El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 19 de febrero de 2017

Conflictos sociales y crisis de subsistencias en Motilla y El Peral en torno a 1600

Pórtico de la iglesia de El Peral
A finales del siglo XVI el poder de la villa de Motilla del Palancar, como la de tantas otras, recaía en unas pocas familias. El monopolio del poder local iba parejo al disfrute de ciertos privilegios y, por contra, a una discutida administración de los bienes públicos en perjuicio de la res publica y la mayoría de la vecindad.

El proceso de concentración del poder local había llegado con retraso a la villa de Motilla, al igual que a la de El Peral, pero en sus formas era un remedo de lo acontecido en el resto del corregimiento de las diecisiete villas. La sustitución de los regidores elegidos a suertes o elegidos por los cargos salientes por oficios perpetuos se había iniciado en 1543 en las villas principales, extendiéndose la compra de oficios y su disfrute de por vida al resto de villas. Pronto al disfrute vitalicio de los cargos seguiría la sucesión hereditaria de los mismos. Sin embargo, las sociedades locales de la Mancha conquense de la segunda mitad del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII estaban formadas por grupos muy dinámicos, donde las nuevas fortunas luchaban por acceder al poder. Estos conflictos, unas veces daban lugar a luchas banderizas entre las viejas familias y las nuevas, otras simplemente la divergencia de intereses confluían vía matrimonial.

La venta de regidurías perpetuas en la villa de Motilla. o al menos la consolidación de dicha forma de gobierno se había producido poco antes de 1590. El hecho, se enmarcaba en un contexto de reforzamiento de los poderes locales frente a un poder de la Corona, que aparentemente iniciaba, sobre todo en el plano fiscal, un intento de centralización administrativa (léase, nuevo servicio de millones), pero que nacía del propio reconocimiento por la Monarquía de su debilidad en la zona: fracaso y desaparición de la Gobernación de lo reducido del Marquesado de Villena y su sustitución por dos corregimientos en 1586 y fracaso de los intentos de establecer un embrionario orden fiscal en el Marquesado en el campo de las rentas reales de la mano del administrador Rodrigo Méndez.  Hay que reconocer que la solución dada en este campo, con la creación de una Tesorería de rentas reales, cuyo oficio recayó en el capitán Martín Alfonso de Buedo, fue un acierto, pero el importe de alcabalas y tercias de los pueblos del Marquesado iba íntegramente al pago de los juros de Fúcares y genoveses; la recaudación del nuevo servicio de millones que se creó para procurar nuevos ingresos a la Corona recayó desde sus inicios en manos de las oligarquías locales. De los memoriales de agravios, que en 1590 los concejos presentaron en nombre del bien común y sus vecindades, pronto se pasó a la oportunidad de negocio que ofrecía la nueva fiscalidad: los bienes propios, caudal de los pósitos, repartimientos concejiles y los propios privilegios y cargos concejiles, objeto de compra y venta, se supeditaban al pago del nuevo impuesto. La gestión de todos estos recursos recayó en manos de unas pocas familias en cada pueblo, por la compra de regidurías perpetuas y otros cargos. Del expolio de los bienes y recursos municipales nacerían las minorías oligárquicas que controlarían el poder local de los pueblos, cuyo dominio alcanzaría, vía alianzas matrimoniales, una extensión regional. La lucha por la gestión de estos recursos municipales provocó fuertes enfrentamientos de bandos en el primer tercio del siglo XVII, antes de la consolidación definitiva de algunas familias en el poder de los pueblos. En la mayoría de los casos, dado el carácter pleiteante de la sociedad española de la época moderna, que nos recordaba KAGAN, los conflictos acababan en largos y costosos pleitos en la Chancillería de Granada, pero otras veces, caso de la villa de El Peral en 1630, las tensiones derivaban en sucesos sangrientos.

Hoy analizaremos la lucha por el poder local en las villas de Motilla y El Peral poco antes de la peste del año 1600. La crisis del seiscientos, desgraciadamente muy ignorada, fue unos de esos puntos de inflexión que marcaría los rumbos de unas sociedades locales por derroteros que a fines del siglo anterior difícilmente hubieran sido imaginables. Motilla y El Peral nos aparecen como dos pueblos que conviven en perfecta ósmosis, pero Motilla el pueblo nuevo en crecimiento constante acabará absorbiendo a El Peral, la villa antiquísima y de rancio abolengo. Sus familias acabarán buscando su fortuna en Motilla, lugar de encrucijada de caminos hacia Levante y Albacete y más afortunada. El peso demográfico de Motilla, quinientos vecinos, frente a los ciento cuarenta de El Peral, es reflejo del peso de ambas villas.

La venta de regidurías perpetuas hacia 1590, en un momento de la nueva exacción fiscal del servicio de millones, había sido funesto para el difícil equilibrio que vivía la sociedad motillana. Los siete regidores perpetuos que ejercieron el poder en la década de los noventa lo habían hecho en beneficio propio. Cuando en los últimos años del siglo XVI, las condiciones económicas devinieron adversas con las malas cosechas y las derivadas crisis de subsistencias, las acusaciones contra los regidores se hicieron más visibles. Miguel de Dueñas puso voz a los vecinos motillanos* que acusaron a sus regidores de esquilmar los bienes del pueblo y ejercer el uso del poder arbitrariamente. Se acusaba a los siete regidores motillanos de encabezar una camarilla de cincuenta vecinos que se habían confederado para comprar los oficios municipales. Desde el monopolio que detentaban del poder local, se eximían a sí mismos y sus parientes del repartimiento de cargas y hospedaje de soldados. Las acusaciones partían de un contexto de escasez y crisis de subsistencias que había situado el precio de la fanega de trigo, comprado lejos de la villa, en la desorbitada cifra de treinta reales; el caudal del pósito, valorado en seis mil ducados, se había dilapidado. Se acusaba a los regidores de pagar con el caudal del pósito el precio de sus oficios y de apropiarse 35.000 reales, de apropiarse de las rentas concejiles y de comprar el oficio de escribano a favor de un particular para encubrir y dar naturaleza legal a sus delitos. Además, Miguel de Dueñas y sus consortes, amparándose en la obligación de los oficios públicos de someterse a un juicio de residencia, pedían que el corregidor de San Clemente pasará a la villa de Motilla a juzgar a sus regidores y tomar cuentas de su administración en los últimos diez años.

Igual proceder que los vecinos motillanos siguieron algunos vecinos de El Peral que denunciaron a sus regidores**. Los vecinos de la villa de El Peral para mitigar la necesidad de sus ciento cuarenta vecinos había hecho un pósito hacia 1583; la operación supuso un primer endeudamiento de la villa que se vió obligada a tomar un censo de 1.500 ducados. Un segundo endeudamiento vino por igual cuantía de un donativo real, cuyo importe sacado en un primer momento de la tesorería de millones de Cuenca, acababa obligando el caudal del pósito de la villa. La acusación de El Peral adquiere un fuerte matiz de clase, expresado como veremos en el lenguaje usado por las partes contendientes. En el Peral no había regidores perpetuos, pues, aun siendo la villa de escasa vecindad, había decidido consumirlos poco después de su implantación. Un vecindario, agraviado por la actuación de estos oficiales, había elegido el peor momento para amortizar estos cargos, pues el precio fue un nuevo endeudamiento por cuantía de 530 ducados. La villa se vio obligada a adehesar y arrendar a particulares por diez años un término propio del pueblo llamado el Pinar. Los beneficiarios del arrendamiento habían sido los propios regidores denunciados, en cuyos bolsillos acabaron las rentas destinadas en un principio al consumo de las regidurías, privando al pueblo, a decir de los denunciantes, de unas rentas valoradas en mil cien ducados.

Los denunciantes de ambas villas llevaron sus causas a la Corte, un siete de mayo de 1599, dando su poder al motillano Miguel de Dueñas. Los regidores motillanos defendieron su causa, alegando que las acusaciones venían por el reparto de trigo y cebada a los denunciantes con motivo de la jornada del rey Felipe III y su hermana Isabel Clara Eugenia a Valencia, donde habían acudido un mes antes para desposarse respectivamente con la reina Margarita de Austria y el archiduque Alberto. Las cuentas de las dos villas y su pósitos ya se habían tomado en 1597 por el alcalde mayor de San Clemente, el doctor Francisco Pimentel. Aunque sus sentencias no habían convencido y estaban apeladas en la Corte ante el Consejo de Castilla. No obstante, quien nos ayuda a comprender realmente lo que estaba pasando era el regidor peraleño Pedro García; aunque en tono exculpatorio se reconocía que los abusos de las oligarquías locales coincidían en el tiempo con años aciagos de malas cosechas, que habían provocado la pauperización del común de los pueblos

como a cinco o seis años que la cosecha de pan y vino a seydo muy poca en esta villa por aber faltado los tenporales y por causa de piedra y niebla y otros casos fortuitos y en particular este año presente a seydo muy estéril y que desta causa todos los vecinos desta villa están muy gastados y necesitados y se espera un año de muncho trabaxo para los vecinos desta villa
La afirmación del regidor venía corroborada por vecinos notables de la villa, tal como Pedro López Chavarrieta de cincuenta años, que reconocía que las acusaciones de los peraleños hacían leña del árbol caído, acusando a unos regidores ya condenados por el doctor Pimentel y cuyas sentencias estaban pendientes en el Consejo de Castilla. Las tensiones en el pueblo eran para agosto del año de 1599 muy graves, coincidiendo con una pésima cosecha. En ese diagnóstico, tan real como interesado a decir verdad, coincidían otros notables, que sin desempeñar los cargos públicos no por ello habían dejado de beneficiarse de los propios y rentas concejiles, tal era el caso de Andrés Luján.

Lo cierto es que, aprovechando el estado de necesidad que se vivía tanto en la villa de El Peral como en la de Motilla, un grupo numeroso de vecinos de ambos pueblos habían hecho causa común contra los vecinos principales que detentaban los poderes locales. Aprovechaban que el licenciado Cisniega estaba tomando la residencia del corregidor de San Clemente Fernando de Prado, para reabrir el proceso del doctor Pimentel de dos años antes, que ya había condenado a estos principales por malversar los bienes de los propios y de los pósitos locales.

La defensa de los poderosos corrió a cargo de Francisco Lucas, regidor de la villa de Motilla. Sus argumentos delataban la defensa del interés de clase por encima de las necesidades ajenas. Los denunciantes habían conseguido que el licenciado Cisniega entendiera, por comisión recibida el 17 de mayo de 1599, en la cuentas de los propios y de los pósitos. El momento no podía ser más oportuno; en pleno mes de agosto las cosechas acababan de ser recogidas de los campos. Pedro Lucas protestó. Los cargos de mayordomos de pósitos vencían para San Juan de cada año, era a comienzos de julio cuando se tomaban las cuentas. Ahora, al llevarse en el mes de junio el escribano y alguacil enviados por el juez de residencia los papeles del pósito se decía que no se habían podido cobrar las deudas a partir de Santiago, una vez segada la mies y que los trabajadores habían recibido sus salarios. A la escasa cosecha se unía la ocultación del trigo recogido. Desde luego, la práctica de ocultación del trigo para evitar pagar las deudas del pósito y el diezmo poco tenía que ver con la falta de los papeles de cuentas del pósito. Más bien era una práctica consuetudinaria, que especialmente algunos practicaban más que otros.

La malversación del caudal de los pósitos en el corregimiento de las diecisiete villas venía de lejos. Ya en 1595 el corregidor y su alcalde mayor habían recibido comisión para intervenir las cuentas de los pósitos de las villas del corregimiento. La denuncia vino de la villa de San Clemente. Allí el regidor Hernán Vázquez de Ludeña denunció cómo el dinero que habían recibido los depositarios de la villa Bautista García de Monteagudo y Diego Ramírez Caballón, seis mil ducados  para redimir un censo cargado contra el caudal del pósito no se había utilizado para tal fín y cómo desde hacía doce años las cuentas del pósito de don Alonso de Quiñones ni se habían tomado ni sus deudores habían satisfecho sus deudas. El doctor Pimentel fue comisionado para tomar las cuentas de los pósitos de las diecisiete villas, comisión que incumpliendo el término de los treinta días se acabó convirtiendo en intromisión de la justicia de San Clemente en las cuentas de los pósitos de los dos años siguientes. Las condenas impuestas fueron aceptadas de mal grado y apeladas. Es de suponer algún tipo de compromiso entre el corregidor y las oligarquías locales, pues a pesar de la intervención del caudal de los pósitos por su justicia dos años antes, en 1599 se prefería la acción del corregidor sanclementino antes que la intervención del juez de residencia licenciado Cisniega. Se alegaba que las villas difícilmente, en la escasez que se vivía, podían soportar los salarios de dicha residencia, cifrados en dos mil maravedíes, pero aparte de esta realidad, se temía más el clima de malestar social existente en los pueblos, cuyos vecinos empobrecidos reclamaban justicia.

Los principales conseguirían evitar la intervención en los pósitos municipales del licenciado Cisniega, pero los denunciantes seguirían en su empeño, consiguiendo ya en el año 1600 (año de pésima cosecha por el pedrisco de abril y mayo) intervención de un nuevo juez de comisión, el licenciado Santarén, prorrogando en el mes de mayo su comisión inicial de ocho días a otros quince más. Sin embargo, para el 10 de junio el licenciado Santarén, que no ha comenzado todavía su comisión, se excusa de llevar a cabo su labor por la estar su mujer enferma en Madrid. De nuevo las presiones de los poderosos locales, como antes con el licenciado Cisniega, evitaban su acción judicial. Para entonces los regidores de El Peral deciden enviar procuradores a Madrid, alejando de la villa el contencioso, que pagan con las rentas de los propios.

Ya en el mes de julio de 1600, los peraleños intentan se mande nuevo juez de comisión. Faltan por cobrar los alcances del pósito desde el año noventa y tres. Mientras que los regidores peraleños eluden el pago de sus deudas, apoyados por la parcialidad de la justicia del corregidor de San Clemente, otros vecinos sufren ejecuciones en sus personas y bienes por no poder hacer frente a los réditos de los censos con que está cargada la villa. Por fin se decide el 1 de agosto que vaya a tomar las cuentas el corregidor de Cuenca. La decisión es tomada como una derrota por los regidores de El Peral, que piden su recusación. Razón llevan, pues el corregidor de Cuenca se ha entrometido en años pasados en las villas del sur de Cuenca para garantizar el abasto de la propia ciudad. Se ve más imparcial, y tal vez manejable,  al corregidor de Chinchilla. Para entonces el conflicto está enervado; a ello contribuye que la villa sea una vecindad estrecha de apenas ciento cuarenta vecinos, pero asimismo el poder de sus vecinos principales cuyos intereses y lazos se extienden por toda la comarca. El lenguaje del contencioso se hace más agrio. Los regidores presentan a la villa de El Peral como una sociedad de iguales, donde ningún vecino tiene hacienda superior a los mil ducados. obviando el poder e influencia de linajes como los Luján y los Chavarrieta. Sus enemigos son presentados en un lenguaje de desprecio  y clasista como gente de baja procedencia
porque vª al. sabrá que las personas que lo piden (que se mande juez de comisión) son algunos particulares pobres y gente común y holgazana que no tiene en qué entender y porque la justicia y regimiento de la dicha villa los conpele a que trauajen y no anden vagantes an tomado tanto odio y enemistad con ellos

El pleito parece detenerse bruscamente sin que conozcamos el final. La causa, sin embargo, no es otra que la presencia de la peste ya desde mediados del mes de julio en las villas del corregimiento. Durante seis meses la presencia del mal, o los temores en aquellas villas no alcanzadas, acalla cualquier conflicto.





Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 28252, Exp. 11.  Miguel de Dueñas y consortes vecinos de la villa de la Motilla con Tomás Tendero y consortes sobre cierta querella  



* Los vecinos motillanos que denunciaron los abusos de los regidores fueron Miguel de Dueñas, Roque de la Parrilla, Alonso de Toledo, Pascual de Barchín y Miguel Martínez. Los regidores perpetuos eran Tomás Tendero, Alonso de León, Manuel de Ojeda, Miguel García, Antón de la Jara, Francisco Lucas.

** Los vecinos de El Peral que denunciaron los abusos fueron Miguel Leal, Alonso del Peral, Agustín García, Juan Jiménez, y Gil de Alarcón. Se querellaban criminalmente de los regidores Diego de Alarcón, Juan de Mondéjar, Alonso de Tórtola Espinosa, Pedro García de Contreras y el alguacil Juan Navalón.

domingo, 12 de febrero de 2017

San Clemente y la revolución de mil quinientos


La historia de San Clemente a comienzos del siglo XVI es una incógnita, como es la historia de la segunda mitad del cuatrocientos. Se ha ensalzado el reinado de los Reyes Católicos como la época de esplendor de la villa, mientras la penumbra se extiende sobre el reinado de Juana la Loca. Si paramos nuestra vista en el deslumbrante espacio renacentista de la plaza mayor, nos vienen a la mente los datos cronológicos de don Diego Torrente sobre la construcción de los edificios que la configuran. La preocupación por el estado de la iglesia de Santiago ya nos aparece en 1530, aunque las grandes reformas de los edificios ya son de mediados del quinientos: las actuaciones del vizcaíno Meztraitúa y la posterior de Vandelvira en la Iglesia, con la añadidura de ese cuerpo de sillar perfecto que da el porte a la iglesia de un palacio renacentista que más que mirar da su espalda a la plaza; la reforma del ayuntamiento con la consolidación de unos arcos centrales que cedían y la construcción de una sala digna para los regidores sanclementinos. La reforma del ayuntamiento es anterior a la construcción de las carnicerías y el pósito, aunque más bien habría que hablar de continuidad entre ambas obras, pues continuidad hay entre las dos plazas. En la puerta gótica de Santiago de la iglesia parroquial se reunían los representantes sanclementinos para celebrar sus cabildos, antes que lo hicieran en el nuevo edificio de la plaza mayor, creemos que ya desde comienzos del quinientos.

Hoy queremos hacer una apuesta histórica, sin fuentes documentales que la sustenten o precisamente por la ausencia histórica de estas fuentes podamos aventurar una hipótesis que el tiempo dirá si tiene su verdad histórica en los documentos que quizás aparezcan donde menos esperamos encontrarlos. Cuando hace ya casi veinticinco años comencé a describir el archivo histórico de San Clemente miraba con recelo y cierto miedo todos aquellos privilegios del Marqués de Villena o los Reyes Católicos, que ya se habían profanado, sacándolos del arca de tres llaves donde habían permanecido durante cientos de años y donde se los encontró don Diego Torrente. Los privilegios y cartas reales (afortunadamente recopilados en libro de privilegios de fecha posterior) que van de 1445 hasta los años cuarenta del siglo siguiente, junto con una documentación rala de correspondencia de procuradores de la villa, apenas si son desperdigadas manchas que más que mostrar el pasado histórico parecen ocultarlo. Y la primera pregunta que nos viene a la cabeza es ¿qué habrá sido de aquellas actas municipales anteriores a 1548, que hoy nos han desaparecido, pero que allá por la segunda mitad del siglo XVII, entre sus papeles, los nuevos advenedizos a la hidalguía buscaban a algún antepasado desempeñando el puesto de regidor o de alcalde?

Artesonado de la ermita de Nuestra Señora del Remedio (pág. web del ayto.)
Cuando los Reyes Católicos visitan San Clemente un sábado nueve de agosto de 1488 es, mal que nos pese, una villa de labriegos. No hay murallas ni puertas, ni siquiera se ha tenido el valor de levantarlas improvisadamente, a modo de barricadas, como han hecho en acto tan heroico como suicida los habitantes de La Alberca durante la guerra del Marquesado. A falta de puerta simbólica, los Reyes Católicos deben jurar los fueros y libertades de la villa en el puente que se levanta sobre el arrabal, en el río Rus. San Clemente siempre se ha mirado en el espejo del santuario de Rus para reconocerse e injustamente ha olvidado ese arroyuelo tan insignificante como vital para comprender su pasado histórico. En San Clemente, en ese año de 1488, hay pocos edificios que den cierto porte señorial a la villa. La iglesia de Santiago, en la que, a través de las piedras irregulares de su fachada se adivina el templo antiguo, apenas si levanta majestuosa su torre; el cementerio aledaño a la iglesia, que aún pervivía hacia 1553, no daría mucha prestancia al espacio urbano que hoy vemos. Un poco más alejada la Torre Vieja, levantada por Hernán González del Castillo en la misma época que su hermano el doctor Pedro alzaba el castillo de Santiago de la Torre como construcción tan similar como pareja en su función defensiva. Mal debieron mirar los sanclementinos esta Torre Vieja, construcción disonante en medio de unas casas que por entonces no alcanzaban en altura la planta baja y, en la parte superior, una falsa cámara. Sus propietarios ni siquiera residirían en la villa sino en Minaya. No sabemos cuál era la residencia de Alonso del Castillo, el hijo del alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, hombre de confianza del Marqués de Villena en las tierras del antiguo suelo de Alarcón. Alonso, tras el casamiento con María de Inestrosa, era sin duda el principal propietario de tierras en San Clemente por esta época, era hombre que recelaba de los sanclementinos, bien se cuidaba de firmar sus documentos pretendiendo jurisdicción sobre Perona como vecino de Alarcón y no de San Clemente. No dudamos que contaba con casas principales en la villa e incluso creemos que se situarían  no lejos del solar sobre el que hoy se levanta el palacio de los Marqueses de Valdeguerrero. Poco más nos mostraba el San Clemente de 1500, aparte de alguna ermita como la de San Roque camino de Belmonte, la desaparecida de San Cristóbal o esa otra del Remedio, y esa preciosa fachada de la de San Nicolás, que más parece obra civil, hoy desubicada de su emplazamiento original, además de algún hospital sobre cuya apariencia hay que suponer todo.
Ermita de San Nicolás

Pero el San Clemente de 1500 ya da muestras de dinamismo. No sabemos cuánto hay de verdad en los ciento ochenta vecinos de 1495 que nos aporta un vecino de Alarcón cincuenta años después. No andan muy lejos de los ciento treinta vecinos del año 1445. Las guerras del Marquesado en torno a 1480 no fueron el mejor contexto para el despegue de la villa. Pero ya en los últimos quince años del siglo algunos vecinos empiezan a disputar el poder que monopolizan quince o veinte familias. Claro que San Clemente por estas fechas no es solo la propia villa y su término, su alfoz comprende Vara de Rey y sus aldeas, entre ellas Sisante, que situada a cinco leguas, está en medio del camino hacia Villanueva de la Jara y, en el límite de cuyo término, se han edificado los molinos propiedad de la familia Castillo, adonde van a moler los vecinos de la comarca, pagando una desorbitada maquila, símbolo de una extorsión señorial, vista por los labradores como simple robo del fruto de su trabajo.

La última década del siglo XV debió ser muy convulsa, las luchas por el poder local se desataron y la apropiación por las tierras incultas también. Se magnifica la crisis de subsistencias y pestífera en los años posteriores a la muerte de Isabel la Católica en 1504, que en la mentalidad colectiva se recordaron como los años malos. Años de desigualdad, en la que tasa de granos de 23 de diciembre de 1502 actuó como salvaguarda de los campesinos y  vecinos empobrecidos. Años de reacción señorial, y también de malos tratos, en pueblos como El Provencio o Santa María del Campo. Años en los que el Marqués de Villena, soñó con recuperar lo reducido del Marquesado de Villena de nuevo, aunque al final tuviera que conformarse con incrementar sus posesiones en tierras toledanas y malagueñas. Pero años de reafirmación de las villas de realengo del Marquesado. Las villas de realengo del sur de Cuenca, y no solamente San Clemente, parecen despertar en los comienzos del quinientos. la villa de San Clemente vive su despegar definitivo: es la revolución de mil quinientos. Unas pocas y decididas familias parecen empujar a la villa hacia la prosperidad. El símbolo es la construcción en 1503 del edificio del monasterio de Nuestra Señora de Gracia, donde se instalarán los franciscanos. ¿Por qué es el símbolo? ¿Acaso hemos de olvidar que la instalación de los franciscanos en San Clemente es coetánea a la reforma de la Orden por Cisneros? La importancia de la erección del convento de los frailes la sabía Alonso del Castillo, pero también un concejo sanclementino poco dispuesto a aceptar el patronazgo del mencionado Alonso. Es un edificio gótico, su imponente iglesia podría fácilmente rivalizar con la iglesia parroquial de Santiago, pero en su derruido y mutilado claustro ya se anuncia el Renacimiento.

Iglesia San Francisco (pág. web ayto.)
San Clemente llora muy a menudo por la reina Isabel la Católica como su benefactora y se olvida con demasiada ligereza e irresponsabilidad del reinado de Juana la Loca. En esta época, el gobierno de la villa está en mano de dos alcaldes y cinco regidores, pero las rivalidades de fines del cuatrocientos han configurado un poder municipal más abierto. Se ha creado, como en el resto de villas, el cargo de síndico personero como contrapeso del poder oligárquico de unas pocas familias, pero el poder se ha abierto a nuevas familias con la creación de varios diputados del común. Así, los concejos de la villa, que ya no se celebran en la puerta de Santiago de la iglesia sino en su ayuntamiento, se nos presentan como reuniones de una república de comuneros. En esta república la voz la ponen unas pocas familias: destacan entre ellas los Origüela y los Herreros, pero otras también participan del poder en condiciones de igualdad: son los López Perona, los Martínez Ángel, los López Cantero, los López de Tébar, los García de Ávalos o los Fernández de Alfaro. Pronto olvidarán los primeros apellidos más comunes en favor de los segundos. Son estos hombres los que defienden la independencia de la villa frente a Alonso del Castillo y su cuñado Alonso Pacheco, hermano del señor de Minaya, y los que excluyen del gobierno local al resto de hidalgos. Los nombres de estos hidalgos es de sobra conocido, sus apellidos nos los recordarán los blasones de sus casas palacio, pero ahora, en 1512, intentan ganar en la Chancillería de Granada el poder del que son excluidos del pueblo. Veinticinco años tardarán en lograrlo, para entonces San Clemente se ha roto, su aldea de Vara de Rey se ha emancipado. Ya no es el San Clemente de comienzos de siglo que todavía está conquistado el territorio de su propio alfoz en lucha y pleitos interminables con los pueblos vecinos y disputas intestinas entre sus vecinos, el San Clemente abierto que, amparado por la protección de las cartas reales de la reina Juana, recibe a los vecinos que huyen de los lugares de señorío; estamos ya en el San Clemente de mediados de siglo que intenta ser cabeza del Marquesado y convencer al gobernador para que establezca su sede en la villa.

El San Clemente de comienzos de siglo vive impulsado por el dinamismo de los hermanos Origüela, poco apegados a la tierra y símbolos de una sociedad que se diversifica, y la fuerte personalidad de Miguel Sánchez de los Herreros (y su mujer Teresa López Macacho ... que las mujeres sanclementinas debieron poner la voluntad y tesón allá donde fallaban sus maridos. Quizás el único acierto de Pedro Sánchez de Origüela, el hijo, fue su doble matrimonio con Elvira López Cantero y Ana de Tébar). Estos prolíficos origüelas de múltiple descendencia inundan con sus numerosos vástagos la vida del pueblo; ocupan, ya emancipados de los Castillo, los cargos de alcaldes, regidores y diputados del común de la villa, compartiendo dichos oficios con los Herreros, que pronto romperán la circunstancial e interesada alianza. Su presencia en el gobierno de la villa será impopular, serán denunciados, tal como lo fue Luis Sánchez de Origüela, ante el Santo Oficio y finalmente marginados del poder local. Luis será quemado en 1517, sus hermanos Pedro y Alonso apartados del gobierno de la villa. Ese año de 1517, Antonio Ruiz de Villamediana nos aparece como alcalde de la villa por los hijosdalgo. Victoria transitoria de los nobles, que sostienen pleito en la Chancillería de Granada, pero todo un presagio del fin de la república de comuneros que desaparecerá con la revolución de las Comunidades de 1521.

Casa del Arrabal
Foto: José García Sacristán
El San Clemente de los origüelas es el símbolo de la villa como tierra de oportunidades. El concejo de San Clemente no es rico; según unos, sus propios rentan 50.000 maravedíes anuales, según otros, 100.000; cantidad no despreciable pero destinada a mantener los pleitos que la villa mantiene en Granada con el resto de villas comarcanas para fijar sus términos en unos casos, para no ver excluidos a sus vecinos o ganados de los bienes comunales del suelo de Alarcón, en otros. No solo se mantienen pleitos con las rentas de los propios, también se vela por el bien común de la república, satisfaciendo el salario de médico, boticario o maestro de gramática. La sociedad de labriegos deviene en sociedad ilustrada, apoyada en una riqueza que a veces parece ahogar el desarrollo económico de la villa. Para 1514 sabemos que la riqueza agraria de los pueblos comarcanos, y la de la propia villa de San Clemente, que vive ese año un proceso de usurpación de las tierras baldías y llecas, era tal, que los agricultores, que con sus carretadas de trigo llegaban a los molinos de la ribera del Júcar, propiedad de los Castillo, esperaban hasta doce días para que les tocará el turno para moler su harina. Las viñas era la otra fuerza impulsora del desarrollo agrario: los cultivos de vides eran más propios del sur sanclementino frente a los cereales de Vara de Rey, Villar de Cantos o Perona.

En cierta ocasión me comentaba don Abel, párroco de la villa, cómo fue posible el milagro de la construcción de los edificios que embellecen la villa de San Clemente. Sin duda se refería a la obra edificadora iniciada a mediados del quinientos. Es la historia de la villa reflejada en sus guías de turismo, el San Clemente que conocemos sería la obra de maestros como Meztraitúa, Zabilde o el gran Vandelvira. Pero nos olvidamos que hubo una primera fiebre constructora a comienzos del quinientos. En un pleito de 1514, nos aparece un Pedro de Oma que vive en San Clemente, pues su vecindad en la villa no ha sido reconocida, presentándonos un pueblo en ebullición con un gran potencial de crecimiento.  Por entonces San Clemente está construyendo unos molinos propios en los campos de El Picazo. La construcción de los molinos es obra colectiva de todo el pueblo y así se ha decidido en un concejo abierto. La obra es costosa, se emplea gran cantidad de maderas, piedras, cal y trabajo. Hasta veinte hombres trabajan en la edificación de la casa y aceña. ¿Quién paga la obra? Pues los propios vecinos de San Clemente que deciden hacer entre sus habitantes el repartimiento de los mil escudos de oro que vale la obra. La cifra es importante; el repartimiento y pago no cuenta con resistencias. Es una colectividad decidida, que con los recursos y dinero de su esfuerzo y trabajo levanta y construye su propio pueblo. Cuando Alonso del Castillo pretende el patronazgo del convento de Nuestra Señora de Gracia, el concejo le recordará que ha sido el cabildo municipal quien ha aportado los dineros. ¿Y el Ayuntamiento? Nosotros, seguimos apostando y buscando, es cierto, infructuosamente en las dos primeras décadas del quinientos las pruebas de su edificación. Aventura arriesgada pues sería apostar por reconocer que las primeras muestras del Renacimiento civil español andan por estas tierras de la Mancha de Montearagón. Apuesta que tiene su base documental, pues cuando Lorenzo Garcés toma posesión de la villa en 1526 en nombre de la emperatriz Isabel, lo hace desde la galería superior del ayuntamiento, un edificio cuya estructura básica está acabada. Desde lo alto del corredor puede ver por encima de las casas y de una iglesia con menos empaque de la que hoy conocemos los campos de trigo y las viñas, fuente de la riqueza de la villa, con cuyos frutos se levantan sus edificios religiosos y civiles.

Sobre la villa de San Clemente de las dos primeras décadas del siglo XVI desconocemos casi todo; sobre sus protagonistas también. Pero la intriga por conocer la historia de un personaje protagonista de este tiempo como Luis Sánchez de Origüela nos ha de llevar algún día a desentrañar el espíritu de la villa de San Clemente  a comienzos del quinientos. A decir del escribano Miguel Sevillano, más de cien años después de la muerte de Luis en la hoguera en 1517, si de algún pecado fue culpable su paisano era del de soberbia. Ese pecado era el de toda la sociedad sanclementina de comienzos del quinientos. Una sociedad que se creía capaz de labrar su futuro por sí misma; incrédula como Luis Sánchez de Origüela, que despreciaba las imágenes de la Semana Santa, en tanto que confiaba su futuro no a Dios sino a su propia voluntad. Los sanclementinos no adoraban a sus imágenes religiosas, se adoraban a sí mismos, orgullosos como estaban de su trabajo y sus logros.





*Imagen.   www.puentederus.com
                 http://www.sanclemente.es/

viernes, 10 de febrero de 2017

Donación de molinos de la ribera del Júcar a Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón



Los documentos abajo aportados se corresponden con la donación que don Juan Pacheco, I marqués de Villena, hizo a favor, de su criado y alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, de los términos sitos entre la Losa y la Noguera para edificar molinos, en lo que constituía un derecho señorial que pronto entraría en colisión con las villas reducidas a la Corona tras la guerra del Marquesado, tales eran los casos de San Clemente y Villanueva de la Jara. Los documentos transcritos aparecen en un pleito de San Clemente con la familia de los Castillo por la construcción de un molino en el vado del Fresno, junto a la ribera del Júcar; fueron presentados y leídos por Hernando del Castillo ante los alcaldes ordinarios de la villa de Alarcón un 21 de febrero de 1497. La primera carta de merced de 1462, concede al alcaide de Alarcón, entre los sitios de la Losa y de la Noguera, el monopolio para edificar molinos, la segunda de tres años después es carta de confirmación de la anterior en respuesta a la contestación y protestas que sufría el alcaide por la concesión de tal derecho señorial. Este pleito entre los Castillo y la villa de San Clemente volveremos a tratarlo más extensamente.



Yo don juan pacheco marqués de villena mayordomo mayor del rrey mi señor e de su consejo por faser bien e merçed a vos don fernando del castillo mi camarero, acatando algunos seruiçios que me auedes fecho e fasedes de cada día por la presente vos hago merçed de qualquier sytio que ouiere por hedificar molino en el rrío de xúcar en el término e jurediçión de la mi villa de alarcón que es entre unos molinos que se disen de la losa e otros e otros de la noguera que son de vos el dicho fernando del castillo e en el qual dicho sytio que ansy él entre amos los dichos molinos podades hedificar e edifiquedes qualesquier molinos que vos quisyéredes e non otra persona alguna e por esta mi carta mando e defiendo que ninguna persona non se entremeta a labrar molinos ningunos en el dicho sytio saluo vos el dicho fernando del castillo si pena que pierda qualquier lauor que fisyere e por esta mi carta mando al conçejo  justiçia rregidores caualleros escuderos ofiçiales e omes buenos de la dicha mi villa de alarcón que agora son o serán de aquí adelante que vos guarden e fagan guardar esta dicha mi carta e todo lo en ella contenydo e sy neçesario es les mando e doy liçençia para que syn pena alguna vos hagan graçia de dicho sytio para hedificar el dicho molino como dicho es e los vnos ni los otros non fagades ni fagan ende al so pena de la mi merçed e de dies mill marauedís para la mi cámara, fecha a dies y ocho días de junyo año del nasçimiento de nuestro señor ihesu christo de mill e quatroçientos e sesenta e dos años, el marqués, por mandado del marqués de mi señor, hermosylla 

                                                                            ***
Yo don Juan Pacheco marqués de villena mayordomo mayor del rrey mi señor e del su consejo fago saber a vos el conçejo justiçia rregidores caualleros escuderos ofiçiales omes buenos de la mi villa de alarcón mis vasallos que yo acatando los muchos buenos e leales seruiçios que fernando del castillo mi criado e camarero ... (roto) ... ha fecho e fasedes de cada día ... (roto) ... de todos e qualesquier sytios que ouiese para labrar molinos desde los molinos que disen de la losa fasta otros sus molinos que disen de la noguera que son en el rrío de xúcar en el término e jurediçión desa dicha mi villa de alarcón para quel dicho fernando del castillo mi criado e no otra persona alguna pueda labrar e hedificar en el dicho término e sytio que ansy es entre amos los dichos sus molinos todos e qualesquier molinos que él quisyere e por bien touiere en todos los dichos sytios que ansy se hallaren para poder labrar molinos desde los dichos sus molinos de la losa fasta los otros sus molinos de la noguera so pena que qualquier persona o personas o conçejos que ansy hedificasen e labrasen entre los dichos sus molinos sin liçençia del dicho fernando del castillo los ouiese perdido e perdiese e para que vos el dicho conçejo desa dicha mi villa de vuestra voluntad queriendo pudiésedes faser e fasyésedes al dicho fernando del castillo graçia e donaçión de los dichos sytios de molinos segunt que más largamente la dicha mi carta por donde yo le fise la dicha merçed se contiene, e agora el dicho fernando del castillo mi criado me hiso rrelaçión disyendo que se rreçela que vos el dicho conçejo desa dicha mi villa de alarcón o algunas personas particulares por le haser mal y daño le queredes perturbar e quebrantar la dicha merçed de los dichos sytios que le yo ansy fise en lo qual sy ansy pasase el rrey viría grande agrauio e daño e me suplicó e pidió por merçed que yo ansy le hise de los dichos sytios de molinos segunt e en la manera que se contiene en la dicha mi carta por donde yo primeramente le hise la dicha merçed e lo yo declaro en esta dicha mi carta e sy neçesario e conplidero le es agora de nuevo le fago la dicha merçed segunt que de suso se contiene e por esta mi carta mando a vos el dicho conçejode la dicha mi villa de alarcón e a los vesinos e moradores della e a otros qualesquier personas mis vasallos que guardedes e cunplades e fagades guardar y conplir al dicho fernando del castillo la dicha merçed que yo ansy fise segunt e por la forma e manera que mejor e más conplidamente se contiene en la dicha mi primera carta por donde le yo fise la dicha merçed que de suso se fase minçión e se contiene en esta dicha mi carta en todo e por todo segunt que en ellas se contiene e en cada una dellas e contra el thenor e forma dellas non vayades ni pasades ni consyntades yr ni pasar ... (roto) ... e confiscaçión de los bienes de los que lo contrario fisyeren para la mi cámara e demás mando so la dicha pena a qualquier scriuano público que para esto fuere llamado de qué ende al que vos la mostrare testymonio sygnado con su syno porque yo sepa como se cunple mi mandado, dada en la villa de medina del canpo a veynte días del mes de henero año del nasçimiento de nuestro señor ihesu christo de mill y quatroçientos e sesenta e çinco, el marqués de villena, yo gomes de córdoua secretario del marqués mi señor la fis escreuir por su mandado



ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1628, PIEZA 15. Pleito entre Alonso del Castillo y la villa de San Clemente por la edificación de un molino en el vado del Fresno. 1515, folios 25 y 26 vº

domingo, 22 de enero de 2017

San Clemente en la Edad Moderna: auge y crisis de la corte manchega


Concentración de vecinos con motivo de la festividad de Rus
http://eldiadigital.es

Los datos presentados corresponden a aportaciones demográficas, que, extraídas de diversos archivos históricos, muestran la evolución de la población de la villa de San Clemente en la Edad Moderna. Hablamos de número de vecinos, es decir familias, en unos casos completas y en otros constituidas por viudas y, llegado el caso, sus hijos. Unos censos hacen referencia a los pecheros únicamente, otros incluyen a los hidalgos, que fluctúan desde los dos hidalgos de 1445, las dos decenas de comienzos del quinientos, la treintena que debía haber en el momento del censo de pecheros y los ochenta, número que continuará en incremento, durante las Relaciones Topográficas.

Cual es el coeficiente multiplicador para cada familia, hogar o, en expresión de la época, vecino. Los historiadores no se ponen de acuerdo y aplican coeficientes que van de 3,75 individuos por familia a otros cercanos a seis. Nosotros defendemos los coeficientes superiores, quizás porque cuando analizamos familias nos encontramos con referencias a menores por doquier. Claro que cuando vemos familias con fama de prolíficas nos llevamos sorpresas; así los moriscos, que, a pesar de ser familias extensas, suelen ser núcleos con pocos miembros en la villa de San Clemente. Pero se trata de una minoría que llegó al pueblo desestructurada, procedente de la Guerra de Granada en 1570.

Quizás, el caso de San Clemente nos demuestra, a falta de registros parroquiales para la época estudiada, que el número de hijos dependía de las propias expectativas de desarrollo económico de la villa. Por eso, una sociedad optimista y en pleno desarrollo, como era San Clemente en la primera mitad del siglo XVI era muy prolífica en hijos. Por contra, en los años finales del quinientos y la primera década de 1600, la salida de una época de crisis llevó a la reducción de la natalidad de forma drástica. Sobre esta población envejecida y una pirámide invertida ya en las décadas de 1630 y 1640, golpearían los reclutamientos militares.

Y sin embargo la impresión es que San Clemente siempre tuvo mucho más población de la que nos muestran sus registros. Los testimonios verbales nos hablan de más de dos mil vecinos e incluso  de tres mil vecinos. Esta última cifra, sin duda interesada, aparece en los datos aportados desde la Corte en Madrid en la década de los veinte del seiscientos. Sin duda, dato abultado que perseguía un claro interés de reclutamiento militar y recaudación fiscal. Pero quizás no ajeno a la realidad de una villa convertida en centro político y administrativo de la comarca con una importante población flotante. Pensemos además en la población que acudía a la población los jueves al mercado franco, en septiembre a su feria o a la vendimia; en el trasiego en torno al convento de frailes franciscanos, convertido en centro de enseñanza; en los vecinos que acudían de los pueblos aledaños y comarcanos a firmar sus contratos comerciales ante los escribanos o a comprar todo tipo de productos en las tiendas del barrio del Arrabal,  o simplemente al prostíbulo de la actual calle del Juego de la Pelota; en los albañiles y canteros que acudían a levantar los edificios públicos (y también las casas señoriales privadas); en los carreteros serranos de Cuenca que bajaban con sus carros de madera para vender troncos de pinos; en los comediantes que representaban sus funciones teatrales; en los presos, que traídos por la justicia del corregimiento de otras villas del partido, rendían sus cuentas en la cárcel y de la que no resultaba muy difícil salir a plena luz si se contaba con dinero; en los comerciantes, ya comarcanos ya extranjeros (conversos portugueses), que competían con sus tiendas con las de los propios vecinos de San Clemente y su población morisca; en los esquiladores, o peinadores, que trasquilaban las ovejas y en los tratantes que bajaban hasta la villa para abastecer de carne a la ciudad de Cuenca; en aquellos que venían atraídos por la romería de la Virgen de Rus, igual que sabemos que los sanclementinos acudían a las romerías de los pueblos vecinos, y así un largo etcétera.

El San Clemente del presente parece encerrado en la familiaridad del interior de sus casas, pero no era esa la imagen que ofrecía la villa en la época moderna. La misma Plaza Mayor y la del Pósito, reclamo turístico con su impresionante construcción edilicia, nos aparece demasiado ordenada y, disculpen la impresión, aburrida. Ruido, bullicio y, a veces, alguna trifulca eran lo habitual en las carnicerías situadas en el edificio del pósito de la Plaza de la Iglesia. La gente acudía a la parroquial de Santiago Apóstol por la puerta del mismo nombre. En torno a esta portada se cerraban tratos, se celebraban los chascarrillos y se prodigaban las críticas; algunos de los comentarios tenían como referencia las dos hileras de sambenitos de condenados por la Inquisición visibles a la muchedumbre delante de las puertas abiertas de la Iglesia. Y es que la actual Plaza de la Iglesia, o del Pósito, estaba volcada hacia el Arrabal, que a sus espaldas hervía en vida, tratos y laboriosidad. De allí venían todos los problemas y conflictos pero asimismo el impulso vital del pueblo. Allí estaban los Origüela, desde la década de mil quinientos ochenta también conocidos como los Galindos, por la fuerte personalidad de la santamarieña María Galindo. En la misma Plaza de la Iglesia, en el actual Restaurante de Jacinto, la casa de los Herreros, dando su espalda al Arrabal y a sus enemigos los Origüela. Pero las familias principales pronto huyeron de este núcleo principal y antiguo del pueblo; por no quedar, ni siquiera sobrevivió resto alguno de la memoria del fundador del pueblo Clemén Pérez de Rus.

Todo empezó hacia 1510. Parecía que las crisis de subsistencias a la muerte de la Reina Católica iban a condenar al pueblo a ese bucle de volver siempre a la situación de partida, es decir, intentar escapar de la pobreza para regresar a ella. Pero algo hirió el orgullo sanclementino y ese algo fueron las condiciones draconianas que Alonso del Castillo puso en 1502 para dar su trigo a un pueblo hambriento. Los sanclemetinos dejan de quejarse de esas quince o veinte familias que han hecho fortuna en los veinte años que han transcurrido desde fines de la guerra del Marquesado. Quizás aguijoneados por el ideal de austeridad ajeno de todo lujo que traen los franciscanos reformados que se instalan en el pueblo, se lanzan a labrar sus tierras incultas, desecando sus lavajos y roturando las tierras forestadas. Su ejemplo atrae a otros habitantes de la comarca y luego a muchos más venidos de fuera. San Clemente se convierte en un símbolo de la libertad donde se refugian los habitantes de las próximas tierras bajo dominio señorial. El pequeño pueblo de doscientos habitantes se pone en los más de setecientos cuando cae bajo el dominio de la emperatriz Isabel. Eso a pesar de la guerra de las Comunidades y del fenómeno pestífero de 1525 del que apenas si sabemos nada. Esos años bajo el dominio de la emperatriz debieron ser dorados, el pueblo ganaría otros quinientos habitantes más. El granero de Vara de Rey permitió dedicarse a San Clemente al monocultivo de la vid. Aunque las villas vecinas ya empezaban a cerrar sus pastos comunales, las cien mil ovejas de los ganaderos sanclementinos todavía pacían en estas hierbas comunes del suelo de Alarcón. Hasta que llegó la crisis de finales de los cuarenta. Fue una crisis generalizada en todas las tierras del Marquesado. Tristán Calvete, procurador de la villa en los Consejos, presentaba el aspecto desolador de unas tierras fatigadas por las inclemencias del tiempo y las plagas de langosta.

A pesar de todo, la crisis de los cuarenta fue una catarsis para la villa que definió su futuro. Convencida de la pérdida de los graneros de Vara de Rey después de 1537 y de los pastos comunes de la tierra de Alarcón, la villa de San Clemente busca proyectarse en el exterior. Busca el trigo necesario en la vecina Villarrobledo o en cualquier parte que haga falta, sus ganados pasan los puertos de Alcaraz y Chinchilla en búsqueda de pastos. Las actividades de la villa ganan en complejidad y San Clemente da los primeros pasos hacia una economía especializada en servicios para toda la zona. El gobernador, de la mano de Hernando del Castillo, tiende a residir largos períodos de tiempo en San Clemente. El gobernador se queda, pero a los hermanos Castillo se les expulsa de la primera línea política del pueblo. Aquellos que compran las regidurías perpetuas por cuatrocientos ducados parecen querer imponer su voluntad, pero la villa es un hervidero de hombres que quieren ser partícipes de su vida e intervienen en el juego político con disputas en la elección de alcaldes ordinarios. Sus ambiciones son reflejo de una sociedad cada día más compleja. La actividad particular de tejedores se convierte en próspera industria gremial. El gobernador, sus criados y oficiales, con sus necesidades mueven la economía de la villa. Para satisfacer las necesidades de su casa Villarrobledo estará obligado a aportar doscientas fanegas de trigo, aparte de la cebada indispensable para sus caballerizas. Otras cien fanegas irán a la casa del alcalde mayor, que a diferencia del gobernador sí que reside de forma permanente en San Clemente.

Luego vienen los años de pleno dominio de San Clemente. Los años cincuenta ven una construcción edilicia continua, que iniciada en las reformas de la Iglesia y del ayuntamiento se extenderá hasta los ochenta en el pósito. San Clemente alcanza sus máximos de población. Los mil quinientos vecinos que algunos extienden a dos mil. El Arrabal se llena de tiendas a pie de calle de artesanos que venden sus productos elaborados. La plaza del Ayuntamiento presenta cierto aspecto caótico y amalgamado de tiendas y oficios de escribanos, buhoneros que hacen sus tratos en la plaza o la calle aledaña de la Feria y se internan en el Arrabal; pero sobre todo hay un rebosar de hombres, muchos de ellos forasteros que se alojan en los tres mesones existentes en la plaza.

Como un aldabonazo, avisando de lo frágil del bienestar, llegará la guerra de los moriscos de Granada. Los reclutamientos forzosos, las muertes de jóvenes en la guerra llevan a la villa a perder trescientos vecinos. Las Relaciones Topográficas, unos años después, hacen referencia al trauma provocado por la guerra, pero la venida de setenta y dos familias moriscas parece dar vida nueva al pueblo. Se hace un esfuerzo tremendo por integrarlos en un proceso de aculturación que tiene como centro la Iglesia de Santiago Apóstol, pero sus creencias necesariamente son fingidas, porque recluidos en su gueto del Arrabal, ejerciendo los mismos oficios de antaño como pastores, labradores en régimen de aparcería o artesanos con tienda en su casa, mantienen sus tradiciones y formas de vida granadinas. San Clemente no lamenta su marginación, envidia su laboriosidad traducida en riqueza.

Mientras que todos se benefician se deja en paz a los moriscos. Los años ochenta son de oportunidades. El administrador de rentas reales, Rodrigo Méndez, avisará que estos quejosos y agraviados sanclementinos ocultan una gran riqueza y defraudan a la Corona. El dinero es fácil y allí donde falta lo suple el préstamo a censo que ahora se generaliza. Es en este momento cuando San Clemente se convierte en la pequeña corte manchega. Su rivalidad con Albacete es manifiesta, pero la diversidad de oficios y actividades de San Clemente choca con la rusticidad de Albacete, villa de labradores y alpargateros. Sin embargo los signos de la crisis son ya incipientes: el cultivo de viñas toca techo, prohibiéndose nuevas plantaciones; las construcciones edilicias ahogan financieramente a la villa; los ganados sanclementinos ven entorpecido su paso hacia Murcia por una celosa villa de Albacete que ahora les exige el tributo a pagar por cualesquier mercancías a veinte leguas de la raya de Aragón; la Corona exige el nuevo tributo de millones y, en fin, la economía antaño regional y diversificada entra en crisis.

Ya antes de 1600, el granero villarrobletano da síntomas de agotamiento. Obligado a abastecer a la Corte no da para alimentar a los pueblos comarcanos ni a sus propios vecinos. Los registros parroquiales, allí donde se han conservado, anuncian que los matrimonios escasean y, en consecuencia, los nacimientos también. Una población en sus máximos está subalimentada. Es entonces, aunque el brote ya ha aparecido en algunos pueblos de la comarca dos años antes, cuando en junio de 1600 la peste aparece en San Clemente y aniquila la población. Dos mil o tres mil muertos, cifras quizás discutibles, pero incontestables son los números de pobres y ese cuarto de viudas que compone la población sanclementina en los años posteriores a la crisis.

No obstante San Clemente, a diferencia de Villarrobledo o Albacete, fue capaz de recuperarse y renacer en población y en las manifestaciones de su vida diaria. Para 1610 todo había cambiado. la trayectoria de las clases populares como siempre nos aparece oculta, como poco sabemos del devenir de los más de doscientos moriscos expulsados de la villa, pero sí conocemos el devenir de las clases pudientes.

 Las familias principales se alejaban del centro, algunos como los Guedeja, famosos letrados, o los mismos Herreros buscaban notoriedad en la Corte, abandonando sus casa solares. El actual palacio del Marqués de Valdeguerrero, entonces yuxtaposición discontinua de varias casas, y los edificios que llegaban hasta el convento de los frailes eran propiedad de los Castillo, que debían poseer en origen no solo el solar del convento franciscano sino también otros terrenos sobre los que asentaron sus casas y hogar. Por aquí residiría don Francisco Mendoza, más preocupado de la vida de la Corte que de su propio pueblo, y su familiar don Juan Pacheco Guzmán, alférez mayor de la villa, junto a su esposa doña María Cimbrón. Este don Juan tuvo ínfulas señoriales de dominación del pueblo, heredadas de su abuelo político Alonso del Castillo, y acabó enfrentado con todo el vecindario. Heredó, a través de su mujer, la fortuna de Francisco Mendoza, pero en beneficio propio, incumpliendo las mandas testamentarias de fundar un convento de carmelitas. Lo arregló como pudo su mujer trayéndose a las monjas de Valera, aunque finalmente la fortuna acabó en manos de las clarisas. Pero se equivocó don Juan Pacheco; pensaba que su alianza con el corregidor y la eliminación de los alcaldes ordinarios le daría el poder en el pueblo, pero sus descendientes tuvieron que salir de él. Otra rama de los Pacheco, con cabeza en otro Juan Pacheco y Guzmán recogería el testigo del alférez, pero los maliciosos sanclementinos le recordaban que quien mandaba en su casa (heredada de su homónimo el alférez) era su madre. Incapaz de procrear no pudo transmitir a heredero alguno el mayorazgo de Santiago de la Torre, que su madre le había regalado casándole con su prima Beatriz. Su único legado fue el de las disputas entre los Pacheco por el mayorazgo y darle nueva vida a sus beneficiarios: otra rama de los Pacheco, la menor, que por escudo tenían uno ajeno en su casa, sita en la Cruz Cerrada y próxima a la ermita de San Roque. El escudo era el de la familia Resa con quienes habían emparentado (¡Qúe poco sabemos de esa gran persona que a mediados del quinientos sería el licenciado Resa!).

Mientras los Pacheco se descomponían (no así su hacienda, a pesar de lo maltrecho que podamos ver el castillo de Santiaguillo), unos aduladores como los Astudillo, pues su medro siempre había sido a costa de servir al corregidor, alcanzaban la notoriedad en la villa. Las rentas de la Corona dependían de ellos. Los González Galindo y los Tébar se aliaban matrimonialmente y lo hacían, cosas curiosas del destino, en la lejana Ciudad de los Reyes del Perú. En la plaza de Astudillo fijaría su casa don Francisco de Astudillo y su hijo, que había heredado el apellido Villamediana. Alianza matrimonial con una familia de las más rancias muy mal vista en el pueblo. No muy lejos, en el Palacio Piquirroti, moraban don Pedro González Galindo y su mujer María de Tébar. El tío de ésta, Cristóbal de Tébar, fundaba el Colegio de los jesuitas en la antigua iglesia de Nuestra Señora de Septiembre. La cuna de los que pasaban por cristianos viejos. Digamos que solo a efectos de obtener credenciales, pues todo el pueblo sabía que los mentados eran de la misma estirpe, los despreciados Origüelas. Pero el futuro de la villa de San Clemente no estaba ligado ni a los Tébar ni a los Astudillo ni a los Galindo; quizás porque se habían convertido en simples rentistas, olvidando su espíritu emprendedor. Lo único que legaron al pueblo, en la medida que traicionaron su propia esencia, fue el odio que provocaron no ya por su sangre judía, con la que los vecinos convivieron y se fundieron durante un siglo, sino por convertirse en parásitos que consumían la riqueza del pueblo. El desprecio provocado en el pueblo fue absoluto. Esa es la razón por la que la casa de Astudillo y el palacio Piquinoti ya aparecían abandonados y en ruinas a mediados del siglo XVIII. Fue tal el olvido, que el odio, que despertaron y persistía latente, se trasladó en la villa hacia don Vicente Sandoval, que vivía en la villa a mediados de esa centuria. Don Vicente era algo más que el marido de la Marquesa de Valdeguerrero, era ante todo un extranjero llegado de Alcaraz que ejercía un poder tiránico en el pueblo. Era asimismo quien había heredado el poder de los Ortega.

Mientras unos acababan en un olvido, que ni siquiera don Diego Torrente fue capaz de recuperar, otros alcanzaban la fama y el dominio del pueblo. Tan solo Francisco del Castillo Inestrosa vio venir a los Ortega. Francisco del Castillo Inestrosa había heredado de su antecesor Hernando del Castillo, el alcaide de Alarcón, el orgullo y la rebeldía, olvidando lo que tocaba a lo que tenía de insaciable ambición la familia Castillo. Esa ambición que le faltaba a él, sin embargo la veía en los otros. Por eso fue capaz de ver el imparable ascenso social y político de los Ortega. No dudó en enfrentarse a ellos. Don Miguel Ortega y don Francisco Castillo se pasaron varios años arrojándose a la cara ante la Inqusición de Cuenca los cadáveres de sus ancestros judíos. Pero si los Ortega traicionaban una y otra vez su sangre judía y buscaban la sangre que de los Pacheco corrían por sus venas (no olvidemos que de la sangre conversa de esta familia también existía un comprometedor expediente en la cámara del secreto del Santo Oficio), don Francisco Castillo Inestrosa defendía en voz alta en la plaza del pueblo sus antecedentes hebraicos. Fue tal el odio entre don Miguel Ortega y don Francisco Castillo, que el primero imploró en su lecho de muerte el perdón del segundo y éste no pareció tener problemas de conciencia mandándolo al Infierno. 

El futuro sin embargo sería de los Ortega, oculto su apellido en los futuros Marqueses de Valdeguerrero. Pero detrás de esa casona de los Valdeguerrero como esa otra de los Oma únicamente hay afán de ostentación. Cuanto más grandes se hacían las casas señoriales más se empequeñecía el pueblo. Podemos pensar que en el quinientos la vida sanclementina se refugiaba en las casas palacio con sus patios porticados y esas otras más populares de patio interior, bajo cuyo suelo se extendían las cuevas. En las cuevas se ocultan las tinajas de vino, verdadero símbolo de la riqueza sanclementina. Pero las puertas estaban abiertas al pueblo como lo estaban al trasiego de carruajes y criados que pasaban bajo ellas. Un Francisco de Astudillo Villamediana tiene especial querencia por sus criados. Nada comparable al amor que profesa Martín de Buedo por sus dos esclavos, cuya pérdida es más sentida que la propia hacienda. 

La sociedad del seiscientos se vuelve despreciadora. Rosillo y Perona recelan de la riqueza de Astudillo y Piquinoti. Ellos, las familias de abolengo, que con su trabajo, sus tierras y sus ganados han sabido ganarse la posición que les corresponde por su sangre, ven ninguneado su estatuto social por estos nuevos advenedizos ricos y que todo el mundo en el pueblo sabe que son los descendientes de los Origüela del Arrabal. Es igual, las viejas familias buscan la alianza de los Ortega. Se les desprecia, pues han entablado lazos familiares con la rama Tébar de los Origüela e incluso todavía persiste en el recuerdo sus lazos con los Huerta, gente de baja condición que ha establecido lazos familiares tanto con los Ortega como con los Origüela. Sin embargo, los Ortega pronto sabrán marcar la frontera elitista que les diferenciará del pueblo bajo: ellos tienen las tierras, el trabajo lo ponen los demás. Esas tierras son las que les dan el respeto social. Eso mismo lo comprenden los Oma. Tienen dinero como los Astudillo, pero a diferencia de éstos, han comprendido que el dinero ha devenido de plata en vellón y solo vale si se invierte en tierras. El resto, es decir, alianzas familiares con Rosillo o Pacheco es simple apariencia de imagen para hacer presentable su riqueza. Apariencia necesaria, pues, tal como denuncia un Perona, es en este San Clemente de 1640 donde las ejecutorias de hidalguía las expide el carnicero. Así es, en una villa donde nunca ha habido padrones de hidalgos, es el carnicero, quien dejándose sobornar, acepta las cédulas de refacción o lo que es lo mismo, los ricos dejan de pagar la parte correspondiente al impuesto de millones del trozo de carne que compran. El ayuntamiento legitima al carnicero concediendo las cédulas y si el exento de impuestos tiene suficiente dinero lo único que debe hacer es acudir al Consejo de Órdenes en busca de un hábito de caballero, adquiridos por la desorbitada cifra de cuatro mil ducados, o a la Chancillería de Granada a por su carta ejecutoria de hidalguía; alto tribunal que ha adquirido fama por ser lugar en el que los pleitos dormían años y no tanto por ser causa de ruina de muchas familias y concejos.

En los años cuarenta San Clemente vivía de las apariencias y de la farsa. La nueva situación se había iniciado tras la crisis de comienzos del seiscientos. Son los años del Quijote: la imaginación y los valores transportan a los vecinos de la villa a un mundo de ensueño, que contrasta con la triste realidad de un pueblo empobrecido. En ayuda del pueblo, acude el indiano Pedro González Galindo, que lo rescata con su préstamo de diez mil ducados de plata. El boato y la ostentación se apoderan del pueblo. Ya en 1598, Felipe III es recibido con festejos deslumbrantes, incluidos diez toros, mientras los pósitos de la villa se vacían para alimentar al cortejo. Las fiestas del Corpus son motivo de rivalidad entre los poderosos para regalar unas octavas que mantienen al pueblo en un irreal sueño. Son fiestas para el pueblo, aunque sin el pueblo que prefiere manifestar su alegría antes en las romerías populares de la Virgen de Rus, que en esos programas alegóricos como La venida del inglés prepara don Rodrigo Ortega en ensalzamiento de la Monarquía o el programa que sobre la exaltación de la Hostia prepara Francisco de Astudillo. Manifestaciones iconológicas que nadie del pueblo llano entiende, aunque deslumbran e identifican quién tiene el poder en el pueblo.

Y es que San Clemente no es ajeno al artificio del reinado de Felipe III, tampoco a su corrupción y a la llegada de nuevos ricos advenedizos. Las contradicciones se vuelven brutales. Mientras los campos se dejan de cultivar, los ganados se pierden, y los brazos de los moriscos expulsos faltan tanto como los de unos sanclementinos que desprecian el trabajo, la villa de San Clemente se integra en la economía mundo. Los más avezados de los sanclementinos buscan en el desierto dejado por los moriscos levantinos su oportunidad de negocio. Llama la atención cómo en la medida que desaparecen los moriscos del valle murciano de Ricote, aparecen en el mismo valle los ganaderos sanclementinos.  Aunque más llamativo es la aparición de los mercaderes portugueses que con sus lazos internacionales introducen a San Clemente en la economía mundo.

No perdonará la Inquisición esta apertura de la villa; perseguirá hasta su desaparición a estos portugueses. Con ellos, que habían sustituido a los tenderos moriscos, desaparecen los intercambios y la apertura al exterior. Luego vendrá el reinado de Felipe IV. Hay ansias de regeneración de una sociedad que ahorca a sus corruptos, pero también desprecia a los que obtienen el prestigio social de sus vecinos por sus méritos. El pueblo sanclementino no llega a entender que son la carne de cañón de una Monarquía que de la mano de Olivares intenta reverdecer viejos laureles y conquistas militares para las que no dispone del dinero, en otro tiempo nacido del trabajo.

Primero llegan las compañías de soldados italianos heridos en esa estúpida guerra de Mantua de 1628. La villa ya no ve con sus ojos las banderas de capitanes que ofrecen la fortuna y el honor militar a los jóvenes, sino a unos soldados lisiados, que anuncian los futuros desastres. Los esfuerzos militares, y fiscales, exigidos por la Monarquía cada vez son mayores. En 1630, los reclutados son los foráneos de paso por el pueblo. Pero en la década de los cuarenta, España se descompone con las rebeliones portuguesa y catalana. Los campesinos sanclementinos que, con su trabajo crean la riqueza del Reino, se van al frente catalán, reclutados por ese desaprensivo llamado Rodrigo Santelices. Ya no luchan contra herejes sino contra otros españoles que han dejado de identificarse con los sueños imperiales. Sueños imperiales que no entienden ni los catalanes ni los manchegos. Un campesino casi sesentón, un Garcilópez, expone en sus quejas la raíz del problema: mientras su hijo está otro año más, el de 1641, en el frente, su hacienda ha perdido 500 reales. Con su hacienda, y la falta de pago de impuestos, se pierde también España.

San Clemente nunca se recuperará ya de estas sangrías fiscales y militares. Su población se quedará en mínimos. Muchos sanclementinos huyen a Valencia a ocupar el vacío ha tiempo dejado por los moriscos. Otros se quedan más cerca y se dedican a explotar el campo de sus aldeas, que ahora se pueblan. Ya nunca recuperará el esplendor de antaño ni siquiera en el siglo XVIII, cuando villas como Motilla o su antigua aldea Sisante se atreven a competir con ella. San Clemente se encierra en sí misma, ya solo vivirá de sus sueños del pasado, parece molestarle la modernidad y solo quiere vivir de los recuerdos de un pasado glorioso.


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Año 1445 (Fuente: AMSC. AYUNTAMIENTO. Recuento de vecinos por Hernando del Soto, criado del Marqués de Villena, que toma posesión de la villa)
  • 130 vecinos y dos hidalgos
Hacia 1495-1500 (Fuente: testimonio hacia 1547 del vecino de Alarcón Cristóbal Llorca en pleito sobre aprovechamiento de comunales del antiguo suelo de Alarcón. (AChGr. Caja 711, pieza 3 )
  • 180 vecinos 
Censo de Pecheros de 1528 (Fuente INE. 2008, según documento conservado en AGS. Contaduría General. Leg. 768)
  • 709 vecinos, excluidos hidalgos
Hacia 1546, testimonios en la información de testigos del pleito entre San Clemente y Villanueva de la Jara sobre aprovechamiento del pinar de esta última villa. (AChGr. Caja 5355, pieza 8)
  • 1200 vecinos según los testimonios mas fidedignos, aunque otros testimonios hablan de un abanico de población que va de 1000 a 1500 vecinos. Se hace mención a una población para la villa de 200 vecinos a comienzos de 1500.
Relaciones topográficas de Felipe II en diciembre de 1575 Caja 1355, pieza 8
  • 1200 o 1300 vecinos, incluyen ochenta y dos casas de hidalgos.
Padrón de alcabalas de 1586 (Fuente: AGS. Expedientes de Hacienda. Padrón de Alcabalas elaborado por mandamiento de Rodrigo Méndez, administrador de rentas reales del Marquesado de Villena)
  • 1547 vecinos, incluidos hidalgos y clérigos seculares (aunque no regulares). Muy pormenorizado con nombre de los vecinos y calles del pueblo
Censo de Tomás González de 1591 o de millones (Fuente: Tomás GONZÁLEZ, Censo de población de las provincias y partidos de Castilla en el siglo XVI. Madrid. 1829)
  • 1572 vecinos, incluidos 1427 pecheros, 90 hidalgos, 5 clérigos regulares y 50 clérigos seglares
Padrón de alcabalas de 1624 a petición de informe pedido por Felipe IV a las villas del Marquesado
  • 1800 vecinos
Padrón militar de 1635 para el armamento de una octava parte de la población. Vecinos mayores de dieciséis años
  • 1610 vecinos
Vecindario de 1646 (Fuente:  AGS. CÁMARA  DE CASTILLA. DIVERSOS. Leg. 23, doc. 1)
  • 961 vecinos
Censo de 1697 (Fuente: AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 33/1)
  • 1096 vecinos (divididos en  cuatro cuarteles: 339 en Santa Quiteria, 193 en la Cruz Cerrada, 200 en San Francisco y 316 en Roma, más 44 en las aldeas)

sábado, 21 de enero de 2017

La crueldad de la justicia en el siglo XVI

Descuartizamiento de Damiens, regicida, en 1757


Es poco lo que sabemos del pleito entre María de Cáceres, viuda de Diego de Abengoça, tutora de sus hijos y acusadora de don Manuel de Calatayud, señor de El Provencio, y de su hijo Manuel, y de sus criados el comendador Hernando Camargo y Gabriel Murillo. Desgraciadamente no contamos con las probanzas de testigos, tan solo con las sentencias dadas por el juez de comisión licenciado Zaballos y los jueces de la Chancillería de Valladolid.

Desconocemos cual era la raíz de las diferencias entre el señor de El Provencio y el hidalgo sanclementino Diego de Abengoza. Pero estando don Diego de Abengoça en Toledo fue llamado allá por el año 1564 a la posada donde se alojaba don Manuel de Calatayud. Allí se inició una trifulca que acabaría con la muerte de Don Diego. Asesinato premeditado y planeado previamente por don Manuel de Calatayud y sus dos criados para la viuda de Diego de Abengoza; muerte dada en defensa propia, en palabras de Hernando Camargo, que se limitó a acudir en defensa de su señor ante un Diego de Abengoza agresor. No obstante, tal como se recoge en las diligencias practicadas por el licenciado Zaballos, la razón parece estar de parte de la viuda

estando el dicho diego de abengoçar en la dicha çibdad de toledo el dicho don manuel le auía enbiado a llamar por engaño y ansí auía ido a su posada y estando en ella él e los demás que con él estaban theniéndolo ya acordado sobre acuerdo y caso pensado auían arremetido a él y asídole de los pechos y con una daga dádole muchos golpes e cuchilladas así por el cuerpo como por la cabeça

Diego de Abengoça, que malherido acudió a su posada, acabó muriendo a los quince días.

La sentencia del juez de comisión licenciado Diego Zaballos en 1565 fue durísima para los dos criados del señor de Calatayud, no tanto para don Manuel, que se vio libre en todo el proceso. La dureza de las penas se expresaban en las vergüenzas públicas de unos reos paseados por las calles principales de Toledo, mientras que el pregonero en altas voces manifestaba su delito, para ser llevados hasta la horca y rollo de justicia situados junto a la puerta toledana de la Bisagra. Allí serían clavadas las cabezas de Hernando Camargo y Gabriel Morillo y la mano del primero; el cuerpo del segundo sería descuartizado en cuatro cuartos, que clavados en cuatro palos, serían expuestos a la vista de los que accedían por los caminos principales a la ciudad de Toledo. La crueldad, sin llegar a los extremos que nos describe Foucault en Vigilar y castigar de los suplicios sufridos por el regicida francés Damiens en 1757, es muestra de una justicia ejemplarizante

en el pleito criminal que ante mi pende entre partes de la una atora acusante mari lópez de cáceres viuda muger que fue de diego de abengoçar difunto veçino que fue de la dicha villa de san clemente como madre y tutora de nuño y diego y maría de abengoçar menores sus hijos e hija del dicho diego de abengoçar y melchor de rrojas su procurador en su nonbre y ernando camargo preso en la carçel rreal de la çibdad de toledo y matía de la fuente su procurador en su nonbre rreo acusado de la otra fallo que por la culpa que contra el dicho hernando camargo rresulta deste proçeso que le debo condenar y condeno a que de la carçel donde está sea sacado en un asno de albarda atado pies y manos y con una soga a la garganta sea llebado por las calles públicas desta çibdad con boz de pregonero que manyfieste su delito al canpo a la puerta de bisagra y al rollo y orca donde se açen semejantes justiçias y dél el dicho hernando camargo sea aorcado asta que naturalmente muera y después de muerto mando que le corten la cabeça y la pongan y se enclabe en el dicho rrollo y orca y mando que ninguna persona de ningún estado y condizión que sea la quite so pena de muerte e perdimiento de todos bienes... y ansi mesmo mando que le corten la mano derecha la qual se enclabe en la dicha orca y rollo y no se quite della so la dicha pena más le condeno en perdimiento de todos sus bienes
... por la culpa que contra el dicho gauriel de morillo rresulta deste proçeso que debo condenar y condeno a que de la carçel donde está preso sea sacado caballero en un asno de albarda atados pies y manos y con una soga a la garganta con boz de pregonero que manyfieste su delito sea llebado por las calles públicas acostunbradas de la dicha çibdad al canpo a la puerta de bisagra al rrollo y orca donde se haçen semejantes justiçias y della el dicho grauiel de morillo sea ahorcado de la garganta hasta que naturalmente y después de muerto mando que sea echo quartos y cada quarto se ponga en un camino prinçipal en un palo alto y ninguna persona sea osado de los quitar so pena de muerte e perdimiento de bienes ... e la cabeça del dicho grauiel de morillo sea puesta y enclabada en el dicho rrollo y orca y ninguna persona la quite so la dicha pena
pronunçiada por el dicho juez de comysión en la çibdad de toledo a treçe días del mes de nobienbre del año pasado de mill y quinientos y sesenta y çinco años 

La sentencia apelada, sería mitigada en parte por los jueces de la Corte y Chancillería de Valladolid. Hernando Camargo y Gabriel Morillo serían condenado a seis años de galeras, sirviendo de soldados, y en pena cada uno de quinientos ducados para indemnizar a la mujer e hijos de Diego Abengoza. La pena sería rebajada de nuevo en agosto de 1568, aunque en este caso solamente para Gabriel Morillo (sin que tengamos noticia de nueva apelación por parte de Hernando Camargo), a tres años de destierro en las cinco leguas del término y jurisdicción de Toledo y en pena de cien ducados para la viuda e hijos de Diego Abengoza, así como 63.220 maravedíes de costas judiciales. En la disminución de las penas intervino sin duda don Manuel de Calatayud, que en todo momento eludió el proceso.





Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, REGISTRO DE EJECUTORIAS, CAJA 1148, 43. Ejecutoria del pleito litigado por María de Cáceres, viuda de Diego de Abengoza y sus hijos, vecinos de San Clemente (Cuenca), con Manuel de Calatayud, señor de El Provencio (Cuenca), Gabriel Morillo, vecino de la dicha villa, preso en la cárcel pública de Toledo y consortes, sobre el asesinato de Diego de Abengoza. 1568

lunes, 16 de enero de 2017

La cofradía de Nuestra Señora de Septiembre: unas noticias breves

Iglesia de la Compañía de Jesús de San Clemente
La cofradía de Nuestra Señora de la Concepción y de la Natividad, o simplemente de Nuestra Señora de Septiembre como era comúnmente conocida por celebrarse su festividad el ocho de septiembre, tenía su sede en el actual Iglesia de la Compañía de Jesús, pues allí se establecieron los jesuitas en 1614 hasta su expulsión en 1766. En esta visita del escribano Diego de Llanos a la Iglesia, se conservaban los archivos de la cofradía con fama de admitir solamente entre sus cofrades a cristianos viejos. Aquí nos aparecen además del señor de Santa María del Campo otros cofrades, todos ellos en posesión de oficios del Santo Oficio de la Inquisición. En el archivo se conservaban unos documentos desaparecidos hoy pero de incalculable valor para los genealogistas, las informaciones de testigos para probar la limpieza de sangre judía o mora de los cofrades entrantes. No obstante, se reconoce que en algunos casos la limpieza de sangre era tan notoria que se obviaban las informaciones; tal vez este fuera el caso de don Pedro González Galindo, el antecesor de los Piquinoti o Piquirroti, acusado de converso por medio pueblo, pero cuya pertenencia a la cofradía esgrimió como prueba indudable en su ejecutoria de hidalguía. El mismo proceder seguiría don Francisco de la Fuente y Zapata en 1629 para obtener el hábito de la orden de Santiago, que esgrimía que sus ascendientes habían entrado en esta cofradía en 1531.


Yo Diego de Llanos escribano por el rrey nuestro señor y público del número de la villa de san clemente i ayuntamiento della certifico que oy ago fee a los señores que este vieren como ayer trece del presente juntamente con pablo de cuenca vezino y rregidor perpetuo vecino desta dicha villa, mayordomo de la cofradía de nuestra señora de la conzepción y natividad della y con el licenciado pedro de cuenca comisario del santo oficio de la Inquisición de cuenca en esta dicha villa y christóual ángel oliuares notario del dicho santo ofizio cofrades de la dicha cofradía fuimos al colexio de la compañía de jesús desta villa donde tiene sus archivos el dicho cavildo y cofradía haviendo havierto las llaues dellos con asistenzia de los señores don fernando rruiz de alarcón cauallero de la horden de santiago señor de las villas de santa maría del campo valera de arriua la torre i paxarilla i el lizenciado don francisco de la rrocha presvítero de la horden de santiago conventual en su convento de la ziudad de león rresidentes en esta villa por su mandado se vieron los libros de la dicha cofradía donde están escriptos y sentados los cofrades antiguos della particularmente el del año de mil y quinientos y treinta y uno y en cada uno dellos se hallaron de los nombres y apellidos = de fuente = simón y valera = rrecividas por cofrades las personas siguientes 

libro de nuestra señora de la conzepción y natividad de septiembre que comenzó en el año de mil y quinientos y treinta y un años = antonio de la fuente = jorxe simón = diego simón el viexo = diego de valera = francisco de la fuente = franzisco simón = antonio de la fuente = 

matrícula de los cofrades vibos pasados del libro más viexo que éste en el año de mil quinientos y sesenta años
= antonio de la fuente simón = diego simón el viejo = diego de valera = francisco de la fuente pallares = francisco de la fuente comeño = el lizenciado antonio de la fuente sin pitanza por ser letrado de cavildo = 

los quales dichos nombres de los dichos cofrades están escritos y sentados en los dichos libros en diferentes foxas ... y doy fee que la dicha cofradía está fundada baxo el estatuto de limpieza y que para rrezivir los cofrades della se hazían por mandado de los ofiziales de la dicha cofradía informaziones de limpieza como pareze de muchas dellas que están en el dicho archivo

(14 de enero de 1629)




Archivo Histórico Nacional, OM - CABALLEROS SANTIAGO, Exp. 3178. Fuente y Zapata, Francisco de la. 1629



lunes, 2 de enero de 2017

Documentos de la Guerra de la Independencia: La proclama del ilustrado frente a la resistencia patriota

Dos mentalidades contrapuestas, la moderna, que defiende el general francés Darmagnac, conocedor e imbuido de los principios de la Ilustración, y la reaccionaria del Antiguo Régimen, encarnada por el ayuntamiento de San Clemente y su defensa de la Religión y de su Rey. Dos sentimientos antagónicos, el del invasor y el del patriota que defiende su tierra. Irremediablemente el amor a nuestra tierra nos lleva a simpatizar con los segundos. No obstante, a largo plazo, la semilla de las luces de la libertad que ha sembrado el invasor francés acabó germinando y disolviendo la vieja sociedad reaccionaria. Una lección: las ideas se imponen por la convicción y no la fuerza. Dicho en palabras trastocadas del pensamiento unamuniano: convencieron pero no vencieron. O vistas las cosas desde el oportunista día a día: el Marqués de Valdeguerrero, que se negó a obedecer la Constitución de 1812, aceptaría ser el primer alcalde constitucionalista de San Clemente.




Proclama de Darmagnac

El fanatismo, la seducción y el fraude os precipitan a tantos males: esclavos de la tiranía y serviles por vuestra condescendencia no conocéis la moral de Jesucristo ni la Religión Cristiana: que seáis homicidas y alevosos es todo cuanto os predican los ministros de un Dios de paz y de misericordia. Abrid los ojos y decid a esos seductores que el verdadero amor a la patria es hacer bien a sus semejantes y desear a todos que gocen tranquilamente de sus talentos, de sus trabajos y fortunas

Respuesta del ayuntamiento de San Clemente

Inútil es que el bárbaro, el despiadado, el incendiario Darmagnac rabie de coraje y se desespere al ver un pueblo superior a todas sus iras y favores, en vano es que este decantado general y gobernador les amenace con la cuchilla en una mano y la tea en la otra y es demás que trate de aterrarlos con su inhumana proscripción a muerte lenta. No; ni sus conminaciones amedrentarán ánimos resueltos, decididos e imperturbables ni sus artificios ni sus halagos ni sus caricias moverán la constante fidelidad jurada por los sanclementinos a su Patria, Rey y Gobierno


La documentación de la Guerra de la Independencia, en un fondo muy rico y completo, en AMSC. CORREGIMIENTO. Legs. 157-172. La proclama del francés Darmagnac fue transcrita por Diego Torrente Pérez


San Clemente durante la Guerra de la Independencia

viernes, 30 de diciembre de 2016

Documentos de la Guerra de la Independencia: cuando Cuenca se pudo dividir en dos, con una nueva capital en San Clemente

El 23 de septiembre de 1810, Luis Alejandro de Bassecourt, Comandante General de la Provincia de Cuenca, propone la división de la provincia en dos partidos, con capitales en Cuenca y San Clemente. El Consejo de Castilla elevaría su parecer negativo al Consejo de Regencia que dictaminó en contra. La rivalidad entre ambas poblaciones venía de lejos. San Clemente había constituido su Junta de Gobierno el nueve de agosto de 1808, quince días antes de la constitución de la Junta de Cuenca. Cuando la Junta de Gobierno de Cuenca pide a la de San Clemente su subordinación, ésta manifestó su desagrado, recordando que ya se había puesto bajo la obediencia de la Junta Suprema de Granada, sucesora de la Chancillería. Las diferencias de nuevo saldrán a la luz con la creación de las Diputaciones en 1811 y la elección de vocales para la Diputación de Cuenca.






Consulta del Consejo de Castilla al Consejo de Regencia

 Señor:

Con fecha veintitrés de setiembre último, D. Luis Alexandro de Bassecourt, Comandante General de la Provincia de Cuenca, propuso a V. A. que siendo grandes los males que experimenta la administración pública, especialmente en las presentes circunstancias, por el demasiado territorio, que corresponde a una capital, como sucede a Cuenca, convendría su territorio en dos, señalando a las ciudades de Cuenca y San Clemente por capitales de los dos nuevos partidos.

Con Real orden de treinta de Noviembre se sirvió V. A. mandar que el Consejo expusiera su parecer sobre si sería o no conveniente la división propuesta. El Consejo en su visita acordó oír sobre el particular a vuestro fiscal, quien con fecha 28 de Enero dice, que las circunstancias del día no permiten la libertad necesaria para la indagación de los precisos conocimientos que requieren en el asunto, no es tan fácil como parecen pues además de la justa proporción que tal operación exigiría por conocimientos geográficos, no son menos las indispensables disposiciones para el arreglo y orden que debería establecerse, así para escusar la confusión por el estado antiguo, como para evitar la complicación que el nuevo podía ofrecer a que se agrega los gastos que todo ello había de ocasionar bajo estos supuestos, entiende el fiscal que por ahora no es conducente se trate el asunto.

El Consejo, Señor, teniendo en consideración lo que expone V. fiscal, y además que el arreglo de Provincias ha llamado muy seriamente la atención de las actuales Cortes, que se halla pendiente la discusión, conformándose con la referida respuesta, es de parecer que por ahora no conviene que V. A. haga novedad en el arreglo de la Provincia de Cuenca, o V. A, como siempre determinará lo más acertado. Cádiz, 19 de enero de 1811



Imagen: Real Academia de la Historia. Colección: Departamento de Cartografía y Artes Gráficas. Signatura: C-011-001-06, Nº de registro: 00897.  Signatura antigua: C-Atlas E, I a, 6

Archivo Histórico Nacional,CONSEJOS,12005,Exp.15. Consulta evacuada por el Consejo de Castilla al de Regencia sobre la propuesta de Luis Alejandro Bassecourt, comandante general de la provincia de Cuenca, para que dicha provincia se divida en dos partidos, con capital, respectivamente, en Cuenca y en San Clemente. 1811

ANEXO: PUEBLOS QUE COMPONÍAN LA JUNTA DE ARMAMENTO Y DEFENSA CON SEDE EN SAN CLEMENTE


San Clemente y sus aldeas (Casas de Fernando Alonso, Casas de Haro, Casas de los Pinos y Perona), Vara de Rey, Sisante, Pozo Amargo, Casas de Benítez, Casas de Guijarro, La Losa, Tébar, Cañavate, Atalaya de Cañavate, Cañadajuncosa, Honrubia, Castillo de Garcimuñoz, Pinarejo, Santa María del Campo Rus, Villar de Cantos, Villar de la Encina, Carrascosa de Haro, Alberca, La Rada de Haro, Villaescusa de Haro, Pedroñeras, Pedernoso, Las Mesas, Belmonte, Monreal, Hinojosos, Hontanaya, Osa de la Vega, Tresjuncos, Fuente el Espino, Villarejo de Fuentes, Alconchel, Villalgordo del Marquesado, Montalbanejo, Casasimarro, Villalgordo del Júcar, Tarazona, Madrigueras, Casas de Motilleja, Valdeganga, Pozo Lorente, Jorquera, Alcalá del Río, Alborea, Casas Ibáñez, Fuente Albilla, Abenjibre, Alatoz, Villatoya, Golosalbo, Cenizate, Mahora, Navas de Jorquera, Villagarcía, Quintanar del Rey, Villanueva de la Jara, Rubielos  Bajos, Picazo, Pozo Seco, Rubielos Altos, El Peral, Iniesta, Casas de María Simarro, Ledaña, Villamalea, Villalpardo y Villarta, Minglanilla, Mira, Puebla de San Salvador, Castillejo de Iniesta, Motilla del Palancar, Gabaldón, Barchín del Hoyo, Alarcón, Olmedilla de Alarcón, Marín y Zarza, Balazote, Torrubia del Castillo, Minaya, Munera, La Roda y su aldea de Montalbos, Villarrobledo, Fuensanta, Casas del Cerro, Barrax, Provencio, Santiago de la Torre

Surgida primero como Junta de Gobierno o de Observación y Defensa o de Armamento y Defensa desde abril de 1811.
La relación de pueblos se corresponde con aquellos que hacia octubre de 1812 estaban bajo la influencia de esta Junta de Armamento y Defensa, con sede en San Clemente. Debemos hablar de influencia más que de dependencia directa. La relación se ha extraído de consulta de documentos en el AMSC.