Etiqueta y decoro que exigían entre sus iguales en una situación de predominio social, pero que olvidaban con sus inferiores, objeto de sus desenfrenos. Pero existían familias, aún siendo nietos de alpargateros o cardadores, que, ganada cierta posición social y respetabilidad, no aceptaban su subalternidad.

(continuará)


Archivo Histórico Nacional, UNIVERSIDADES, 193,  Exp. 24.  Pleito de Maria de Zarzuela, natural de Motilla del Palancar (Cuenca) contra Julián de Chabarrieta Ojeda, estudiante de la Universidad de Alcalá, por incumplimiento de promesa de matrimonio. 1630

lunes, 19 de diciembre de 2016

El vago recuerdo de la Tierra de Alarcón a mediados del siglo XVI

... de treynta e çinco o quarenta años a esta parte que aqueste testigo sabe acordar para tener entera notiçia e conoçimiento de la villa de villanueva de la xara e san clemente y la villa del peral e la motilla y otros pueblos qu'están fundados e poblados en el suelo de alarcón syenpre a visto que los dichos pueblos an tenido e tienen juridiçión cada uno dellos por sy e sobre sy y tienen términos conoçidos distintos y apartados un pueblo de otro no enbargante que todos los dichos pueblos están poblados e fundados en el suelo de alarcón y esto es muy público e notorio e lo a visto como dicho tiene de treynta e çinco o quarenta años a esta parte poco más o menos tienpo e que sabe e a visto que muchos de los pueblos del suelo de alarcón que no están çerrados pueden gozar e gozan unos veçinos del un pueblo del término e aprovechamientos del otro pueblo guardando sus ordenanças y estatutos... demás desto este testigo se aquerda oyr deçir a otros onbres viejos antiguos de más hedad que no este testigo asy veçinos de la villa de la motilla como de otras partes que las dichas villas de villanueva de la xara e san clemente e la motilla e los demás pueblos del suelo de alarcón solían ser aldeas de la dicha villa e no tenyan juridiçión ni térmynos y estavan subjetas al juzgado y juridiçión de la dicha villa de alarcón e que quando el marquesado de villena se reduzió a la corona rreal el rrey dio toda  juridiçión çevil e criminal a cada una de las dichas villas del suelo de alarcón y les dio términos a cada una de las dichas villas distinto y apartado según que cada una de las dichas villas lo pidió e desde aquel tienpo a esta parte son villas las susodichas y tienen juridiçión sobre sy porque primero solían ser aldeas como lo tiene declarado 

Así se expresaba en 1548 Hernando López, vecino de la villa de Motilla del Palancar, que en tiempos pasados había sido alcalde, regidor y alguacil y rondaba los sesenta y seis años de edad. Aunque había nacido en San Clemente, donde, junto a su aldea de Vara de Rey, había pasado sus primeros años, emigraría a Motilla del Palancar. Recordaba como siendo mozo atravesaba el pinar de Villanueva con sus ganados con total libertad. El aprovechamiento de los bienes comunales indistintamente por los vecinos de las villas del suelo de Alarcón todavía era costumbre a comienzos del siglo XVI, veinte años después de que las aldeas del suelo común se eximieran de la villa de Alarcón. Ese pasado común lo recordaba muy bien Pedro Garcia Bonilla, regidor motillano, que tuvo a su cargo hacer una probanza entre los más viejos sobre el pasado común de la Tierra de Alarcón; declaraba cómo los vecinos de las aldeas iban a la villa de Alarcón a velar en su fortaleza; recordaba por el testimonio de su padre el levantamiento contra el Marqués de Villena y cómo sus hombres habían robado su casa y la de otros vecinos motillanos

El goce de los bienes comunales quedaba supeditado a la concesión de licencia por los concejos y a su vigilancia por los guardas o caballeros de sierra de las villas, tal era el caso de la corta de pinos y carrascas. La falta del albalá concediendo licencia para el corte de madera en el término de Alarcón, junto a la ribera del Júcar, les supuso a unos vecinos de Altarejos una víspera de San Juan una multa de dieciocho ducados. El cierre de sus términos por la villa de Alarcón era pareja a lo que hacían el resto de las villas eximidas, que tras interminables pleitos por la fijación de sus términos y aprovechamiento de los bienes comunales, se dotaron de ordenanzas y caballeros de sierra propios para regular el uso de estos bienes. La concesión de licencias, en un principio, respetó el derecho de todos los vecinos  del suelo de Alarcón al uso de los montes comunes, pero la tendencia era al disfrute en beneficio de los vecinos de cada villa. Las regulaciones del uso de frutos de montes y pinares y corta de leña se recogieron en ordenanzas locales, establecidas ya desde el mismo momento de la exención jurisdiccional, que siguieron el modelo de las ordenanzas que ya tenía la villa de Alarcón. A decir de Gil Bermejo, labrador de Motilla, según testificaba hacia finales de los cuarenta, hacía sesenta años que las villas hacían uso de estas ordenanzas.

El modelo de estas ordenanzas de las villas emancipadas eran otras de la villa de Alarcón, que databan de mediados del cuatrocientos y, que a decir del regidor de Alarcón, Garci de Zapata, están sacadas del fuero a questá poblada la dicha villa de alarcón.

Si algo es de destacar es que en la memoria de los más ancianos y sus padres y familiares ya fallecidos pervivía el recuerdo del suelo de Alarcón como una comunidad de vecinos indiferenciada más allá de los límites de los pueblos, con un derecho común a disfrutar de sus montes y pinares, únicamente limitado por las ordenanzas de Alarcón y, tras la exención, por las ordenanzas locales. La reducción de varias villas a la Corona real, en tiempo de los Reyes Católicos, era vista como liberación del poder señorial de los Pacheco, pero también como símbolo de ruptura de la comunidad. Ya en aquel tiempo, hacia 1480, se reconocía que algunas villas habían cerrado sus términos a las vecinas, pero en otras subsistió la comunidad de montes, citándose expresamente San Clemente, Villanueva de la Jara, Motilla, El Peral, Barchín y Cañavate. Los testigos que se presentaron en el pleito entre Villanueva y San Clemente por el uso del pinar de La Losa eran motillanos, pero pocos tenían su origen en esta villa, lo que da cuenta de la libertad de movimientos e intercambio de personas en el suelo de Alarcón: los ascendientes del escribano Alonso de Córdoba venían de El Peral; los de Hernando López de San Clemente y Vara de Rey; Gil Bermejo, motillano sin discusión, pasó su infancia en Villanueva; el padre de Alonso López, regidor motillano, era de San Clemente y sus hijos estaban casados en Villanueva; Juan Sáez de Barchín, escribano y regidor, con un apellido que delataba el origen de su padre, era asimismo deudo de Pedro de Monteagudo, alcalde de Villanueva; Pedro García Bonilla era motillano pero tenía parientes jareños y decía conocer de primera mano a los oficiales y regidores de San Clemente, a los que citaba (el bachiller Rodríguez, el bachiller Avilés, Francisco García, Alonso Pacheco y Hernando del Castillo*).

El cierre de los términos locales comenzó desde el mismo momento de la concesión del título de villazgo por los Reyes Católicos. A decir de Alonso de Córdoba, escribano de Motilla del Palancar, su padre Alonso y su tío Juan, que habían sido vecinos de El Peral, le contaban cómo en los inicios del villazgo, algunos pueblos obtuvieron el cierre de sus términos a los ganados menores. La fijación de jurisdicción y términos se había hecho a partir de 1480 por un juez de comisión, llamado licenciado Pedro González de Molina, que había señalado los límites de Villanueva de la Jara, Motilla, El Peral, Barchín y El Cañavate.

Pero el cierre de los términos a los ganados menores era la excepción al principio. En un primer momento, parece que las limitaciones de los concejos por el uso de sus comunales, les llevaron a establecer períodos en los que temporalmente se permitía su disfrute, una vez sazonados los frutos, tanto a los vecinos propios como a los demás vecinos que pertenecían a la comunidad del suelo de Alarcón. La veda de la piña se levantaba por San Martín, el 11 de noviembre; la veda de la bellota, por San Lucas, el 18 de octubre, y la grana, a fines de mayo o comienzos de junio. El caso más conocido es el de la grana. La grana era un colorante textil procedente del caparazón machacado de un insecto de la familia de las cochinillas. En tiempos de dominio señorial del Marqués de Villena, éste monopolizó la adquisición de la grana, a pesar de encontrarse en los montes comunales de los concejos, pero tras la reducción a la Corona, los concejos emancipados se arrogaron la explotación de este producto y tras un período de libre disfrute por los vecinos de las villas, la pusieron bajo la custodia de sus guardas y caballeros de sierra. La corona, sabedora de la abundancia de este colorante, establecería una fiscalidad separada del conjunto de rentas reales. Así, en el periodo 1544-1546 la renta de la grana se remató en 94.436 mrs cada año a favor de Rodrigo de Alcocer y en 1553 estaba arrendada a Alonso de Ortiz por 112.746 mrs. (AGS, CMC-1ª, leg. 1370).

El uso de la leña y corta de madera de pino, carrascales o robles fue, sin embargo, regulado muy pormenorizadamente en las ordenanzas locales. La corta de leña precisaba de licencia expresa del concejo, y aunque ésta se podía expedir tanto para vecinos propios como de la comunidad del suelo de Alarcón, es de creer que los beneficiarios serían los vecinos locales. La pena de seiscientos maravedíes, recogida en las ordenanzas de Alarcón, por cortar un pie cualquier tipo de árbol, bien fuera carrasca, roble o pino de sus montes o bien chopo, fresno u olmo de la ribera del Júcar, fue contemplada en el resto de ordenanzas locales. Villanueva de la Jara añadiría a mediados de los cuarenta una sisa de dos maravedíes por obtener licencia del concejo por la corta de un pino. La medida fue contestado tanto por los jareños como por los vecinos del resto de los pueblos, obligando a su retirada.

Las villas eximidas del suelo de Alarcón fundamentaban la regulación del aprovechamiento de sus bienes comunales en que esa era la costumbre también de los pueblos del suelo de Cuenca, como Almodóvar, Campillo o Iniesta. Estos pueblos tenían establecidos períodos de veda para la recogida de piñas, bellotas o grana, prohibido la corta de leña sin licencia y limitaciones a los foráneos para su disfrute. Así lo atestiguaba Alonso de Córdoba, que antes de ser escribano de Motilla, lo había sido de Campillo. Tales restricciones eran garantizadas por sus caballeros de sierra, la reglamentación de sus ordenanzas y la concesión de licencias. A juicio de Hernando López, villas como Motilla del Palancar se limitaba a hacer lo que era costumbre en la villa de Alarcón, a cuyo fuero estaba sujeta, y que no difería de lo se practicaba en Chinchilla, Alcaraz o la citada Cuenca.

El uso de ordenanzas, más allá de la arbitrariedad de su aplicación por las oligarquías locales, era el medio principal que tenían los pueblos para conservar sus montes. No guardarlas era causa de su perdición. Así le pasó a Motilla, término pequeño y de escasos montes, aniquilados por la rapiña de sus vecinos, tal como nos contaba Pedro García Bonilla que, no obstante, se apuntaba el mérito de haber llevado, bajo su cargo y veinte años antes, una labor de repoblación de nuevos árboles

en la villa de la Motilla por descuido del conçejo della an dado lugar a que se cortasen los montes e a sydo causa que a venido en grande estrago e diminuçión de los dichos montes e perjuizio de la dicha villa e lo que se a cortado en poco tienpo no se puede criar en muchos años

Villanueva de la Jara se apresuró, una vez conseguido el título de villa en 1476, a elaborar unas ordenanzas para vedar el uso de los frutos del pinar de la Losa. Nuestro testigo sabía de la efectividad de las ordenanzas de Villanueva; cuando pastaba con sus ganados por el pinar evitaba coger ninguna piña, sabedor de las fuertes penas. El pinar, situado junto a la ribera del río Júcar, era objeto de litigio entre la villa de San Clemente y la de Villanueva de la Jara, La zona de la Losa, junto al Júcar, era más conocida por los molinos existentes, y por tanto zona de encuentro de vecinos de una villa y otra, aunque el pinar estaba más próximo a Villanueva

... el pinar de la la villa de villanueva de la xara que tiene en la rribera del rrío de júcar es y está el dicho pinar a la parte de la dicha villa de villanueva e sabe que desde la dicha villa hasta el dicho pinar ay una legua poco más o menos tierra porque este testigo la a andado e syenpre oyó dezir como ay una legua e que asymismo sabe este dicho testigo que desde el dicho pinar de la villa de villanueva hasta la villa de san clemente ay çinco leguas de término porque este testigo las a andado muchas vezes porque desde el rrío de xúcar adonde llega el dicho pinar hasta sisante ay dos leguas e desde sysante a san clemente ay tres leguas

Teóricamente, al pertenecer al mismo suelo, tanto los vecinos de San Clemente como los de Villanueva de la Jara tenían derecho a los frutos del pinar y a la corta de leña en el mismo. Pero la realidad era que quien decidía los periodos de veda para coger frutos y otorgaba las licencias para corta leña era el concejo de Villanueva que lo solía hacer en beneficio de sus propios vecinos. Además, una tercera parte de las penas, según ordenanzas iban para el juez, a la sazón el alcalde de Villanueva, Juan Sáez de Ruipérez. Sin embargo, en derechos de pastos no había limitaciones, Hernando López había llevado de joven sus ganados desde San Clemente y Juan Tendero hará lo propio desde Motilla, al tiempo que reconocía que sus ganados pacían en muchas de las villas del suelo de Alarcón. Juan Tendero es el prototipo de una ganadería de desarrollo comarcal que se apoya en los pastos comunes de la tierra de Alarcón y huidiza de los circuitos trashumantes por Chinchilla o Alcaraz; sus ganados transitaban por los comunales de Villanueva de la Jara, incluida su aldea de Tarazona, El Peral, San Clemente, Motilla, Castillo de Garcimuñoz, Barchín o Buenache. Aldeas de realengo pero también de señorío, integrantes del antiguo suelo de Alarcón.

Aparte de los motillanos, varios vecinos de Alarcón declararon a favor de Villanueva de la Jara y su derecho a imponer ordenanzas para limitar el disfrute de su pinar. Recordaban las ordenanzas existentes de antiguo en Alarcón, cuya competencia abarcaba a todas las aldeas. Cristóbal Llorca, recordaba que cincuenta años antes San Clemente era una villa de 180 vecinos, apenas cincuenta vecinos más que en 1445. Desconocemos la fecha de la probanza, aunque por los regidores que nos aparecen en el gobierno local de San Clemente creemos que se sitúa en los años finales de la década de los cuarenta del quinientos. El propio Cristóbal Llorca reconoce haberse casado en 1508, cuarenta años antes. Estaríamos hablando de una población de ciento ochenta vecinos para la villa de San Clemente en los años finales de los noventa del siglo XV. Sinceramente nos parece muy poca vecindad para un pueblo que tendría que sufrir la crisis de comienzos de siglo, tras la muerte de la Reina Isabel, y que en la segunda y tercera década del quinientos tendría que cuadruplicar su población para llegar a los 709 vecinos del censo de pecheros de 1528.

*Garci Zapata, vecino de Alarcón, citará como regidores perpetuos de San Clemente también a don Francisco Pacheco, señor de Minaya, don Juan de Pacheco, Cristóbal Tébar y Alonso García


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 711, PIEZA 003. Probanzas en pleito entre San Clemente y Villanueva de la Jara por el pinar de la ribera del Júcar. ca. 1548

sábado, 12 de noviembre de 2016

Motilla del Palancar y la peste de 1559

                                                 
Miguel de la Casa en nombre del conçejo alcaldes rregidores ofiçiales y omes buenos de la villa de la Motilla del Palancar me hiço rrelaçión diçiendo que nuestro señor Dios fue servido de dar pestilençia e mortandad en aquella tierra la qual duró desde el día de Santo Matía apóstol hasta el día de San Pedro e San Pablo que es en el mes de junio deste presente año e fue tan rresçia la enfermedad que demás huir las personas a los canpos porque en los pueblos no los querían admytir ni acoger y morir muchos y quedar la dicha villa despoblada se quemó mucha rropa y ajuar de las casas donde susçedió la dicha enfermedad de donde rresultó çesar las contrataçiones y ventas del pan e carne y otras cosas y las rentas desta dicha villa dimynuirse y quebrarse manera que en aquel tienpo no rrentaron ny valieron cosa alguna

De esta guisa se expresaba la real provisión que haciéndose eco de las súplicas de la villa de Motilla de Palancar ordenaba al escribano de San Clemente que pasara a la villa vecina para recoger testimonio de los destructores efectos de la peste, pudiendo obtener así la población el perdón del pago de rentas reales en los años siguientes.

La peste se había iniciado un 24 de febrero 1559, día se San Matías Apóstol, y se extendió en el tiempo durante cuatro meses hasta el 28 de junio, víspera de San Pedro y San Pablo. Los motillanos huyeron de su pueblo, pero se encontraron con el esperado repudio de los pueblos vecinos y comarcanos que se negaron a acogerlos, debiendo vagar lastimosamente por los campos. Pasados dos meses del fin de la enfermedad era tal el temor que los vecinos seguían refugiados en los campos. La villa estuvo durante seis meses despoblada; las medidas sanitarias adoptadas, desde el aislamiento a la quema de ropa que cita el texto, o la huida de los vecinos, seguros de que el mejor remedio contra la peste era el clásico cito, longe, tarde, provocaron la ruina del pueblo y el cese de los tratos. Sin llegar a la devastación de la peste de 1600, sus efectos se dejaron sentir en la mortandad, que alcanzó hasta un centenar de personas

murieron en la dicha villa hasta noventa personas pequeños e grandes y en los canpos murieron algunos en poca cantidad y allá los enterravan y otros en sus casas y en los corrales y en los poços porque no avya en la dicha villa quien los osase enterrar de temor de la dicha enfermedad e los vido llevar a enterrar rrastrando con una soga del pescueço e a los pies 


En 1559, antes de la peste iniciada para mediados de febrero, Motilla del Palancar, según daba fe el escribano de la villa Alonso de Córdoba, contaba con cuatrocientos setenta y cinco vecinos*, todos pecheros y ningún hidalgo, pues aunque aspiraciones de nobleza no cabe duda que existían, chocaron con un concejo pechero poco dado a admitir en el pueblo exenciones. Familias como los de la Casa reivindicarán esta condición noble treinta años después, pero ahora ocupan los cargos de alcaldes ordinarios, para cuyo ejercicio sin duda se requería la condición pechera o, al menos, faltaba la partición de oficios entre nobles y estado llano para delimitar su disfrute.

La explosión demográfica que sufrió la villa fue espectacular, solo hay que pensar en los doscientos setenta y un vecinos que nos presenta el censo de pecheros de 1528. La peste llegó sobre una villa en auge, aunque en torno a finales de los cuarenta afloraron los primero síntomas de crisis, con las malas cosechas y la langosta. Malas cosechas que se repitieron antes del brote epidémico estudiado aquí. En cualquier caso, Motilla estaba tocando techo en su población, y aunque se recuperó de la peste de 1559 y de la mortandad entre la población joven de la guerra de Granada de 1570, su vecindad no pasaría de 557 vecinos antes de fin de siglo, según censo de 1591. Luego llegó el cataclismo de cambio de siglo, la peste de 1600, las malas cosechas y las derivadas crisis de subsistencias. Es de imaginar que después, en el primer tercio del siglo XVII, la población se recuperó y alcanzó máximos, antes de la crisis de los años treinta y cuarenta, en que el reclutamiento militar mermó la población en edad de procrear. Aún así Motilla superó la crisis mejor que otros pueblos, el dudoso censo de 1646 muestra una población de 500 vecinos. No obstante la evolución demográfica de Motilla, que cuenta con unos excelentes registros parroquiales, está por estudiar desde la investigación de la historia local, pues para el estudio de la demografía histórica  de España dichos registros fueron utilizados por Jordi NADAL.

El mal pestífero se había importado por el puerto de Barcelona en 1557. Tal como ha estudiado PÉREZ MOREDA**, la enfermedad fue precedida por crisis de subsistencias, ligadas a los desastres naturales y adversidades climatológicas, destacando el intempestivo invierno de 1557 que arruinaría las cosechas del verano. Es una pena que se haya perdido el testimonio del médico bachiller Segovia, porque seguramente nos hubiera dado alguna luz sobre la naturaleza de la enfermedad.

El cirujano Juan Catalán, un joven de veinticinco años, que se contagió y superó la enfermedad, aunque perdió su mujer y su hija, elevaba la mortandad hasta noventa y siete personas. Quizás el dato sea el más fiable de todos, pues llevaba un registro de las muertes y fue de los pocos que en un primer momento atendió a los enfermos. Otra persona que arriesgó su vida en tan amarga situación fue el clérigo Andrés García, de cincuenta y tres años y pariente lejano del alférez mayor de la villa Pedro Lucas, dando la extrema unción y amortajando a los que murieron y visitando en los campos a los vecinos huidos. En su tarea le auxilió el teniente de cura Alonso Martínez, que procuró dar una sepultura digna a algunos muertos.

e vesitaba los enfermos e los confesava e amortajava e los enterrava porque no quedó clérigo en esta villa

 Los motillanos enterraban a sus seres queridos,como Alonso Jaén que enterró a su mujer en el corral de su casa, arrastrando los cadáveres atados al cuello y a los pies con sogas para evitar el contagio directo. No faltaron las buenas obras. Hemos hablado del apoyo espiritual del clérigo Andrés García; la ayuda material la proporcionó un principal de la villa llamado Alonso de la Jara.

El temor que provocó la peste desencadenó la huida de los vecinos de la villa, tal como narraba Juan Barchín, uno de los cinco o seis vecinos (hasta diez o doce elevaba el mencionado cirujano la cifra) que únicamente permanecieron en la villa todo el tiempo que duró la peste. Casi todos pobres de solemnidad que no tenían donde ir. La huída a los campos, que, como se ha dicho, duró seis meses fue definitiva para cuarenta vecinos que no volvieron nunca más al pueblo. A la intemperie los vecinos levantaron chozas donde cobijarse. El mismo testigo afirmaba que el valor de la ropa y ajuares quemados en las casas de los apestados para evitar el contagio se evaluaba en doscientos ducados. Sumados los ajuares quemados y otros bienes perdidos, el daño ascendía a mil ducados. Aunque se reconocía el cese de la actividad en la villa, centrada en el cultivo de cereales y viñas, en el cuidado de los ganados y la fabricación de paños, los vecinos procuraron coger la cosecha de ese año para tener con que sustentarse una vez pasado el mal. El cese de los tratos y actividades cotidianos fue expresado en palabras del teniente de cura Alonso Martínez muy acertadamente

y rresultó de la dicha enfermedad que çesaron las contrataçiones y ventas y tratos de paños en la dicha villa y otras ni avía panadería ni tienda de pescado y açeite y muchas veçes este testiguo mandó como theniente de cura de la yglesia de la dicha villa que el mayordomo della proveyese de açeite para la lánpara de la dicha villa porque el más tienpo no estava ençendida por falta de açeite y el dicho mayordomo dava por descargo que en los pueblos comarcanos no los quería hoír ni dar açeite y ansí la dicha lánpara no ardía ni ardió en mucho tienpo e tomavan por rremedio que ardiese çera delante del santísimo sacramento

El mejor testimonio de lo acontecido en la villa de Motilla se corresponde con el escribano Alonso de Córdoba el viejo, de sesenta y dos años, que haciendo virtud de su oficio detalló fielmente los hechos

e començó la dicha enfermedad a diez e nueve días del mes de hebrero del año pasado de mill e quinientos e çincuenta e nueve, aunque en la dicha villa no hovo escándalo por rrazón de la dicha enfermedad hasta el día de Santo Matía que fue a veynte e quatro días del dicho mes de hebrero del dicho año porque en aquel día murió un vezino de la dicha villa del dicho mal de peste aunque ya avían muerto otras personas y el dicho día de Santo Matía ovo muchas personas heridas del dicho mal de peste y aquel día ovo muy grande escándalo en la dicha villa y sabe que murieron del dicho mal hasta la vijilia de San Pedro e San Pablo que es a veynte y ocho días del mes de  junio de dicho año y en todo el dicho tienpo tuvo cuenta este testigo que murieron noventa e tres personas de la dicha enfermedad
... se despobló la dicha villa de la Motilla e se fueron todos los vezinos della a los canpos porque no los querían acoger y en los pueblos comarcanos de la dicha villa e que oyó deçir que con ser el pueblo de quinientos vezinos no avían quedado en la dicha villa syno hasta veynte vezinos e que los más dellos heran personas pobres que no tenían con que salirse y este testiguo estuvo fuera de la dicha villa con toda su casa çinco meses poco más o menos fuera della en el canpo y ansí vido muchos vezinos de la dicha villa estar en el canpo y en choças e rreszibían grandes fatigas de hambre de frío y de otras nesçesidasdes e por estar como estavan en los canpos e no quererles dar las provisiones e mantenimientos en los pueblos comarcanos padesçían muy grande nesçesidad y algunos vezinos de la dicha villa que estavan en los dichos canpos e les hoyó este testiguo que por padesçer tanta nesçesidad en el canpo estavan determinados de volver a la dicha villa de la Motilla porque deçían que tenían por mejor morir de pestilençia que no de hanbre
... e la dicha villa no está tan poblada de vezinos ni proveyda como antes... estuvieron mas de mes y medio después que çesó la dicha muerte que no bolbieron a la dicha villa los vezinos que se avían salido della que muchos dellos estuvieron más de dos meses e medio que no hosaron bolber a la dicha villa por temor de la dicha enfermedad de peste e pasaron más de tres meses y aún quatro que en los pueblos comarcanos  a la dicha villa no acogían a los vezinos della
... çesaron las contrataçiones de la dicha villa de paños e vino e carne y otras cosas porque los forasteros no hosavan entrar en la dicha villa y a los vezinos della (no) dexaban entrar en otras partes y ansí çesó el trato de la dicha villa y quebraron las rentas della... los dichos propios valieron una terçia parte menos que valían antes... las rrentas rreales cree este testiguo que no valieron la quinta parte que solían valer

Si comparamos esta peste con la de San Clemente de 1600, la nota dominante fue la anarquía y la improvisación. En Motilla ni se habilitó un espacio propio para el tratamiento de enfermos ni vinieron médicos de la Corte ni hubo ayudas de otras villas comarcanas. El desprecio hacia los motillanos fue clamoroso. Acudieron hasta la villa de El Peral en busca de comida y ayuda, pero fueron rechazados y expulsados del pueblo a pedradas, como serían rechazados, aunque sin tanta inquina, en el resto de pueblos comarcanos. En Gabaldón, aldea de Motilla, sus vecinos exigieron que los motillanos que hasta allí habían acudido, dirigidos por sus alcaldes, mantuvieran una distancia de ochenta pasos para intercambiar unas palabras en una comunicación que resultó infructuosa. En Buenache un vecino rechazaba acoger a su hermana, que acabó muriendo, y a su marido. El trato, una vez pasada la peste, no fue mejor y desde San Clemente y Cuenca, cabezas de partido, se mandaron alguaciles para ejecutar las deudas por las rentas reales y servicios no cobrados. Los arrendadores de las rentas y sus fiadores fueron encarcelados. Las alcabalas y tercias de la villa obligaban a los motillanos por valor de doscientos mil maravedíes, incapaces de pagar en estas condiciones a la cabeza de partido de San Clemente, donde solía residir por estas fechas el gobernador del Marquesado de Villena y se centralizaba el cobro en las arcas de Diego de Ávalos. Igual incapacidad para pagar se presentaba con las obligaciones del servicio ordinario y extraordinario que se cobraba desde Cuenca. Si arrendadores de rentas y fiadores habían sido encarcelados, no fueron mejor tratados los alcaldes, regidores o vecinos principales, cuyos bienes fueron embargados para hacer frente a las deudas. Algunos vecinos huyeron, pero esta vez no de la peste sino del miedo a ver embargadas sus bienes y haciendas y presas sus personas. La villa se vio obligada a tomar préstamos con dineros a censo, sus vecinos empeñaron sus tazas de plata, pero más que las pérdidas materiales lo que ofendió a los motillanos fue el maltrato recibido en forma de constantes vexaçiones y molestias.

De los pueblos comarcanos Motilla solo contó con la solidaridad de Villanueva de la Jara. Hasta allí acudieron los motillanos con su dinero dispuestos a comprar algo de comida para su sustento. Fueron rechazados en un primer momento hasta que la justicia de Villanueva de la Jara  movida por la compasión,  o tal vez aceptando el dinero rechazado en un primer momento, decidió prestar cierta cantidad de trigo a los huidos en los campos. Ello remedió en parte las calamidades, lo que de otra forma hubiera sido una tragedia mayor.

El estado calamitoso en que quedó el pueblo se intentó remediar con un memorial ante los Contadores Mayores solicitando la rebaja del encabezamiento del pueblo, es decir, una rebaja en el pago de las rentas reales de los próximos años. La reunión del concejo tuvo lugar en fecha indeterminada de enero de 1560. Estaba presidida por los alcaldes ordinarios Benito Martínez Cejalbo y Miguel de la Casa y asistían Pedro Lucas, alférez mayor, el regidor Juan de Valverde y los diputados del común Pedro García Rubio, Antón Hernández y Juan de Valverde. Hasta la Contaduría Mayor de Hacienda se enviaron los procuradores Juan de Orea y Julián de Monteagudo pidiendo la rebaja de rentas. Las peticiones de los procuradores fueron apoyadas por los testimonios aportados por vecinos de Motilla del Palancar y otros testigos de pueblos comarcanos como Villanueva de la Jara, El Peral, Gabaldón y Campillo. Desconocemos si se rebajó el cabezón, pero gracias a que se envió al escribano Ginés Sánchez  a recibir informaciones de los testigos presentados por los motillanos sobre la conveniencia de aliviar la penosa situación de la villa, hoy se nos conserva esta fuente documental para conocer un poco más del pasado de la villa de Motilla y de las solidaridades y temores, más que desprecios, de los pueblos vecinos en aquellas circunstancias de necesidad. La peste volvió cuarenta años después a Motilla. Poco sabemos de ella en Motilla, aparte de un descenso de la natalidad en los registros parroquiales de 1597 a 1601. Nos debemos pues contentar por el momento para rellenar estas lagunas con los datos más detallados de pueblos de la comarca como San Clemente. A diferencia de la peste de 1559, la enfermedad alcanzaría un gran número de pueblos de la provincia de Cuenca.



AGS, CRC, 667,7  Parte de una información de testigos, se habla de la peste habida en La Motilla en 1559


* Belén López, citando un padrón de 1552, da la cifra de 469 vecinos, siete de ellos clérigos. LOPEZ NAVARRO, Belén y NAVARRO MARTINEZ, Eduardo Silvino: Una pizca de Historia de la Motilla del Palancar. 2015. p. 48
**PEREZ MOREDA, Vicente: Las crisis de mortalidad en la España interior, siglos XVI-XIX. Madrid. 1980. Siglo XXI ed. pp 249-250

jueves, 10 de noviembre de 2016

La peste de Motilla del Palancar de 1559

Miguel de la Casa en nombre del conçejo alcaldes rregidores ofiçiales y omes buenos de la villa de la Motilla del Palancar me hiço rrelaçión diçiendo que nuestro señor Dios fue servido de dar pestilençia e mortandad en aquella tierra la qual duró desde el día de Santo Matía apóstol hasta el día de San Pedro e San Pablo que es en el mes de junio deste presente año e fue tan rresçia la enfermedad que demás huir las personas a los canpos porque en los pueblos no los querían admytir ni acoger y morir muchos y quedar la dicha villa despoblada se quemó mucha rropa y ajuar de las casas donde susçedió la dicha enfermedad de donde rresultó çesar las contrataçiones y ventas del pan e carne y otras cosas y las rentas desta dicha villa dimynuirse y quebrarse manera que en aquel tienpo no rrentaron ny valieron cosa alguna



Peste de Sevilla de 1649
                                 

De esta guisa se expresaba la real provisión que haciéndose eco de las súplicas de la villa de Motilla de Palancar ordenaba al escribano de San Clemente que pasara a la villa vecina para recoger testimonio de los destructores efectos de la peste, pudiendo obtener así la población el perdón del pago de rentas reales en los años siguientes.

La peste se había iniciado un 24 de febrero 1559, día se San Matías Apóstol, y se extendió en el tiempo durante cuatro meses hasta el 28 de junio, víspera de San Pedro y San Pablo. Los motillanos huyeron de su pueblo, pero se encontraron con el esperado repudio de los pueblos vecinos y comarcanos que se negaron a acogerlos, debiendo vagar lastimosamente por los campos. Pasados dos meses del fin de la enfermedad era tal el temor que los vecinos seguían refugiados en los campos. La villa estuvo durante seis meses despoblada; las medidas sanitarias adoptadas, desde el aislamiento a la quema de ropa que cita el texto, o la huida de los vecinos, seguros de que el mejor remedio contra la peste era el clásico cito, longe, tarde, provocaron la ruina del pueblo y el cese de los tratos. Sin llegar a la devastación de la peste de 1600, sus efectos se dejaron sentir en la mortandad, que alcanzó hasta un centenar de personas

murieron en la dicha villa hasta noventa personas pequeños e grandes y en los canpos murieron algunos en poca cantidad y allá los enterravan y otros en sus casas y en los corrales y en los poços porque no avya en la dicha villa quien los osase enterrar de temor de la dicha enfermedad e los vido llevar a enterrar rrastrando con una soga del pescueço e a los pies 


(Continuará)


AGS, CRC, 667,7  Parte de una información de testigos, se habla de la peste habida en La Motilla en 1559

sábado, 5 de noviembre de 2016

De los Echevarrieta de El Peral a los Lucas de La Motilla del Palancar (1639)

Cuando el Consejo de Órdenes decide un 30 de mayo de 1639 despachar el hábito de Calatrava a Manuel Fernando de Ojeda Echevarrieta (o Chavarrieta) debió sopesar de forma diferente las distintas líneas que conformaban su linaje. Echevarrieta o Lucas eran familias que habían adquirido notoriedad en sus respectivas villas de El Peral y La Motilla, recompensadas con oficios concejiles y familiaturas del Santo Oficio, pero a distancia abismal del apellido Ojeda. No obstante la hidalguía de los Echevarrieta era incontestable, el abuelo del pretendiente Pedro López de Echevarrieta aseguraba que sus antepasados tenían solar conocido en la casa de Elejalde y él mismo había ganado ejecutoria de hidalguía el 17 de septiembre de 1604. Su hijo Julián y su nieto Pedro acaparaban los títulos de alcaldes ordinarios, regidores y alcaldes de la hermandad en la villa de El Peral, por contra el hijo menor Juan Echevarrieta y Elejalde se había casado en La Motilla con María de Ojeda. Tan pomposos apellidos, Echevarrietas y Ojedas, escondían alianzas familiares tejidas por otros linajes, quizás no de tanta notoriedad pero de mayor tradición y antigüedad en la comarca. Nos referimos a los Lucas, Navarros o Ruipérez, que de la mano de los apellidos citados, Ojedas y Echevarrietas, buscarán el ennoblecimiento.

Manuel Fernando había sido bautizado el 15 de marzo de 1614 en la iglesia parroquial de Motilla por el cura licenciado Mateo Fernández de Bobadilla, que durante tres décadas será cura de la villa y cuyas aspiraciones hacia 1620 de ocupar el puesto de notario del Tribunal de la Inquisición de Cuenca fueron respondidas con graves acusaciones de sangre judía.

El abuelo materno de Manuel Fernando de Ojeda era el capitán Manuel Alonso de Ojeda, natural de La Montaña, en la merindad de la Bureba, llegado a Motilla hacia finales del quinientos, se había avecindado en el pueblo, casándose con una vecina principal de la familia de los Lucas, de nombre Elvira de Tébar. Manuel Alonso de Ojeda era hermano de Juan Bautista de Ojeda, cuya descendencia ocupaba cargos en los Consejos de la Monarquía y el Santo Oficio. Manuel Alonso, como segundón de la familia, se había dedicado a la carrera militar, pero su apellido era todo un reclamo para el arribismo de familias de la Manchuela, como los Lucas que ansiaban su ennoblecimiento. El matrimonio de Elvira de Tébar, hija de Pedro de Lucas, con el capitán Manuel Alonso de Ojeda vino a colmar las ambiciones de una familia que venía buscando el reconocimiento social en la ocupación de cargos eclesiásticos e inquisitoriales.

por ser pedro lucas de tébar padre de la dicha eluira y francisco lucas su hermano familiares del santo oficio y hermano del dicho pedro lucas que se llamó el licenciado francisco lucas cura desta villa fue comisario del santo oficio y don francisco lucas prior que fue de la villa de belmonte en la colegial fue comisario del santo oficio fue tío de la dicha elvira

El poder de los Lucas en Motilla era parejo a la posesión de regidurías, aunque como vimos en otro lugar su poder en la villa fue contestado en la elección de oficios de 1608 (Elección de oficios en Motilla del Palancar en 1608), quizás porque se recelaba del matrimonio de María de Ojeda (cuyo apellido se anteponía al de Lucas, destacando su carácter noble) con un hidalgo recién ejecutoriado de El Peral, Juan Pérez de Echevarrieta o como nos es presentado ahora, destacando sus orígenes hidalgos, Juan Echevarrieta y Elejalde. Eran pues los Echevarrieta, cuyos orígenes vascos y llegada a esta tierra desconocemos, vecinos principales de la villa de El Peral, pueblo pequeño, donde todos se conocían, donde las disputas estaban al orden del día y donde había una diferencia rígida de cara al interior entre pecheros e hidalgos, que sabían sin embargo enterrar sus diferencias cuando se trataba de cerrar el paso a advenedizos en el pueblo como los Simarro. De ello, damos debida cuenta en los sucesos de 1630. El Peral y Juan Simarro hacia 1630

El caso es que hacia finales del quinientos los Echevarrieta habían entroncado con viejas familias en la comarca con el matrimonio de Pedro López Echevarrieta con Catalina Navarro. Ésta era hija de Felipe Ruipérez. Su tío Antón de la Jara fue familiar del Santo Oficio y su primo Gaspar Navarro, cura de Pareja y comisario del Santo Oficio

a la catalina navarro la tiene por tal (por hidalga) por ser de los ruipérez y de los nabarros que en esta tierra goçan de los hijosdalgo

Los Echevarrieta tenían una figura señera en la familia: el doctor Andrés de Alarcón, tío de Pedro López de Echevarrieta,obispo de Calatayud e inquisidor de Zaragoza, chantre de León y confesor de la reina Isabel. Cuando el hijo de Pedro, Juan Echevarrieta, se casa en Motilla con María de Ojeda, lo está haciendo en realidad con una Lucas. Los intereses de las familias escapan del espacio local de las villas y se establecen alianzas regionales en un contexto de crisis. Paralelas a las uniones matrimoniales van las fusiones de patrimonios, que como las primeras escapan del estrecho marco local. El auge de Motilla, aunque en una fase de decadencia global, iba parejo al afianzamiento de los Lucas en la comarca y en la corte. La capilla que poseen en la iglesia de la villa de Motilla era una pequeña muestra del poder de una familia que lo hará extensivo a la Corte o al mundo universitario como patrones del colegio de los Manchegos de la Universidad de Alcalá.

En ese reconocimiento en el poder central no debió ser ajeno la fortuna del azaroso matrimonio de doña Elvira Lucas de Tébar con el capitán Ojeda. Su hermano era Juan Bautista de Ojeda, cuyos herederos se asentarían en Málaga y que adquirirían una notable posición en la Corte

y conoció al dicho capitán Manuel Alonso de Ojeda, natural de la Montaña, el qual vivió y asistió en Málaga y fue hermano de padre y madre de Juan Baptista de Ojeda, padre de Fernando de Ojeda, oidor del consejo de Hacienda y consultor del Santo Oficio el qual tiene dos hijos que fueron caualleros del háuito de San Juan de Justicia y aora lo son de Alcántara y Santiago y familiares del Santo Oficio y doña Ysabel de Ojeda su hermana tiene título para monja de Santi Spiritus de Alcántara

                                                                          ***

Escudo de armas de los Echevarrieta

Y en la primer foja (de la ejecutoria de hidalguía) las armas de los dichos que son un escudo con su zelada y en él en campo azul un árbol y al pie dél en campo berde dos lobos con dos corderos en las bocas ensangrentadas y seis leones por orla en campo leonado

Genealogía de Manuel Fernando de Ojeda Chavarrieta

1.- Padres:
Juan de Echevarrieta y Elejalde, caballero hijodalgo notorio ejecutoriado en posesión y propiedad y doña María de Ojeda, hijodalga notoria, vecinos y naturales de Motilla

2.- Abuelos Paternos
Pedro López de Echevarrieta y Elejalde y Catalina Navarro, vecinos y naturales de la villa del Peral, media legua de la dicha villa de Motilla

3.- Abuelos maternos
El capitán Manuel Alonso de Ojeda, familiar del Santo Oficio y natural del lugar de Ojeda en La Montaña y doña Elvira de Tébar, natural y vecina de la Motilla

Testigos favorables al pretendiente en Motilla:

licenciado Mateo Fernández Bobadilla, cura de Motilla, 56 años
Juan González Bordallo, escribano, 86 años,
Martín González, 50 años
Alonso de Olivas Parreño, 42 años
Diego García de Valverde, 57 años
Licenciado Miguel de Gabaldón, clérigo y cura de Bonete y Corral Rubio, 71 años
Benito García de Bonilla, 73 años.
Bartolomé de Jaén Mesía, clérigo, 68 años
Juan de Toledo Parrilla, presbítero, notario del santo oficio, 41 años
JUan de Zarzuela, 75 años
Jorge Pérez de Zornoza, 64 años,
Esteban de Portillo, familiar del Santo Oficio, 65 años,
Benito Parreño, familiar del Santo Oficio, 65 años,
Cristóbal de Toledo, 67 años.
Fernando López, 70 años
Licenciado Julián de Alarcón, notario del santo oficio, 39 años
Licenciado Diego García Bonilla, abogado y regidor perpetuo, 39 años.
Pedro Sánchez Mondéjar, regidor perpetuo, 67 años
Martín López Valverde, 71 años
Juan López Peral, 55 años
Don Francisco Fernández de Bobadilla, 60 años
Sebastián García de Valverde, regidor perpetuo, 62 años
Licenciado Juan de Zarzuela, clérigo, 48 años
Melchor de León, escribano del ayuntamiento, 74 años

Testigos favorables al pretendiente en El Peral:

Álvaro Monedero, alcalde ordinario, 70 años
Francisco Leal, 80 años
Alonso de Beleña, 70 años
Andrés Monedero, regidor perpetuo, 70 años
Gil de Alarcón de Albiz, 73 años
Sebastián del Castillejo, 64 años
Francisco Lázaro, escribano, 60 años
Gil de Mesias, 64 años, analfabeto
Gabriel de Lujan Frias, alcalde por el estado de los hijosdalgo, 50 años
Antón López, 70 años
Andrés García Sancho, alguacil mayor de la villa, 54 años
Jorge de Navalón, 80 años



Archivo Histórico Nacional, OM. RELIGIOSOS CALATRAVA, Exp. 173, Ojeda Echevarrieta, Manuel de (1639)