El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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viernes, 1 de marzo de 2019

Vida y obras de Julián de Iniesta: la honra de un ladrón

Ginés González y su mujer María Granera tenían en el paraje de Las Escobosas unas casas de campo, donde guardaban el grano cosechado y diversos aperos de campo. Un dieciséis de noviembre de 1590, un tal Julián de Iniesta decidió forzar la casa, haciendo un agujero, y entrar a la misma. Era mediodía, y el ladrón, una vez abiertas puertas, decidió volver a media noche para llevarse el trigo y la cebada allí almacenados. Dos días después el jareño Ginés descubría el robo y acudía a la justicia. El hurto se había cometido, a decir de Ginés, en los términos de Tarazona (que ya pretendía jurisdicción sobre Las Escabosas, aunque los testigos señalaban el lugar como término de Alarcón) y en el campo, por tanto, era un claro caso en que debía entender la Santa Hermandad; aquel año los alcaldes eran Juan de Mondéjar y Luis Caballero.

Paraje y casas de las Escobosas, en 1590 pertenecía al término de Alarcón, aunque confinaba con el de Tarazona, que había conseguido término propio por el privilegio de villazgo de 1564. La parte superior, que se prolonga más allá del plano es la Cañada Ancha, término de Alarcón.  Las Escobosas estaba en el camino por donde se entraba a Tarazona, viniendo desde Villalgordo del Júcar, por donde se pasaba el río Júcar por el puente de don Juan, y era lugar de paso obligado. 

Como en tales casos, en medio del campo, se buscaba por el ladrón la soledad de los parajes para no ser descubierto y como era habitual, sin embargo, no habían de faltar testigos oculares que vieran los hechos. El primero de ellos fue un criado de Agustín de Valera, alférez mayor de Villanueva de la Jara, y es que el campo parecía solitario y, sin embargo, estaba lleno de vida. No muy lejos de la casa de campo de Ginés González, a dos leguas de Villanueva de la Jara y que nos aparece como integrante de aldea despoblada llamada Las Escobosas, se levantaba la casa de un vecino de Quintanar, García Donate y las tierras de los herederos de Juan Sanz de Heredia; allí mismo se encontraba el olivar de Agustín Valera, andaban pastando los ganados del vecino de Quintanar Francisco Donate y no faltaba un vecino de Casasimarro con cinco burros, que volvía camino de Albacete. Entre todos ellos, acorralaron a un Julián de Iniesta, que se había asentado junto a una atocha o esparto, con preguntas insidiosas. Julián de Iniesta era para sus vecinos un ladrón de profesión, conocido con el sobrenombre de Chamaril, un bellaco que llevaba con altivez su condición: lo mismo hurtaba hatajos de ganado en Albacete, que robaba a clérigos en Tarazona o asaltaba casas de campo, cuando no timaba a doncellas bajo falsa palabra de matrimonio. Sin embargo, la altivez de Julián de Iniesta nacía del convencimiento de su honradez y que sus vecinos acusadores no eran mejor que él.

Julián Iniesta vivía con su madre viuda, Catalina de Iniesta, y una hermana, Mari Gómez, casada con un tal Francisco de Cuenca. Se le conocía otro hermano, llamado Juan Fernández, casado. Todos ellos vivían con gran pobreza en la casa de Tarazona. Hasta allí fue a buscarlo la justicia en cumplimiento de la requisitoria de Joaquín Ruipérez, alcalde de la hermandad de Villanueva de la Jara, que había recibido la denuncia del hurtado Ginés González. No lo hallaron en la casa, por lo que se procedió al embargo de los pocos bienes existentes: cuatro arcas, ropa de cama, una albarda con cincha y una carretada de paja.

En el caso habría de entender los alcaldes de la hermandad de Tarazona, Juan de Mondéjar y Luis Caballero, que se arrogaron el caso en virtud del nuevo término que al pueblo concedió el derecho de villazgo de 1564 y en virtud del cual amplios campos de dehesas y labranzas, hasta entonces pertenecientes a Alarcón, pasaron a Tarazona, a al menos en parte. Entre estas tierras, Tarazona pretendía como propias Las Escabosas.

Julián Iniesta había nacido en 1564, el mismo año que Tarazona recibió el privilegio de villazgo. Con veintitrés años ya estaba preso en la cárcel de Tarazona por robar una taza de plata a un clérigo llamado Juan Aroca y venderla después en Albacete a un platero. En los robos, era cómplice otro vecino de Tarazona, llamado Francisco Bueno, que andaba por los pueblos vendiendo cerdos. Seis años antes, con diecisiete, Julián andaba pastoreando con ovejas cerca de Mahora, pero las cabezas que llevaba eran robadas en parte, como denunciaba Alonso Barriga, que reconocía entre las ovejas algunas marcadas con su hierro. Con Martín Tébar se había empleado a soldada como peón de labranza, pero aprovechó la confianza para hurtarle un costal de una fanega de trigo y esconderlo en un jaraíz de Pozoseco. Julián de Iniesta era hombre que trabajaba a jornal, que a todas luces consideraba insuficiente; nunca consideró que los robos de los que le acusaban fueran tales, sino pagos en especie por sus salarios. Lo suyo era justicia, declaraba cómo con trece años camino de Malcasadillo y muerto de frío encontró una capa abandonada de Pedro de Aguilar, que tomó por suya para abrigarse, pero aseguraba que aquel y único mal gesto en su vida había sido enmendado pagando la capa a su dueño.

No debería ser de la misma opinión Pedro de Aguilar, que en 1587 apresó por sus hurtos al joven Julián de Iniesta. El joven de veintitrés años, a efectos legales un menor, tuvo que buscar curador que defendiera su causa. No quiso hacerlo Sebastián de la Torre, pues no era propio de hidalgos ser curadores, así que su defensa recayó en Sebastián Picazo.

El caso es que la mala fama de Julián de Iniesta iba creciendo y las acusaciones verdaderas o falsas también. Luis Caballero le acusaba, con nocturnidad, de robarle otra taza de plata valorada en doscientos cincuenta reales. Era marzo de 1588 y Julián ya llevaba tres meses preso. Había confesado, pero versado en leyes, sabía que la confesión de un menor no tenía valor. Julián era un mozo de mediana estatura, moreno y de cara pecosa, dato que no pudo pasar inadvertido al platero Gaspar Román, que había comprado la taza y que en su favor declaró que Julián no le había vendido taza de plata alguna. Era el testimonio, escrito, que esperaba para conseguir la libertad; además contaba con la confesión del verdadero ladrón, un tal Pedro Serrano, que se había ufanado de ello en la dehesa de Albacete. Sin embargo, para Pedro de Aguilar, el juez y alcalde de la Santa Hermandad, se trataba de simples apaños del condenado en el tiempo que había estado en libertad bajo fianza en el mes de enero. Por eso la sentencia de uno de abril de 1588 fue muy dura: Julián era declarado culpable y condenado a destierro a dos leguas de la villa de Tarazona durante cuatro años, dos obligatorios y dos voluntarios, con amenaza de condena a galeras al remo sin sueldo alguno y al servicio del Rey nuestro señor, si se quebrantaba el destierro.


En aquel tiempo, una cosa era ser condenado a galeras y otra muy diferente que hubiera alguien dispuesto a llevarse al galeote y embarcarlo en Cartagena. Por tanto, Julián de Iniesta asumió la simple condición de desterrado de su pueblo y de figura errante por los campos, donde se empleaba a soldada de nuevo donde podía y sobrevivía con los recursos que el campo le daba, que no eran pocos y que en la libertad del prófugo no conocían de dueño. En abril de 1589, Julián de Iniesta andaba por las colmenas del Vado del Parral, junto a la ribera del Júcar; este lugar donde García Mondéjar había puesto su hacienda hacia 1500, era en la época de las Relaciones Topográficas todavía tierra de Alarcón. Julián de Iniesta lo sabía y, en suelo y jurisdicción de Alarcón creía estar a salvo. Escarzando la miel, este desterrado que hacía del campo su patria, de las colmenas de Juan de Gualda y otros vecinos de Tarazona. Entre los campos de Albacete, el Vado del Parral y los cercanos términos de Tarazona merodeaba Julián de Iniesta a riesgo de ser llevado a galeras por quebrantar su destierro, cosa que a buen seguro hacía a menudo.

Julián de Iniesta servía como pastor a un vecino de Albacete, de la familia Carrasco, por cuyos campos desarrollaba su actividad; al otro lado del río Júcar; hacía de recadero, llevando trigo a lomos de pollino y de vez en cuando pasaba al otro lado del río, quebrantando el destierro. Pero en las acusaciones había mucha maledicencia y pocas pruebas, por lo que el juez de la Hermandad se limitó a ratificar el destierro que Julián ya padecía en su sentencia.

Víctima de las circunstancias de la vida, sin embargo, Julián de Iniesta era un joven que ambicionaba la propiedad de la tierra y soñaba con ella. Cuando en noviembre de 1590 es acusado de robar en Las Escobosas, Julián reconoce que llega hasta allí desde Casas de Guijarro (por el paso natural del puente de don Juan en Villalgordo), donde posee un pegujar de veintitrés almudes, es decir una parcela pequeña que recibe como salario por trabajar la hacienda de un amo. Julián de Iniesta es aún un pegujalero, que aunque en múltiples ocasiones trabaja a soldada, no ha caído todavía en la masa de los desheredados de los que viven de un jornal; él aún confía en ser labrador. Muestra de ellos es que Alonso de Picazo está labrando en el momento de su detención con dos pollinos suyos en la aldea de Algibaro, término de La Gineta. Pero también ve las grandes haciendas que, como la alquería de Las Escabosas, se levantan ante sus ojos y auguran una dualidad social muy marcada. Es un hombre que no ha roto con su comunidad; el año 1590 aprovecha la existencia de un nuevo alcalde de la Hermandad para intentar regresar a su villa natal de Tarazona. Tiene enemigos que le procuran mala fama, pero también quienes le defienden. Sus acusadores son hombres que tienen, curiosamente, sus propiedades sobre los bienes comunales del antiguo suelo de Alarcón: la antigua dehesa de Las Escobosas, camino de entrada a Tarazona, y ahora ya roturada, y el Vado del Parral, donde varios colmeneros se han apropiado de esta actividad. En el robo de Las Escabosas encuentra los graneros y el lagar llenos, pero lo que se lleva es un par de azadones.

Juan de Iniesta es un emprendedor, que rompe los esquemas sociales, que quiere emular la riqueza de los pocos que tiene a su alrededor y eso le hace sospechoso. Se mueve bien en los negocios, sin que sepamos a ciencia cierta cuánto hay en ellos de trato y cuánto de hampa. Intercambia palomas con un villarrobletano, vende un atajo de ganado al mismo Martín de Buedo, comprado antes a un Francisco González, vecino de Villanueva de la Jara, en la operación gana cuatro reales por cabeza; y revende un borrico a un Fajardo morisco, previamente comprado en la plaza de Villanueva de la Jara a un tal Bonilla de Iniesta. En realidad, pide que se le paguen sus servicios en bienes con los que piensa hacerse una hacienda, especulando con ellos. Nuestro Julián de Iniesta intenta emular a otros, es heredero de la vieja tradición: la riqueza se gana con el mérito personal, pero olvida que las malas artes de las que se vale son imperdonables para un pobre como él. No hace nada diferente a lo que ve: concierta con el asesino de su hermano Martín el perdón a cambio de un hato de ovejas, pero ese sentido de la justicia no existe para los pobres.

Julián de Iniesta se movía en el terreno de la leyenda, que le permitía gozar de cierto respeto y aureola entre sus paisanos. Exhibía ante sus vecinos doblones de oro y sus paisanos maravillados decían que había encontrado un tesoro y era poseedor de una fortuna de cuatrocientos reales de a dos y de dieciocho doblones. La historia, sin embargo, era más prosaica e inventada por el propio Julián, que narraba cómo había desenterrado un tesoro junto a un morisco:
un día de San Juan de junio que fue el pasado hizo dos años (1590) viniendo este que declara del río Xúcar a dar agua a una manada que guardava de Antonio de Monuera Carrasco vezino de la villa de Albacete vido que un morisco y un muchacho estavan en la Morrica Ballonguel que es ende mojón donde parten términos la villa de Albacete y la Gineta y que este declarante fue allá y el vido sacar al dicho morisco muchos güesos de cuerpo umano y que el dicho morisco fingió des que lo vido que le quería ayudar allí y que este declarante se desvió un poco y que le vido como luego tomó cierta cosa de allí y lo cargó en un pollino con unas aportaderas el dicho morisco le dio ciertos dineros que no se acuerda quantos le dio ni en qué moneda 
Sus enemigos acusaban, los dineros venían del hurto. Y es que a Julián de Iniesta se le veía por todas partes: en Madrigueras robando lana o en Albacete, robando dinero en la casa de uno de los hombres más ricos de esa villa, Pedro Carrasco, que, junto a Catalina, viuda de su hermano Pablo, poseía como suyas las casas de Pozorrubio,  en las casas de Juan Felipe o en la aldea de la Grajuela. El carácter inquieto e inestable de Julián molestaba a aquella sociedad rural. Hombre, se decía de mala fama y reputación, de malos tratos y malas palabras, que siempre andaba por el campo merodeando y que no tenía oficio. Dicho en otras palabras, cualquier bien o dinero que adquiriera Julián solo podía venir del robo.
onbre que trabaxa sino tarde y mal antes anda holgando y paseando lo más de tienpo sin tener oficio ni bienes con que poder pasar la uida
A su mala vida se sumaba el objeto de sus fechorías, que no eran otros que los hombres más ricos de la comarca. Los Carrasco eran junto a los Cañavate la familia más rica de Albacete; Ginés González uno de los hombres ricos de Villanueva de la Jara al igual que Martín Tébar, si a ello sumamos su enemistad manifiesta con los Ruipérez es comprensible el infortunio de nuestro protagonista. Las acusaciones contra su persona eran para Julián Iniesta infundios; mentiras de gente parcial que lejos de fundarse en los hechos se basaban en el prejuicio de la duda de su honra,
y en las causas como esta que se trata de la honrra de un honbre y de su vida las probanzas han de ser más claras que la luz del mediodía
Esa era la opinión de algunos convecinos suyos, que reconocían que Julián de Iniesta había vuelto a Tarazona para agosto de 1590, una vez cumplidos dos años de destierro y levantado el mismo, comportándose a partir de ese momento como un cristiano ejemplar, temeroso de Dios y de su conciencia, que acudía a misa los domingos y fiestas de guardar. Para el escribano Juan Guilleme, el procesado era un hijo de una familia honrada, un trabajador por costumbre, como pastor o como labrador. De su trabajo, procedía su hacienda.

La defensa de algunos de sus paisanos poco le valió, pues el 27 de febrero de 1591 fue condenado por los alcaldes de la Hermandad Luis Caballero y Juan de Mondéjar a pena de galeras de por vida y a unas costas judiciales que ascendían a ciento siete reales y que se pagaron de las venta de las dos pollinas propiedad de Julián de Iniesta
y en ellas sirua de galeote y sin sueldo alguno por todos los días que viva
Julián no aceptó la condena y la apeló ante la justicia real encarnada por el corregidor de San Clemente, Antonio Pérez Torres. La sentencia fue muy mal aceptada por una parte de sus convecinos y familiares; hasta el punto, que el alcaide de la cárcel de Tarazona, Pedro García, no garantizaba la prisión del reo y temía por su fuga de la cárcel. Juan de Mondéjar intentaba llevar al reo a la cárcel de la villa de Albacete, pero el licenciado Luis Bernardo de Torres, alcalde mayor de San Clemente, pedía los autos originales para entender en la causa. Mientras Juan de Mondéjar se hacía el olvidadizo con las requisitorias del alcalde mayor de San Clemente y para el nueve de marzo decía que ya había mandado a Julián de Iniesta a Albacete, pero Julián sería entregado finalmente para su remisión a San Clemente al alguacil Juan de Garnica.

El corregidor Antonio Pérez de Torres no se atrevió a revocar la sentencia de los alcaldes de la Hernandad de Tarazona, pero la permutó por una pena de destierro de cuatro años de la villa de Tarazona y las demás villas de su partido. Gracias a las alegaciones que en su defensa hizo el corregidor Antonio Pérez de Torres, entendemos la inquina de las autoridades tarazoneras contra Julián de Iniesta. Aparte de motivaciones jurídicas, sin prueba de delito, no puede haber caso; las motivaciones del proceso contra Julián radicaban en las diferencias familiares de la villa de Tarazona. El alcalde de la Hermandad, Juan de Mondéjar, y el detenido Julián de Iniesta eran deudos. El primero tenía por oprobio y afrenta y una mancha para el buen nombre de su familia que un deudo de esa calaña compartiera vecindad con él. Manifestaba públicamente su voluntad de echar a su familiar del mundo y de la tierra.

Además, en las disputas banderizas en el seno del corregimiento de San Clemente, el corregidor había tomado partido contra Juan de Mondéjar al que acusó de ser parcial en el ejercicio de la justicia y desobediente, pues había mandado a la cárcel de Albacete al preso en contra de las requisitorias emitidas desde San Clemente. Parcialmente había actuado en la tasación de las dos pollinas embargadas a Julián, valoradas en diez ducados, la mitad de su valor. Antes de fijar su sentencia, en un gesto de buscar la mayor imparcialidad,se buscó el parecer del prestigioso doctor Francisco de Espinosa, que juzgó que los alcaldes de la Hermandad actuaban apasionadamente en un caso con muchas sombras.

El corregidor Antonio Pérez de Torres vería ratificado su proceder por el juez de residencia Gudiel, pero Julián de Iniesta ya había sido condenado por la sociedad que le tocó vivir antes que por la justicia. Para 1592, Juan de Iniesta se había convertido en un apestado, desterrado de las diecisiete villas andaba desarraigado por los campos en busca de rehacer una vida imposible. De nuevo conocería la prisión por acusaciones de nuevos hurtos y encarcelado en La Roda. En la Tarazona de su deudo Juan de Mondéjar no había lugar para él, en los campos albaceteños, donde había osado enfrentarse con la poderosa familia Carrasco, tampoco.
AGS. CRC. Leg. 465-3. Juicio de Residencia contra Melchor Pérez de Torres y su hijo Antonio, corregidores de San Clemente y su partido

jueves, 21 de junio de 2018

El altercado de Francisco Rodríguez, alguacil de la villa de San Clemente

Encabezamiento del proceso sobre heridas del alguacil Francisco Rodríguez
AGS. CRC. 240



A caballo y espada en cincho, el alguacil Francisco Rodríguez realizaba su ronda nocturna en el camino de Villarrobledo, que desde el pinar conducía a la villa de San Clemente. Era el anochecer de un diecinueve de enero de 1562 y venía de hacer la ronda del pinar situado a media legua de la villa. Sin causa que lo explicara se vio asaltado por varios jóvenes, que le arrebataron la espada, lo descabalgaron, hirieron a cuchilladas y molieron a pedradas. Dejado medio muerto en el camino, el alguacil sobreviviría tras larga convalecencia de tres meses. Esta vez los criminales eran los dos hijos de Valentín Saenz de Olmedilla, Alonso Vargas, Pedro Correoso, Juan Barchín , Lope Peinado, Miguel López de la Plaza y Juan Carnicero, pero poco importaba en una villa donde la lucha de bandos era el pan de cada día y el uso de armas estaba permitido (el toque de queda nocturno era poco o nada respetado), cualquier joven envalentonado con un arma blanca, y más si iba en cuadrilla, se veía en condiciones de desafiar a cualquiera, fuese particular o autoridad de la villa. De los hechos, un solo testigo Alonso del Campillo, que había tomado el camino llamado del Atajo o de la Casa de los Llanos para llegar antes al pueblo. El camino del Atajo era un pequeño desvío del camino principal, saliendo del Pinar Nuevo, que atravesaba un paisaje de viñas

Francisco Rodríguez, un servidor público, desconfiaba de la justicia real. Acusando de negligencia y pasividad al gobernador y al alcalde mayor del Marquesado, pidió la intervención de un juez de comisión. El Consejo Real accedería a la petición mandando al licenciado Bonifaz. Hoy nos resulta difícil comprender esta pasividad de las autoridades del Marquesado. Pero el gobernador poco ganaba metiéndose en pleitos que las justicias ordinarias se arrogaban para sí, en virtud de los privilegios de primera instancia, y menos ganas tenía de verse envuelto en las acusaciones que con motivo de los juicios de residencia al acabar su mandato tenían que soportar, donde los agraviados, agricultores acomodados y regidores de las villas, no paraban en meterse en largos procesos, en defensa de sus intereses, para lavar las afrentas sufridas. El gobernador no dejaba de ser un funcionario, para el que los tres años de paso por el Marquesado no era sino el trampolín para acceder a la administración polisinodial, y para ello, mejor presentar un expediente limpio.

A comienzos de 1562, el gobernador del Marquesado era Carlos de Guevara, debía pasar largas temporadas en San Clemente, por entonces una villa renovando su ayuntamiento y el espacio edilicio de su plaza. De su antecesor Francisco de Osorio Cisneros nos queda una inscripción en el intradós de los arcos del ayuntamiento; de Carlos de Guevara, nada.

Ante Carlos de Guevara, el veintisiete de enero de 1562, se presentó Alonso de Zahorejas para pedir justicia por su malherido hijo, el alguacil, Francisco Rodríguez de Zahorejas. Solicitando copia de los autos que el gobernador había llevado a cabo desde la misma noche del día 19, para remitirlos al Consejo Real.

Los sucesos ocurrieron al anochecer del diecinueve de enero de 1562. Aunque las disputas del alguacil Francisco Rodríguez con los hijos de Valentín ya venían del día de antes. Los hijos de Valentín Saenz gustaban de burlarse de la justicia. Así lo hizo el menor Alonso y otros colegas cuando toparon con los alguaciles Luis Caballero, Agustín y Francisco Rodríguez en la ermita de San Sebastián. A la carrera salieron los jóvenes (fama de buen corredor tenía Alonso, el hijo de Valentín Saenz, que perdió su espada) y detrás de ellos los alguaciles, hasta que llegaron a la casa de Gil Díaz, pretendido lugar de celebración de una supuesta boda, aunque por el regocijo bien pudiera ser lugar de citas. El joven Alonso no fue localizado en el prostíbulo, pero sí su hermano Valentín junto a los hijos de Correoso, Vargas, Crespo y Romero, que vieron con gran enojo cómo se interrumpía el baile y regocijo con cuatro mujeres en la casa.  Francisco Rodríguez se tuvo que contentar con las dos espadas de Cristóbal Olivares, otro mozo presente allí, que custodiaba su madre Isabel la serrana. El alguacil mayor y su teniente solo pretendía hacer cumplir la provisión que sobre el uso de armas tenía la villa desde 1551

que la canpana de queda se taña cada noche una ora entera en berano desde las diez hasta las onze y en ynbierno desde las nueve hasta las diez e hasta que se aya tañido la dicha canpana dicha ora no toméis ni consintáis tomar a persona alguna las dichas armas...
 Por la descripción de los hechos ni parece que las campanas avisaran del toque de queda ni que se respetaran la horas marcadas, antes bien los alguaciles tomaban como referencia la caída de la noche para aplicar la ley, que en invierno se adelantaba unas horas antes, mientras que era costumbre de los jóvenes hacer caso omiso de la prohibición.

La ronda de los alguaciles se iniciaba al anochecer, desalojando jóvenes de las calles y mandándolos a dormir a casa. Especialmente, era problemático para los alguaciles el barrio del Arrabal, particularmente, la zona del juego de pelota, donde se encontraba la mancebía de la villa. Aquella noche, a la habitual ronda nocturna se unió el deseo del alcalde de la villa, Antón Montoya, de visitar los dos pinares del pueblo, el Nuevo y el Viejo. Para desgracia de Francisco Rodríguez su caballo estaba cojo, así que tuvo que volver al pueblo y fue ese el momento en que topó con sus agresores. El incidente, contado en palabras del agredido Francisco Rodríguez, parece sacado de cualquier página de sucesos
y este que declara se apartó y se vino por el camino que dizen de la casa de los llanos y llegando media legua de esta villa en el canpo yermo ya que quería anochecer unpoco antes e que vido que venyan delante dél seys honbres e que trayan un par de mulas e que los dos dellos venyan cavalleros en las dichas mulas e que los que venyan a pie entre ellos venya un hijo del dicho Valentín Saynz hermano del que venya en la mula y que avya quitado el espada que tiene dicho y en llegando este que declara a ellos e dicho hijo de Correoso dixo buenas noches dé Dios a todos y este que declara rrespondió asy plega Dios y el hijo de Valentín Saynz a quien este que declara avya quitado el espada le asió del freno del cavallo y este que declara echó mano a la espada y el susodicho le dixo dadme el espada que trae yo por la mya que me quistastes y este que declara dixo que no quería dársela que se quitase de allí e que si no soltava las dichas rriendas que le pasaría con la espada e que todos juntos como venían le dixeron que ellos le pasarían a este que declara asy no les dava la dicha espada e que el hijo de Valentín Saynz le dio una cuchillada en la cabeça e le quitaron después de avelle herido la dicha espada que traya este que declara e que el hijo de Crespo tomó una piedra antes que lo hiriesen e dixo apartaos que lo tengo de matar mira en qué hora nascistes e que después de avelle herido este que declara dixo mira cómo me aveys muerto e que el hijo de Correoso le dixo cobija la cabeça que os hará mal el sereno e que ansí se quedaron atrás e que este que declara se vino un poquito delante e que luego el dicho hijo de Correoso y el dicho hijo de Francisco Rromero se adelantaron y llegaron a este que declara e que le dixeron tome señor un paño para que se apañe e apriete la cabeça e ansí este que declara el dicho paño e se vino linpiando los ojos e la cara que lo tenya lleno de sangre e que ansí se vino este que declara a esta villa a su casa
Francisco Rodríguez, malherido en su casa, fue atendido por el médico de la villa, licenciado Pomares, y los dos cirujanos del pueblo, Juan de Mérida y Juan Redondo. El diagnóstico del médico licenciado Pomares es una muestra de la medicina de la época
y le vido cortado el  cuero y la carne y el pelicráneo y toda la primera tabla del caxco cortada y que vido una telilla que se llama el pelicráneo que estava negra e que es señal de muerte en las heridas en la cabeça y que le dixo el dicho Juan Rredondo cirujano a este testigo que en la primera cura le avía sacado dos pedaços de carnes e una esquirla... hasta ser pasado el seteno día y que tiene entenddo que le an de trapenar la cabesça y descobrille hasta el seso

La noticia del altercado se extendió rápidamente por el Arrabal. Rodrigo González, hijo de Juan González Origüela se hacía eco de la historia contada por un negro, propiedad de Francisco Barrionuevo, y por un tal Peresteban, criado de unas beatas (posiblemente, profesaban en el convento de clarisas). Se decía que los jóvenes, temerosos, se habían refugiado en el convento de los frailes, pues el tal Peresteban los había visto refugiarse allí. La iglesia del convento de los frailes era la más popular de la villa, el amor que profesaban a esta iglesia los sanclementinos, sobre todo las clases populares del Arrabal, oscurecía a la más cercana de Santiago Apóstol. La misa mayor del domingo era una cita obligada. El veinte de enero, día de San Sebastián, el joven Alonso Aguilar había acudido a la misa mayor y a su confesión semanal. El monasterio no era todavía ese lugar cerrado de cien años después. Alonso Aguilar había paseado por le claustro y allí había visto a los retraídos, que desconfiados prefirieron recogerse a las cámaras altas del monasterio  en el cementerio con sombreros calados y capas embozando el rostro. No tardarían de huir del monasterio. El día veintiuno, bajo los arcos del ayuntamiento, el pregonero leía el edicto del alcalde mayor, licenciado Noguerol Sandoval, ordenando el apresamiento de los huidos.

Entre los jóvenes que habían participado en el altercado, destacaba Pedro Correoso y los dos hijos de Valentín Saenz,  Alonso y Valentín. Valentín Saenz tenía tres hijos, además de los dos mencionados, otro también de nombre Juan, casado en Santiago de la Torre. Valentín Saenz, como tantos otros sanclementinos vivía del negocio de las viñas y poseía dos mulas. Sus hijos, el día del incidente, estuvieron arando y plantando sarmientos en una viña situada junto a la casa de Esteban Ángel, cerca del Pinar Nuevo. Valentín era viudo, su mujer había aportado al matrimonio algunas viñas, en la partición de bienes a su muerte, la mitad pasaron a sus hijos y la otra mitad las tenía él en usufructo. Juan Correoso, el padre de Pedro, otro de los implicados en el incidente, tal vez compaginara el cultivo de viñas con su oficio de carpintero. En su casa, junto a su mujer e hijo, comían varios peones.

Valentín Saenz se definía a sí mismo como un hombre viejo, honrado y labrador. Vivía de sus tierras de cereal, de sus viñas y de su trabajo, por lo que, cuando fue encarcelado para pagar las culpas de sus hijos, pidió pagar la fianza para cuidar su hacienda. La fianza la pagó un familar suyo, Juan Saenz de Olmedilla. Lugar del que es posible procedieran ambos. Era un rico hacendado, poseía quinientos almudes de tierras trigales y cebadales en el lugar llamado de Pozoseco, cinco aranzadas de majuelo viejo y otro por determinar de más reciente plantación, un par de mulas, nueve tinajas, de las que tres llenas de vino; en sus cámaras tenía veinte fanegas de trigo y cebada. Su casa mostraba signos de cierta comodidad, con dos camas y su correspondiente ajuar de sabanas, almohadas y colchones y cuatro arcas de madera para guardar el mencionado ajuar. Las telas demostraban cierta riqueza: un brial de velarte con dos fajas de terciopelo, un manto de velarte con ribete de terciopelo negro, sábanas de lino y cáñamo y diversas ropas; los utensilios de cocina eran diversos y numerosos. Los hijos disponían de varias capas. En suma, Valentín Saenz era el ejemplo de labrador rico.

El resto de inculpados pertenecían a hogares familiares humildes, pero con hacienda propia. En el hogar de Francisco Romero, padre de Juan Carnicero, vivían con su segunda mujer tres hijos. El mayor, Miguel López de la Plaza, hijo de la primera mujer, participante en las heridas al alguacil, no pisaba el hogar familiar desde hacía quince días. La noche de antes del incidente había cenado y dormido en casa de los Correoso. Es de suponer que este joven de veinticinco años, sin oficio ni beneficio, se empleaba a jornal al mejor postor. Su padre, dedicado al pastoreo de cabras, lo había echado de casa, incapaz de sacar partido de él. Miguel López de la Plaza había heredado de su madre difunta ciertas viñas, y un arca tan vacía como las dos tinajas de cincuenta y cuarenta arrobas legadas. Mal integrado en el hogar familiar de su madrastra, deambulaba por el pueblo sin rumbo fijo. Su padre,Francisco Romero poseía doscientas cabras, un par de pollinos, un carretón herrado y tres aranzadas de viña en Marcelén.

El hogar de Miguel Crespo, padre de Lope Peinado, estaba formado por el mismo y dos hijos de quince y diecinueve años. Era viudo. El patrimonio familiar se componía de la casa donde vivían y dos majuelos de tres aranzadas cada uno, una tinaja de vino, dos puercos y la casa familiar, junto al juego de bolos. Por vestidos tenían los que llevaban puestos. En resumen, todos las familias de los inculpados eran hacendados con más o menos propiedades.

Los hermanos Valentín y Alonso eran viejos conocidos de la justicia, con fama de buscar conflictos. En junio de 1559, siendo alcalde Diego Sánchez de Origüela, el hijo mayor Juan fue herido en la cabeza y el brazo por su hermano Alonso Valero, tras una disputa por unos pollinos, en la que Juan se puso de parte de su padre. Dos meses después, Alonso tuvo un encontronazo con el alguacil Francisco Rodríguez, cuando intentaba detener a aquél por resistirse a ser encarcelado al estar acusado de la agresión a su hermano,y ver como el acusado se refugiaba en la ermita de San Sebastián, con la ayuda de un hijo de Juan García Azofrín y otro hijo de Gonzalo Escala. La escena que tuvo lugar ante la puerta de la casa de Antón Martínez Meca y su mujer Ana de Tébar, fue vista por una quincena de testigos, que negaron su auxilio al alguacil cuando pedía  favor al rey y a la justicia. El caso es que el hijo de Juan García Azofrín, de nombre Luis, fue desterrado dos meses de la villa, mientras que Alonso huyó y su caso se fue olvidando.

Es en ese contexto en el que tienen lugar los sucesos de 1562, en los que Francisco Rodríguez es herido en el camino del Pinar Nuevo. La familia de Valentín Saenz, a pesar de sus desavenencias cerró filas. El padre hizo una defensa cerrada de la pretendida honradez de una familia pobre de labradores frente a aquellos que usaban de la justicia para beneficiarse. Y por sus antecedentes, el alguacil Francisco Rodríguez no eran un ejemplo de probidad, tal como acusaba Valentín Saenz, que además de presentar al alguacil como un vividor, nos mostraba a la justicia como parcial y corrupta, iniciando procesos con un fin lucrativo
que el dicho Alonso y consortes de quien se funda dicha querella son pobres hijos familias y hijos de honbres pobres que ganan de comer de su trabajo y no auer a de donde pagarse las costas de un juez si no fuese calumniando a los que no tienen culpa como los tales jueces lo suelen hacer para cobrar sus salarios los dichos querellados entendidas sus defensas están sin culpa porque el dicho Francisco Rrodríguez es un moço leuantado y que tiene por costunbre tiniendo la uara de teniente de alguacil de juntarse con moços amigos suyos y andar dando golpes a las puertas de las doncellas cantándoles coplas en gran difamia de sus honrras y por a ello a seydo preso
La sociedad en la que vivía Valentín Saenz, y así él mismo lo manifestaba, era una sociedad de labradores, en la que cada hombre ganaba su honra y su fama ante sus vecinos, y al igual que ellos, con su trabajo. Estos labradores, con mayor o menor hacienda, despreciaban  a aquellos que desempeñaban oficios públicos como gente pobre (y aquí la palabra pobre es sinónima de ruin), que se ganaban la vida con lo que era el principal cometido de los alguaciles de la villa de San Clemente: guardar las viñas de los ganados. Aquellos que estaban privados de la propiedad cuidaban de esos otros que la poseían en mayor o menor medida. En torno a Valentín Sáez hicieron causa común otros labradores de la villa de San Clemente, defendiendo su honra frente a aquellos hombres viles y de baja suerte, desprovistos de toda hacienda y del más mínimo decoro en su comportamiento. Eran Juan Jiménez, hijo de Hernán Jiménez, Ginés de Llanos, Pedro de Vala de Rey, hijo de Pedro, Miguel García, hijo de Gregorio de Moya. Naturales de la villa que acompañaban con orgullo a su nombre el de sus padres, como vecinos asentados en el pueblo y con fortuna y hacienda ganada con su trabajo, pero los hijos ya no eran como los padres ni el celo con que cuidaban las viñas, base paterna de la riqueza, tampoco. Incapaces de culpar a los dueños de ganados, los principales de la villa, del destrozo de sus viñas, se contentaban con difamar a los alguaciles que incumplían sus obligaciones y servían los intereses de aquéllos. Gines Llanos recordaba cómo el anterior gobernador Francisco de Osorio Cisneros había encarcelado al rufián de Francisco Rodríguez que había puesto en entredicho la honra de las doncellas y mujeres casadas del pueblo.

AGS, CRC, Leg.240, Expediente sobre heridas a Francisco Rodríguez de Zahorejas, teniente de alguacil de la villa de San Clemente, año 1662



domingo, 26 de marzo de 2017

La rivalidad taurina entre San Clemente y El Provencio en 1566

El Provencio tenía fama de tradición taurina. Los toros era una de las pocas alegrías que los Calatayud permitían a sus vasallos. Para el dieciséis de agosto de 1566, día de San Roque, se celebró en la plaza de la villa uno de esos eventos de la Fiesta Nacional. Por aquel entonces los toros no se mataban, se corrían. Alancear o rejonear los toros era cosa de los caballeros, en todo caso. Los plebeyos o eran simples comparsas, con sus florituras, de los señores o simplemente participaban del espectáculo corriendo las reses.

Ahora bien, no faltaban espontáneos que se lanzaban al ruedo con la espada en la mano, dispuestos a herir o matar a los toros. El atrevimiento de estos muletillas llevó a cierta regulación de los espectáculos, prohibiéndose llevar armas. Quizás la finalidad de tal medida era, más que defender a la fiera, evitar los altercados que con motivo de la fiesta se desencadenaban o simplemente evitar perjuicios económicos a los dueños de las reses.

Aquel día de San Roque de 1566 se pregonó en El Provencio la prohibición de portar armas durante las corridas de toros y de herir a las animales. Poco caso hizo un sanclementino llamado Alonso de Olivares, que lanzándose a la arena y espada en mano la emprendió a cuchilladas con el toro, o al menos eso decían los provencianos
que ayer día de San Rroque que se contaron diez y seis deste presente mes queriendo correr unos toros en la plaça desta villa el señor alcalde mayor mandóse pregonar que ninguna persona truxese espada ni diese con ella al toro y auiéndose corrido el toro el dicho Alonso de Olivares, veçino de San Clemente, dio espaldaraços al toro
El intento del alcalde mayor y alguacil mayor de El Provencio de que Alonso de Olivares les entregara la espada consiguió poner paz en un primer momento, pero una nueva disputa entre dos mozos provencianos acabó en trifulca, en la que los sanclementinos hicieron piña contra los provencianos y su justicia. Un envalentonado Alonso de Olivares, con la complicidad de Juan del Campillo y otros deudos sanclementinos, Pedro López de Olivares y Juan de Olivares, así como el resto de vecinos sanclementinos presentes, respondieron enfrentándose al alcalde mayor, licenciado Agüero, y al alguacil mayor, Pedro de la Matilla, dejando malherido al primero, que salvó la vida gracias a la reacción airada de los provencianos, que pusieron en fuga a los agresores. Ya antes habían dejado malherido de muerte a un provenciano, llamado Pedro Girón, que, auxiliando al alcalde mayor, se había interpuesto en la pelea; le seguirían otros heridos. Así nos narraba los hechos un vecino de El Provencio, llamado Cristóbal Marín
que se contaron diez y seis días deste presente mes estando este testigo en la plaça desta villa corriendo unos toros en la dicha plaça dixo Françisco Rramos, veçino desta villa, en presençia de Hernán López, padre de Françisco López, mesonero, que juraba a Dios que si por allí paresçía Françisco López su hijo que le había de segar las piernas y el dicho Hernán López dixo que no haría y entonçes Françisco López, hijo del dicho Hernán López llegó allí con su espada y su capa cobixada y en llegando quedóse junto al dicho Françisco Rramos, el dicho Françisco Rramos desenbaynó su espada y se fue haçia él y le tiró de cuchilladas y entonçes se allegó allí mucha gente, entre los quales venían el dicho Alonso de Olibares y otro primo suyo y dixeron qué es esto y entonçes allegó allí Pedro de la Matilla, alguaçil mayor, y Alonso Hernández de Alcaraz y el dicho Pedro Xirón que iban con el dicho alguaçil y el dicho alguaçil echó mano del espada al dicho Alonso de Olibares y el no se la quería dar, antes dixo que metía paz y llegó el dicho Alonso Hernández y dixo dádsela que se la aveys de dar que es justiçia y estaba a la saçón allí Martín López de Barchín, rregidor desta villa, y dixo que no se la diese porque no reñía con nadie y entonçes toda la gente se fue allegando haçia dentro de la plaça con las espadas desenbaynadas a enpedrándose y no sabe quién, entonçes a cabo de un poco vido este testigo como el alcalde mayor fue a la dicha quistión y de que salió della salió herido en una mano y tenía cortado el quero y carne y le salía sangre y asimysmo este testigo vido al dicho Pedro Xirón con una enpedrada en la cabeça que le corría sangre por la cara 
Así lo que había comenzado como un disputa interna entre el hijo del mesonero de El Provencio y otro vecino había acabado en disputa con los forasteros sanclementinos. Es más, parece que los sanclementinos intentaron poner paz en una trifulca que iniciada por las bravuconadas de Francisco López y Francisco Ramos, peleados por quien se ponía el primero delante del toro, acabó en pelea entre provencianos.
no os me pongáis delante que haré un desatino y el dicho Françisco López dixo pues que os he hecho para que hagáis desatino y el dicho Francisco Rramos se lo tornó a deçir otra vez y el dicho Françisco López le dixo dexaldo Françisco Rramos que algún día nos veremos yo y vos punyéndose el dedo en la nariz a manera de amenaza y entonçes el dicho Françisco Rramos le tiró un golpe al dicho Françisco López con su espada
Sin duda, la actitud de ambos mozos debió ser respuesta a Alonso de Olivares, en clara demostración que la valentía se demostraba a pecho descubierto y no a estocadas con el animal, pero su desafío acabó a cuchilladas entre ellos y en acicate para una pelea general, donde salieron a relucir las viejas rivalidades entre provencianos y sanclementinos. La intromisión de los sanclementinos en la pelea hizo intervenir al alguacil mayor y al alcalde mayor. Es de suponer que ambos se habían mantenido al margen, pues mientras la pelea era entre provencianos, vasallos del señor Calatayud, evitaron verse implicados en un asunto doméstico más propio de las fiestas, pero sí actuaron cuando intervinieron sanclementinos. Acusados injustamente de iniciar los altercados (o simplemente intento por la justicia de desarmarlos para evitar conflictos), hubo una reacción solidaria contra las autoridades de todos los sanclementinos presentes, que debían ser muchos, pero no tantos como para resistir la reacción airada de los provencianos, los cuales animados por la acción de la justicia y encabezados por Pedro Girón auxiliaron al alcalde mayor y pusieron en fuga a sus vecinos. Aunque las víctimas de los altercados, además del infortunado Alonso de Olivares, fueron el alcalde mayor Agüero y el provenciano Pedro Girón, con los que los Olivares se ensañaron, pudiendo salvar la vida por la acción de un criado del gobernador del Marquesado que se hallaba presente. De este modo, Alonso Olivares pagó los platos rotos de una pelea que le era ajena. De hecho, la justicia provenciana le acusó, no de ser el autor de las heridas inferidas al alcalde mayor en la pelea, en la que junto a su hermano y primos participó de lleno, sino de saltarse las prohibiciones taurinas de llevar espada y usarla durante la corrida. Su actitud de matar al toro, origen de todas las disputas, parece haber calentado la sangre de cuantos mozos participaban en las fiestas. La justicia tardó dos días en actuar, ordenando la detención de todos los implicados en los altercados. Después de una información de testigos que concluyó ordenando la cárcel de los Olivares y otros implicados en la pelea, varios mozos de San Clemente (Alonso de Olivares, Juan Campillo y Ginés de Llanos) llevaron el asunto al Consejo Real.

Es destacable la reacción violenta de los sanclementinos contra el alcalde mayor. Quizás porque fue parcial en la pelea y posible causante de las cuchilladas recibidas por Alonso Olivares. Del ensañamiento de la pelea y sus secuelas dio testimonio un viejo conocido nuestro, Juan de Mérida, cirujano de la villa de San Clemente. El alcalde mayor Agüero perdió un dedo de la mano; Alonso de Olivares, con una herida muy grave e irremediable por una cuchillada en la cabeza; su primo Pedro López de Olivares, herido en el brazo; Sebastián Barchín, hijo de un regidor provenciano, herido en la cabeza; Pedro Girón, con una herida, consecuencia de una pedrada, y un espadazo en la cabeza, veía peligrar su vida.

Herreruelo
Alonso de Olivares era un mozo alto y recio. Su indumentaria para la ocasión ya anunciaba los inicios del arte de cúchares. A pesar de las prohibiciones, los mozos acudían con sus espadas a correr los toros y con la clara intención de matarlos para desgracia de sus propietarios, que confiaban en utilizarlos en otros festejos. Además de correr los toros, los mozos se iniciaban ya en el arte de la capea. Para atraer al toro usaban la capa de su propia vestimenta; dicha capa se llamaba en la época herreruelo, tenía un origen militar, de forma semicircular, solía llegar hasta la cintura o como mucho hasta las rodillas, sin capilla (es decir, capucha) y con un cuello estrecho que ribeteaba el borde superior. El herreruelo de Alonso Olivares poco tenía que ver con el de la imagen, un herreruelo de seda y bordado con hilos de oro; su herreruelo era el llamado de perpignan, hecho de lana. Esta pieza de vestir, en un principio fue importada de Flandes, pero su fabricación se extendió a los talleres aragoneses y, en lo que a nosotros nos afecta, a los talleres de Cuenca. Iba vestido de mezcla, un tipo de tejido hecho de diferentes calidades y colores, cual si fuera traje de luces. Sabemos que a inicios del quinientos los toros se corrían en El Provencio por las diferentes calles del pueblo, ahora, medio siglo después, la fiesta se celebra en la plaza del pueblo, que, creemos, se cerraba con carros (tenemos el testimonio de que el alcalde mayor presenciaba la corrida subido a un carro y de otros carros que cerraban el coso hacia las puertas de Francisco Castillo). Aunque los espectadores ocupaban cualquier sitio disponible, así Catalina Bonilla veía los toros desde el tejado de un vecino. El evento atrajo a numerosos vecinos de otros pueblos; tenemos noticias de forasteros de Santa María del Campo, Villarrobledo, Las Pedroñeras, La Roda o San Clemente. Los toros eran comprados en otros pueblos manchegos, como Socuéllamos, o en la actual provincia de Madrid. El dueño de los toros en esta ocasión era un tal Pedro de Villena. Tenemos un testimonio somero del festejo por voz del provenciano Juan López Carnicero.
estando este testigo en la plaza pública desta villa corriendo unos toros que la villa tenía para el dicho día (un viernes día de San Roque) abía mucha gente ansí desta villa como de la villa de San Clemente y de otras partes y andando corriendo un toro, un mançebo que se diçen que se llama fulano de Olibares, vestido de mezcla y un herreruelo de Perpinán, quiso esperar el toro y así como llegó allí el toro se volvió de ancas y el dicho Olibares echó mano a su espada y con bayna y con todo e dio un golpe al dicho toro, apartándole Pero de Villena que era señor de los dichos toros enpeçó a querellarse diçiendo justiçia, justiçia que me an herido el toro
Alonso de Olivares esperó al toro, junto a Ginés de Llanos y la atenta mirada de un pedroñero llamado Julián García. Cuando el toro salió de los toriles dio dos vueltas a la plaza. No parece que Alonso de Olivares tuviera intención de matar al toro, sino llamar su atención por haberse colocado de espaldas, dándole un golpe en el lomo. Tampoco ofreció mucha resistencia al alguacil Matilla, cuando le quiso quitar la espada, recibiendola en depósito Juan del Campillo, que actúo como mozo de espadas. Quizás el destino de este joven y valiente sanclementino era morir en la arena y así fue. Pero no de una cornada sino de una cuchillada de un provenciano que le provocó la muerte unos días después, un dos de septiembre.

Anexo: La visión de los hechos, según el procurador de El Provencio (13 de septiembre de 1566, Alonso Olivares ya había muerto).

Sebastián López en nonbre del liçençiado Agüero, alcalde mayor de la villa del Provencio, y de Pedro de Matilla, alguaçil mayor della, me querello ante vra. al. criminalmente de Pero López de Olibares y Juan de Olibares y Juan del Canpillo y de los demás que por la informaçión paresçieran culpados... y es ansí que el día de San Rroque que pasó que se contaron diez y seis días del mes de agosto en la dicha villa del Provençio corriendo unos toros en la plaça pública de la dicha villa aviendo mandado pregonar que ninguna persona truxese armas ni con ellas hiriesen los toros so çierta pena, Alonso de Olibares, veçino de San Clemente, corriéndose uno de los dichos toros en menospreçio del dicho pregón dio a uno dellos despaldaraços y por ello el señor de los dichos toros se quexo al alcalde mayor diçiendo que le herían sus toros y por ello el dicho Pedro de la Matilla, alguaçil mayor, fue para le quitar la espada al dicho Alonso de Oliuares, el qual no se la quiso dar, antes con grande alboroto y escándalo se la resistieron e visto por el dicho alcalde mayor fue donde estaua el dicho Alonso de Oliuares le quitó la espada y lo entregó a Juan del Canpillo para que lo lleuase a la cárçel, el qual no solamente lo lleuó, antes porque le auían quitado la espada le dio la suya propia, con la qual el dicho Alonso de Oliuares sin açer caso ni propósito para ello sobre acuerdo y caso pensado echó mano a la dicha espada para tener ocasión de se bengar de los dichos alcalde mayor y alguaçil mayor y ansí aconpañado de los dichos Pero López de Oliuares y Juan de Oliuares y Juan del Canpillo y otros muchos veçinos de San Clemente se hiçieron a una banda, para que allí acudiesen los dichos alcalde mayor y alguaçil mayor, los quales vistas las dichas espadas desenbaynadas que tenían, el dicho alguaçil mayor llegó al dicho Alonso de Oliuares y le pidió la espada, el qual no solo no se la quiso dar con el fauor y ayuda de los dichos consortes, pero él y los demás començaron a tirar muchas cuchilladas, a lo qual acudió el dicho alcalde mayor con su bara alta de justiçia en la mano diçiendo fabor a la justiçia y deteneos y otras palabras para que se sosegasen y diesen las armas, los quales no solo no lo hiçieron, pero se bolvieron contra el dicho alcalde mayor y le arroxaron muchas cuchilladas de las quales le... en la mano derecha y le cortaron el cuero y carne y le salió mucha sangre de que a quedado manco del dicho dedo y lo derriuaron en el suelo, tirándole muchos golpes y cuchilladas para le matar como de hecho lo hiçieron si no fuera por la gente que acudió y luego todos los susodichos se fueron y huieron a la villa de San Clemente con los otros muchos que para ello le dieron favor y ayuda, donde están y no an podido ser presos, en lo qual los susodichos cometieron graues y atroçes delitos dignos de graues pugniçión y castigo


AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 292, 3. El licenciado Agüero, alcalde mayor de la villa de Provencio (Cuenca), y Pedro de la Matilla, alguacil mayor de ella, contra Alonso de Olivares, vecino de San Clemente, y otros, porque el día de San Roque sacaron espadas e hicieron daño a los toros que se corrían y luego resistieron a la autoridad. 1566

jueves, 2 de febrero de 2017

Las tribulaciones del estudiante motillano Julián Chavarrieta

Los jóvenes pertenecientes a las familias que integraban las élites de la Manchuela conquense se formaban en la Universidad de Alcalá. Allí tenían acogida en el colegio de los Manchegos fundado por el doctor Sebastián Tribaldos. tal era el caso de Julián Chavarrieta Ojeda, matriculado en cánones, un trece de diciembre de 1628 y que ahora en 1630 estudiaba su segundo curso. Un abnegado estudiante, a decir de dos de sus compañeros
le a uisto cursar en ella la facultad de cánones ques la que professa oyendo sus liçiones con cuidado de los catedráticos de liçiones desta unibersidad en la qual saue que a rresidido con su apossento cama missa y libros 
No tenían la misma opinión sus vecinos motillanos, donde pasaba por un crápula y donde el alcalde ordinario Francisco Ortega lo tenía encerrado en la cárcel de la villa por sus visitas amorosas a la joven María Zarzuela. Y es que para la justicia motillana los fueros universitarios a los que pretendía acogerse el joven Julián valían muy poco cuando estaba en juego la honra. En otras palabras, los temas de honor se dilucidaban en el pueblo. En la cárcel de Motilla, sita detrás de la red de distribución de pan, durante el mes de abril de 1630, se encontraba Julián, con grillos, encadenado y con un candado, esperando responder por mancillar la honra de la joven motillana María y de su familia.

María Zarzuela se nos presenta como la inocencia más pura en una declaración que nos hace justamente dudar de su pretendida ingenuidad. El acceso a las habitaciones de la moza, saltando las tapias del corral a altas horas de la noche no era sino un suceso más, intencionadamente traído a colación en estos casos de estupro, a saber, el de quebrantamiento de la morada con agravante de nocturnidad como elemento acusatorio añadido. Para los escépticos, una joven pretendida, abría las puertas de su casa como se abría ella misma al fogoso Chavarrieta, negando con su testimonio la misma querella interpuesta por su procurador que presentaba a Julián saltando los bardales y tapias de la casa de María por las noches
que el dicho rreferido chavarrieta trató amores con la declarante y que un día que yva el dicho rreferido chavarrieta por la calle desta declarante haçia el poço de arriba le dijo a esta declarante que si lo quería que para que lo traya callado y esta declarante le rrespondió que sí lo quería y por entonces no pasó otra cosa y a el cabo de quince días pocos más o menos le tornó a decir el dicho rreferido chavarrieta a esta declarante que se dexase la puerta del corral abierta y que el yría por los corrales y entraría y esta declarante lo hiço,  ansí el susodicho acudió como a las honce de la noche y entró dentro de la casa de su padre desta declarante y éste le dijo que no abrá de llegar allá si no le daba fe y palabra y mano de que se casaría con ella, el qual dijo que sí y le dio la mano y palabra que se casaría con esta declarante y que dios le faltase si él faltase bajo que dentro de dos años no se abía de publicar para poder acabar sus estudios y bajo deste trato la obo carnalmente dos veces y obo su virginidad y con esto se tornó a salir por donde abía entrado y que después como quince días más de lo suso dicho tornó a entrar por donde abía entrado la primera vez y esta vez tuvo que hacer tres veces con esta confesante en una cama que tenía esta confesante en una cámara y a dos días volvió otra vez por la misma parte y tuvo que hacer con esta declarante otras dos veces y después desto en diferentes tiempos tornó a su casa de su padre desta declarante el dicho rreferido chavarrieta por la puerta de la calle que se la abrió esta declarante y ansimismo tuvo que hacer y la obo carnalmente otras muchas veces en la cocina de la dicha casa y questo es la verdad bajo de juramento (declaración de María Zarzuela)

El caso es que poco importaba la complicidad de la joven, de la cual, como menor, se podía dudar de la responsabilidad de sus actos (no tanto de la permisividad del padre). A pesar de que los constantes encuentros sexuales no habían acabado en embarazo, Juan Zarzuela padre no parecía dispuesto a dejar pasar la oportunidad de emparentar vía matrimonial con los Chavarrieta y Ojeda (Julián era hijo de Juan Chavarrieta y María Ojeda), que pasaban por ser dos de las familias principales del pueblo. Tal como manifestaba el procurador de la familia la deshonra de la doncella afectaba a todo el linaje y solo se remediaba, una vez que María perdió su virginidad, con el matrimonio de los jóvenes, pues que el portillo de su deshonor no se puede soldar ni reparar.

A decir de los testigos, María Zarzuela era moza honrada, principal, de leales costumbres, hermosa y de buen talle, confundiendo intencionadamente sus virtudes morales con sus gracias naturales. Sus primeros escarceos amorosos con Juan Chavarrieta tuvieron lugar por julio de 1629 en la casa que en la calle San Roque tenía la viuda Ana Martínez. La complicidad de las conversaciones y meriendas pronto derivaron en encuentros íntimos en un aposento de la casa de la viuda. María se ausentaba con la excusa de ir tras una gallina que se había escapado en dirección a un aposento y Julián Chavarrieta iba tras ella, reunidos en el aposento, comenzaba, en palabras de la hija de la viuda, menor de nueve años, la danza de ruidos, que una vez terminada, concluía con María saliendo colorada de la habitación. La maledicencia de la acusación era evidente y quizás injusta, incluidas las resonancias sexuales de la gallina objeto de la persecución. Los encuentros amorosos se repetirían en otros lugares y fechas como se sucedieron los testigos presentes dispuestos a denunciarlos ante el alcalde ordinario Francisco de Ortega, que determinaría un veintiuno de abril de 1630 encarcelar a Julián Chavarrieta con grillos y cadena. En la toma de decisión de la prisión debió pesar que por esas mismas fechas la justicia de Motilla recibió mandamiento inhibitorio del rector de la Universidad de Alcalá reclamando la causa. El alcalde motillano remitió el preso a la cárcel escolástica de la universidad de Alcalá de Henares, donde el rector Pedro de Quiroga y Moya le tomó confesión el seis de mayo.

Julián de Chavarrieta era hijo de Juan Pérez de Chavarrieta y María Ortiz Ojeda, en el momento de su prisión contaba con veintiún años. La edad, menor de veinticinco y mayor de catorce, le obligó a nombrar curador que lo representara en el juicio ante el rector alcalaíno. Igual proceder correspondió a María Zarzuela, que contaba con quince años. Julián negó todo; María se reafirmó en lo que había declarado ante el alcalde ordinario de Motilla, insinuando además que por el mes de octubre de 1629 Julián había ofrecido unas uvas a su hermana Catalina. ¿Quién decía la verdad? Al menos sabemos quién mentía y esa era María Zarzuela que en su testimonio alegó no firmar por no saber, pero que en el momento de solicitar curador sí lo hizo unos días antes.
firma de María Zarzuela (pares.mcu)
Para dilucidar la verdad se celebró un careo el ocho de mayo entre los dos jóvenes. Julián de Chavarrieta se mantuvo frío e imperturbable; María, insinuante y acusadora: ¿acaso había olvidado Julián que cuando la visitaba dejaba sus zapatos en un parral, su declaración amorosa en el pozo de arriba, sus temores en el campo debajo de una higuera, el bolsico que le había regalado como prenda de futuros esponsales, sus correrías detrás de la gallina? En suma, como añadiría su curador, una doncella honesta, virgen y en cabellos, engañada por un truhán que solo pretendía gozar de ella bajo falsa palabra de casamiento, dejando a la quinceañera deshonrada y burlada. Tal afrenta, a petición de los acusadores, se debía pagar con la cárcel, eludible si la familia de Chavarrieta indemnizaba a los Zarzuela con cuatro mil ducados, pues el estuprador debía pagar su culpa con el matrimonio y con estas sustanciosas arras. Para hacernos una idea de la cantidad, los cuatro mil ducados equivalían a 44.000 reales, el sueldo diario de aquella época difícilmente llegaba a los dos o tres reales. Ingente cantidad la pedida por los Zarzuela, más si tenemos en cuenta que otras hijas casadas de la familia habían aportado como dotes en sus matrimonios cincuenta ducados y ropa de cama.

La defensa de Chavarrieta pasó de la negación de los hechos a la reivindicación de clase. La acusación contra Julián, hijodalgo notorio, venía de gente humilde y baja condición. Era conocido por todos que los abuelos de los Zarzuela habían desempeñado bajos oficios, el materno como alpargatero en La Motilla y el paterno como cardador en Valverde, incluido el servicio doméstico del padre en casa del licenciado Vilches, tío de Julián. En palabras del curador de Julián Chavarrieta, caso contingente el de la gallina, que no tenía por qué concluir en matrimonio de dos jóvenes de tan diferentes y distantes calidades. Además, ¿qué podía pretender una familia, que mandaba a María a la taberna del pueblo a cumplimentar recados y que aceptaba como prenda matrimonial un bolsico en vez de una sortija?

El procurador de Julián de Chavarrieta acabaría consiguiendo la libertad de su defendido un diecinueve de junio, aunque limitada a la ciudad de Alcalá de Henares y sus arrabales. El caso parecía ganado, por eso se hizo nueva petición para que Julián, supuestamente enfermo, pudiera trasladarse a Motilla y curarse con los aires de su tierra. Sin embargo, para evitarlo y a la desesperada, la familia Zarzuela solicitó que se encargase comisión a presbítero, acompañada de dos matronas, para demostrar que la joven había sido desflorada y corrompida por varón. La petición convertiría el proceso, muy legalista hasta ahora, en un lodazal, donde afloraron las acusaciones y actuaciones más espurias. Los Chavarrieta comenzaron por dudar de la honestidad de María, una joven que andaba a todas horas por la calle, servía a un cura y, presente en su proceso en Alcalá, había alternado sin mucho rubor con los estudiantes
siendo ella como es muger que anda mui de ordinario por las calles de la motilla, iendo como ba por agua a la fuente, por vino a la la taberna, a labar al labadero i a todos los demás mandados ordinarios que se ofrecen en su cassa, a todas oras ansí de día como de noche, hablando con muchas personas en las cassas i calles indistintamente i auiendo como a serbido al cura de la dicha villa i estado en su cassa mucho tiempo i hecho en ella todos los mandados ordinarios saliendo fuera muchas veces en la dicha forma, de que en el lugar llegó a aber mucha murmuración, abrá sido fácil que la dicha maría çarçuela aia sido corrompida de varón... abiendo benido a esta villa (de Alcalá) como a v. md. le consta i estado en ella en una posada de estudiantes i andado en el camino por mesones partes todas para poder suceder el corrompimiento que dice tiene
Las acusaciones iban a dañar el buen nombre de la moza. Poco importaba que en Motilla no hubiera fuentes, pues su función la cumplía el pozo de Arriba a seiscientos pasos de la villa, o que no hubiera lavadero, pues las mujeres se desplazaban a lavar hasta los lugares llamados las huertas de Juan Leal y Juan de los Paños. Al fin y al cabo, como en todo pueblo, existían los lugares para el chascarrillo y los corrillos. La diferencia es que ahora se estaba forjando en el pueblo una minoría que anteponía la etiqueta y el decoro a estas formas de sociabilidad popular. Etiqueta y decoro que exigían entre sus iguales en una situación de predominio social, pero que olvidaban con sus inferiores, objeto de sus desenfrenos. Pero existían familias, aún siendo nietos de alpargateros o cardadores, que, ganada cierta posición social y respetabilidad, no aceptaban su subalternidad.

2ª parte

Para el 24 de julio de 1630 Julián Chavarrieta había quebrantado su prisión, que tenía como paredes la villa de Alcalá de Henares y sus arrabales, y había vuelto a su villa natal de Motilla de Palancar en busca de los aires de su tierra. Estaba seguro que la fianza dada a su favor por un alcalaíno llamado Juan García el rico sería suficiente para no ser molestado. Pero ni los Zarzuela lo querían ver en el pueblo ni el celo del rector Quiroga como juez estaba dispuesto a permitírselo. El rector perseveraba en mantener en su prisión abierta a Julián Chavarrieta y los Zarzuela vieron aumentado su enojo después que los Chavarrieta presentaran a María como joven de costumbres muy ligeras. Mientras Juan Chavarrieta andaba desaparecido, para unos en Alcalá (todavía el uno de octubre su fiador se presentó ante el rector poniendo a su disposición su persona y sus bienes), para otros en Motilla. Por algunas cartas se decía que Julián parecía dispuesto a consagrar su vida al celibato como clérigo.

Entretanto, el pleito, empantanado; la razón era que los autos que por el mes de mayo había llevado a cabo el alcalde Francisco de Ortega por orden del rector de Alcalá se habían remitido a la Chancillería de Granada, curso normal de apelaciones en los pleitos de la justicia ordinaria; autos que ahora reclamaba privativamente e inhibitoriamente la justicia universitaria de Alcalá. En este conflicto de jurisdicciones, los Chavarrieta aportaban un elemento más de confusión al apelar la orden de prisión de su deudo ante el nuncio de Su Santidad. El rector, ya en mayo, había mandado al licenciado Pedro Blasco, comisario del Santo Oficio, a Granada, como receptor que recibiera informaciones del alcalde Francisco de Ortega y otro vecino que allí andaban intentando que el pleito no escapara de la justicia ordinaria; llevaban consigo varios testimonios de vecinos de Motilla aportados por Juan Zarzuela, ratificando la honradez de su hija, entre ellos el del cura licenciado Fernández de Bobadilla, sobre el que los Chavarrieta habían sembrado dudas.

Pero los Chavarrieta tenían muchos amigos en el pueblo o, al menos, más poder que los Zarzuela. Lo demostraron en la aportación de testigos en la información realizada a petición de Julián y su procurador el día uno de octubre de 1630. Las declaraciones ratificarían el linaje hidalgo de los Chavarrieta frente a la baja condición de los Zarzuela. Los testigos eran familias principales del pueblo, detentadores de las regidurías y oficios públicos*.

Los testigos ratificarían la hidalguía de los Chavarrieta. El padre y el abuelo de Julián habían ganado ejecutoria de hidalguía en 1604 frente al concejo de El Peral y como tales hidalgos optaban a la mitad de los oficios concejiles. Frente a esto, los Zarzuela eran simples pecheros, el abuelo paterno era cardador en Valverde y el materno, Antón López Bustamante, oficial alpargatero en Motilla. Pero Antón no era analfabeto, pronto dejó el oficio de alpargatero y se ganó la vida como procurador de causas de la villa. Su cometido le garantizaba una presencia en primera línea en la vida política municipal. Su yerno Juan de Zarzuela, nacido en Valverde hacia 1574 y llegado a Motilla en 1594, sirvió como criado al licenciado Pedro Vilches, que era cura de la villa desde 1588 y había llamado a Juan para su servicio, como mayordomo según él, en cualquier caso, desempeñando el oficio de sacristán. Oficio despreciado, pero que le colocaba en posición de influir sobre la feligresía motillana y le procuraba cercanía al cura de la villa, en ese momento Mateo Fernández de Bobadilla. Juan Zarzuela había casado con Úrsula Fustamante, naciendo del matrimonio un hijo llamado Pedro y tres hijas, Úrsula, Catalina y María. Creemos que tenía otro hijo mayor, el licenciado Juan Zarzuela, al que dio estudios universitarios, sin duda con la ayuda del cura Mateo Fernández Bobadilla. La protección del párroco es lo que le daba cierto estatus social, a pesar que sus únicos bienes eran su casa de morada y el oficio de sacristán.

Según decían en el pueblo, a su hijo e hijas mayores, valiéndose de tretas y artimañas, les había buscado buenos matrimonios. Ahora le tocaba a María, la menor, que servía en casa del cura Mateo Fernández de Bobadilla, un riojano de Grañón llegado al curato de Motilla hacia 1608. Una muchacha de buen talle y joven, en casa de un cura, era motivo de habladurías en el pueblo, pasando María por simple barragana del licenciado Mateo Fernández Bobadilla. Sobre no guardar el celibato por parte de los curas motillanos, existían antecedentes; el licenciado Pedro Vilches, antecesor en el curato, tenía un hijo natural del mismo nombre, tenido con una hermana de la madre de Julián Chavarrieta. No es extraño que en todo el expediente que estudiamos, aunque no hay declaraciones expresas, Juan Chavarrieta y el licenciado Mateo Fernández Bobadilla se colocan en partes enfrentadas, acusado y acusador, pero solo en términos jurídicos, pues de la lectura de los folios hay una soterrada acusación recíproca, velada en lo que afecta al cura, de haber desflorado a María Zarzuela. Desconocemos el fundamento de estas acusaciones, pero, desde luego, Mateo Fernández Bobadilla tenía enemigos en el pueblo al que había llegado en 1609 con veintiséis años. Once años después ya pretendía el oficio de notario de la Inquisición de Cuenca; oficio que le costaría obtener algunos años al ser acusado de tener sangre judía en sus venas. En el otro lado, la joven María no era ejemplo de recato, cualidad de las señoras, pues con total naturalidad hablaba con mancebos, casados o clérigos por las calles, acudiendo a lugares de dudosa reputación, aunque fuera para hacer recados. Era normal verla comprar morcillas en el mesón de la villa, que por aquella época además de ser alojamiento de forasteros era tienda de venta de productos básicos, ir a la taberna a por vino. María era además mujer muy expresiva, no privándose de dar unos buenos abrazos a un alférez llamado don Felipe Carrasco, que por aquel tiempo debía estar reclutando soldados para la guerra Italia. Algo inimaginable en el comportamiento de señoras ricas y principales en edad de casar, que solían salir a la calle cubiertas de mantellinas, una clase de mantilla que cubría la cabeza, y acompañadas de criadas, madre o hermanas, y que evitaban pasarse por tabernas o tiendas y en ningún caso por mesones.

No obstante los comportamientos que parecían impropios de una dama a ojos de un noble no lo eran para la mayoría de los vecinos, partícipes de un vivir más natural sin etiquetas. Motilla siempre había sido tierra de labradores. La honradez la daba el trabajo no los comportamientos reglados. Una villa de labriegos era una pequeña sociedad alejada de puritanismos y una disposición alegre ante la vida. Por supuesto que sus mozas iban a las tiendas o tabernas a recados, ¿quién iba a hacer si no la compra?, que perdían el tiempo flirteando con los hombres, que se contaban sus chismes en el pozo de agua o en los lavaderos y que a altas horas de la noche se dejaban cortejar por los mozos. Toda la vida había sido así. Julián de Chavarrieta, por muy hijodalgo que fuera, participaba de la vida popular de la villa y su lenguaje estaba bastante alejado del decoro debido a un hombre de su condición; de María Zarzuela decía que tenía buenas carnes y buena la color de la cara, su modo de festejar y rondar a María no distaba del común de los mozos motillanos sin que faltaran las celestinas de turno y el amigo silbando para avisar de la llegada de intrusos.

¿Qué había cambiado en Motilla? Pues que la sociedad de labriegos donde todos se conocían había devenido socialmente en un grupo más estratificado. A la altura de 1630, Motilla había alcanzado el máximo de su población; según el pasante Francisco García, Motilla tenía ochocientos vecinos. A pesar de la crisis pestífera de comienzos del seiscientos, y al igual que San Clemente, Motilla vivía su apogeo demográfico, antes de iniciar la declinación originada por las exigencias militares de mediados de los años treinta, Motilla era un pueblo renacido con una población muy joven, nacida en la década anterior y la posterior del cambio del siglo. JIMÉNEZ MONTESERÍN, según fuentes del Archivo Municipal de Cuenca da cifras para 1625 de 680 vecinos para la villa de Motilla, que se reducen de forma drástica a 320 vecinos para 1649. Esto nos da idea que la cifra dada por el pasante Francisco García no es tan desacertada, pero también del derrumbe demográfico de los años cuarenta (el censo de 1646, tan benigno como poco fiable hace descender la cifra a 500 vecinos. Pero las cifras también señalan el excedente demográfico en torno a 1630, en parte correspondiente a la alta natalidad del período de cambio de siglo, a pesar de la desnatalidad que nos habla PÉREZ MOREDA para el breve período 1597-1601, ligado al suceso pestífero de inicios de siglo, y, en parte, excedente debido a los flujos inmigratorios hacia Motilla. Del potencial demográfico será conocedora la Corona, cuando deba reclutar soldados para la guerra.

Si analizamos los testigos favorables a una y otra parte, vemos, aparte la diferencia social, la diferencia generacional entre los favorables a Chavarrieta y los favorables a María Zarzuela, que bien expresa dos mentalidades, el conservadurismo de los primeros frente a una forma igualitaria de entender la vida de los segundos. María Zarzuela ganaría el juicio, poco importaba, pues el dinero y no el casamiento repararía la culpa de Julián Chavarrieta, que unos años después nos aparece como abogado de los Reales Consejos y desempeñando diversos oficios públicos. Más importante será cómo el paso de esta generación de los felices años veinte dará lugar a la destrucción social de los años treinta y cuarenta, décadas de carestía y de guerra. Una generación perdida y sin continuidad, que dará paso a la muerte de los jóvenes en la guerra, a la marcha emigratoria hacia Levante, huyendo de la guerra y los impuestos, y a una involución conservadora de la sociedad.

Reflejo de esta evolución es el devenir del pleito aquí tratado. Julián Chavarrieta sería condenado el uno de julio de 1631 a elegir entre casarse en el plazo de treinta días con María Zarzuela o pagar quinientos ducados, aparte de los 4.000 maravedíes de costas del proceso judicial. Sería María quien elegiría, que ya desde el mismo día dos andaba pidiendo los quinientos ducados y ver lejos de sí a Julián, solicitando se mantuviera la prisión. El padre de Julián, Juan Pérez Chavarrieta se presentaría como fiador de su hijo, obligando su persona y bienes, para conseguir su libertad. Dos años más tardarían los Zarzuela en conseguir auto definitivo de la ejecución de la sentencia. El mencionado auto es de abril. El 9 de julio los dos jóvenes contraían matrimonio, tal vez por la imposibilidad de los Chavarrieta de pagar los 500 ducados (1).

(1) La fecha del matrimonio de ambos jóvenes se la debo a doña Juliana Toledo Algarra. Mi agradecimiento


Archivo Histórico Nacional, UNIVERSIDADES, 193,  Exp. 24.  Pleito de Maria de Zarzuela, natural de Motilla del Palancar (Cuenca) contra Julián de Chabarrieta Ojeda, estudiante de la Universidad de Alcalá, por incumplimiento de promesa de matrimonio. 1630


*Testigos favorables a Julián Chavarrieta
Juan González Bordallo, 77 años, antiguo escribano de la villa
Benito García de Bonilla, regidor perpetuo de la villa, 64 años
Licenciado Francisco de Ortega, abogado, veinticinco años
Francisco García Lázaro, 64 años
Sebastián García Valverde, 54 años
Tomás García de Bonilla, hijo del regidor Benito García de Bonilla. 18 años
Licenciado Bartolomé de Jaén, presbítero, 55 años
Felipe Moreno, 46 años
Miguel de Ortega, el mozo, 25 años
Amaro de Valverde, 45 años

Testigos favorables a María Zarzuela
Antón Herráiz, 17 años
Martín García Valverde, 21 años
Ana de Ortega, mujer de Julián López, 30 años
Ana López, mujer de Pedro de Ortega, 34 años
Julián López, 30 años
María Bonilla, mujer de Miguel de Ortega, 62 años
Martín de Villaescusa
Pedro de Ortega, 30 años
Lorencio González, 30 años
María Martínez, 21 años
Inés Quijada, mujer de Juan Zapata Barrasa, 30 años
Pedro Lucas Paños, 19 años
Magdalena López, mujer de Andrés Martínez Cortijo, 40 años
Andrés Martínez, hijo de Andrés Martínez Cortijo, catorce años
Juan de Valverde Navarro, 20 años
Juan de Olivas Torres, 24 años
Quiteria Pérez, 64 años
Licenciado Bartolomé Martínez de Jaén, 25 años
Francisco de Ortega, estudiante y pasante, 27 años
Ana Mateo, hija de Andrés Mateo, 25 años
Ana Martínez, viuda, 60 años

sábado, 28 de enero de 2017

Las tribulaciones del estudiante motillano Julián Chavarrieta (I)

Los jóvenes pertenecientes a las familias que integraban las élites de la Manchuela conquense se formaban en la Universidad de Alcalá. Allí tenían acogida en el colegio de los Manchegos fundado por el doctor Sebastián Tribaldos. tal era el caso de Julián Chavarrieta Ojeda, matriculado en cánones, un trece de diciembre de 1628 y que ahora en 1630 estudiaba su segundo curso. Un abnegado estudiante, a decir de dos de sus compañeros
le a uisto cursar en ella la facultad de cánones ques la que professa oyendo sus liçiones con cuidado de los catedráticos de liçiones desta unibersidad en la qual saue que a rresidido con su apossento cama missa y libros 
No tenían la misma opinión sus vecinos motillanos, donde pasaba por un crápula y donde el alcalde ordinario Francisco Ortega lo tenía encerrado en la cárcel de la villa por sus visitas amorosas a la joven María Zarzuela. Y es que para la justicia motillana los fueros universitarios a los que pretendía acogerse el joven Julián valían muy poco cuando estaba en juego la honra. En otras palabras, los temas de honor se dilucidaban en el pueblo. En la cárcel de Motilla, sita detrás de la red de distribución de pan, durante el mes de abril de 1630, se encontraba Julián, con grillos, encadenado y con un candado, esperando responder por mancillar la honra de la joven motillana María y de su familia.

María Zarzuela se nos presenta como la inocencia más pura en una declaración que nos hace justamente dudar de su pretendida ingenuidad. El acceso a las habitaciones de la moza, saltando las tapias del corral a altas horas de la noche no era sino un suceso más, intencionadamente traído a colación en estos casos de estupro, a saber, el de quebrantamiento de la morada con agravante de nocturnidad como elemento acusatorio añadido. Para los escépticos, una joven pretendida, abría las puertas de su casa como se abría ella misma al fogoso Chavarrieta, negando con su testimonio la misma querella interpuesta por su procurador que presentaba a Julián saltando los bardales y tapias de la casa de María por las noches
que el dicho rreferido chavarrieta trató amores con la declarante y que un día que yva el dicho rreferido chavarrieta por la calle desta declarante haçia el poço de arriba le dijo a esta declarante que si lo quería que para que lo traya callado y esta declarante le rrespondió que sí lo quería y por entonces no pasó otra cosa y a el cabo de quince días pocos más o menos le tornó a decir el dicho rreferido chavarrieta a esta declarante que se dexase la puerta del corral abierta y que el yría por los corrales y entraría y esta declarante lo hiço,  ansí el susodicho acudió como a las honce de la noche y entró dentro de la casa de su padre desta declarante y éste le dijo que no abrá de llegar allá si no le daba fe y palabra y mano de que se casaría con ella, el qual dijo que sí y le dio la mano y palabra que se casaría con esta declarante y que dios le faltase si él faltase bajo que dentro de dos años no se abía de publicar para poder acabar sus estudios y bajo deste trato la obo carnalmente dos veces y obo su virginidad y con esto se tornó a salir por donde abía entrado y que después como quince días más de lo suso dicho tornó a entrar por donde abía entrado la primera vez y esta vez tuvo que hacer tres veces con esta confesante en una cama que tenía esta confesante en una cámara y a dos días volvió otra vez por la misma parte y tuvo que hacer con esta declarante otras dos veces y después desto en diferentes tiempos tornó a su casa de su padre desta declarante el dicho rreferido chavarrieta por la puerta de la calle que se la abrió esta declarante y ansimismo tuvo que hacer y la obo carnalmente otras muchas veces en la cocina de la dicha casa y questo es la verdad bajo de juramento (declaración de María Zarzuela)

El caso es que poco importaba la complicidad de la joven, de la cual, como menor, se podía dudar de la responsabilidad de sus actos (no tanto de la permisividad del padre). A pesar de que los constantes encuentros sexuales no habían acabado en embarazo, Juan Zarzuela padre no parecía dispuesto a dejar pasar la oportunidad de emparentar vía matrimonial con los Chavarrieta y Ojeda (Julián era hijo de Juan Chavarrieta y María Ojeda), que pasaban por ser dos de las familias principales del pueblo. Tal como manifestaba el procurador de la familia la deshonra de la doncella afectaba a todo el linaje y solo se remediaba, una vez que María perdió su virginidad, con el matrimonio de los jóvenes, pues que el portillo de su deshonor no se puede soldar ni reparar.

A decir de los testigos, María Zarzuela era moza honrada, principal, de leales costumbres, hermosa y de buen talle, confundiendo intencionadamente sus virtudes morales con sus gracias naturales. Sus primeros escarceos amorosos con Juan Chavarrieta tuvieron lugar por julio de 1629 en la casa que en la calle San Roque tenía la viuda Ana Martínez. La complicidad de las conversaciones y meriendas pronto derivaron en encuentros íntimos en un aposento de la casa de la viuda. María se ausentaba con la excusa de ir tras una gallina que se había escapado en dirección a un aposento y Juan Chavarrieta iba tras ella, reunidos en el aposento, comenzaba, en palabras de la hija de la viuda, menor de nueve años, la danza de ruidos, que una vez terminada, concluía con María saliendo colorada de la habitación. La maledicencia de la acusación era evidente y quizás injusta, incluidas las resonancias sexuales de la gallina objeto de la persecución. Los encuentros amorosos se repetirían en otros lugares y fechas como se sucedieron los testigos presentes dispuestos a denunciarlos ante el alcalde ordinario Francisco de Ortega, que determinaría un veintiuno de abril de 1630 encarcelar a Juan Chavarrieta con grillos y cadena. En la toma de decisión de la prisión debió pesar que por esas mismas fechas la justicia de Motilla recibió mandamiento inhibitorio del rector de la Universidad de Alcalá reclamando la causa. El alcalde motillano remitió el preso a la cárcel escolástica de la universidad de Alcalá de Henares, donde el rector Pedro de Quiroga y Moya le tomó confesión el seis de mayo.

Julián de Chavarrieta era hijo de Juan Pérez de Chavarrieta y María Ortiz Ojeda, en el momento de su prisión contaba con veintiún años. La edad, menor de veinticinco y mayor de catorce, le obligó a nombrar curador que lo representara en el juicio ante el rector alcalaíno. Igual proceder correspondió a María Zarzuela, que contaba con quince años. Juan negó todo; María se reafirmó en lo que había declarado ante el alcalde ordinario de Motilla, insinuando además que por el mes de octubre de 1629 Juan había ofrecido unas uvas a su hermana Catalina. ¿Quién decía la verdad? Al menos sabemos quién mentía y esa era María Zarzuela que en su testimonio alegó no firmar por no saber, pero que en el momento de solicitar curador sí lo hizo unos días antes.
firma de María Zarzuela (pares.mcu)
Para dilucidar la verdad se celebró un careo el ocho de mayo entre los dos jóvenes. Julián de Chavarrieta se mantuvo frío e imperturbable; María, insinuante y acusadora: ¿acaso había olvidado Julián que cuando la visitaba dejaba sus zapatos en un parral, su declaración amorosa en el pozo de arriba, sus temores en el campo debajo de una higuera, el bolsico que le había regalado como prenda de futuros esponsales, sus correrías detrás de la gallina? En suma, como añadiría su curador, una doncella honesta, virgen y en cabellos, engañada por un truhán que solo pretendía gozar de ella bajo falsa palabra de casamiento, dejando a la quinceañera deshonrada y burlada. Tal afrenta, a petición de los acusadores, se debía pagar con la cárcel, eludible si la familia de Chavarrieta indemnizaba a los Zarzuela con cuatro mil ducados, pues el estuprador debía pagar su culpa con el matrimonio y con estas sustanciosas arras. Para hacernos una idea de la cantidad, los cuatro mil ducados equivalían a 44.000 reales, el sueldo diario de aquella época difícilmente llegaba a los dos o tres reales. Ingente cantidad la pedida por los Zarzuela, más si tenemos en cuenta que otras hijas casadas de la familia habían aportado como dotes en sus matrimonios cincuenta ducados y ropa de cama.

La defensa de Chavarrieta pasó de la negación de los hechos a la reivindicación de clase. La acusación contra Julián, hijodalgo notorio, venía de gente humilde y baja condición. Era conocido por todos que los abuelos de los Zarzuela habían desempeñado bajos oficios, el materno como alpargatero en La Motilla y el paterno como cardador en Valverde, incluido el servicio doméstico del padre en casa del licenciado Vilches, tío de Julián. En palabras del curador de Julián Chavarrieta, caso contingente el de la gallina, que no tenía por qué concluir en matrimonio de dos jóvenes de tan diferentes y distantes calidades. Además, ¿qué podía pretender una familia, que mandaba a María a la taberna del pueblo a cumplimentar recados y que aceptaba como prenda matrimonial un bolsico en vez de una sortija?

El procurador de Julián de Chavarrieta acabaría consiguiendo la libertad de su defendido un diecinueve de junio, aunque limitada a la ciudad de Alcalá de Henares y sus arrabales. El caso parecía ganado, por eso se hizo nueva petición para que Julián, supuestamente enfermo, pudiera trasladarse a Motilla y curarse con los aires de su tierra. Sin embargo, para evitarlo y a la desesperada, la familia Zarzuela solicitó que se encargase comisión a presbítero, acompañada de dos matronas, para demostrar que la joven había sido desflorada y corrompida por varón. La petición convertiría el proceso, muy legalista hasta ahora, en un lodazal, donde afloraron las acusaciones y actuaciones más espurias. Los Chavarrieta comenzaron por dudar de la honestidad de María, una joven que andaba a todas horas por la calle, servía a un cura y, presente en su proceso en Alcalá, había alternado sin mucho rubor con los estudiantes
siendo ella como es muger que anda mui de ordinario por las calles de la motilla, iendo como ba por agua a la fuente, por vino a la la taberna, a labar al labadero i a todos los demás mandados ordinarios que se ofrecen en su cassa, a todas oras ansí de día como de noche, hablando con muchas personas en las cassas i calles indistintamente i auiendo como a serbido al cura de la dicha villa i estado en su cassa mucho tiempo i hecho en ella todos los mandados ordinarios saliendo fuera muchas veces en la dicha forma, de que en el lugar llegó a aber mucha murmuración, abrá sido fácil que la dicha maría çarçuela aia sido corrompida de varón... abiendo benido a esta villa (de Alcalá) como a v. md. le consta i estado en ella en una posada de estudiantes i andado en el camino por mesones partes todas para poder suceder el corrompimiento que dice tiene
Las acusaciones iban a dañar el buen nombre de la moza. Poco importaba que en Motilla no hubiera fuentes, pues su función la cumplía el pozo de Arriba a seiscientos pasos de la villa, o que no hubiera lavadero, pues las mujeres se desplazaban a lavar hasta los lugares llamados las huertas de Juan Leal y Juan de los Paños. Al fin y al cabo, como en todo pueblo, existían los lugares para el chascarrillo y los corrillos. La diferencia es que ahora se estaba forjando en el pueblo una minoría que anteponía la etiqueta y el decoro a estas formas de sociabilidad popular. Etiqueta y decoro que exigían entre sus iguales en una situación de predominio social, pero que olvidaban con sus inferiores, objeto de sus desenfrenos. Pero existían familias, aún siendo nietos de alpargateros o cardadores, que, ganada cierta posición social y respetabilidad, no aceptaban su subalternidad.

(continuará)


Archivo Histórico Nacional, UNIVERSIDADES, 193,  Exp. 24.  Pleito de Maria de Zarzuela, natural de Motilla del Palancar (Cuenca) contra Julián de Chabarrieta Ojeda, estudiante de la Universidad de Alcalá, por incumplimiento de promesa de matrimonio. 1630

sábado, 21 de enero de 2017

La crueldad de la justicia en el siglo XVI

Descuartizamiento de Damiens, regicida, en 1757


Es poco lo que sabemos del pleito entre María de Cáceres, viuda de Diego de Abengoça, tutora de sus hijos y acusadora de don Manuel de Calatayud, señor de El Provencio, y de su hijo Manuel, y de sus criados el comendador Hernando Camargo y Gabriel Murillo. Desgraciadamente no contamos con las probanzas de testigos, tan solo con las sentencias dadas por el juez de comisión licenciado Zaballos y los jueces de la Chancillería de Valladolid.

Desconocemos cual era la raíz de las diferencias entre el señor de El Provencio y el hidalgo sanclementino Diego de Abengoza. Pero estando don Diego de Abengoça en Toledo fue llamado allá por el año 1564 a la posada donde se alojaba don Manuel de Calatayud. Allí se inició una trifulca que acabaría con la muerte de Don Diego. Asesinato premeditado y planeado previamente por don Manuel de Calatayud y sus dos criados para la viuda de Diego de Abengoza; muerte dada en defensa propia, en palabras de Hernando Camargo, que se limitó a acudir en defensa de su señor ante un Diego de Abengoza agresor. No obstante, tal como se recoge en las diligencias practicadas por el licenciado Zaballos, la razón parece estar de parte de la viuda

estando el dicho diego de abengoçar en la dicha çibdad de toledo el dicho don manuel le auía enbiado a llamar por engaño y ansí auía ido a su posada y estando en ella él e los demás que con él estaban theniéndolo ya acordado sobre acuerdo y caso pensado auían arremetido a él y asídole de los pechos y con una daga dádole muchos golpes e cuchilladas así por el cuerpo como por la cabeça

Diego de Abengoça, que malherido acudió a su posada, acabó muriendo a los quince días.

La sentencia del juez de comisión licenciado Diego Zaballos en 1565 fue durísima para los dos criados del señor de Calatayud, no tanto para don Manuel, que se vio libre en todo el proceso. La dureza de las penas se expresaban en las vergüenzas públicas de unos reos paseados por las calles principales de Toledo, mientras que el pregonero en altas voces manifestaba su delito, para ser llevados hasta la horca y rollo de justicia situados junto a la puerta toledana de la Bisagra. Allí serían clavadas las cabezas de Hernando Camargo y Gabriel Morillo y la mano del primero; el cuerpo del segundo sería descuartizado en cuatro cuartos, que clavados en cuatro palos, serían expuestos a la vista de los que accedían por los caminos principales a la ciudad de Toledo. La crueldad, sin llegar a los extremos que nos describe Foucault en Vigilar y castigar de los suplicios sufridos por el regicida francés Damiens en 1757, es muestra de una justicia ejemplarizante

en el pleito criminal que ante mi pende entre partes de la una atora acusante mari lópez de cáceres viuda muger que fue de diego de abengoçar difunto veçino que fue de la dicha villa de san clemente como madre y tutora de nuño y diego y maría de abengoçar menores sus hijos e hija del dicho diego de abengoçar y melchor de rrojas su procurador en su nonbre y ernando camargo preso en la carçel rreal de la çibdad de toledo y matía de la fuente su procurador en su nonbre rreo acusado de la otra fallo que por la culpa que contra el dicho hernando camargo rresulta deste proçeso que le debo condenar y condeno a que de la carçel donde está sea sacado en un asno de albarda atado pies y manos y con una soga a la garganta sea llebado por las calles públicas desta çibdad con boz de pregonero que manyfieste su delito al canpo a la puerta de bisagra y al rollo y orca donde se açen semejantes justiçias y dél el dicho hernando camargo sea aorcado asta que naturalmente muera y después de muerto mando que le corten la cabeça y la pongan y se enclabe en el dicho rrollo y orca y mando que ninguna persona de ningún estado y condizión que sea la quite so pena de muerte e perdimiento de todos bienes... y ansi mesmo mando que le corten la mano derecha la qual se enclabe en la dicha orca y rollo y no se quite della so la dicha pena más le condeno en perdimiento de todos sus bienes
... por la culpa que contra el dicho gauriel de morillo rresulta deste proçeso que debo condenar y condeno a que de la carçel donde está preso sea sacado caballero en un asno de albarda atados pies y manos y con una soga a la garganta con boz de pregonero que manyfieste su delito sea llebado por las calles públicas acostunbradas de la dicha çibdad al canpo a la puerta de bisagra al rrollo y orca donde se haçen semejantes justiçias y della el dicho grauiel de morillo sea ahorcado de la garganta hasta que naturalmente y después de muerto mando que sea echo quartos y cada quarto se ponga en un camino prinçipal en un palo alto y ninguna persona sea osado de los quitar so pena de muerte e perdimiento de bienes ... e la cabeça del dicho grauiel de morillo sea puesta y enclabada en el dicho rrollo y orca y ninguna persona la quite so la dicha pena
pronunçiada por el dicho juez de comysión en la çibdad de toledo a treçe días del mes de nobienbre del año pasado de mill y quinientos y sesenta y çinco años 

La sentencia apelada, sería mitigada en parte por los jueces de la Corte y Chancillería de Valladolid. Hernando Camargo y Gabriel Morillo serían condenado a seis años de galeras, sirviendo de soldados, y en pena cada uno de quinientos ducados para indemnizar a la mujer e hijos de Diego Abengoza. La pena sería rebajada de nuevo en agosto de 1568, aunque en este caso solamente para Gabriel Morillo (sin que tengamos noticia de nueva apelación por parte de Hernando Camargo), a tres años de destierro en las cinco leguas del término y jurisdicción de Toledo y en pena de cien ducados para la viuda e hijos de Diego Abengoza, así como 63.220 maravedíes de costas judiciales. En la disminución de las penas intervino sin duda don Manuel de Calatayud, que en todo momento eludió el proceso.





Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, REGISTRO DE EJECUTORIAS, CAJA 1148, 43. Ejecutoria del pleito litigado por María de Cáceres, viuda de Diego de Abengoza y sus hijos, vecinos de San Clemente (Cuenca), con Manuel de Calatayud, señor de El Provencio (Cuenca), Gabriel Morillo, vecino de la dicha villa, preso en la cárcel pública de Toledo y consortes, sobre el asesinato de Diego de Abengoza. 1568