El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 7 de febrero de 2016

Las Pedroñeras, Villagarcía del Llano, Vara de Rey, El Provencio según la Geografía de Tomás Mauricio López (1796)

Las Pedroñeras

Las Pedroñeras es villa de realengo, comprehendida en el suelo que llaman de Alarcón, y consta de 650 vecinos. Tiene su parroquia por anexos al despoblado de la villa de Robledillo de Záncara y Martín Bieco, distantes de esta villa una legua entre oriente y norte. Dista la población 13 leguas de Cuenca: confina con término de Belmonte, Pedernoso, las Mesas, entre cuyos dos términos hay una laguna llamada el Taray. También linda con Robledo, el Provencio, Santiago de la Torre, Robledillo, la Alberca, el término de la encomienda de Santiago y la villa de la Roda. Pasa por esta villa el camino Real, que de órden de S. M. se construye para Murcia, Cartagena y Alicante.

Pasa también por su término y por el del despoblado del Robledillo un río llamado Zángara, que nace según noticias cerca de Villarejo de la Fuente, terminando en el Guadiana con el término de Záncara: tiene cerca de la Alberca un puente de piedra y yeso; en cuyo curso por estos términos tiene bastantes molinos. Hay un monte de mata parda en el término de este pueblo, como de media legua. Es esta villa de población antigua, y se sabe que por los años de 1280 fué aldea de Alarcón. En 1448, o por entonces, se hizo merced y donación de ella á Don Juan Pacheco, Marqués de Villena; y por lo mismo fué aldea de la villa de Belmonte, como perteneciente al Marquesado de Villena, hasta que se incorporó a la corona Real, que la recibió Don Jorge Manrique, Capitán y Apoderado de los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Diña Isabel, en 24 de septiembre de 1479, de que goza el Real privilegio y confirmaciones posteriores, aprovechamiento de sus términos y de sus despoblados. Sus frutos son los regulares de qualquier otro pueblo. El temperamento de esta población es sano.

Villagarcía de la Mancha

Villagarcía de la Mancha fué en lo primitivo una aldea muy pequeña que se llamó las Casas de Gil García, sujeta por entonces á la jurisdicción de Villanueva de la Jara: se separó de aquella villa el 28 de Enero del año de 1667 por gracia que obtuvo de la reyna Doña María de Austria en la menor edad de su hijo Don Carlos II, y desde entonces está inmediatamente sujeta a la corona Real. Se compone de 426 vecinos. Esta villa baxo el gobierno espiritual de la de Alarcón y la Jara; y por haber faltado éstas al cuidado que debían, erigió aquí el ilustre Cabildo de Cuenca una capilla con su cura para que asistiese á sus vecinos con el pasto espiritual que necesitasen, consignando 1000 reales anuales para sus precisos gastos, y 24 ducados de oro de cámara con que contribuye igualmente dicho cabildo, por bula Pontificia concedida en 6 de Enero de 1559 por la Santidad de Pío IV. Esta anexa á esta iglesia el heredamiento de la casa del Olmo, distante de esta villa una legua la que se compone de 6 vecinos. En la ermita de la Purísima Concepción está en el día la iglesia parroquial en tanto que se construye la nueva.

Dista este pueblo de Cuenca 14 leguas, y confina con la Iniesta, Ledaña, las Navas, Madrigueras, Quintanar del Rey, Tarazona, Villanueva de la Jara y el Peral. El río más inmediato a esta villa es el Xúcar. El arroyo de Valdemembra fué descubierto en este término el 30 de mayo de 1786 por Miguel Garzón, el qual reducido á cañería, puede ser un socorro muy grande para esta villa. En el año de 1779 Pedro González Escudero, de oficio pastor, descubrió otro manantial, en la dehesa del Villar, y otras varias aguas que aprovechadas por sus vecinos pueden remediarlos en la escasez que suelen padecer. Esta situada esta villa á la falda de un repecho. Es natural de este pueblo el Excelentísimo Señor Doctor Don Alonso Núñez Haro y Peralta, Arzobispo de México, que era Virrey Capitán General interino en 1787, y á sus expensas se erige en esta villa la magnífica parroquia; también es de aquí el Ilustrísimo Don García Núñez, hermano del antecedente, Juez honorario de la Audiencia de Oviedo y Corregidor que fué de la villa de la Iniesta y la Jara. Los frutos más singulares de su término son trigo claro y candeal, que aprecian mucho en Valencia, todo género de frutas especiales, y el vino y el aceyte que son excelentes; asimismo el azafrán, que dá como unas 640 libras. Goza esta villa de un clima muy sano.

Vara de Rey

La villa de Vara de Rey lo es desde el año de 1537, en virtud de Reales privilegios concedidos por el Señor Don Carlos y Doña Juana su madre. Sus armas son un Rey sentado en su trono. Las salas capitulares son magníficas miradas por la fachada principal del norte; pero vistas por la banda contraria se nota gran diferencia. Se compone este pueblo como de unos 500 vecinos, incluyendo los e sus aldeas del Carmen y Simarro. Tiene estas parroquias por anexos las referidas aldeas, la villa de Casas de Guijarro y la aldea de Casas de Benítez. Dista esta villa de Cuenca 11 leguas , lo que está respecto de ésta al norte, y tiene al poniente á su capital San Clemente á dos leguas. Confina con Sisante, Thébar, Atalaya, Cañabate, Perona, Villar de Cantos, Casas de Fernando Alonso, Haro, Pozoamargo y sus anexos. El término y jurisdicción de este pueblo ocupa quatro leguas. Tiene solo un pinar en las inmediaciones de Pozoamargo. Los frutos regulares de esta villa son los comunes de todas partes. Hay en sus términos canteras especiales para qualquier género de edificio que se ofrezca.

El Provencio

El Provencio es una villa de señorío, distante de Cuenca, que tiene al N. E., unas 13 leguas, y al mismo rumbo está su cabeza de partido San Clemente, como á dos leguas. Confina con los términos de Villarrobledo, las Mesas, Pedroñeras, el Robledillo, Santiago de la Torre, Alberca y San Clemente. Se halla situado en llano, pero si le faltan las aguas está sujeta a mucha miseria, aprovechándola muy poco las de un arroyo que pasa junto a la población y desagua á cosa de media legua de ella en el río Záncara, donde recibe las corrientes del río Rus. Su población es de 400 vecinos y se gobierna por un alcalde ordinario.



LÓPEZ, Tomás Mauricio: Geográfica Histórica Moderna. Tomo II. Comprehende las provincias de Toledo, Guadalaxara y Cuenca. Imprenta de la viuda de Ibarra. Madrid 1796. BIBLIOTECA DE LA ABADÍA DE MONTSERRAT. pp. 307-312

domingo, 31 de enero de 2016

El incidente de la mancebía de San Clemente (1558)- (IV)

La huida de Pedro de Mondragón y Diego de Iniesta a El Provencio provocaría un agrio enfrentamiento entre las justicias de los dos pueblos. Las requisitorias del Miguel de los Herreros y del alcalde mayor licenciado Céspedes de Cárdenas fueron respondidas por la justicia de El Provencio con todo el rigor jurídico posible, quizás temiendo, como así fue, que el asunto acabará en el Consejo Real. No en vano, en el conflicto contendieron tres jurisdicciones enfrentadas: la justicia real, la señorial y la militar. Prevalecía en teoría la justicia real, pero la realidad del terreno beneficiaba a la justicia señorial y la beneficiaria acabó siendo la jurisdicción militar, que no tenía competencias en el caso, pero se imponía por la vía de los hechos.

Las primeras requisitorias, de veintiséis de mayo de 1558, ordenando la prisión de los huidos, y a ser posible remitidos a la cárcel de San Clemente, fueron emitidas por el alcalde ordinario de San Clemente, Miguel de los Herreros, pues el alcalde mayor, aún no había regresado de Villanueva de la Jara. Tanto Pedro de Mondragón como Diego de Iniesta, se paseaban por la villa de El Provencio, jactándose de las heridas causadas al alguacil Juan de Argüello. El cumplimiento de la requisitoria fue obedecido, aunque sin premura, por el alcalde mayor y uno de los alcaldes ordinarios de El Provencio, Francisco Castillo y Hernando de Losa. Éste último ordenaría la prisión de los culpados en la cárcel de la villa, pero éstos, sin duda previamente avisados, les dio tiempo a retraerse a la iglesia ante la mirada complaciente del otro alcalde, Juan Rosillo, y el presbítero Marco de la Roda.

El desafuero a la justicia de San Clemente fue respondido enviando esta vez a una persona de máxima confianza de Miguel de los Herreros y del mismo alcalde mayor Céspedes, don Hernando Pacheco, que con una nueva requisitoria conminó al alcalde Hernando de Losa a poner una guardia de diez hombres, que estaría a cargo del alguacil Hernán Martínez, para evitar la huida de los delincuentes de la iglesia. Se le recordaría a Hernando Pacheco que los guardas los debía pagar la villa de San Clemente.

Que el licenciado Céspedes de Cárdenas dudaba del celo en el cumplimiento de sus órdenes por la justicia de El Provencio está fuera de lugar y así se lo recordaba:

... e los susodichos delinquentes se an venido a favoresçer a esta dicha villa del provençio donde se an andado por ella paseando libremente e contando lo que avían hecho e no los prendieron ni quisieron prender y por ver que de parte de la dicha justiçia de la villa de san clemente venían en su seguimiento se an rretraído a la yglesia desta villa

por eso, se desplazó en persona a El Provencio el 27 de mayo exigiendo se sacasen de la iglesia los dos jóvenes y se los entregaran. Esta vez las invectivas iban directamente contra la justicia de El Provencio a la que acusaba de dar cobijo y protección a los delincuentes y haciéndoles responsables de una posible huida

...que si los dichos delinquentes se fueren o ausentaren de manera que no puedan ser castigados y el delito quede sin punición el castigo sería su culpa el cargo e de todo dará notiçia a la rreal magestad e dellos se quexará como de juezes que faboresçen a los deliquentes e no quieren que sean  castigados

Lejos de amedrentarse Francisco del Castillo y Hernando de Losa buscaron todo tipo de subterfugios para incumplir las órdenes. No se había pagado los tres ducados prometidos a los guardas de la iglesia, que al fin y al cabo era gente que vivía de su trabajo. Por tanto, la responsabilidad no era suya si abandonaban la guardia y escapaban los delincuentes. Además, estaba el problema jurídico de que estaban en lugar sagrado y no se les podía prender. Alegaba Francisco del Castillo que necesitaba antes de tomar una decisión, el parecer de un letrado. De hecho el parecer se pidió a un letrado que vivía seis leguas más allá, en el Castillo de Garcimuñoz, el más afamado de toda la comarca, se añadía. Tal letrado se llamaba el licenciado Sobrino.

Francisco del Castillo llegó a espetar a la cara del licenciado Céspedes que ellos no eran letrados para poder proveer lo susodicho. La contestación del licenciado Céspedes de Cárdenas fue iracunda, los alevosos y delinquentes no gozan de las ymmunidades de la iglesia. Además las excusas sólo servían para ocultar las amistades de que gozaban los dos huidos entre vecinos principales de El Provencio, incluida su justicia. Esta vez, se amenazaba con dar noticia al Consejo Real de sus actuaciones.

Las amenazas debieron hacer mella en Francisco del Castillo y Hernando de Losa, que organizaron una partida de gente armada, dispuesta a apresar a los dos jóvenes encerrados en la iglesia. No lo lograron. O bien hubo una feroz resistencia de los encerrados o bien demasiada teatralidad en la operación de arresto. Así lo narraba el alguacil Francisco Lucas:

... se hiçieron fuertes en ella (en la torre de la iglesia) e atrancaron la puerta con piedras e la defendieron con sus espadas e no se dexaron hechar prisiones.

Debemos imaginar al licenciado Céspedes tan perplejo como lleno de ira ante lo que estaba pasando. Pero esa tarde del día veintisiete la presencia de una compañía de soldados cambiaría el devenir de los acontecimientos. El Provencio estaba en el camino que los soldados reclutados en el Reino de Toledo y Madrid tomaban con dirección al puerto de Cartagena, donde se embarcaban con dirección a Italia o a los presidios del norte de África. Aunque se aconsejaba que se evitaran los mismos itinerarios, la realidad es que pueblos como El Pedernoso, Las Pedroñeras, El Provencio, Minaya o La Roda estaban obligados a soportar el tránsito y hospedaje de sucesivas compañías de soldados. Algunos pueblos como La Roda no dudaban en pagar lo que hiciera falta para evitar la presencia de los soldados y endosárselos a La Gineta.

Al pasar por los pueblos, las compañías intentaban rellenar el cupo de soldados que no habían conseguido por el método tradicional de reclutamiento poniendo bandera en la plaza de los pueblos. Por supuesto, entre las potenciales víctimas estaban los perseguidos por la justicia. En esa situación estaban Pedro de Mondragón y Diego de Iniesta. A la torre donde se encontraban encerrados se aproximaron cuatro soldados para cogerlos e incorporarlos a la compañía del alférez Pedro Agraz, que esa misma tarde había llegado a El Provencio, alojándose en su posada. Y así hubiera sido de no ser por la defensa que con sus armas hicieron de los recluidos los guardas de la iglesia encabezados por el alguacil Hernán Martínez. El valor de que hicieron gala esta vez contrasta con la pusilanimidad que demostraron cuando tuvieron que apresar a los dos huidos. La acción denunciaba las complicidades de Pedro de Mondragón y Diego de Iniesta en la villa. Su entrega sólo sería posible por el acuerdo al que llegaron el alcalde mayor Francisco del Castillo, como mediador de su señora Margarida Ladrón de Bobadilla, y el alférez Agraz. Un acuerdo que se mostraba como única salida para evitar un conflicto mayor, y que se concretó seguramente a espaldas de los guardas que velaban por la seguridad de los recluidos en la Iglesia. Así nos lo contaba el alguacil Hernán Martínez:

... ayer veynte e siete días del presente mes de mayo en la noche estando los susodichos rretraydos y encastillados en la torre de la yglesia desta villa vinieron quatro soldados por avellos de sacar e llevárselos de la dicha yglesia y este testigo e otros que con éste ivan echaron mano de sus espadas e solos defendieron y echaron de alrededor de la dicha yglesia y los dichos soldados se fueron haciendo fieros que avían de venir muchos soldados e sacarlos e llevárselos y otro día por la mañana veinte e ocho del dicho día mes de mayo vino pedro agraz alférez con más de çiento e çinquenta ombres con espadas e otras armas e zercó la yglesia desta villa por aver de sacar por fuerça a los dichos pedro mondragón y diego de yniesta e teniéndole çercado estava este testigo con otra gente dentro de la dicha yglesia a la puerta de la torre defendiendo que no los sacasen por allí ni saliesen los dichos mondragón y diego de yniesta e como no pudieron salir por la puerta de la torre porque ellos amenazaban con espadas e lanças e alabardas e no les dexaban salir por la dicha puerta aunque los susodichos rretraydos estavan e querían salir por ella y teniendo zercada la dicha yglesia el dicho pedro agraz con la dicha gente de guerra los dichos pedro de mondragón y diego de yniesta se salieron por çima de los tejados de la dicha yglesia e se echaron abajo e los rrecogió el dicho pedro agraz con toda su gente e se los llevaron debaxo de su bandera e por fuerça

En la escena estaba presente como espectadora privilegiada la señora del lugar, pero también Hernando de Pacheco. Ambos fueron testigos de cómo la compañía de soldados se llevaba a Mondragón e Iniesta por una calle del pueblo camino de Minaya.

Para cerrar aquella estrambótica situación por la tarde llegaba el parecer del licenciado Sobrino, el afamado juriconsulto de Castillo de Garcimuñoz y de toda la comarca. Un despropósito más que se incorporaría al expediente que se remitió al Consejo Real:

magnífico señor, yo he visto la requisitoria e informaçión, el caso es grave en lo que toca a diego de yniesta y quisiere yo que estuviera en otra villa qualquier del marquesado para que el señor governador e su alcalde mayor determinarán lo que les paresçiere a ellos. Yo e visto en este caso todo lo que e podido ansí de derecho canónico como de derecho zevil y leyes destos rreynos y si yo fuera juez del caso determinara ni en lo que me paresçiera porque el ofiçio me obligava y como asesor en caso semejante no me atrevo a dar parezer porque tengo por ello y dado el rrigor que yo acostumbrava tratar semejantes casos, vuestra merçed envíe a tomar parezer sobre el caso adonde mejor y más sauio crea que se lo darán. Entretanto sy yo fuera juez mandaría echarles grandes prisiones.




AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 343 BIS, 5. Juan de Argüello, alguacil mayor del Marquesado de Villena, contra vecinos de la villa de San Clemente por haberle herido cuando intentaba desarmar a Pedro de Mondragón en la mancebía. 1558

viernes, 29 de enero de 2016

El incidente de la mancebía de San Clemente (1558)- (III)

El Provencio, villa mal avenida con la de San Clemente, no hacía ascos para acoger a cuantos huían de la justicia por haber cometido delitos. Hasta El Provencio, llegaron huyendo Diego de Iniesta y Juan de Mondragón. Era un pueblo de señorío cuya jurisdicción detentaba don Manuel de Calatayud Toledo, aunque quien detentaba el poder en esta fecha por ausencia del señor, era su mujer doña Margarida Ladrón de Bobadilla; le auxiliaban en el ejercicio de la justicia, un alcalde mayor, ya anciano, llamado Francisco del Castillo (¿de los Castillo de San Clemente?) y dos alcaldes ordinarios, Juan Rosillo y Hernando de Losa.

Cuando llegaron los dos prófugos a la villa de El Provencio, las autoridades del lugar ya estaban advertidas de los delitos que pesaban sobre ellos. A pesar de lo cual, fueron bien tratados, permitiéndoseles libertad de movimientos en el pueblo y procurándoles alimentos ... y armas. No se arredró el alcalde mayor del Marquesado Céspedes de Cárdenas que tras emitir la correspondiente requisitoria a la justicia de El Provencio, que llevaría en mano Hernando Pacheco, pidió se le entregasen los fugitivos, y ante la negativa, pasó a dicha villa a detenerlos. Le acompañaban varios vecinos de San Clemente, entre ellos, Juan Jiménez, teniente de alguacil, Antón de Ávalos el mozo y Francisco Rosillo, que era el otro alcalde ordinario ese año. Curiosamente estos tres vecinos habían sido inculpados en las heridas causadas a la justicia ordinaria de San Clemente en 1553. Ahora, cinco años después, de perseguidos por la justicia habían pasado a ser representantes de la misma.

Poco podía hacer el alcalde mayor Cárdenas en el ambiente hostil que encontró en El Provencio. Los acusados, avisados de su posible llegada, acudieron prestos a refugiarse en la torre de la Iglesia, a cuyas puertas la justicia del lugar había puesto sus propias guardas. Cuando el alcalde mayor, acompañado de los mencionados justicias y vecinos de San Clemente, llegan a El Provencio el viernes veintisiete de mayo y piden se les entreguen los dos jóvenes, la señora de la villa y su alcalde mayor, Francisco del Castillo, escenificarán su negativa sentados en un estrado para hacer patente la superioridad de la jurisdicción señorial sobre la real. Humillados, los sanclementinos abandonaron el pueblo. En esta situación de impasse una compañía de soldados se convertiría en árbitro de la situación.

Este año, las tierras de la gobernación del Marquesado de Villena estaban sometidas a una intensa actividad reclutadora de varias compañías de soldados. En Villarrobledo, había establecido su residencia y sede el coronel don Francisco de Benavides (1), dirigiendo a varios capitanes que trataban de levantar sus compañías en los pueblos del territorio. Uno de esos capitanes era el capitán Alonso de Céspedes, cuya compañía tenía como alférez a Pedro Agraz de Guernica, que al presente se encontraba en El Provencio con una bandera de ciento veinticinco soldados (ciento cincuenta, según otros testigos), sin duda de paso, camino de La Roda, y con el objetivo de embarcar estos hombres en Cartagena para iniciar la travesía hacia los presidios de África. La compañía de soldados y su alférez estaban alojados en la posada del lugar, que se convertirá en el lugar central de las negociaciones para la entrega de los huidos. Así lo atestiguaba Hernando Pacheco, que se encontraba en El Provencio enviado por la justicia de San Clemente.

Serían las nueve o diez de la mañana del día 28 de mayo, cuando la compañía de soldados del alférez Agraz salió de la posada. Su finalidad, teóricamente, detener a los recluidos en la torre de la Iglesia. En la práctica, enrolar a Diego de Iniesta y Pedro de Mondragón, en una solución pactada momentos antes con las autoridades del lugar. Pero lo llamativo fue la teatralidad con que se disfrazó toda la actuación. Los ciento veinticinco soldados de la compañía salieron de la posada perfectamente ordenados bajo su bandera y al ritmo de los sones del tambor, dieron varias vueltas alrededor de la placeta de la iglesia y se colocaron frente a ella, momento en que los soldados desenvainaban sus espadas y el alférez Agraz conminaba a los retraídos en la torre a entregarse. No dudaron Pedro de Mondragón y Diego de Iniesta en hacerlo, bajando por los tejados, y poniéndose bajo la protección de la bandera. La compañía abandonaría el pueblo, dirección Minaya, bajo la mirada de los curiosos, y en especial, de la señora del lugar, asomada en su ventana. Se daba así cumplimiento al mandamiento requisitorio del alcalde mayor licenciado Cárdenas, pero en realidad se tomaba como excusa para reclutar dos nuevos soldados.

Consciente de la burla, el alcalde mayor del Marquesado, licenciado Cárdenas, se presentó en Villarrobledo el 28 de mayo, para hacer valer la jurisdicción ordinaria real frente a la militar, ante el coronel don Francisco Benavides, que a la sazón se encontraba en esta villa coordinando el reclutamiento de varias compañías con destino a los presidios de África. Allí le presentó un mandamiento requisitorio ordenando la detención de los dos acusados para llevar por verederos a las diferentes compañías. Para asegurarse su cumplimiento al veredero con destino Minaya le acompañó el alguacil mayor del Marquesado Diego de Orozco y Hernando Pacheco fue hasta Socúellamos. Se trataba de asegurarse la interceptación de los dos huidos por los dos caminos que, por Cartagena y Málaga, las tropas podrían tomar con destino a los presidios de África.

Cuando el alguacil mayor llegó a Minaya el día 28 de mayo por la tarde, tuvo que contar con la pantomima de la colaboración del capitán Céspedes en la búsqueda de los dos huidos, pues éstos ya habían sido avisados por sus contactos de San Clemente. Las tropas abandonarían el pueblo con dirección a La Roda esa misma noche. Hasta allí, el día siguiente, se desplazaría infructuosamente el licenciado Cárdenas para constatar con su alguacil una vez más que había llegado tarde. Daba de nuevo fe de los hechos el joven escribano público Francisco Rodríguez.

Vuelto a Villarrobledo el día treinta, el licenciado Céspedes de Cárdenas tornó en pesquisa su acción ejecutiva, decidido a conocer la trama de la que había sido víctima y objeto de burla. En esa localidad tomará declaración al criado del coronel Benavides, llamado Nicolás Hernández, que había estado presente en El Provencio durante la entrega de Mondragón e Iniesta a la compañía del alférez Agraz. Contaba el criado como había hecho de mediador entre la señora del lugar y el alférez, el alcalde mayor de El Provencio, Francisco Castillo, un anciano, que apoyado en su vara iba y venía entre el domicilio de su señora Margarida y la posada donde almorzaba el alférez. El acuerdo alcanzado consistía, como ya hemos visto, en enrolar en la compañía a los dos retraídos en la Iglesia, para lo que se retirarían los guardas de la iglesia, a fin de evitar alborotos. Así lo ratificó también un testigo, vecino de Toledo, de paso por estos pueblos, y que aseguraba como doña Margarida Ladrón de Bobadilla contemplaba desde su ventana plácidamente los hechos.

El licenciado Cárdenas intentaría esconder su fracaso, de regreso el uno de junio a la villa de San Clemente, apresando al padre de Pedro de Mondragón, el hidalgo Juan de Orbea. Se le acusaba de haber auxiliado a su hijo Juan, mandando con pan, ropa y armas a su otro hijo Andrés y a un criado. El hidalgo vasco se mantuvo firme delante de Miguel de los Herreros y el licenciado Cárdenas cuando le tomaron declaración, evitando implicar a su hijo Andrés, al que, temiéndose lo peor, había enviado al Castillo de Garcimuñoz para atender asuntos tocantes a la carnicería que en aquella villa tenía la familia.

También fue encarcelado el hijo del licenciado Perona, Agustín Perona, que ya había levantado sospechas la noche de las heridas del alguacil mayor en la mancebía. Este joven de 22 años era amigo íntimo de Pedro de Mondragón. Las rencillas entre los bandos del pueblo contribuyeron a las denuncias, que seguramente se apoyaban en unos hechos ciertos: su auxilio a los encerrados en la torre de la iglesia de El Provencio con vestidos y armas. Hasta este pueblo se había desplazado con un caballo y armado de una lanza. La debilidad de los argumentos para justificarse lo acusaban más todavía. Torpemente reconoció haberse desplazado a ese pueblo y justificó el llevar lanza porque avía avido unas palabras con un pastor en los Ruviales y no iva seguro y explicó el motivo de su viaje a El Provencio con una visita a una moza de Cuenca, estante en esa villa, y que había estado anteriormente en casa de su padre.

Juan Argüello no quedaría contento con estas detenciones y solicitaría al Consejo Real diera comisión al gobernador o al alcalde mayor del Marquesado de Villena para que se persiguiera en las villas de señorío a los delincuentes y sus encubridores. Seguía creyendo que tanto Diego de Iniesta como Pedro de Mondragón estaban en El Provencio o quizás en el Castillo de Garcimuñoz, donde se había refugiado Andrés de Mondragón , el hermano de Pedro. Nosotros no podemos saber hoy si esta posibilidad era la real o si acabaron enrolados en el ejército en algún presidio del norte de África, pero si podemos constatar que el linaje de los Mondragón que se había enfrentado a los principales de la villa para ver reconocida su hidalguía vio cortado su ascenso social en la villa de San Clemente, aunque de la presencia del linaje es testigo la relación de vecinos del padrón de 1586, donde aparece aún una casa de los herederos de Mondragón.

Los autos del sumario serían llevados al Consejo Real; Juan de Argüello delegaría su representación en el procurador Tristán Calvete. Desconocemos el resultado final del proceso; pero entre los papeles que se remitieron al Consejo estaban unas veinte hojas de los autos que se habían hecho por el alcalde mayor  y los alcaldes ordinarios de El Provencio entre el 26 y el 27 de mayo en esa villa que mostraban una visión alternativa de los sucesos y los momentos de tensión que se habían vivido.


                                                                                                (continuará)



(1) La zona de reclutamiento se debía extender también por toda La Mancha. Don Francisco de Benavides nos aparece reclutando, con muchas dificultades, soldados también en Daimiel (THOMPSON, I. A. A.: "El soldado del Imperio: una aproximación al perfil del recluta español en el Siglo de Oro", Manuscrits, 21, 2003, p. 34



AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 343 BIS, 5. Juan de Argüello, alguacil mayor del Marquesado de Villena, contra vecinos de la villa de San Clemente por haberle herido cuando intentaba desarmar a Pedro de Mondragón en la mancebía. 1558

viernes, 13 de noviembre de 2015

La disputa por términos entre San Clemente y El Provencio (1500)

La fijación de términos entre las villas al finalizar la guerra en el Marquesado de Villena fue causa de conflictos constantes. Así ocurrió con la separación de la villa de Belmonte de Las Pedroñeras, El Pedernoso o Las Mesas o la exención de Alarcón de Villanueva de la Jara, Barchín, Motilla, Cañavate, La Alberca o El Peral, que planteaban la división de dehesas y montes sobre los que pesaban servidumbres y usos comunes. Otras veces el conflicto nacía de las eternas rencillas de pueblos limítrofes que mantenían disputas continuas en torno a la fijación de mojones que cada cual intentaba asentar en provecho propio. Aquí presentamos los disturbios surgidos en torno a la fijación de mojones entre San Clemente y El Provencio el año de 1500. La intervención parcial de gobernador del Marquesado de Villena, Juan Pérez de Barradas, a favor de San Clemente, provocó la reacción airada de El Provencio y su señor Alonso de Calatayud.

En la fijación de los términos, don Alonso de Calatayud, tan mal querido por sus vasallos, contaba con el apoyo de sus parroquianos. No es de extrañar que cuando el gobernador fue allá por el año 1500 a fijar los términos entre ambas villas, don Alonso de Calatayud contara con la compañía de ciento cincuenta provencianos. armados con cualquier cosa que fuera arrojadiza, para defender su tierra.

don alonso de calatayud cuya es la villa del provençio e quatro o çinco de cauallo e fasta çiento e çinquenta peones que con él yvan armados de muchas armas ofensivas e defensivas avyan ydo a los dichos términos adonde andava el dicho governador e le dixeron muchas palabras feas e injuriosas e le amenasaron e porque el dicho governador les requerió que se fuesen syn faser alboroto alguno e que sy en algo les agraviase que se quexasen del desafuero contra el dicho governador e contra los otros que con él yvan disyendo mueran desparando vallestas e tirando muchas lanças e dardos e piedras e que dieron al dicho governador muchos golpes de lança e pedradas que firieron al alguasil mayor del dicho governador e a su cauallo e le tomaron e lleuaron preso e le quebraron la vara de justiçia que lleuava e que firieron a miguel sánchez de los herreros e a otros veçinos de la dicha villa que yban con el dicho governador e que fueron tras dellos más de un quarto de legua tirando lanças e dardos e piedras e disiendo muchas palabras feas e ynjuriosas e que llevaron al dicho alguasil mayor del dicho governador e al alguasil de la villa de san clemente presos a la dicha villa del provençio maltratándolos e ynjuriándolos que los touieron presos çiertos días e tomaron al alguasil su cavallo

 Al arresto del alguacil mayor del Marquesado de Villena, Carlos de Carranza y su lugarteniente, Francisco de Robredo, y de algunos vecinos de San Clemente, entre ellos un principal sanclementino como era Miguel Sánchez de los Herreros, que resulto herido por los provencianos, siguió la ocupación del pueblo de El Provencio por los habitantes de San Clemente, encabezados por el gobernador. En el momento de expedirse el documento abajo escrito, El Provencio continuaba ocupado en tercería. El consejo real determinaría por carta receptoría de 12 de octubre de 1500, que el corregidor de Alcaraz pasará a El Provencio a recoger en información de testigos los descargos de los vecinos y señor de El Provencio.

... nos fue fecha rrelaçión por parte del conçejo justicia rregidores de la villa de sant clemente que andando el nuestro governador del marquesado de villena vesytando los términos de la dicha villa avya venydo don alonso de calatayud cuya es la villa del provençio con mucha gente de pie e de cauallo e avyan resistido al dicho governador que no vesytase los dichos términos e avían ferido al alguasil mayor de dicho governador e a otras personas e avían leuado preso al dicho alguasil e a otras personas nos vos ovimos mandado (al corregidor de la ciudad de Alcaraz) que fuesedes a las dichas villas de sant clemente e el prouençio e ouiesedes ynformaçión de lo susodicho e a los que por ella fallásedes culpaues los prendiésedes los cuerpos e los traxésedes o enbiasedes a esta nuestra corte e agora por parte del dicho don alonso de calatayud nos fue fecha rrelaçión por su petyción que ante nos en el nuestro consejo fue presentada desiendo quel dicho governador con muchos vecinos de la dicha villa de sant clemente avía ydo a los términos de la villa del prouençio con mucha gente de pie e de cauallo en forma de alboroto a entrar e tomar los términos della e que por escusar que no se quitasen los mojones de los términos de la dicha villa e no se echasen otros de nuevo avía auido çierta quistión e alboroto e que después el dicho governador avia ydo a la dicha villa con mucha gente de pie e de cauallo e la avía entrado e tomado e puesto en terçería e como quier que no tenía poder para ello por obedesçer a la vuestra justiçia que la avían entergado libremente syn defensyón alguna e que todavía estava puesta en terçería e que todo lo susodicho avía sido a causa e culpa del dicho governador e que las personas que avían salido de la dicha villa del prouençio a procurar que no se quitasen los mojones heran ynocentes e syn culpa alguna...
(AGS, RGS, X-1500, fol. 280. Receptoría al corregidor de Alcaraz para hacer información en El Provencio sobre disturbios con San Clemente por términos. Granada, 12 de octubre de 1500)

Las averiguaciones del corregidor de Alcaraz inculparon a don Alonso de Calatayud, pero también a una cuarentena de vecinos provencianos*, lo que da fe de la gravedad de los sucesos, ordenándoles que se presentaran en la cárcel real. El pleito se entendería en el Consejo Real; como parte acusadora el gobernador del Marquesado de Villena, Juan Pérez de Barradas, su alguacil mayor, Carlos de Carranza,  y el lugarteniente de alguacil Francisco Robredo, y como parte acusada don Alonso de Calatayud y cuarenta y seis provencianos. Se litigaba la rivalidad de dos villas, San Clemente y el Provencio, pero sobre todo la supremacía de la jurisdicción real sobre la señorial en un territorio, como el Marquesado roto por la reciente guerra, en el que la Corona no estaba dispuesta a que se cuestionara su autoridad. O al menos, no se cuestionó hasta después de la reina Isabel. Por eso no hubo perdón. Don Alonso de Calatayud será desterrado por cinco años de los Reinos de Castilla, León y Granada (destierro que indulgentemente se levantaría un año después) y al pago de una pena de cincuenta mil maravedíes y de las costas judiciales. Aunque lo más llamativo fue la condena de cuarenta y seis vecinos provencianos; algunos de ellos pagaron el escarmiento que no padeció su señor. Un tal Gámez, que pasaba por ser el más activo entre los que infringieron las heridas al alguacil Robredo, fue condenado a ser clavada públicamente su mano y a ser desterrado tres años de la villa de El Provencio; Juan Grande, Juan López y Alonso de las Mesas , también verían clavadas su manos y obligados a pagar dos mil maravedíes. Pero los instigadores de los alborotos se hallaban entre las autoridades concejiles provencianas, fieles a su señor de Calatayud. El regidor Alonso Heredero fue condenado a recibir públicamente cien azotes, a destierro de la villa durante dos años y a pagar cinco mil maravedíes. Pedro Félez a medio año de destierro de la villa de El Provencio. El resto de los acusados sería condenados a penas de ochocientos maravedíes cada uno en la mayoría de los casos y en algunos otros a penas de quinientos y mil maravedíes. La sentencia sería apelada por algunos de los condenados, que en el caso de Juan Grande y Alonso de las Mesas, se saldaría con una moderación de la condena, evitando la clavazón de la mano por una permuta de dos meses de destierro y quinientos maravedíes respectivamente. Pero la sentencia definitiva de cinco de octubre de 1501, dada en Granada, vino a confirmar las penas condenatorias en su mayoría. Dos días antes, para escarnio de sus convecinos, le era levantado el destierro a don Alonso de Calatayud  (Archivo General de Simancas, CCA, CED, 5, 270, 1)






Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 150110, 134. Ejecutoria contra Alonso de Calatayud, señor de El Provencio. 1501



*Un tal Gámez, Juan Grande, Alonso Heredero, regidor, Alonso Serrano, Juan de las Mesas, Juan Serrano, Juan Luis, Martín Fernández de Belmonte, Alonso Lázaro, Miguel de Ortega, Andrés de Olivares, Alonso García Carralero, un tal Marco, Martín Yáñez, Alonso Martínez de las Mesas, Andrés Martínez de Pedro Yagüe, Miguel López de la Carrasca, Juan de la Calesa, Juan de Araque, Lázaro Martínez de Belmonte, Pedro Coronado, Fernando de la Yunta, Martín de la Sierra, Juan Llorente, alguacil, Alonso Perdido, Pedro Triguero, Pedro de la Comendadora, Alonso Herrero, Juan de Madrid, Miguel Mesonero, Fernando Mesonero, Abdalla el viejo, Lázaro de la Carrasca, Juan de la Parra, Pedro Sánchez Carnicero, Pedro Llorente, , Pedro de la Gobernadora, Juan López, Alonso de Martín García, Miguel de Losa, Llorente Martín, alcalde, Pedro del Provencio, Mingo Luis de la Carrasca, Juan de la Talega, Alonso de Martín García y Pedro Félez.

sábado, 26 de septiembre de 2015

El servicio de millones en una villa de señorío: El Provencio en 1591

División territorial en provincias de Castilla para el servicio de millones 
El establecimiento de un nuevo impuesto de ocho millones de ducados en 1590, fue respondido por las villas con memoriales de agravios, que obligó a la Corona a hacer averiguaciones para conocer el estado del Reino y los arbitrios asignados por los pueblos para hacer efectivo su pago.
Analizamos una villa fuera de la jurisdicción del corregimiento de las diecisiete villas, en manos de la familia Calatayud: la villa de El Provencio. Las relaciones topográficas de 1578 nos presentas esta villa como una población de 550 vecinos, estancada en esa vecindad desde hacía veinte años, y dedicada al cultivo de viñas y escasa en ganados, aunque obligada a soportar los rebaños serranos que bajaban a la extremadura por la vereda de San Cristóbal. En 1574, la villa pierde el pleito con la Mesta, acusada de menguar la anchura de esa vereda por el rompimiento de tierras. En la reciente memoria colectiva quedaban las desgracias sobrevenidas por la plaga de langosta de 1547 y las inundaciones más próximas en el tiempo, en el año 1577, del río Záncara.
En el año 1590, El Provencio queda encuadrado en el partido de Cuenca para el repartimiento del primer servicio de millones. Se le asigna un pago anual de 343.935 maravedíes, durante los seis años que ha de durar el nuevo impuesto. El pago se considera excesivo por los vecinos, que en sendos memoriales de los dos años siguientes expresan en la voz de su representante Hernando de Olivares el sentimiento de agravio e imposibilidad de pagar el nuevo servicio.
En el primer memorial de 1591, se nos presenta a El Provencio como una villa estancada en los pocos más de quinientos vecinos de la segunda mitad del siglo XVI. Curiosamente por la necesidad de repartir el nuevo impuesto nos presenta el pueblo dividido en tres estratos por su nivel de renta. Poco más de doscientos vecinos se les considera pobres o jornaleros que viven de su trabajo, sin patrimonio o rentas propias; otro número similar de vecinos tienen haciendas valoradas en cincuenta ducados, y el resto, cien vecinos enriquecidos sin duda con el cultivo destinado a las viñas, con haciendas de trescientos ducados, que constituye la minoría acomodada de labradores ricos del pueblo. Es esta minoría la que se resiste a pagar el nuevo impuesto. A diferencia de otras villas comarcanas el pueblo no tiene patrimonio propio, no hay bienes para arrendar ni de los que beneficiarse.
El Provencio es una villa sin propios o términos que pueda arrendar para pasto o roturación de nuevas tierras, porque por donde más se hestienden no llegan a media legua. Aparte de los impuestos comunes, alcabalas, servicio ordinario y extraordinario e imposiciones reales y eclesiásticas sobre las cosechas, debe hacer frente al obligado pago suplementario de un diezmo a su señor Luis de Calatayud. Es un lugar de poco paso, lo que impide gravar a los forasteros en sus transacciones. Y es una villa cargada con el peso de los pleitos seguidos contra los hermanos de la Mesta y la familia Calatayud, sentidos por el pueblo como cargas sobrevenidas; otros casos fortuitos que se han sucedido, se dirá en el memorial. Por último, se acude a las quejas genéricas de la pobreza de los tiempos, por la esterilidad y la langosta y piedra. No parece que la villa tuviera respuesta de este primer memorial de 28 de enero de 1591, más allá de las evasivas para que esperara las oportunas averiguaciones que se estaban realizando en todo el reino.
Una villa desesperada presenta un segundo memorial con fecha de 18 de junio de 1592. Trasladado a la consideración del secretario de Felipe II, Juan Vázquez de Salazar, recibe una respuesta tajante; agraviase. 
Fuente:


AGS. PATRONATO REAL. Leg. 83, doc. 212