El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
Mostrando entradas con la etiqueta Villanueva de la Jara. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Villanueva de la Jara. Mostrar todas las entradas

sábado, 2 de septiembre de 2017

El ascenso al poder local de los Clemente en Villanueva de la Jara

En las noches de verano, los hombres de Villanueva de la Jara se sentaban en torno a las escaleras del rollo, por entonces situado en la plaza, para contar sus confidencias. Allí se reunían también los vecinos principales de la villa, tal como hicieron un 26 de julio de 1561, pero aquella noche la charla amistosa acabó sangrientamente. La víctima fue Ginés Rubio, que en el pasado había ocupado diversos oficios en el concejo de Villanueva y que, además, poseía el oficio de familiar del Santo Oficio de la Inquisición, desde hacía una semana. Su título había sido expedido el 19 de julio por los Inquisidores de Cuenca. Esa noche del veintiséis, una de tantas veladas, acabó repentinamente en una agresión aparentemente injustificada, al menos ese era el planteamiento de Ginés
que en veynte y seys de julio próximo pasado ya que quería anochecer, estando yo salbo y seguro y en buena conbersación y sentado en las gradas del rollo de la dicha villa con los dichos Tomás Clemente y Hernando Cañabate y con otros veçinos de la dicha villa, estando rrecostado y teniendo el braço derecho echado en la segunda grada, por detrás el dicho Tomás Clemente y syn me hablar ni deçir cosa alguna con diliberaçión y acuerdo y fabor del dicho Cañabate y de los otros sus consortes desenbaynó de su espada y me dio una gran cuchillada ençima del codo del dicho braço por la parte de adentro que me rronpió el cuero y la carne y gran parte del hueso y me cortó los nierbos del gobierno de dicho braço
Ginés Rubio quedó malherido, mientras que con su mano derecha intentaba desenvainar su espada, pero no podía, pues tenía su brazo desjarretado. Su agresor se refugió en la iglesia de la Asunción, de donde, con la ayuda de algunos familiares, y en especial de Agustín Valera, hijo de un regidor, escapó de la justicia ordinaria de Villanueva de la Jara. La huida de la iglesia se había producido ante los ojos de un presente y temeroso Ginés Rubio, que de nuevo sufrió las amenazas de muerte de los fugitivos, mientras escapaban entre blasfemias. El impotente Ginés Rubio acudió ante el Consejo Real en busca de justicia, pues reconocía que los Clemente, ricos, poderosos y propietarios de varias regidurías perpetuas, andaban libres bien por la Roda bien por Albacete, cuando no en su pueblo natal, con la complicidad de un gobernador del Marquesado de Villena, que incluso permanecía pasivo cuando tenía ante sus ojos a Tomás Clemente en la villa de San Clemente, lugar de residencia de dicho gobernador.

Ginés Rubio era hombre instruido de treinta años, su carrera, que estaba a punto de comenzar, como oficial del concejo, familiar del Santo Oficio y la hacienda acumulada, debía mucho a su profesión de escribano del número y de concejo de la villa de Villanueva. Los derechos cobrados en cada una de sus escrituras y la proximidad al poder como escribano del concejo le habían procurado pingües beneficios y capacidad de influencia en el pueblo. Ahora, manco, se veía imposibilitado para ejercer su oficio en un futuro incierto, al que unía un presente ruinoso: la enfermedad le había costado doscientos ducados en curaciones, a los que había que sumar los dos mil ducados de pérdidas por su inactividad. La desgracia de Ginés era personal, pero mostraba de forma cruenta los cambios en el poder local de Villanueva de la Jara. Familias como los Ruipérez o Monteagudo estaban inmersos en un declinar irreversible. El vacío dejado será ocupado por los Clemente, no sin una travesía de más de una década de disputas.

Tomás Clemente era hombre poderoso y rico; emparentados, él y su mujer, con las familias principales del pueblo. Su hermano era el alguacil mayor de Villanueva de la Jara y su sobrino uno de los dos alcaldes; tres regidores perpetuos, sobrinos suyos, le eran afines, a los que había que sumar otro regidor más, familiar de su mujer. Pero sus amistades iban más allá de los límites de la villa; entre las cuales destacaban la poderosa familia de los Villanueva de Albacete y don Rodrigo Pacheco, señor de Minaya. E incluso se acusaba de gozar el favor del gobernador del Marquesado. Su posición privilegiada le llevaba a comportarse en el pueblo con soberbia y poco temor de la justicia, arreglando las disputas con otros vecinos con espada en la mano.

El periplo del huido Tomás Clemente nos da una idea de la influencia regional de su familia: La Roda, Albacete (donde jugaba con el alcalde ordinario a la pelota), Minaya, Las Pedroñeras, Las Mesas, San Clemente y la propia Villanueva de la Jara. Es decir, salvo Minaya, todas ellas villas bajo la justicia de realengo. Tomás Clemente iba acompañado de otros hombres armados para hacerse respetar. Algunos vecinos de Villanueva, como Agustín Valera, hijo de un regidor del mismo nombre, y Hernando Cañavate, pero otros eran vecinos de Albacete, de las familias de los carrascos y los villanuevas, personas principales y poderosas que tienen de hazienda de a quarenta y a cinquenta y a sesenta mill ducados . Señalar la amistad de Rodrigo Pacheco, hijo de Francisco el cojo, señor de Minaya, y regidor de San Clemente, con gran influencia sobre el gobernador Francisco Osorio de Cisneros (1). La formación de bandos tenían así un carácter comarcal y se traducían en todo tipo de fechorías que quedaban impunes, pues las justicias locales estaban en sus manos. El gobernador era incapaz de imponer su voluntad.

Nerín (Huesca), casa solar de los Clemente
A mediados de siglo, la Mancha de Montearagón, tierra de oportunidades en la primera mitad del siglo, se estaba conformado como un conjunto de villas que en su gobierno tendían a presentarse como pequeñas repúblicas de patricios. Pero hasta conformarse como tales, se pasó por un periodo de luchas de baja intensidad, aunque cruentas, entre ligas banderizas, más semejantes a unas acciones desmedidas de malhechores que a otra cosa. Se revivía la lucha de bandos de finales del cuatrocientos, pero si entonces el resultado fue un equilibrio social y gobiernos locales democráticos necesarios para la conquista de la tierra inculta y el despegue económico de la primera mitad del quinientos, ahora, en la segunda mitad del siglo, se desata una lucha encarnizada por la propiedad de la tierra, los ganados y el control del poder local. ¿Acaso se mantuvo impasible el poder central ante las disputas? No, pero su capacidad de acción estaba muy limitada: negada la primera instancia judicial, la sustanciación de los pleitos se hacía ante las justicias locales, simples testaferros de las oligarquías locales. Se intentó la creación de una escribanía de provincia, ante quien pasaran los autos incoados por el gobernador del Marquesado o su alcalde mayor en primera instancia, pero la oposición de los ricos de las villas hizo naufragar el intento. Así, la única defensa frente a las tropelías era pedir la intervención de jueces de comisión, pero la fijación de plazos en sus actuación, dejaban los pleitos inacabados. Además, las comisiones solían recaer en los alcaldes mayores ( por delegación del gobernador), incapaces de liberarse de las redes clientelares. Es demostrativo de este hecho cómo Ginés Rubio pide la intervención de un juez de comisión en su pleito, pero solicita que no sean el gobernador ni el alcalde mayor de San Clemente, a los que acusa de parcialidad, sino de licenciado Bonifaz, residente en Chinchilla, con fama de justo y de sentenciar a los bandos albaceteños, aliados, por otra parte, de los clementes.

Tomás Clemente es el prototipo de estos malhechores. Los epítetos que le definen por sus convecinos son los de hombre rico y poderoso y, en boca de los más atrevidos, facineroso, mal acondicionado y malhechor. Algún testigo le llegó a llamar señor de vasallos. Sumaba a la agresión a Ginés Rubio, muchas otras. Antes ya había agredido a otros vecinos de la villa, con bofetadas y espadazos, como Francisco Martínez, Francisco García de Cañavate, Francisco de Heras, Francisco García o Juan Pardo, agredidos en la plaza ante la presencia de los alcaldes o en sus domicilios; humillante debió ser la paliza de bofetadas y patadas que recibió el citado Juan Pardo en la puerta de su casa, en el llamado mesón del Ovejero, a manos de Tomás Clemente y de otros cuatro matones. Al clérigo Amaro López lo había matado una estocada en el juego de pelota, que estaba junto a la plaza; soltaba a sus afines de la cárcel o simplemente a una alcahueta condenada a azotes. Se tomaba la justicia por su mano, así cuando sus ganados entraron en los azafranales de Juan Sancho, al que hubiera matado si no fuera porque el buen hombre se defendió pedradas y contó con la ayuda del alguacil Francisco Gallardo, que resultó malherido; en otra ocasión, quedándose con el carro y mula de un vecino llamado Alonso Hernández. Se oponía abiertamente a los mandamientos del alcalde Bartolomé Pardo, no siendo de su gusto los corrales que se levantaban, para unos toros, o se enfrentaba a pedradas con los alguaciles o intervenía en los matrimonios, negándole a su hermano, el bachiller Clemente, el matrimonio con María, la hija del regidor Benito García, desflorada y deshonrada, sacando al bachiller de la casa del regidor arrastras el dia de la celebración del casamiento.

La perseverancia de Ginés Rubio consiguió meter en la cárcel a Tomás Clemente. Poco antes de la Navidad del año 1561, Tomás Clemente ya estaba libre, paseándose por Albacete, donde contaba con la protección de carrascos (2) y villanuevas; montado a caballo, se hacía visible y lucía unas calças amarillas y unas chinelas calçadas. Varios vecinos del lugar de Madrigueras acusaban de estas connivencias, pero consideraban cómplices asimismo al gobernador del Marquesado y a su alcalde mayor de Chinchilla, que residían buena parte del año en Albacete. El gobernador delegaba la comisión recibida del Consejo Real para actuar contra Tomás Clemente en su alcalde mayor, pero en el de San Clemente no en el de Chinchilla. Y el alcalde mayor de San Clemente parecía ocupado en asuntos de la villa de El Provencio sobre el asesinato de un tal Montiel. Incansable, Ginés Rubio presentó en San Clemente nuevo pedimento al alcalde ordinario de esta villa Antón Montoya, a través de su procurador Diego de Iniesta. Ahora las acusaciones iban directamente contra la justicia del Marquesado y la inacción intencionada del alcalde mayor licenciado Noguerol de Sandoval, que dejaba pasar el tiempo, y el término de treinta días, de la comisión recibida, pues en sus palabras, no tenía mucha gana de entender en el dicho negoçio. Ginés Rubio, hombre sapiente en leyes de desahogada hacienda, apuntaba alto, directamente al gobernador. A las acusaciones de prevaricación de la justicia real, sumaba insinuaciones veladas de altercados y violencias en Villanueva de la Jara.

Las disputas banderizas y la lucha por el control del poder local estaban en el trasfondo de los sucesos. Hasta el punto, que se temía que el incidente de Ginés Rubio diera lugar a rrebueltas y grandes quistiones mayores entre los deudos y parientes. Los Clemente tenían enfrente a otras familias poderosas de abolengo en la villa como los Monteagudo y los Ruipérez, ahora unidos matrimonialmente. El temor de que el asunto se fuera de las manos, llevó a mediados de enero de 1562 a actuar contra Tomás Clemente, que fue encarcelado con grillos en la prisión de Chinchilla. La orden de prisión de 8 de enero contra Tomás Clemente, que se presentó voluntariamente, vino del licenciado Madrid, alcalde mayor en Chinchilla. Pero Ginés Rubio seguía pidiendo la intervención de un juez de corte. Mientras Tomás Clemente iniciaba su defensa: ¿Cuál era su delito, si el manco de Ginés se pasaba el día jugando a la pelota y a los bolos? Eso si no estaba con sus negocios de escribano en Casasimarro.

La defensa de Tomás, preso en Chinchilla, la llevaría su hermano el bachiller. De la información de testigos presentada ante el alcalde ordinario de Albacete, Antón Martínez del Peral, se desprende que la familia Clemente había intentado arreglar el asunto de Ginés Rubio como en otras ocasiones, con un concierto entre partes, que finalizaba en una compensación económica y que garantizaba a Tomás Clemente la impunidad en sus actuaciones. Esa era la fórmula que intentaba el suegro de Ginés, Bartolomé González, pero otros actores, entre ellos Ginés, no querían componendas y buscaban acabar con Tomás y el resto de los clementes. El juego de Bartolomé González se movía en los equilibrios por el reparto de poder entre familias, el mismo era regidor perpetuo, oficio que había pasado a su hijo, junto al de letrado y asesor del concejo. Creyendo manejar la situación era presa de ella, pues su yerno Ginés o su enemigo Tomás Clemente defendían posturas irreconciliables. La formación de bandos tenían por fin la eliminación del contrario.

Mientras en Villanueva de la Jara, en ausencia de Tomás Clemente, el poder estaba en manos de sus enemigos. El origen del acuchillamiento de Ginés Rubio estaba en unas palabras descomedidas contra Tomás Clemente, que afectaban a su honor, aunque la verdadera causa hemos de suponer que radicaba en el nombramiento de Ginés como familiar de la Inquisición el 19 de julio. El título no sería aceptado en el ayuntamiento de Villanueva de la Jara hasta octubre, ya con un Tomás Clemente huido. Para entonces, el gobierno de la villa estaba en manos de alcaldes próximos a Ginés y su suegro.

Las diferencias entre familias en la villa de Villanueva de la Jara venían de lejos. El primero de los clementes que llegó al pueblo se llamaba Antón y venía como hidalgo y guerrero. Decía proceder del valle de Vió en Huesca, pero pronto cambió las armas por las tierras y los ganados. Y también por los estudios, pues su hijo (si tal es el que recibe a la emperatriz Isabel) es conocido como el bachiller y se intitula letrado del concejo de la villa, oficio del que sin duda sería apartado nuestro protagonista el licenciado Tomás, en beneficio de su enemigo Bartolomé González.

Antón Clemente había llegado a Cuenca en tiempos de los Reyes Católicos, acompañando desde Aragón a Francisco Fernández de Heredia, participando con éste en la toma del Marquesado de Moya. Casado en Villanueva de la Jara, tendría por hijo al bachiller Clemente y por nieto a nuestro protagonista Tomás, regidor perpetuo de Villanueva y alférez mayor de La Roda. En el amplio desarrollo económico que vivió Villanueva de la Jara y sus aldeas, que triplicaron su población en el primer tercio del siglo XVI, los Clemente serían grandes beneficiados, pero también otras familias como los Monteagudo y los Ruipérez. Estas dos últimas familias estaban emparentadas matrimonialmente. Pedro Monteagudo, regidor de la villa, estaba casado con Benita, la hermana de Joaquín Ruipérez, que nos aparece como alcalde en 1564 y casado con María Sánchez Monteagudo, la hermana de Pedro Monteagudo. La relación de monteagudos y ruipéreces con los clementes por el control del poder en Villanueva de la Jara se fundaba en un equilibrio entre estas familias, pero el nombramiento de Ginés Rubio como familiar del Santo Oficio fue vista, por su proximidad a los Monteagudo, como una pérdida de poder por los clementes, que vieron revestido de una jurisdicción especial a un personaje que controlaba la escribanía del ayuntamiento, la otra escribanía estaba en poder de Pedro Monteagudo, y que era cuñado del letrado de la villa. La apuesta de Ginés Rubio y Bartolomé González por acabar con Tomás Clemente fue muy dura y estuvieron a punto de conseguir su objetivo. La lucha tenía su sentido, hacendados y ganaderos trataba de evitar el acceso al poder local de una minoría de letrados y escribanos enriquecidos a la sombra del poder y que demandaban ahora su autonomía. Al poder ya no solo se accedía por estar encuadrado en un bando, sino por la capacidad de compra de cualquiera de las regidurías perpetuas establecidas apenas hacía veinte años. Hacia 1564 los clementes están apartados de hecho del gobierno de la villa y continuarán estándolo durante una década. Pero la lucha por el poder continuaba latente, hacia mediados de siglo los pleitos se acumulan esta vez contra los enemigos de los clementes, que sin duda no eran ajenos a estos hechos. Pedro Monteagudo se ve envuelto en un pleito con los Saulí genoveses (Pedro Monteagudo y los genoveses) y Ginés Rubio, que ahora es procurador de la villa, verá discutida su jurisdicción privativa como familiar del Santo Oficio.

Es en este momento, de luchas fratricidas entre las familias de Villanueva de la Jara, cuando sus aldeas de Tarazona y Quintanar se separan, aprovechando la debilidad de la villa madre. Mientras Tomás Clemente parece desaparecido de la primera escena política, pero se está convirtiendo en benefactor de la orden franciscana que se intenta establecer en la villa. La consagración del convento se hace el 8 de octubre de 1564, con el tiempo los Clemente conseguirán el patronazgo de las capillas mayores del crucero, lugar de enterramiento familiar. Será el franciscanismo lo que una a monteagudos y clementes. Pero la relación de Pedro Monteagudo con el monacato viene de la desgracia. Tanto Pedro Monteagudo como María quedan viudos en torno a 1575, deciden apartarse del mundo y dedicar su vida y hacienda a la fundación de un convento de clarisas en la villa, donde ingresa María sus dos hijas y las cuatro hijas de Pedro (el mismo se hace franciscano). Libre de enemigos, Tomás Clemente ya nos aparece en la primera línea política en diciembre de 1575, junto a un Agustín Valera o un Cañavate. Previamente, con motivo de los intentos de fundación de una cofradía de nobles en 1572, Tomás Clemente ya ha conseguido colocar como oficiales a algunos de sus allegados, como oficiales del ayuntamiento, que ya dispone de una composición más equilibrada. Tomás Clemente, de perseguido se convierte en perseguidor, la víctima será Ginés Rubio, que ve cómo se rescata contra él un asunto de antaño acaecido en el lugar de Madrigueras y que le enfrenta a la villa de Alarcón (Ginés Rubio y el asunto de Madrigueras), y tiene que aguantar el deshonor de ver estuprada a su hija.

                                                                         .............................
(1) La figura de Rodrigo Pacheco y su influencia en la villa de San Clemente está por estudiar. A este hombre cabe imputar que no se llevase adelante el proyecto de Andrés de Vandelvira en la iglesia de San Clemente y su apuesta ante el gobernador por un espacio público en la Plaza Mayor presidido por el edificio consistorial.

(2) Tomás Clemente contará con la protección de los hermanos Carrasco, Pedro y Pablo. El segundo lo vemos como prestamista de la villa de San Clemente en los años setenta.


Informaciones de testigos en Villanueva de la Jara, octubre de 1561

Pedro García, alcalde ante quien pasa la información de testigos
Pedro Monteagudo,
Bachiller Pardo
Benito García
Alonso Sánchez Carretero
Gaspar Martínez
Nicolás Alonso, alguacil.
Pedro Gómez hidalgo
Diego Pardo
Juan García, el viejo

Información de testigos en Madrigueras, diciembre de 1561

Baltasar Martínez, alcalde de Madrigueras
Hernando Alonso, morador en Tarazona
Juan Manzano, morador Madrigueras
Francisco García, morador Madrigueras

Información de testigos en Albacete, enero de 1562 (favorable a Tomás Clemente)

Esteban de Aroca, vecino de Villanueva, primo hermano de la madre de Tomás Clemente, 29 años
Benito Pérez, vecino de Villanueva de la Jara. 23 años
Pablo Carrasco, vecino de Albacete, 25 años, familia lejana de los Clemente

Genealogía de los Clemente Aróstegui

Antonio Clemente Aróstegui, casado con Josefa de Herrera y Antequera, natural de Cuenca,  y sus hijos José Antonio y Manuel Fernando son aceptados como vecinos de Cuenca, en su condición de hidalgos, 30 de marzo de 1751

Partida Bautismo: 14 de febrero de 1721,  Antonio Clemente Aróstegui, hijo de José Clemente Aróstegui y Quiteria Salomarde, natural de Buenache de Alarcón, en Villanueva de la Jara

Partida Bautismo: 31 de enero de 1686,  José Clemente Aróstegui, hijo de Pedro Clemente Aróstegui  e Isabel Cañavate

Partida Bautismo: 30 de enero 1654,  Pedro Clemente Aróstegui, en Villanueva de la Jara, hijo de don Pedro Clemente Aróstegui y doña Josefa Monteagudo, de oficios labradores

Matrimonio: 3 de junio de 1646,  de Pedro Clemente Aróstegui, vecino de Villanueva e hijo de Pedro Clemente y Ana de Tébar, y Josefa Monteagudo, hija de Alonso Garrido Cebrián y doña Catalina Clemente, vecinos de la villa de Tarazona


Los Clemente, patrones del convento de San Francisco de Villanueva de la Jara. Se constituieron en esta Iglesia del Convento de Ntro. Padre San Francisco y capillas que en su crucero hay de San Julián Obispo de Cuenca y de Santo Tomás Apóstol, afectas las primeras al vínculo fundado por el licenciado don Dionisio Clemente y la segunda el que dotó el licenciado don Thomás Clemente... Antonio Clemente de Aróstegui, patrón de las dichas capillas, en las quales hay quatro retablos de madera dorada. Dos en la dicha de Sto. Thomas, que el uno es de Santa Silveria, y otros dos en la de San Julián, que el otro es el del Ángel de la Guarda, y reconocidos todos, se vio que el estremo de los citados retablos de San Julián y Sto. Thomás está puesto el escudo de armas de la nobleza de la casa de estos señores clementes, con esta forma: a mano derecha del dicho escudo, ay una esquadra bajo della una pera, y sobre esta dos estrellas y a la izquierda un pino con dos ardas en su tronco y dos perros siguiéndolas, cuyo escudo está cubierto por un morrión mirando a la derecha. Asimismo se reconoció que en el altar de Sta. Silveria está una urna dorada con cristales y dentro los huesos de dicha Santa (regalo de Benedicto XIV a Alfonso Clemente, embajador en Nápoles)
AHN. OM CABALLEROS DE SANTIAGO. Exp. 1980. p. 283-285
Escudo de los Clemente en la calle Alfonso VIII de Cuenca
Genealogía de los Clemente

I.- Guillén Clemente, como poseedor del lugar de Nerín, en las montañas de Jaca, en el valle de Vio. El rey Pedro IV lo declara noble infanzón, caballero hijodalgo de sangre, de solar conocido, por cédula de 25 de febrero de 1360, confirmada en 1629 por la Real Audiencia de Aragón. Murió el 25 de julio de 1406

II.- Jaime Clemente, caballero de la orden militar de Santiago, testó el 4 de diciembre d e1452

III.- Pedro Clemente

IV.- Antón Clemente, capitán de la gente armada que acompañó a don Francisco Fernández de Heredia para tomar posesión del Marquesado de Moya. Casó en Villanueva de la Jara

V.-  ... Clemente

VI.- Tomás Clemente, natural y regidor de Villanueva de la Jara, alférez mayor de la Roda, fundó la capilla de Santo Tomás en el convento de San Francisco. Casó con Ana de Tébar

VII.- Andrés Clemente y de Tébar. Casó con María Aróstegui (hija de Pedro de Aróstegui

VIII.- Pedro Clemente de Aróstegui, bautizado en 1580, regidor y del Santo Oficio de Cuenca. Testó y murio el 9 de julio de 1622. Casó en 1608 con Ana de Tébar

IX.- Pedro Clemente de Aróstegui y Tébar, bautizado el 17 de noviembre de 1618, del Santo Oficio de Cuenca. Murió el 1 de febrero de 1657. Casó con su prima hermana Josefa (Monteagudo) Garrido y Clemente de Aróstegui, natural de Tarazona

X.- Pedro Clemente de Aróstegui y Garrido , bautizado el 2 de julio de 1653. Casó el 12 de diciembre de 1679 con Isabel Cañavate de la Cueva.

XI.- José Clemente Aróstegui, casado con Quiteria Salomarde

XII.- Antonio Clemente Aróstegui


Fuente: Revista Hidalguía, Año XXVII, Mayo Agosto 1979, nº 154-155. José ESCOBAR BRIZ: "Familias nobles conquenses", pp. 512-514

LINAJE

Don Fernando (VI)... por quanto por parte de vos, don Joseph Clemente de Aróstegui me ha sido hecha relación sois natural y vecino de la villa de Villanueva de la Jara, regidor alphérez maior perpetuo de ella que por la genealojía que justifican plenamente los ynstrumentos que havéis presentado sois lexítimo descendiente por línea recta de barón de Guillén Clemente vuestro noveno abuelo, natural que fue de Nerín en el valle de Evio (valle de Viómontañas de Jaca del Reino de Aragón, cuia casa solar de tiempo ymmemorial a estado y permanece en el referido lugar que como posehedor que hera de ella el dicho Guillén Clemente, el señor rey don Pedro el quarto de Aragón después de haver hecho su salvo y provanza de ynfanzonía, le declaró por novle ynfazón cavallero hijodalgo de sangre por cédula de veinte y cinco de febrero de mill y trescientos y sesenta que se confirmó en el año de mill y seiscientos y veinte y nueve por la audiencia de Aragón con ocasión del pleito que siguió don Francisco Luis Clemente como descendiente del dicho Guillén Clemente por haversele yntentado inquietar en la posesión en que estava y obtuvo sentencia que ejecutorió de manutenzión en propiedad que siendo (como es) tan antiguada y notoria vuestra novleza así por haverse mantenido en la devida e inalteravle posesión vuestros abuelos como por lo ylustrado que han estado y están sus descendientes obteniendo empleos de los más distingidos en el real servicio de los señores reies mis antecesores y mío acreditando su lealtad y esclarecida sangre por la que fueron y han sido premiados con ávitos de otros onores, ocurrió que con motivo de haver venido a Castilla Antón Clemente vuestro sexto abuelo (hijo de Pedro Clemente quien lo fue Jaime Clemente cavallero de la orden de Santiago) sirviendo de capitán de la jente de la armada que vino de Aragón a Castilla (en compañía de don Francisco Fernández de Heredia a quien dieron los poderes los señores Reyes Católicos para tomar la posesión del Marquesado de Moya) se avecindó y casó en la dicha villa de Villanueva de la Xara, desde cuio tiempo se ha mantenido y mantiene en ella su descendencia y familia haviendo sido tratados como personas de distinguida y conocida calidad por lo que trajeron y han contrahido sus respectivos matrimonios con otras de iguales y honoríficas clase y ovtenido los primeros empleos y encargos de la república y autenticando los Ylustres y antiguos Patronatos y otras fundaciones que hicieron y oi posehéis en la dicha villa vos y vuestros parientes , que en el archivo de mi Audiencia de Zaragoza consta que en el pleito que siguió Martín Clemente (quien tanvién obtuvo a su favor sentencia en propiedad) se articuló y provó que con motivo de la peste que por vno de los años de mill y quinientos, padeció aquella tierra y haverse quemado el archivo que havía en dicho lugar con el quinque livris de la parrochial perecieron todas las decisorias, escripturas y documentos que havía en favor de los Clementes....
...declaro a vos el expresado don Joseph Clemente de Aróstegui  a vuestros hijos, nietos y descendientes por cavalleros hijosdalgo notorios de sangre casa y solar conocido, como descendiente lexítimo que havéis provado ser de el mencionado Guillén Clemente vuestro noveno abuelo que lo fue y gozó en dicho lugar de Nerín
(Declaratoria de hidalguía concedida por Fernando VI a favor de José Clemente de Aróstegui. Buen Retiro, 14 de marzo de 1747)

ESCUDO DE ARMAS

... pasaron a las casas de la hauitación de don Joseph Clemente de Aróstegui vezino de esta dicha villa que están sitas en la calle mayor de ella y habiéndole encontrado le hizimos sauer nuestra comisión y preguntamos por el escudo de armas que tiene en su casa y en las capillas que posehe en la Yglesia del Combento de nuestro Señor San Francisco de esta villa que acredita su nobleza  a que respondió estaba prompto y nos conduxo a el zaguán de dicha casa y encima de su puerta se halla un escudo pintado en lienzo al parezer de pintura antigua que contiene por quarteles en el de la derecha un pino en campo de oro, dos perros al tronco y dos ardas (ardillas) encima, a el lado izquierdo dos estrellas vaxo una pera que divide una esquadra en campo de plata y encima un morrión ... y él usaba en las capillas propias que tiene en la dicha Yglesia de San Francisco ... pasamos a la Yglesia del citado combento y reconozimos barios escudos con las mismas insignias en las dos capillas del crucero de dicha Yglesia puestas en los frontales bordados en candeleros de plata y demás ornamentos de altares las quales capillas declaró ser de los bínculos y Mayorazgos de sus ascendientes y que oy posehía en nombre de don Pedro Clemente de Aróstegui, obispo de Osma, su hermano mayor (Villanueva de la Jara, 17 de febrero de 1758)


FUENTE. AHN. ÓRDENES MILITARES. CABALLEROS DE SANTIAGO. Exp. 330. Instrumento fehaciente nº 40

                                                                *****************

AGS, CRC, 493, 15.  Ginés Rubio contra Tomás Clemente y consortes, por apuñalamiento. 1561-1562

jueves, 31 de agosto de 2017

Fundación de los conventos de franciscanos de Villanueva de la Jara e Iniesta

Fundación del convento de N. P. San Francisco, de la Villa de Villanueva de la Xara (1564)


Villanueva de la Xara, es un pueblo situado en los confines de la Provincia de la Mancha, como caminamos para el Reyno de Valencia, atravesando diversos lugares del Estado de Jorquera. Antiguamente, pertenecía en lo temporal, este pueblo á los Señores Marqueses de Villena, pero al presente le vemos incorporado a la Real Corona: y en quanto a su espiritual govierno, pertenece al Obispado de Cuenca. No he descubierto quien trate de la fundación de dicho Pueblo: pero por no hallar noticia, de él, en las antiguas Historias, nos da suficiente fundamento, para congeturarla, ó presumirla, moderna. La mayor parte, de tanta multitud de Poblaciones, como oy vemos, en la dicha provincia de la Mancha, tuvieron sus principios; unas, en los tiempos que perseveraron las guerras con los Sarracenos, en nuestra España, y otras, después que las Católicas Armas, fueron arrinconando la multitud de Régulos, professores de la Barbarie Mahomética, hasta que, en la célebre conquista del Reyno de Granada, se puso la Corona a las empressas católicas: y de estas Poblaciones, contemplo yo, que es una, esta de Villanueva de la Xara. Ha producido, este Pueblo, algunos Varones de gloriosa fama; entre los quales, merece honorífico lugar, el que alcanzamos en nuestros tiempos, sentado en la Suprema, y Primada Silla, de las Españas, el Illmo. Señor D. Francisco de Valero y Losa, á quien, desnudamente, y solo la opinión de sus virtuosas costumbres, le sublimó á tan eminente Dignidad. Es célebre, también, este Pueblo, por el beneficio Curado que tiene, y su exorbitante renta: pues en medio de averle cercenado, pocos años hace, una buena porción, alcanza, al presente, á cinco, ó seis mil ducados; que sin duda, se numeran muchos obispados, aun en nuestra España, que son los mayores de la Christiandad, que no exceden, ni aun alcanzan, á dicha renta. Tendrá, al presente, este pueblo de Villanueva de la Xara, como unos setecientos vecinos, con corta diferencia; y en él, se fundó nuestro Convento, por la vía, y forma, que passo á referir.

Hallándose MInistro General de todo el Orbe Seráfico, el Rmo. P. Fr. Francisco Zamora, Hijo Ilustre de mi Provincia de Cartagena, se hicieron las precisas, y acostumbradas diligencias, para la fundación de este Convento; solicitada, igualmente, por todos los vecinos de dicho Pueblo, que mucho la deseaban, y assimismo de algunos Religiosos de esta misma Provincia. Era, asimismo, en la ocasión, Obispo de Cuenca, el Illmo y Reverendísimo Señor, D. Fr, Bernardo de Fresneda, Religioso de nuestra Observancia, y Hijo de la Santa Provincia de Burgos, bien conocido, y celebrado, en nuestra España, no solo por las muchas, y más principales Sillas, que ocupó, si también por el cúmulo de relevantes prendas, de virtud, sabiduría, y prudencia, calificadas, por la elección tan juiciosa, que hizo de este Franciscano Héroe, para el govierno de su conciencia, el Gran Felipe Segundo. En virtud de las licencias que respectivamente dieron, estos dos grandes Prelados (las que presupone el R. P. Laguna, pero no las puntualiza), se tomó la possessión del sitio, para levantar el nuevo Convento, el día quatro del mes de Octubre, consagrado al Gran Patriarca de los Pobres, N. Seráfico P. S. Francisco, del año de 1564. Assí lo pone el citado Laguna, en su Memorial; aunque también dice que en otro Instrumento, halló la corta diferencia de señalar el día 8 del mismo mes, para esta diligencia, de tomar la possessión: y esta es la que refiere, y sigue, el Illmo. Señor Gonzaga. La fundación, pues, del nuevo Convento, se hizo con las limosnas comunes, y ordinarias, del dicho Pueblo, ayudando los mismos Religiosos, y Prelados, con varias diligencias, y limosnas; pero sin que interviniesse alguna, gruessa, de especial bienhechor. Salió un convento Mediano, muy pulido, capaz á dar habitación á 30 Religiosos, aunque este número se aumenta, ó disminuye, según las ocurrentes circunstancias. El Título que se dió al Convento, fue el de honrossísimo, del Dulce Nombre de Jesús; pero ordinariamente se explica, y entiende por el de N. P. de San Francisco.

Fundación del Monasterio de Clarisas en la Villa de Villanueva de la Xara (1578)

En Villanueva de la Xara, que es pueblo del Obispado de Cuenca, según dexamos dicho, en su propio lugar, se fundó por estos tiempos, el Monasterio de Santa Clara, que allí tiene esta Provincia de Cartagena, y passó su fundación en esta forma. Un Hombre principal, noble y rico, natural, y Regidor, de la misma Villa, llamado Pedro de Monteagudo; y una Hermana suya, llamada María Sánchez de Monteagudo, quedaron, a un mismo tiempo, viudos; y ambos, con una muy competente hacienda. Consultaron entre sí, y determinaron, retirarse al seguro puerto de la Religión, por escusar los peligros del proceloso mundo:pero impedían o retardaban, esta determinación, quatro Hijas, que tenía, el dicho Pedro de Monteagudo, á las que no se atrevía á dexar en el mismo riesgo. Esta dificultad, que al humano parecer, se tenía por insuperable, la venció, fácilmente, la Diestra Poderosa del Altíssimo, pues aviendo comunicado esta resolución, dicho Monteagudo, con sus Hijas, todas ellas se ofrecieron á ser fieles coadjutoras de sus santos deseos, siguiendo el mismo rumbo, que el Padre, en estado religioso. Viendo éste, vencido el mayor inconveniente, extendió más su ánimo, solicitando, que se fundasse un Monasterio de Santa Clara, en su misma Casa; aplicando toda su hacienda, y la de su Hermana, para el congruo sustento de una mediana Comunidad. Aplicóse a solicitar las necessarias licencias, para dicha fundación; lo que vino a conseguir, muy á correspondencia de sus christianos deseos: y luego,se dio principio á acomodar la dicha Casa, en forma de Monasterio. 

Hallábase, en la ocasión, Provincial, de esta nuestra Provincia, el M. R. P. y ya referido, Fray Juan Campoy; y este Docto, y Venerable Prelado, señaló, y destinó, para fundadoras del nuevo Monasterio, á quatro Religiosas del ya muchas veces nombrado, de la Misericordia de la Ciudad de Huete. Passó, por Abadessa, la Madre Señora Doña Violante de Rivera, y por Vicaria, Sor Luisa Beltrán, Religiosas, ambas, de mucha virtud, con otras dos Compañeras, de la misma opinión. De orden del dicho Prelado Provincial, passó, á tomar possessión del nuevo Monasterio, el M. R. P. Fr. Diego de Carrascosa, Padre de esta Provincia, y Guardián que era, en la ocasión, de nuestro Convento de la Ciudad de Murcia. Executóse esta devota función, el día 11 del mes de Noviembre, del año de 1578, en cuyo día, entraron, en dicha Casa, ya Monasterio, las quatro Religiosas Fundadoras, la referida hermana del Fundador María Sánchez de Monteagudo, con otras dos sobrinas, y las dichas quatro hijas: y de estas las fueron Religiosas de vida muy Santa, y exemplar; de las quales, escriviremos, en el tiempo que corresponde, según el orden que seguimos. El dicho Fundador, Pedro de Monteagudo, luego que vio seguras á sus hijas, en el Sagrado del Monasterio, se retiró, él, a un Convento de N. P. S. Francisco, en el qual, vistiendo el humilde Ábito, vivió, y murió con grandes créditos de muy ajustado Religioso. Este Monasterio, aunque se principió, con corto, ó mediano caudal, después, con las dotes de las Religiosas, que han professado en él, y principalmente, con la buena economía, que ha tenido, se ha sustentado, con más desahogo, que otros, de muy pingües rentas. Habitándole, de ordinario, de 24 á treinta Religiosas, cuyo número se varía, por la variedad de circunstancias, como tenemos dicho de lo demás.




Fundación del Convento de N. P. San Francisco de la Villa de Iniesta (1549)


Está situada la Villa de Iniesta, al Oriente de nuestra Provincia de Cartagena, sirviendo de término, y límite, á la de Valencia, por aquel País, que llaman el Estado de Jorquera, teniendo, á una larga jornada, al mismo Oriente la Villa de Requena, donde está fundado el Convento primero de dicha Santa Provincia de Valencia, aunque es Pueblo perteneciente al Reyno de Castilla. La fundación de este Pueblo de Iniesta, de quien hablamos, es muy antigua: pues se hace de él memoria en las Españolas Historias, suponiéndola antes de la Conquista del poder de los Sarracenos, por las Católicas Armas. En lo Espiritual, pertenece, este Pueblo, al Obispado de Cuenca, y en lo Temporal, al Real Patrimonio, aunque antiguamente fue de los Señores Marqueses de Villena. Al presente, tendrá, la villa de Iniesta, unos setecientos vecinos, con muy corta diferencia, y aquí se fundó el Convento á nuestra Observancia, por el modo, y tiempo que ya passo a referir.

Conseguidas todas las acostumbradas licencias, para edificar dicho Convento, en la referida Villa, se levantó una terrible contradicción, por parte de la Clerecía del mismo Pueblo, a quien seguían algunas personas Seculares, por varios respectos; aunque es verdad, que lo restante del lugar, estaba á favor de los Religiosos, deseando, con vivas ansias, la fundación. No obstante, la dicha contradicción, prevaleciendo la justicia, y continuando las acostumbradas diligencias, llegó el caso de poner en posesión, a los Religiosos de una Hermita, con título de Nuestra Señora de la Estrella, para que allí se edificase el Convento, que parece un sitio muy acomodado. Passó, á esta diligencia, el Guardián, que era, en la ocasión, del Convento de N. P. S. Francisco de la Villa de Hellín, llamado Fray Francisco Martínez; y con las ceremonias, que se acostumbran, tomó dicha possessión, el día 10 del mes de Agosto, del año de 1549. Pero aún después de esta jurídica diligencia, continuaron, los contradictores, su empeño, con tal tessón, que les fue preciso, á los Religiosos, desamparar dicha Hermita: porque eran tan imprudentes, y desatentas las passadas que experimentaron, que no se pueden escrivir, por no ofender los más piadosos oídos.

Hallábase, en la ocasión, Prelado Digníssimo de la Iglesia de Cuenca, el Illmo Señor Don Miguel Muñoz, el qual; no sólo sentía este decabezado empeño de sus súbditos, sí que, se determinó, a favorecer, con devoto esfuerzo, á los Religiosos, conociendo el grande interés Espiritual que se le sigue á qualquiera Pueblo en la fundación de un Convento de N. P. S. Francisco. Tomando, pues, dicho Señor á su cuenta, y cargo, tan justa demanda, passó, en persona, á la dicha Villa de Iniesta, á poner á los Religiosos, en possessión del sitio, que avían dexado, cediendo a la violencia. Reprehendió, severamente, á dichos eclesiásticos, y luego passó á señalar otro más acomodado sitio, para que se executasse la fundación, el qual estaba poco distante de la dicha Hermita, y es el mismo, donde aora está el Convento, que cae en un costado de la Villa, entre el Oriente y Aquilón. Esta segunda vez, esta segunda vez á tomar la possessión del dicho sitio, el Rmo. P. Fr. Francisco de Zamora, hallándose Guardián del Convento de N. P. San Francisco de la Ciudad de Huete, de orden y comissión del M. R. P. Fr. Pedro de Xaraba, Provincial que era, en la ocasión, de esta Santa Provincia: cuya diligencia se practicó, el día 18 del mes de Marzo, del siguiente año de 1550. Fueron luego contribuyendo, liberalmente, todos los Vecinos de la dicha Villa de Iniesta, con buenas limosnas, para la fábrica: y con la mucha aplicación de los Religiosos, assí Prelados, como Súbditos; se planteó un hermoso, y bien planteado Convento, el qual, dentro de breves años, fue capaz de dar habitación á veinte y quatro Religiosos. Pero en estos tiempos, ordinariamente, alcanza, su Comunidad, el número de treinta; y esta es la que suele conservarse, con poca variación. El título que dieron al nuevo Convento fué, el de la Puríssima Concepción de la Gran Reyna del Impyroe: pero, comunmente, se explica, y entiende, con el de N. P. San Francisco.

BNE, 2/1127-2/1129. ORTEGA, Pablo Manuel.Chrónica de la Santa Provincia de Cartagena, de la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco. Volumen I, pp. 209 y 210 (Iniesta), 272 y 273. 331 y 332 (Villanueva de la Jara)

miércoles, 23 de agosto de 2017

Los Oma, canteros vascos, y el San Clemente de comienzos del quinientos

Casa palacio de Oma
No fue don Pedro de Oma quien inició el pleito un 28 de febrero de 1531 ante la Chancillería de Granada por ver reconocida su hidalguía, fue el propio concejo de San Clemente quien se presentó ante el alto tribunal, cansado de ver cómo un conjunto de hidalgos venidos de tierras lejanas de la villa, a comienzos del quinientos, había dejado de pechar rentas reales o concejiles, se negaban a alojar soldados en sus casas y se presentaban con cédulas de refacción en las carnicerías para librarse del pago de la sisa.

Eran los llamados hidalgos en posesión, su nobleza les venía de tiempo inmemorial, la habían disfrutado sus padres y abuelos, pero el concejo sanclementino parecía dispuesto a molestar el derecho libre y quito de estos hidalgos al disfrute de su condición. Ahora, desde 1526, en tiempo de señorío sobre la villa de la emperatriz Isabel, los hidalgos habían sacado pecho. Ya no se trataba de aquellos hidalgos de la vecina Vara de Rey o los caballeros de la fortaleza de Alarcón que pelearon su hidalguía con el concejo sanclementino nada más acabar las guerras del Marquesado; a la altura de de la década de los veinte y los treinta, los que exigían su hidalguía era un nuevo estrato social que, llegados a la villa a comienzos del siglo en busca de las oportunidades que les negaban sus tierras de origen, habían hecho fortuna. Esa fortuna la habían conseguido ejerciendo trabajos viles y mecánicos; pero conseguida, sus propietarios exigían el correspondiente reconocimiento social. Entre esos extranjeros a aspirantes a hidalgos estaban los Herreros, procedentes de Segovia, los de la Fuente, de Zamora, los Ruiz de Villamediana, de Tierra de Campos, y sobre todo, los vizcaínos. Los vascos eran hombres habilidosos en el trabajo de los metales y de la piedra e imprescindibles en una villa que levantaba sus edificios civiles y religiosos, embelleciendo lo que hasta ahora era simple pueblo de labriegos. Los primeros apellidos vascos, Oma o Garnica, un maestro cantero y un soldado, comenzaron a aparecer a comienzos de siglo, pero pronto les siguieron otros en una sucesión sin fin: Orbea de Mondragón, Meztraitua, Legarra, Andute, Orzollo, Zalbide, ... y otros maestros de cantería que darían continuidad a la presencia vasca en estas tierras.

No tardó en responder don Pedro de Oma a la demanda del concejo de San Clemente de 1531, mandando procurador a la Chancillería de Granada a defender sus derechos. Su razonamiento era simple: estaba en posesión de hidalgo, como su padre y su abuelo, desde hacía veinte, treinta, cuarenta, cincuenta años y más, disfrutando las franquezas y preeminencias de tal hidalguía, siempre habían sido exentos de pechar y su familia había servido al rey en las guerras. Pidió ser considerado como hidalgo notorio e devengar quinientos sueldos según fuero de España, e que le fuesen guardadas las preuinencias e ecepciones que a los hombres hijosdalgo de los nuestros reynos se guardauan.

Aparte de su palabra, don Pedro de Oma aportó el testimonio personas ancianas que ratificaban su declaración, tanto en la villa de San Clemente como en tierras vascas. Eso implicaba que entenderían en el litigio dos tribunales. La Chancillería de Granada para el examen de testigos de aquende los puertos, enviándose al escribano Alonso de Cáceres a la villa de San Clemente a recibir los testimonios, y la Chancillería de Valladolid, para recibir testimonios de allende los puertos, allá en Vizcaya. Desgraciadamente, la villa de San Clemente no presentó probanzas de testigos contrarios, quedándonos oculto el pasado de don Pedro de Oma como cantero, que para nosotros tiene más interés que su naturaleza hidalga.

De los testimonios presentados por don Pedro de Oma en la villa de San Clemente, la ejecutoria sólo recoge dos: el del escribano Ruiz del Castillo y el del hidalgo Antonio Rosillo. Quizás el valor de ambos testimonios radica en que emanan de dos apellidos que habían mantenido fuertes diferencias a comienzos de siglo. En 1500, Juan López Rosillo, el reductor del Marquesado y posiblemente padre de Antonio, se opuso infructuosamente a que se concediera una escribanía del número de la villa de San Clemente a Alvar Ruiz del Castillo, que ya venía ejerciendo como escribano del ayuntamiento, aunque a decir de Juan Rosillo, actuando como un tirano y llevando derechos superiores a los fijados por el arancel. Juan Rosillo se quedó solo en las acusaciones al escribano, que contó con el apoyo del resto de oficiales y obtuvo del Consejo Real el título escribano del número el 27 de octubre.

Traemos a colación a estos dos personajes porque son un ejemplo de San Clemente a principios de siglo, cuando el vizcaíno Pedro de Oma llegó a la villa. Un pueblo que apenas si llegaba a los doscientos vecinos y se quedaba lejos de los mil habitantes, incapaz todavía de dar ese salto cualitativo que dará en el cambio de la centuria. Pero San Clemente no es sólo la villa sino también sus aldeas, la principal Vara de Rey, pero asimismo Sisante, Pozoamargo, Perona o Villar de Cantos. Salvo Vara de Rey son núcleos de escasa población, pero caso de la propia Vara, Perona o Villar de Cantos tienen sus concejos propios. Pero el control de San Clemente es abrumador y la relación que mantiene con sus aldeas es de señorío. Sería injusto hablar de relación feudal y menos en una villa que, como San Clemente, era víctima de los Castillo y los señores de Minaya. Tal vez sería acertado hablar de una sensación de desgobierno en la que participaban las aldeas. Las rivalidades por el poder se tradujeron en la formación de ligas y monipodios en lucha por el control del poder local. Contribuía a esta situación las cartas de seguro otorgadas desde los años ochenta y las correspondientes licencias de armas otorgadas. La sociedad sanclementina era una sociedad armada, fundada en la fuerza. Esa estructura mafiosa de poder se hacía extensible a las aldeas, tratadas tiránicamente como simples vasallos. La situación llegó a oídos de la Corte
que vos los dichos rregidores e caualleros de la dicha villa tenéys por allegados a muchos ofiçiales e veçinos della los quales vos aguardan los días de fiestas e vos acuden en vuestras quistiones e diferençias que unos tenéys con otros e que vosotros los ayudays e favoreçéis en las suyas lo qual diz que es cabsa de muchos rruydos e escándalos e males e diferençias en la dicha villa e que muchos dexan sus ofiçios e lavores por andarse vagamundos e faziendo muchos males e que aún no contento desto diz que tenedes por allegados conçejos de la tierra de la dicha villa porque vos sirvan e presenten como sy fuesen vuestros vasallos en lo qual la dicha villa e su tierra e veçinos e moradores della son muy fatigados e dello se pueden rrecreçer muchos ynconvinientes
San Clemente parecía tener poco futuro. Ahogado en disputas internas, luchando por el reparto de la riqueza ya existente y con el único horizonte de implementar sus recursos a costa del despojo de sus aldeas sometidas a exacciones disfrazadas de dádivas y presentes. La reacción del Consejo Real fue enérgica. Se impuso el destierro de los alborotadores y se cortó de raíz el expolio de las aldeas
mandamos... que no biuieren de continua biuienda con vos como vuestros familiares e contino comensales que no sean vuestros allegados ni vos aconpañen para tal diferençias ni salgan con armas ni syn ellas a los rroydos que en la dicha villa houieren e vengan a vuestras casas a vos aconpañar en tienpo de los dichos rruydos so pena seays desterrados de la dicha villa e su tierra por un año... e paguedes cada uno tres mill mrs. por cada vez que seays desterrado de la dicha villa e su tierra por seys meses e sy no tuuiere la tal persona de pagar los dichos tres mill mrs. que le sean dados çinquenta açotes públicamente por las plaças e mercados de la dicha villa; otrosy no tengades por allegados a los dichos conçejos de la dicha tierra ni alguno dellos ni reçibáys dádivas ni presentes por las fiestas ni en otro tienpo ni de otras personas por los dichos conçejos directa ni yndirecta so las dichas penas
No sabemos si la decisión del Consejo Real dio sus frutos, pues ya llevaba varios años intentando democratizar el gobierno municipal con la creación de procuradores del común y síndicos que evitaran el gobierno monopolizado por quince familias de ricos. No hemos de negar las acciones reales en pro del bien común, pero esos años los vecinos comienzan a  adquirir una identidad grupal que les une como pueblo. Esa identidad grupal nació en primer lugar de la unidad frente a los intentos de dominio de la nobleza regional. Se defendieron los términos; en los tribunales, frente a los Pacheco de Minaya, o con las armas en la mano, frente al señor de El Provencio, don Alonso de Calatayud. Pero la villa también se sometió, hipotecando su futuro con un préstamo de 600 fanegas de trigo, bajo condiciones draconianas, otorgado por don Alonso del Castillo. La sumisión de una villa hambrienta por las malas cosechas de 1502 fue el revulsivo que actuó como acicate de unos vecinos humillados. La llegada de los observantes franciscanos un año después y la construcción del convento de Nuestra Señora de Gracia, el elemento cohesionador de esa sociedad rota y doblegada. Los proyectos comunes exigen participación en las decisiones. El pórtico sur de la iglesia de Santiago se queda pequeños para la celebración de unos concejos que son abiertos y cuentan con la participación de todos los vecinos. Ya desde comienzo de siglo se abandona el espacio sacro por otro civil para las reuniones. El abandono del lugar es simbólico, dándose la espalda a un pórtico que aparece flanqueado en su lado oeste por las tumbas de los antepasados en el cementerio y en el oeste por la casa fortificada del fundador de la villa. Parece como si la villa se liberara de las ataduras del pasado para iniciar un nuevo proyecto común, que acogerá tanto a los naturales de la villa como a los venidos de fuera, tal como se ha acogido a los franciscanos.

Es en este contexto de integración, cuando llega a la villa don Pedro de Oma, tal como lo hacen otros extraños. Era un hombre mayor, un treintañero, cuando decide residir, que no tomar vecindad, en la villa de San Clemente. Su llegada a la villa había ocurrido, a decir de los testigos que declararon en 1531, hacía veinticinco o treinta años, o sea, hacia 1505. La presencia de este vasco se dejó notar en el pueblo; según el escribano Alvar Ruiz, hablaba habla de vizcaíno, mala lengua castellana y peor vizcaína, nos dirá Cervantes, cien años después. Pedro de Oma había nacido alrededor de 1469 en las casas solares llamadas de Oma, pertenecientes a la anteiglesia de Cortézubi. Era hijo de Juan Pérez de Oma y una tal doña Gracia (tal vez apellidada Loyola) y nieto de Juan Pérez Balza y María Martínez. Todos ellos hijodalgos notorios y por tales eran tenidos, que en sus tiempos se vengaran los quinientos sueldos, que ellos e cada uno de ellos los vengaran como todos los otros fijosdalgo aunque a sus personas pusieran a todo peligro por no reciuir vergüença. Los dos hijos varones, Juan y el propio Pedro, habían abandonado la casa solar paterna en Oma. Allí había quedado una hermana, que mantenía el linaje familiar
que el dicho solar de Oma era e se llamaua solar ynfançonado e conosçido e señalado de omes fijodalgo notorio esento de pagar qualquier tributo o pecho que los otros solares que no eran ynfançonados pagauan
La diferencia entre solares infanzonados y no infanzonados venía porque antiguamente en los llamamientos de los reyes para la guerra, a los miembros de las casas solares que no habían acudido a los llamamientos se les obligó a pagar un tributo, a pesar de su condición hidalga. No ha mucho tiempo, en la última guerra de Granada, que dio fin a la Reconquista peninsular, los hermanos Oma, Juan y Pedro, habían estado presentes. Aunque para otros testigos el que había estado presente era el padre. Cosa que nosotros damos por más creíble. Pero a partir de su llegada a la Mancha se conoce muy poco de Pedro de Oma, las declaraciones de Alvar Ruiz del Castillo y de Antonio Rosillo son interesadas, su insistencia en que no pagaba pechos es continua, Alvar Ruiz fue escribano del secreto del concejo, o sea, del ayuntamiento, en el periodo que va de 1500 a 1511, y decía que por sus papeles no había pasado asiento alguno de Pedro de Oma en repartimiento alguno. Pero por noticias que tenemos de otros expedientes Pedro de Oma, aunque con residencia en la villa, donde está casado prácticamente desde su llegada, no aparece como vecino en sus inicios. En cualquier caso, sí que posteriormente procuró estar allí donde había juntamiento de hidalgos, tal era la elección de dos hidalgos para el control de los cogedores de la alcabala y sobre todo interviniendo en los años veinte en el colegio de electores de alcalde de la hermandad por los hijosdalgo, llegando a ser alcalde de la hermandad el año de 1529. A partir de aquí todo son conjeturas, que podemos asentar bien es verdad sobre datos fidedignos.

Los hermanos Pedro y Juan debieron llegar a la Mancha juntos, pero mientras Juan se asentó en Belmonte, Pedro lo hizo en San Clemente, donde casó con  Juana de Valderrama. Ambos eran maestros canteros y esa es la verdadera razón de su presencia en la Mancha. Pero antes de llegar a tierras conquenses han estado en Jumilla, villa murciana. A partir de aquí las noticias son muy aisladas. En 1514, Pedro de Oma aparece como maestro de obras de las casas de los molinos del concejo, que se están construyendo en la ribera del Júcar, lleva consigo una cuadrilla de veinte hombres. Por su declaración sabemos que es un hombre de 45 años, ocupado en la obra de los molinos en régimen de iguala con el concejo de la villa, es decir, predeterminando un precio único y fijando los periodos de pagos y finalización de los trabajos. En 1520, su hermano Juan de Oma, entonces en Belmonte, donde acaba de construir la capilla de la Inmaculada de la Colegiata, es llamado para las proseguir las obras inacabadas desde 1500 de la Iglesia de Santiago en Jumilla, y hacia 1530 aparece acompañado por su sobrino Pedro, les vemos allí los hasta el año 1537, año que muere Juan, continuando Pedro.

Hay quien quiere ver la presencia de los hermanos en Jumilla desde finales del siglo XV (2), lo cual parece bastante plausible por las citas de autores antiguos y la existencia de documentos. La presencia de los Oma se quiere ver en otros templos, pero hemos de pensar en ellos como maestros canteros sin que nunca alcanzarán un nivel superior de teóricos o tracistas, aunque Pedro de Oma nos aparece dirigiendo las obras de la nave única de la iglesia de Santiago de la villa de Jumilla, hasta que las obras se interrumpen en el cambio de centuria. La finalización de los trabajos en Murcia le obligarían a desplazarse y buscar trabajo en la villa de San Clemente. Pero todo se nos queda en la penumbra, pudiendo únicamente afirmar que la llegada y asentamiento de Pedro de Oma en San Clemente coincide con el levantamiento de la Iglesia franciscana de Nuestra Señora de Gracia, y poco más que aseverar, pues de momento tenemos un vacío documental en el período que recoge los tres primeras décadas del siglo.

Iglesia Santiago de Jumilla
Iglesia de los franciscanos San Clemente
Aunque nos movemos en el plano de las conjeturas, podemos plantear la posibilidad de que Pedro de Oma, con la experiencia adquirida en Jumilla, pudo construir la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, también de planta única, con capillas laterales o nervaduras cromadas, y que presenta similitudes con la iglesia de Santiago de Jumilla, modificada brutalmente en su planta original por la cúpula y testero ideados por Jerónimo Quijano. Pero no deja de ser una hipótesis. Otra hipótesis es si Pedro de Oma se movió únicamente en las trazas góticas o fue capaz de evolucionar como lo hizo en su estilo la iglesia franciscana.

Pedro de Oma, pudo alternar el trabajo de la iglesia franciscana con otros encargos del concejo, tenemos constatada la presencia, ya mencionada, con su cuadrilla de veinte hombres construyendo los molinos del concejo de San Clemente en el campo del Picazo, término de Sisante, desde  febrero o marzo de 1514. La villa había recaudado previamente entre sus vecinos mil escudos de oro. La construcción de la iglesia y convento de los frailes se hizo gracias a las aportaciones, limosnas, de los sanclementinos, sobre un terreno aportado por Alonso del Castillo. En 1523, se funda un nuevo convento de clarisas. Desde comienzos de siglo los oficiales del ayuntamiento se reúnen en unas casas, que aparecen ya descritas de dos plantas y con una galería superior en 1526, al llegar el representante de la Emperatriz Isabel. Intentamos decir que no hay que esperar a mediados de siglo para escuchar esa saga de canteros vascos que parecen renovar el espacio urbano que, eso sí, imponen su voluntad y tendencias al gran Vandelvira. Ya desde comienzos de siglo los Oma, Juan, en Belmonte, y Pedro, en San Clemente, y luego sus hijos, son protagonistas de una actividad edificadora, que prepara la explosión de mediados de siglo.

La apuesta de Pedro de Oma como un cantero capaz de construir algo más que molinos y complementar esta actividad con obras de mayor consideración nos viene reafirmada por documentos que nos hablan de su presencia en tierras de Villanueva de la Jara (3). Recordemos que, en 1514, San Clemente construirá los molinos llamados del Concejo (construcción que se prolongará todavía en 1525), siendo maestro de obras el cantero vasco Pedro de Oma, pero ya unos años antes, hacia 1510, después de una riada del río Júcar, había dirigido la reconstrucción de los molinos Nuevos, como el mismo reconocía en su declaración:
este testigo hizo las dichas dos paradas de molinos y sabe que la una parada está a la parte de Villanueva de la Xara tiene seys rruedas
La labor constructora de Pedro de Oma fue frenética, interviniendo también en los molinos del Batanejo, propiedad de Rodrigo Pacheco
estando este testigo haziéndoles una casa (a Rodrigo Pacheco y su mujer Mencía) una casa de cantería en el Batanejo 
Claro que Pedro de Oma, analfabeto, pues no sabía firmar, sigue siendo una incógnita. A pesar de todo, su participación en la construcción de los edificios religiosos o civiles de la comarca es una apuesta segura, tal como él nos reconoce en su declaración con motivo de un pleito entre Alonso Pacheco y la villa de Villanueva de la Jara:
dixo este testigo oyo dezir a los alcaldes y rregidores de la villa de Villanueva de la Xara estando este testigo obrando en la torre de la dicha villa que los dichos molinos rrentaban en cada un año más de seys çientas hanegas
Ayuntamiento de Villanueva de la Jara
A la izquierda, Torre del Reloj
Así, vemos  al cantero vasco edificando la Torre del Reloj que hoy flanquea por uno de sus lados al edificio renacentista del ayuntamiento. Con un basamento tal vez de una época anterior, la sobriedad de la torre quizás choca con el purismo del ayuntamiento civil, pero en la sencillez de las líneas y su tosquedad le acompaña sin desentonar. Es arriesgado adelantar el Renacimiento en estas tierras a comienzos de siglo y por supuesto erróneo intentar implicar a los vascos, muy apegados a lo antiguo, en estas nuevas formas arquitectónicas, pero que la Mancha de Montearagón vivió en los comienzos de siglo una renovación edilicia, anterior a esa otra constatada de mediados de siglo, nos es cada vez más evidente, y que los autores, aparte de autores vascos como los Oma, está por descubrir.

De lo que sí tenemos constancia, por las declaraciones de Alvar Ruiz del Castillo y Antonio Rosillo, es que Pedro de Oma se asentó y vivió regularmente en San Clemente hasta su muerte, aunque parece que volvió a Jumilla para la construcción del crucero y la cabecera de la Iglesia de Santiago, pero el concejo jumillano claudicaría ante la ruptura estilística de Quijano.

Pedro de Oma, obtendría sentencia favorable de 17 de junio de 1532, reconociendo su hidalguía, confirmada por carta ejecutoria de 3 de julio de 1535. La saga familiar de los Oma, la continuó Martín de Oma, hijo de Pedro, que casó con Juana de la Fuente. Su hijo, de nombre Antonio de Oma Zapata cambio su residencia a Belmonte, siendo reconocido como hidalgo un 19 de diciembre de 1575, como mayordomo del marqués de Escalona. Con Antonio se pierde la tradición de canteros de la familia. En Belmonte, nacería Pedro de Oma Arteaga, nacido en 1598 y que en 1626 volvió a San Clemente para dar de nuevo continuidad a la familia en esta villa.




(1) Archivo General de Simancas, RGS, LEG,  150010, 179. Prohibición a los regidores de San Clemente de tener allegados entre los vecinos y oficiales de la villa y su tierra. 1500.

(2) De Pedro de Oma, se nos dice: Arquitecto director de la fábrica de la iglesia de Santiago, de Jumilla, a fines del siglo XV.  Consta, del padrón del concejo de Jumilla, el cual lo registra, determinando de ese modo su personalidad. Y hasta consigna su salario: dos reales y medio. "Pedía tres (añade) y se le ofrecieron dos. Oma era vizcaíno, lo mismo que un hermano suyo Juan, que también figura en el padrón como "maestro de cantería" (BAQUERO ALMANSA, A. : Los profesores de las Bellas Artes murcianos. Imprenta sucesores de Nogués. Murcia. 1913
Ya en 1800, el canónigo Juan Lozano Santa sitúa a Pedro de Oma como arquitecto de la obra a fines del siglo XV y a Juan de Oma como maestro de cantería a sus órdenes (LOZANO SANTA, J.: Historia antigua y moderna de Jumilla. Manuel Muñiz. Impresor de la Marina. Murcia. 1800)

Véase un resumen de la bibliografía sobre la iglesia de Santiago de Jumilla en: 
DELICADO MARTÍNEZ, Francisco Javier: "La Iglesia mayor de Santiago apóstol, de Jumilla (Murcia)espacio arquitectónico, patrimonio artístico y liturgia (I)", Archivo de arte valenciano, nº 90, 2009, pp. 103-128

(3) ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 5390, PIEZA 5. Pleito entre Alonso Pacheco y la villa de Villanueva de la Jara por la propiedad de la rueda de un molino en los Nuevos. 1525-1530

BNE, Mss. 11727, papeles genealógicos. Ejecutoria de hidalguía de Pedro de Oma, vecino de San Clemente, 1627 (h. 110-140v)


Testimonios favorables a Pedro de Oma en 1631

Marco Terléguiz, vecino de la anteiglesia de Cortézubi, 75 años
Juan Manuel de Itunendo, vecino de la anteiglesia de Gautiguiz, 85 años
Martín de Iturrieta, vecino de la anteiglesia de Santiago de Cortézubi, 77años
Juan Ochoa de Gaceaga, vecino de la anteiglesia de Santa María de Gautiguiz, 85 años
Alvar Ruiz del Castillo, escribano del concejo y del número, vecino de San Clemente, 75 años
Antonio Rosillo, natural y vecino de San Clemente, hidalgo, 67 años

domingo, 30 de julio de 2017

La lucha por la libertad en las tierras conquenses del Marquesado de Villena a comienzos del quinientos

Juan Martínez de Sancho murió en 1512, por entonces tenía alrededor de 65 años. Aún recordaba sus años de mozo, cuando todos los pueblos comarcanos formaba una comunidad única con Alarcón. Coetáneos y convecinos suyos eran Gil Rodríguez o Alonso Jiménez, que murieron diez años después. Alonso Navarro o Diego Navarro eran incluso más viejos, de una generación anterior. Unos y otros habían vivido los viejos tiempos de la tierra de Alarcón, cuando pueblos como El Peral mismo o Villanueva de la Jara se regían por la leyes y ordenanzas de la villa de Alarcón. Todas disfrutaban de los bienes comunales de una misma tierra y nadie osaba saltarse las ordenanzas comunes. Todos sabían que arrancar un pino doncel, aunque fuera del grosor de un dedo estaba penado con seiscientos maravedíes.

Pronto se olvidó el rigor de estas ordenanzas. A comienzos del siglo XVI el hambre de tierras y la fiebre roturadora dejó en el olvido las viejas ordenanzas. Conocemos el caso de Barchín y la roturación de su monte: las viejas leyes se entendieron al revés y ahora, con las excusa de abrir paso a los ganados en la espesura del monte, lo que se permitía era cortar aquellos pinos más delgados. Del tamaño del brazo o de la pierna de un hombre. En los concejos, uno en Alarcón y otro en la villa de Barchín, existía un molde llamada marco de hierro, que definía con precisión el grosor máximo del árbol, que podía ser cortado. Pronto los corredores abiertos en el monte devinieron en expolio total del monte. Incluso se recuperaron viejos capítulos del fuero de Alarcón para recordar que quien roturara, labrara y sembrará la tierra en un plazo de dos años sería dueño de ella. Primero cayeron los carrascales, más enmarañados, luego los pinares, que más aptos como abrigos de ganados en invierno, pronto serían aprovechados para la construcción de arados y la estructura de las nuevas casas de unas villas que multiplicaban su vecindad. En apenas treinta y cinco años, el paisaje de la antigua tierra de Alarcón se transformó radicalmente: las masas boscosas de pinos y carrascas dieron paso a los campos sembrados de trigo y a los viñedos.

Ya conocemos el caso de San Clemente, que, antes de entregar a su recién emancipada aldea de Vara de Rey el pinar de Azeraque, prefirió dar libertad a todos los vecinos de los pueblos de la comarca para que lo talaran. Así lo hicieron vecinos venidos de La Roda, Minaya, Villanueva de la Jara o los propios vareños y sanclementinos, que en apenas unos días dejaron el pinar arrasado. Algún vecino recordaba haber cortado él solo quinientos pinos. Los contemporáneos narraban así los hechos ocurridos, creemos que en torno al año 1540
que avrá siete o ocho años poco más o menos que se dixo públicamente en las dichas villas de Vala de Rrey e San Clemente que avían dado sentençia los señores de la audiençia rreal de Granada en que mandavan que el pinar se diese e rrestituyese a la villa de Vala de Rrey y esto se dixo por muy público e que mediante este tienpo que avía esta nueva este testigo, vio que un día vinieron çiertos vezinos de San Clemente a la villa de Sisante y posaron en casa de este testigo y le dixeron que venían a cortar madera en el pinar sobre que se traya pleyto y que venían a cortar en él porque la villa de San Clemente avía desvedado para que todos pudiesen cortar syn pena y luego los dichos onbres fueron al dicho pinar y estava lleno de gente que avía venido a cortar como lo avían desvedado y avía mucha gente de la villa de San Clemente y de otros pueblos de la comarca y en tres o quatro días vio que no quedó en todo el pinar pino por cortar carrasco ni rrodeno que valiese nada porque todos los cortaron y talaron que no dexaron sino los pinos donzeles y esto vio ser e pasar e vio que avía muy buen pinar y como lo desvedaron en tres días no dexaron pino bueno en todo él

Los intereses contrapuestos, pues, entre vareños y sanclementinos se lidiaban en torno a la aldea de Sisante, elemento clave para unos y otros. En Sisante estaba el pinar de Azeraque, motivo de litigio e imprescindible para la economía sanclementina, fuente de recursos madereros y lugar de abrigo para los ganados sanclementinos, que tenía su continuidad en el pinar de la Losa, pasando el río Júcar. Sisante era el acceso al río Júcar, donde se encontraban los molinos harineros y entre ellos el llamado del Concejo, propio de San Clemente. El litigio fue duro y giró en torno a la propiedad del pinar de Azeraque, pero hacia 1540 Vara de Rey conseguiría hacerse con la aldea de Sisante y su pinar; el precio a pagar por lo vareños fue de 3.000 ducados, bajo el compromiso real de que la aldea no se enajenaría nunca. El compromiso fue roto cien años después, en 1635, cuando Sisante consiguió el privilegio de villazgo. Para entonces, Sisante había sobrepasado en población a Vara del Rey, aprovechando su posición clave entre San Clemente y Villanueva de la Jara, a cinco leguas de cada una de ellas.

Era en torno a la mencionada fecha de 1540, los hombres más conscientes de la catástrofe dieron su grito de alarma e intentaron poner remedio. Conocemos el caso del regidor motillano Pedro García Bonilla, que inició una política de repoblación forestal, sin duda con poco éxito. Es igual, su ejemplo sirvió, marcando el camino para que otras villas como San Clemente o El Provencio se dotaran de pinares propios. Hacia 1540 las viejas ordenanzas volvieron a renacer y a aplicarse con el máximo rigor: doscientos maravedíes de pena por cortar un pino carrasco o rodeno sin licencia y seiscientos maravedíes por cortar pinos donceles; la corta de leña tenía como finalidad el aprovechamiento personal de los vecinos de la tierra de Alarcón, no se podía dar ni vender a forasteros. El renacimiento de las viejas ordenanzas, no obstante, tenía bastante de egoísmo de las villas por evitar el aprovechamiento común de sus montes y sus pinares. El caso más claro es el pinar de la Losa en Villanueva de la Jara. Tradicionalmente, había sido lugar de refugio e invernada de los ganados de otras villas como El Peral, La Roda o San Clemente. Ahora, a la altura de 1540, Villanueva solo está dispuesta a compartir su pinar con El Peral, con quien había desde antaño una concordia para el aprovechamiento comunal de los bienes, acordada tras los violentos hechos acaecidos (asesinato del alcalde peraleño Juan López Berdejo) entre ambas villas al finalizar la Guerra del Marquesado. La razón era que el fuerte incremento demográfico hacía insuficientes los recursos del pinar incluso para el uso exclusivo de los propios vecinos de Villanueva de la Jara.

La semilla de la discordia ya venía del final de las guerras del Marquesado. Acabadas las guerras a estas tierras había llegado el licenciado Molina para fijar términos propios a las villas recién eximidas: fijó las fronteras de los pueblos, símbolo de nuevos espacios de libertad conquistados al Marqués de Villena, pero reconoció asimismo los viejos usos comunales. Una cosa y la otra se mostrarían como una contradicción insalvable de cara al futuro. Los pueblos adehesaron las tierras incultas, negando su uso comunal, roturándolas y sembrándolas. El antiguo suelo de Alarcón, que antaño se extendía doce leguas desde la tierra de Cuenca a la de Alcaraz, se había roto con la emancipación de sus aldeas en 1480; desde comienzos del quinientos, los espacios comunales que existían en el interior de las villas exentas eran cerrados, se adehesaban formando redondas, negando su aprovechamiento comunal, luego se dividían en suertes para ser roturados y arados. Algunas veces el proceso era simple usurpación de tierras por los particulares; otras era una labor titánica de conquista de un espacio agreste de matorral y bosque o desecación de lavajos. La nueva realidad tenía dos polos opuestos: Alarcón, la vieja fortaleza, recluida en un recodo del Júcar y rodeada de pinares, se estancaba en población, su declinar solo era ocultado por los frutos decimales que recibían sus iglesias; Villanueva de la Jara y sus aldeas, en la llanura, multiplicaban una población laboriosa en unos campos que se extendían hasta el fin del horizonte. Las dos habían partido de una vecindad de doscientos vecinos a comienzos de siglo, pero si Alarcón apenas los había incrementado, Villanueva los había cuadruplicado hasta ochocientos vecinos para 1547. Solo hay un caso de desarrollo demográfico más notorio: el de San Clemente, con alrededor de mil doscientos vecinos (mil quinientos a decir de algunos), pero esta villa empezaba a abandonar su imagen de pueblo agrario para presentarse como centro urbano de servicios. Aún así, San Clemente todavía es un gran pueblo recio, en palabras de un coetáneo, pronto será corte manchega.

Villanueva de la Jara
El conflicto, que ya se remontaba a 1518, se reavivó entre Villanueva de la Jara y San Clemente. Hay que pensar en el shock que para la economía de San Clemente supuso la pérdida del pinar de Azeraque y la necesidad de buscar pinares alternativos para sus ganados y necesidades de leña de sus vecinos. Por entonces, no existían ni el pinar Viejo ni el Nuevo, tan solo algunos carrascales. Dicho trauma vino en el peor de los contextos posibles. Los cuarenta se iniciaron con sequías que arruinaron las cosechas y continuaron con condiciones adversas toda la década. De la sequía se pasó a los temporales, para volver a nuevas sequías y culminar la década con un revivir de una de las plagas bíblicas, la de langosta.

Lo peor de todo fue en el plano de las mentalidades. La generación que vivió el cambio de fines del cuatrocientos al quinientos era una generación que venía de la guerra. En torno a 1510 empezó a vislumbrar un futuro mejor para sus hijos. A éstos y a sus hijos les correspondió el duro trabajo de rompimiento del monte y el nacimiento de un nuevo espacio agrario. Fue una sensación de que cada uno dependía de sí mismo y de su trabajo. Así la guerra de las Comunidades en la Mancha conquense fue la reafirmación de los creadores de riqueza, de esos hombres de frontera que se había hecho a sí mismos, frente a los que heredando un estatus pretendían aprovecharse de la riqueza creada por aquellos. A la altura de 1540, los hombres recordaban sus logros, y lo hacían con nostalgia. Lamentaban la desaparición de los pinares y tierras montuosas, recordaban aún cómo ciervos y venados corrían por los bosques, pero en sus mentes quedaban impresas las imágenes del logro de su trabajo: los campos de trigo, los viñedos, los puentes y molinos levantados sobre el Júcar, las pueblos con sus casas nuevas, las construcciones edilicias y las imponentes iglesias, las villas duplicadas y triplicadas en población y las casas de labor o quinterías que, como Quintanar del Rey, de sus setenta y cinco vecinos a comienzos de siglo había devenido en villa populosa de trescientos vecinos. No es tanto que Villanueva de la Jara, desde sus doscientos vecinos, hubiera triplicado su población, es que las aldeas de Tarazona, Gil García o Madrigueras, superaban en población a la villa madre.

Las generaciones de la primera mitad del quinientos fueron las generaciones de la libertad. Con el ejemplo de sus padres y abuelos plantaron cara al Marqués de Villena, que intentó recuperar sus posesiones al final de la muerte de la reina Católica, se enfrentaron a los malos usos feudales de los Castillos Portocarrero en Santa María del Campo Rus y de los Calatayud en El Provencio, huyendo de la servidumbre y siendo acogidos en ese espacio de libertad en que se estaba convirtiendo la villa de San Clemente; negando, caso de los sanclementinos, cualquier derecho señorial a Alonso del Castillo sobre la aldea de Perona; expulsando a sus señores, como se expulsó a Alonso de Calatayud de El Provencio, y sometiéndolos a juicios populares que trastocaban todo el orden social; ocupando sus casas y propiedades, como vio ocupadas las suyas Bernardino del Castillo Portocarrero, que por un momento vio como el sacrosanto derecho de propiedad a las tierras vinculadas al mayorazgo creado por su abuelo el doctor Pedro González del Castillo era negado y usurpado por sus vasallos; de disputa de derechos señoriales, como ese que poseían en los molinos de la ribera del Júcar los Castillo de Alarcón y los Pacheco de Minaya, o, en suma, de disputa del poder y posesión de tierras de la nobleza local: así, los quintanareños que colonizaban las dehesas que en torno al Júcar poseía la villa de Alarcón y su señor don Diego López Pacheco o la negación que con la conquista de nuevas tierras, inclinaban la balanza a favor de los labradores, en ese extraño reparto que en las aldeas de Madrigueras y Gil García existía entre el Marqués de Villena y el concejo de Villanueva de la Jara. Pero no hay nada comparable al esfuerzo heroico de motillanos, barchineros y gabaldonenses por romper los montes. Heroico por la dificultad de ganar unas ásperas y accidentadas tierras a la naturaleza y heroico, en mayor medida, por discutir los derechos que sobre el monte tenía el Marqués de Villena.

Y sin embargo, cuando las viñas, las tierras de pan llevar lo invadieron todo, los hombres volvieron la vista atrás y en su memoria revivió el recuerdo de la naturaleza agreste y el modo antiguo de vivir que les procuraba lo elemental: la recogida de la grana para mayo, de la piña para San Martín, de la bellota para San Lucas. Revivió el recuerdo de su errar con los ganados de pinar en pinar, del intercambio diario de vivencias en los molinos de los Castillo, Pacheco o Ruiz de Alarcón, de sus coincidencias, haciendo guardias en la fortaleza de Alarcón. El viejo conflicto contra el Marqués, que alineaba a los hombres en sebosos y almagrados, que colocaba a cada uno en la seguridad de una clientela ante la que responder, había dado lugar a hombres libres de ataduras. Hernando López, el niño pastor de Vara de Rey, que a comienzos del quinientos recorría con sus ganados, sin fronteras que respetar, todas la villas del Marquesado conquense, se había convertido en agricultor y, ganada una posición, en regidor de la villa de Motilla del Palancar, donde se había casado y formado familia.

Esa es la década de los años cuarenta en el sur de Cuenca. Hombres que, ya ancianos, se sienten orgullosos de sus logros. Ante sus ojos ven los pueblos y las casas levantadas con sus manos, los campos de labor, arrebatados al monte, despojados de piedras y arrancadas de raíz las matas, y que ahora inundan la llanura de tierras de pan llevar y viñedos. Pero ancianos que añoran la vida de sus abuelos y padres, cuando el ager no había vencido al saltus. Sus hijos resolverán la contradicción; se apegarán al poder, comprando las regidurías perpetuas en 1543; abandonarán la cultura del sacrificio y del trabajo: el oficial público, el escribano, el clérigo o el bachiller serán los oficios de referencia para los hijos de los campesinos. Todavía, durante la segunda mitad del siglo XVI, algunos triunfadores reciben el apodo de el rico, pero ya no hablamos del que se ha laborado la riqueza con sus manos, sino del que hace ostentación de una riqueza ganada con la compra del trabajo ajeno. Y es que a mediados del quinientos se generaliza el trabajo a jornal. En las fuentes manuscritas aparece con mucho desdén eso de emplearse a jornal. Pero todos saben que el trabajo a jornal es la fuente de riqueza y su desdén el origen de toda penuria. Los ricos se convierten en hidalgos, los jornaleros intentan escapar de su infortunio deviniendo en tenderos o artesanos, los segundones de familias de bien marchan a Belmonte o Villaescusa, cuando no a Alcalá o Salamanca, para ser abogados, procuradores o simples beneficiados de alguna iglesia, los miembros marginales de la sociedad se enrolan en las banderas que los capitanes colocan en las plazas de los pueblos. Y sin embargo, es una generación hueca, ha heredado la ambición de los padres, pero no sabe nada ya de su espíritu de sacrificio. Cervantes, cincuenta años después sabrá lapidariamente en una frase definir la nueva realidad: por su mal le nacieron alas a la hormiga. El Sancho labrador pretende ser gobernador.





AChGr. 01RACH/ CAJA 5355,  Pieza 8. Pleito en torno al aprovechamiento del pinar de Villanueva de la Jara. Hacia 1547

domingo, 18 de junio de 2017

La destrucción de los pinares del suelo de Alarcón en la primera mitad del siglo XVI

Alarcón y sus pinares al fondo
http://www.turismocastillalamancha.es
A comienzos del quinientos el paisaje de la Mancha conquense distaba mucho de presentar el actual aspecto de un espacio agrario ininterrumpido de tierras de cultivo y viñedos. El monte y los pinares aún ocupaban espacios extensos y la espesura de los árboles formaba masas boscosas, herederas de la época del infante don Juan Manuel. Otras actividades económicas, ajenas a la agricultura, seguían teniendo un gran peso en la vida de los hombres. Actividades como la recolección de la grana, la piña y la bellota o el pastoreo se localizaban en las masas de pinares y carrascales que habían sobrevivido a comienzos del siglo. Destacaba un espacio forestal de pinares que se extendía en torno al Júcar, ocupando parte de los términos actuales de los pueblos de EL Picazo, Villanueva de la Jara y Sisante. Este espacio forestal estaba configurado por la continuidad de unos pinares a ambos lados del río Júcar; continuidad que no parecía respetar la delimitación de términos hecha por el licenciado Molina en torno a 1480. El pinar de la Losa llegaba desde la margen izquierda del Júcar hasta una legua de la villa de Villanueva de la Jara; el pinar de Azaraque, desde la margen derecha del río, se extendía por el término actual de Sisante, que por entonces dependía de San Clemente, y, por último, el pinar de la Vera de El Picazo se extendía por esta última población, perteneciente durante toda la Edad Moderna como aldea a la jurisdicción de la villa de Alarcón.

La explotación de estos espacios forestales venían regulados por las ordenanzas y estatutos dados por la villa de Alarcón para la regulación del aprovechamiento de sus montes, cuya letra sería trasladada a las ordenanzas y estatutos de las villas que se emanciparon durante la guerra del Marquesado. Básicamente los títulos recogidos eran éstos:
  • Prohibición de cortar pinos donceles de grosor inferior al brazo o la pierna, aplicando las viejas ordenanzas de Alarcón, so pena de 600 maravedíes
  • Prohibición de cortar pinos o carrascas sin licencia del concejo, acompañada su concesión de juramento sobre que dicha corta es para aprovechamiento personal de su casa o labores y que la madera no se dará ni venderá a otro vecino o forastero ni cortarán pino doncel sino solo pinos carrascos y rodenos. La pena impuesta en estos casos era de doscientos maravedíes
Con el movimiento roturador de comienzos de siglo XVI, el monte y los pinares se fueron angostando. El resultado fue que se pusieron más cortapisas a la concesión de licencias y albaláes para la corta y tala de árboles. Así, la villa de Villanueva de la Jara acabó imponiendo un gravamen de dos maravedíes por la concesión de licencia para la corta de cada pino carrasco o rodeno.
Al derecho igualitario que tenían todas las villas del antiguo suelo de Alarcón de difrutar de sus montes y pinares, pronto sobrevino un trato diferenciado entre las villas reducidas a la obediencia real. Si la comunidad de aprovechamientos regía para las villas de Villanueva y de El Peral, sometidas a ordenanzas comunes, no ocurría lo mismo con el acceso a los pinares de Villanueva por los vecinos de San Clemente. Los testigos declaraban que los vecinos de San Clemente nunca habían obtenido licencia para cortar madera en el pinar de Villanueva de la Jara, aunque se les suponía tal derecho por ser parte común del suelo de Alarcón. La rivalidad entre los vecinos de San Clemente y Villanueva dio un paso más, cuando los ganados sanclementinos que tenía libre acceso para abrigarse en el pinar de la Losa vieron negado, entrado el siglo, el pasto en dicho pinar.

Hay dos momentos en el cierre de términos, que ponen fin al aprovechamiento común de los montes por las villas. La acción del licenciado Molina en torno a 1480, amojonando y cerrando el término de las villas recién eximidas, fue el aldabonazo de salida. La indefinición en que quedó el libre aprovechamiento de los montes y pinares del suelo de Alarcón chocaba claramente con el deseo de acotar el disfrute de los mismos a sus vecinos. Surgen entonces los primeros espacios acotados por las villas, que exigen licencias de sus concejos para el disfrute de la madera y pastos y garantizan el acceso con guardas y caballeros de sierra. Es en este momento cuando surgen las llamadas redondas. El nombre es debido al acotamiento o adehesamiento de un espacio forestal o montuoso alrededor de la villa. La primera que dio el paso fue la villa de Alarcón nada más acabar las guerras del Marquesado. La villa de Alarcón tenía un pinar vedado, tanto para sus vecinos como para los de otras villas, llamado la Redonda. Este espacio se extendía en círculo alrededor de una legua en torno a la villa. El libre aprovechamiento de los pinares, salvo pinos donceles, se tornó en la necesidad de obtener licencia para la corta de madera.

Aunque los pinares de Alarcón eran extensos en torno a la ribera del Júcar, la explosión demográfica y el rompimiento de tierras desde comienzos de siglo en las villas eximidas de la villa madre y en las propias aldeas dependientes, llevó al concejo de Alarcón a cerrar una nueva redonda, esta vez en su aldea de El Picazo. Para la corta de pinos carrascos y rodenos se hacía preciso obtener licencia del concejo de Alarcón, desde 1530. Fue el segundo momento clave, durante el cual, siguiendo el ejemplo de Alarcón, el resto de las villas también vedaron sus pinares. Las limitaciones venían impuestas porque hasta el pinar de El Picazo acudían los vecinos de Villanueva de la Jara a proveerse de madera cada vez más asiduamente. Los testimonios citan los casos de dos vecinos de Villanueva, llamados Pedro Monteagudo y Escobar, pero no deberían ser los únicos en desplazarse hasta Alarcón para pedir el albalá de tala de madera. El pinar de la Losa comenzaba a menguar y se acudía a las reservas de madera de los pinares de Alarcón, que era obligada a poner nuevas limitaciones. Desde Alarcón se veía como, en la explotación de sus montes, a los motillanos se unían ahora los jareños

en los tienpos pasados abrá çinquenta años o más tienpo los veçinos de la villa de la Motylla e todos los veçinos de los pueblos que son poblados en el suelo de Alarcón podían cortar e cortavan en todos los términos de la dicha villa de Alarcón todos los pinos carrascos o rrodenos que querían guardando los donzeles y este testigo y este veçino cortó mucha madera en aquel tienpo para labrar una casa que tyene en la dicha villa de la Motylla la qual se hazía sin liçençia del conçejo de la dicha villa de Alarcón y sin yncurrir en pena por ello e ya los pinares están todos destrozados e rrotos e urtados e de diez o quinze años a esta parte este testigo a oydo dezir por cosa pública en la villa de la Motylla que el conçejo justiçia e rregimiento de la dicha villa de Alarcón an hecho un bedado e rredonda en los pinares de la dicha villa para que ningún veçino della ni de fuera della no puedan cortar ni corten ningún pino rrodeno ni carrasco si no fuere con liçençia y espreso consentymiento de la dicha villa e que quando los toman cortando en la dicha rredonda syn la dicha liçençia luego los prendan e penan syendo hallados y les executan las penas que en sus hordenanças tyenen pública e notoria e usadas e guardadas a muchos veçinos de la dicha villa de la Motylla y de la dicha Alarcón y que demás desto este testigo se acuerda oyr que desde que los pueblos que están poblados en el suelo de Alarcón heran sus aldeas e se reduzieron y tornaron a la corona rreal que a más de setenta años porque este testigo no se acuerda dello aunque es viejo que en aquel tiempo avía hecho una rredonda la dicha villa de Alarcón con sus pinares que es la rredonda vieja y que aquella syenpre la an guadado y vedado para que no la corten syn la dicha liçençia ni la puedan comer con los ganados los vezinos de los pueblos del suelo y que después hizieron la dicha rredonda nueva

Alarcón simplemente seguía el ejemplo de otras villas. El pinar de Villanueva de la Jara, llamado de la Losa, estaba al otro lado del río Júcar, en el camino de San Clemente a Villanueva, y era de uso común por sanclementinos y jareños, aunque Villanueva intentó cerrarlo desde el primer momento. Esto provocó el litigio con San Clemente, pues sus ganados pacían y se abrigaban en dicho pinar, lindante con su aldea de Sisante. Tierra abrigada para algunos, fría e inhabitable para otros; hacia 1540 se había quedado pequeño para los aprovechamientos de los propios vecinos de Villanueva. Aunque era el principal pinar en diez leguas a la redonda, el crecimiento poblacional lo había hecho insuficiente. El valor de dicho pinar se hacía patente en invierno. Con las nieves, el pinar se convertía en lugar de abrigo para los ganados de los sanclementinos, de los jareños y de los ganados de otros pueblos comarcanos (entre ellos, La Roda y El Peral), que pacían allí como parte integrante de los comunes del suelo de Alarcón. Pero hacia 1550 el pinar estaba sobreexplotado  y el resultado era que, en voz de los vecinos, presentaba un aspecto roto, angostado y muy gastado

El pinar de Vara de Rey era el llamado de Azaraque. Se situaba junto a la ribera del río Júcar, en lo que hoy es término de Sisante. En la actualidad, la extensión de los campos de cultivo ha provocado su desaparición, al igual que el pinar de Villanueva de la Jara. Hasta 1537, que Vara de Rey era aldea de San Clemente, lo había poseído esta última villa, acotándo y limitando su aprovechamiento en beneficio propio y colocando para su custodia a sus caballeros de sierra. La petición para vedar dicho pinar se nos conserva hoy en día y está dirigida a la emperatriz Isabel un 28 de noviembre de 1530. Pero con la emancipación jurisdiccional de Vara de Rey en 1537, convertida en villa, el pinar de Azaraque pasó a ser un propio de esta villa. Entablándose conflicto entre Vara de Rey y San Clemente, que hacia 1540 se había resuelto a favor de la antigua aldea, obteniendo ejecutoria favorable de la Chancillería de Granada. Por los testimonios sabemos que la relación entre San Clemente y su aldea hasta 1537 había sido muy tirante. Todos ellos coinciden en señalar la emancipación jurisdiccional de Vara de Rey con una expresión significativa: la aldea de Vala de Rey se libertó de San Clemente. La relación de San Clemente con su aldea de Vara de Rey había sido de señorío; sus montes y pinares habían sido objeto de beneficio y aprovechamiento de los vecinos de la primera. En 1546, todavía se escuchaba el eco de las quejas de los vararreyenses por la acción de los caballeros de sierra sanclementinos y por la obligación que tenían de hospedarlos en sus casas. El rencor que los vecinos de Vara de Rey tenían a San Clemente por no poder aprovechar los pinos de su propia tierra era manifiesto. Un testigo aseguraba haber sido condenado a un ducado de multa, o sea trescientos setenta y cinco maravedíes, por cortar un pino carrasco para atajar una chimenea de su casa. La multa era una muestra de que San Clemente tenía sus ordenanzas propias para la guarda de sus montes, apartadas de las del modelo de Alarcón por el que se regían el resto de las villas. Esta autonomía sanclementina la soportaban los vararreyenses, a los que se imponían penas por las cortas de pinos carrascos o rodenos que duplicaban prácticamente los doscientos maravedíes  marcadas por las ordenanzas de Alarcón.

El pinar de Azaraque había sido de libre aprovechamiento por todos los vecinos de la villa de Alarcón hasta que en 1530 San Clemente cerró su disfrute e impuso la condición de licencias para la corta de madera. Fue un acto arbitrario del concejo de San Clemente, aunque bien que se procuró obtener provisión real favorable, y muy mal visto por los pueblos comarcanos, para cuyos vecinos el dicho pinar había estado mucho tiempo usurpado. La razón de tal usurpación radicaba en la necesidad de pasto y abrigo que tenían las entre ochenta y cien mil cabezas de ganado que poseían los ganaderos sanclementinos, que comprendiendo la insuficiencia de espacio proporcionado por los pinares, mandaban sus ganados a herbajar de invernada a Alcaraz y Chinchilla.

Sisante
Pero cuando en 1539 Vara de Rey consigue hacerse con el pinar, la decisión de la Chancillería de Granada sería funesta para toda la comarca. El concejo de San Clemente, viendo que perdía en el alto tribunal el pinar, dio libertad para la tala de pinos. Hasta el lugar de Sisante, próximo al pinar, acudieron los caballeros de la sierra de San Clemente para leer el edicto del concejo sanclementino que daba libertad para cortar madera a cualquier persona a su voluntad. El resultado fue que durante tres o cuatro días los vecinos de San Clemente y de los pueblos próximos al pinar cortaron cuanto árbol encontraron a su paso. El pinar de Azaraque quedó completamente esquilmado y destruido. Los habitantes de la zona no olvidaron este hecho; por eso, cuando a mediados de los cuarenta se entabló pleito entre San Clemente y Villanueva de la Jara por el uso del pinar de ésta última, los temores de su desaparición renacieron de nuevo. Así veía un testigo la destrucción del pinar de Azaraque
el conçejo de la dicha villa de San Clemente dio liçençia e facultad a todos los vezinos de la dicha villa e sus aldeas e a los vezinos de todos los otros pueblos del suelo de Alarcón que el pinar de l'Azeraque que hasta entonçes lo tenían guardado e vedado ... para que todos pudiesen yr y cortar todos los pinos que quisiesen a su voluntad syn que en ello oviere pena ni premio e para carbones y leña y otros aprovechamientos y luego este testigo vio que vinyeron mucha gente de la dicha villa de San Clemente e sus comarcas e començaron a cortar y talar el dicho pinar que avía mucho tienpo que tenían vedado e guardado con grandes penas y dieron tanta prisa a cortar en él que en quatro días no dexaron en el dicho pinar pino enhiesto que no lo cortasen y los pinos malos los cortaron para carbón y desta causa lo talaron y destruyeron en tanto grado que quedó muy perdido y asolado que era lástima vellos ... a pocos días que talaron el dicho pinar vino por provisión rreal de su magestad en que mandaron dar el dicho pinar al concejo de Vala de Rey y quando se lo dieron ya estaba talado e cortado e destruydo
Tala de pinos en el Pinar de San Clemente en 2010
Foto: ASECMA. Las Pedroñeras
En favor de los vecinos de San Clemente  se puede decir que no fueron los únicos en participar de esta rapiña. Hasta el pinar de Azaraque llegaron con sus hachas vecinos de la propia Vara de Rey y su aldea Sisante, pero también de La Roda, Villanueva de la Jara o Minaya. Dos testigos reconocían haber cortado más de cincuenta pinos cada uno. Fue tal el furor talador que hasta el concejo de San Clemente se arrepintió de su decisión y volvió a vedar el pinar, poco antes de entregarlo a Vara de Rey. Pero para entonces el pinar ya estaba destruido. El salvajismo de la acción quedaría posado en la memoria de los hombres, de modo que este antecedente sería presentado por Villanueva de la Jara para defender el derecho a vedar su pinar frente a los sanclementinos un quinquenio después.

Con la pérdida de su aldea de Vara de Rey en 1537, y los derechos sobre el pinar de Azaraque cuatro años después, la villa de San Clemente quedó sin pinar alguno para la corta de leña o abrigo como majada de sus ganados. Su intento de sustituir el pinar  de Azaraque por el de Villanueva de la Jara como lugar de abrigo de sus ganados fracasó y el nuevo pleito iniciado sería perdido por San Clemente. Aparte de encinares, la villa de San Clemente no disponía de pinar alguno. Como tampoco disponía de robledales o sabinares. Para la guarda de estas dehesas de carrascas, San Clemente siempre se mostró tan exclusivo y celoso como lo había hecho con el pinar de Azaraque. Aunque en un principio, San Clemente obtuvo sentencia favorable de la Chancillería de Granada para pacer con sus ganados en el pinar de Villanueva, la realidad era que Villanueva continuó con el pleito en el tribunal granadino, entorpeciendo y negando el acceso a su pinar de los ganados sanclementinos. La pérdida del acceso a los pinares de Vara de Rey y de Villanueva de la Jara obligó a San Clemente a nuevos pleitos interminables con Cañavate y La Alberca para intentar acceder a los pastos de estas villas. Pero al final la solución a las necesidades de pasto y abrigo de los ganados sanclementinos fue integrarlos en las rutas de las trashumancia y plantar pinares propios en los caminos de Munera y Villarrobledo.

La desaparición del monte y de los pinares en el suelo de Alarcón tuvo su hecho incidental en la actitud vengativa de San Clemente con su aldea de Vara de Rey, pero las causas profundas radicaban en el espectacular desarrollo agrario y roturador que habían vivido los pueblos del suelo de Alarcón desde comienzos del siglo XVI. En las probanzas de testigos que estudiamos, que aunque no fechadas, deben estar cerca del año 1546, todos los testimonios coinciden en lo mismo: el gran incremento demográfico de la zona en los últimos cuarenta y cinco años. Paralelo al aumento de hombres fue el de ganados, de tal modo que los comarcanos reconocían, a mediados de los cuarenta, que nunca habían visto los pinares tan gastados y arredondeados. A mediados de los cuarenta, un vecino reconocía que a día de oy hay más gente que nunca ovo en ningún tiempo. La expresión venía a confirmar la imagen de que el crecimiento demográfico había sido continuo e imparable desde comienzos de siglo. Aunque hemos de tomar con reservas los testimonios de personas ancianas que remitían sus declaraciones a los recuerdos de sus cuarenta o cincuenta años atrás, también hemos de considerar que estos mismos testimonios no tenían dificultad en apoyarse cuando era necesario en la tradición oral de sus ancestros. Así, a pesar de que se ha considerado a los Reyes Católicos como los grandes benefactores de las villas de realengo reducidas a su obediencia, el despegue o take off de la zona se produjo a su muerte, en el reinado de Juana la Loca, salvando los pueblos con relativa facilidad la crisis de comienzos del quinientos. La desaparición del monte en favor de las tierras de labor fue brutal; de modo, que con razón dirá un testigo que todo está rrompido e destroçado. Otro vecino nos dirá que él alcançó a ver pinares espesos y al presente está hecho tierra calma rrasa

Los testigos hablaban con datos concretos. Así uno de ellos reconocía que si el incremento poblacional de las villas había sido grande, no menor había sido el de sus aldeas; para el caso de Quintanar del Marquesado se reconocía una población de trescientos vecinos hacia 1546, cuando treinta años antes no llegaban los vecinos a setenta o setenta y cinco, tal como recordaba el mencionado testigo haber visto en los padrones. No es de extrañar que los pinares se cortaran para satisfacer la demanda de nuevas casas; son innumerables los testimonios de vecinos ancianos que habían construido en su mocedad o madurez sus casas de morada. Los pinares asimismo quedaron pequeños como abrigo y majadas para los ganados, que tuvieron que buscar, por su integración en la trashumancia y las rutas mesteñas, el pasto que no encontraban en los montes comunales del suelo de Alarcón.

A comienzos del quinientos entre Alarcón, Villanueva de la Jara y San Clemente había cierto equilibrio. Ese equilibrio era sobre todo demográfico. Las tres villas disponían de doscientos vecinos cada una, aunque en el caso de Villanueva, sus aldeas de Madrigueras, Tarazona, Gil García y Quintanar la población se incrementaba notablemente. Los desequilibrios pronto se hicieron palpables. Alarcón, tierra de pinares, que se extendía por diez o doce leguas de largura en torno a la ribera del Júcar (lo que le quedaba de su antiguo término que antaño iba desde la tierra de Cuenca a la de Alcaraz, antes de que las villas del Marquesado se redujeran  a la obediencia de la Corona) se estancó en población, en favor de sus aldeas, que sí contaban con un espacio roturable para el desarrollo agrario. Villanueva de la Jara y San Clemente redujeron el monte a campos de pan y viñedos, permitiendo un imparable crecimiento demográfico en la primera mitad de siglo. La brutal modificación del espacio agrario la habían visto los vecinos que poblaban los pueblos a mediados del siglo
este testigo alcançó a conosçer en los dichos términos hartos pinares e montes e al presente toda está arraseado e desmontado...e oyó dezir  a Garçi escrivano su padre vezino que fue de la villa de Villanueva de la Xara que abrá veynte años o más que murió e al tiempo que murió sería ombre de hedad de setenta y çinco años, ... que avía en el dicho término de Alarcón muy poca gente e ganado e avía muy grandes montes e pinares 
La desaparición de los montes vino acompañado de la extensión de los cultivos, sobre todo, tierras de pan llevar. El desmonte adquirió una veste salvaje y radical. La razón no fue otra que el vacío legal existente. La villa de Alarcón poseía un fuero que apenas si regulaba la explotación de los árboles, salvo en la explotación de sus frutos, piñas y bellotas y favorecía la roturación de tierras con una fórmula favorable a aquellos que rompían la tierra y que se aproximaba bastante a la aprisio medieval:  el vecino que rompe en el suelo de Alarcón a reja y yunta y pala de azadón, lo que rompe lo haze suyo en posesión y propiedad. Las condiciones para adquirir la propiedad de la tierra ya las hemos visto para el caso del rompimiento del espacio forestal de Barchín del Hoyo y de la aldea motillana de Gabaldón. La roturación de tierras, su labranza en el primer año y sembradura antes de pasados dos años conllevaba la titularidad de la propiedad de la tierra. Tenemos el testimonio de un vecino que corrobora nuestras afirmaciones, generalizando a todas las villas del suelo de Alarcón el caso ya estudiado de Barchín y Motilla del Palancar. La primera limitación que se puso para la corta de árboles, de hecho, venía marcada por la improvisación. No se podían cortar encinas superiores al tamaño del muslo de la pierna de un hombre
al tiempo que este testigo començó a conosçer e tener conosçimiento del término e campo de la dicha villa de Alarcón e su suelo que abrá dichos çinquenta años (es decir, desde poco antes de 1500) poco más o menos tiempo vio este testigo que avía muy grandes pinares y carrascales y hera menester que los cortasen y talasen para que los ganados los pudiesen atrabesar y para tener tierras en qué sembrar porque en aquel tiempo no avía tanta gente como al presente ay y lo susodicho se hazía e usava e cada vezino de los dichos pueblos podía cortar por donde quisiese ecebto que avía de guardar la enzina e carrasca que hera de gorda de un marco que para ello tenían e sería como el muslo de un ombre y aquel tal pie avían de dexar y lo demás lo podían rromper y rrompían y desta causa arrasaron y talaron toda la tierra e la panificaron e no quedaron más de aquellos pies que dexaban conforme al marco e después a visto que ni dexaron aquellos pies ni otros nyngunos porque todo an talado y destroçado y no ay monte ni enzinar ni pinar si no es lo que an vedado y aún aquello lo hurtan y talan y destruyen a escondidas aunque los penan y prendan
A diferencia de las ordenanzas de años después que prohibían la corta de pinos donceles y cualesquier pinos carrascos o rodenos y encinas para favorecer la regeneración del monte, la solución aportada en un principio iba en sentido contrario. Parece que la limitación a la roturación del espacio forestal venía limitada por la fijación de un marco de hierro. Los troncos que estaban por debajo de esta medida se podían cortar. Aunque como hemos visto, una vez cotados los árboles jóvenes, los viejos tampoco se respetaron. La pena por cortar árboles de mayor grosor del marco era de seiscientos maravedíes y la medida vino impuesta no tanto por el afán roturador como por la necesidad de abrir espacios libres para los ganados en el enmarañado bosque. La aparición de estos calveros fue la invitación para espacios más amplios destinados a la sembradura. Un testigo declaraba como se cortaban por los vecinos de Villanueva de la Jara de una mata sola de monte ocho carretadas de madera al día, que eran llevadas a vender hasta la localidad de Iniesta a precio de sesenta maravedíes cada carretada. El proceso roturador fue tan salvaje, que para mediados de siglo las villas del suelo de Alarcón ya acudían a la tierra de Cuenca a comprar la madera que les faltaba en su tierra. Aunque en otras ocasiones eran los carreteros, procedentes de la tierra de Cuenca, los que acudían a la feria de San Clemente a vender la madera. Alarcón se vio obligada a ganar provisión real para cerrar espacios dedicados a la crianza de pinos donceles, que no se podían cortar hasta alcanzar los diez años de antigüedad. Fue un intento que, aunque en parte malogrado, evitó la extinción de todos los pinares. Para los conservacionistas de la época, valga la digresión, fue su primera conquista, en sus propias palabras, consiguieron señalar espaçios deçentes.

Paralelo al fenómeno de roturación de tierras fue el incremento demográfico. Las cifras que ya conocemos para San Clemente (alrededor de ciento ochenta vecinos hacia 1495, según el regidor de Alarcón García Llorca) vienen corroboradas por múltiples testimonios. San Clemente contaba a comienzos de siglo con alrededor de doscientos vecinos. Cuarenta años después la cifra de vecinos ha aumentado a alrededor de mil, aunque algún testimonio la aproxima a los mil quinientos vecinos. No obstante, los testimonios más creíbles son aquellos que señalan una población de mil doscientos vecinos el año de 1546. Villanueva de la Jara, excluidas sus aldeas, contaba entre doscientos y doscientos cincuenta vecinos en 1500, que amplió hasta setecientos u ochocientos vecinos cuarenta años después. Alarcón, que tenía una población de doscientos vecinos también tuvo un crecimiento demográfico menor, aunque sus aldeas sí lo hicieron.

Hoy el espacio agrario domina el paisaje del antiguo suelo de Alarcón. Villanueva y Vara de Rey han perdido sus pinares y, sin embargo, la repoblación posterior de San Clemente en los pinares Viejo y Nuevo pervive, como continúan los viejos pinares de la villa de Alarcón allí donde la naturaleza agreste impidió la roturación de tierras.


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 5355, PIEZA 8. Proceso entre el Peral y Villanueva de la Jara por términos. Siglo XVI