El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 8 de abril de 2017

Cuando los tejedores, tintoreros, tundidores y perailes de San Clemente huyeron a Santa María del Campo

Tejedores siglo XVI
Por la pragmática de 19 de junio de 1511 se regulaba en su capítulo cien el acceso a los cuatro principales oficios del obraje de las lanas, a saber: tundidores, perailes, tintoreros y tejedores. Se exigía para el acceso a dicho oficio un examen ante dos veedores y dos acompañados*. Castigándose a aquellos que ejercían el oficio sin examen a penas de dos mil maravedíes. Dicha pragmática se completó con otra de 1528, que en su capítulo quince incluía que, aunque examinados, no se pudieran usar los mencionados oficios si no se depositaba fianza de diez mil maravedíes. La habilitación para cualquiera de los cuatros oficios del obraje de lanas se obtenía por un examen ante autoridad judicial del marquesado o, en su defecto, los alcaldes ordinarios de la villa de San Clemente. Así lo expresaba Pedro de Molina, que actuaba como representante del resto de oficiales
que es ansy que en la dicha villa cada e quando que alguna persona quiere o a querido ser hesaminado para qualquiera de los dichos ofiçios de tienpo ynmemorial a esta parte continuamente a avydo en el dicho hesamen tal horden e costunbre que la tal persona que hesaminarse quyere paresçe ante el governador, alcalde mayor o alcalde hordinario de la dicha villa y pide ser hesaminado en el ofiçio que quiere vsar y el juez manda a dos veedores o ofiçiales del tal ofiçio que lo hesaminen con juramento que dellos resçibe y desta manera hallándolo ábil e aviéndolo hesaminado los dichos dos hesaminadores lo dan por ábil para el dicho ofiçio ante el dicho juez el qual le da liçençia para que lo vse como bien e legítymamente hesaminado y dar carta de hesamen en forma debaxo de lo qual el tal hesaminado vsa sus ofiçios libremente
Juan Martínez Bravo recordaba haber sido examinado en tiempos del gobernador Francisco Zapata por los dos tundidores más viejos del pueblo. No obstante, el alcalde mayor licenciado Molina, que acababa de examinar hacía poco a un tal Francisco de Ávila como tejedor, no opinaba igual, pues exigía que además de los veedores, estuvieran presentes en el examen dos acompañados. La introducción en el examen de la figura del acompañado, además de los veedores, constituía una limitación en el acceso a los oficios desde el momento que dichos acompañados, miembros ya de los oficios presentaban a los nuevos candidatos. Así el origen del conflicto desencadenado entre el licenciado Molina y los tejedores no era tanto el interés pecuniario del alcalde mayor por quedarse con la tercera parte de los 52 a 55 reales que de pena impuso a cada tejedor, sino los conflictos internos en el mismo seno de los cuatro oficios de la lana, en un momento claro de expansión, por definir el acceso a los mismos. De la gravedad del conflicto da fe que a mediados de febrero de 1564 la cárcel estaba llena de pelaires, tundidores, tintoreros y tejedores o que un tundidor llamado Manes por el simple hecho de pedir testimonio de la pena impuesta fue llevado de nuevo a prisión. Entre los menestrales detenidos estaban un tal Moya, tejedor, los tejedores y perailes Francisco Dávila, Pedro Dávila, Pedro de Molina, Miguel Montesinos, Juan Copado, Sebastián Manes, un tal Meléndez, los tundidores Juan Martínez Bravo y Sandoval hijo, el peraile Francisco Rosillo y el tintorero Francisco Jiménez. Los pobres hombres estaban hacinados en la cárcel que hoy da a la Plaza de la Iglesia; cada día que pasaba de los ocho que estuvieron presos era un día perdido, por eso no es de extrañar que algunos, como el citado tundidor Francisco Martínez Bravo, se llevaran su tablero y tijeras para seguir trabajando a la cárcel, convertida en taller improvisado. La solidaridad de clase entre los oficiales de la lana se extendió rápidamente. Los trabajadores libres llevaban a los encarcelados la comida, pero también las herramientas de trabajo para continuar con su labor. El conflicto se extendió por toda la comarca, provocando cierta agitación social en los pueblos. Miguel Gómez Paniagua recordaba cómo estando en Villarrobledo veía haçer corrillos de gentes, admirándose de cosas que el dicho alcalde mayor haçía e pretendía.

Las actuaciones del alcalde mayor provocaron el temor generalizado entre los trabajadores de la lana de todas las villas de la comarca, que huían de sus casas y oficios ante el rumor de su próxima venida. Los tejedores sanclementinos habían huido a Santa María del Campo, tierra de los Castillo Portocarrero, lejos de la justicia de San Clemente. Del temor que inspiraba el alcalde mayor daba fe un testigo
estavan los dichos ofiçiales tan escandalizados que les acontezía dezir el alcalde mayor viene aquí esta noche y de miedo cojeron el hato que tenía e anochezer e no amanesçer porque no los penase y molestase 

Desde allí iniciarán su defensa, no ante la Chancillería de Granada, donde los pleitos tenían tal coste que no se lo podían permitir, sino apelando las decisiones de la justicia del Marquesado ante el Consejo Real. En un primer momento obtuvieron provisión favorable del Consejo para ser soltados de prisión y que la justicia del Marquesado enviará relación verdadera en el plazo de ochos días de las razones por las que había encarcelado a los menestrales. El licenciado Molina recibiría la notificación de la provisión en Tarazona el dos de marzo, pero se ratificó en sus sentencias, dadas a su parecer en cumplimiento de la pragmática de 1511. Los trabajadores de la lana se vieron obligados a obtener nueva sobrecarta de veinticuatro de marzo. Esta vez, el alcalde mayor justificó sus sentencias con la obligación de dar fianzas que fijaba la pragmática de 1528. Previamente, para su mejor defensa, los oficiales de la lana han huido a tierras de señorío en Santa María del Campo, huyendo de una nueva orden de encarcelamiento dada por el alcalde mayor el ocho de marzo,desde allí encargan una información de testigos ante el alcalde ordinario de Santa María del Campo, Pedro Martínez Rubio. Entre los testigos, mayoría de los oficiales huidos de la villa de San Clemente**. Contra lo que pudiera parecer, y según se deduce del testimonio del peraile Juan Martínez, de edad de treinta y dos años, y que había obtenido el título a los diecisiete años (edad mínima para obtenerlo), el acceso a los cuatro oficios de la lana estaba controlado por los miembros del ayuntamiento. Para el caso de los perailes, existía un único veedor nombrado por el concejo, que asistía a los exámenes de los nuevos oficiales, junto a un acompañado, figura ésta que solía recaer en aquél al que el concejo tuviera a bien de forma arbitraria. Superado el examen los oficiales recibían una carta, firmada por el gobernador o alcalde mayor, que les declaraba hábiles para el oficio. El Consejo Real fallaría el quince de noviembre a favor de los trabajadores de la lana***, ordenando su libertad y devolución de penas impuestas y bienes embargados. Antes los oficiales sanclementinos han tenido que hacer frente a una nueva prisión en la villa de Santa María del Campo, a requerimiento de la justicia de San Clemente y a la paralización de la información de testigos en el oficio del escribano Pedro Gallego. El triunfo de los perailes, tundidores, tintoreros y tejedores de la villa de San Clemente era en palabras de su procurador Luis de Oribe el triunfo del uso y la costumbre frente a las ordenanzas, aunque se intentaba justificar que el papel a asumir por los oficiales acompañados en el examen se subrogaba en la justicia del Marquesado o, en su defecto, en los alcaldes ordinarios de San Clemente.

Jost Amman, sastre
El desarrollo del sector textil en la villa de San Clemente, y en la comarca, donde destacan los paños de Motilla, tenía un origen reciente. Según los testigos se remontaba a veinticinco años atrás. A diferencia de las viejas ciudades castellanas el arte de la lana apenas si estaba reglamentado en las villas del sur de Cuenca y su auge estaba en relación con la multiplicación de la población, cuya demanda eran incapaces de satisfacer los viejos telares castellanos. Del carácter poco organizado y desarrollado de la actividad es muestra que la producción tenía un carácter individual y que los trabajadores trasladaban su actividad a cualquier lugar, bien  a la propia cárcel o bien a tierras de señorío, cuando huían de la acción judicial del licenciado Molina. Así lo hicieron los trabajadores de la lana de San Clemente para el período que fue desde marzo a noviembre de 1564, huidos en Santa María del Campo. En un informe del gobernador del Marquesado de Villena de 1553, se hace hincapié en el carácter doméstico del oficio de tintoreros, aunque ya se habla de una proyección comarcal de la actividad:
que en la dicha villa de san clemente tienen por costunbre de muchos días a esta parte de aver tintoreros públicos en ella como los ay los quales tienen por costunbre y ofiçio de teñir paños sobre blanco sin les dar los troques e tintas que se deven dar conforme a las leyes destos rreynos concurriendo los vezinos de la comarca a los dichos tintoreros a teñir sus paños e rropas 
El gobernador reconocía que los tintoreros ejercían su oficio en sus casas particulares; la limitación de su oficio en que la única fabricación de paños en la villa era para aprovechamiento de las casas particulares y era de lana grosera, pero al mismo tiempo reconocía que aquellos paños que no fueran para el aprovechamiento de las casas particulares se sometieran al tinte según marcaban las leyes del Reino.

Don Diego Torrente transcribió las ordenanzas de sastres de 1563, existentes en el archivo de Simancas****. Es esclarecedor el testimonio de Gregorio del Castillo, el mozo, hijo de un mercader del mismo nombre asentado en San Clemente en los años veinte y que alcanzó cierta proyección social en la villa, llegando a ser regidor de su ayuntamiento. Señalaba el potencial demográfico de una villa de mil quinientos vecinos, el mucho gasto de paños y sedas y el creciente número de personas que se dedicaban a la fabricación de tejidos: sastres, jubeteros y calceteros, que, siendo advenedizos en sus oficios, no siempre lo ejercían con la suficiente profesionalidad. Una muestra más del rápido desarrollo de todos los oficios en torno al obraje de la lana para satisfacer las demandas locales y su necesidad de la regulación de los mismos. Aunque la regulación del acceso a estos oficios en la villa de San Clemente ya contaba con un cuarto de siglo de existencia, a medio camino entre aquellos que obtenían el título de manos de aquellos oficiales en cuya casa trabajaban como aprendices y las pretensiones ordenancistas del licenciado Molina. En San Clemente uno se convertía en maestro peraile, tundidor, tintorero, tejedor o sastre después de un examen ante dos oficiales expertos en el ramo y en presencia de la justicia, que emitía la carta que habilitaba para el ejercicio del oficio.



*Otrosi mandamos que las personas que huuieren de hazer el obraje de los paños en las Ciudades, Villas y Lugares destos nuestros Reynos, e señoríos, sean desaminados cada uno en su oficio, excepto los que aora están examinados, e que el dicho examen hagan los Veedores que para ello fueren depurados en los dichos oficios con otros dos oficiales acompañados del tal oficio, sobre juramento que hagan todos, que bien e verdaderamente harán el dicho examen, y a los que hallaren áuiles para los dichos oficios, los ayan por examinados e le den carta de examen... e que sin la dicha carta de el dicho examen y sin tener estas nuestras ordenanzas, ninguno pueda tener casa, ni tienda por sí de los dichos quatro oficios e porque mejor se hagan los dichos oficios y más limpiamente, mandamos, que ninguna persona no pueda tener en su casa , ni fuera della más de un oficio de los quatro oficios, que son texedores, y perailes, y tintoreros, y tundidores (Ordenanzas que los muy Ilustres y muy Magníficos señores de Granada mandaron guardar para la buena gobernación de su República. Impresas año de 1552)


**Testigos presentados por los oficiales de la lana, todos ellos compañeros huidos en Santa María del Campo:
Juan Martínez, 32 años, peraile, huido de San Clemente
Juan Martínez Bravo, 30 años, tundidor, huido de San Clemente
Miguel Gómez Paniagua, 42 años, vecino de San Clemente. Ayudó a los encarcelados llevándole víveres a la cárcel.
Esteban Hernández, peraile, 28 años, vecino de San Clemente

***Habían acudido ante el Consejo Real, los siguientes oficiales de la lana: Pedro Molina, Francisco López, Ginés García, Pedro Sainz, Luis García, Julián Martínez, Francisco de Moya, Dámaso Martínez, Diego de Celada y Alonso de Molina.

**** TORRENTE PÉREZ, Diego. Documentos para la Historia de San Clemente. 1975. pp. 339-342

Nota: 

  • Perailes: cardador de paños
  • Tundidor: Cortaban e igualaban con tijeras el pelo sobrante de los paños


AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA.  Leg. 351, 14. Los tejedores, tundidores, perailes y tintoreros de San Clemente sobre el ejercicio de sus oficios con el licenciado Molina, alcalde mayor del Marquesado. 1563

domingo, 2 de abril de 2017

Las tiendas de San Clemente hacia 1570: la ruptura de la moral y sociedad tradicionales

Grabado de Jost Amman. Siglo XVI
La Plaza Mayor de la villa de San Clemente presentaba hacia 1570 cierto aire desangelado. A pesar del trasiego de viajeros de paso que se alojaban en los mesones existentes en dicha plaza, los bajos de los edificios habían perdido la frescura de hacía algo más de un quinquenio. Las tiendas habían desaparecido. Sus habitáculos a pie de calle estaban abandonados o eran lugares ocupados por el triste oficio de los escribanos.

1570 fue un mal año, quizás de los más amargos de la historia de España. La rebelión morisca de las Alpujarras no pasó de largo por el Marquesado de Villena. El gobernador Francisco Zapata Osorio trataba de reclutar soldados para la guerra. Albacete colaboraba, al menos hasta que sus jóvenes, despavoridos, se enfrentaban a la crueldad de la guerra; San Clemente se excusaba y sus mozos debían ser reclutados a la fuerza por los yermos, donde se escondían tras abandonar sus negocios y trabajos. El imponente edificio del ayuntamiento de la villa no ha muchos años que había sido reformado por Domingo Zalbide, que algunos nos quieren hacer pasar por su autor. Sus arcos, reforzados; construida una nueva sala de reunión de los regidores, Pero la plaza a la que miraba había perdido el ambiente bullicioso de la primera mitad de siglo. El ayuntamiento de la villa reconocía el 20 de marzo que cesaban las contrataciones y los comercios y que el pueblo se despoblaba, huyendo sus vecinos de la guerra y refugiándose en los pueblos de señorío. La guerra era la principal causa del desánimo, pero a la sociedad sanclementina parecía faltarle impulso.

Durante los años de la reforma del ayuntamiento, las reuniones se habían trasladado a la ermita de  Nuestra Señora de Septiembre. La cofradía de cristianos viejos que se reunían allí tenía solera, pero en la opinión de la época no dejaba de ser una calle escondida y oculta. Los Herreros podían tener su casa a unos pasos, en la actual plaza de la Iglesia, pero pesaba más la proximidad de la cárcel y que a sus espaldas se extendía el arrabal de la villa, en el cuartel de Roma. No muy lejos de allí debía estar la calle de la Amargura. Las miradas hacia esta calle y la familia Origüela, que en ella habitaba, eran de desprecio.

Quizás porque las obras del ayuntamiento y de la Iglesia presentaban un escenario un tanto revuelto, quizás porque la actividad se había trasladado con el ayuntamiento cerca de la ermita de Nuestra Señora de Septiembre o simplemente porque las carnicerías, que reclamaban ya un nuevo edificio, eran un foco de atracción. un mercader llamado Antonio López de Garcilópez hacia 1565 decidió mudar su actividad junto a la ermita, con el tiempo Colegio de los jesuitas, abandonando la plaza. No fue el único, otros siguieron su ejemplo.

A principios de 1570, el gobernador del Marquesado de Villena, Francisco Zapata Osorio, parecía haber fijado su residencia en San Clemente, después de que su antecesor el licenciado Maldonado Salazar intentara el año anterior desde Albacete el reclutamiento de hombres para la guerra. Desde septiembre de 1569, en una sangría continua para los pueblos, la labor reclutadora corresponde al licenciado Molina Mosquera, comisario de guerra enviado desde la Corte. De la Corte se enviarán alguaciles para perseguir a los sanclementinos huidos. Las penalidades de la población no parecen afectar a la minoría que rige el ayuntamiento. Los regidores, de la mano del gobernador, proponen devolver la vida a la villa en sus principales espacios públicos, pero esta minoría resentida denunciará a aquéllos, que como no podía ser menos en tiempo de crisis, hacen negocio a escondidas y a costa de la necesidad ajena. Cinco años después, Rodrigo Méndez, administrador de rentas reales, alertará de esta riqueza oculta en las villas del Marquesado.

Los regidores de 1570, son aquellos jóvenes acusados en los sucesos de 1553 de agredir al alcalde Hernando Montoya; junto, a ellos los hermanos Pacheco. Sus enemigos los Origüela, están marginados del poder. Aunque la rama de los Tébar conserva su presencia en el poder municipal con la figura de Llanos de Tébar; alguno de ellos ha salido en busca de fortuna a las Indias, como Diego de Tébar; otros, como su hermano Cristóbal, finalizan sus estudios y  preparan su acceso al curato de la parroquia de Santiago Apóstol. Sin embargo su posición en el poder municipal es de marginalidad.

El 18 de marzo de 1570 el gobernador y los regidores sanclementinos se reúnen en la sala de su ayuntamiento. Junto al gobernador Francisco Zapata Osorio, están los regidores Antón de Avalos, Francisco Rosillo, Diego de Oviedo y Diego de Alfaro, son aquellos jóvenes, ya en edad madura, a los que los Origüela, llegados desde el Arrabal, intentaron linchar en 1553. También ocupan regidurías los hermanos Alonso y Francisco Pacheco, un Julián Sedeño, del que desconocemos todo, y dos regidores más, Llanos de Tébar y Diego de Montoya. Los Ortega, comienzan asomar cabeza en el poder municipal: Francisco de Ortega, detenta el cargo de fiel ejecutor. Toma la palabra Diego de Oviedo. Recuerda una pragmática del Rey que manda que no anden por las calles buhoneros ni se establezcan tiendas de mercería por las calles apartadas, pero ante todo recuerda al gobernador la degradación del espacio urbano de San Clemente y llegando más allá denuncia la falta de decoro. A esas tiendas acuden mujeres simples que compran las mercancías por el doble de su valor y doncellas víctimas de los galanteos. Devolver las tiendas a la plaza ennoblecería la villa. Todos los regidores dieron su voto favorable a Diego de Oviedo. Solo Llanos de Tébar se opone, la pragmática citada no contradice que los mercaderes puedan establecer sus tiendas en sus propias casas y habla sin tapujos de la libertad de los mercaderes para poner tienda en cualquier lugar. Seguramente que Llanos de Tébar es parte interesada y perjudicada en el asunto. Pero el resto de regidores no lo eran menos; ya en 1547 se había denunciado que los regidores perpetuos de la villa explotaban las tiendas públicas de la plaza en beneficio propio. Por fin, el uno de agosto se dicta auto para trasladar las tiendas de las casas particulares a la plaza del ayuntamiento y a la calle de la Feria; se da a los mercaderes de plazo hasta San Juan de 1571.

La medida parece que tiene múltiples destinatarios. No en vano, en un padrón de quince años después, ocho vecinos aparecen como tenderos; aunque los artesanos que, como plateros, cereros,
armeros u otros múltiples oficios, tienen sus tiendas abiertas a las calles son decenas. No nos olvidamos de aquellos que arrendando las tiendas públicas, abastecen de productos básicos como el pan y la carne al pueblo. Pero llegado el dos de agosto solo dos mercaderes son apercibidos para mudar sus tiendas. El primero es Antonio López de Garcilópez; el segundo Juan López de Perona, que bifurcando su negocio tiene sendas tiendas en la plaza y en sus casas particulares. Las protestas vienen del primero, que cuenta con una tienda, instalada en su propia casa, sita en la calle de Nuestra Señora de Septiembre (la actual Rafael López de Haro), junto a la cárcel de la villa. Vende especias y lienzos y telas, aunque el ayuntamiento le acusa de buhonero y poseer tienda de mercería. Antonio López de Garcilópez se niega a trasladar su tienda a la Plaza Mayor o a la calle Feria, arriesgándose a una multa de veinte mil maravedíes.

El problema se había originado cuatro años antes. A decir, de Pedro Hernández de Avilés, las tiendas de mercería y pescadería habían estado, desde tiempo inmemorial, en la plaza
para que públicamente vendiesen las mercadurías porque se biesen y entendiesen los presçios e medidas e pesos que se dan las tales mercaduryas porque en hellas no se pudiese hazer daño ... hasta en tanto que habrá quatro años que se levantaron otros mercaderes e pusieron tiendas en sus casas y en calles yncubiertas y lugares ocultos
La sociedad tradicional se deshacía. Una economía reglamentada en sus pesos y medidas, tasados sus precios máximos y con un estricto control por el ayuntamiento a través del fiel ejecutor (oficio en manos de Francisco Ortega),  ahora se abría a una economía que anunciaba el libre mercado. El paso se había dado por la ruptura de unos cuantos mercaderes, que por su cuenta y riesgo habían decidido abrir nuevas tiendas. Actitud arriesgada de unos pocos hombres, pero que respondía a una sociedad con nuevas necesidades. Antonio López de Garcilópez no es un simple mercero, su negocio se ha ampliado a los productos de lujo. En su tienda vende especias, paños y lienzos; son productos que transcienden los circuitos comerciales regionales y que abren la villa de San Clemente al comercio internacional de productos de lujo. La apertura de la villa manchega a la economía-mundo rompe las viejas reglas e introduce la libertad de precios. También llega la especulación de la mano de lo que se denuncia como precios excesivos y la falta de control municipal de pesos y medidas. Pero más importante es la disolución de las formas tradicionales de vida y el establecimiento de una moral fundada en normas de conducta más relajadas. Los nuevos lugares de venta se convierten en puntos de encuentro de doncellas y mozos; con los encuentros informales vienen las murmuraciones; una parte de la sociedad sanclementina reclama nuevas normas que se censuren las nuevas costumbres: se exige que las mozas no salgan solas a los recados y las compras y que lo hagan con la cabeza cubierta.

La sociedad tradicional cede ante la nueva villa que deviene, rivalizando con Albacete, en capital del Marquesado de Villena. San Clemente se convierte en la pequeña corte manchega. Pero antes que las casas blasonadas aparecen los mercaderes y hombres de negocios. Con la capitalidad, no reconocida oficialmente, surge una capa social de oficios públicos: alguaciles, escribanos, recaudadores, procuradores o abogados. Los mesones, de antaño situados en la plaza, se llenan de forasteros y tratantes que cierran sus negocios, extendidos por toda la comarca, en el mercado que con periodicidad semanal se celebra los jueves. Complementariamente tres ventas en las afueras del pueblo alojan a arrieros y gente de paso, no siempre con buena reputación. Surgen y se estabilizan nuevos oficios, además de los ligados a la actividad pública, al calor de las nuevas necesidades de una población más compleja: maestros de gramática, cirujanos, barberos o médicos. También los clérigos regulares o seculares se multiplican, como se hace más compleja la organización del Santo Oficio con su notario, comisarios y siete familiaturas.

Aunque el surgimiento de nuevas tiendas responde a las dos necesidades básicas de la sociedad: la alimentación y el vestido. Ambas dan su razón de ser a las nuevas tiendas. También al desarrollo de oficios como espaderos, odreros, cerrajeros, caldereros, sombrereros o zapateros. Albacete destacará como una villa de alpargateros, cuya producción se destina a una sociedad agraria. San Clemente tiene una producción de calzado de mayor calidad, aunque, es cierto, mucho más limitada. Hasta veinte zapateros tendrán vecindad en la villa.

El San Clemente de 1570 tiene mil quinientos vecinos, cerca de seis mil habitantes. Muchos para la época, aunque la cifra nos sorprende más si damos veracidad a esas cifras que hacen elevar la población a dos mil vecinos e incluso superar con creces ese número. Números creíbles si pensamos en la numerosa población flotante que acude por negocios a la villa o, al final del verano, a las labores de vendimia. Este peso demográfico de la villa ha permitido el surgimiento de una colonia de trabajadores en torno a la fabricación de paños y vestidos. A pesar de que su producción debe ser local, sastres o tintoreros tienen una marcada conciencia gremial. Otros oficios como pelaires, cardadores, tundidores o algún batanero desarrollan alrededor de ellos su actividad. El negocio de la lana, complementario del abasto de carne, no pasará desapercibido a familias principales del pueblo. Como dueños de rebaños de dos mil a cuatro mil cabezas aparecen en el futuro nombres de regidores como los García Monteagudo, Alfaro, Perona o de la Osa.

El rápido desarrollo de las actividades económicas llevó pareja la necesidad de una regulación de estas actividades, a través de ordenanzas, o simplemente autos de gobierno, que, como en el caso de las tiendas, se dictaban por el gobernador, después de acuerdos municipales, intentando volver a marcos regulatorios antiguos. Sin embargo, las nuevas realidades adquirían carta de naturaleza legal, después de contenciosos que se sustanciaban en el Consejo Real. Tal es el caso de las tiendas aquí estudiado. Antonio López de Garcilópez recurrió el auto del gobernador Zapata Osorio, negándose a llevar su tienda a la plaza. En un principio, el gobernador intento resolver la cuestión delegándola en el regidor Bautista García Monteagudo, que recordó en la información de testigos que llevó a cabo*, cuál era la tradición y lo más provechoso para el bien común e interés de la república. Pero los intereses particulares eran demasiado sustanciosos como para plegarse al bien común. Antón López de Garcilópez presentó sus quejas ante el gobernador un veintitrés de junio de 1571
se hazía agrabio por hecharle de su casa y thener tantos hijos y auer estrecheça en la plaça y ser costosas las tiendas que no tenía hazienda para dos años por la pagar
el gobernador recibió las respuesta sin conmoverse demasiado por las cargas familiares del mercader, pero pareció bastante molesto por la declaración de auer estrecheça en la plaça. Su sobrino había contribuido a la reforma del ayuntamiento, como nos delata hoy la inscripción que aparece entre sus arcos, y el embellecimiento y ornato de la villa era uno de los principales fines de su gobierno. Por eso, en gesto inusual y poco protocolario, agarró a Antonio López de Garcilópez para mostrarle la amplia plaza, de cuya construcción la villa se sentía orgullosa:
y entonçes su merçed le llevó alrrededor de la yglesia e le preguntó a este declarante qué es lo que está dado por plaça y andubo con su merçed alrrededor y le señaló su merçed y dixo todo alrrededor de la plaça puede aver tiendas 
 Era en esa plaza, para mayor ornato de la república, donde debía instalar su tienda. Así lo ordenaba de forma inapelable el gobernador. Antonio López no se amedrentó, manifestó no sentirse agraviado por una orden que afectaba a todos los tenderos. El pleito quedó archivado en el Consejo Real, que dio por buena la relación enviada por el gobernador, ratificando lo que ya se había acordado un año antes. La cerrazón del gobernador y el regimiento en defensa de las viejas costumbres no se tradujo en un revivir de las viejas tradiciones. Pasados unos años las tiendas y negocios aparecían diseminadas por toda la población.

Las tiendas en San Clemente se localizaban en la calle de la Feria y la Plaza Mayor, pero de modo diseminado habían surgido por el pueblo varias tiendas para el abasto de productos básicos como el aceite o el pescado y otras que vendían productos de uso doméstico o quincallería. Antonio López poseía una tienda de mayor calidad en la calle de Nuestra Señora de Septiembre, dedicada a la venta de especias, lienzos y sedas. No era la única tienda existente en esa calle, pues a decir de nuestro protagonista,
en la dicha calle donde estaba la dicha su tienda abía otras muchas de todo género de tratos y bastimentos
 En el litigio debía haber conflicto de intereses que iban más allá de la confrontación entre el interés público del concejo y el privado del tendero. Al fin y al cabo, llevaba razón Antonio López, cuando destacaba que la calle de Nuestra Señora de Septiembre nacía en la misma Plaza Mayor y era tan principal y pública como cualquier otra. A pesar de ello, hoy la calle Rafael López de Haro, antaño de Nuestra Señora de Septiembre, nos aparece triste, sin tiendas, animada únicamente por el uso cultural de su ermita e iglesia recién restauradas.



* Se recibió información de los siguientes vecinos:

Juan López de Perona el viejo, 66 años
Juan de Peralta, 38 años
Licenciado de la Fuente, abogado de la villa, 45 años
Antón de Perona, 45 años


AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA.  507, 28. Antonio López, tendero, vecino de la villa de San Clemente, con el regimiento de la villa, sobre el lugar de las tiendas. 1571

domingo, 16 de octubre de 2016

La producción de salitre para la fabricación de pólvora en El Pedernoso

                        Que esta villa tienen un minero y asiento de tierra salitral, de la cual se coxe y labra cantidad de salitre para hacer pólvora para servicio de S. M.  
                        (Relaciones Topográficas de Felipe II, 1575)


El tratamiento de salitre para la obtención de pólvora tenía una tradición antigua en la villa de El Pedernoso. Ya en 1490, aunque no se hace mención a la villa, sí que se recoge una comisión al gobernador del Marquesado de Villena para que se paguen ciertas deudas a Gonzalo de Urueña, que en los años anteriores se había encargado de recoger salitre en esta gobernación (AGS. RGS. Leg.149010, 143). Noticias indirectas nos dan a entender que la producción de salitre en El Pedernoso, u otras localidades cercanas como Tembleque en Toledo, fue fomentada por Fernando el Católico, por las acuciantes necesidades de pólvora para las guerras de Italia.

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Planta primitiva de elaboración de salitre. ca 1830***
                                                
Medio siglo después la villa de El Pedernoso nos aparece como centro productor de vital importancia para la Corona*. Ahora el principal problema es la baja calidad del salitre, haciéndose necesaria una regulación de la producción. Francisco Sedeño veedor general de artillería tomará el control directo de la producción, nombrando un artillero llamado Juan Pérez para la supervisión de la elaboración del salitre. Por aquel entonces, mediados del siglo XVI, El Pedernoso contaba con catorce oficiales dedicados a la fabricación  de salitre, aunque el proceso de refinado llevado en el lugar daba un salitre de mala calidad, que cuando se volvía a refinar en seco para la obtención de la pólvora producía mermas de seis y siete libras el quintal. El proceso de adulteración del salitre fue descrito por ARÁNTEGUI Y SANZ  en su estudio de los documentos hallados en la sección de GUERRA  de Simancas, recogiendo los testimonios del veedor de salitrerías, Gonzalo de Montalbo

que en las villas de Tembleque e del Pedernoso e de otros lugares donde se haze el salitre sencillo puede haber quarenta e dos o quarenta e tres calderas sin las quatro de los afinadores pero que el negocio de acer salitre no está en las calderas sino en el material de la tierra porque las calderas son las que labran el salitre sencillo que son gente pobre los quales a causa de las muchas aguas e tiempos rezios no han podido coxer la tierra en teimpo que se coge e nucha parte de la que tenían cojida se les ha hundido e perdido con el agua e no pueden coxer e traer leña...
... Asymesmo los oficiales que labran el salitre senzillo hacen una falsedad en ello y es que cuecen ciertas lexías que llaman cabeças y estas enuelven para vender a los afinadores con el salitre y demás de dañar mucho el salitre afinado echan a perder a los afinadores porque les venden agua cuaxada que estas cabeças han las de derramar en sus corrales


Así el proceso de adulteración del salitre era resultado de los excesivos lavados, pues tal como se decía, al echar tercer y cuartas lejías no tenían fuerza. Para evitarlo, Juan Pérez debía fijar su residencia en El Pedernoso con la única finalidad de obtener un salitre puro y no adulterado para la obtención de pólvora

y fuese presente a ver afinar y refinar el salitre y espumar para que se le quite la grasa y sal que tuviera

La mayor calidad del salitre obtenido, y las mayores necesidades militares, redundaron en la elevación de su precio, a pesar de que por esa época se abrían nuevos centros de producción, entre ellos, como caso más conocido, las minas de Hellín. La producción de salitre en El Pedernoso continuó en toda la época moderna hasta bien entrado el siglo XIX. Pareja a la explotación salitrera vino el crecimiento poblacional: de los escasos 64 vecinos del censo de pecheros de 1528, a los ciento cincuenta vecinos de las Relaciones Topográficas de 1575 y a la implosión del último cuarto de siglo, que llevaría a los 241 vecinos en 1591. La crisis del seiscientos haría menos mella que en otras poblaciones, para, desde un mínimo de 181 vecinos en 1646, alcanzar los 300 vecinos en los años inmediatamente posteriores a la Guerra de Sucesión.

En las secciones de Porcones de la Biblioteca Nacional se nos han conservado los fundamentos de derecho del pleito de una vecina de Belmonte, Ana Rodríguez de Moya, con el arrendador de la alcabala del viento de El Pedernoso,Diego García, por negarse a pagar cantidad alguna, pues la fabricación y trato del salitre era considerado una regalía y por tanto exenta de imposición:

El salitre es y se labra para su magestad y por su horden y mandado y para su real seruicio y por asiento sobre ello hecho y su magestad tiene dada la forma y requisitos que en ello se han de guardar y tiene puestos veedor y contador y personas que asisten a la fabrica de manera que los salitreros solo ponen el huso y artificio industria y trabajo y por ellos se les da la paga de tres mill maravedís por quintal

La elaboración del salitre se hacía en las casas y fincas particulares de El Pedernoso, pero al venir regulada su actividad por la Corona, cabía la posibilidad de que se les quitaran las salitrerías y se diesen a otros vecinos si el veedor detectaba adulteración en la fábrica. Nos llama la atención el precio que ha alcanzado el quintal del salitre, alrededor de 3.000 maravedíes. Creemos que estas alegaciones de derecho son datables en fecha posterior a 1580, lo que supondría que el precio del salitre se había cuadruplicado en apenas veinticinco años, ateniéndonos a los datos facilitado por ARÁNTEGUI Y SANZ (750 maravedíes el quintal en 1561). De la importancia que el salitre había adquirido para la fabricación de pólvora nos da idea el siguiente párrafo

que el salitre y pólbora son armas de las más importantes al uso y exercicio de la guerra y defensa de los Reynos pues sin ellas serían sin ningún efecto todas las artillerías y municiones y tiros de pólbora porque las escopetas y tiros son solo instrumentos con que se usa de las dichas municiones y pólbora que es con lo que en este género de armas se haze el efecto y batería y ansí si magestad haze labrar y refinar el salitre con tantos requisitos y con tanto cuydado y diligencia teniendo cometido lo tocante a la dicha fábrica a su capitán general de la Artillería

La regulación del sector a cargo de veedores in situ se traducía en un salitre refinado de mayor calidad. La regulación del sector incorporaba las exenciones fiscales de pago de alcabalas del resto de la producción armamentística

de los arneses y coraças y ballesteros y espingardas y qualesquier tiros de póluora, hierros de lanças, y açagayas y saetas y otras armas qualesquier ofensivas y defensivas no se ha de pagar alcabala alguna

La alcabala en la fabricación y venta de salitre se intentó imponer por los arrendadores de la alcabala en El Pedernoso; tal decisión chocó tanto con los intereses de los salitreros como de la justicia del pueblo, opuesta a grabar una actividad clave para el pueblo. En apoyo de El Pedernoso acudieron salitreros de otro centro productor, el de Tembleque, que con su testimonio corroboraron la exención fiscal del salitre 

El carácter estratégico para la guerra del salitre le confería el carácter de monopolio real, pues por la necesidad y utilidad pública tiene puesto estanco en el salitre y lo toma y quiere todo para sí y para su real seruicio y para sus municiones. La venta de salitre fuera del control de la monarquía o contrabando recibía castigos con fuertes penas de hasta 30.000 maravedíes, como también estaba castigada la adulteración en su fabricación con penas pecuniarias e incluso corporales en caso de reincidencia

El Pedernoso
Con el tiempo el refinado del salitre dejó de hacerse en las fincas particulares de los vecinos de El Pedernoso, para centralizarse en un ingenio. De un proceso inquisitorial que rescató RAFAEL DE LERA GARCÍA, sabemos que en 1717 Philipe de Rochefort regentaba el título de administrador de las reales fábricas de salitre de El Pedernoso. La producción de salitre se había centralizado en torno a un ingenio o fábrica local. Es de destacar que cuando Rochefort es detenido, en el pueblo se produce un tumulto de trescientas personas; a la cabeza están Juan López Morano, natural de Alcaraz y residente en El Pedernoso, oficial en la fábrica de salitre, y el alcalde de la villa Francisco Sánchez Izquierdo. Al igual que había pasado 125 años antes con el pago de la alcabala, la solidaridad de salitreros, justicia ordinaria y el resto del pueblo en torno, en este caso, a Rochefort, lo era en realidad en defensa de la producción salitrera del pueblo, de la cual dependía la subsistencia de muchos vecinos.




BNE. PORCONES/506-3 (51). Por parte de doña Ana Rodríguez de Moya, vecina de Belmonte, en la causa que contra ella trata Diego García, arrendador de la alcabala de viento de la villa del Pedernoso, sobre la alcabala del salitre. Sin fecha

*Seguimos en la exposición a ARÁNTEGUI Y SANZ, José: Apuntes históricos de Artillería. 1887-1891. Establecimiento tipográfico de Fortanet. Tomo II. pp. 395-396

**LERA GARCIA, Rafael de: "La villa del Pedernoso contra la Inquisición". Cuenca nº 28, 1986

*** Imagen: Biblioteca Nacional de Chile. Memoria chilena

sábado, 24 de septiembre de 2016

Regulación de mesones y ventas en tiempo de los Reyes Católicos

La regulación del establecimiento y actividad de mesones y ventas se hizo por pragmática de 22 de julio de 1492. La tendencia a establecer mesones implicaba la consolidación de un monopolio en esta actividad, reservándose sus propietarios el derecho de hospedaje de los forasteros y caminantes, pero también otras actividades asociadas como la venta de ciertos productos de consumo. Esto chocaba con la costumbre consuetudinaria de las villas del Marquesado de Villena, entre ellas el Alberca, de la libertad de los vecinos para hospedar en sus casas a esos transeúntes. Derecho de acogida que les suponía una fuente de ingresos complementarios. La colisión de intereses quedó recogido por la mencionada pragmática de 22 de julio de 1492

... algunos caualleros e personas de nuestros rregnos en deseruiçio de nuestro señor en grand cargo de sus conçiençias e en dapno de nuestros súbditos e naturales fasen mesones en sus tierras e lugares e mandan que ninguno pueda acoger en su casa a forasteros ni caminantes ni vender pan ni vino ni çebada ni otras cosas de mantenimiento salvo el que tiene arrendado su mesón  o mesones e que los caminantes e mercaderes rrecueros e otras personas neçesytadas de yr a casa señalada 

Los mesones unían a su papel de posadas la función de tiendas de venta al detalle, donde se podía encontrar todo tipo de productos. Tendían a convertirse en establecimientos que monopolizaban y estancaban la venta de mercancías, restringiendo la libertad de ventas fuera de estos ámbitos y aprovechando para fijar unos precios elevados.

... han de conprar lo que han menester en ella fasen grandes gastos e asy por lo mucho que les lleuan de posada en los mesones como por el presçio que les venden los mantenimientos más caros que en otras partes e que asymismo ponen estancos en los otros mantenimientos e en las tiendas de espeçería, aseyte, pescado e calçado e otras cosas defendiendo que otro ninguno no pueda vender cosa alguna della a estranjeros ni naturales saluo la persona que tiene arrendado el dicho estanco

Los Reyes Católicos se pronunciarán con el carácter de universalidad de la pragmática contra estas prácticas monopolísticas

... hordenamos e mandamos a todos e a cada uno de vos que luego quitéys todos los estancos e vedamientos semejantes e desfagays todos los arrendamientos que tenéys fechos çerca de lo susodicho o qualquier cosa dello e que de aquí adelante no pongades semejantes estancos e vedamientos ni otros algunos ni fagades arrendamientos dellos e dexéys e consintáys libremente a los veçinos e moradores desas dichas villas e lugares e a cada uno dellos acoger en sus casas los caminantes que quisiere de los que pasaren por vuestras tierras e les dexéys conprar los mantenimientos que ouieren menester do quisyeren e que por bien touieren

A esta pragmática se acogería la villa de Alberca de Záncara seis años después para seguir con la costumbre de los vecinos de acoger a forasteros y caminantes frente al mesón establecido en el pueblo. Alberca del Záncara, sin estar en camino real principal, tenía sin embargo, una posición privilegiada de cara a las comunicaciones comarcales, situándose en medio de los caminos de los pueblos de la comarca, que de Belmonte iban a San Clemente o de las Pedroñeras, por Santa María del Campo Rus, a Castillo de Garcimuñoz. De hecho la Alberca tenía una posición principal en el camino de Toledo hacia Levante, que a la altura del Toboso se bifurcaba en dos ramales, uno sur hacia Murcia y otro norte hacia Valencia. Este ramal del camino toledano hacia Valencia, desde el Toboso se dirigía hacia Mota del Cuervo, Santa María de los Llanos, El Pedernoso, La Alberca, El Cañavate y Alarcón para unirse bien en Alarcón bien en el Campillo de Altobuey al camino que desde Madrid iba hacia Valencia. Las Relaciones Topográficas en 1576, presentan a la villa como lugar de descanso, pues la dicha villa del Alberca está a catorce leguas de la raya del reino de Valencia y allí repostan los caballos que pasan a Valencia y Aragón por aquel viaxe. La queja ante el Consejo Real había venido de un vecino del pueblo, Francisco Gallego, un principal de la villa sin duda con intereses propios, que estaba enfrentado a los miembros del concejo, que usaban de un mesón existente en el pueblo como un bien propio más, arrendándolo al mejor postor o, realmente, a personas próximas a los intereses de los oficiales del concejo. Las condiciones del arrendamiento impedían a los vecinos alojar en sus casas a transeúntes, perjudicados además por el estanco de venta de productos que gozaba el dicho mesón. Todo ello, contraviniendo lo mandado por la pragmática arriba reseñada

E agora Françisco Gallego, veçino desa dicha villa del Aluerca nos fiso rrelaçión diziendo que el conçejo de la dicha villa contra el thenor e forma de la dicha nuestra carta premática sançión tyene un mesón en la dicha villa e que lo arrienda e da a las personas que quiere e por bien tyene e que no consienten ni dan lugar a otras algunas personas, saluo el que arrienda e tyene el dicho mesón

Ahora bien, los tiempos iban a favor de ventas y mesones que estratégicamente situados en los caminos acabarían ganando la partida y monopolizando el hospedaje de viajantes. Si el pueblo estaba situado en el paso de un camino (los casos más señalados son El Provencio en el camino real de Madrid y Toledo a Murcia o Hellín en el paso a Murcia) los mesones podían situarse no solo en las afueras sino en la misma plaza del pueblo, caso constatado en El Provencio. Pero estas villas situadas en caminos de tránsito continuo de forasteros, mercaderes, soldados y arrieros solían tener muy mala fama y, caso, de las Pedroñeras o Hellín altas grados de delincuencia. Mala fama tenía en Hellín la venta llamada del Mojón Blanco, lugar de altercados y delitos de sangre y fuente inagotable para reclutamiento de delincuentes para las galeras. En el caso de Las Pedroñeras, al margen del camino real hacia Murcia pero camino de tránsito de las compañías de soldados, la mala fama se extendía a todo el pueblo, siendo también lugar preferido para la leva forzosa de mozos con destino a los presidios. Por eso, caso de San Clemente, se prefería situar las ventas y mesones fuera del pueblo, donde se iniciaban los caminos del Provencio y Las Pedroñeras, que entonces eran las entradas naturales al pueblo desde el Oeste, allí donde finalizaba la calle de San Sebastián.



Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149805, 149. Que el gobernador del marquesado de Villena y los alcaldes de La Alberca guarden la pragmática sanción que se inserta -su fecha: Valladolid, 20 de Julio de 1492- y que prohíbe estancos y vedamientos de mesones. 4 de mayo de 1498

domingo, 8 de mayo de 2016

Los portugueses de San Clemente: los intercambios comerciales

Rembrandt: La novia judía. 1667
Nos equivocaríamos si pensáramos en la sociedad sanclementina de la Edad Moderna reduciendo nuestra imagen a una villa cerrada, cuyos intercambios humanos y económicos se limitaran a un espacio meramente comarcal o regional. La atracción de la sociedad sanclementina y su vertiginoso desarrollo económico desde comienzos del quinientos habían traído gentes llegadas de todas partes; así, aquellos vascos, constructores, canteros, orfebres o plateros, en busca del trabajo proporcionado por la explosión constructiva de edificios religiosos y civiles.

La crisis finisecular habría provocado un retraimiento de la sociedad de San Clemente; pero la crisis de muchos fue la fortuna de algunos que a comienzos del siglo XVII sientan las bases de sus haciendas familiares. Ni la peste de 1600 ni las crisis de subsistencias que la precedieron y sucedieron en los años inmediatos frenaron el desarrollo de la vida de la villa. Era una sociedad llena de cargas, que no había pagado las deudas del último tercio del siglo XVI, pero el crédito fluía y siempre había quien disponía del capital necesario para el préstamo. Cosa aparte es la limitación de los endeudados para pagar los réditos a sus deudores, a pesar de que los intereses que habían alcanzado el diez por ciento a finales del quinientos, ahora bajaban al siete e incluso al cinco por ciento. Algunos, incapaces de colocar su capital en parte alguna, adquirían tierras, caso de los hermanos Tébar o Rodrigo Ortega el mayor; otros prestaban a los concejos, obligados a empeñar sus propios, y sus ingresos, y algunos, como los Pacheco o los Guedeja, prestamistas en su tiempo, legaban su capital a la fundación de memorias de obras pías para mayor enriquecimiento de los institutos religiosos que, sin despreciar su historia pasada, viven su momento dorado.

La propiedad, de libre y en un continuo traspaso de manos, deviene en vinculada, bien a mayorazgos bien a las manos muertas. No obstante, esto es simplificar demasiado las cosas, porque entre 1610 y 1620, la sociedad sanclementina resurge de nuevo y este impulso se mantiene una década más. No es ajena, en este renacer económico la paz que trajo la Tregua de los Doce Años (1609-1621). Las oportunidades de negocio crecieron, aunque fuera a costa de la producción nacional; incluso para fracasados como Martín de Buedo, que soñará con recuperar su hacienda perdida. Con el negocio fácil fue pareja la corrupción y el pillaje de lo ajeno, pero también el crecimiento de las actividades económicas y comerciales que se desarrollaban en un mercado más amplio de ámbito nacional e incluso apostaba por eso que se ha llamado la economía mundo. San Clemente, que recuperaba el espíritu abierto del Renacimiento, era una sociedad satisfecha y que se divertía en esas representaciones teatrales y festivas, cuyo testimonio los documentos han conservado. Ni las sombras de la reciente expulsión de los moriscos o las pesquisas inquisitoriales fueran capaces de oscurecer esas ganas de vivir.

Ese contexto era la oportunidad perfecta para minorías sociales marginadas, pero inclinadas al riesgo de un mundo abierto que superaba los localismos. Así es como nos aparece la figura del converso portugués, prestamista y mercader. Desarraigado sí, pero que mantiene todos los lazos con sus antiguos hermanos de fe. La anexión de Portugal en 1580 ha eliminado las fronteras para estos hombres, la Tregua de los Doce Años les ofrece una posibilidad única de negocio por sus contactos con la comunidad judía de Holanda.

En San Clemente se estableció también una pequeña comunidad portuguesa. Su personaje central es Simón Rodrigues el gordo, socio en los negocios de especias y sedas del regidor Francisco del Castillo e Inestrosa, figura tan cosmopolita como enigmática, y víctimas ambos de las persecuciones inquisitoriales, fruto de su naturaleza judía, que ni negaban ni renegaban. Hacia 1616, cuando comienza nuestra historia, Simón Rodrigues ha fallecido; su hijo y heredero Juan Alvares se hace cargo de los negocios, pero su casa o posada es morada de otros mercaderes portugueses. En torno al patio de la casa, diferentes comerciantes tienen sus habitaciones con llaves propias, donde almacenan todo tipo de mercancías, añinos, lienzos o especias y el dinero obtenido por su venta. Es, dicho con todo respeto y con una osada comparación, el fondaco de los portugueses. En torno a estos aposentos, en los que la Inquisición pone enseguida sus ojos, se desarrolla una compleja red de intercambios comerciales y financieros: compra de fardos de lienzos en Cuenca o Madrid, con un origen que no tiene por qué ser nacional, pagos aplazados y comprometidos en las ferias de Alcalá o de Mondéjar, factores en Portugal, que introducen en España las mercaderías extranjeras, y recepción en la villa de San Clemente de la producción regional de añinos o de azafrán para su exportación al exterior, Y además, participación en las operaciones menudas de intercambio a nivel local, que incluyen los pequeños préstamos a los vecinos y que les facilita el numerario necesario para la adquisición de las mercaderías vendidas por los portugueses. Era una época que no se pagaba al contado y se vivía mucho de fiado.

En ese juego de intercambios es donde nos aparecen los Luises, hermanos portugueses, víctimas del secuestro de sus bienes por la Inquisición al tenerlos depositados en la misma casa que Manuel Alvares, que arrastraba en su persona los pleitos inquisitoriales que su padre había padecido.

La presencia de portugueses en la villa de San Clemente comienza a hacerse visible desde comienzos del siglo XVII. La anexión de Portugal por Felipe II en 1580 había eliminado las fronteras, pero también obligado a una diáspora de la población judeoconversa a destinos más lejanos, como las Provincias Unidas. No obstante, el rigor de la actuación de la Inquisición en Portugal provocó que muchos marranos portugueses buscaran su destino en España, donde la actuación inquisitorial por estas fechas era mucho más benigna. Las medidas tomadas por Felipe II en 1587 para que los conversos no salieran de Portugal no tuvieron continuidad. En el asentamiento en suelo castellano, debió ser crucial el trato al que los conversos portugueses llegaron con Felipe III a principios de 1605: a cambio de una gran suma de dinero, 1.700.000 cruzados, obtuvieron condiciones especiales, en lo que sería un perdón general, sancionado por un breve papal en el mes de agosto, y que era el contrapunto al permiso de salida al extranjero que se les había otorgado en 1601 en un intento de relajar las tensiones con una comunidad, cuyo grado de conversión al cristianismo era poco sincero.

La dispersión de la población conversa portuguesa puso las bases de un extensa red para el desarrollo de los negocios que sería aprovechado en el largo periodo de paz del reinado de Felipe III. La bancarrota de 7 de noviembre de 1607, situó a algunos portugueses junto a los genoveses como asentistas de la Monarquía, anunciando lo que ya sería, con motivo de la quiebra de 1627, el papel financiero de primer orden de los conversos lusos en la época de Olivares. No obstante, en el intermedio, coincidiendo con los años finales del reinado de Felipe III y los inicios del de Felipe IV, la persecución contra los conversos de la nación portuguesa se agravó.

El espacio económico y fiscal formado por el corregimiento de San Clemente y el distrito de rentas reales del Marquesado de Villena no fue ajeno a estos vaivenes de la política real con la minoría conversa de los portugueses. Testimonios de la presencia portuguesa en San Clemente nos han quedado en el Archivo histórico de San Clemente. Algunos llamativos, como aquel portugués llamado Domingo Enríquez y los escándalos que provocó por el año 1615 en el convento de monjas franciscanas clarisas (1). Otros portugueses eran asalariados al servicio de algún vecino principal de la villa, como Martín Collado, mayoral del escribano y regidor Miguel Sevillano, que nos ha dejado por testimonio, entre otros muchos, una carta escrita en mal castellano, por la presencia de vocablos portugueses,


Fragmento de carta del Martín Collado, portugués (AMSC. 1632)
Aunque, la huella portuguesa también nos aparece a lo largo del siglo XVII de la mano de los asentistas portugueses, que disfrutaban de las rentas de juros situados sobre las rentas reales del Marquesado de Villena. Cartas de pago expedidas por el tesorero Astudillo Villamediana a favor de los banqueros lusos se nos conservan en la década de los cuarenta. Pero ya antes, a comienzos de siglo, cuando la tesorería estaba en manos de los Buedo, tenemos testimonio de un proceso ejecutivo de 1613, seguido por los hermanos Castro contra Fernando Muñoz de Buedo, arrendador de rentas reales, para asegurarse el cobro de las rentas de sus juros situados sobre las alcabalas del Marquesado de Villena.

Sin embargo, era la comunidad de comerciantes portugueses existentes en la villa, de origen converso, la que más participaba con sus tratos mercantiles y humanos en la vida sanclementina y la que más recelos despertaba. Ya nos hemos referido cómo estas actividades se organizaban en torno a la casa de Simón Rodríguez y, muerto éste, de su hijo Manuel Álvarez (ambos preferían utilizar por razones obvias sus nombres y apellidos castellanizados). En torno a esta casa, llamada la posada que dizen de los portugueses, y en los años que van de 1616 a 1618, nos aparecen diversos comerciantes, entre los que destacan los Luises, hermanos de los que el mayor, Francisco López Luis, solía residir en Lisboa, desde donde ocasionalmente, en ciertas épocas del año, se desplazaba a San Clemente para controlar el negocio de sus otros dos hermanos, Simón Gómez y Manuel Luis. El caso es que cuando en 1616 Manuel Álvarez tiene problemas con el Santo Oficio, a la hora de secuestro de bienes no se hace distinciones entre las mercaderías de Manuel Álvarez y sus socios y esas otras de los Luises, aunque estos insistan en la independencia de su negocio, que cuenta con aposento propio, del que solo ellos disponen la llave de acceso.

Los hermanos Luis procedían de Trancoso, una población portuguesa, notoria por su judería y la dedicación al comercio de sus habitantes. De hecho, las casas del barrio judío que nos han llegado hasta hoy destacan por tener dos puertas, una más ancha para el comercio, y otra más estrecha de acceso al domicilio familiar.

La defensa de los hermanos Luis, que por precaución han huido a Madrid, la llevará el hermano mayor, el cual, desde Lisboa, se desplazará a mediados de abril de 1617 a Cuenca para intentar recuperar las mercancías embargadas por la Inquisición en el mes de enero, entre las que había mercancías por valor de 7.236 reales. adeudadas a un portugués llamadas Felipe Fernández. El valor del proceso inquisitorial reside menos en saber la suerte de unos hermanos, que decidirán fugarse de la persecución de los inquisidores, y mucho más en la complejidad de las relaciones comerciales que desvela.

Las mercaderías tratadas por los portugueses eran lienzo, telas, holandas y diversas especias, que iban del azafrán local a otras más exóticas como el clavo y la canela. Francisco López Luis solía comprar sus mercancías en diversas ferias de ámbito regional, entre las que destacan Alcalá, Torrija o Tendilla y Pastrana, pero otras veces las compras se realizaban en Madrid e incluso en Lisboa. Se encargaba de hacer llegar las mercancías a sus hermanos en San Clemente, que las vendían por toda la comarca y regresaban el dinero obtenido de las ventas a Portugal. Francisco López Luis no compraba al contado, sino que las tomaba en préstamo o fiadas y sólo pagaba a sus proveedores, con el dinero obtenido por sus hermanos en las ventas. No faltaba ocasión en que Francisco se personaba en San Clemente para ayudar a las ventas a sus hermanos Manuel y Simón. Aunque, para evitar el embargo, Francisco siempre se presentó como el propietario de las mercancías y a sus hermanos como simples agentes o factores, de los documentos conservados parece que estamos ante una compañía societaria. El aposento que tenían los hermanos Luis estaba en el patio de una casa, donde existían otras tiendas de portugueses. Empleamos el término tiendas, pues además de almacén, estos aposentos eran puntos fijos de venta, adonde acudían los vecinos a realizar sus compras.

De los testigos presentados por Francisco López Luis para su defensa, conocemos los nombres de algunos portugueses que residían en la villa de San Clemente: Juan Rodríguez, Gaspar López, Francisco Díaz Cardoso o Simón Donís, pero también de otros mercaderes locales de la villa, que tenían una relación de complementariedad con los portugueses; actuando en otras ocasiones como mediadores en operaciones con otros comerciantes. Así Julián Martínez Mondoñedo, mercader de 34 años y vecino de San Clemente, adelantó a Francisco López Luis, un 20 de agosto de 1616 y en la feria de Alcalá de Henares, quinientos reales, con los que éste pagó a un mercader toledano de nombre Tomás de la Fuente el montante de un fardo de lienzos. Francisco giraría carta de pago a sus hermanos en San Clemente, en cuya posada se presentó Julián Martínez para cobrar los quinientos reales ¿Con interés? Sin duda, como le aplicarían a él en operaciones de sentido inverso.

Lo normal era que los portugueses fueran los prestamistas; así Martín de Ávalos, escribano, les pidió en cierta ocasión 20 reales. Estas cantidades pequeñas debían ser lo corriente en los préstamos. Devuelta la cantidad a los tres o cuatro días, creemos que los portugueses le aplicaron cuatro reales de interés, es decir, un veinte por ciento. Estas operaciones de poco montante serían las más numerosas tanto en los préstamos como en las ventas de mercaderías; tales tratos son los que mantenía un barbero de Honrubia o el labrador Felipe Fromista, y así lo corroboraba el almotacén Fernando de Juera. Aunque algunos otros, como el sastre Alonso López, eran clientes habituales, que tenían a los portugueses como proveedores fijos de su oficio. El sastre solía comprar las telas de fiado y pagar cuando sus clientes le habían satisfecho el precio de sus jubones y vestidos. Otros, como Cosme Cribelo y Salas, notario apostólico en la villa de San Clemente, intentaba tratar con los portugueses y chocaba con su desconfianza. El regidor Francisco del Castillo e Inestrosa, de treinta años de edad, que cuatro años antes se había visto involucrado en un proceso inquisitorial, fue llamado a declarar como testigo de cargo, pero, parco en palabras, hábilmente se desmarcó de cualquier acusación para destacar la buena calidad de la lencería vendida.

Los testimonios del escribano Martín López Caballón y del cortador Juan Navarro son los que nos aportan más información. Nos cuentan que los hermanos Luis además de vender lencería y paños más delicados como buratos, compraban también azafrán y añinos por toda la comarca, que luego revendían. Solían integrarse en la vida del pueblo, participando de los juegos. Uno de estos juegos populares eran las tablas, a las que se jugaba con dados y fichas, similar al actual backgammon; sus reglas fueron descritas por Alfonso X el Sabio en el Libro de ajedrez, dados y tablas. Destacaban en este juego los portugueses y, en especial, Manuel Luis con apuestas de veinte a treinta reales. A decir de los dos testigos, este Manuel Luis debía ser hombre muy despierto y de gran entendimiento que siempre salía ganador en el juego.

Juego de las tablas en la Torre de Londres

Barrio judío de Trancoso

Los Luises eran el extremo final de una red comercial, vendiendo las mercancías al por menor. En esa red el papel de mayorista correspondía a otro converso portugués llamado Felipe Fernández, natural de la villa de Pinhel, villa al igual que Trancoso perteneciente a la región de Beira y distantes ambas apenas unos 30 kilómetros. Felipe Fernández, estante en Madrid, actuaba como agente en España para introducir diversas mercancías extranjeras, que iban de especias como la canela o el clavo a telas de mayor calidad que las fabricadas en España, tales como holandas o cambrais, o simplemente fardos de lienzo que sin calidad notoria, producidos a menor coste en el exterior, darían la puntilla a la producción nacional. Aunque los tratos entre este comerciante mayorista y los Luises, y hemos de suponer también otros mercaderes, se cerraban en Madrid. Los pagos de estos contratos de compraventa se aplazaban a las ferias de Alcalá, celebrada el 24 de agosto, y Mondéjar, que tenía lugar el 30 de noviembre.  En este caso, al ser embargada la mercancía a los Luises, el mayorista dejará de cobrar y presentará demanda para recuperar los 7.236 reales de la venta. Reproducimos la carta de obligación de la operación entre los portugueses, aunque fuera tildada de falsa por la Inquisición, que refleja muy bien estos circuitos comerciales:

Francisco López Luis y Manuel Luis mercaderes portugueses hermanos rresidentes en la villa de Sant Clemente y estantes al presentes en esta corte... nos obligamos a dar y a pagar y que daremos y pagaremos a Philipe Fernández y a Francisco Fernández su sobrino y a Luis Fernández vecinos de la villa de Pinel y rresidentes en esta corte y a cada uno dellos in solidum y a quien el poder de qualquier dellos ouiere siete mill y ducientos y treynta y seys rreales los quales le debemos y son por rrazón de compra de un fardel de nariales manchados con ochocientas y cinquenta y quatro varas a precio de nouenta y ocho maravedís la vara que montó dos mill quatro cientos sesenta y un rreales y medio y por dos arrobas de clauos de especia a precio de diez y ocho rreales y quartillo la libra montaron nueuecientos y doce rreales y medio y por una banasta de canela con ciento y ochenta libras a precio de seis rreales y medio la libra monto mill mill y ciento y setenta rreales y por ocho piezas de cambrays a precio de ochenta y dos rreales la pieça montaron quinientos y cinquenta y seis rreales y por diez piezas de olandas a precio de ciento e veynte rreales la pieza montaron mill y ducientos rreales y por quatro piezas de selicios a precio de ciento e veynte e siete rreales la pieza montaron quinientos y ocho rreales e por seys pieças de telillas a precio de quarenta rreales la pieza montaron ducientos y quarenta reales y por dos piezas de bombacias a precio de quarenta y quatro rreales la pieza montaron ochenta y ocho rreales que todo le compramos a los dichos precios y summó y montó los dichos siete mill y ducientos y treynta y seis rreales ... y nos obligamos a les pagar los dichos marauedís la mitad dellos para veynte y quatro días del mes de agosto feria de Alcalá y la otra mitad l'ará postrero día del mes de nouiembre feria de Mondéjar todo el año que viene de mill y seiycientos y diez y siete años puestos y pagados todos ellos a nuestra costa y mención en las dichas ferias o en esta villa de Madrid en manos y poder de los susodichos qualquiera dellos en rreales de contado y si no se los pagaremos como ya donde dicho es... en la villa de Madrid a veynte y tres de junio de mill y seyscientos y diez y seys años






Archivo Histórico Nacional, (AHN), INQUISICIÓN, 4534, Exp. 14.  Pleito fiscal de Felipe Fernández, 1616-1620



(1) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 81/7

jueves, 5 de mayo de 2016

Los portugueses de San Clemente: la villa en el primer tercio del siglo XVII

Nos equivocaríamos si pensáramos en la sociedad sanclementina de la edad moderna reduciendo nuestra imagen a una villa cerrada, cuyos intercambios humanos y económicos se limitaran a un espacio meramente comarcal o regional. La atracción de la sociedad sanclementina y su vertiginoso desarrollo económico desde comienzos del quinientos habían traído gentes llegadas de todas partes, así, aquellos vascos, constructores, canteros, orfebres o plateros, en busca del trabajo proporcionado por la explosión constructiva de edificios religiosos y civiles.

La crisis finisecular habría provocado un retraimiento de la sociedad de San Clemente; pero la crisis de muchos fue la fortuna de algunos que a comienzos del siglo XVII sientan las bases de sus haciendas familiares. Ni la peste de 1600 ni las crisis de subsistencias que la precedieron y sucedieron en los años inmediatos frenaron el desarrollo de la vida de la villa. Era una sociedad llena de cargas, que no había pagado las deudas del último tercio del siglo XVI, pero el crédito fluía y siempre había quien disponía del capital necesario para el préstamo. Cosa aparte es la limitación de los endeudados para pagar los réditos a sus deudores, a pesar de que los intereses que habían alcanzado el diez por ciento a finales del quinientos, ahora bajaban al siete e incluso al cinco por ciento. Algunos, incapaces de colocar su capital en parte alguna, adquirían tierras, caso de los hermanos Tébar o Rodrigo Ortega el mayor; otros prestaban a los concejos, obligados a empeñar sus propios, y sus ingresos, y algunos, como los Pacheco o los Guedeja, prestamistas en su tiempo, legaban su capital a la fundación de memorias de obras pías para mayor enriquecimiento de los institutos religiosos que, sin despreciar su historia pasada, viven su momento dorado.

La propiedad, de libre y en un continuo traspaso de manos, deviene en vinculada, bien a mayorazgos bien a las manos muertas. No obstante, esto es simplificar demasiado las cosas, porque entre 1610 y 1620, la sociedad sanclementina resurge de nuevo y este impulso se mantiene una década más. No es ajena, en este renacer económico la paz que trajo la Tregua de los Doce Años (1609-1621). Las oportunidades de negocio crecieron, aunque fuera a costa de la producción nacional; incluso para fracasados como Martín de Buedo, que soñará con recuperar su hacienda perdida. Con el negocio fácil fue pareja la corrupción y el pillaje de lo ajeno, pero también el crecimiento de las actividades económicas y comerciales que se desarrollaban en un mercado más amplio de ámbito nacional e incluso apostaba por eso que se ha llamado la economía mundo. San Clemente, que recuperaba el espíritu abierto del Renacimiento, era una sociedad satisfecha y que se divertía en esas representaciones teatrales y festivas, cuyo testimonio los documentos han conservado. Ni las sombras de la reciente expulsión de los moriscos o las pesquisas inquisitoriales fueran capaces de oscurecer esas ganas de vivir.

Ese contexto era la oportunidad perfecta para minorías sociales marginadas, pero inclinadas al riesgo de un mundo abierto que superaba los localismos. Así es como nos aparece la figura del converso portugués, prestamista y mercader. Desarraigado sí, pero que mantiene todos los lazos con sus antiguos hermanos de fe. La anexión de Portugal en 1580 ha eliminado las fronteras para estos hombres, la Tregua de los Doce Años les ofrece una posibilidad única de negocio por sus contactos con la comunidad judía de Holanda.

En San Clemente se estableció también una pequeña comunidad portuguesa. Su personaje central es Simón Rodrigues el gordo, socio en los negocios de especias y sedas del regidor Francisco del Castillo e Inestrosa, figura tan cosmopolita como enigmática, y víctimas ambos de las persecuciones inquisitoriales, fruto de su naturaleza judía, que ni negaban ni renegaban. Hacia 1616, cuando comienza nuestra historia, Simón Rodrigues ha fallecido; su hijo y heredero Juan Alvares se hace cargo de los negocios, pero su casa o posada es morada de otros mercaderes portugueses. En torno al patio de la casa, diferentes comerciantes tienen sus habitaciones con llaves propias, donde almacenan todo tipo de mercancías, añinos, lienzos o especias y el dinero obtenido por su venta. Es, dicho con todo respeto y con una osada comparación, el fondaco de los portugueses. En torno a estos aposentos, en los que la Inquisición pone enseguida sus ojos, se desarrolla una compleja red de intercambios comerciales y financieros: compra de fardos de lienzos en Cuenca o Madrid, con un origen que no tiene por qué ser nacional, pagos aplazados y comprometidos en las ferias de Alcalá o de Mondéjar, factores en Portugal, que introducen en España las mercaderías extranjeras, y recepción en la villa de San Clemente de la producción regional de añinos o de azafrán para su exportación al exterior, Y además, participación en las operaciones menudas de intercambio a nivel local, que incluyen los pequeños préstamos a los vecinos y que les facilita el numerario necesario para la adqusición de las mercaderías vendidas por los portugueses. Era una época que no se pagaba al contado y se vivía mucho de fiado.

En ese juego de intercambios es donde nos aparecen los Luises, hermanos portugueses, víctimas del secuestro de sus bienes por la Inquisición al tenerlos depositados en la misma casa que Manuel Alvares, que arrastraba en su persona los pleitos inquisitoriales que su padre había padecido.

Los portugueses de San Clemente: los intercambios comerciales

sábado, 19 de marzo de 2016

Labradores ricos y moriscos en Quintanar del Marquesado (1573): Un ejemplo de explotación agraria

El contrato para la explotación de las tierras de la dehesa de Galapagar se plasmó en una escritura privada de 3 de marzo de 1573 entre Martín Cabronero y Bernardino de Chinchilla, sus hijos y dos parientes más. Su duración era de doce años, aunque apenas si duró unos meses. Se trataba de una escritura privada en la que actuaba como testigo un vecino del pueblo llamado Juan López. La escritura era muy genérica en la aportación de los inputs iniciales, incorporados por Martín Cabronero en su totalidad, salvo la mitad de la simiente aportada por los aparceros moriscos, y era mucho más detallista en el reparto de frutos final. La desigual distribución de la cosecha pronto, al cabo de unos meses, sería denunciado por los moriscos como prácticas usurarias. Por último, se pasaban por alto otros aspectos como la amortización de los materiales aportados o los daños en las propiedades, que serían motivo de disputa al hacer las cuentas finales. Las carencias y detalles nos aparecen en la misma escritura que reproducimos a continuación:

En la villa de Quintanar a tres días del mes de marzo año de mill y quinientos y setenta y tres años entre partes de la una Martín Cabronero vecino de la villa del Quintanar y de la otra Bernardino de Chinchilla y Hernando de Chinchilla y Lucas de Chinchilla e Yñigo de Chinchilla e Juan de Chinchilla hijos de Bernardino de Chinchilla el susodicho y Juan de Almodóvar e Francisco de Almodóvar todos vecinos de Villanueva de la Jara se an convenido e concertado con el dicho Martín Cabronero por doze años en esta manera que el dicho Martín Cabronero les da e a dado la parte de heredad con el azuda e huerta que tiene en la dehesa de le Galapagar salvo en yerba para que labren e siembren trigo y cevada e qualquier pan y simyllas que quisieren ellos puniendo el dicho Martín Cabronero la mitad de la simiente y las tierras y azuda y el dicho Bernardino de Chinchilla y los demás sus consortes an de poner todos los demás gastos que ubiere hasta que esté todo limpio el pan pagando el dicho Martín Cabronero de la mitad de los almudes que ubiere sembrados de cevada dos rreales de cada almud e de trigo quatro rreales y de cada arroba de lino quatro rreales e de cada arroba de cáñamo dos rreales y esto se entiende por agramar el cáñamo y lino que se lo an de dar limpio por este prescio y an de partir por medio él y los dichos Bernardino y consortes Martín Cabronero una parte y hellos todos otra  y de la fruta de los árboles que en cinco años se coxiere por la misma orden que es partir por medio y de allí adelante no les venga al dicho Bernardino Chinchilla más de la quarta parte y esto se entiende si no valiere más de hasta quatrozientos ducados que no les pertenece a más de ziento y an de labrar y plantar la huerta todos los géneros de árboles que Martín Cabronero les diere que planten a costa de los dichos y regarlos y curarlos bien
yten que sean obligados a pagales las herramientas carro e arados e azadas e açadones e todas las demás herramientas e dos pares de bueyes que les tiene dados que costaron cinquenta e cinco ducados y ciento y cinquenta rreales que montó la huerta e treinta y tres fanegas y media de cevada e quatro fanegas y media de trigo
yten que si alguna atocha u piedra fuere menester para el rreparo del azuda e presa que hellos se an obligados e para hazer allí la balsa que puniendo Martín Cabronero un maeso todo lo demás de el trabaxo sean hellos obligados haziendoles el dicho Martín Cabronero la costa y si alguna madera fuere menester para el azuda y presa que sea Martín Cabronero obligado a compralla y ellos a trahella de do quiera que se comprare que fuesse a tres días del mes de março de mil y quinientos y setenta y tres años testigos que fueron presentes Martín García e Juan de Tébar e Juan López que lo firme a rruego de Hernando de Chinchilla Lucas de Chinchilla Juan de Almodóvar Martín Cabronero Juan López


Martín Cabronero había aportado a la sociedad, además de las tierras (heredad y huerta), treinta y tres fanegas y media de cebada y cuatro fanegas y media de trigo, 755 reales en dinero y aportación de diversas herramientas y animales. Entre los animales, además de prestarles algunos pollinos, destaca la cesión de dos pares de bueyes. El precio de dos pares de bueyes se fija en el texto en 55 ducados y uno de los bueyes sería comprado por Hernando Chinchilla por 11 ducados (121 reales). Este precio contrasta por su valor con el de las mulas que se adquirían en la misma época que, como mínimo, quintuplicaban este precio. Por contra la indemnización de una burra que habían perdido los moriscos se indemnizó con apenas siete reales. La mula todavía no se había extendido y se prefería el buey, que aunque era más lento arando, lo hacía con más profundidad. La mula primero se introdujo en los viñedos. Aunque su irrupción era imparable, todavía se resaltaban sus defectos: poca profundidad de la labranza, que redundaba en la poca absorción por el terreno del agua y los gastos de manutención, pues se alimentaba de cebada, a diferencia del buey que pastaba en los barbechos. De hecho, Martín Cabronero acusará de malicia a los moriscos, por dejar que los bueyes se comieran los árboles, teniendo en uso los Chinchilla un barbecho anejo a sus propiedades y del que no dudará en apropiarse como indemnización por los daños causados.

Los rendimientos de la explotación fueron muy altos, por tratarse de una tierra en la ribera del Júcar. No es baladí, el compromiso, existente en el contrato, de construcción de un azud para riego de las tierras o al menos de los árboles frutales, sobre los que Martín Cabronero, sabedor del fruto mayor que podrían dar estos árboles, había reducido la ganancia de los moriscos, una vez pasados cinco años, a la cuarta parte del total. Pero destacan los rendimientos de los granos. Por esta época se consideraba normal un rendimiento de cinco granos por semilla plantada; sin embargo, el texto nos habla de una cosecha de 350 fanegas de cebada por sesenta almudes sembrados. El rendimiento es próximo a doce por semilla plantada, un rendimiento que no tiene nada que envidiar al obtenido en otras zonas más ricas de Europa en ese momento.

En cuanto al valor de los precios y salarios. Los primeros venían fijados por el precio de la tasa de granos, fijada en esta fecha para la cebada en medio ducado (cinco reales y medio), aunque eso no quiere decir que se respetase. Tal ocurrió en las cuentas que por cédula de 10 de enero de 1574 arreglaron el representante de los moriscos y Martín Cabronero; la fanega de cebada se fijo en tres reales y medio, dos menos que la tasa, aunque en este precio intervenían otros elementos de ajustes de cuentas (los dos reales por la mitad de los almudes sembrados, que incluía el contrato de premio para los moriscos) que había determinado la bajada del precio real, y que serían denunciados por el juez de confiscación de bienes de la Inquisición licenciado Calahorra. El precio real de la cebada se debía acercar a los cinco reales por fanega, que es lo calculado por Martín Cabronero por las ocho fanegas y media que había vendido a los moriscos para su alimentación (el pan de trigo era un lujo). El cáñamo alcanzaba los tres reales la arroba, el lino los doce reales la fanega, la avena apenas si alcanzaba el valor de 18 reales por diez fanegas y el trigo cedido para la siembra se calculaba a nueve reales la fanega. Los precios de la cebada y el trigo se situaban por encima de los calculado para Castilla la Nueva por Hamilton en 1573, un año de buenas cosechas que contrasta con los precios más altos de los dos años anteriores, en los que la tasa de granos no había sido respetada*.

Los salarios eran variables, aunque el precio de la peonada, entendida como el valor de lo que podía labrar un peón al día, se fijaba en dos reales y medio como norma general, aunque la tarea de arrancar panizo o lino se ajustaba a dos reales. Por contra, la yubada o yugada (superficie que podían labrar un par de bueyes en una jornada) de sembrar trigo alcanzaba los cinco reales. El valor de estos salarios estriba en que no contemplan aportaciones en especie. La media de los salarios es medio real superior a la calculada por Hamilton para ese año, fijada para un jornalero en dos reales*.
   
** 1 ducado = 375 maravedíes
     1 ducado = 11 reales
     1 real = 34 maravedíes

                               (continuará)

1 fanega = 6459 metros cuadrados (0.6459 hectáreas) = 2 almudes = 12 celemines

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                             * Precios Expediente M. Cabronero (mrs.)                        Precios Hamilton (mrs.)
Trigo                      306 mrs                                                                             285 mrs
Cebada                   170 mrs                                                                             147.2 mrs


HAMILTON, Earl J.: El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barna. Ariel. 1983. pp. 360-361 y 416
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Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN,4532,Exp.7. Pleito fiscal de Martín Cabronero. 1573-1577

viernes, 18 de marzo de 2016

Labradores ricos y moriscos en Quintanar del Marquesado (1573)

Quintanar del Marquesado nos aparece hacia 1575 en las Relaciones Topográficas de Felipe II como un pueblo en constante crecimiento, con alrededor de 400 vecinos. Aunque la guerra de Granada, en la que el pueblo debió tener una importante aportación de hombres está reciente y ha truncado parte de ese dinamismo, ya interrumpido desde que unos años antes el pueblo se endeudara para comprar por nueve mil ducados su villazgo e independencia de Villanueva de la Jara. Es una sociedad desigual, donde apenas si hay hidalgos, pero sí una minoría de campesinos acomodados poseedores de propiedades medias y yuntas de bueyes que les diferencia de una población de trabajadores a jornal. Las Relaciones reconocen alrededor de sesenta labradores, que es como se les llama a esa minoría de campesinos acomodados. Ese grupo se encuentra ahora en una encrucijada, dispone de las tierras y las herramientas, pero no de los brazos para trabajarlas. En esa tesitura se encuentra nuestro protagonista, Martín Cabronero, que pasa por uno de los ricos más hacendados del tiempo. Pero ahora no está en situación de imponer sus condiciones a una mano de obra escasa. La gente joven ha muerto en la guerra o ha emigrado en busca de fortuna en el vacío que han dejado los moriscos expulsos de las Alpujarras; la villa ha perdido desde que en 1561 consiguió el villazgo alrededor de 150 vecinos. Aunque ese vacío será suplido en parte por esa misma población morisca expulsada de Granada y que entre diciembre y enero de 1571 ha llegado a Albacete, repartiéndose desde allí en dos columnas por diversos pueblos de la Mancha. En nuestro caso, los moriscos se han asentado en la vecina Villanueva de la Jara, donde se han formado padrones o listados de los allí residentes. De estos  cristianos nuevos listados, tal como se les llamará en la terminología de la época, echará mano Martín Cabronero: concretamente de la familia Chinchilla y sus parientes los Almodóvar. Pero los moriscos no es población que se someta a jornal y prefiere contratarse con una fórmula más familiar a ellos, la aparcería; venden su trabajo a cambio de la mitad de los frutos de las cosechas. El contexto de escasez de fuerza laboral juega a su favor.

El dinamismo de la villa de Quintanar del Marquesado radica en unas relaciones sociales muy desreguladas. Cuenta con dos alcaldes ordinarios con justicia privativa, pero los pleitos se sustancian en Villanueva de la Jara, aunque en la mayoría de los casos se juega con la colisión de jurisdicciones entre los alcaldes de Villanueva y el gobernador del Marquesado, para eludir todo contencioso. Existe una cárcel como símbolo de su independencia jurisdiccional, pero se ocupa de ella la mujer de un alcaide, que sin salario fijo o mal pagado, como el resto de oficiales del concejo, está ocupado en sus tierras. Sus rentas y recaudación todavía dependen de Villanueva de la Jara, que actúa como centro administrativo donde se sustancian los asuntos de alguna importancia. Hay un escribano con pretensiones nobles, Juan de Garay, pero los contratos, siempre pensando en cómo incumplirlos, ni pasan ante él ni se protocolizan; se prefiere la firma de contratos privados entre partes, en los que algún testigo suele jugar el papel de interesado a favor de una de ellas. Su parroquia es aneja de Villanueva de la Jara y su presbítero, Lorencio Vala de Rey,  parece estar ocupado en los pequeños réditos proporcionados por la administración de sacramentos. Sus alcaldes, cargo que recae de forma repetitiva en la familia Gómez, son cargos añales al servicio de los labradores ricos. Éstos son los dueños del pueblo: la familia Doñate, Alonso García el rico, Martín Cabronero destacan y cuentan con el respaldo y participación en el poder local de otras familias como los Aroca, Simarro, Gabaldón o Vala de Rey. Estos labradores ricos no suelen tener grandes extensiones de tierra en el pueblo, pues es corto de término. Es más, cinco sextas partes de los frutos de las cosechas del pueblo se obtienen en tierras de labranza sitas en el término de la villa de Alarcón. En la dehesa de Galapagar, jurisdicción de esta citada villa, junto a la ribera del Júcar, tendrá sus tierras Martín Cabronero, nuestro protagonista; para cultivarlas firmará un contrato con siete moriscos. Él aporta el capital, los moriscos la fuerza de trabajo; los resultados irán a medias. O al menos eso se dice en el papel que firman, pues con la primera cosecha surgen las primeras diferencias.

que abían de tener las dichas tierras por doze años con una huerta e arboleda y las abían de labrar y benefiziar y el primero año yo puse e abía de poner dos pares de bueyes y lo que se sembró y les dí de comer y abíamos de partir en cada un año lo que en las dichas tierras se coxiese y en esta compañía estubimos un año e de conformidad nos apartamos e dimos por libres della los unos a los otros y que de allí adelante no pasase salbo que yo e mis tierras quedase más libres y ellos ni más ni menos y deshecho el dicho contrato e para aberiguaçión de la cosecha que se abía hecho en las dichas tierras después de averme pedido por justiçia dieron poder a alonso hernández vezino de villanueva de la xara para que cobrase de mí lo que paresçiese deber de la dicha compañía y hecha la quenta y aberiguada fui alcanzado por las ochenta e nuebe fanegas de çebada y seys de linueso e quatro çelemines de panizo e yo a los susodichos los alcanzé por duzientos e treinta e çinco rreales...

                                                                                                     (continuará)



Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN,4532,Exp.7. Pleito fiscal de Martín Cabronero. 1573-1577