El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 18 de septiembre de 2022

SANTIAGO DE LA TORRE EN LAS FOTOGRAFÍAS DE JULIÁN MARTÍNEZ PÉREZ

 Estas fotografías pertenecen al archivo familiar de JULIÁN MARTÍNEZ PÉREZ, un hombre que unió, a su profesión de maestro, la de fotógrafo. Conocido por su incansable labor para atestiguar la Semana Santa de Cuenca, es menos conocida su labor por retratar los pueblos de la provincia de Cuenca en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado.

Las fotografías presentes corresponden al castillo de Santiago de la Torre. Son fotografías de inicios de la década de los sesenta y se divulgan, previa autorización de la hija del autor, con el fin a contribuir al proceso de restauración del castillo y no otro. 

Confiamos que algún día se pueda presentar esta colección de forma más decente y en su integridad, al menos lo que queda de ella, como testimonio único y de inapreciable valor para recuperar la memoria histórica de los pueblos de Cuenca.












    ARCHIVO FAMILIAR DE JULIÁN MARTÍNEZ PÉREZ
(Mi agradecimiento a su hija Mª Elena Martínez Sánchez)










sábado, 20 de febrero de 2021

LA SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE SANTIAGO DE LA TORRE

 



Santiago de la Torre se llamó en origen El Quebrado; "que ahora llaman Santiago" se dirá en una carta de avenencia entre el obispo de Cuenca y el comendador de la Orden de Santa María de Cartagena por la partición de los frutos decimales de su iglesia, fechada en 1279. Sin embargo, Santiago, como otras tantas poblaciones, desaparece de los textos en el desierto documental del siglo XIV, justo en el momento que nace El Provencio como puebla a la Historia. El andar renqueante de ambos pueblos en el trescientos confundirá a los hombres varias decenas de años después y en el deseo de buscar identidad a los pueblos hará a uno y otro, sin razón en el caso de Santiago, como lugares de Alcaraz amputados a esta tierra. Ni uno ni otro pagarán diezmo a las tazmías de Alarcón.

Pero es en la primera mitad del siglo XV, cuando Santiago el Quebrado surge a la historia. Se dice que un criado de los Pacheco, Rodrigo Rodríguez de Avilés, es quien adquiere el lugar, aunque quien presta sus servicios a Juan Fernández Pacheco (prestaciones carnales incluidas) es su suegra, pero este judío de Ocaña, que presta sus servicios al rey Juan II con varias lanzas, es para los de Alarcón caballero que defiende sus intereses y en virtud de los cuales recibe Santiago como donadío en 1404. A este Rodrigo Rodríguez de Avilés le acompañó la desgracia, preso de los moros, la fortuna de este arrendador de impuestos se pierde en su rescate, pero sus herederos llevarán la sangre de la madre Beatriz Hernández, conocida como la pachequita, bastarda y hermanastra de María Pacheco, y a su sombra medrarán, cuando se hacen con el señorío de Minaya.
No obstante, el protagonismo de la política de esta zona de la Mancha conquense corresponde en el segundo cuarto del siglo XV al doctor Pedro González del Castillo. De este hombre y de su familia apenas si se sabe nada en su origen; procedente del Castillo de Garcimuñoz, se ha asociado como un miembro más de una de las familias más enigmáticas del obispado de Cuenca: los Origüela. A la espera de que otros demuestren la filiación, no tenemos más constatación de su sangre Origüela que el testamento de su sobrino Pedro, pero tenemos sospechas para pensar que su sangre judía debía quizás más a los Cabrera que a los Origüela. De su padre letrado, Lope Martínez, heredó el oficio en la corte; de su madre Teresa nada sabemos, ni siquiera el apellido. De hecho, el doctor Pedro no quiso recordarlo, adjudicando el paterno, y su hermano Hernán, que se llevó los huesos del padre a enterrar a San Clemente, se olvidó de los de su madre.
El doctor Pedro González del Castillo y su hermano Hernán eran figuras al alza, bajo la sombra y poder del condestable Álvaro de Luna y ambos constituyeron, con permiso de los Pacheco de Belmonte, el núcleo de poder más fuerte en las inmediaciones del Záncara y del río Rus. En 1428, el doctor Pedro convierte el donadío de Santiago comprado a los Avilés en señorío jurisdiccional, esa jurisdicción se extiende a Santa María del Campo Rus, al tiempo que se dota de una hacienda inmensa, centrada en Santiago y en Las Pedroñeras, sus tierras llegarán a los muros de este lugar. Aunque la base de su poder serán los molinos, en el Júcar y en el Záncara. Su hermano Hernán intentará lo propio en San Clemente, aunque parece llegar tarde a cualquier intento de creación de señorío jurisdiccional.
Es en torno a la década de 1430 cuando esta zona nace para la Historia, aquellos pequeños lugares de Santa María del Campo Rus o San Clemente, donde don Juan Manuel descansaba en sus salidas de Castillo de Garcimuñoz, comienzan a tener historia escrita (desgraciadamente desaparecida en gran parte). Para los aldeanos la visión de ese renacer son las torres que se levantan ante sus ojos: la de Santiago, que ahora se llamará de la Torre, y la de San Clemente, la llamada Torre Vieja. Con estos González del Castillo, los aldeanos de las cuencas del río Rus y el Záncara despiertan a la historia de una familia los González Castillo, y sus parientes Origúela, incardinados en la política del Reino como miembros de los Consejos, embajadores en los concilios o entablando hábiles alianzas con poderosas familias, tales los Portocarrero en Salamanca, los Prestínez en Burgos o los Franco, judíos conversos de Toledo. El símbolo de ese poder es la torre de Santiago y esa otra fortaleza de Torres del Castillo en Salamanca. El doctor Pedro González del Castillo sueña con su fortaleza de Santiago y sus deudas con sus tierras de origen conquenses, quiere ser enterrado en la iglesia del Quebrado, hasta parece renegar de su alianza con los Portocarrero, pues, olvidando un malogrado primer matrimonio, quiere hacer de su bastardo el licenciado Hernán el heredero de su linaje, obviando los intereses de su mujer. Ahora bien, la fortuna es cambiante y la del doctor Pedro irá ligada a la del condestable Álvaro de Luna; cobijado a su sombra ha sido incapaz de ver el fulgurante ascenso de Juan Pacheco.

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Los sueños del doctor Pedro González Castillo de crear un gran señorío en torno a Santiago de la Torre pronto se desvanecieron. Su dominio en Santiago de la Torre y Santa María del Campo Rus era pequeño Estado, que, al igual que El Provencio en manos de los Calatayud, era sombra de la concesión regia del marquesado de Villena al maestre don Juan Pacheco. Además, los capítulos entre el doctor Pedro y el concejo de Santa María del Campo tenían más de concordia que de sojuzgamiento.
Las disputas familiares acabaron con toda posibilidad de crear una entidad de importancia. La mujer del doctor Pedro González del Castillo, Isabel Portocarrero, se apresuró a garantizar de su marido la constitución de un mayorazgo que legara a su hijo Juan los bienes familiares, pero en esa costumbre e invento castellano de la llamada mejora del tercio y quinto, gran parte de los bienes fueron a un hijo bastardo anterior, el licenciado Hernán González del Castillo, que daría lugar a dos linajes diferenciados, los Alarcones de Sisante, y los Ruiz de Alarcón, otros más, que conservarán la parte de la herencia en torno a la llamada aldea y molino del Licenciado (en Castillo de Garcimuñoz y junto al Júcar). Como se ve, los apellidos habían cambiado, en este caso, por asunción de apellidos maternos, pero es que estamos ante una de las familias conquenses más camaleónica, ya no tanto por ocultar el apellido Origüela sino por mandar a hacer puñetas un apellido tan común como el de González, pero que en boca de los contemporáneos debía ir acompañado de algún otro tenido por infecto, es decir, judío.
Muerto el doctor, ni la viuda ni los hijos hicieron mucho por mantener la obra del padre. Juan Castillo y su hermano Alonso Portocarrero andaban a la gresca, el segundo ni aceptaba la herencia del bastardo Hernán ni el mayorazgo del primogénito. Dicho en pocas palabras, el hecho de que el padre le legara sus libros no lo debió dejar muy satisfecho. Y, es que, aunque el chico salió buen estudiante, su madre Isabel Portocarrero, de la que tomó el apellido, pensaba para él la herencia centrada en tierras salmantinas e incluida en el mayorazgo de Juan. Alonso, al que se le insinuaba la posibilidad de vestirse los hábitos, comprendió que si quería ser alguien, mejor letrado que cura, y mejor en la Corte que en el pueblo. Fue su elección (sería maestre sala de los Reyes Católicos), la que salvó a la familia, pues su hermano Juan tuvo la idea de declararse partidario de la Beltraneja en la primera fase de la guerra de Sucesión castellana, allá por 1476. Si conservó sus posesiones de Santiago de la Torre, fue más por la inteligencia ajena de los reyes, que por la propia, pues, con ánimo de dividir a sus enemigos, le perdonaron su error y su hacienda. Quiero decir que su cambio de fidelidad, malgré lui, evitó que el castillo de Santiago de la Torre se convirtiera en una de esas fortalezas desmochadas o aniquiladas, tal como le pasó al castillo de El Cañavate.
Mientras los hermanos Juan y Alonso seguían con sus disputas familiares (las normales, cuando hay dinero por medio); disputas que llegaron hasta la muerte de Juan; el pueblo de Santiago de la Torre parecía ajeno a todo y vivía la segunda mitad del siglo XV como un revival. Los viejos siempre recuerdan un pasado mejor, pero en el caso de Santiago, no parecían equivocarse, pues había conocido un lugar habitado por cien vecinos, es decir unas cuatrocientas almas, un pueblo feliz con sus fiestas y sus músicos y, sobre todo, un pueblo de pastores. De Santiago, será la familia, luego sanclementina, de los Herreros, que decían ser descendientes de los conquistadores de Madrid (algo, de esa u otra ciudad, a lo que todos podremos aspirar si rascamos en nuestros ancestros) o tal decían doscientos años después, ahora, a finales del siglo XV, se dedicaban a hacer dinero: criando ganado y predicando su odio a los Pacheco o a cualquiera de sus aliados. Era un caso notorio, pues los santiagueros no disponían de tantas cabezas de ganado, aunque fue la posesión de ovejas y cabras la causa de su decadencia como pueblo y su reducción a menos de treinta casas hacia 1520.
En esa decadencia, parte de culpa, bastante diríamos, tuvieron los provencianos y los sanclementinos, que, aunque de amigos tenían poco, por no decir nada, sí participaron de una idea común: intentar hacerse ricos, o al menos salir de la miseria, plantando viñas. Fue un movimiento roturador frenético; largas lenguas de hileras de viñedo salieron de ambos pueblos para confluir. Su resultado fue que acabaron con los pastos de las ovejas de Santiago de la Torre y, mucho peor, desecaron los lavajos y arroyos. Las aguas corrientes devinieron en estancadas y, de ahí, en foco de enfermedades que diezmaron las ovejas y la población de Santiago de la Torre. Los más arriesgados, o necesitados, abandonaron el pueblo, se convirtieron en agricultores y emigraron a Las Pedroñeras en cuyo auge no es ajena la migración santiaguera.
Mientras sus vecinos se iban, su señor, Bernardino del Castillo Portocarrero, hijo de Juan y nieto de Pedro, competía con su amigo Alonso de Calatayud, por establecer un régimen de terror con sus vasallos. La fortaleza de Santiago era tan odiada como la de los Calatayud en El Provencio. Si la de los Calatayud sería arrasada por los provencianos en Las Comunidades, la de Santiago de la Torre se había librado treinta años antes de ser quemada por los mismos provencianos que hasta allí acudieron con sus carros llenos de paja. No parece que eso arredrara a don Bernardino con fama de colgar de las almenas a alguno de sus alcaides.

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Cuando Hernando de Colón, el hijo de Cristóbal, llega a Santiago de la Torre en 1517 o algún año antes, si es que le dio tiempo a visitar tantos lugares para su Cosmografía, encuentra un lugar en irremediable decadencia: treinta vecinos lo pueblan, nos dirá, cuando ha poco tenía doscientos, en cifra tan exagerada como lo será él mismo, que el hombre intentaba emular en sus descubrimientos en España lo que su padre el Almirante encontró en Indias. Sobre el declinar de Santiago no le faltaba razón, sin saber las causas. Hemos adelantado algunas de ellas, la más sugerente en estos tiempos de pandemias es la de unas aguas infectas y estancada y unos ganados transmitiendo sus enfermedades a los hombres. Causa subsidiaria de otra principal. "La revolución del año mil quinientos en la Mancha conquense" provocó la huida de los vecinos de las tierras de señorío; no hemos de pensar en vecinos agazapados y con escasos enseres huyendo nocturnamente de sus pueblos, no, sino familias que a plena luz del día destejaban los techos de sus casas y demolían las piedras de sus muros para construir nuevas casas en tierras de realengo. Quien lo relataba así era un impotente Alonso de Calatayud, que veía desmochar su pueblo de El Provencio en vano intento de crear otro en 1510: Villanueva de la Reina. Todo el mundo quería casa libre de ataduras señoriales y campos o viñas en propiedad... tierra sobraba. Era la misma tierra que los pastores santiagueros hollaban; la ruina de los pastores y sus ganados los obligó a mutar sus ocupaciones y a adaptarse a los cambios. Hoy se llama a eso resiliencia o al menos eso dicen los próceres y triunfadores de este capitalismo equinoccial, entonces era ganarse el pan, llevados los hombres de la necesidad.
Los hombres abandonaron Santiago de la Torre hacia las villas de realengo en busca de la tierra que sobraba, bien a El Provencio bien a San Clemente o bien a la arruinada, por las guerras, La Alberca. Aunque su principal destino fue Las Pedroñeras. Sin ánimo de crearme enemigos en este pueblo he de decir que Las Pedroñeras debe sus existencia histórica a Santiago de la Torre. Solo la vitalidad de los nuevos repobladores santiagueros dio el impulso a esta pequeña villa para lograr la suficiente identidad que garantizara su existencia frente a la amenaza de los Castillo Portocarrero y los Pacheco de Belmonte, con ambiciones en Robredillo de Záncara, sus molinos y sus tierras. Las Pedroñeras a comienzos del siglo XVI fue un peón más en las ambiciones territoriales de la villa de San Clemente, que quería llevar sus fronteras hasta el Záncara y se inventó un aliado en los pedroñeros para negar su existencia a provencianos y santiagueros. Aunque quien pusieron los hombres para hacer posible ese proyecto fueron los santiagueros. El modelo fue el mismo, que por ejemplo en El Cañavate. Los pastores santiagueros, devenidos por la necesidad en labradores, explotando como renteros las tierras que los Castillo Portocarrero poseían en Las Pedroñeras (alrededor de dos mil ducados de hacienda); al faltar hombres y sobrar tierra, las condiciones de los arrendamientos eran favorables a los colonos, que pronto comenzaron a roturar otras tierras llecas y conseguir su propiedad por las ventajas forales del suelo de Alarcón. Señores y colonos se beneficiaban de la nueva situación, aunque el conflicto estalló por los usos tradicionales... y comunales. A todos les movía el interés particular, pero todos necesitaban de los viejos usos comunales: mientras la propiedad privada crecía, la comunal menguaba. Dehesas boyales empequeñecidas, mientras las bestias de labranza aumentaban; tierras de pastizal sustituidas por las viñas, en tanto que los nuevos colonos comprendían que mantener el ganado era una oportunidad de negocio para el abasto de unas villas de realengo en crecimiento desaforado, y, en fin, cosas tan simples como necesidad de esparto para alpargatas para los pies, troncos de carrasca para edificar casas o labrar arados, masiega para colchones de las camas o bellotas para comer.
Para impedir estos usos comunales se erigía ahora la fortaleza de Santiago de la Torre (o para esconder el trigo que tanto Alonso de Calatayud o Bernardino del Castillo robaban con eso que llamaban el rediezmo). No hemos de pensar en grandes mesnadas al servicio del señor ni los lugareños lo veían así tampoco. La fortaleza de Santiago estaba en manos de un alcaide y un puñado de criados armados al servicio de don Bernardino: una pandilla de malhechores a los ojos de los contemporáneos o ,más bien, unos de tantos necesitados en un mundo de bribones en el que todos perseguían lo mismo, su propio interés, en el que todos se conocían o tenían lazos familiares y en el que lo común eran los tratos... hasta que los labradores se internaban en los espacios comunes que don Bernardino ahora adehesaba; entonces, y los más propicios a ser víctimas eran los pedroñeros, de los tratos se pasaba a la somanta de palos que solía recibir el intruso de los "caballeros " de don Bernardino, aunque la cosa se solía arreglar con alguna multa o embargo de algún útil, mediante la visita a las mazmorras del castillo de Santiago de la Torre, situadas en el inferior de su torre de homenaje. Como siempre, los hay con exceso de celo y dispuestos a hacer del servicio a su señor la negación de su persona; tal era un alcaide Cisneros, quizás ocupara el puesto en el umbral de los años 1520 a 1530. Este hombre inspiraba terror en los pueblos vecinos por su crueldad. Quizás (y disculpen la digresión) era como aquel guarda de Castillo de Albaráñez un cabrón redomado, un tal de la Madre, que hizo imposible la vida a mis antepasados de Arrancacepas y llegó a matar a alguno de ellos en sus aventuras nocturnas por hacerse con leña. El alcaide Cisneros, sin ser consciente, sustituía en crueldad a su señor don Bernardino del Castillo, que decidió colgarlo de las almenas del castillo y exponer su cuerpo a la visión de los labradores, no tanto porque su crueldad compitiera con el señor, sino porque se estaba quedando con las exacciones que le pertenecían. Claro que para ganarse esas rentas "feudales" don Bernardino se lo había trabajado desde comienzos de siglo; lo sabían bien alberqueños o santamarieños. ¿El principal motivo de disputa? La caza de conejos. Claro que si París bien vale una misa, don Bernardino se dio cuenta tarde que un conejo no valía la pena para desencadenar una revolución, la de las Comunidades.

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La figura del doctor Pedro González del Castillo sigue siendo una incógnita. Hombre de gran significación en la corte de Juan II, comenzamos a tener noticia de él por algún documento del Archivo Municipal de Cuenca, que en su día transcribió TIMOTEO IGLESIAS MANTECÓN, situando a Pedro González de Castillo en 1426 como Alcalde de Provincia. No obstante, las genealogías familiares sitúan a nuestro doctor como uno de los letrados castellanos destacados en el compromiso de Caspe defendiendo en 1412 los intereses de Fernando de Antequera a la Corona de Aragón. ¿Cuál es el problema? pues que tanto Zurita en sus Anales como Bofarull en el estudio de los documentos señalan que el doctor que acudió a Caspe fue Pedro Sánchez del Castillo. Es cierto que sabemos de un criado de Pedro González del Castillo, también doctor, ambos compartirían capillas de enterramiento en el convento de agustinos de Castillo de Garcimuñoz. La familia siempre defendió que Pedro González del Castillo era el Pedro Sánchez del Castillo citado por Zurita en sus Anales. Nosotros por nuestra parte estamos habituados a estos Origüela jugando indistintamente con el apellido Sánchez y González.
Pero de la genealogía de los Castillo Portocarrero destacamos su expresa mención a la construcción del castillo de Santiago de la Torre, tanto en la genealogía de la BNE como en esa otra menos conocida, donada al archivo de Trujillo por los descendientes (y cuyo conocimiento debo a Juan de Orellana Pizarro). Es difícil dar total veracidad a una familia que inventó varias genealogías (donde por no coincidir no coincidía el nombre del padre del doctor), pero no podemos de dejar de transcribir el siguiente párrafo (que confirma y detalla ese otro de la BNE), en este momento que se va a comenzar la restauración del castillo de Santiago:
"Sirvió Pedro González del Castillo con singular valor y fidelidad a los señores Reyes don Juan el Segundo de Castilla y don Fernando el I de Aragón, de los quales recibió grandes honores y mercedes que se omiten por no dilatar este memorial. Fundó a sus expensas con facultad real el castillo de Santiago de la Torre, en tierra de Cuenca, y en tierra de Salamanca la casa fuerte de la Quatro Torres, sumptuoso edificio. Edificó en su villa de Sancta María del Campo, en la capilla mayor de la Yglesia matriz , un magnífico sepulchro par él y sus descendientes, assí mesmo un convento de trinitarios calzados"

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Don Bernardino del Castillo Portocarrero salió reforzado de la guerra de las Comunidades de Castilla; a diferencia de su colega don Alonso de Calatayud había visto el movimiento comunero del verano de 1520 desde lejos, en Salamanca. Había evitado el bochorno de su aliado, el señor de El Provencio, sometido a un juicio popular por sus vecinos. Ninguno de los dos se había visto libre de la ira popular, pues si los provencianos la emprendieron contra la fortaleza de la familia Calatayud y sus odiadas mazmorras. don Bernardino vio como los santamarieños saqueaban el palacio de los Castillo Portocarrero en Santa María del Campo Rus y robaban (o expropiaban) el trigo de sus cámaras. Sin embargo, no tenemos noticias de que el castillo de Santiago de la Torre fuera objeto de la furia del populacho, aunque dudamos que fuera centro de la resistencia señorial en un momento que los Calatayud estaban retirados en Las Mesas y los Portocarrero lejos de la zona.
Acabadas las guerras de las Comunidades es probable que el emperador buscase una política de conciliación con los perdedores a la par de la represión del movimiento, pero los patricios de las repúblicas pecheras habían perdido su oportunidad y Carlos V no les perdonará su tibieza. El sanclementino Antonio de los Herreros se había ofrecido al prior de San Juan para luchar con los focos rebeldes persistentes después de Villalar, pero para mayo de 1521 se le comunica que ya no es necesario. Es más tres años después, cuando en los interminables conflictos entre El Provencio y San Clemente, los últimos invaden la primera villa con dos compañías de cuatrocientos hombres (¡todo el pueblo sanclementino armado!), Carlos V decide poner fin a esos micropoderes pecheros. Se habla del señorío de Isabel de Portugal como la época dorada de la villa de San Clemente, pero esta época fue de regresión señorial en la propia villa y de reforzamiento de los poderes externos. Es ahora, cuando don Bernardino del Castillo Portocarrero cierra su villa de Santa María del Campo a los usos comunes tradicionales y es ahora cuando Santiago de la Torre adquiere el valor de símbolo del poder señorial. Claro que junto a los vecinos apaleados por robar leña en las dehesas de Santiago surge el gran propietario que adquiere tierras en el segundo movimiento roturador de los años alrededor de 1530 que sigue a ese otro de comienzos de siglo.
La reacción de don Bernardino Castillo Portocarrero fue tajante, impidiendo a los vecinos foráneos labrar sus tierras; entre los perjudicados estaba el provenciano García Sánchez que poseía en propiedad varias hazas en el donadío de Santiago de la Torre. Sabemos que los provencianos con propiedades en Santiago sacaban su trigo del donadío hasta las eras de El Provencio para evitar las exacciones de los Castillo Portocarrero. Entre ambos contendientes se debió llegar, en los primeros años de la década de 1520, a acuerdo, que no era sino reforzamiento del poder señorial de los Castillo Portocarrero tras la guerra de las Comunidades, con la obligación de los labradores de ceder una oncena parte de su cosecha a don Bernardino del Castillo. La solución vino después de pleito entre los provencianos y don Bernardino del Castillo Portocarrero, sustanciado en la Chancillería de Granada, que reconocía a los provencianos a sacar sus mieses del donadío y a don Bernardino cobrar un onceno de cada fanega cosechada. Las relaciones con los labradores de Las Pedroñeras también se enturbiaron. Era un punto de inflexión que acababa con una época, en la que santiagueros o pedroñeros se consideraban un mismo pueblo, como hermanos y revueltos se decía (de hecho, era común que los pedroñeros hicieran un alto con sus mulas y carros en Santiago, donde, convidados, comían en común), y en la que no se conocían fronteras. Hacia sus dos montes de encinas, el viejo, en el camino de las Pedroñeras, y el nuevo, en el camino de La Alberca, acudían los convecinos a por la bellota, y hacia la dehesa de Majara Hollín y sus humedales habían acudido hasta los años veinte los provencianos, los pedroñeros y sanclementinos con sus carretas para recoger la masiega empleada para rellenar los colchones de sus camas, mientras sus mulas pacían, o para buscar espárragos entre las primeras viñas plantadas. Ahora, Majara Hollín se desecaba, sus ganados se perdían y lo que era dehesa santiaguera era objeto de disputas entre provencianos y sanclementinos por su control. Entre los provencianos que compraban tierras en Santiago el Quebrado destacaba Julián Grimaldos, además del citado García Sánchez, y otros como Pedro Sánchez de Bartolomé Sánchez que se dedicaban a romper los llecos en el camino de La Alberca, que se avinieron a pagar el onceno a don Bernardino, según recogía el testimonio de un labrador provenciano que andaba entre su pueblo y Santiago para recoger limosnas para el ermitaño que guardaba la ermita de Santa Catalina. Mientras El Provencio y Las Pedroñeras crecían en la década de los treinta, con trescientos diez y ciento ochenta vecinos, respectivamente; Santiago de la Torre, apenas si llegaba a los veinte. El empuje roturador de los vecinos de Las Pedroñeras se centraba en la hoya de Hernán Gil y en el camino de Santiago a Robredillo de Záncara.

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El poder de los Castillo Portocarrero estaba muy debilitado a mediados del siglo XVI y su fortaleza de Santiago de la Torre era mole tan impresionante como desolada. En 1565 era un lugar poco deseado como vivienda, aunque el alcaide tenía residencia allí, prefería la vivienda de Santa María del Campo Rus. Aparte de su mujer y su hija por la fortaleza se dejaba ver únicamente una cuadrilla de canteros vascos, alojados temporalmente.
Ahora, desde mediados de siglo, el mayorazgo de los Castillo Portocarrero había caído en Antonio, hijo de Bernardino, nieto de Juan y biznieto del doctor Pedro. El hombre no hizo mucho por mejorar la imagen de los Castillo Portocarrero en la comarca y, de hecho, se convirtió en el miembro del clan más odiado, sin llegar a hacer los méritos de su padre Bernardino. Siguió haciendo de la fortaleza de Santiago su centro de operaciones para, con unos pocos criados y su alcaide, negar el acceso a los espacios adehesados de la familia, pero su autoridad estaba siendo discutida en su principal villa, Santa María del Campo Rus. Quien ponía en duda su autoridad eran los García de Mingo Martín, unos labradores a los que su enfrentamiento con los Castillo Portocarrero había convertido en forajidos con cierta aureola romántica que andaban con escopeta en la mano para matar a don Antonio. No es que los hijos fueran agresivos, más bien el padre y la madre encarnaban un clan de alma indómita, creyéndose capaces de acabar ellos solos con toda la nobleza de la zona. Al menos, valentía e ira mostraba el tal Miguel García, que arrancó de un mordisco la oreja del alguacil de don Antonio, después de matar a Martín Chaves, aliado de don Antonio. El clan se atrevía a atacar la fortaleza de Castillo de Garcimuñoz, para liberar a un tal Rubio de la garra de los Melgarejo. En fin, "un mal ejemplo para la república" que decía el hombre de confianza de don Antonio. El resto es una novela de Merimée, un Miguel García refugiado en la iglesia de Santa María, vista por los santamarieños como refugio y lugar de jurisdicción real, además de eclesiástica, frente al poder señorial; apresado el malhechor en la iglesia por un iracundo don Antonio, poco dispuesto a respetar jurisdicciones ajenas, y la vergüenza pública del reo a lomos de asno y torso desnudo, mientras su anciano padre se plantaba delante de la procesión punitiva en desafío al poder de don Antonio al grito de que "quien osara meterse con su hijo no quedara cojón de ellos". Miguel García arrestado en las mazmorras de Santiago de la Torre y su fuga después que madre y hermana, y la complicidad de algún provenciano la facilitaran. La fuga de Miguel García fue clásica, valiéndose de unas sábanas hechas jirones, aunque según otros fue por la puerta, cosa creíble porque carcelero y preso solían jugar juntos a las cartas. Gracias a la cárcel y fuga de Miguel, conocemos cómo era la torre de Santiago: Miguel García fue encerrado en la mazmorra, sita en lo hondo de la torre de la fortaleza, que era un habitáculo con un único agujero en la parte superior, desde donde se bajaba al preso con una cuerda. Sobre el techo de la mazmorra había una primera pieza y desde aquí por unas escaleras se accedía a una piso superior, la cámara de armas, encima de la sala de armas había otras piezas superiores, aunque no se dice cuántas, todas ellas sin puertas y de libre acceso. Los testigos decían que para sacar a un hombre de la mazmorra eran necesarios otros tres o cuatro hombres tirando de una soga. Difícilmente podía escapar de allí el preso, aparte que el acceso exterior a la torre donde se hallaba era por una puerta con llave y un guarda de vigilancia.
Muestra de que el poder de don Antonio Castillo Portocarrero estaba muy debilitado es que la pagó con sus padres. Claro, él no, que andaba huido. Pero, tanto Pedro García el padre como su mujer Francisca Redonda era un matrimonio de armas tomar; ni en la cárcel los doblegaron: el viejo amenazaba, sus barbas eran canas pero prietas.
¿Quiénes eran estos García? Era una familia extensa, a Francisco, hermano de Miguel, se le conocían seis hijos. Sabemos de parientes en La Alberca y en El Provencio. Era una familia muy estructurada y jerarquizada en torno al patriarca de la familia, Pedro, de setenta y ocho años, y su mujer Francisca, de sesenta y seis años. Era asimismo una familia de campesinos, Miguel llevaba mies en sus mulas cuando se enfrentó con el alguacil Francisco Moreno; su sobrina Cristina Redonda estaba trillando en la era a comienzos de agosto y el secuestro de bienes de Pedro García comienza por trece fanegas de cebada y él mismo llega, en el preciso momento del secuestro de bienes, procedente de la era con una horca. Pero es de suponer que era una familia campesina acomodada. Labradores ricos, pero analfabetos. Se dedicaban al cultivo de campos de cereal, cultivo con tierras muy aptas en Santa María del Campo Rus frente a las poblaciones del sur dedicadas a la vid. Los vestidos de Miguel García, encontrados en una arca y embargados, demostraban una posición social: dos calzas, unas plateadas y otras blancas, capa y sayo de velarte, gorra de terciopelo y jubón de telilla. El colchón y almohada que su padre le llevó a la mazmorra estaban rellenados de lana, no de paja. Pedro García es rico; sabemos por su mujer, que en la arenga de la plaza, Pedro le recordó a su señor haberle dado ya once mil maravedíes; muestra que intentó una solución de conciliación en las muertes provocadas por su hijo y muestra de su riqueza. Además, Pedro García estaba metido en el lucrativo negocio de echar las yeguas al garañón; creemos que los problemas que aquí tuvo están relacionados con la orden real de facilitar la reproducción de caballos para la guerra frente a lo más común en la época que era la cría de mulas, un animal que estaba sustituyendo de forma acelerada a los bueyes para la labranza, alcanzando precios astronómicos. Y para ser simples campesinos, eran campesinos muy bien armados. Aunque, como siempre, las armas llegan después, los conflictos de intereses son anteriores.
Las complicidades de los García en la zona mostraban la debilidad de los Castillo Portocarrero, enfrentados a los vecinos de los pueblos por las cortapisas al disfrute de los bienes comunales. El clima era de subversión total al poder señorial. Esa es la razón por las que don Antonio decide abandonar su Cuenca en 1579, con un trato con la Corona que le cede Fermoselle a cambio de Santa María del Campo Rus, pero el paso de esta villa a realengo costó a sus vecinos 16000 ducados. Santa María del Campo Rus como villa de realengo fue un experimento fallido, pero fue, en mi opinión, una de las causas del fin de la gobernación del Marquesado de Villena, escindido en dos corregimientos (San Clemente y Chinchilla) tras la sublevación de la villa contra el gobernador Rubí de Bracamonte y la nobleza regional que acudiendo a la ceremonia de colaciones, pensaba que el pueblo era fruto maduro para apropiarse de él. Las terribles condenas sufridas por los santamarieños son conocidas.
Santiago de la Torre continúo en poder de don Antonio unos años más, hasta mayo de 1590, que la vende a don Alonso Pacheco de Guzmán, regidor de Toledo, aunque de los Pachecos sanclementinos, descendientes de Alonso Pacheco, segundón del señor de Minaya. Junto a su mujer, fundarán mayorazgo, pero la descendencia, femenina, no acompañará. Su hija casará con Juan Pacheco Guzmán, el otro, es decir el imbécil, caballero de Alcántara, pero una marioneta en manos de su madre. Su culpa no fue tanto andar enfrentado con los Ortega de San Clemente, a lo que tenía por bastardos por intentar emparentarse con los Pacheco, recordando a estos y a su pesar, los torcidos que son los troncos de los árboles genealógicos, sino ser incapaz de garantizar una línea sucesoria digna, precedente de esa situación de múltiples herederos que ha llevado al castillo de Santiago a la ruina.

domingo, 22 de noviembre de 2020

SANTIAGO DE LA TORRE EN EL SIGLO XVI

 


                              SENTENCIA DE 5 DE JULIO DE 1538



Era 1561, y en los bajos del ayuntamiento de Las Pedroñeras se hallaban sus dos alcaldes, Andrés Gómez y Andrés Morales Belloso, junto a los regidores perpetuos Marco Castellano, Andrés Zarco y Andrés Belloso, tan solo faltaba el alférez García de Montoya; todos ellos trataban de convencer al receptor de la Chancillería de Granada allí presente para que se desplazara con ellos a tomar posesión de los términos de Santiago de la Torre en virtud de una ejecutoria ganada por la villa de Las Pedroñeras. Miguel López del Corral contaba la escena. El receptor se resistía, desde su legalismo contradecía a los pedroñeros, alegando que si don Antonio del Castillo Portocarrero contradecía la posesión había que escucharlo, mientras que los regidores de Las Pedroñeras aprestaban al receptor para que diese su visto bueno a que los pedroñeros fueran con sus mulas a arar los términos de Santiago de la Torre y con sus ganados a pacer las yerbas en un gesto cargado de simbolismo para tomar posesión de los términos, es decir, hacer uso de los viejos aprovechamientos comunes, que, teniendo en cuenta la despoblación del lugar se convertía dominio de hecho. Claro que el acto tenía no poco de ocupación invasiva, pues al parecer el número de pedroñeros intervinientes era alto.

 

El receptor granadino, un tal Juan Escudero, no se amilanó ante los regidores pedroñeros, manifestando que “él no hera rrío para tornar atrás, que juraba a Dios que si él no les daba la posesión no la daría e jurado a Dios en ningún tiempo”. A lo que los pedroñeros contestaron que no estaban para nuevos pleitos; no en vano, el pleito duraba ya veinticinco años. Volviendo a su posada, el receptor reafirmó su legalismo, negándose a dar las escrituras de posesión que portaba, reafirmando la necesidad de presencia y contradicción de don Antonio del Castillo Portocarrero y solicitando el parecer de un jurisconsulto, un tal Villanueva. No tenemos noticia de este jurisconsulto, pero por entonces el más famoso de ellos era un tal Sobrino de Castillo de Garcimuñoz, que por la emisión de sus pareceres se asemejaba a un embaucador de ingenuos.

Las disputas entre Las Pedroñeras y los Castillo Portocarrero se remontaban al 30 de mayo de 1534, cuando Antón Pérez en nombre de Las Pedroñeras interpuso una demanda contra Bernardino del Castillo defendiendo el derecho al aprovechamiento de los términos de Santiago de la Torre, por ser parte común del suelo de Alarcón. Los Castillo Portocarrero defendieron la tesis de que Santiago era heredamiento cerrado, de uso privativo de sus vecinos, en cuanto correspondía a un donadío de cesión real a la familia. A favor de Santiago de la Torre, jugaba el hecho de que, hasta la sentencia de Sancho Jiménez de Lanclares en 1318, era parte del suelo de Alcaraz junto a la villa de El Provencio. Esa era la razón por la que San Clemente y Las Pedroñeras siempre intentaron llevar sus fronteras, y hacerlas comunes hasta el Záncara, y por la que El Provencio y Santiago de la Torre nunca pagaron diezmos ni llevaron sus cahíces a las iglesias de Alarcón.

En la década de 1530, Santiago de la Torre tenía sus términos amojonados y cerrados. Un testigo citaba de memoria las hitas divisorias del pueblo con sus vecinos

“que el término de Santiago se dividía començando dende donde dizen Peña Parda a dar ençima de la Hoya de Hernán Gil e volviendo a donde dize el Rrubielo que es un çerro e de allí al camino del Provençio que viene a Santiago e de allí a la Puerta del Collado e de allí va volviendo por çima del Monte, quedando el monte en el dicho término de Santiago a Peña Parda a donde comiença a deslindar e en los dichos lugares que tiene dicho están sus mojones”.

Otro testigo rememoraba así los mojones

“que la dicha villa es amojonada por la forma siguiente: començando desde Peña Parda que es un mojón la dicha Peña Parda e de allí por el Canto del Monte a dar al camino que viene de las Pedroñeras a Santiago donde en el dicho camino está un mojón e tomando un carril en cabo del Monte que va fazia el Provençio a dar en la cañada donde está otro mojón e dende el dicho mojón va a dar a donde dizen el aldea Vieja al camino que viene del Provençio a Santiago a donde está otro mojón e de allí a dar a Santiago a donde está otro mojón e de allí a dar a la vereda donde está otro mojón en la Llega e de allí a dar al majuelo de Villanueva donde está otro mojón e deste mojón va a dar entre dehesas a la Puerta del Collado e de allí a dar el Roblello donde esta otro mojón e de allí volviendo a Peña Parda donde començamos a deslindar”

La mención a una aldea vieja nos hace pensar en un poblamiento primitivo y anterior a Santiago o la posibilidad que ese poblamiento se abandonará paor un nuevo emplazamiento, huyendo de las aguas estancadas. Algún vecino nos dirá que El Provencio y Santiago tuvieron como primer poblador a don Juan Manuel, dando a entender su carácter de nuevas pueblas, que para el caso de Santiago sería refundación, pues sabemos de su existencia tres cuartos de siglo antes. Meras elucubraciones en cualquier caso que no podemos demostrar. La aldea Vieja se situaba “fazia el Provencio por baxo de la corriente del molino de Santiago que es un molino harinero que está baxo de la dicha villa de Santiago en la rribera de Záncara quedando el dicho molino dentro del dicho donadío porque el mojón yba a la sazón que era de dos tiros de piedra bajo del dicho molino por un pozuelo que allí avía”

Y en 1560 se detallaban con más prolijidad

“sabe que la dicha villa de las Pedroñeras parte términos con la dicha villa de Santiago desde el Rrubielo que es un çerro pequeño que es de tierra colorada donde dixo que ay un mojón de cal y cantos  e del dicho mojón van partiendo con el término de las Pedroñeras a dar con otro mojón que está en un llano que es çerca del carrascal que es de Santiago que el dicho mojón es de cal y cantos e va por detrás del dicho carrascal a dar a otro mojón que está a ojo de la hoya de Fernán Gil e de nava el Caballo donde dixo que está otro mojón de cal y cantos e del dicho mojón dixo que va a dar a otro mojón de cal y cantos que dixo se nonbra el mojón del Vino que está entre los caminos que van de Santiago a Belmonte e al Rrobledillo de Záncara por ençima de la villa de Santiago por lo alto de ella e va a dar a Peña Parda que es un mojón que está en una peña que se nonbra la Peña Parda que es muy conoçida e está ençima del alcor del Molino de las Pedroñeras donde dixo que en el dicho mojón feneçe el término de la dicha villa de Las Pedroñeras e del dicho mojón de Peña Parda dixo que va partiendo la dicha villa de Santiago con el término de San Clemente o el Provençio porque sobre ello traen anbas villas pleytos e va a dar otro mojón que se nonbra el lavajo Terçero que es donde solía aver un lavajo o allegamiento de agua que dixo que está arado e que el dicho mojón del dicho lavajo solía ser de cal y cantos y está al presente desecho casi todo o más del medio e del dicho mojón del lavajo Terçero dixo que van a dar a otro mojón que está çerca del camino que llevan de Santiago a la villa del Alverca a la mano derecha e de allí dixo que van a dar a otro mojón que en la Puerta el Collado que es en el camino que llevan de Santiago a la villa de San Clemente que este mojón es de cal y cantos e del dicho mojón van a dar a otro de cal y cantos que está entre las dehesas de Santiago e la villa del Provençio e de allí dixo que van a dar a otro mojón que es entre las viñas de la villa de Santiago de cal y canto e de allí dixo que a dar a otro mojón de cal y cantos que está en el camino que llevan de Santiago al Provençio por la otra parte del rrío de Záncara çerca de un molino armero que es del señor de la dicha villa de Santyago e çerca de otro molino que se nonbra de Françisco Tostado veçino de la villa del Provençio e allí a dar al pozo de la Cañada donde dixo está otro mojón de cal y cantos a ojo del dicho pozo e de allí dixo que vuelve el dicho mojón del Rruvielo”.

El conflicto surge en un contexto de expansión agraria de la villa de Las Pedroñeras que está rompiendo las tierras llecas del pueblo vecino. El impulso roturador de tierras llecas en el primer tercio del siglo XVI fue imparable. Según contaba Martín Sánchez de los Herreros, un labrador villarrobletano, en lo que debió ser práctica común en toda la comarca, los pedroñeros labraban las tierras baldías para pan, haciéndolas suyas propias, con plenos derechos de enajenación y sucesión hereditaria. El movimiento roturador rompía los amojonamientos y, en este caso, ponía en entredicho los títulos de propiedad de los Castillo Portocarrero sobre el donadío de Santiago de la Torre. Este pequeño lugar, había sido un pueblo de pastores; ahora, sus vecinos abandonaban el pueblo al desaparecer los pastos de sus ganados y desaparecer el corredor natural para las reses que antaño se extendía entre El Provencio y San Clemente y ahora era ocupado por las viñas. A la altura de 1539, tal como narraba el provenciano Hernán Martínez Villamayor, Santiago el Quebrado o de la Torre era un pueblo ya casi deshabitado con viejas casas en pie, recuerdo de su apogeo en el siglo XV:

“syenpre la dicha villa de Santiago a sido poblada e a visto en ella justiçia e alcaldes rregidores e alguazil e paresçe por las casas e hedifyçios antiguos que en ella de presente se ven e a visto desde que sabe la dicha villa que a los dichos quarenta años e más tienpo ser pueblo antiguo poblado de más de çien años e aver en él hedifyçios de mayor poblaçión que agora tiene, quatro vezes más que agora que está avitado… e lo oyó dezir a su padre que llegó a hedad de noventa años el qual dezía que en su tienpo desde su niñez avía visto poblada la dicha villa de Santiago”

Aún no se había llegado a la situación conocida en los años sesenta, con Santiago de la Torre únicamente habitado por el alcaide de la fortaleza y unos vizcaínos de paso, pero los treinta vecinos que Hernando de Colón nos da para 1517 son impensables al finalizar la década de los treinta. Santiago de la Torre había sido un lugar relativamente poblado en el último cuarto del siglo XV. Un anciano, Diego Herreros, labrador de Villarrobledo, recordaba cómo Santiago de la Torre era un lugar de setenta vecinos cuando era un niño de diez años. Juan del Castillo, avecindado en Socuéllamos e hijo de santiagueros, daba una cifra similar, sesenta, cuatro arriba o cuatro abajo. Otros como Alonso Sánchez de Vargas y Cristóbal López el viejo elevaban esa población hasta 120 y 80 vecinos, respectivamente, para el año 1470, y no faltaba testigo que llegaba a los doscientos vecinos. Lo más probable era que Santiago saliera de las guerras del Marquesado con cincuenta vecinos para iniciar un declinar irremediable. Un testigo nos narraba la negativa evolución demográfica de Santiago el Quebrado, desde la época previa a las guerras del Marquesado hasta la década de 1530

“que avrá más de çinquenta años syendo muchacho este testigo conoçió que avía más de sesenta vezinos e que de presente es de veynte vezinos porque se ha despoblado”

El mencionado Juan del Castillo nos presentaba una imagen idílica de Santiago de la Torre al acabar las guerras del Marquesado, con unos vecinos asentados y acomodados con nutridos hatos de ganados o dedicados a la labranza de pan llevar en Las Pedroñeras. Pensamos que los ganados eran dominantes o al menos así lo creía Juan del Castillo, cuando recordaba su infancia, pues citaba dueños de hatos de ganado, moradores en Santiago: Diego Sánchez, Andrés Herreros, Diego de las Torres, Diego Simón, Miguel de San Gil o Juan Gómez. Ganados que compartían pastos con los ganados de los pueblos vecinos, como los de Pedro Sánchez Carnicero, vecino de El Provencio, que, con sus quinientas ovejas, a comienzos de siglo, subía hasta la dehesa de Santiago de la Torre, o las de un tal Merchante de Pedroñeras que también acudía allí. Apellido, el uno y el otro, que denunciaban la finalidad para el abasto de carne de estos ganados.

Santiago de la Torre era asímismo un pueblo de encuentro, descanso y placer; así nos lo recordaba el mencionado testigo de Socuéllamos

“solía ser un pueblo de mucho placer e pasatienpo porque dixo que avía en ella de vivienda y estantes dos tanborileros e un gaytero e un atabalero”

El avance roturador de Las Pedroñeras ponía en peligro las posesiones de los Castillo Portocarrero en Santiago. Sin embargo, el avance roturador también venía desde Santiago y era más antiguo, tanto Bernardino del Castillo como los vecinos de Santiago tenían propiedades en Las Pedroñeras, es más los de Santiago se habían establecido en la villa vecina, donde sus tierras llegaban hasta las paredes y eras de Las Pedroñeras. Bernardino del Castillo poseía en este pueblo, herencia del mayorazgo del doctor Pedro González del Castillo, una hacienda valorada en dos mil ducados: “tenía tierras que poseya en la dicha villa de las Pedroñeras, así en los çebadales de alrrededor como por otras partes que a pareçer deste testigo valen más de dos mil ducados”. A las tierras se sumaban los solares de casas que don Bernardino del Castillo poseía en los mismos cebadales de Las Pedroñeras. Se decía que los vecinos de Santiago poseían más tierras en la villa de Las Pedroñeras que en la suya de Santiago. Unas veces, explotaban en arrendamiento las tierras de los Castillo Portocarrero; otras labraban las propias por rompimiento de los llecos del suelo de Alarcón, aprovechando las ventajas del fuero de esta villa. De los labradores de Santiago, el caso más antiguo conocido es el de Garci Martínez de la Osa, que roturaba los llecos de Las Pedroñeras ya a mediados el sigo XV. Quizás no sea aventurado decir que el auge demográfico de Las Pedroñeras en el siglo siguiente se deba a un traslado a esta villa de los vecinos de Santiago. Es más, creemos que fueron los hijos de los emigrados de Santiago a la villa de Las Pedroñeras los que sostuvieron el impulso roturador en sentido opuesto en los años treinta. Ese movimiento migratorio hacia Las Pedroñeras debió ocurrir a comienzos de la segunda década de siglo, coincidiendo con la huida generalizada de tierras de señorío en la comarca, aunque en este caso concreto, las fronteras entre ambos pueblos eran muy permeables, como lo era con El Provencio o San Clemente, donde emigró hacia 1490 Diego Simón, que daría lugar a linaje señalado en esta última villa; otros, como Juan de Robles el viejo, siguieron el mismo camino treinta años después. Creemos que, frente al antiguo espacio del suelo común de Alarcón, ahora nace un nuevo espacio común con intercambios de vecindad, propiedades y comerciales que incorpora a estas tierras del sur de la actual provincia de Cuenca las de Socuéllamos y Villarrobledo. Un ejemplo es la presencia del apellido Herreros, al que situamos a a mediados de siglo en el donadío de Santiago para verlo después, Sánchez de los Herreros o López de los Herreros, en San Clemente, El Provencio o Villarrobledo. Sabemos de Miguel Sánchez de los Herreros,que se establece en San Clemente, abandonando el hogar de su padre Alonso en Santiago, y de un villarrobletano llamado Alonso López de los Herreros, que se trasladó a vivir a esta villa en los años anteriores a la rebelión de las Comunidades en 1520, siendo anteriormente pastor de un vecino de El Provencio, Alonso Sánchez de Vargas, durante nueve años, y, seis años después, explotando unas tierras en Santiago de la Torre, que poseía el licenciado belmonteño Inestrosa. La explotación se hacía en régimen de aparcería, repartiendo a mitades las treinta y seis fanegas de trigo cosechadas. La vida de este Alonso López de los Herreros es prototipo de la de otros coetáneos: pastor en su adolescencia, arrendando tierras ajenas hasta en su juventud, para conseguir ahorrar el caudal suficiente que le permitiera acceder a la propiedad de tierras propias en la villa de Villarrobledo. El sueño, hecho realidad, de muchos hombres de comienzos de siglo, por acceder a la propiedad de la tierra. Es ese deseo el que provoca una onda migratoria que rompe las antiguas tierras comunes e integra en un espacio económico común las tierras de Alcaraz o ciudarrealeñas.

“que el señor de la dicha villa de Santiago tiene muchas tierras de pan llevar en el término de Las Pedroñeras en mucha cantidad e aun dixo que tiene solares de casas alrrededor de la dicha villa que se harían e hizieron en tierra de los çevadales de la dicha villa de Las Pedroñeras de manera que tanto aprovechamiento e aún dixo este testigo que más tienen los vezinos de la dicha villa de Santiago en el término de Las Pedroñeras que no en el término de Santiago lo qual todo dixo este testigo que ansy lo a visto ser e pasar asy labrando en algunos tienpos en los canpos e tierras del dicho lugar de Alarcón”.

Otro de los pueblos donde migraron los santiagueros fue a Villarrobledo, siguiendo la misma ruta y corredor que seguían sus ganados. Al contexto general, de unos hombres que huían del señorío, se unió la especificidad de Santiago de la Torre, su geografía no invitaba al poblamiento. Era una zona de aguas estancadas; lo que era una ventaja para un pueblo ganadero, y donde crecía la masiega que los provencianos aprovechaban para sus camas, pronto se convirtió en desventaja con el avance agrario y la desecación de estos lavajos, devenidos en aguas residuales e infectas, pues ya no encontraban salida a la red hidrográfica, fuente de enfermedades que diezmaron la población e invitaron a los vecinos a abandonar el pueblo. Juan Lozano recordaba el cataclismo poblacional de un lugar que bebía un agua contaminada

“e de causa de enfermedad de las aguas de las marismas que tiene en derredor se despoblaua muchas vezes e se quedaba en muy poca vezindad”

Era una paradoja, pero era el contrapunto de la revolución agraria que vivió la zona. Mientras los pueblos de la Mancha conquense cuadruplicaban su población en el primer tercio de siglo XVI, Santiago de la Torre quedaba como un enclave aislado. Su fidelidad a la tradición ganadera fue causa de su ruina. Mientras sus vecinos provencianos y sanclementinos plantaban las primeras viñas en el arroyo Majara Hollín, provocando su desecación, y sus tierras de pan llevar ganaban el espacio geográfico de Marcelén, los ganados santiagueros se veían obligados a beber las pocas aguas residuales remanentes al bajar el nivel freático, fruto de la expansión agraria. Los ganados enfermos transmitían sus males a los hombres. Santiago se despobló, en el horizonte de aquellos hombres la única escapatoria fue abandonar las tradiciones pastoriles para buscar fortuna como labradores, primero en pueblos comarcanos, donde ya habían adquirido propiedades, caso de Las Pedroñeras, luego el destino elegido sería más lejano: Las Mesas, Socuéllamos o Villarrobledo. Quizás, Santiago de la Torre fue un caso más extremo, pero la realidad de pastores arruinados, con sus pequeños hatos de ganados, era propia de toda la comarca. Es ahora, en el primer tercio del siglo, coincidiendo con la ruina de los pequeños pastores, cuando se forjan lo que hemos llamado “señores de ganados”, que alquilan, a precios prohibitivos para otros, las yerbas de las dehesas privilegiadas. Aun así, es una solución transitoria, antes de su integración en las rutas trashumantes.

La reacción de don Bernardino Castillo Portocarrero fue tajante, impidiendo a los vecinos foráneos labrar sus tierras; entre los perjudicados estaba el provenciano García Sánchez que poseía en propiedad varias hazas en el donadío de Santiago de la Torre, y, sobre todo su propio alcaide de la fortaleza, un tal Oviedo, al que ahorcó en una almena de su castillo por ser poco diligente en su labor de impedir la entrada de extraños en el donadío. Sabemos que los provencianos con propiedades en Santiago sacaban su trigo del donadío hasta las eras de El Provencio para evitar las exacciones de los Castillo Portocarrero. Entre ambos contendientes se debió llegar, en los primeros años de la década de 1520, a acuerdo, que no era sino reforzamiento del poder señorial de los Castillo Portocarrero tras la guerra de las Comunidades, con la obligación de los labradores de ceder una oncena parte de su cosecha a don Bernardino del Castillo. La solución vino después de pleito entre los provencianos y don Bernardino del Castillo Portocarrero, sustanciado en la Chancillería de Granada, que reconocía a los provencianos a sacar sus mieses del donadío y a don Bernardino cobrar un onceno de cada fanega cosechada. Era un punto de inflexión que acababa con una época, en la que santiagueros o pedroñeros se consideraban un mismo pueblo, como hermanos y revueltos se decía (de hecho, era común que los pedroñeros hicieran un alto con sus mulas y carros en Santiago, donde, convidados, comían en común), y en la que los provencianos no conocían de fronteras. Hacia sus dos montes de encinas, el viejo, en el camino de las Pedroñeras, y el nuevo, en el camino de La Alberca, acudían los convecinos a por la bellota, y hacia la dehesa de Majara Hollín y sus humedales habían acudido hasta los años veinte los provencianos, los pedroñeros y sanclementinos con sus carretas para recoger la masiega empleada para rellenar los colchones de sus camas, mientras sus mulas pacían, o para buscar espárragos entre las primeras viñas plantadas. Ahora, Majara Hollín se desecaba, sus ganados se perdían y lo que era dehesa santiaguera era objeto de disputas entre provencianos y sanclementinos por su control. Entre los provencianos que compraban tierras en Santiago el Quebrado destacaba Julián Grimaldos, además del citado García Sánchez, y otros como Pedro Sánchez de Bartolomé Sánchez que se dedicaban a romper los llecos en el camino de La Alberca, que se avinieron a pagar el onceno a don Bernardino, según recogía el testimonio de un labrador provenciano que andaba entre su pueblo y Santiago para recoger limosnas para el ermitaño que guardaba la ermita de Santa Catalina. Mientras El Provencio y Las Pedroñeras crecían en la década de los treinta, con trescientos diez y ciento ochenta vecinos, respectivamente; Santiago de la Torre, apenas si llegaba a los veinte. El empuje roturador de los vecinos de Las Pedroñeras se centraba en la hoya de Hernán Gil y en el camino de Santiago a Robredillo de Záncara.

Una primera sentencia favorable a Las Pedroñeras para romper los llecos de Santiago y los aprovechamientos comunes, el cinco de julio de 1538, sería, no obstante, apelada por Las Pedroñeras hasta conseguir en revista una nueva sentencia favorable de 25 de noviembre de 1541 que hacía extensivos los usos comunes a cualquier aprovechamiento. Dicha sentencia no sería aceptada por don Bernardino del Castillo Portocarrero que acudiría a la Sala de las Mil Quinientas Doblas. Las pretensiones de los Castillo Portocarrero, ahora defendidas, por su hijo Antonio del Castillo serían denegadas el 23 de noviembre de 1560, en sentencia confirmada por ejecutoria de 26 de marzo de 1561 y los derechos de Las Pedroñeras repuestos en un acto formal el 28 de febrero de 1562 ante escribano receptor y en presencia de don Antonio del Castillo Portocarrero que protestó los derechos otorgados a la villa vecina.

El conflicto se reavivó en la semana previa a la Navidad de 1560, cuando fueron prendadas a un pastor de Canalejas del Arroyo, al servicio de Bartolomé Díaz, vecino de La Pedroñeras, varias cabezas de ganado que pastaban en la dehesa Vieja o de la Asperilla de Santiago de la Torre. Las circunstancias del hecho, de noche y aprovechando una nevada antes de la Navidad del año 1560, que quedó en la memoria de los coetáneos, fueron entendidas como alevosía por el alcaide y alcalde mayor de la fortaleza, Gonzalo de Cisneros, quien de hecho ejercía la justicia en nombre de su señor, ya que Juan Moreno, nominado alcalde ordinario, era simple hombre de paja. Y es que Santiago de la Torre tenía formalmente una organización concejil que contrastaba con su despoblación: el otro alcalde era Sebastián de la Fuente, como alguacil Antón de Moya y como regidor, Juan Sánchez, todos ellos paniaguados de los Castillo Portocarrero. Una estructura creada para mantener la exclusividad de unas tierras frente a foráneos, pues los incidentes continuaron; así cuando Juan Bonillo fue sorprendido cortando leña en la hoya de Hernán Gil. Las desavenencias entre pedroñeros y don Antonio del Castillo Portocarrero se hicieron visible en el mismo acto de posesión de 28 de febrero de 1562. Amén de ritos oficiales, la posesión se intentó hacer efectiva por los pedroñeros y su procurador Diego de Segovia, metiendo en Santiago los mismos ganados de Bartolomé Díaz que habían sido penados en la Navidad de 1560, provocando la ira del alcaide santiaguero Gonzalo Cisneros, que hubo de ser reconvenido por su señor don Antonio del Castillo y llevado preso a San Clemente.

Aparte de don Antonio Castillo Portocarrero, quien más parecía beneficiarse de la dehesa de Santiago el Quebrado era el licenciado Mendiola y los Balmaseda, de familias de origen vasco, y sus ganados, que no debieron ver con buenos ojos la presencia de los ganados pedroñeros de Bartolomé Díaz. Es difícil saber la importancia de estos ganados locales, más allá de saber que eran dos manadas y que las cabezas embargadas fueron dos cabras y diecisiete ovejas y que en otros casos conocidos llegaban a las quinientas cabezas. Aunque el mencionado debía tener una hacienda consolidada pues a su servicio trabajaban dos pastores, uno de Canalejas y otro de Cañamares. Eran ganados destinados al abasto de carne de los pueblos. El hecho es que Santiago de la Torre se cerraba definitivamente a los ganados de los pueblos de los alrededores. A comienzos de la década de los sesenta, el propio don Antonio del Castillo Portocarrero, acompañado de su alcaide Cisneros y otros hombres a caballo, recorrían sus tierras echando a los pastores intrusos entre amenazas de pelarles las barbas, cortarles las orejas o quemarlos vivos, encerrando a los pedroñeros en las mazmorras de su fortaleza de Santiago o tirando arcabuzazos contra un negro, esclavo de un tal Castellano, vecino de Las Pedroñeras. El caso es que el conflicto continuaba para mayo de 1568, pero los Castillo Portocarrero desaparecen de la escena conquense en torno a los años 1579 y 1580, habían puesto tierra por medio, vendido sus posesiones en Cuenca y marchado a Salamanca, aunque se resistían a vender Santiago de la Torre. El concejo de Santiago, representación virtual de una población inexistente, y cuyo gobierno, al igual que el de Santa María del Campo, en este caso por poco tiempo pues sería vendida a la Corona en 1579, recaía en la figura de un gobernador, Francisco de Urriaga, hombre de confianza de don Antonio del Castillo, era impotente para enfrentarse a Las Pedroñeras. La villa de Las Pedroñeras impondrá sus condiciones; el juez ejecutor Juan Román dará posesión de todos los términos de Santiago de la Torre, para su libre aprovechamiento, el 22 de agosto de 1569. Don Antonio del Castillo Portocarrero recurrirá esa sentencia y por nueva sentencia de la Chancillería de Granada de 24 de mayo de 1583, confirmada el 19 de junio, consigue excluir de esos aprovechamientos “la dehessa que llaman boalaxe ni en la del carnicero ni en el exido que por este nombre llaman redonda”

 

El viejo donadío se disponía ahora a pasar a mano de los Pacheco sanclementinos. Santa María del Campo Rus pasaría a formar parte de la gobernación del Marquesado de Villena, hasta que en 1607 San María del Campo Rus pasará a manos de los Ruiz de Alarcón, mientras que Santiago, en fecha que desconocemos pasará a ser propiedad de Alonso Pacheco, de la rama sanclementina de esta familia, que además del donadío heredará sus pleitos con la villa de Las Pedroñeras. Don Alonso Pacheco Guzmán reconocerá haber comprado, en mayo de 1590, con anterioridad el donadío a Antonio Castillo Portocarrero, que por esas fechas es difunto. El tres de junio don Alonso consigue ejecutoria en los términos de las sentencias de 1583. El donadío pasará a ser mayorazgo de los Pacheco en 1603.

 

 

 


SENTENCIA DE 24 DE MAYO DE 1583

 

ANEXOS

 

 

Testigos 1535

Julián de Grimaldos, vecino de El Provencio, 60 años

Hernán Martínez Villamayor, vecino de El Provencio, 52 años

Juan Martínez de Benito Martínez, vecino de El Provencio, más de 60 años

Juan Sánchez de Buendía, vecino de Castillo de Garcimuñoz y natural de El Provencio, 60 años

García Sánchez Pellejero, vecino de El Provencio, 60 años

Sebastián del Río, vecino de Villarrobledo, 48 años

Martín Sánchez de los Herreros, 48 años

Sancho López de Villena, vecino de Socuéllamos, procedente de EL Provencio, desde donde pasa a Las Mesas y luego a Socuéllamos.

Fabián de Poyatos, vecino de Villarrobledo, 62 años, nacido en Socuéllamos e hijo de un vecino de Las Pedroñeras

Diego Herreros, labrador de Villarrobledo,

Juan del Castillo, vecino de Socuéllamos. 60 años. Hijo de vecinos de Santiago

Juan de Culliga, vecino de Socuéllamos. 58 años.

Juan García del Amo, vecino de Socuéllamos. 50 años

Esteban Sánchez del Provencio, vecino de San Clemente.

Juan Lozano, vecino de San Clemente, 65 años

Pedro Hernández, vecino de San Clemente.

Alonso Sánchez de Vargas, vecino de San Clemente, 72 años

Cristóbal López el viejo, vecino de La Alberca, 85 años

Pedro Martín Grande, vecino de La Alberca. 67 años

Alonso de Zorita, vecino de Belmonte. 70 años

 

Probanzas de 1561, sobre prendar ganados pedroñeros, propiedad de Bartolomé Díaz, en la dehesa vieja o de la Asperilla de Santiago y corta de leña

 

Gonzalo de Cisneros, alcalde mayor y alcaide de Santiago de la Torre por don Antonio del Castillo Portocarrero y Santisteban

Francisco Rodríguez, vecino de El Provencio

Juan Miguel, estante en El Provencio

Antón Hernández, vecino de Robredillo, aldea de Las Pedroñeras

Precio del ganado en 1560

·        La borrega a seis reales

·        El murueco quince reales

·        La cabra a trescientos maravedíes

·        La oveja a ducado

·        Un igüedo a treinta reales

 

UNA DESCRIPCIÓN DEL DONADÍO DE SANTIAGO DE LA TORRE EN 1535

“syenpre la dicha villa de Santiago a sido poblada e a visto en ella justiçia e alcaldes rregidores e alguazil e paresçe por las casas e hedifyçios antiguos que en ella de presente se ven e a visto desde que sabe la dicha villa que a los dichos quarenta años e más tienpo ser pueblo antiguo poblado de más de çien años e aver en él hedifyçios de mayor poblaçión que agora tiene, quatro vezes más que agora que está avitado… e lo oyó dezir a su padre que llegó a hedad de noventa años el qual dezía que en su tienpo desde su niñez avía visto poblada la dicha villa de Santiago”

 

CARTAS DE DONACIÓN POR ALARCÓN DE SANTIAGO DE  LA TORRE

A la altura de 1535, los privilegios de la villa de El Provencio se conservaban, según costumbre de la época, pero la ubicación de dicha arca no tenía de casa consistorial ni de archivo en el que guardarse. Tal era la realidad de un pueblo, cuyo sojuzgamiento a los Calatayud, le impedía tener casas de concejo y celebrar las reuniones de sus oficiales en casas privadas.

 

Por esa razón, cuando el alcalde Julián de Grimaldo fue a buscar unas escrituras tuvo que ir a casa de Juan Romero, regidor a la sazón, y en cuyo poder obraba el arca con las escrituras y privilegios de la villa. Cuando se abrió el arca, entre las escrituras destacaba un privilegio otorgado por don Juan Manuel escrito en pergamino de cuero, en letra castellana, con un sello de cera blanca, en el que se hallaban impresas las armas de don Juan Manuel: como un león con unas alas blancas, se decía. Este sello colgaba de una trenza de hilo colorado, blanco y azul. Junto a ella, otra escritura en pergamino de las mismas características, aunque aquí las armas de don Juan Manuel en el sello de cera blanca eran más visibles: dos leones y dos alas, con una espada en una mano en una de las alas. Esta escritura era ilegible para aquellos hombres, deslumbrados por el hilo de colores verde y blanco, aunque sabía que dicho privilegio era confirmación del anterior. Estamos ante la carta fundacional de El Provencio de 1319, y, en el segundo caso, venía acompañada por una confirmación de doña Blanca, nieta de don Juan Manuel e hija de don Fernando del año 1352.

 

 

TRANSCRIPCIÓN

 

Aquí la escritura de don Juan, hijo del infante don Manuel

 

Sepan quantos esta carta vieren como yo don Johan fijo del ynfante don Manuel, mayordomo mayor del Rrey e adelantado mayor del Rreyno de Murçia, otorgo a todos los que vinieren morar al Provençio de fuera de la mi tierra que yo no les demande pecho ni pedido ni otro tributo ninguno por sienpre jamás salvo ende que me den el diezmo ansí del pan e del vino e de las otras cosas que en el dicho logar cogieren como de los ganados que nasçieren en cada año en el dicho logar e por les hazer más merçed tengo por bien que puedan labrar por pan en los heredamientos e términos de Santiago e de San Clemente e de las Pedroñeras e de las Mesas en los logares que sean liego que no sean de señores señalados; otrosi tengo por bien e mando que sus ganados que pazcan las yerbas e beban las aguas en término de Alarcón ansí como los ganados de aquellos que moran en el dicho término; otrosy tengo por bien que non aya Alcayde ninguno en el dicho logar synon un honbre bueno su vezino que porné yo e que rrecavde los mis derechos dende; otrosy los pleytos  que acaeçieren entre ellos tengo por bien que los libren los alcaldes y el juez que ellos pusieren de sus vezinos e que los libren por el fuero de las leyes e que sean las alçadas para ante mí e non para otro ninguno e para que esto sea firme e non venga en duda mandeles en de dar esta carta sellada con mío sellado colgando. Dada en el Castillo veynte e tres días de março era de mill e ccc e çinquenta e syete años e yo Gonçalo Martines que la fiz escrevir por mandado de don Johan. Gonçalo Martines.

 

Traslado de otra escritura con la confirmaçión

 

Sepan quantos esta carta vieren como yo doña Blanca fija de don Fernando vi una carta de don Juan Mns. (quiere decir Manuel) abuelo escrita en pergamino de cuero e sellada con su sello de çera colgado el thenor de la qual es este que se sigue

(transcribe la carta anterior)

E agora el dicho conçejo embiaron me pedir merçed que les confirmase la dicha carta e ge la mandase guardar segund que en ella se contiene e yo tóvelo por bien e por esta mi carta mando a qualquier o qualesquier que ayan de coger e de rrecavdar los pechos e derechos en tierra de Alarcón en qualquier manera que vean la dicha carta que el dicho conçejo tienen del dicho mio avuelo en esta rrazón e que ge la guarden en todo segund que en ella se contiene e non fagan ende al so pena de la mi merçed e de seysçientos maravedíes de esta moneda vsual a cada uno dellos e porque esto sea firme e non venga en duda mandeles en de dar esta carta sellada con mi sello colgando. Dada en el Castillo, veinte e ocho días de henero era de mill e trezientos e noventa años e yo Johan López scriuano de doña Blanca la fiz escrevir por mandado de Clemén López de Orozco su tutor

Estavan baxo de la dicha escriptura dos firmas la una con un nonbre e parece dezir en ella Gonçalo Martines o Garçía Martines e otra firma que dezía Johan López e baxo dellas estava el dicho sello dendiente colgando como dicho es

 

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LA TIERRA DE ALCARAZ QUE PASÓ A ALARCÓN

 

En las arcas del archivo de Alcaraz se encontraba su fuero original, en pergamino. No constaban fecha, ni día ni mes ni año, pero sí una confirmación del rey Alfonso X, de un fuero ya otorgado por su bisabuelo, acompañada del amojonamiento de la Tierra de Alcaraz. Era un amojonamiento anterior a la sentencia de Sancho de Lanclares, hombre de confianza de don Juan Manuel, de 1318, dictada en San Clemente y que cercenaría los términos de Alcaraz en favor de Alarcón, dando lugar al nacimiento de dos nuevas pueblas, El Provencio y Minaya, para consolidar el nuevo espacio ganado a favor de la fortaleza de Alarcón.

El fuero confirmado fue romanceado por orden del rey Alfonso X a Millán Pérez Ayllón. El amojonamiento de Alcaraz mencionado se hacía eco del equilibrio de fuerzas existentes en la zona. Se reconocía grandes contiendas sobre los términos con las órdenes de Santiago y de San Juan y con los concejos de Alarcón y de Chinchilla y el reconocimiento del rey sabio a Alcaraz por su apoyo en sus disputas con los reyes de Aragón y Granada. El amojonamiento fue un acuerdo entre los diversos intereses del reino y los hombres que lo encarnaban, en un reinado donde la autoridad regia estaba en cuestión. Alfonso X reconocía la complejidad de ese acuerdo:

“e yo sobre esto ove un acuerdo con el ynfante don Manuel mi hermano e con don Gutierre Hernández e con don Pelay Hernández maestre de la orden de Santiago e con don Enrrique Pérez mi rrepostero mayor e con don Alfonso García adelantado mayor del Rreyno de Murçia e del Andaluzía e con caballeros e otros omes buenos e de Alcaraz e de Alarcón e de Chinchilla sabidores de la tierra”.

La extensa de mojones y su enumeración nos interesa a nosotros en su parte norte, pues los mojones determinados entonces serían reivindicados por villas como El Provencio para definir sus propios términos frente a San Clemente (Atalayuela de Majara Hollín) y la reivindicación de la mencionada villa y otras como la de Santiago de la Torre de su pertenencia al suelo de Alcaraz y no al de Alarcón, ya entrado el siglo XVI. En la misma ambigüedad se apoyarán otras villas como Minaya para defender términos propios (el pozo de Minaya) y, aunque no lo podemos asegurar la villa de Las Mesas (Peñarrubia de las Mesas o Las Rubias tal como se la recordará el viejo nombre en las Relaciones Topográficas). Todas ellas tomarán como referencia el fuero romanceado de Alcaraz y su amojonamiento anejo, que para la parte norte era este:

“en la Peñarrubia de las Mesas dende adelante da en la enzina de los Ballesteros a la cabeça del Pinarejo e al atalaya e la Blanquylla dende adelante al rrío Záncara encima de las labores del Quebrado término de Alcaraz, e dende al adelante al atalayuela de Majara Hollín e en su derecho como va al pozo del Arenal e el Pozo Mojón e dende adelante al Pozoseco en el villar de Guillamón e dende adelante va por el camino derecho al pozo de Minaya mojón e dende adelante anda en derredor todo el llano e va a la cabeça de la Espartosa que dizen de la Coscoxa e dende adelante a la Espartosilla Fondonera e deste mojón adelante parte términos Alcaraz con Chinchilla”.

Es en este amojonamiento en el que se apoyará El Provencio en sus pleitos con San Clemente para hacerse con las tierras de Majara Hollín y expulsar a los sanclementinos del culto compartido en la ermita de Santa Catalina (¿posible origen real del culto de Rus, que sustituye al perdido santuario de Santa Catalina?), en el que se apoyará don Antonio Portocarrero en 1541 para denunciar la intromisión de Las Pedroñeras en las labores del Qubrado, es decir, su donadío de Santiago el Quebrado o de la Torre, y en el que se apoyará Minaya para desplazar sus mojones frente a San Clemente, en la imprecisión de la ubicación de Minaya, para los sanclementinos un pozo ubicado junto a la población que era para ellos simple cortijo (entiéndase fortaleza de tierra) y para los minayeros pozo de pastores más al norte.

La sentencia de Sancho de Lanclares, en la medida que arrebataba una porción de tierra a Alcaraz, decantaría estas poblaciones hacia el suelo de Alarcón y su devenir histórico, y por herencia al de la provincia de Cuenca.

 

(Véase “Alcaraz y su Tierra en el siglo XIII” de Aurelio Pretel sobre la evolución histórica de esta Tierra y “El Año Mil Quinientos de la Mancha Conquense” de Ignacio de la Rosa Ferrer, para el nacimiento de los espacios propios de El Provencio y Minaya)

 

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1279, agosto, 16. Cuenca.
Avenencia entre Pedro Núñez y Gonzalo Pérez, maestre y Comendador de la Orden de Santa María de Cartagena, y Diego Martínez, Obispo de Cuenca, y el Cabildo por la que se concede al Obispo el cuarto del pan, vino y corderos de la iglesia del Quebrado, llamada Santiago, a cambio del derecho de presentación, según la costumbre de las iglesias de la ribera del Tajo. (literalmente, la Iglesia del Quebrado, que dicen ahora de Santiago)
Fecha la carta en Cuenca, miércoles, dizeseys días de agosto, era de mill e trezientos e dizesiete annos.
ACC, I, caja 9,
nº. 11

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Concejo de las Pedroñeras de 1561

 

Alcaldes ordinarios: Andrés Saiz de Pedro Gómez y Andrés Morales Belloso

Regidores: Marco Castellano, Andrés Zarco, Andrés Velloso

Alférez: García Montoya

Alguacil: Juan Lozano

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FUENTE: ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. PLEITOS RACH/01, CAJA 2412 EXP 1