El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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martes, 15 de mayo de 2018

El nacimiento de Casas Benítez y el pinar de Azaraque





Martín Parreño, de cuarenta y siete años, era un labrador de la aldea de Casasimarro, perteneciente a Villanueva de la Jara, pero había abandonado este lugar para asentarse en un nuevo núcleo poblacional que ahora empezaba a formarse: Casas Benítez. Era uno de tantos lugares que empezaban a cuajar en torno a la alquería de un labrador rico o simplemente una casa aislada que aglutinaba a otras. Así surgieron algunas aldeas en el último tercio del cuatrocientos; el ejemplo se repetiría desde mediados del quinientos, en un último coletazo, roturador de la tierra, consolidándose este fenómeno a comienzos del seiscientos, cuando entró en quiebra una economía regional basada en la especialización de cultivos y se estabilizaron pueblos más pequeños con economías autárquicas o de escaso desarrollo comarcal.

El dicho Martín Parreño, labrador vezino del lugar de Cassasimarro, aldea de Uillanueua de la Xara, estante a el pressente en las cassas que llaman de Benitez en el pinar del Açaraque, término de la uilla de Uala de Rrei

Casas Benítez es un pueblo surgido a mediados del quinientos. Ni siquiera el incipiente pueblo tenía nombre. A decir de Martín, las casas que llaman de Benítez se situaban en el pinar del Açaraque. Un antiguo pinar de San Clemente, cuando Vara de Rey estaba englobada en el término de aquélla, pero ahora, y desde 1537, Vara de Rey tenía términos propios y poseía el pinar de Azaraque tras duro pleito y sentencia favorable de la Chancillería de Granada, dada hacia 1540. La vieja Vara de Rey, tras su emancipación, no tuvo el auge esperado por sus vecinos. Mientras Vara de Rey menguaba, su aldea de Sisante, comprada a golpe de tres mil ducados, crecía. No solo Sisante. En torno al lugar de la Cabezuela, Diego de Montoya, llegado de Minaya establecía casa en el lugar de Pozoamargo. El empeño de Diego Montoya y García de Buedo, crearía un nuevo núcleo en un lugar donde la tradición establecía viejos asentamientos. Ni siquiera nos referimos a la discutida ubicación de la mansio ad Puteas, sino al asentamiento de la Edad de Bronce, donde se levanta hoy la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza o a esa otra leyenda que nos narraba el cura del pueblo muchos años después: por aquí habían pasado los Condes de Carrión, burladores de las hijas del Cid
El pueblo, que oy se llama Pozo Amargo refieren algunos de él, oieron decir a sus padres se nombró en lo primitivo Pozo Dulze, y que pasando los Condes de Carrión por él los prendieron, y preguntando estos por el sitio donde los cogieron, como les dijeren era Pozo Dulce ellos respondieron Pozo Amargo es para nosotros y desde entonces se llamó así, más no ai fundamento alguno para esto, que el dicho, se carece del libro primitivo de su erección
No ai más aguas corrientes, que una poca que sale a la falda de la referida sierra, y mirando a este lugar, y viene a parar desde su nacimiento como unos cien pasos como a rebalsarse en medio de los dos barros, que componen, y en que se divide el pueblo (1)

Pero en el siglo XVIII todavía quedaban testimonios y escrituras privadas que certificaban el nacimiento del pueblo a mediados del siglo XVI
No se tiene razón fixa de la fundación de este lugar solo se sabe por instrumentos particulares fueron sus primeros pobladores Diego de Montoia y Pedro de Montoia, Fernando de Buedo, y García de Buedo a cuyas espensas se hizo la Yglesia (la de la Santísima Trinidad), y dotó con varias alajas para el culto divino que fue bendita y consagrada por el Ylmo Sr. Don Miguel Muñoz obispo de Cuenca el año 1548.           
La afirmación del párroco del lugar ha sido certificada por el excelente trabajo de José González Sandoval Buedo, acudiendo a los documentos conservados en el archivo familiar (2). Según el autor Diego de Montoya y su mujer Catalina Alonso Palacios llegaron desde Minaya a fines del siglo XV, poco después lo haría García de Buedo, que hacia 1520 casaría con Catalina, la hija de Diego Montoya. Nosotros incluso adivinamos la presencia en los años treinta de Juan Montoya, que andaba por allí. Pero si Pozo Amargo era el solar de dos familias nobiliarias, a las que la necesidad obligó a ponerse de acuerdo; Casas Benítez era el vivo ejemplo de asentamiento nacido del hambre de tierras. No estamos ante un movimiento roturador como el de comienzos del quinientos, sino ante la desesperación de los vecinos de las grandes villas que, huyendo de la crisis urbana, buscan nuevas oportunidades en el campo.

Al igual que Martín Parreño, el labrador Francisco García de Villarrobledo, había ido hasta Casas Benítez en busca de tierras. El pinar debía presentar bastantes claros que facilitarían su roturación. Ya en 1540, los sanclementinos  habían invitado a los vecinos de la comarca a talar el pinar. Se prefería la destrucción del pinar a su entrega a los vararreyenses. La medida desalmada no consiguió acabar con el pinar, pero la idea de su preservación caló en los contemporáneos. Durante treinta años el acceso de ganados y la corta de árboles estuvo prohibida. En la dispersión poblacional de comienzos del seiscientos y el caos administrativo y gubernativo no se entendía que la ciudad (léase las grandes poblaciones del sur de Cuenca) pasara hambre. Los vecinos de San Clemente abandonaban la pequeña corte manchega tras la peste y carestía de comienzos del seiscientos; los villarrobletanos veían como los campos de trigo se abandonaban, después que la villa en una carrera desenfrenada y llevada por la avaricia se lanzarán a cultivar calveros que nada producían. Villarrobledo dejaba de cosechar trigo y San Clemente no dejaba de plantar viñas. El Consejo de Castilla avisaba: faltaban tierras para los cereales; se llamaba a cultivar las tierras incultas. Los hombres más arriesgados abandonaron las grandes poblaciones que les condenaban al hambre; comenzaron a surgir las casas, simples núcleos donde se aglomeraban las viviendas en torno a edificaciones en un principio aisladas. Los reclamos eran sencillos: la instalación de los jesuitas en torno al legado de una gran finca, caso de Casas de Fernando Alonso; los calveros abiertos en el pinar, tal Casas de los Pinos; la explotación del lugar por un gran terrateniente, así Casas de Haro o Casas Ferrer, o, sencillamente, la existencia de un foco de atracción. Tal era el caso de Casas Benítez, cercana a los molinos de la Losa. Únicamente el pinar de Azaraque limitaba las roturaciones, pero la crisis de inicios del seiscientos dio libertad para romper los montes comunes. En los treinta y cuarenta unos pueblos ahogados por la presión fiscal y la necesidad de financiar la guerra darían licencias sin fin para obtener recursos.

Pero la presencia de colonos en las casas venía de antes. Francisco García se había desplazado a Casas Benítez hacía ya treinta años, en torno a 1555. Por entonces, y tras la atroz tala de los años cuarenta de los sanclementinos, los vararreyenses habían plantado nuevas suertes de pinos donceles. La idea era hacer del pinar un bien comunal para los pobres que allí se proveían de piñas y piñones. Se prefería que los vecinos se proveyeran de madera de otros árboles. Cuando los sanclementinos iban hasta allí en busca de madera para reparar su molino del Concejo en la ribera del Júcar se les negaba tal derecho.

¿A quién debía el nombre este pueblo, nacido en medio del pinar? Nosotros apostamos por Gines Benítez, vecino de Vara de Rey, que había muerto en torno a 1570, hacía catorce o quince años con setenta años. Ginés Benítez, al igual que otro vecino de San Clemente, llamado Juan Chamocho, eran muy buenos conocedores del pinar. Para esas fechas, las Relaciones Topográficas de Felipe II nos presentan a Casas Benítez (junto a Rodenas) como un asentamiento de ocho a diez casas. Otros núcleos habían surgido, aunque con menos recorrido, tal es el caso citado de Casas de Hernando López Meneses, de otra decena de  vecinos, además del ya conocido Pozoamargo, de treinta vecinos, e otros caseríos de labradores, donde no hay concejo ni justicia ninguna por ser de poca población.

Con el villazgo de 1537, atrás quedaron los viejos derechos de San Clemente, cuando Vara de Rey era aldea suya. Un anciano Andrés González de Tébar, un hidalgo, ordenado como clérigo, recordaba sus tiempos como regidor, cuando el concejo de San Clemente daba las licencias para corta de pinos y el las firmaba. Ahora el viejo Andrés era incapaz de estampar firma alguna en papel por la gota que le inmovilizaba las manos. Juan de Montoya, hidalgo de ochenta y seis años recordaba cómo estando en Pozo Amargo, veía prendar a los vecinos de Vara de Rey, que iban hasta el pinar. La cicatería de San Clemente (o más bien protección del pinar) le llevaba a permitir un máximo de cinco piñas recogidas por vecino con licencia. Así fue desde el año 1523 hasta que se eximió en 1537. Pero luego vino la tala indiscriminada de 1540, favorecida por el concejo sanclementino antes de entregar el pinar de Azaraque a Vara de Rey en cumplimiento de la sentencia de la Chancillería de Granada. Vara de Rey procuró replantar el pinar con pinos donceles, de los que estaba prohibida la tala y cuyos aprovechamientos de piñones mitigaban las necesidades de los vecinos.

Si estamos en lo cierto, el origen del actual pueblo de Casas de Benítez reside en un doble fenómeno: la construcción de una casa por un hombre muy apegado al pinar, Ginés Benítez,  y tal vez encargado de preservar los pinos donceles plantados por los vararreyenses para restaurar un pinar talado por los sanclementinos antes de su entrega. Y la posterior consolidación, en torno a esta casa, levantada por Ginés Benítez, de un núcleo poblacional de casas erigidas por agricultores venidos de otras partes, caso de Martín Parreño desde Casasimarro o Francisco García de Villarrobledo desde Vara de Rey. Otro caso sería el de Alonso Rabadán, pero la rotura del expediente no nos permite ir más allá. Estas nuevas vecindades tenían lugar en un contexto del impulso roturador de la primera mitad del quinientos, que todavía daba sus últimos estertores a mediados de siglo. Tal vez la plaga de langosta de finales de los cuarenta actuara como revulsivo para estos hombres en el abandono de sus hogares y su afán por buscar nuevas tierras. Quizás les llevara la necesidad. Martín Parreño, en 1584, declaraba cómo de más de treinta años que se sabe acordar a estado en el dicho pinar (de Azaraque). Martín Parreño ni siquiera se defínía como morador en Casas Benítez sino como simple estante. Francisco García de Villarrobledo, de 54 años, recordaba como siendo un rapaz de catorce años, hacia 1545, pastaba con los ganados por el pinar de Azaraque, hasta que diez años después estableció su morada en Casas Benítez, que, a su decir, vivía en las casas que están en el dicho pinar, haciéndonos ver que los pinos rodeaban a estas edificaciones. Recordaba a los múltiples infractores que acababan presos en la cárcel de Vara de Rey. Posiblemente Francisco García auxiliara a Ginés Benítez en las tareas de guarda del Pinar de Azaraque y siguiera su ejemplo poniendo casa en medio de los pinos. En especial les preocupaba la salvaguarda de las suertes de pinos donceles, recién plantados. Ginés era un vecino de Vara de Rey, fallecido hacia 1569 o 1570 con setenta años.

Después de los ganados y los guardas de los pinos, llegaron los labradores. La colonización de nuevos terrenos como Pozoamargo por las familias Montoya y Buedo, sirvió de acicate para la deforestación del pinar de Azaraque y el surgimiento de Casas Benítez, pero tanto o más importancia tuvo la proximidad de los molinos en la ribera del Júcar, los de la Losa y los llamados Nuevos, y el surgimiento de importantes núcleos de población al otro lado del río.

Probanza del año 1584

Alonso Rabadán
Martín Parreño, labrador de 47 años, vecino de Casasimarro y estante en Casas de Benítez
Francisco García de Villarrobledo, vecino de Vara de Rey y morador en Casas de Benítez, 54 años
Andrés González de Tébar, clerigo del estado de los hijosdalgo, más de 80 años
Martín de Albendea, labrador de San Clemente
Juan de Montoya, hidalgo de San Clemente de 86 años
Pedro López de Tébar, labrador de San Clemente, 67 años; hijo de regidor
Pedro Juárez el viejo, 67 años, vecino de San Clemente
Julián Gómez el viejo, hidalgo, 64 años, vecino de Vara de Rey
Francisco González, labrador, vecino de Vara de Rey; hijo de Pedro Martínez Pintor, escribano de la villa de Vara de Rey, y padre de regidor
Francisco de Alarcón, hijodalgo, vecino de Vara de Rey


(1) LÓPEZ, Tomás: Diccionario Geográfico de España: Cuenca. (BNE, Mss. 7298, fols. 664 y 665)
(2) GONZÁLEZ SANDOVAL BUEDO, José: Pozo Amargo (Cuenca). Aproximación histórica. Edición del autor. 1997, pp. 69 y ss.

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 523, PIEZA 7. Probanzas del pleito entre Vara de Rey y San Clemente por corta de pinos para reparo de los molinos del Concejo. 1584

domingo, 30 de julio de 2017

La lucha por la libertad en las tierras conquenses del Marquesado de Villena a comienzos del quinientos

Juan Martínez de Sancho murió en 1512, por entonces tenía alrededor de 65 años. Aún recordaba sus años de mozo, cuando todos los pueblos comarcanos formaba una comunidad única con Alarcón. Coetáneos y convecinos suyos eran Gil Rodríguez o Alonso Jiménez, que murieron diez años después. Alonso Navarro o Diego Navarro eran incluso más viejos, de una generación anterior. Unos y otros habían vivido los viejos tiempos de la tierra de Alarcón, cuando pueblos como El Peral mismo o Villanueva de la Jara se regían por la leyes y ordenanzas de la villa de Alarcón. Todas disfrutaban de los bienes comunales de una misma tierra y nadie osaba saltarse las ordenanzas comunes. Todos sabían que arrancar un pino doncel, aunque fuera del grosor de un dedo estaba penado con seiscientos maravedíes.

Pronto se olvidó el rigor de estas ordenanzas. A comienzos del siglo XVI el hambre de tierras y la fiebre roturadora dejó en el olvido las viejas ordenanzas. Conocemos el caso de Barchín y la roturación de su monte: las viejas leyes se entendieron al revés y ahora, con las excusa de abrir paso a los ganados en la espesura del monte, lo que se permitía era cortar aquellos pinos más delgados. Del tamaño del brazo o de la pierna de un hombre. En los concejos, uno en Alarcón y otro en la villa de Barchín, existía un molde llamada marco de hierro, que definía con precisión el grosor máximo del árbol, que podía ser cortado. Pronto los corredores abiertos en el monte devinieron en expolio total del monte. Incluso se recuperaron viejos capítulos del fuero de Alarcón para recordar que quien roturara, labrara y sembrará la tierra en un plazo de dos años sería dueño de ella. Primero cayeron los carrascales, más enmarañados, luego los pinares, que más aptos como abrigos de ganados en invierno, pronto serían aprovechados para la construcción de arados y la estructura de las nuevas casas de unas villas que multiplicaban su vecindad. En apenas treinta y cinco años, el paisaje de la antigua tierra de Alarcón se transformó radicalmente: las masas boscosas de pinos y carrascas dieron paso a los campos sembrados de trigo y a los viñedos.

Ya conocemos el caso de San Clemente, que, antes de entregar a su recién emancipada aldea de Vara de Rey el pinar de Azeraque, prefirió dar libertad a todos los vecinos de los pueblos de la comarca para que lo talaran. Así lo hicieron vecinos venidos de La Roda, Minaya, Villanueva de la Jara o los propios vareños y sanclementinos, que en apenas unos días dejaron el pinar arrasado. Algún vecino recordaba haber cortado él solo quinientos pinos. Los contemporáneos narraban así los hechos ocurridos, creemos que en torno al año 1540
que avrá siete o ocho años poco más o menos que se dixo públicamente en las dichas villas de Vala de Rrey e San Clemente que avían dado sentençia los señores de la audiençia rreal de Granada en que mandavan que el pinar se diese e rrestituyese a la villa de Vala de Rrey y esto se dixo por muy público e que mediante este tienpo que avía esta nueva este testigo, vio que un día vinieron çiertos vezinos de San Clemente a la villa de Sisante y posaron en casa de este testigo y le dixeron que venían a cortar madera en el pinar sobre que se traya pleyto y que venían a cortar en él porque la villa de San Clemente avía desvedado para que todos pudiesen cortar syn pena y luego los dichos onbres fueron al dicho pinar y estava lleno de gente que avía venido a cortar como lo avían desvedado y avía mucha gente de la villa de San Clemente y de otros pueblos de la comarca y en tres o quatro días vio que no quedó en todo el pinar pino por cortar carrasco ni rrodeno que valiese nada porque todos los cortaron y talaron que no dexaron sino los pinos donzeles y esto vio ser e pasar e vio que avía muy buen pinar y como lo desvedaron en tres días no dexaron pino bueno en todo él

Los intereses contrapuestos, pues, entre vareños y sanclementinos se lidiaban en torno a la aldea de Sisante, elemento clave para unos y otros. En Sisante estaba el pinar de Azeraque, motivo de litigio e imprescindible para la economía sanclementina, fuente de recursos madereros y lugar de abrigo para los ganados sanclementinos, que tenía su continuidad en el pinar de la Losa, pasando el río Júcar. Sisante era el acceso al río Júcar, donde se encontraban los molinos harineros y entre ellos el llamado del Concejo, propio de San Clemente. El litigio fue duro y giró en torno a la propiedad del pinar de Azeraque, pero hacia 1540 Vara de Rey conseguiría hacerse con la aldea de Sisante y su pinar; el precio a pagar por lo vareños fue de 3.000 ducados, bajo el compromiso real de que la aldea no se enajenaría nunca. El compromiso fue roto cien años después, en 1635, cuando Sisante consiguió el privilegio de villazgo. Para entonces, Sisante había sobrepasado en población a Vara del Rey, aprovechando su posición clave entre San Clemente y Villanueva de la Jara, a cinco leguas de cada una de ellas.

Era en torno a la mencionada fecha de 1540, los hombres más conscientes de la catástrofe dieron su grito de alarma e intentaron poner remedio. Conocemos el caso del regidor motillano Pedro García Bonilla, que inició una política de repoblación forestal, sin duda con poco éxito. Es igual, su ejemplo sirvió, marcando el camino para que otras villas como San Clemente o El Provencio se dotaran de pinares propios. Hacia 1540 las viejas ordenanzas volvieron a renacer y a aplicarse con el máximo rigor: doscientos maravedíes de pena por cortar un pino carrasco o rodeno sin licencia y seiscientos maravedíes por cortar pinos donceles; la corta de leña tenía como finalidad el aprovechamiento personal de los vecinos de la tierra de Alarcón, no se podía dar ni vender a forasteros. El renacimiento de las viejas ordenanzas, no obstante, tenía bastante de egoísmo de las villas por evitar el aprovechamiento común de sus montes y sus pinares. El caso más claro es el pinar de la Losa en Villanueva de la Jara. Tradicionalmente, había sido lugar de refugio e invernada de los ganados de otras villas como El Peral, La Roda o San Clemente. Ahora, a la altura de 1540, Villanueva solo está dispuesta a compartir su pinar con El Peral, con quien había desde antaño una concordia para el aprovechamiento comunal de los bienes, acordada tras los violentos hechos acaecidos (asesinato del alcalde peraleño Juan López Berdejo) entre ambas villas al finalizar la Guerra del Marquesado. La razón era que el fuerte incremento demográfico hacía insuficientes los recursos del pinar incluso para el uso exclusivo de los propios vecinos de Villanueva de la Jara.

La semilla de la discordia ya venía del final de las guerras del Marquesado. Acabadas las guerras a estas tierras había llegado el licenciado Molina para fijar términos propios a las villas recién eximidas: fijó las fronteras de los pueblos, símbolo de nuevos espacios de libertad conquistados al Marqués de Villena, pero reconoció asimismo los viejos usos comunales. Una cosa y la otra se mostrarían como una contradicción insalvable de cara al futuro. Los pueblos adehesaron las tierras incultas, negando su uso comunal, roturándolas y sembrándolas. El antiguo suelo de Alarcón, que antaño se extendía doce leguas desde la tierra de Cuenca a la de Alcaraz, se había roto con la emancipación de sus aldeas en 1480; desde comienzos del quinientos, los espacios comunales que existían en el interior de las villas exentas eran cerrados, se adehesaban formando redondas, negando su aprovechamiento comunal, luego se dividían en suertes para ser roturados y arados. Algunas veces el proceso era simple usurpación de tierras por los particulares; otras era una labor titánica de conquista de un espacio agreste de matorral y bosque o desecación de lavajos. La nueva realidad tenía dos polos opuestos: Alarcón, la vieja fortaleza, recluida en un recodo del Júcar y rodeada de pinares, se estancaba en población, su declinar solo era ocultado por los frutos decimales que recibían sus iglesias; Villanueva de la Jara y sus aldeas, en la llanura, multiplicaban una población laboriosa en unos campos que se extendían hasta el fin del horizonte. Las dos habían partido de una vecindad de doscientos vecinos a comienzos de siglo, pero si Alarcón apenas los había incrementado, Villanueva los había cuadruplicado hasta ochocientos vecinos para 1547. Solo hay un caso de desarrollo demográfico más notorio: el de San Clemente, con alrededor de mil doscientos vecinos (mil quinientos a decir de algunos), pero esta villa empezaba a abandonar su imagen de pueblo agrario para presentarse como centro urbano de servicios. Aún así, San Clemente todavía es un gran pueblo recio, en palabras de un coetáneo, pronto será corte manchega.

Villanueva de la Jara
El conflicto, que ya se remontaba a 1518, se reavivó entre Villanueva de la Jara y San Clemente. Hay que pensar en el shock que para la economía de San Clemente supuso la pérdida del pinar de Azeraque y la necesidad de buscar pinares alternativos para sus ganados y necesidades de leña de sus vecinos. Por entonces, no existían ni el pinar Viejo ni el Nuevo, tan solo algunos carrascales. Dicho trauma vino en el peor de los contextos posibles. Los cuarenta se iniciaron con sequías que arruinaron las cosechas y continuaron con condiciones adversas toda la década. De la sequía se pasó a los temporales, para volver a nuevas sequías y culminar la década con un revivir de una de las plagas bíblicas, la de langosta.

Lo peor de todo fue en el plano de las mentalidades. La generación que vivió el cambio de fines del cuatrocientos al quinientos era una generación que venía de la guerra. En torno a 1510 empezó a vislumbrar un futuro mejor para sus hijos. A éstos y a sus hijos les correspondió el duro trabajo de rompimiento del monte y el nacimiento de un nuevo espacio agrario. Fue una sensación de que cada uno dependía de sí mismo y de su trabajo. Así la guerra de las Comunidades en la Mancha conquense fue la reafirmación de los creadores de riqueza, de esos hombres de frontera que se había hecho a sí mismos, frente a los que heredando un estatus pretendían aprovecharse de la riqueza creada por aquellos. A la altura de 1540, los hombres recordaban sus logros, y lo hacían con nostalgia. Lamentaban la desaparición de los pinares y tierras montuosas, recordaban aún cómo ciervos y venados corrían por los bosques, pero en sus mentes quedaban impresas las imágenes del logro de su trabajo: los campos de trigo, los viñedos, los puentes y molinos levantados sobre el Júcar, las pueblos con sus casas nuevas, las construcciones edilicias y las imponentes iglesias, las villas duplicadas y triplicadas en población y las casas de labor o quinterías que, como Quintanar del Rey, de sus setenta y cinco vecinos a comienzos de siglo había devenido en villa populosa de trescientos vecinos. No es tanto que Villanueva de la Jara, desde sus doscientos vecinos, hubiera triplicado su población, es que las aldeas de Tarazona, Gil García o Madrigueras, superaban en población a la villa madre.

Las generaciones de la primera mitad del quinientos fueron las generaciones de la libertad. Con el ejemplo de sus padres y abuelos plantaron cara al Marqués de Villena, que intentó recuperar sus posesiones al final de la muerte de la reina Católica, se enfrentaron a los malos usos feudales de los Castillos Portocarrero en Santa María del Campo Rus y de los Calatayud en El Provencio, huyendo de la servidumbre y siendo acogidos en ese espacio de libertad en que se estaba convirtiendo la villa de San Clemente; negando, caso de los sanclementinos, cualquier derecho señorial a Alonso del Castillo sobre la aldea de Perona; expulsando a sus señores, como se expulsó a Alonso de Calatayud de El Provencio, y sometiéndolos a juicios populares que trastocaban todo el orden social; ocupando sus casas y propiedades, como vio ocupadas las suyas Bernardino del Castillo Portocarrero, que por un momento vio como el sacrosanto derecho de propiedad a las tierras vinculadas al mayorazgo creado por su abuelo el doctor Pedro González del Castillo era negado y usurpado por sus vasallos; de disputa de derechos señoriales, como ese que poseían en los molinos de la ribera del Júcar los Castillo de Alarcón y los Pacheco de Minaya, o, en suma, de disputa del poder y posesión de tierras de la nobleza local: así, los quintanareños que colonizaban las dehesas que en torno al Júcar poseía la villa de Alarcón y su señor don Diego López Pacheco o la negación que con la conquista de nuevas tierras, inclinaban la balanza a favor de los labradores, en ese extraño reparto que en las aldeas de Madrigueras y Gil García existía entre el Marqués de Villena y el concejo de Villanueva de la Jara. Pero no hay nada comparable al esfuerzo heroico de motillanos, barchineros y gabaldonenses por romper los montes. Heroico por la dificultad de ganar unas ásperas y accidentadas tierras a la naturaleza y heroico, en mayor medida, por discutir los derechos que sobre el monte tenía el Marqués de Villena.

Y sin embargo, cuando las viñas, las tierras de pan llevar lo invadieron todo, los hombres volvieron la vista atrás y en su memoria revivió el recuerdo de la naturaleza agreste y el modo antiguo de vivir que les procuraba lo elemental: la recogida de la grana para mayo, de la piña para San Martín, de la bellota para San Lucas. Revivió el recuerdo de su errar con los ganados de pinar en pinar, del intercambio diario de vivencias en los molinos de los Castillo, Pacheco o Ruiz de Alarcón, de sus coincidencias, haciendo guardias en la fortaleza de Alarcón. El viejo conflicto contra el Marqués, que alineaba a los hombres en sebosos y almagrados, que colocaba a cada uno en la seguridad de una clientela ante la que responder, había dado lugar a hombres libres de ataduras. Hernando López, el niño pastor de Vara de Rey, que a comienzos del quinientos recorría con sus ganados, sin fronteras que respetar, todas la villas del Marquesado conquense, se había convertido en agricultor y, ganada una posición, en regidor de la villa de Motilla del Palancar, donde se había casado y formado familia.

Esa es la década de los años cuarenta en el sur de Cuenca. Hombres que, ya ancianos, se sienten orgullosos de sus logros. Ante sus ojos ven los pueblos y las casas levantadas con sus manos, los campos de labor, arrebatados al monte, despojados de piedras y arrancadas de raíz las matas, y que ahora inundan la llanura de tierras de pan llevar y viñedos. Pero ancianos que añoran la vida de sus abuelos y padres, cuando el ager no había vencido al saltus. Sus hijos resolverán la contradicción; se apegarán al poder, comprando las regidurías perpetuas en 1543; abandonarán la cultura del sacrificio y del trabajo: el oficial público, el escribano, el clérigo o el bachiller serán los oficios de referencia para los hijos de los campesinos. Todavía, durante la segunda mitad del siglo XVI, algunos triunfadores reciben el apodo de el rico, pero ya no hablamos del que se ha laborado la riqueza con sus manos, sino del que hace ostentación de una riqueza ganada con la compra del trabajo ajeno. Y es que a mediados del quinientos se generaliza el trabajo a jornal. En las fuentes manuscritas aparece con mucho desdén eso de emplearse a jornal. Pero todos saben que el trabajo a jornal es la fuente de riqueza y su desdén el origen de toda penuria. Los ricos se convierten en hidalgos, los jornaleros intentan escapar de su infortunio deviniendo en tenderos o artesanos, los segundones de familias de bien marchan a Belmonte o Villaescusa, cuando no a Alcalá o Salamanca, para ser abogados, procuradores o simples beneficiados de alguna iglesia, los miembros marginales de la sociedad se enrolan en las banderas que los capitanes colocan en las plazas de los pueblos. Y sin embargo, es una generación hueca, ha heredado la ambición de los padres, pero no sabe nada ya de su espíritu de sacrificio. Cervantes, cincuenta años después sabrá lapidariamente en una frase definir la nueva realidad: por su mal le nacieron alas a la hormiga. El Sancho labrador pretende ser gobernador.





AChGr. 01RACH/ CAJA 5355,  Pieza 8. Pleito en torno al aprovechamiento del pinar de Villanueva de la Jara. Hacia 1547

domingo, 18 de junio de 2017

La destrucción de los pinares del suelo de Alarcón en la primera mitad del siglo XVI

Alarcón y sus pinares al fondo
http://www.turismocastillalamancha.es
A comienzos del quinientos el paisaje de la Mancha conquense distaba mucho de presentar el actual aspecto de un espacio agrario ininterrumpido de tierras de cultivo y viñedos. El monte y los pinares aún ocupaban espacios extensos y la espesura de los árboles formaba masas boscosas, herederas de la época del infante don Juan Manuel. Otras actividades económicas, ajenas a la agricultura, seguían teniendo un gran peso en la vida de los hombres. Actividades como la recolección de la grana, la piña y la bellota o el pastoreo se localizaban en las masas de pinares y carrascales que habían sobrevivido a comienzos del siglo. Destacaba un espacio forestal de pinares que se extendía en torno al Júcar, ocupando parte de los términos actuales de los pueblos de EL Picazo, Villanueva de la Jara y Sisante. Este espacio forestal estaba configurado por la continuidad de unos pinares a ambos lados del río Júcar; continuidad que no parecía respetar la delimitación de términos hecha por el licenciado Molina en torno a 1480. El pinar de la Losa llegaba desde la margen izquierda del Júcar hasta una legua de la villa de Villanueva de la Jara; el pinar de Azaraque, desde la margen derecha del río, se extendía por el término actual de Sisante, que por entonces dependía de San Clemente, y, por último, el pinar de la Vera de El Picazo se extendía por esta última población, perteneciente durante toda la Edad Moderna como aldea a la jurisdicción de la villa de Alarcón.

La explotación de estos espacios forestales venían regulados por las ordenanzas y estatutos dados por la villa de Alarcón para la regulación del aprovechamiento de sus montes, cuya letra sería trasladada a las ordenanzas y estatutos de las villas que se emanciparon durante la guerra del Marquesado. Básicamente los títulos recogidos eran éstos:
  • Prohibición de cortar pinos donceles de grosor inferior al brazo o la pierna, aplicando las viejas ordenanzas de Alarcón, so pena de 600 maravedíes
  • Prohibición de cortar pinos o carrascas sin licencia del concejo, acompañada su concesión de juramento sobre que dicha corta es para aprovechamiento personal de su casa o labores y que la madera no se dará ni venderá a otro vecino o forastero ni cortarán pino doncel sino solo pinos carrascos y rodenos. La pena impuesta en estos casos era de doscientos maravedíes
Con el movimiento roturador de comienzos de siglo XVI, el monte y los pinares se fueron angostando. El resultado fue que se pusieron más cortapisas a la concesión de licencias y albaláes para la corta y tala de árboles. Así, la villa de Villanueva de la Jara acabó imponiendo un gravamen de dos maravedíes por la concesión de licencia para la corta de cada pino carrasco o rodeno.
Al derecho igualitario que tenían todas las villas del antiguo suelo de Alarcón de difrutar de sus montes y pinares, pronto sobrevino un trato diferenciado entre las villas reducidas a la obediencia real. Si la comunidad de aprovechamientos regía para las villas de Villanueva y de El Peral, sometidas a ordenanzas comunes, no ocurría lo mismo con el acceso a los pinares de Villanueva por los vecinos de San Clemente. Los testigos declaraban que los vecinos de San Clemente nunca habían obtenido licencia para cortar madera en el pinar de Villanueva de la Jara, aunque se les suponía tal derecho por ser parte común del suelo de Alarcón. La rivalidad entre los vecinos de San Clemente y Villanueva dio un paso más, cuando los ganados sanclementinos que tenía libre acceso para abrigarse en el pinar de la Losa vieron negado, entrado el siglo, el pasto en dicho pinar.

Hay dos momentos en el cierre de términos, que ponen fin al aprovechamiento común de los montes por las villas. La acción del licenciado Molina en torno a 1480, amojonando y cerrando el término de las villas recién eximidas, fue el aldabonazo de salida. La indefinición en que quedó el libre aprovechamiento de los montes y pinares del suelo de Alarcón chocaba claramente con el deseo de acotar el disfrute de los mismos a sus vecinos. Surgen entonces los primeros espacios acotados por las villas, que exigen licencias de sus concejos para el disfrute de la madera y pastos y garantizan el acceso con guardas y caballeros de sierra. Es en este momento cuando surgen las llamadas redondas. El nombre es debido al acotamiento o adehesamiento de un espacio forestal o montuoso alrededor de la villa. La primera que dio el paso fue la villa de Alarcón nada más acabar las guerras del Marquesado. La villa de Alarcón tenía un pinar vedado, tanto para sus vecinos como para los de otras villas, llamado la Redonda. Este espacio se extendía en círculo alrededor de una legua en torno a la villa. El libre aprovechamiento de los pinares, salvo pinos donceles, se tornó en la necesidad de obtener licencia para la corta de madera.

Aunque los pinares de Alarcón eran extensos en torno a la ribera del Júcar, la explosión demográfica y el rompimiento de tierras desde comienzos de siglo en las villas eximidas de la villa madre y en las propias aldeas dependientes, llevó al concejo de Alarcón a cerrar una nueva redonda, esta vez en su aldea de El Picazo. Para la corta de pinos carrascos y rodenos se hacía preciso obtener licencia del concejo de Alarcón, desde 1530. Fue el segundo momento clave, durante el cual, siguiendo el ejemplo de Alarcón, el resto de las villas también vedaron sus pinares. Las limitaciones venían impuestas porque hasta el pinar de El Picazo acudían los vecinos de Villanueva de la Jara a proveerse de madera cada vez más asiduamente. Los testimonios citan los casos de dos vecinos de Villanueva, llamados Pedro Monteagudo y Escobar, pero no deberían ser los únicos en desplazarse hasta Alarcón para pedir el albalá de tala de madera. El pinar de la Losa comenzaba a menguar y se acudía a las reservas de madera de los pinares de Alarcón, que era obligada a poner nuevas limitaciones. Desde Alarcón se veía como, en la explotación de sus montes, a los motillanos se unían ahora los jareños

en los tienpos pasados abrá çinquenta años o más tienpo los veçinos de la villa de la Motylla e todos los veçinos de los pueblos que son poblados en el suelo de Alarcón podían cortar e cortavan en todos los términos de la dicha villa de Alarcón todos los pinos carrascos o rrodenos que querían guardando los donzeles y este testigo y este veçino cortó mucha madera en aquel tienpo para labrar una casa que tyene en la dicha villa de la Motylla la qual se hazía sin liçençia del conçejo de la dicha villa de Alarcón y sin yncurrir en pena por ello e ya los pinares están todos destrozados e rrotos e urtados e de diez o quinze años a esta parte este testigo a oydo dezir por cosa pública en la villa de la Motylla que el conçejo justiçia e rregimiento de la dicha villa de Alarcón an hecho un bedado e rredonda en los pinares de la dicha villa para que ningún veçino della ni de fuera della no puedan cortar ni corten ningún pino rrodeno ni carrasco si no fuere con liçençia y espreso consentymiento de la dicha villa e que quando los toman cortando en la dicha rredonda syn la dicha liçençia luego los prendan e penan syendo hallados y les executan las penas que en sus hordenanças tyenen pública e notoria e usadas e guardadas a muchos veçinos de la dicha villa de la Motylla y de la dicha Alarcón y que demás desto este testigo se acuerda oyr que desde que los pueblos que están poblados en el suelo de Alarcón heran sus aldeas e se reduzieron y tornaron a la corona rreal que a más de setenta años porque este testigo no se acuerda dello aunque es viejo que en aquel tiempo avía hecho una rredonda la dicha villa de Alarcón con sus pinares que es la rredonda vieja y que aquella syenpre la an guadado y vedado para que no la corten syn la dicha liçençia ni la puedan comer con los ganados los vezinos de los pueblos del suelo y que después hizieron la dicha rredonda nueva

Alarcón simplemente seguía el ejemplo de otras villas. El pinar de Villanueva de la Jara, llamado de la Losa, estaba al otro lado del río Júcar, en el camino de San Clemente a Villanueva, y era de uso común por sanclementinos y jareños, aunque Villanueva intentó cerrarlo desde el primer momento. Esto provocó el litigio con San Clemente, pues sus ganados pacían y se abrigaban en dicho pinar, lindante con su aldea de Sisante. Tierra abrigada para algunos, fría e inhabitable para otros; hacia 1540 se había quedado pequeño para los aprovechamientos de los propios vecinos de Villanueva. Aunque era el principal pinar en diez leguas a la redonda, el crecimiento poblacional lo había hecho insuficiente. El valor de dicho pinar se hacía patente en invierno. Con las nieves, el pinar se convertía en lugar de abrigo para los ganados de los sanclementinos, de los jareños y de los ganados de otros pueblos comarcanos (entre ellos, La Roda y El Peral), que pacían allí como parte integrante de los comunes del suelo de Alarcón. Pero hacia 1550 el pinar estaba sobreexplotado  y el resultado era que, en voz de los vecinos, presentaba un aspecto roto, angostado y muy gastado

El pinar de Vara de Rey era el llamado de Azaraque. Se situaba junto a la ribera del río Júcar, en lo que hoy es término de Sisante. En la actualidad, la extensión de los campos de cultivo ha provocado su desaparición, al igual que el pinar de Villanueva de la Jara. Hasta 1537, que Vara de Rey era aldea de San Clemente, lo había poseído esta última villa, acotándo y limitando su aprovechamiento en beneficio propio y colocando para su custodia a sus caballeros de sierra. La petición para vedar dicho pinar se nos conserva hoy en día y está dirigida a la emperatriz Isabel un 28 de noviembre de 1530. Pero con la emancipación jurisdiccional de Vara de Rey en 1537, convertida en villa, el pinar de Azaraque pasó a ser un propio de esta villa. Entablándose conflicto entre Vara de Rey y San Clemente, que hacia 1540 se había resuelto a favor de la antigua aldea, obteniendo ejecutoria favorable de la Chancillería de Granada. Por los testimonios sabemos que la relación entre San Clemente y su aldea hasta 1537 había sido muy tirante. Todos ellos coinciden en señalar la emancipación jurisdiccional de Vara de Rey con una expresión significativa: la aldea de Vala de Rey se libertó de San Clemente. La relación de San Clemente con su aldea de Vara de Rey había sido de señorío; sus montes y pinares habían sido objeto de beneficio y aprovechamiento de los vecinos de la primera. En 1546, todavía se escuchaba el eco de las quejas de los vararreyenses por la acción de los caballeros de sierra sanclementinos y por la obligación que tenían de hospedarlos en sus casas. El rencor que los vecinos de Vara de Rey tenían a San Clemente por no poder aprovechar los pinos de su propia tierra era manifiesto. Un testigo aseguraba haber sido condenado a un ducado de multa, o sea trescientos setenta y cinco maravedíes, por cortar un pino carrasco para atajar una chimenea de su casa. La multa era una muestra de que San Clemente tenía sus ordenanzas propias para la guarda de sus montes, apartadas de las del modelo de Alarcón por el que se regían el resto de las villas. Esta autonomía sanclementina la soportaban los vararreyenses, a los que se imponían penas por las cortas de pinos carrascos o rodenos que duplicaban prácticamente los doscientos maravedíes  marcadas por las ordenanzas de Alarcón.

El pinar de Azaraque había sido de libre aprovechamiento por todos los vecinos de la villa de Alarcón hasta que en 1530 San Clemente cerró su disfrute e impuso la condición de licencias para la corta de madera. Fue un acto arbitrario del concejo de San Clemente, aunque bien que se procuró obtener provisión real favorable, y muy mal visto por los pueblos comarcanos, para cuyos vecinos el dicho pinar había estado mucho tiempo usurpado. La razón de tal usurpación radicaba en la necesidad de pasto y abrigo que tenían las entre ochenta y cien mil cabezas de ganado que poseían los ganaderos sanclementinos, que comprendiendo la insuficiencia de espacio proporcionado por los pinares, mandaban sus ganados a herbajar de invernada a Alcaraz y Chinchilla.

Sisante
Pero cuando en 1539 Vara de Rey consigue hacerse con el pinar, la decisión de la Chancillería de Granada sería funesta para toda la comarca. El concejo de San Clemente, viendo que perdía en el alto tribunal el pinar, dio libertad para la tala de pinos. Hasta el lugar de Sisante, próximo al pinar, acudieron los caballeros de la sierra de San Clemente para leer el edicto del concejo sanclementino que daba libertad para cortar madera a cualquier persona a su voluntad. El resultado fue que durante tres o cuatro días los vecinos de San Clemente y de los pueblos próximos al pinar cortaron cuanto árbol encontraron a su paso. El pinar de Azaraque quedó completamente esquilmado y destruido. Los habitantes de la zona no olvidaron este hecho; por eso, cuando a mediados de los cuarenta se entabló pleito entre San Clemente y Villanueva de la Jara por el uso del pinar de ésta última, los temores de su desaparición renacieron de nuevo. Así veía un testigo la destrucción del pinar de Azaraque
el conçejo de la dicha villa de San Clemente dio liçençia e facultad a todos los vezinos de la dicha villa e sus aldeas e a los vezinos de todos los otros pueblos del suelo de Alarcón que el pinar de l'Azeraque que hasta entonçes lo tenían guardado e vedado ... para que todos pudiesen yr y cortar todos los pinos que quisiesen a su voluntad syn que en ello oviere pena ni premio e para carbones y leña y otros aprovechamientos y luego este testigo vio que vinyeron mucha gente de la dicha villa de San Clemente e sus comarcas e començaron a cortar y talar el dicho pinar que avía mucho tienpo que tenían vedado e guardado con grandes penas y dieron tanta prisa a cortar en él que en quatro días no dexaron en el dicho pinar pino enhiesto que no lo cortasen y los pinos malos los cortaron para carbón y desta causa lo talaron y destruyeron en tanto grado que quedó muy perdido y asolado que era lástima vellos ... a pocos días que talaron el dicho pinar vino por provisión rreal de su magestad en que mandaron dar el dicho pinar al concejo de Vala de Rey y quando se lo dieron ya estaba talado e cortado e destruydo
Tala de pinos en el Pinar de San Clemente en 2010
Foto: ASECMA. Las Pedroñeras
En favor de los vecinos de San Clemente  se puede decir que no fueron los únicos en participar de esta rapiña. Hasta el pinar de Azaraque llegaron con sus hachas vecinos de la propia Vara de Rey y su aldea Sisante, pero también de La Roda, Villanueva de la Jara o Minaya. Dos testigos reconocían haber cortado más de cincuenta pinos cada uno. Fue tal el furor talador que hasta el concejo de San Clemente se arrepintió de su decisión y volvió a vedar el pinar, poco antes de entregarlo a Vara de Rey. Pero para entonces el pinar ya estaba destruido. El salvajismo de la acción quedaría posado en la memoria de los hombres, de modo que este antecedente sería presentado por Villanueva de la Jara para defender el derecho a vedar su pinar frente a los sanclementinos un quinquenio después.

Con la pérdida de su aldea de Vara de Rey en 1537, y los derechos sobre el pinar de Azaraque cuatro años después, la villa de San Clemente quedó sin pinar alguno para la corta de leña o abrigo como majada de sus ganados. Su intento de sustituir el pinar  de Azaraque por el de Villanueva de la Jara como lugar de abrigo de sus ganados fracasó y el nuevo pleito iniciado sería perdido por San Clemente. Aparte de encinares, la villa de San Clemente no disponía de pinar alguno. Como tampoco disponía de robledales o sabinares. Para la guarda de estas dehesas de carrascas, San Clemente siempre se mostró tan exclusivo y celoso como lo había hecho con el pinar de Azaraque. Aunque en un principio, San Clemente obtuvo sentencia favorable de la Chancillería de Granada para pacer con sus ganados en el pinar de Villanueva, la realidad era que Villanueva continuó con el pleito en el tribunal granadino, entorpeciendo y negando el acceso a su pinar de los ganados sanclementinos. La pérdida del acceso a los pinares de Vara de Rey y de Villanueva de la Jara obligó a San Clemente a nuevos pleitos interminables con Cañavate y La Alberca para intentar acceder a los pastos de estas villas. Pero al final la solución a las necesidades de pasto y abrigo de los ganados sanclementinos fue integrarlos en las rutas de las trashumancia y plantar pinares propios en los caminos de Munera y Villarrobledo.

La desaparición del monte y de los pinares en el suelo de Alarcón tuvo su hecho incidental en la actitud vengativa de San Clemente con su aldea de Vara de Rey, pero las causas profundas radicaban en el espectacular desarrollo agrario y roturador que habían vivido los pueblos del suelo de Alarcón desde comienzos del siglo XVI. En las probanzas de testigos que estudiamos, que aunque no fechadas, deben estar cerca del año 1546, todos los testimonios coinciden en lo mismo: el gran incremento demográfico de la zona en los últimos cuarenta y cinco años. Paralelo al aumento de hombres fue el de ganados, de tal modo que los comarcanos reconocían, a mediados de los cuarenta, que nunca habían visto los pinares tan gastados y arredondeados. A mediados de los cuarenta, un vecino reconocía que a día de oy hay más gente que nunca ovo en ningún tiempo. La expresión venía a confirmar la imagen de que el crecimiento demográfico había sido continuo e imparable desde comienzos de siglo. Aunque hemos de tomar con reservas los testimonios de personas ancianas que remitían sus declaraciones a los recuerdos de sus cuarenta o cincuenta años atrás, también hemos de considerar que estos mismos testimonios no tenían dificultad en apoyarse cuando era necesario en la tradición oral de sus ancestros. Así, a pesar de que se ha considerado a los Reyes Católicos como los grandes benefactores de las villas de realengo reducidas a su obediencia, el despegue o take off de la zona se produjo a su muerte, en el reinado de Juana la Loca, salvando los pueblos con relativa facilidad la crisis de comienzos del quinientos. La desaparición del monte en favor de las tierras de labor fue brutal; de modo, que con razón dirá un testigo que todo está rrompido e destroçado. Otro vecino nos dirá que él alcançó a ver pinares espesos y al presente está hecho tierra calma rrasa

Los testigos hablaban con datos concretos. Así uno de ellos reconocía que si el incremento poblacional de las villas había sido grande, no menor había sido el de sus aldeas; para el caso de Quintanar del Marquesado se reconocía una población de trescientos vecinos hacia 1546, cuando treinta años antes no llegaban los vecinos a setenta o setenta y cinco, tal como recordaba el mencionado testigo haber visto en los padrones. No es de extrañar que los pinares se cortaran para satisfacer la demanda de nuevas casas; son innumerables los testimonios de vecinos ancianos que habían construido en su mocedad o madurez sus casas de morada. Los pinares asimismo quedaron pequeños como abrigo y majadas para los ganados, que tuvieron que buscar, por su integración en la trashumancia y las rutas mesteñas, el pasto que no encontraban en los montes comunales del suelo de Alarcón.

A comienzos del quinientos entre Alarcón, Villanueva de la Jara y San Clemente había cierto equilibrio. Ese equilibrio era sobre todo demográfico. Las tres villas disponían de doscientos vecinos cada una, aunque en el caso de Villanueva, sus aldeas de Madrigueras, Tarazona, Gil García y Quintanar la población se incrementaba notablemente. Los desequilibrios pronto se hicieron palpables. Alarcón, tierra de pinares, que se extendía por diez o doce leguas de largura en torno a la ribera del Júcar (lo que le quedaba de su antiguo término que antaño iba desde la tierra de Cuenca a la de Alcaraz, antes de que las villas del Marquesado se redujeran  a la obediencia de la Corona) se estancó en población, en favor de sus aldeas, que sí contaban con un espacio roturable para el desarrollo agrario. Villanueva de la Jara y San Clemente redujeron el monte a campos de pan y viñedos, permitiendo un imparable crecimiento demográfico en la primera mitad de siglo. La brutal modificación del espacio agrario la habían visto los vecinos que poblaban los pueblos a mediados del siglo
este testigo alcançó a conosçer en los dichos términos hartos pinares e montes e al presente toda está arraseado e desmontado...e oyó dezir  a Garçi escrivano su padre vezino que fue de la villa de Villanueva de la Xara que abrá veynte años o más que murió e al tiempo que murió sería ombre de hedad de setenta y çinco años, ... que avía en el dicho término de Alarcón muy poca gente e ganado e avía muy grandes montes e pinares 
La desaparición de los montes vino acompañado de la extensión de los cultivos, sobre todo, tierras de pan llevar. El desmonte adquirió una veste salvaje y radical. La razón no fue otra que el vacío legal existente. La villa de Alarcón poseía un fuero que apenas si regulaba la explotación de los árboles, salvo en la explotación de sus frutos, piñas y bellotas y favorecía la roturación de tierras con una fórmula favorable a aquellos que rompían la tierra y que se aproximaba bastante a la aprisio medieval:  el vecino que rompe en el suelo de Alarcón a reja y yunta y pala de azadón, lo que rompe lo haze suyo en posesión y propiedad. Las condiciones para adquirir la propiedad de la tierra ya las hemos visto para el caso del rompimiento del espacio forestal de Barchín del Hoyo y de la aldea motillana de Gabaldón. La roturación de tierras, su labranza en el primer año y sembradura antes de pasados dos años conllevaba la titularidad de la propiedad de la tierra. Tenemos el testimonio de un vecino que corrobora nuestras afirmaciones, generalizando a todas las villas del suelo de Alarcón el caso ya estudiado de Barchín y Motilla del Palancar. La primera limitación que se puso para la corta de árboles, de hecho, venía marcada por la improvisación. No se podían cortar encinas superiores al tamaño del muslo de la pierna de un hombre
al tiempo que este testigo començó a conosçer e tener conosçimiento del término e campo de la dicha villa de Alarcón e su suelo que abrá dichos çinquenta años (es decir, desde poco antes de 1500) poco más o menos tiempo vio este testigo que avía muy grandes pinares y carrascales y hera menester que los cortasen y talasen para que los ganados los pudiesen atrabesar y para tener tierras en qué sembrar porque en aquel tiempo no avía tanta gente como al presente ay y lo susodicho se hazía e usava e cada vezino de los dichos pueblos podía cortar por donde quisiese ecebto que avía de guardar la enzina e carrasca que hera de gorda de un marco que para ello tenían e sería como el muslo de un ombre y aquel tal pie avían de dexar y lo demás lo podían rromper y rrompían y desta causa arrasaron y talaron toda la tierra e la panificaron e no quedaron más de aquellos pies que dexaban conforme al marco e después a visto que ni dexaron aquellos pies ni otros nyngunos porque todo an talado y destroçado y no ay monte ni enzinar ni pinar si no es lo que an vedado y aún aquello lo hurtan y talan y destruyen a escondidas aunque los penan y prendan
A diferencia de las ordenanzas de años después que prohibían la corta de pinos donceles y cualesquier pinos carrascos o rodenos y encinas para favorecer la regeneración del monte, la solución aportada en un principio iba en sentido contrario. Parece que la limitación a la roturación del espacio forestal venía limitada por la fijación de un marco de hierro. Los troncos que estaban por debajo de esta medida se podían cortar. Aunque como hemos visto, una vez cotados los árboles jóvenes, los viejos tampoco se respetaron. La pena por cortar árboles de mayor grosor del marco era de seiscientos maravedíes y la medida vino impuesta no tanto por el afán roturador como por la necesidad de abrir espacios libres para los ganados en el enmarañado bosque. La aparición de estos calveros fue la invitación para espacios más amplios destinados a la sembradura. Un testigo declaraba como se cortaban por los vecinos de Villanueva de la Jara de una mata sola de monte ocho carretadas de madera al día, que eran llevadas a vender hasta la localidad de Iniesta a precio de sesenta maravedíes cada carretada. El proceso roturador fue tan salvaje, que para mediados de siglo las villas del suelo de Alarcón ya acudían a la tierra de Cuenca a comprar la madera que les faltaba en su tierra. Aunque en otras ocasiones eran los carreteros, procedentes de la tierra de Cuenca, los que acudían a la feria de San Clemente a vender la madera. Alarcón se vio obligada a ganar provisión real para cerrar espacios dedicados a la crianza de pinos donceles, que no se podían cortar hasta alcanzar los diez años de antigüedad. Fue un intento que, aunque en parte malogrado, evitó la extinción de todos los pinares. Para los conservacionistas de la época, valga la digresión, fue su primera conquista, en sus propias palabras, consiguieron señalar espaçios deçentes.

Paralelo al fenómeno de roturación de tierras fue el incremento demográfico. Las cifras que ya conocemos para San Clemente (alrededor de ciento ochenta vecinos hacia 1495, según el regidor de Alarcón García Llorca) vienen corroboradas por múltiples testimonios. San Clemente contaba a comienzos de siglo con alrededor de doscientos vecinos. Cuarenta años después la cifra de vecinos ha aumentado a alrededor de mil, aunque algún testimonio la aproxima a los mil quinientos vecinos. No obstante, los testimonios más creíbles son aquellos que señalan una población de mil doscientos vecinos el año de 1546. Villanueva de la Jara, excluidas sus aldeas, contaba entre doscientos y doscientos cincuenta vecinos en 1500, que amplió hasta setecientos u ochocientos vecinos cuarenta años después. Alarcón, que tenía una población de doscientos vecinos también tuvo un crecimiento demográfico menor, aunque sus aldeas sí lo hicieron.

Hoy el espacio agrario domina el paisaje del antiguo suelo de Alarcón. Villanueva y Vara de Rey han perdido sus pinares y, sin embargo, la repoblación posterior de San Clemente en los pinares Viejo y Nuevo pervive, como continúan los viejos pinares de la villa de Alarcón allí donde la naturaleza agreste impidió la roturación de tierras.


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 5355, PIEZA 8. Proceso entre el Peral y Villanueva de la Jara por términos. Siglo XVI