El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
Mostrando entradas con la etiqueta Toros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Toros. Mostrar todas las entradas

domingo, 31 de enero de 2021

 La plaza de toros de Cuenca en el siglo XV, según los documentos de la época (1497)

"que esa dicha çibdad tiene un coso e plaça adonde se corren los toros e que por ancho del pasa el rrío de Huécar e que en los tienpos pasados Juan de la Bachillera fizo un molino en el dicho rrío del Huécar e que para él fizo una presa en mytad de la dicha plasa e coso de que la dicha çibdad diz que rresçibió mucho agrauio e que después puede aver un año que el dicho rrío cresçió se lleuó la dicha presa e queriendo la tornar a fazer el dicho Juan de la Bachillera diz que esa dicha çibdad se opuso a ello e no ge la consintieron hazer "
Juan de la Bachillera volvería a levantar la presa ante la oposición de la ciudad

Archivo General de Simancas, RGS,LEG,149702,96

sábado, 27 de abril de 2019

Toros en San Clemente, el año de 1634

Philip Galle, "Venationes ferarum", de Ioanne Stradano, grabado de 1578
Los clérigos Juan Jiménez Rosillo y Juan Redondo Ávalos estaban en la cárcel de la la villa de San Clemente desde las nueve de la noche del 28 de agosto de 1634. Al menos uno de los religiosos, Juan Redondo habían sido presos en la calle Boteros, a decir del oficial Francisco Román, que se dedicaba a este oficio, a la puesta de sol, por varios alguaciles que acompañaban a toda una comitiva de autoridades: los alcaldes Alonso de Valenzuela y Miguel Sevillano, los regidores Juan Pacheco, Francisco de Astudillo y Rodrigo de Ortega y al corregidor Francisco de Villavicencio. Este último no dejaba de decir, en referencia al clérigo, que por culpa del cura se había alborotado la fiesta de los toros y se había de revolver el lugar.  Mientras Francisco Redondo veía a su hermano el clérigo Juan encaminarse preso por detrás de la iglesia de Santiago, camino de la cárcel, las autoridades iban a detener a otro clérigo Juan Jiménez Rosillo.

El hecho lo recoge muy por encima el padre Diego TORRENTE PÉREZ,  que acertadamente señala cómo la Corona desde comienzos del seiscientos intentó poner límites a estas fiestas, que solían coincidir con las fiestas de San Roque en Agosto y de Nuestra Señora de Septiembre, para concentrarlas a finales de agosto, en la festividad de San Bartolomé. Se limitó el número de toros a cuatro al año y en esa única ocasión, aunque la norma ni se cumplió en el número de astados ni en las fechas. Lo que sí se mantuvo como coso fue la plaza del pueblo, quedándonos testimonios ya desde 1538 (1). Los sanclementinos no solo gustaban de sus propias fiestas sino que acudían en masa a las fiestas de otras villas, caso conocido de El Provencio, con gran afición taurina y que, en alguna ocasión, como en 1524, no dudaron en lanzar los toros contra los sanclementinos que se dirigían a conquistar y destruir El Provencio, Los festejos eran motivo de rivalidad entre los dos pueblos, como hemos visto en otra parte (2), así como lugar de encuentro de gentes venidas de toda la comarca. 

Si había afición a los toros, era entre los clérigos que ocupaban los asientos de un andamio, en forma de tablado, colocado en la parte postrera de la iglesia de Santiago Apostol de la villa de San Clemente (junto a la puerta de San Pedro, que entonces no existía y la actual cruz que cerca se levantaba)
que el lunes pasado que se contaron veynte y ocho días del mes de agosto próximo pasado deste presente año (1634) estando Juan Redondo de Áualos presuítero y Francisco Martínez Macacho y Diego Fernández, Alonso de Herrera, Alonso del Poço, Juan Guerra, Pedro Sáez Carnicero, Bernaué Ramírez, Diego de Araque, y el ayo de don Pedro de Montoya, todos presbíteros de la dicha uilla de San Clemente y Andrés Rufato clérigo del euangelio y Pedro Galindo presbítero de la uilla de Honrrubia y Juan de Madrigal de la de Vara de Rey y fray Diego de Peralta y fray Juan de Moya religiosos y otros muchos clérigos de dicha uilla de San Clemente y de otras partes en la fiesta de los toros que todos en un andamio y tablado que hicieron a las espaldas de la dicha yglesia de dicha uilla en el rincón de la cruz más de quatro pasos dentro de sagrado de la suerte que otras muchas veces se ha hecho el dicho andamio sin tener espadas ni otras armas sino solo unas garrochas como en otras fiestas de toros las han tenido para picar los toros que llegasen a dicho tablado y para defender los hombres que en él se amparaban y sin dar ocasión alguna por donde les pudiera suceder los daños y agrauios que les sucediera pues con poco temor de Dios nuestro señor y en peligro de sus almas y conciencias y (olvidando) que los dichos clérigos estaban en sagrado y que dicen tales clérigos llegaron los dichos acusados al dicho tablado de acuerdo y sobre caso pensado unos con espadas desnudas y otros palos contra todos los dichos clérigos apaleando a unos e hiriendo a otros y en particular dieron de palos al dicho Andrés Rufato e hirieron al dicho Francisco Martínez Macacho y al dicho Diego Fernández
Entre los agresores de los clérigos del andamio estaba la autoridad de la villa en pleno, encabezada por el corregidor Villavicencio y su alcalde mayor, Antonio de Quiroga y Tapia, seguidos por el alcalde Alonso de Valenzuela y el tesorero y regidor Francisco de Astudillo, amén de otros principales como Juan de Ortega y Rodrigo de Ortega u otros que, como los hermanos Gonzalo y Diego del Pozo, apoyaban la acción apaleando a los religiosos.




El lugar de los clérigos junto a la cruz era tablado reservado a los sacerdotes desde antaño y según costumbre. En el arte taurino de la época los toros se corrían en la plaza pública de la villa, procurando no herirlos; no es que hubiera una conciencia animalista avant la lettre, sencillamente los toros eran unos animales suficientemente caros como para arruinar a los empresarios de la época. Obviamente, para los jóvenes más arriesgados lanzarse con menos capa y más espada era toda una tentación, como lo era para los clérigos del tablado y andamio, provistos de garrochas en cuyo extremos se añadían clavos,  rejonear a los miuras del momento que se acercaban a la barrera sin saber que hollaban lugar sagrado. Las autoridades debían tener suspicacias hacia los sacerdotes que por su cuenta habían asumido el papel de picadores para dejar listo al toro para el tercio de muleta. Quizás esta última expresión sea impropia para los cánones de la fiesta tal como hoy la entendemos, pero ya existía cierta reglamentación, de modo que el toro no debía sufrir puya hasta que no se tocase a jarrete y así lo avisó el corregidor a los religiosos. Según costumbre el corregidor, acompañado del comisario de la fiesta, el regidor Gonzalo del Pozo, dieron la vuelta en un coche al ruedo, por entonces, asemejado más a una plaza rectangular con varios tablados levantados para los espectadores, complemetando las improvisadas barreras del foso taurino, los escritorios de los escribanos, y volvieron a su puesto, en un tablado que estaba bajo las arcadas del ayuntamiento, junto al resto de oficiales del mismo. Esta improvisada plaza de toros era algo más compleja en su construcción que otras famosas de la época, donde se cerraba el foso con carros, y en cualquier caso se demostraba cierta evolución de la fiesta, que de correr los toros por las calles, pasaba la espectáculo sedente y en espacio cerrado. Celebración social en la que las formas ya contaban tanto como la diversión y en las que el poder de la Corona y municipal se manifestaba en paseíllo previo
vido como don Francisco de Villavicencio corregidor della antes que se empeçase la fiesta paseando la plaça con un coche con Gonzalo del Poço regidor comisario de la dicha fiesta 

No se debió respetar el orden de la fiesta, pues al devolverse a toriles, sitos en la planta baja del ayuntamiento, el tercer toro de la tarde, un impetuoso Gonzalo del Pozo, regidor de la villa y, como comisario nombrado para la fiesta, obligado a costear parte de la misma, que ya había amenazado con moler  a palos a los clérigos si seguían picando a los toros con sus garrochas, fue espada en mano dispuesto a poner orden entre tanto religioso aficionado al arte de cúchares, mientras llamaba pícaro al clérigo Francisco Martínez Macacho. Medió el corregidor, acompañado de hombres de espíritu más moderado, pero una vez subido al tablado, arrebató violentamente el rejón al licenciado Rosillo. La violencia se desató a continuación, Parece ser que Francisco Martínez Macacho ofreció alguna resistencia, que, a pesar de la mediación del corregidor y el regidor Miguel Sevillano, y que su oposición provocó una pelea. Pero en el otro bando se buscaba la pelea, pues se lanzaban insultos y el propio capellán del corregidor, Francisco López Caballón, recogía las piedras sueltas de un suelo mal empedrado. Diego del Pozo, Alonso Díaz de Cantos y Martín López Caballón la emprendieron a cuchilladas contra Francisco Martínez Macacho, primero, que resultó herido, y contra Diego Fernández, herido en una pierna, y Andrés Rufato, después. De los testimonio se desprende que los clérigos no estaban inermes, algunos de ellos desenvainaron espadas, aparte del uso de las garrochas que llevaban.
Y Francisco Martínez Macacho clérigo que estaba en el dicho tablado oyó este testigo que el dicho Gonzalo del Pozo le trató mal de palabra diciéndole que hera un pícaro y a este tiempo a un lado del tablado venía Diego del Pozo, su hermano, metiendo mano a su espada y el dicho clérigo se començó a bajar para irse a su casa sin armas ni otra defensa al tiempo de bajar le tiraron dos o tres palos y le començaron a guchillar y acudió mucha gente y todos daban sobre él unas cuchilladas y estocadas y otros palos y yendo se retirando se cayó en el suelo y estando en él le tiró una cuchillada el dicho Diego del Poço con que le hirió la caueça y el dicho Gonzalo del Pozo dixo "muera que a gusto de todos va" y le tiraron dos estocadas y tubo dicha que se combraron las espadas y e levantó y con una espada que auía arremetido a quitar a un hombre que allí estava se defendió y se fue retirando y salió de la plaza y se fue a curar llevándole asido el dicho corregidor hasta la puerta de la yglesia
La acción de la autoridad civil no dejaba de ser una agresión contra el estado eclesiástico. Así, el asunto acabó en manos del provisor del obispado, don Miguel de Paternina y Vergara, que sin esperar la obligada probanza tomó cartas en el asunto ordenando, si no de las autoridades principales (el corregidor estaba incluido en el mandamiento de prisión, aunque no se ejecutó), el secuestro de bienes y personas de los implicados directamente en el suceso, de un rango social menor; los culpados eran los hermanos del Pozo, de segundo apellido Caballón, los hermanos López de Caballón y Alonso Díaz de Cantos. Al secuestro de bienes se unió la excomunión que les impedía acudir a misa los domingos y fiestas de guardar. Esta última pena nos pudiera parecer de mayor gravedad en la sociedad del momento, y sin duda lo era, pero vista la historia del pueblo, sabemos que hasta el doctor Cristóbal de Tébar la sufrió por casar en secreto a  la adolescente María Valderrama con el joven Jorge Mendoza.

Del secuestro de bienes podemos hacernos una idea de los bienes que poseía un regidor. Sus rentas procedían más del negocio del vino que del ejercicio de sus obligaciones espirituales. Gonzalo del  Pozo, en el momento del secuestro de bienes, disponía de doscientas arrobas de vino y de seis tinajas con capacidad para otras doscientas; sus enseres domésticos demuestran cierta comodidad: media docena de sillas cubiertas de baqueta de moscovia con clavos dorados, dos cofres, seis almohadas de estrado de terciopelo azul, una alfombra de estrado de colores o cuatro reposteros de armas de colores.

Las tornas habían cambiado, ahora los presos eran Gonzalo del Pozo y Martín López de Caballón, el resto estaban huidos. La prisión de Gonzalo tornó de San Clemente a Cuenca, donde llegado el siete de noviembre, se le obligó a permanecer bajo pena en el mesón del Pozo. La disputa entre los dos bandos se había agriado entre los dos bandos; el martes catorce de noviembre, Gonzalo del Pozo abordó en la calle de los Tintes de la ciudad de Cuenca, de malas maneras y con insultos a Juan Redondo, que dirigiéndose, a eso de las doce, a comer a su casa con manteo y sotana, vio cómo salió
de enmendio de la calle que llaman de los Tintes Gonçalo del Poço y con poco temor de Dios y en daño de su ánima y conciencia y sin atender a que mi parte es sacerdote le desafió con forma las palabras diciendo "anda acechando si estoi preso o por donde ando cuenta al probisor, si es hombre tráygase su espada y sálgase aquí afuera que voto a Christo le tengo que cortar las orejas y asiéndole del manteo le tiraba de él repitiéndolo muchas veces y diciendole otras palabras feas
La cárcel voluntaria de Gonzalo del Pozo, aparte de la insidiosa vigilancia del cura Juan Redondo por ver si la cumplía, no duró mucho, pues, a decir de algún testigo, se le había visto huir, ayudado por un criado, con su caballo negro. Gonzalo del Pozo había acudido hasta Cuenca para responder ante el Santo Oficio; las condiciones de su prisión eran relajadas pues se hallaba alojado en el citado mesón de la ciudad de Cuenca, llamado el Pozo o mesón Pintado, en la calle de Carretería, que regentaba un tal Miguel Moracho. Aprovechando estas condiciones de semilibertad, había huido en dirección a San Clemente. Se le había visto camino de su casa, en la venta Amarga de Valverde del Júcar y se decía que le esperaba en San Clemente Martín López de Caballón que le había de proveer de dineros necesarios para un alejamiento temporal.

El provisor del obispado de Cuenca nombra juez de comisión para el caso a Juan de Hinojedo, que emitía mandamiento de prisión el veinte de noviembre de 1634 contra el huido Gonzalo del Pozo y ordenaba un nuevo embargo de bienes que se ejecutó seis días después, a pesar de la oposición de su mujer, María Álvarez, que alegaba haber llevado en dote al matrimonio 23.000 reales. El embargo nos ayuda a conocer el hogar de una persona acomodada: cuatro sillas más baqueta de moscovia y clavería dorada, un completo y costoso ajuar de cama, incluidos dos colchones, otra tinaja de vino de cuarenta arrobas, y ya un gusto por decorar la casa con cuadros de escenas religiosas: un San Francisco, un Jesucristo atado a la columna y un San Pedro.

Detrás de todas estas intrigas andaba la persona del cura de la villa, el doctor Juan Gregorio de Santos, sucesor del doctor Tébar en la parroquia de Santiago. Las acusaciones intentan extenderse sin éxito contra el corregidor Francisco Villavicencio y Cuenca. Mientras, tanto los hermanos del Pozo como los López Caballón habían decidido defenderse, dotándose de los servicios como abogado de uno de los procuradores más prestigiosos de San Clemente, Gabriel López de Haro, y llevando su caso al vicario general de Alcalá de Henares.

Pero, ¿quiénes eran estos hombres, que, hasta ahora, nos aparecen ocultos en la historia de la villa de San Clemente? Tanto Gonzalo como Martín eran mesoneros, disponiendo de sus respectivos mesones en la plaza del pueblo. En el primer caso, su fortuna le había llevado a comprar una regiduría perpetua en el ayuntamiento. Su proyección social, deudora de un oficio bajo, pero fuente de grandes ingresos en una villa que recibía multitud de foráneos y burócratas, en su condición de corte manchega, era muy mal vista en el pueblo. Sus modales, y los de su hermano Diego, dispuestos a resolver cualquier pendencia a palos y pedradas provocaban el rechazo social; su riqueza, capaz de competir con los Astudillo o los Ortega en sufragar festejos populares, provocaba la envidia popular; y en esto, los curas tenían especial habilidad para recoger el odio ajeno. Sin duda, los rejonazos de los curas iban más contra los mesoneros que contra los toros. Es más, creemos que esta familia  del Pozo está emparentada con el vicario Juan del Pozo, sufragador del puente de San Pablo de Cuenca, y a quien vemos rondar por San Clemente en julio de 1553. No descartamos que la familia hiciera fortuna con el negocio de los mesones y que tanto el de San Clemente como el de Cuenca fueran de su propiedad.

Tras su huida y fracaso en la apelación ante el vicario de Alcalá de Henares, Gonzalo del Pozo vuelve a San Clemente para responder ante la justicia. El veinte de mayo de 1635 declara ante el notario episcopal, se defiende alegando que la herida de Francisco Martínez Macacho es propia de un descalabrado y que el incidente de la calle de los Tintes no es sino defensa en su verbalismo de quien se sentía atacada por un inocente cura que escondía una espada bajo su manteo. Torpe confesión pues a continuación su propio hermano declaró haber dado una cuchillada al clérigo. Las conclusiones del fiscal, licenciado Felipe de Villagómez, del 30 de junio son acusatorias contra los hermanos del Pozo, ratificadas tanto por los testigos presentados en la ciudad de Cuenca como por esos otros de la probanza de la villa de San Clemente ante el alguacil de fiscal Lorente López de Tébar. De nuevo los hermanos del Pozo apelarán al provisor de Alcalá de Henares. Pero verse en pleitos en aquella época era enfrentarse a la ruina de la hacienda familiar.

-------------------------------------------

Mi agradecimiento personal a Julia Toledo, por darme a conocer este pleito. Quedo en deuda con ella, como en tantas otras ocasiones


(1) TORRENTE PÉREZ, Diego. Documentos para la Historia de San Clemente, Tomo II. Madrid, 1975, pp. 229-232

(2)https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2017/03/la-rivalidad-taurina-entre-san-clemente.html

Fuente: Archivo Diocesano de Cuenca.  Curia episcopal, legajo 920 / 3416

domingo, 26 de marzo de 2017

La rivalidad taurina entre San Clemente y El Provencio en 1566

El Provencio tenía fama de tradición taurina. Los toros era una de las pocas alegrías que los Calatayud permitían a sus vasallos. Para el dieciséis de agosto de 1566, día de San Roque, se celebró en la plaza de la villa uno de esos eventos de la Fiesta Nacional. Por aquel entonces los toros no se mataban, se corrían. Alancear o rejonear los toros era cosa de los caballeros, en todo caso. Los plebeyos o eran simples comparsas, con sus florituras, de los señores o simplemente participaban del espectáculo corriendo las reses.

Ahora bien, no faltaban espontáneos que se lanzaban al ruedo con la espada en la mano, dispuestos a herir o matar a los toros. El atrevimiento de estos muletillas llevó a cierta regulación de los espectáculos, prohibiéndose llevar armas. Quizás la finalidad de tal medida era, más que defender a la fiera, evitar los altercados que con motivo de la fiesta se desencadenaban o simplemente evitar perjuicios económicos a los dueños de las reses.

Aquel día de San Roque de 1566 se pregonó en El Provencio la prohibición de portar armas durante las corridas de toros y de herir a las animales. Poco caso hizo un sanclementino llamado Alonso de Olivares, que lanzándose a la arena y espada en mano la emprendió a cuchilladas con el toro, o al menos eso decían los provencianos
que ayer día de San Rroque que se contaron diez y seis deste presente mes queriendo correr unos toros en la plaça desta villa el señor alcalde mayor mandóse pregonar que ninguna persona truxese espada ni diese con ella al toro y auiéndose corrido el toro el dicho Alonso de Olivares, veçino de San Clemente, dio espaldaraços al toro
El intento del alcalde mayor y alguacil mayor de El Provencio de que Alonso de Olivares les entregara la espada consiguió poner paz en un primer momento, pero una nueva disputa entre dos mozos provencianos acabó en trifulca, en la que los sanclementinos hicieron piña contra los provencianos y su justicia. Un envalentonado Alonso de Olivares, con la complicidad de Juan del Campillo y otros deudos sanclementinos, Pedro López de Olivares y Juan de Olivares, así como el resto de vecinos sanclementinos presentes, respondieron enfrentándose al alcalde mayor, licenciado Agüero, y al alguacil mayor, Pedro de la Matilla, dejando malherido al primero, que salvó la vida gracias a la reacción airada de los provencianos, que pusieron en fuga a los agresores. Ya antes habían dejado malherido de muerte a un provenciano, llamado Pedro Girón, que, auxiliando al alcalde mayor, se había interpuesto en la pelea; le seguirían otros heridos. Así nos narraba los hechos un vecino de El Provencio, llamado Cristóbal Marín
que se contaron diez y seis días deste presente mes estando este testigo en la plaça desta villa corriendo unos toros en la dicha plaça dixo Françisco Rramos, veçino desta villa, en presençia de Hernán López, padre de Françisco López, mesonero, que juraba a Dios que si por allí paresçía Françisco López su hijo que le había de segar las piernas y el dicho Hernán López dixo que no haría y entonçes Françisco López, hijo del dicho Hernán López llegó allí con su espada y su capa cobixada y en llegando quedóse junto al dicho Françisco Rramos, el dicho Françisco Rramos desenbaynó su espada y se fue haçia él y le tiró de cuchilladas y entonçes se allegó allí mucha gente, entre los quales venían el dicho Alonso de Olibares y otro primo suyo y dixeron qué es esto y entonçes allegó allí Pedro de la Matilla, alguaçil mayor, y Alonso Hernández de Alcaraz y el dicho Pedro Xirón que iban con el dicho alguaçil y el dicho alguaçil echó mano del espada al dicho Alonso de Olibares y el no se la quería dar, antes dixo que metía paz y llegó el dicho Alonso Hernández y dixo dádsela que se la aveys de dar que es justiçia y estaba a la saçón allí Martín López de Barchín, rregidor desta villa, y dixo que no se la diese porque no reñía con nadie y entonçes toda la gente se fue allegando haçia dentro de la plaça con las espadas desenbaynadas a enpedrándose y no sabe quién, entonçes a cabo de un poco vido este testigo como el alcalde mayor fue a la dicha quistión y de que salió della salió herido en una mano y tenía cortado el quero y carne y le salía sangre y asimysmo este testigo vido al dicho Pedro Xirón con una enpedrada en la cabeça que le corría sangre por la cara 
Así lo que había comenzado como un disputa interna entre el hijo del mesonero de El Provencio y otro vecino había acabado en disputa con los forasteros sanclementinos. Es más, parece que los sanclementinos intentaron poner paz en una trifulca que iniciada por las bravuconadas de Francisco López y Francisco Ramos, peleados por quien se ponía el primero delante del toro, acabó en pelea entre provencianos.
no os me pongáis delante que haré un desatino y el dicho Françisco López dixo pues que os he hecho para que hagáis desatino y el dicho Francisco Rramos se lo tornó a deçir otra vez y el dicho Françisco López le dixo dexaldo Françisco Rramos que algún día nos veremos yo y vos punyéndose el dedo en la nariz a manera de amenaza y entonçes el dicho Françisco Rramos le tiró un golpe al dicho Françisco López con su espada
Sin duda, la actitud de ambos mozos debió ser respuesta a Alonso de Olivares, en clara demostración que la valentía se demostraba a pecho descubierto y no a estocadas con el animal, pero su desafío acabó a cuchilladas entre ellos y en acicate para una pelea general, donde salieron a relucir las viejas rivalidades entre provencianos y sanclementinos. La intromisión de los sanclementinos en la pelea hizo intervenir al alguacil mayor y al alcalde mayor. Es de suponer que ambos se habían mantenido al margen, pues mientras la pelea era entre provencianos, vasallos del señor Calatayud, evitaron verse implicados en un asunto doméstico más propio de las fiestas, pero sí actuaron cuando intervinieron sanclementinos. Acusados injustamente de iniciar los altercados (o simplemente intento por la justicia de desarmarlos para evitar conflictos), hubo una reacción solidaria contra las autoridades de todos los sanclementinos presentes, que debían ser muchos, pero no tantos como para resistir la reacción airada de los provencianos, los cuales animados por la acción de la justicia y encabezados por Pedro Girón auxiliaron al alcalde mayor y pusieron en fuga a sus vecinos. Aunque las víctimas de los altercados, además del infortunado Alonso de Olivares, fueron el alcalde mayor Agüero y el provenciano Pedro Girón, con los que los Olivares se ensañaron, pudiendo salvar la vida por la acción de un criado del gobernador del Marquesado que se hallaba presente. De este modo, Alonso Olivares pagó los platos rotos de una pelea que le era ajena. De hecho, la justicia provenciana le acusó, no de ser el autor de las heridas inferidas al alcalde mayor en la pelea, en la que junto a su hermano y primos participó de lleno, sino de saltarse las prohibiciones taurinas de llevar espada y usarla durante la corrida. Su actitud de matar al toro, origen de todas las disputas, parece haber calentado la sangre de cuantos mozos participaban en las fiestas. La justicia tardó dos días en actuar, ordenando la detención de todos los implicados en los altercados. Después de una información de testigos que concluyó ordenando la cárcel de los Olivares y otros implicados en la pelea, varios mozos de San Clemente (Alonso de Olivares, Juan Campillo y Ginés de Llanos) llevaron el asunto al Consejo Real.

Es destacable la reacción violenta de los sanclementinos contra el alcalde mayor. Quizás porque fue parcial en la pelea y posible causante de las cuchilladas recibidas por Alonso Olivares. Del ensañamiento de la pelea y sus secuelas dio testimonio un viejo conocido nuestro, Juan de Mérida, cirujano de la villa de San Clemente. El alcalde mayor Agüero perdió un dedo de la mano; Alonso de Olivares, con una herida muy grave e irremediable por una cuchillada en la cabeza; su primo Pedro López de Olivares, herido en el brazo; Sebastián Barchín, hijo de un regidor provenciano, herido en la cabeza; Pedro Girón, con una herida, consecuencia de una pedrada, y un espadazo en la cabeza, veía peligrar su vida.

Herreruelo
Alonso de Olivares era un mozo alto y recio. Su indumentaria para la ocasión ya anunciaba los inicios del arte de cúchares. A pesar de las prohibiciones, los mozos acudían con sus espadas a correr los toros y con la clara intención de matarlos para desgracia de sus propietarios, que confiaban en utilizarlos en otros festejos. Además de correr los toros, los mozos se iniciaban ya en el arte de la capea. Para atraer al toro usaban la capa de su propia vestimenta; dicha capa se llamaba en la época herreruelo, tenía un origen militar, de forma semicircular, solía llegar hasta la cintura o como mucho hasta las rodillas, sin capilla (es decir, capucha) y con un cuello estrecho que ribeteaba el borde superior. El herreruelo de Alonso Olivares poco tenía que ver con el de la imagen, un herreruelo de seda y bordado con hilos de oro; su herreruelo era el llamado de perpignan, hecho de lana. Esta pieza de vestir, en un principio fue importada de Flandes, pero su fabricación se extendió a los talleres aragoneses y, en lo que a nosotros nos afecta, a los talleres de Cuenca. Iba vestido de mezcla, un tipo de tejido hecho de diferentes calidades y colores, cual si fuera traje de luces. Sabemos que a inicios del quinientos los toros se corrían en El Provencio por las diferentes calles del pueblo, ahora, medio siglo después, la fiesta se celebra en la plaza del pueblo, que, creemos, se cerraba con carros (tenemos el testimonio de que el alcalde mayor presenciaba la corrida subido a un carro y de otros carros que cerraban el coso hacia las puertas de Francisco Castillo). Aunque los espectadores ocupaban cualquier sitio disponible, así Catalina Bonilla veía los toros desde el tejado de un vecino. El evento atrajo a numerosos vecinos de otros pueblos; tenemos noticias de forasteros de Santa María del Campo, Villarrobledo, Las Pedroñeras, La Roda o San Clemente. Los toros eran comprados en otros pueblos manchegos, como Socuéllamos, o en la actual provincia de Madrid. El dueño de los toros en esta ocasión era un tal Pedro de Villena. Tenemos un testimonio somero del festejo por voz del provenciano Juan López Carnicero.
estando este testigo en la plaza pública desta villa corriendo unos toros que la villa tenía para el dicho día (un viernes día de San Roque) abía mucha gente ansí desta villa como de la villa de San Clemente y de otras partes y andando corriendo un toro, un mançebo que se diçen que se llama fulano de Olibares, vestido de mezcla y un herreruelo de Perpinán, quiso esperar el toro y así como llegó allí el toro se volvió de ancas y el dicho Olibares echó mano a su espada y con bayna y con todo e dio un golpe al dicho toro, apartándole Pero de Villena que era señor de los dichos toros enpeçó a querellarse diçiendo justiçia, justiçia que me an herido el toro
Alonso de Olivares esperó al toro, junto a Ginés de Llanos y la atenta mirada de un pedroñero llamado Julián García. Cuando el toro salió de los toriles dio dos vueltas a la plaza. No parece que Alonso de Olivares tuviera intención de matar al toro, sino llamar su atención por haberse colocado de espaldas, dándole un golpe en el lomo. Tampoco ofreció mucha resistencia al alguacil Matilla, cuando le quiso quitar la espada, recibiendola en depósito Juan del Campillo, que actúo como mozo de espadas. Quizás el destino de este joven y valiente sanclementino era morir en la arena y así fue. Pero no de una cornada sino de una cuchillada de un provenciano que le provocó la muerte unos días después, un dos de septiembre.

Anexo: La visión de los hechos, según el procurador de El Provencio (13 de septiembre de 1566, Alonso Olivares ya había muerto).

Sebastián López en nonbre del liçençiado Agüero, alcalde mayor de la villa del Provencio, y de Pedro de Matilla, alguaçil mayor della, me querello ante vra. al. criminalmente de Pero López de Olibares y Juan de Olibares y Juan del Canpillo y de los demás que por la informaçión paresçieran culpados... y es ansí que el día de San Rroque que pasó que se contaron diez y seis días del mes de agosto en la dicha villa del Provençio corriendo unos toros en la plaça pública de la dicha villa aviendo mandado pregonar que ninguna persona truxese armas ni con ellas hiriesen los toros so çierta pena, Alonso de Olibares, veçino de San Clemente, corriéndose uno de los dichos toros en menospreçio del dicho pregón dio a uno dellos despaldaraços y por ello el señor de los dichos toros se quexo al alcalde mayor diçiendo que le herían sus toros y por ello el dicho Pedro de la Matilla, alguaçil mayor, fue para le quitar la espada al dicho Alonso de Oliuares, el qual no se la quiso dar, antes con grande alboroto y escándalo se la resistieron e visto por el dicho alcalde mayor fue donde estaua el dicho Alonso de Oliuares le quitó la espada y lo entregó a Juan del Canpillo para que lo lleuase a la cárçel, el qual no solamente lo lleuó, antes porque le auían quitado la espada le dio la suya propia, con la qual el dicho Alonso de Oliuares sin açer caso ni propósito para ello sobre acuerdo y caso pensado echó mano a la dicha espada para tener ocasión de se bengar de los dichos alcalde mayor y alguaçil mayor y ansí aconpañado de los dichos Pero López de Oliuares y Juan de Oliuares y Juan del Canpillo y otros muchos veçinos de San Clemente se hiçieron a una banda, para que allí acudiesen los dichos alcalde mayor y alguaçil mayor, los quales vistas las dichas espadas desenbaynadas que tenían, el dicho alguaçil mayor llegó al dicho Alonso de Oliuares y le pidió la espada, el qual no solo no se la quiso dar con el fauor y ayuda de los dichos consortes, pero él y los demás començaron a tirar muchas cuchilladas, a lo qual acudió el dicho alcalde mayor con su bara alta de justiçia en la mano diçiendo fabor a la justiçia y deteneos y otras palabras para que se sosegasen y diesen las armas, los quales no solo no lo hiçieron, pero se bolvieron contra el dicho alcalde mayor y le arroxaron muchas cuchilladas de las quales le... en la mano derecha y le cortaron el cuero y carne y le salió mucha sangre de que a quedado manco del dicho dedo y lo derriuaron en el suelo, tirándole muchos golpes y cuchilladas para le matar como de hecho lo hiçieron si no fuera por la gente que acudió y luego todos los susodichos se fueron y huieron a la villa de San Clemente con los otros muchos que para ello le dieron favor y ayuda, donde están y no an podido ser presos, en lo qual los susodichos cometieron graues y atroçes delitos dignos de graues pugniçión y castigo


AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 292, 3. El licenciado Agüero, alcalde mayor de la villa de Provencio (Cuenca), y Pedro de la Matilla, alguacil mayor de ella, contra Alonso de Olivares, vecino de San Clemente, y otros, porque el día de San Roque sacaron espadas e hicieron daño a los toros que se corrían y luego resistieron a la autoridad. 1566