El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 5 de marzo de 2017

Los molinos de la ribera del Júcar: la reafirmación del poder sanclementino frente a los hermanos Alonso y Diego del Castillo

El siete de abril de 1514 la villa de San Clemente obtenía licencia de la reina Juana para edificar un molino en la ribera del Júcar en el lugar llamado el vado del Fresno. El lugar era considerado jurisdicción de la villa de San Clemente, pues, aunque en el término de Sisante, ésta población era dependiente de Vara de Rey, a su vez aldea sometida a la jurisdicción de San Clemente.

La necesidad de construir el molino había sido decidida poco tiempo antes por un concejo abierto, en el que los sanclementinos se comprometían a pagar mil ducados de oro a repartir entre los vecinos. Destacamos la participación de los vecinos en las decisiones del ayuntamiento. Seguía existiendo un rechazo a la participación de los hidalgos en el gobierno de la villa, sin embargo la base del gobierno local se había ensanchado. No se trataba únicamente de la figura del síndico personero que la oposición vecinal había arrancado frente al gobierno de los ricos a fines del siglo XV, ahora a la altura de 1514 reaparecía la figura medieval del jurado, dando fe de las reuniones, y, sobre todo, otra figura medieval que tenía su razón de ser en en esa especie de cuerpo místico llamado comunidad, aunque ahora se prefiere el término universidad, cuyos intereses defendían y recaían en los procuradores del común. El ayuntamiento de la villa de San Clemente era ahora el concejo y universidad de sus vecinos.

La construcción del molino quedaba supeditada a una información previa, justificativa de la necesidad de moliendas, la garantía de recursos económicos para su construcción y que la edificación no entrara en colisión con los intereses privados de los señores que en la ribera del Júcar ya disponían de molinos. La villa había decidido repartir entre todos sus vecinos en un concejo abierto los mil escudos de oro en que se valoraba la obra. La villa, por aquel entonces estaba recibiendo nuevos vecinos, principalmente por la huida de los habitantes de las villas cercanas de señorío, pero también de otros lugares, comarcanos y lejanos (hasta aquí bajaban vascos de toda condición expertos como orfebres o canteros junto a los gallegos que para el estío venían a la siega). Es una hipótesis, pero tal vez ahora es cuando podemos hablar del take off o despegue definitivo de San Clemente. El gobierno local amplio, donde los regidores comparten el poder con diputados del común, en su dualidad de concejo y universidad, es muestra de una sociedad local participativa, donde todo se mueve muy rápido (la riqueza también) y nadie quiere quedar excluido ni siquiera los hidalgos que reclaman en la Chancillería de Granada su participación en el poder local. La villa ha visto asentarse recientemente una comunidad de monjes franciscanos en el convento de Nuestra Señora de Gracia, aunque el solar es cedido por don Alonso del Castillo, es el pueblo quien paga la construcción con sus limosnas; posiblemente en esta época se levantaran las arcadas del ayuntamiento. El San Clemente de aquella época, con un extensísimo término, que incluía Vara de Rey y sus aldeas de Pozoamargo y Sisante, estaba conquistando su propio espacio, con los brazos recién llegados dedicados al cultivo de viñas y cereales. La conquista del espacio agrario significaba dotarse de los recursos para su uso público, que solían corresponderse con las aportaciones privadas de los vecinos. Los testimonios de la época nos dicen que los propios de la villa eran pocos y muy limitados para la necesidades de un pueblo que levantaba sus edificios públicos y se dotaba de sus primeros oficiales públicos. Las rentas concejiles estaban destinadas en su totalidad al pago del salario del gobernador, del físico, de maestro y de los letrados y procuradores que defendían los intereses de la villa. San Clemente mantenía largos y costosos pleitos con Alarcón y su propia aldea de Vara de Rey, con lugares de señorío como el Provencio, cuyo contencioso ya duraba casi quince años, y, en suma, con todos los pueblos comarcanos por el uso y disfrute de los bienes comunales del suelo de la antigua tierra de Alarcón, dislocada con el proceso de exención de villas durante la guerra del Marquesado. Así, cualquier necesidad sobrevenida, tal era la construcción de un molino, debía ser pagada por el conjunto de la vecindad. La construcción del molino se presentaba además de gasto como oportunidad, pues se consideraba que las rentas que podía aportar en el futuro serían de cien mil maravedíes, suficientes para compensar el escaso rendimiento que procuraban el resto de propios de la villa.

 Pero la construcción del molino tenía un significado político. Era la reafirmación de las libertades de la villa frente a los derechos feudales que sobre la villa pretendía tener la familia Castillo, y en especial Alonso, con el que la villa mantendrá tres pleitos: la jurisdicción sobre Perona, la disputa del patronazgo del convento de Nuestra Señora de Gracia y, ahora, el derecho a construir un molino en la ribera del Júcar. Derechos feudales de la familia Castillo que eran su principal fuente de ingresos: el derecho de maquila por las moliendas se habían convertido en abusivos, incluso, a decir de los testigos, contra el uso y costumbre. El viejo derecho feudal cedía ante la propia ley de la oferta y la demanda. Los molinos existentes en la ribera del río Júcar eran insuficientes para dar abasto a las carretadas de trigo que los vecinos hacían llegar hasta ellos. Después de recorrer durante el verano y otoño las cinco leguas que separaban San Clemente de la ribera del Júcar, un recorrido que solía durar una semana para aquellas pesadas carretas uncidas a los bueyes, estaban obligados a esperar otra semana más cuando no doce días para que les tocara su turno de molienda. El resultado era la exacción de una abultada maquila, fijada por costumbre en la media fanega que el molinero se llevaba de quince cuezas, media fanega que ahora se obtenía de doce e incluso de diez cuezas. Se acusaba a Alonso del Castillo y Alonso Pacheco de haberse concertado para maquilar a esas cantidades.

La obra del molino fue proyectada por los maestros Antón Gómez, maestro carpintero sanclementino de cincuenta años, y Pedro de Oma. Éste último, cuyo linaje adquirirá gran proyección en la villa, era un cantero vizcaíno de cuarenta y cinco años  en 1514, residía en San Clemente, pero no tenía reconocida vecindad. Ambos determinaron que la obra rebasaría ampliamente los 300.000 maravedíes y abogaron que esa cantidad, redondeada a los mil ducados, se repartiera entre los vecinos. La construcción del molino entró en colisión con los que los Castillo y los Pacheco tenían en la ribera del Júcar: la Losa (de Alonso del Castillo), Batanejo (de Alonso Pacheco), Noguera (de Diego del Castillo), Hocecilla.

Las mayores resistencias a la construcción del molino vinieron de Alonso del Castillo, que presentó sus protestas en el concejo de 21 de enero de 1514**. Allí recordaría cómo en un concejo general del año 1502, la villa de San Clemente se había comprometido a no hacer molino alguno en la ribera del Júcar que fuera en perjuicio y daño de sus propios molinos; a cambio Alonso del Castillo perdonaba a la villa una deuda equivalente a 518 fanegas de trigo. Las relaciones entre don Alonso y el concejo sanclementino se habían enturbiado por los incumplimientos de los oficiales del ayuntamiento. En un principio, se había llegado a un acuerdo, que recogía que la villa de San Clemente de comprometía a comprar tres ruedas de las seis que disponían los molinos de la Losa, junto a una casa y un ejido, propiedad  todo ello de don Alonso del Castillo. La ruptura del contrato, al menos así se decía sobre papel en fecha probable de 1513***, era la imposibilidad de la villa de hacer frente al pago de los 200.000 maravedíes del precio de la venta. Nosotros no lo creemos. A nuestro parecer la verdadera razón era que se comprendió que seis ruedas eran insuficientes para moler el trigo que llegaba, haciéndose necesario la construcción de otro molino de seis ruedas para satisfacer las necesidades de moliendas. Alonso del Castillo, vio la edificación de nuevos molinos como simple intención de sustituir  los suyos, acusando a los sanclementinos de intentar edificar, un cuarto de legua más arriba de la Losa, sus propios molinos para perjudicar y dejar sin agua a los suyos propios. Tardaría varios años en aceptar la complementariedad de intereses, que a la altura de 1514 no debía estar tan clara. Ahora, en estos momentos la justicia del Marquesado, el gobernador Antonio de Luzón y el alcalde mayor bachiller Porras, estaban en su contra, negándole la información de testigos favorables pedida.

En ayuda de Alonso del Castillo, que en estos momentos probablemente era el mayor hacendado en San Clemente y se pretendía señor de Perona, acudió su hermano Diego del Castillo. Alonso y Diego eran hijos de Hernando del Castillo, llamado el sabio, que a su muerte había repartido su herencia entre los dos hermanos. A Diego le correspondió la alcaidía de Alarcón que había detentado su padre y el señorío de Altarejos. Aunque el principal beneficiario de la herencia paterna había sido el hijo menor, Alonso, que recibió diversas heredades en San Clemente, entre las que destacaban las de Perona, pero también en pueblos comarcanos. La herencia recibida se incrementó por el afortunado matrimonio con María de Inestrosa. Las razones alegadas por Diego del Castillo fueron de reclamar la propiedad de los términos donde San Clemente pretendía edificar sus molinos y el perjuicio que éstos podían causar a los que él mismo poseía aguas arriba del Júcar, en la Noguera; para defender sus intereses mandó durante el mes de julio de 1514 a su criado Diego de Castro a la villa de San Clemente.

En defensa de los hermanos Castillo, acudió la villa de Alarcón, que alegaba que los molinos que San Clemente pretendía edificar estaban en su término. No lo consideraba  así San Clemente, para la que el vado del Fresno, junto al río Júcar estaba situado, en el límite del término de su aldea de Sisante. Había una razón más: el suelo de Alarcón era común tanto para la villa madre como para sus antiguas aldeas dependientes, sus tierras y recursos de libre aprovechamiento y estaba permitida la edificación de molinos o cualesquier otro edificio de uso público. Pero los derechos comunitarios de la antigua tierra de Alarcón chocaban con los derechos señoriales. El 18 de junio de 1462, Juan Pacheco, Marqués de Villena y maestre de Santiago, otorgaba a su camarero y criado, Hernando del Castillo, el sitio de la ribera entre la Noguera y la Losa, concediéndole el monopolio de la construcción y explotación de molinos
por la presente vos fago merçed de qualquier sitio que ouiere por hedificar molino en el rrío de xúcar en el término e juridiçión de la mi villa de alarcón que es entre vnos molinos que disen de la losa e otros de la noguera
La concesión, monopolio señorial, fue muy contestada tanto por el concejo de Alarcón como por particulares (entiéndase la propia villa de Alarcón y sus lugares aún no eximidos), obligando al Marqués de Villena a dar nueva carta de confirmación de veinte de enero de 1465. En 1483, hubo disputas entre Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón, y su primo Pedro del Castillo, alcaide de Ves, sobre las heredades y molinos en la ribera del Júcar, que obligaron a Diego López Pacheco a sustanciarlas ante el Consejo Real.  Los conflictos con el concejo de Alarcón y otras villas se sucedieron, obligando a un Hernando del Castillo, ya anciano, a personarse ante el ayuntamiento de Alarcón un veintiuno de febrero de 1497 con las cartas de donación y confirmación referidas en mano para hacerse reconocer la propiedad y posesión de los molinos. En una época como aquella, cargada de simbolismos en sus actos, la toma jurídica de posesión fue seguida de pregones públicos en las llamadas cuatro calles de Alarcón, la visita presencial del alcaide de Alarcón, junto a juez y escribano, a la ribera del Júcar y la aceptación por concejo abierto de los vecinos de Alarcón, incluida el acatamiento de las cartas del Marqués de Villena, que según costumbre de la época, los oficiales del concejo pusieron sobre sus cabezas. Por último, en lo que era acto de renuncia, refrendaba en la iglesia de San Juan, el veintidós de febrero, carta de donación de los sitios de los molinos de la ribera del Júcar a favor de su alcaide Hernando de Alarcón y de sus herederos. La renuncia no dejaba de presentar problemas jurídicos, pues tanto Villanueva de la Jara como San Clemente no estaban dispuestos a verse privadas de los aprovechamientos de un suelo común, que por su propio carácter mancomunado era irrenunciable.

Detrás del simbolismo de los actos de posesión, llenos de reminiscencias feudales, había un conflicto de gran calado: las ambiciones señoriales de los Castillos chocaban con las villas de realengo. En especial con Villanueva de la Jara, que estaba edificando unos molinos propios en la ribera del Júcar. El conflicto entre el concejo de Villanueva de la Jara y Hernando del Castillo ya se remontaba a 1489, cuando Villanueva ya se planteó construir sus molinos propios en detrimento del monopolio molinero del alcaide de Alarcón. Ya en 1477, Villanueva de la Jara, recién obtenido el villazgo, había conseguido licencia real para construir un molino, previa información de testigos, aunque parece que el proyecto se echó atrás por la concordia entre la Corona y el Marqués de Villena de 1480. Entonces parece que los proyectos de los de Villanueva fueron parados en el Consejo Real, pero en 1497, los jareños decidieron construir sus molinos por las bravas. Toda la liturgia de Hernando del Castillo haciendo reconocer sus derechos posesorios sobre la ribera del Júcar escondían en realidad su impotencia para hacer frente a los jareños. Los vecinos de Villanueva de la Jara respondieron la toma de posesión de la ribera del Júcar del alcaide de Alarcón, reuniendo el 25 de febrero de 1497 gente armada en la ribera izquierda del Júcar. El gesto de fuerza era claro: nadie iba a parar los molinos que en aquel momento estaban construyendo
... que los veçinos de villanueva de la xara con mucha gente de pie y de  cauallo con mano armada e por fuerça le quieren molestar e molestan la dicha su posysyón e están obrando para faser un  molino en el rrío de xúcar en la presa vieja que disen de la sante
Los jareños se presentaron con ochenta hombres armados hasiendo asonadas de guerra con tanbor e pendón. La respuesta de Hernando del Castillo y el concejo de Alarcón no fue más allá de los gestos, colocación de mojones, rotura de presa y mandamiento de los alcaldes de Alarcón para que se respetaran sus términos. El problema seguía latente y se acabaría decantando del lado jareño.

El precedente de los molinos de Villanueva de la Jara sirvió de justificación legal de unos y otros en la defensa de sus pretensiones. Para septiembre de 1514, el conflicto del molino que se estaba construyendo en el vado del Fresno por los sanclementinos adquiere una veste judicial en forma de pleito ante el gobernador del Marquesado Antonio Luzón y su alcalde mayor bachiller Porras. Aunque el gobernador presidió algún ayuntamiento en San Clemente, la tramitación del contencioso la llevó el alcalde mayor, que al fin y al cabo, era una figura tan itinerante como el propio gobernador. Valga como anécdota aquel procurador de la villa de San Clemente que en su intento de presentarle una petición tuvo que andar tras él, primero a Iniesta y luego a Almansa. San Clemente todavía no era la corte manchega, aunque solo por el hecho de ser una sociedad muy pleiteante, a veces, era el alcalde mayor el que iba a la zaga de la villa.

En un principio, el litigio favoreció a los Castillo. Diego del Castillo, alcaide de Alarcón , consiguió frenar la construcción del molino que los sanclementinos ya habían comenzado en la ribera del Júcar. Hasta los campos del Picazo se desplazaron un seis de septiembre de 1514 el procurador y escribano, mandados por el alcaide, con mandamiento del alcalde mayor del Marquesado, para detener las obras que, dirigidas por Pedro de Oma, llevaban a cabo veinte hombres. Asimismo serían requeridos a cesar en las obras la justicia de San Clemente, representada por su alcalde Bernaldino de los Herreros y los regidores Juan Sánchez y Francisco de Olivares
en el canpo del picaço adonde los veçinos de sant clemente hasen e hedifican vnos molinos en presençia de mí Rrodrigo de castro escriuano de la Rreyna nuestra señora e de los testigos de yuso escriptos pareçió y presente gonçalo çapata vesino de la villa de alarcón e por virtud deste poder desta otra parte contenydo que ante mí presento dixo ansy: escriuano dadme por testimonio a mi gonçalo çapata, procurador que soy del señor diego del castillo, alcayde de alarcón, en como contra el mandamiento que el señor alcalde mayor del marquesado de villena todavía los de sant clemente e estos onbres que aquí hedifican porfiando todavía haser en este hedifiçio e sytio del señor diego del castillo e yo el escriuano miré e vi allí fasta veynte onbres trabajando e labrando en ello
Lejos de amedrentarse, los sanclementinos siguieron con las obras. El diecinueve de septiembre el que se personó, junto al procurador de Alarcón, fue el alcalde mayor del Marquesado. Esta vez se tomó declaración a Pedro de Oma, cantero, maestro de obras y analfabeto, que reconoció que sus hombres trabajaban en la construcción del molino desde comienzos de año, antes incluso de la concesión de la provisión de la Reina Juana
el qual (Pedro de Oma) dixo que so cargo de juramento que desde antes de carrestollendas quinse días antes çinco más o çinco menos deste año enpeçaron a hedificar e agora al presente hedifican en los dichos molinos, preguntado por cuyo mandado dixo que por mandado del conçejo desta villa de sant clemente, preguntado como lo sabe dixo que por quél es maestro de la obra e la tyene con él ygualada para que la haga e se la pagarán e quél enbía sus obreros e que esto es público e notorio e la verdad e no supo firmar 

(continuará)


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1628, PIEZA 15. Pleito entre Alonso del Castillo y la villa de San Clemente por la edificación de un molino en el vado del Fresno. 1515, 


                                                                   ********

* Clemén Sánchez y  Alonso González de Origüela. alcaldes; Juan López Cantero, Alonso González de Huerta, Gonzalo de San Clemente, Juan de Caballón, regidores; Antonio de los Herreros, alguacil; Pedro de Albelda, jurado (da fe); Martín del Campo, procurador síndico general (7 de octubre de 1514)
** Pedro Sánchez de Origüela y Bernaldino de los Herreros, alcaldes; Juan Sánchez, Francisco de Olivares y Alonso González (de Origüela), regidores; Alfaro, alguacil; Antón García, Francisco de los Herreros, Antonio de los Herreros, Juan López Cantero, Juan de Olivares, Vº García, Juan Jiménez, Clemente Sánchez, Garci Martínez Ángel, Juan López, vecinos de San Clemente. (21 de enero de 1514)
Pedro Sánchez de Origüela y Bernaldino de los Herreros, alcaldes; Gil Fernández de Alfaro, alguacil; Francisco de los Herreros y Luis Sánchez de Origüela, diputados; Antón López de Ávalos, Juan Sánchez el mozo y Francisco de Olivares, regidores (5 de septiembre de 1514)
***La rotura del papel nos hace imposible determinar la fecha, creemos que es anterior a la elección de septiembre de 1513. Miguel López de Perona, alcalde; Gil Fernández de Alfaro, Luis Sánchez de Origüela, Martín López de Tébar, Sancho López del Provencio, regidores de la dicha villa; Miguel Sánchez de los Herreros, Pedro Sánchez de Origüela, Martín Sánchez de Montagudo, Miguel López de Perona el viejo, Alonso López de Perona, Juan Ruiz de Requena, Pedro Ruiz de Segovia, Juan López de Martín López, García de Ávalos, Juan Jiménez presbítero, Clemén Sanchez, diputados del concejo y Juan Lozano, alguacil de la villa; Miguel de Ayuso, procurador síndico; e Rodrigo Martínez, peraile, y Juan Jiménez de Alvar Jiménez y otros muchos vecinos.



                                                                              2ª PARTE

Los sanclementinos no eran honestos, pues el 17 de marzo, reunido su ayuntamiento solicitan al gobernador del Marquesado, Antonio Luzón y a su alcalde mayor, bachiller Porras, autorización para iniciar las obras del molino*. Sin embargo, la obra ya había sido iniciada y continuaría a pesar que el gobernador había ordenado parar la construcción mientras no hubiera licencia real y que la concesión de esta licencia el siete de abril se supeditó a una información previa. Es más, después de que los Castillo denunciaran en septiembre que la obra continuaba, el gobernador Antonio Luzón emitió un duro mandamiento contra los sanclementinos el 20 de septiembre, conminando detener la obra bajo amenaza de fuerte multa de cien mil maravedíes, destierros de los oficiales del concejo y azotes; pero los sanclementinos no cambiaron de actitud. El mandamiento del gobernador fue leído por el alguacil mayor del Marquesado, Miguel Sánchez de Lillo, en el ayuntamiento de la villa ante la presencia de vecinos principales de la villa, que lejos de obedecerlo según las fórmulas protocolarias de besarlo y ponerlo sobre sus cabezas, prometieron, en lo que era gesto de desafío, responder.

La respuesta fue una nueva información de testigos, que venía a corroborar los argumentos de la información anterior, pero ahora a las razones que hacían hincapié en las necesidades de molienda de la villa se aportaban esas otras que señalaban a los Castillos: ambos hermanos ni su padre nunca habían pedido licencia para construir sus propios molinos de la Noguera y la Losa, a pesar de estar edificados en el suelo de Alarcón y entrar en colisión con el derecho de libre aprovechamiento de las villas de la antigua tierra; los derechos de maquila exigidos en sus molinos eran abusivos y estaban colapsando la producción cerealista de la comarca obligando a los vecinos a esperar hasta doce días para moler sus cosechas. Se comprenderá mejor la situación si traemos a colación que incluso los vecinos del principal pueblo productor de cereales de la zona (y uno de los mayores del Reino), Villarrobledo, llegaban con sus carretadas a moler a la ribera del Júcar. Además, a diferencia del parecer de los Castillos que manifestaban que los sanclementinos construían sus molinos en los campos del Picazo, aldea de Alarcón, éstos consideraban que el vado del Fresno estaba en término de su aldea de Sisante, como, por otra parte, también estaban en término de las aldeas de San Clemente algunos de los molinos propiedad de los Castillo.

San Clemente siempre recordará cómo los derechos comunitarios de la tierra de Alarcón prevalecían sobre los derechos de propiedad y señoriales de los Castillo. Existía el antecedente de un puente construido por Villanueva de la Jara sobre el río Júcar para tener acceso directo a los molinos; Alarcón se había opuesto pues la otra parte del puente llegaba a su término, la Chancillería dio la razón en 1501 a Villanueva, anteponiendo los derechos comunitarios a los propios de las villas. Aunque en este caso lo que en realidad prevaleció fue un capítulo de Cortes de 1455 que anteponía los intereses del Reino y la libre circulación de personas  a los derechos esgrimidos por las villas, en el caso de Alarcón, el de barcaje.

La información de testigos presentada por la villa de San Clemente ante el gobernador Antonio Luzón, que durante el mes de septiembre se había visto obligado a fijar su residencia en estas villa por el contencioso, consiguió prolongar el contencioso con los Castillo, mientras la villa se reafirmaba en su nula voluntad de paralizar las obras. San Clemente había conseguido presentar el pleito como conflicto de intereses entre los derechos de la Corona y esos otros de carácter señorial de la familia Castillo. Por esa razón, Diego del Castillo, alcaide de Alarcón, como señor de Altarejos y de los molinos de la ribera del Júcar, pero también como depositario de la herencia y derechos conferidos por el Marqués de Villena a su padre Hernando, intentó hacer valer los derechos que le correspondían por la concordia de 1480 entre el Marqués de Villena y los Reyes Católicos. Pero si Diego López Pacheco, intitulado además de marqués de Villena, duque de Escalona y conde de Santisteban, había conseguido rehacer su poder y patrimonio en los años de regresión señorial de comienzos de siglo, lo había hecho en otras tierras. Aquí en el antiguo Marquesado de Villena, los pueblos de realengo, en plena pujanza, mantenían a raya a los baja nobleza regional subordinada a los Pacheco.

Los argumentos de Diego del Castillo para hacer valer sus derechos señoriales tuvieron necesidad de ser complementados por derechos de la villa de Alarcón sobre sus antiguas aldeas dependientes. Es a ella a la que correspondía dar licencias para edificar casas o molinos en el suelo común de su tierra y, por estar bajo jurisdicción señorial, a su señor Diego López Pacheco. Entretanto el gobernador dudaba, los sanclementinos aceleraban las obras de construcción del molino, Alarcón y los Castillo no conseguían arrancar del gobernador un mandamiento claro que les permitiera derribar las casas y molinos a medio levantar. Un gobernador vacilante otorgaba el 25 de septiembre de 1514 a Alarcón y su señor seis días de término para presentar nuevos testigos y las escrituras fijando sus propiedades y derechos. El plazo se redujo a tres días. El gobernador se decantaba por los intereses de la villa de realengo. Diego del Castillo intentaba aportar el testimonio de partidarios propios entre vecinos de Vara de Rey, enfrentados en pleitos con la Villa de San Clemente, y de Villanueva de la Jara**. Muestra de la parcialidad del gobernador es que en el momento álgido del contencioso partía hacia Villarrobledo para asistir el 29 de septiembre a la elección de oficios, ante la impotencia del procurador de los intereses de Alarcón que presentaba nuevos testigos buscados entre aquellos que sostenían contenciosos con la villa de San Clemente. Parecía como si reviviera el antiguo bando de los sebosos, representado por los viejos hidalgos de Vara de Rey y la suma de algún hidalgo de San Clemente. En el trasfondo estaba los conflictos abiertos por los hidalgos sanclementinos para acceder a los oficios concejiles y por los vecinos de Vara de rey en torno al aprovechamiento del pinar de Azraque.

Pero la época de los bandos entre sebosos y almagrados ha tiempo que había terminado. Ahora el enfrentamiento era entre los lugares y villas de realengo, insertos en conflictos en defensa de sus términos e intereses. Así, los moradores de Vara de Rey testificaron a favor de los intereses propios, defendiendo, en contra de los postulados de Diego del Castillo, que el vado de Fresno estaba en término del lugar de Vara de Rey e incluso negando los derechos que se arrogaban los Castillo en el lado izquierdo la ribera del Júcar, decantándose a favor de Villanueva de la Jara
que la dicha villa de alarcón tyene la juridiçión e justiçia como en la pregunta dize e que tyene términos e juridiçión e que de la otra parte del rrío viene el término de alarcón por la noguera e abaxo fasta la matallana donde está un mojón del término de villanueva e que a oydo dezir que de allí abaxo entre lo de villanueva e el rrío viene una vereda fasta pasar el término de villanueva que está antes que lleguen donde fazen el molino e desta otra parte llega el dicho término fasta el vado del fresno e que antes se rreduziese a la corona rreal se tenya esta villa los términos que agora se tyene
En el fondo lo que defendían los Castillo, más allá de la propiedad de los molinos, era la posesión de una franja ribereña en torno al Júcar que diera continuidad a las posesiones del marqués de Villena entre sus fortalezas de Alarcón y de Jorquera.
 a oydo dezir que viene el rrío baxo fasta lo de xorquera eçebto un poco de término de villanueva que está en medio de ello
La construcción del puente de Villanueva en 1501 había roto la continuidad de las tierras del marqués de Villena ribereñas del Júcar, ahora San Clemente, jugando con los intereses de su aldea de Vara de Rey, con la que estaba enfrentada, intentaba meter otra cuña en el límite entre Sisante y el Picazo. Curiosamente y saltándose la cesión en 1462 de Juan Pacheco a favor de Hernando del Castillo, Vara de Rey recordaba el amojonamiento de noviembre de 1445, deslindado por Mateo Fernández de Medina, que fijaba sus términos por el rrío abaxo desde el vado del fresno fasta partir con la rrobda. Es decir la ribera derecha del río pertenecía a Vara del Rey, la izquierda a Alarcón.

En este juego de intereses encontrados entre la Corona y el marqués de Villena, el gobernador acabaría decantándose por la villa de San Clemente y dándole la razón en el parecer que elevó al Consejo Real el seis de octubre de 1514. Hasta la corte en Valladolid fue en representación de la villa Antonio de los Herreros, allí presentó dos memoriales solicitando la licencia para construir los molinos. Nos interesa especialmente el segundo de cuatro de diciembre por presentarnos una villa pleiteante con numerosos conflictos abiertos en su interior y con los pueblos comarcanos. Con Vara de Rey el contencioso era por el aprovechamiento del pinar de Azaraque y los deseos del lugar de eximirse de San Clemente; con El Provencio, las tensiones venían por acoger San Clemente los vecinos que huían del poder despótico de don Alonso de Calatayud; con Alarcón sobre las borras, y con Villanueva de la Jara por cerrar sus términos al aprovechamiento común obligado de la tierra de Alarcón. Sobre la escasez de propios de San Clemente hay que pensar que por aquella época los pinares Nuevo y Viejo que están a la entrada del pueblo no existían, desplazándose sus vecinos con sus ganados o en busca de leña hasta los pinares de Vara de Rey y Villanueva de la Jara.

Para 16 de diciembre el Consejo Real se pronunció con una carta de emplazamiento al concejo de Alarcón y los hermanos Castillo. Parecía que daba la razón a la villa de San Clemente, pero en realidad, al emplazar a los Castillo a presentar alegaciones en la Chancillería de Granada, perjudicaba a la villa de San Clemente. obligándola a un nuevo y costoso pleito en un tribunal del que se dudaba de la imparcialidad de sus jueces, en opinión de Antonio de los Herreros, próximos a los Pacheco y a los Castillo. Quizás por evitar los costes de un pleito tan gravoso en la Chancillería de Granada, tanto el concejo sanclementino como Alonso del Castillo llegaron a una concordia el 31 de marzo de 1515. Ese día firmaron una carta de conveniencia e iguala por la que se comprometían a explotar mancomunadamente los molinos de La Losa, propiedad de Alonso del Castillo, como el que se estaba construyendo la villa en el vado del Fresno, ambos de seis ruedas. Además se regulaba la explotación y actividad de ambos molinos, evitando perjuicios entre ellos y se limitaba el derecho de maquila a media fanega por dieciocho cuezas. La escritura de compromiso se conserva en el Archivo Histórico de San Clemente***. Creemos que el compromiso fue respetado por Alonso del Castillo en un principio. De hecho, las obras del molino continuaron y por acuerdo del concejo ya el dos de diciembre de 1516 se intentó hacer partícipes a los hidalgos de los gastos de construcción. Pero a comienzos de 1517, quien rompía el compromiso era el otro hermano, Diego del Castillo. El diez de enero otorgaba poderes a procurador para reavivar el pleito latente en la Chancillería de Granada y el uno de octubre lograba obtener auto de este tribunal ordenando la detención de la obra del molino. Ya el veintiséis de agosto Diego del Castillo había mandado a procurador y escribano a certificar la continuidad de las obras, bajo la dirección del maestro vizcaíno Pedro de Oma y tres paisanos más, junto a otros doce obreros. Dos días después el nuevo gobernador Lope Zapata ordenaba paralizar las obras. Al día siguiente era el propio alcaide de Alarcón el que se presentaba en los campos del Picazo para ordenar a Pedro de Oma y su hijo Juan que detuvieran la obra. El día treinta el mandamiento del gobernador era presentado por notario al ayuntamiento de San Clemente. En este momento, ya desde hacía un año, los Origüela habían desaparecido del poder concejil de la villa, aunque Pedro aún logrará ser elegido regidor para San Miguel de 1517, en pleno proceso inquisitorial contra su hermano Luis.

San Clemente intentará desbloquear la situación en febrero de 1518 y continuar las obras del molino, comprometiéndose a dar fianzas como garantía. Pero el pleito se enmarañará durante dos años; el trece de abril de 1519, ambas partes son llamadas a aportar las pruebas definitivas antes de la sentencia final, que se pronunciará en Granada el 23 de marzo de 1520. San Clemente ganará el pleito.
fallamos que la parte del dicho conçejo justiçia rregidores ofiçiales omes buenas de la dicha villa de San Clemente prouó bien e cunplidamente su yntençión e demanda e todo aquello que prouar debía e damos e pronunçiamos su yntençión por bien provado e que la parte del dicho conçejo justiçia rregidores ofiçiales e omes buenos de la dicha villa de Alarcón e del dicho Diego del Castillo no provaron cosa alguna que les aproueche e damos e pronunçiamos su yntençión por no provada, por ende que devemos pronunçiar e mandar e pronunçiamos e mandamos que el dicho conçejo justiçia rregidores ofiçiales e omes buenos de la dicha villa de San Clemente puedan fazer e fagan el molino que començaron a fazer en término de la dicha villa en la rribera del rrío Xúcar baxo el vado que dizen del fresno
Alarcón y Diego del Castillo hicieron uso del derecho de súplica para echar atrás la sentencia, pero sus mismos argumentos eran el reconocimiento de su derrota: el uso privatístico del molino iba contra la costumbre y el fuero de Alarcón, pues las aguas del río Júcar, en sus diversos aprovechamientos, para beber o pescar, eran de uso común. Todos sabían que el uso y aprovechamiento común del suelo de la antigua tierra de Alarcón tocaba a su fin, pero los beneficiarios de su uso privado eran las villas de realengo. La reacción señorial de los años malos que siguió a la peste y las crisis de subsistencias de comienzos del quinientos había perdido la partida una vez más frente a las villas eximidas del Marquesado de Villena. La respuesta de Antón Fernández, procurador sanclementino no daba lugar a dudas
y siendo mis partes conçejos e universidad no tienen neçesidad de pedir a otro liçençia pues que ellos la pueden dar para  faser molino en término común
El ocho de mayo de 1520 se pronunciaba la sentencia definitiva.




                                                                      *********

* Ayuntamiento de 17 de marzo de 1514: Pedro Sánchez de Origüela y Bernaldino de los Herreros, alcaldes ordinarios; Alonso González de Origüela, Antón López de Ávalos, Juan Sánchez el mozo, Francisco de Olivares, regidores; Gil Hernández de Alfaro, alguacil; Juan Sánchez de Olmedilla, procurador síndico; Antonio de los Herreros, Alonso Sánchez de Huerta, Pascual Simón y Pedro Sánchez el mozo, diputados del común. Para septiembre nos aparecen como diputados Garci Martínez Ángel y Juan López Cantero
** Estos vecinos eran Pedro de Montoya, Hernán Sánchez de Gabaldón, Antón López y Hernán Sánchez de Moratalla, por Vara de Rey, y Juan Fortún y Pedro Ruipérez, por Villanueva de la Jara. A ellos se añadieron Sebastián de Moya, Diego Zapata, Martín y Pedro Alonso, Martín Sánchez de Jábaga, Alonso de Peralta y Juan Collado, moradores de Vara de Rey, un hidalgo de San Clemente, llamado Antón García, y un vecino de Tébar llamado Alonso de Celada.
***AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 44/33


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1628, PIEZA 15. Pleito entre Alonso del Castillo y la villa de San Clemente por la edificación de un molino en el vado del Fresno. 1515, 




Anexo: molinos de la ribera del Júcar, y el río Rus, según el catastro de Ensenada

Villa de Alarcón (en la ribera del Júcar)


  • Molino llamado del Inchidero, inmediato a la población, con cuatro ruedas, dos de ellas pertenecientes a los propios de la villa de Alarcón y dos ruedas propiedad de Juan Villanueva, vecino de Alarcón. Muele 400 fanegas, ochenta para el molinero
  • Molino llamado de Vizcarra, a media legua de Alarcón, de tres piedras o ruedas, muelen la mitad del año; propiedad de Manuel Bermúdez y Salcedo. 180 fanegas para el molinero 36.
  • Molino de la Noguera, distante media legua de Alarcón, muele con cinco piedras, once meses al año. Propiedad del Marqués de Valera. 550 fanegas, 110 para el molinero.
  • Molino de la Losilla, distante tres leguas de Alarcón, con tres ruedas, muele tres meses al año. Propiedad del Marqués de Valera. 240 fanegas de trigo, 48 para el molinero.
  • Molino de los Nuevos, distante de Alarcón tres leguas. Muele con cuatro ruedas tres meses al año. Pertenece a los propios de la villa de Villanueva de la Jara. 400 fanegas de trigo, ochenta para el molinero.
  • Molino de Valdespinar, distante de Alarcón legua y media, con cuatro piedras que muele diez meses al año. 400 fanegas de trigo, ochenta para el molinero. Propiedad de don Diego Julián López de Haro, vecino de Ciudad Real, y a don Pedro de Buedo, vecino de Vara de Rey y otros vecinos de Alarcón, que tienen otro molino al otro lado de río Júcar, que muele con cuatro ruedas, ocho meses al año. 250 fanegas de trigo, al molinero 50
  • Molino del Picazo, distante dos leguas. Muele con tres ruedas la mitad del año. Perteneciente a los propios de Alarcón. Muele 250 fanegas de trigo, 36 para el molinero

San Clemente (en el río Rus)

  • Siete molinos en el río Rus, distantes una legua de San Clemente, con dos puestos de piedra. El molino de Rus, propiedad del Marqués de Valera; otro que llaman Blanco, propiedad de Juan Caballón presbítero; otro que llaman de la Talayuela, propio de Francisco Prieto Roldán; otro que llaman el Sedeño, propiedad de Miguel Sedeño, regidor; otro que llaman el Segundo, propio de Juan Muñoz Céspedes, vecino de Valladolid; otro que laman el Primero, inmediato a la villa, propio de la iglesia parroquial; otro que llaman de Cueto, propio de Ana María Rosillo, monja trinitaria. Todos ellos muelen entre 15 y 60 fanegas.
  • Molinos de viento contiguos a la villa de San Clemente. Uno de las monjas carmelitas descalzas, otro propio de don Pedro de Oma y otro más de Lorenza María Martínez, vecina de Villarrobledo
Sisante (en la ribera del Júcar)

Hay tres paradas de molinos
  • Una que incluye dos molinos con siete piedras; uno, los intitulados molinos Nuevos, propiedad de Bernarda González Pacheco, vecina de San Clemente
  • Otra intitulada el Batanejo, con cuatro piedras, perteneciente a don Diego Mesía Pacheco, señor de Minaya
  • Otro llamado del Concejo, con cinco piedras, propiedad de la villa de San Clemente
La Losa (en la ribera del Júcar)
  • Un molino a doce varas de la población, propiedad del señor de Valera, con cinco piedras
Villanueva de la Jara (en la ribera del Júcar)


  • Molino del Picazo, dista dos leguas de la villa, con cuatro piedras

sábado, 25 de febrero de 2017

El convento de los frailes o de Nuestra Señora de Gracia de San Clemente

Iglesia de San Francisco (web del Ayuntamiento, http://www.sanclemente.es/)
Los días seis y siete de julio de 1971 el padre franciscano Juan Messeguer se pasa por San Clemente, visitará el llamado convento de los frailes, ocupado por los padres carmelitas, que no tardarían en abandonarlo. Ha estudiado la documentación existente en el Archivo Histórico Nacional, que hace referencia a los años de la Guerra de la Independencia y los previos a la desamortización y exclaustración en 1835. Será coincidiendo con estos años de la década de los treinta del siglo XIX, cuando se produzca el primer abandono del monasterio, ocupado desde su fundación en 1503 por los frailes franciscanos. De la importancia del convento da fe el número de religiosos, que osciló entre treinta y cuarenta. Aunque hubo momentos que se pasó de esa cifra, de tal manera que en el capítulo de la orden, celebrado en Villanueva de los Infantes el 17 de mayo de 1760, se asignaron al convento de San Clemente un máximo de 35 moradores, de los que veinticinco serían sacerdotes, tres coristas, cinco hermanos y dos donados.

Integrado primero en la custodia de Murcia (división menor a la de la provincia en la organización monacal), acabaría integrado en la provincia de Cartagena, sucesora de la custodia, una vez emancipada de la provincia franciscana de Castilla.  Alonso del Castillo recibiría de una congregación capitular de la custodia de Murcia las escrituras que le reconocían el patronazgo de la capilla mayor de la Iglesia del convento. Tal decisión pronto sería rechazada por el concejo de San Clemente, que reduciría los derechos de Alonso del Castillo al ochavo de la capilla mayor, y reconocería el derecho de patronazgo al concejo de la villa. Es decir, a los principales de la villa, que marginados de las capillas que unas pocas familias poseían en la iglesia mayor de Santiago, veían reconocido en la de San Francisco el derecho a un lugar de enterramiento, privilegio de asiento en las celebraciones religiosas y lugar donde se preservara su memoria.

El convento de San Francisco se construyó sobre un solar cedido por don Alonso del Castillo, pero su construcción solo fue posible por las aportaciones, o limosnas, de los vecinos de San Clemente. Ahora en 1515, doce años después de su fundación, el concejo de la villa de San Clemente, en pleitos con don Alonso del Castillo por los molinos y Perona, se arrogará ante el provincial y custodio franciscano el derecho de patronato sobre el convento, haciéndoles rectificar la concesión anterior a favor de don Alonso del Castillo. El convento que se ha iniciado a construir una década antes, se ha erigido gracias a las aportaciones monetarias de los vecinos de la villa. En el momento de las disputas estaba finalizada la cabecera de la iglesia, de inconfundible estilo gótico; es de presuponer que en este momento se edifica el cuerpo restante de la iglesia con un estilo ya de ruptura con las viejas tradiciones, ruptura que también se manifiesta en el claustro. Las rupturas de estilo coinciden con el gobierno municipal de un patriciado urbano que se erige en el principal impulsor del desarrollo económico de la villa, triunfante sobre los intentos de dominio señorial de los Castillo o los Pacheco, señores de Minaya. Esta minoría de principales enriquecida amenazará con paralizar las obras del monasterio: en acertada expresión dirán que su fe religiosa se resfriaba. Ese resfriarse nos muestra a una nueva élite dirigente, incrédula en su fe, que veía en los edificios que por esta fecha se levantaban, ya fueran civiles o religiosos, el símbolo de su triunfo personal. Consciente de su poder, amenazó al capítulo de frailes franciscanos de Murcia con detener las obras y dejar inacabado el convento.

Licencia de 1563 para establecer un estudio de Gramática (AMSC. AYUNTAMIENTO)

El convento, ejemplo del contrapoder pechero a las familias hidalgas, que habían elegido la iglesia de Santiago y las capillas destinadas para ello como lugar de sepultura, se convirtió durante tres siglos en centro de estudios de gramática, donde se formarían los hijos de las familias principales sanclementinas. La licencia par la concesión del estudio de gramática se concedió por carta real de 1563, viniendo a dotar la villa de un centro regular de estudios, completando la licencia real, obtenida en 1494, para dotar al pueblo y su comarca de un bachiller de gramática. Los estudios de gramática, tal como constataba el padre Ortega en 1740, se ampliarían a estudios de arte, o filosofía, y teología moral. Nos cuenta el padre Messeguer que en el convento de Nuestra Señora de Gracia recibió formación religiosa y científica el franciscano irlandés Patricio O'Hely. Aquí estudió filosofía durante tres años, entre 1560 y 1570, martirizado en su tierra natal el 22 de agosto de 1578.


Portada con el cordón franciscano (http://sanclemente.webcindario.com)
El padre Messeguer nos da una visión del convento en 1971, tal como lo encontró en en su visita, todavía ocupado por los padres carmelitas. Antes, da fe del estado de abandono que ha sufrido este convento a lo largo de la historia. Así, recogía el  testimonio del padre Ortega en 1740, que recriminaba a la Marquesa de Valera, sucesora en el patronato del ochavo de Alonso del Castillo, que anduviera en pleito con los frailes y descuidara sus obligaciones cristianas para ayudar a la conservación del edificio. Las disputas estériles hoy continúan, sin que aprendamos nada del pasado, mientras el edificio languidece. Dejamos pues las palabras del padre Messeguer en el recuerdo de su visita de julio de 1971
Del edificio queda el claustro central, grande; si no mal recuerdo, cuadrado o casi, con dos aljibes y sendos brocales modernamente retocados. Le adornan bellas columnas, sobre las que se apoyan arcos -¿escarzanos?- embutidos en obra de ladrillería, quizás en el siglo XVIII. Del resto del convento se conservan pequeñas partes aprovechadas por los actuales moradores que han construido un convento nuevo. Si el antiguo ya estaba sumamente deteriorado en 1740, no estaría mejor ciento sesenta años después (momento de la ocupación por los pp. carmelitas). La iglesia dedicada a Santa María de Gracia, se conserva en su ser primitivo con retoques inevitables que el tiempo impone. Portada gótica, blasonada con el cordón franciscano ciñendo el arco de entrada, según costumbre bastante extendida en la época
Claustro (foto José García Sacristán)

El documento que abajo presentamos fue cedido por el cura don Diego Torrente Pérez al padre Juan Messeguer durante su visita el seis y siete de julio de 1971. que transcribió el documento y lo publicó en la revista franciscana ARCHIVO IBERO-AMERICANO. Reproducimos esta transcripción con el fin de darla a conocer. Completa la que el propio Diego Torrente público en sus Documentos para la Historia de San Clemente. En ambos casos la base es el documento existente en el Archivo Histórico de San Clemente. Nos quedará la duda sobre cómo fue el encuentro entre el padre Messeguer y don Diego Torrente. Para el primero su visita al convento de San Clemente era una escala más en su estudio del franciscanismo; trató mal la hospitalidad del cura sanclementino, del que solo parecía interesarle la información que atesoraba y ese desprecio se plasmó en que citó mal su apellido a pie de página (Torres por Torrente). El cura sanclementino era ávido y supo aprovechar la visita del murciano para ampliar sus conocimientos, tener acceso a los estudios del padre Ortega o captar lo que el franciscano le contaba sobre el libro de cuentas que de 1812 a 1835 de dicho monasterio existe aun hoy en el Archivo Histórico Nacional. No le contó el franciscano al sanclementino cómo, durante la ocupación napoleónica del pueblo, los frailes ocultaron sus ahorros, dos mil doscientos reales, entre las tumbas de sus muertos y lo ávidos que fueron los franceses por encontrarlos.
Primeramente dos mil doscientos reales que se llevaron los franceses del panteón de los religiosos donde los encerraron con toda cautela el P. Guardián y Fr, Gerónimo Fernández, quien se quedó con la llabe de la cueba que era su entrada
Desconocemos si ambos religiosos compartían el conocimiento del padre Tomás, que tras la exclaustración de los frailes se hizo cargo de la iglesia, ayudando a su preservación. Este cura decimonónico era  especialmente querido en el pueblo, donde todos le llamaban el padre Tomasito. Los franciscanos tuvieron la posibilidad de volver a San Clemente en 1878, tras la restauración de la provincia de Cartagena, pero no aceptaron. Su lugar lo ocuparon en 1899 los padres carmelitas.

A uno y otro, franciscano y cura, se les escapó, creemos el verdadero valor histórico del documento que ambos leyeron y transcribieron: el pueblo estaba viviendo su edad de oro, su despertar. Comenzaba un primer impulso que tenía su reflejo en una primera implosión arquitectónica, que pronto abandonaría las trazas góticas de la cabecera de la iglesia gótica para internarse por los caminos del Renacimiento. Decían las Relaciones Topográficas, sesenta años después, que la construcción del convento de Nuestra Señora de Gracia (y posteriormente el de las clarisas) solo había sido posible en un momento de la historia de la villa con más población y posibilidades. La apreciación era incierta, pues el San Clemente de 1515 tenía la tercera parte de población del de 1575. Sin embargo, los sanclementinos de 1515 tenían una fuerza de voluntad y determinación que era ajena a sus paisanos de sesenta años después.



Yn nomine Domine, amen

A todos los que el presunto trasunto vieren e oyeren, yo,  fray Pedro de Molins, custodio de la custodia de Murçia de la orden de San Françisco de la observançia, vos notifico e hago saber cómo vi e diligentemente examiné unas cartas de la donaçión fecha al conçejo de la villa de San Clemente, del patronadgo del monesteryo que nuevamente se edifica en la dha villa, para freyres de la dicha orden, so ynvocaçión de Sancta Marya de Graçia otorgadas en el capítulo e congregaçión, fecha por el muy rreverendo padre fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial de la dicha horden de la provinçia de Castilla, en uno con otros frayres e religiosos de la dha horden en el monesteryo del señor San Françisco extra muros de la çibdad de Murçia, el día e fiesta de la Conçebçión de nra Señora la Virgen María, escriptas en pergamino, e firmadas del nombre del dho muy reverendo padre provinçial e del custodio de la dha custodia, que por entonçes hera, e de los nonbres de otros religiosos difynidores de las cosas tocantes al dho capítulo, e selladas con el sello de la dha provinçia, e con otro sello de la dha custodia, no rraydas ni chançeladas ni en parte alguna de ellas sospechosas, mas caresçentes de todo viçio e error, según que por ellas propia façie, paresçía; el thenor de las quales es éste que se sigue:

Nos, fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial sobre los frayres menores de la observançia de la provinçia de Castilla e fray Alvaro de Santisso, custodio de la custodia de Murçia, e fray Pedro Molins, electo en custodio de la dha custodia e difynidor con los otros difynidores desta nra capitular custodia e congregaçión, fecha en el convento de San Françisco de la çibdad de Murçia, en la fiesta de la Conçebçión de nra Señora, de año de (1515) años,
visto que vos, el honrrado conçejo de la villa de San Clemente, movidos por zelo del serviçio de Dios e devoçión a nra sagrada horden, fundastes en la dha villa, con vras propias lymosnas, el monesterio de Sancta Marya de Graçia, para que fuese morada de frayres de nra horden, la qual obra avéys continuado e continuays,
e allí mesmo, oyda la informaçión que por el discreto del dho monesterio nos fué fecha diziendo que vos, los suso dhos, os aclamavades e deziades padeçer agravio en esto que syendo fundado e edificado el dho monesterio a vras espensas, hizyesen a ninguna persona particular patrón dél, y que esto deziades, porque sabiades que en otra congregaçión o congregaçiones capitulares desta nra custodia avyan seydo conçedidas çiertas letras del señor Alonso del Castillo, vezino de la dha villa, las quales que savían que le hizieron patrón de la capilla mayor del dho monesteryo,
e que a esta cabsa se rresfriava a vosotros la devoçión que a la dicha casa thenés, e gana de acabar el edifiçio en ella començado, e que protestavades que, si el patronado sobredho no fuese a todos común, de çesar de hazer lymosnas para la dha obra,
lo qual thenemos por muy çierto ser e pasar ansy como nos fue dho, e relatado por el dho discreto, porque muchos de vos, prinçipales del pueblo, hizieron la mesma ynformaçión e protestaçión al uno de nos los suso dhos;
por ende, acatando a vra devoçión e justiçia que thenés, vyendo que, sobre las conçesiones del patronado susodho, no fue bien consultado ni por quien las procuró fecha devida ynformaçión, e se dixo que el dho Alonso del Castillo aver dado todo el sitio e solar para el dho monesteryo y ser prinçipal fundador e ayudador a la obra suso dha, lo qual pareçe por verdad no ser ansy como dho es,
nos, los susodhos, husando de la abtoridad apostólica a nos cometida para defynir, determinar e consultar en las cosas e negoçios de nro capítulo, dezimos que no obstante qualesquier letras que en contrario paresçieren conçedidas en nros capítulos, hazemos patrón del dicho monesteryo a vos el dho conçejo de la villa de San Clemeynte, para que cada uno de vos podáys elegir sepoltura e asyento do quiera que ovyere lugar, dentro e fuera de la capilla mayor, a donde por el guardián del monesterio os fuere señalado,
excebto el ochavo de la dha capilla, de la una esquina a la otra, el qual damos e señalamos al dho señor Alonso del Castillo para su enterramiento.
En testimonio de lo qual, damos esta carta firmada de nros nombres, e sellada con el sellode la dicha probinçia, fecha en el dho convento de Murçia, en nra capitular e custodial congregaçión, día mes e año susodhos.
Fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial, fray Alvaro de Santisso, fray Pedro Molins, custodyo, fray Pedro de Ayala, fray Antonio del Puerto, fray Gonzalo de Soto.

Las quales dhas letras, por mi diligentemente vistas e examinadas por parte del dho conçejo de la dha villa de Sant Clemeynte me fue pedido las mandase trasladar e les mandase dar dellas trasunto o trasuntos, uno o dos e más, en pública forma para guarda del derecho del dho conçejo,
e yo visto el dho pedimento, e vistas las dhas letras de donaçión, e examinadas como es, aquéllos mandé trasladar, y en pública forma de trasunto tornar poe el notaryo ynfrascripto,
el qual dho trasunto e trasuntos quiero e es mi voluntad que sea dada e atribuyda entera fee, como sy las mesmas letras originales paresçieren,
a lo qual ynterpongo la abtoridad de la dha orden e decreto, para que valan e sean firmes en todo tienpo e lugar e para mayor corroboraçión del dho trasunto le mande sellar con el sello de la dha custodia, e le firme de mi nonbre
que fue fecho y pasó lo susodho en el dho monesteryo de San Françisco, a 15 días del mes de dizienbre, año de 1515 años.
A lo qual fueron presentes por testigos, para ello llamados e rrogados, Alonso de Alvaçete, e Françisco de Sabahún, vezinos de la dha çibdad de Murçia. Frater Petrus Molins custos.
Yo Alonso Balacana, escrivano y notaryo público por la abtoridad apostólica, que presente fui ante el dho rreverendo padre custodyio, en uno con los dhos testigos, e todo lo susodho, e a cada una cosa e parte dello, e asy lo vy, e oy, e non corresçila, e de mandamiento del dho custodyo este dho trasunto de mano de otro escrypto saqué, y en esta pública forma lo torné, e de mi signo acostunbrado, en uno con el sello de la dha custodia pendiente e firma del dho custodio, lo signé en fee de testimonio de verdad, rrogado e rrequerydo.


MESSEGUER FERNÁNDEZ, Juan, O.F.M.: "El convento de S. Francisco de S. Clemente. Fundación y últimos años de existencia" en Archivo Ibero-Americano, pp. 461-473. Año XXXVI, Octubre-diciembre, nº 144. 1976

ADENDA

Hoy es 30 de julio de 2018, el vetusto convento de los frailes nos sigue presentando ese aspecto destartalado que amenaza ruina, pero quién sabe si en su abandono ha despertado las conciencias o simplemente se ha convertido en testigo del pasado que ha recordado a los sanclementinos su historia. Hoy nace la esperanza de su recuperación. Por supuesto habrá disputas y corrillos en la plaza y calles del pueblo sobre qué hacer con el viejo edificio. Más allá de las opiniones encontradas el convento de Nuestra Señora de Gracia habrá ganado una batalla más, que no será la última. En los próximos dos años recuperará su esplendor de antaño.

Cuando los restauradores recuperen cada uno de sus muros, cuando se enfrenten a su claustro oculto por los vanos tapiados, no deben olvidar una cosa. El convento de Nuestra Señora de Gracia es un convento del pueblo. El pueblo lo levantó con sus limosnas. La iglesia de Santiago era la iglesia principal, pero desde hace quinientos años la misa mayor dominical se celebraba en la iglesia de los franciscanos. La plaza mayor era el lugar de confrontaciones públicas y cierre de negocios, pero nuestro convento, y su olvidado claustro era el escondido sitio de los encuentros deseados y de las confidencias ocultas. La iglesia de Santiago era el lugar de las homilías y las deslumbrantes octavas del corpus, pero el convento de los frailes era tribuna del sermón heterodoxo y del verbo libre. La iglesia de Santiago era el lugar de enterramiento de las grandes familias que querían subyugar al pueblo. El convento de los frailes era sitio de descanso eterno de quiénes en el pueblo dudaban de todo o habían llegado a él sin nada. Alonso Castillo, el hombre del marqués de Villena, en la villa tuvo que claudicar ante unos sanclementinos que no aceptaban más señores. Pretendía todo el convento y tuvo que quedarse con un ochavo. Martín Ruiz de Villamediana vino de Tierra de Campos como mercader, en San Clemente se forjó su riqueza, su fama y su hidalguía, pero en su hora final solo buscó el regazo de paz de una capilla del convento de los frailes por sepultura. Sabía que su memoria sería olvidada, por eso, creó un convento de clarisas. Dentro de poco, cuando se descubra la belleza cegada y callada de los arcos del convento de los frailes, empezaremos a desear ver el inaccesible claustro de las clarisas. Entonces comprenderemos el verdadero espíritu sanclementino: los edificios, incluso los religiosos se hacían a la medida del hombre. Aquí, llegó Vandelvira dispuesto a hacer una cúpula en la iglesia de Santiago que deslumbrará a todos, incluso a Dios. Dicen que desdeñó de su idea, porque Rodrigo Pacheco vio desaparecer su capilla de San Antonio. Pero no es verdad, los sanclementinos no querían que nada apagara el espacio abierto de su plaza.

Porque los sanclementinos son amantes, a pesar de lo que se diga, de los espacios abiertos. Y si un espacio era símbolo de esa apertura, ese era el convento de los frailes. Cuando en 1517 Luis Sánchez de Origüela fue quemado por sus ideas luteranas, pues que era su pensamiento sino avanzado protestantismo de quien creía que el hombre en su soledad solo necesita de su fe para hablar con Dios y cuando maldecía esas imágenes en los que veía ídolos. Él que, al igual que el resto de los sanclementinos solo se amaba a sí mismo. Para qué necesitaban los sanclementinos la iglesia de Santiago si con sus manos ya estaban levantando otra. Se lo hicieron pagar y su infame memoria se conservó en el sambenito que colgaba entrando por la puerta de Santiago. Los Origüela dieron la espalda a su iglesia y a su cementerio aledaño y se fueron al convento de Nuestra Señora de Gracia. En él, levantaron su capilla de enterramiento. Les siguieron otros como los Ortega y los ya consabidos Villamedianas. Todos creían en lo mismo: el futuro se lo labra uno mismo y la memoria que ha de llegar a nuestra muerte no se labra en mármol, sino en el recuerdo que dejamos en nuestros vecinos. Se intentó hacer de los frailes unos comparsas, pues ellos daban el crédito y la buena fama en el siglo XVI. Pero los sanclementinos sabían que ni filas de franciscanos detrás de los ataúdes ni kilos de cera fundidos ganaban el Paraíso. Por eso hacia 1650, un vecino desafió a todo el pueblo: cambió su deseo de ser enterrado en el convento de los frailes por una simple fosa cavada en la puerta sur de la iglesia de Santiago. Envuelto en una estera, debía ser pisoteado por todo el mundo, para a todos recordarles que era un hombre, a pesar de la arrogancia con que se presentaba en vida.

De gestos estaba llena la vida de San Clemente, y de esos gestos se valió fray Julián de Arenas, el prior del convento de Nuestra Señora de Gracia, cuando con valentía expuso sus ideas heterodoxas. Fue repudiado y condenado, pero nos enseño una verdad: el valor del silencio, a imitación de Cristo, es preciso guardar silencio para que la verdad se abra camino. Su silencio era el de la resignación de todo un pueblo, pero también el símbolo del escepticismo del que nace el libre pensamiento. Es ese silencio, guardado durante siglos, el que hace del convento de Nuestra Señora de Gracia el símbolo de todo un pueblo y de cada uno de los vecinos de la vieja villa de San Clemente.


domingo, 19 de febrero de 2017

Conflictos sociales y crisis de subsistencias en Motilla y El Peral en torno a 1600

Pórtico de la iglesia de El Peral
A finales del siglo XVI el poder de la villa de Motilla del Palancar, como la de tantas otras, recaía en unas pocas familias. El monopolio del poder local iba parejo al disfrute de ciertos privilegios y, por contra, a una discutida administración de los bienes públicos en perjuicio de la res publica y la mayoría de la vecindad.

El proceso de concentración del poder local había llegado con retraso a la villa de Motilla, al igual que a la de El Peral, pero en sus formas era un remedo de lo acontecido en el resto del corregimiento de las diecisiete villas. La sustitución de los regidores elegidos a suertes o elegidos por los cargos salientes por oficios perpetuos se había iniciado en 1543 en las villas principales, extendiéndose la compra de oficios y su disfrute de por vida al resto de villas. Pronto al disfrute vitalicio de los cargos seguiría la sucesión hereditaria de los mismos. Sin embargo, las sociedades locales de la Mancha conquense de la segunda mitad del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII estaban formadas por grupos muy dinámicos, donde las nuevas fortunas luchaban por acceder al poder. Estos conflictos, unas veces daban lugar a luchas banderizas entre las viejas familias y las nuevas, otras simplemente la divergencia de intereses confluían vía matrimonial.

La venta de regidurías perpetuas en la villa de Motilla. o al menos la consolidación de dicha forma de gobierno se había producido poco antes de 1590. El hecho, se enmarcaba en un contexto de reforzamiento de los poderes locales frente a un poder de la Corona, que aparentemente iniciaba, sobre todo en el plano fiscal, un intento de centralización administrativa (léase, nuevo servicio de millones), pero que nacía del propio reconocimiento por la Monarquía de su debilidad en la zona: fracaso y desaparición de la Gobernación de lo reducido del Marquesado de Villena y su sustitución por dos corregimientos en 1586 y fracaso de los intentos de establecer un embrionario orden fiscal en el Marquesado en el campo de las rentas reales de la mano del administrador Rodrigo Méndez.  Hay que reconocer que la solución dada en este campo, con la creación de una Tesorería de rentas reales, cuyo oficio recayó en el capitán Martín Alfonso de Buedo, fue un acierto, pero el importe de alcabalas y tercias de los pueblos del Marquesado iba íntegramente al pago de los juros de Fúcares y genoveses; la recaudación del nuevo servicio de millones que se creó para procurar nuevos ingresos a la Corona recayó desde sus inicios en manos de las oligarquías locales. De los memoriales de agravios, que en 1590 los concejos presentaron en nombre del bien común y sus vecindades, pronto se pasó a la oportunidad de negocio que ofrecía la nueva fiscalidad: los bienes propios, caudal de los pósitos, repartimientos concejiles y los propios privilegios y cargos concejiles, objeto de compra y venta, se supeditaban al pago del nuevo impuesto. La gestión de todos estos recursos recayó en manos de unas pocas familias en cada pueblo, por la compra de regidurías perpetuas y otros cargos. Del expolio de los bienes y recursos municipales nacerían las minorías oligárquicas que controlarían el poder local de los pueblos, cuyo dominio alcanzaría, vía alianzas matrimoniales, una extensión regional. La lucha por la gestión de estos recursos municipales provocó fuertes enfrentamientos de bandos en el primer tercio del siglo XVII, antes de la consolidación definitiva de algunas familias en el poder de los pueblos. En la mayoría de los casos, dado el carácter pleiteante de la sociedad española de la época moderna, que nos recordaba KAGAN, los conflictos acababan en largos y costosos pleitos en la Chancillería de Granada, pero otras veces, caso de la villa de El Peral en 1630, las tensiones derivaban en sucesos sangrientos.

Hoy analizaremos la lucha por el poder local en las villas de Motilla y El Peral poco antes de la peste del año 1600. La crisis del seiscientos, desgraciadamente muy ignorada, fue unos de esos puntos de inflexión que marcaría los rumbos de unas sociedades locales por derroteros que a fines del siglo anterior difícilmente hubieran sido imaginables. Motilla y El Peral nos aparecen como dos pueblos que conviven en perfecta ósmosis, pero Motilla el pueblo nuevo en crecimiento constante acabará absorbiendo a El Peral, la villa antiquísima y de rancio abolengo. Sus familias acabarán buscando su fortuna en Motilla, lugar de encrucijada de caminos hacia Levante y Albacete y más afortunada. El peso demográfico de Motilla, quinientos vecinos, frente a los ciento cuarenta de El Peral, es reflejo del peso de ambas villas.

La venta de regidurías perpetuas hacia 1590, en un momento de la nueva exacción fiscal del servicio de millones, había sido funesto para el difícil equilibrio que vivía la sociedad motillana. Los siete regidores perpetuos que ejercieron el poder en la década de los noventa lo habían hecho en beneficio propio. Cuando en los últimos años del siglo XVI, las condiciones económicas devinieron adversas con las malas cosechas y las derivadas crisis de subsistencias, las acusaciones contra los regidores se hicieron más visibles. Miguel de Dueñas puso voz a los vecinos motillanos* que acusaron a sus regidores de esquilmar los bienes del pueblo y ejercer el uso del poder arbitrariamente. Se acusaba a los siete regidores motillanos de encabezar una camarilla de cincuenta vecinos que se habían confederado para comprar los oficios municipales. Desde el monopolio que detentaban del poder local, se eximían a sí mismos y sus parientes del repartimiento de cargas y hospedaje de soldados. Las acusaciones partían de un contexto de escasez y crisis de subsistencias que había situado el precio de la fanega de trigo, comprado lejos de la villa, en la desorbitada cifra de treinta reales; el caudal del pósito, valorado en seis mil ducados, se había dilapidado. Se acusaba a los regidores de pagar con el caudal del pósito el precio de sus oficios y de apropiarse 35.000 reales, de apropiarse de las rentas concejiles y de comprar el oficio de escribano a favor de un particular para encubrir y dar naturaleza legal a sus delitos. Además, Miguel de Dueñas y sus consortes, amparándose en la obligación de los oficios públicos de someterse a un juicio de residencia, pedían que el corregidor de San Clemente pasará a la villa de Motilla a juzgar a sus regidores y tomar cuentas de su administración en los últimos diez años.

Igual proceder que los vecinos motillanos siguieron algunos vecinos de El Peral que denunciaron a sus regidores**. Los vecinos de la villa de El Peral para mitigar la necesidad de sus ciento cuarenta vecinos había hecho un pósito hacia 1583; la operación supuso un primer endeudamiento de la villa que se vió obligada a tomar un censo de 1.500 ducados. Un segundo endeudamiento vino por igual cuantía de un donativo real, cuyo importe sacado en un primer momento de la tesorería de millones de Cuenca, acababa obligando el caudal del pósito de la villa. La acusación de El Peral adquiere un fuerte matiz de clase, expresado como veremos en el lenguaje usado por las partes contendientes. En el Peral no había regidores perpetuos, pues, aun siendo la villa de escasa vecindad, había decidido consumirlos poco después de su implantación. Un vecindario, agraviado por la actuación de estos oficiales, había elegido el peor momento para amortizar estos cargos, pues el precio fue un nuevo endeudamiento por cuantía de 530 ducados. La villa se vio obligada a adehesar y arrendar a particulares por diez años un término propio del pueblo llamado el Pinar. Los beneficiarios del arrendamiento habían sido los propios regidores denunciados, en cuyos bolsillos acabaron las rentas destinadas en un principio al consumo de las regidurías, privando al pueblo, a decir de los denunciantes, de unas rentas valoradas en mil cien ducados.

Los denunciantes de ambas villas llevaron sus causas a la Corte, un siete de mayo de 1599, dando su poder al motillano Miguel de Dueñas. Los regidores motillanos defendieron su causa, alegando que las acusaciones venían por el reparto de trigo y cebada a los denunciantes con motivo de la jornada del rey Felipe III y su hermana Isabel Clara Eugenia a Valencia, donde habían acudido un mes antes para desposarse respectivamente con la reina Margarita de Austria y el archiduque Alberto. Las cuentas de las dos villas y su pósitos ya se habían tomado en 1597 por el alcalde mayor de San Clemente, el doctor Francisco Pimentel. Aunque sus sentencias no habían convencido y estaban apeladas en la Corte ante el Consejo de Castilla. No obstante, quien nos ayuda a comprender realmente lo que estaba pasando era el regidor peraleño Pedro García; aunque en tono exculpatorio se reconocía que los abusos de las oligarquías locales coincidían en el tiempo con años aciagos de malas cosechas, que habían provocado la pauperización del común de los pueblos

como a cinco o seis años que la cosecha de pan y vino a seydo muy poca en esta villa por aber faltado los tenporales y por causa de piedra y niebla y otros casos fortuitos y en particular este año presente a seydo muy estéril y que desta causa todos los vecinos desta villa están muy gastados y necesitados y se espera un año de muncho trabaxo para los vecinos desta villa
La afirmación del regidor venía corroborada por vecinos notables de la villa, tal como Pedro López Chavarrieta de cincuenta años, que reconocía que las acusaciones de los peraleños hacían leña del árbol caído, acusando a unos regidores ya condenados por el doctor Pimentel y cuyas sentencias estaban pendientes en el Consejo de Castilla. Las tensiones en el pueblo eran para agosto del año de 1599 muy graves, coincidiendo con una pésima cosecha. En ese diagnóstico, tan real como interesado a decir verdad, coincidían otros notables, que sin desempeñar los cargos públicos no por ello habían dejado de beneficiarse de los propios y rentas concejiles, tal era el caso de Andrés Luján.

Lo cierto es que, aprovechando el estado de necesidad que se vivía tanto en la villa de El Peral como en la de Motilla, un grupo numeroso de vecinos de ambos pueblos habían hecho causa común contra los vecinos principales que detentaban los poderes locales. Aprovechaban que el licenciado Cisniega estaba tomando la residencia del corregidor de San Clemente Fernando de Prado, para reabrir el proceso del doctor Pimentel de dos años antes, que ya había condenado a estos principales por malversar los bienes de los propios y de los pósitos locales.

La defensa de los poderosos corrió a cargo de Francisco Lucas, regidor de la villa de Motilla. Sus argumentos delataban la defensa del interés de clase por encima de las necesidades ajenas. Los denunciantes habían conseguido que el licenciado Cisniega entendiera, por comisión recibida el 17 de mayo de 1599, en la cuentas de los propios y de los pósitos. El momento no podía ser más oportuno; en pleno mes de agosto las cosechas acababan de ser recogidas de los campos. Pedro Lucas protestó. Los cargos de mayordomos de pósitos vencían para San Juan de cada año, era a comienzos de julio cuando se tomaban las cuentas. Ahora, al llevarse en el mes de junio el escribano y alguacil enviados por el juez de residencia los papeles del pósito se decía que no se habían podido cobrar las deudas a partir de Santiago, una vez segada la mies y que los trabajadores habían recibido sus salarios. A la escasa cosecha se unía la ocultación del trigo recogido. Desde luego, la práctica de ocultación del trigo para evitar pagar las deudas del pósito y el diezmo poco tenía que ver con la falta de los papeles de cuentas del pósito. Más bien era una práctica consuetudinaria, que especialmente algunos practicaban más que otros.

La malversación del caudal de los pósitos en el corregimiento de las diecisiete villas venía de lejos. Ya en 1595 el corregidor y su alcalde mayor habían recibido comisión para intervenir las cuentas de los pósitos de las villas del corregimiento. La denuncia vino de la villa de San Clemente. Allí el regidor Hernán Vázquez de Ludeña denunció cómo el dinero que habían recibido los depositarios de la villa Bautista García de Monteagudo y Diego Ramírez Caballón, seis mil ducados  para redimir un censo cargado contra el caudal del pósito no se había utilizado para tal fín y cómo desde hacía doce años las cuentas del pósito de don Alonso de Quiñones ni se habían tomado ni sus deudores habían satisfecho sus deudas. El doctor Pimentel fue comisionado para tomar las cuentas de los pósitos de las diecisiete villas, comisión que incumpliendo el término de los treinta días se acabó convirtiendo en intromisión de la justicia de San Clemente en las cuentas de los pósitos de los dos años siguientes. Las condenas impuestas fueron aceptadas de mal grado y apeladas. Es de suponer algún tipo de compromiso entre el corregidor y las oligarquías locales, pues a pesar de la intervención del caudal de los pósitos por su justicia dos años antes, en 1599 se prefería la acción del corregidor sanclementino antes que la intervención del juez de residencia licenciado Cisniega. Se alegaba que las villas difícilmente, en la escasez que se vivía, podían soportar los salarios de dicha residencia, cifrados en dos mil maravedíes, pero aparte de esta realidad, se temía más el clima de malestar social existente en los pueblos, cuyos vecinos empobrecidos reclamaban justicia.

Los principales conseguirían evitar la intervención en los pósitos municipales del licenciado Cisniega, pero los denunciantes seguirían en su empeño, consiguiendo ya en el año 1600 (año de pésima cosecha por el pedrisco de abril y mayo) intervención de un nuevo juez de comisión, el licenciado Santarén, prorrogando en el mes de mayo su comisión inicial de ocho días a otros quince más. Sin embargo, para el 10 de junio el licenciado Santarén, que no ha comenzado todavía su comisión, se excusa de llevar a cabo su labor por la estar su mujer enferma en Madrid. De nuevo las presiones de los poderosos locales, como antes con el licenciado Cisniega, evitaban su acción judicial. Para entonces los regidores de El Peral deciden enviar procuradores a Madrid, alejando de la villa el contencioso, que pagan con las rentas de los propios.

Ya en el mes de julio de 1600, los peraleños intentan se mande nuevo juez de comisión. Faltan por cobrar los alcances del pósito desde el año noventa y tres. Mientras que los regidores peraleños eluden el pago de sus deudas, apoyados por la parcialidad de la justicia del corregidor de San Clemente, otros vecinos sufren ejecuciones en sus personas y bienes por no poder hacer frente a los réditos de los censos con que está cargada la villa. Por fin se decide el 1 de agosto que vaya a tomar las cuentas el corregidor de Cuenca. La decisión es tomada como una derrota por los regidores de El Peral, que piden su recusación. Razón llevan, pues el corregidor de Cuenca se ha entrometido en años pasados en las villas del sur de Cuenca para garantizar el abasto de la propia ciudad. Se ve más imparcial, y tal vez manejable,  al corregidor de Chinchilla. Para entonces el conflicto está enervado; a ello contribuye que la villa sea una vecindad estrecha de apenas ciento cuarenta vecinos, pero asimismo el poder de sus vecinos principales cuyos intereses y lazos se extienden por toda la comarca. El lenguaje del contencioso se hace más agrio. Los regidores presentan a la villa de El Peral como una sociedad de iguales, donde ningún vecino tiene hacienda superior a los mil ducados. obviando el poder e influencia de linajes como los Luján y los Chavarrieta. Sus enemigos son presentados en un lenguaje de desprecio  y clasista como gente de baja procedencia
porque vª al. sabrá que las personas que lo piden (que se mande juez de comisión) son algunos particulares pobres y gente común y holgazana que no tiene en qué entender y porque la justicia y regimiento de la dicha villa los conpele a que trauajen y no anden vagantes an tomado tanto odio y enemistad con ellos

El pleito parece detenerse bruscamente sin que conozcamos el final. La causa, sin embargo, no es otra que la presencia de la peste ya desde mediados del mes de julio en las villas del corregimiento. Durante seis meses la presencia del mal, o los temores en aquellas villas no alcanzadas, acalla cualquier conflicto.





Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 28252, Exp. 11.  Miguel de Dueñas y consortes vecinos de la villa de la Motilla con Tomás Tendero y consortes sobre cierta querella  



* Los vecinos motillanos que denunciaron los abusos de los regidores fueron Miguel de Dueñas, Roque de la Parrilla, Alonso de Toledo, Pascual de Barchín y Miguel Martínez. Los regidores perpetuos eran Tomás Tendero, Alonso de León, Manuel de Ojeda, Miguel García, Antón de la Jara, Francisco Lucas.

** Los vecinos de El Peral que denunciaron los abusos fueron Miguel Leal, Alonso del Peral, Agustín García, Juan Jiménez, y Gil de Alarcón. Se querellaban criminalmente de los regidores Diego de Alarcón, Juan de Mondéjar, Alonso de Tórtola Espinosa, Pedro García de Contreras y el alguacil Juan Navalón.

domingo, 12 de febrero de 2017

San Clemente y la revolución de mil quinientos


La historia de San Clemente a comienzos del siglo XVI es una incógnita, como es la historia de la segunda mitad del cuatrocientos. Se ha ensalzado el reinado de los Reyes Católicos como la época de esplendor de la villa, mientras la penumbra se extiende sobre el reinado de Juana la Loca. Si paramos nuestra vista en el deslumbrante espacio renacentista de la plaza mayor, nos vienen a la mente los datos cronológicos de don Diego Torrente sobre la construcción de los edificios que la configuran. La preocupación por el estado de la iglesia de Santiago ya nos aparece en 1530, aunque las grandes reformas de los edificios ya son de mediados del quinientos: las actuaciones del vizcaíno Meztraitúa y la posterior de Vandelvira en la Iglesia, con la añadidura de ese cuerpo de sillar perfecto que da el porte a la iglesia de un palacio renacentista que más que mirar da su espalda a la plaza; la reforma del ayuntamiento con la consolidación de unos arcos centrales que cedían y la construcción de una sala digna para los regidores sanclementinos. La reforma del ayuntamiento es anterior a la construcción de las carnicerías y el pósito, aunque más bien habría que hablar de continuidad entre ambas obras, pues continuidad hay entre las dos plazas. En la puerta gótica de Santiago de la iglesia parroquial se reunían los representantes sanclementinos para celebrar sus cabildos, antes que lo hicieran en el nuevo edificio de la plaza mayor, creemos que ya desde comienzos del quinientos.

Hoy queremos hacer una apuesta histórica, sin fuentes documentales que la sustenten o precisamente por la ausencia histórica de estas fuentes podamos aventurar una hipótesis que el tiempo dirá si tiene su verdad histórica en los documentos que quizás aparezcan donde menos esperamos encontrarlos. Cuando hace ya casi veinticinco años comencé a describir el archivo histórico de San Clemente miraba con recelo y cierto miedo todos aquellos privilegios del Marqués de Villena o los Reyes Católicos, que ya se habían profanado, sacándolos del arca de tres llaves donde habían permanecido durante cientos de años y donde se los encontró don Diego Torrente. Los privilegios y cartas reales (afortunadamente recopilados en libro de privilegios de fecha posterior) que van de 1445 hasta los años cuarenta del siglo siguiente, junto con una documentación rala de correspondencia de procuradores de la villa, apenas si son desperdigadas manchas que más que mostrar el pasado histórico parecen ocultarlo. Y la primera pregunta que nos viene a la cabeza es ¿qué habrá sido de aquellas actas municipales anteriores a 1548, que hoy nos han desaparecido, pero que allá por la segunda mitad del siglo XVII, entre sus papeles, los nuevos advenedizos a la hidalguía buscaban a algún antepasado desempeñando el puesto de regidor o de alcalde?

Artesonado de la ermita de Nuestra Señora del Remedio (pág. web del ayto.)
Cuando los Reyes Católicos visitan San Clemente un sábado nueve de agosto de 1488 es, mal que nos pese, una villa de labriegos. No hay murallas ni puertas, ni siquiera se ha tenido el valor de levantarlas improvisadamente, a modo de barricadas, como han hecho en acto tan heroico como suicida los habitantes de La Alberca durante la guerra del Marquesado. A falta de puerta simbólica, los Reyes Católicos deben jurar los fueros y libertades de la villa en el puente que se levanta sobre el arrabal, en el río Rus. San Clemente siempre se ha mirado en el espejo del santuario de Rus para reconocerse e injustamente ha olvidado ese arroyuelo tan insignificante como vital para comprender su pasado histórico. En San Clemente, en ese año de 1488, hay pocos edificios que den cierto porte señorial a la villa. La iglesia de Santiago, en la que, a través de las piedras irregulares de su fachada se adivina el templo antiguo, apenas si levanta majestuosa su torre; el cementerio aledaño a la iglesia, que aún pervivía hacia 1553, no daría mucha prestancia al espacio urbano que hoy vemos. Un poco más alejada la Torre Vieja, levantada por Hernán González del Castillo en la misma época que su hermano el doctor Pedro alzaba el castillo de Santiago de la Torre como construcción tan similar como pareja en su función defensiva. Mal debieron mirar los sanclementinos esta Torre Vieja, construcción disonante en medio de unas casas que por entonces no alcanzaban en altura la planta baja y, en la parte superior, una falsa cámara. Sus propietarios ni siquiera residirían en la villa sino en Minaya. No sabemos cuál era la residencia de Alonso del Castillo, el hijo del alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, hombre de confianza del Marqués de Villena en las tierras del antiguo suelo de Alarcón. Alonso, tras el casamiento con María de Inestrosa, era sin duda el principal propietario de tierras en San Clemente por esta época, era hombre que recelaba de los sanclementinos, bien se cuidaba de firmar sus documentos pretendiendo jurisdicción sobre Perona como vecino de Alarcón y no de San Clemente. No dudamos que contaba con casas principales en la villa e incluso creemos que se situarían  no lejos del solar sobre el que hoy se levanta el palacio de los Marqueses de Valdeguerrero. Poco más nos mostraba el San Clemente de 1500, aparte de alguna ermita como la de San Roque camino de Belmonte, la desaparecida de San Cristóbal o esa otra del Remedio, y esa preciosa fachada de la de San Nicolás, que más parece obra civil, hoy desubicada de su emplazamiento original, además de algún hospital sobre cuya apariencia hay que suponer todo.
Ermita de San Nicolás

Pero el San Clemente de 1500 ya da muestras de dinamismo. No sabemos cuánto hay de verdad en los ciento ochenta vecinos de 1495 que nos aporta un vecino de Alarcón cincuenta años después. No andan muy lejos de los ciento treinta vecinos del año 1445. Las guerras del Marquesado en torno a 1480 no fueron el mejor contexto para el despegue de la villa. Pero ya en los últimos quince años del siglo algunos vecinos empiezan a disputar el poder que monopolizan quince o veinte familias. Claro que San Clemente por estas fechas no es solo la propia villa y su término, su alfoz comprende Vara de Rey y sus aldeas, entre ellas Sisante, que situada a cinco leguas, está en medio del camino hacia Villanueva de la Jara y, en el límite de cuyo término, se han edificado los molinos propiedad de la familia Castillo, adonde van a moler los vecinos de la comarca, pagando una desorbitada maquila, símbolo de una extorsión señorial, vista por los labradores como simple robo del fruto de su trabajo.

La última década del siglo XV debió ser muy convulsa, las luchas por el poder local se desataron y la apropiación por las tierras incultas también. Se magnifica la crisis de subsistencias y pestífera en los años posteriores a la muerte de Isabel la Católica en 1504, que en la mentalidad colectiva se recordaron como los años malos. Años de desigualdad, en la que tasa de granos de 23 de diciembre de 1502 actuó como salvaguarda de los campesinos y  vecinos empobrecidos. Años de reacción señorial, y también de malos tratos, en pueblos como El Provencio o Santa María del Campo. Años en los que el Marqués de Villena, soñó con recuperar lo reducido del Marquesado de Villena de nuevo, aunque al final tuviera que conformarse con incrementar sus posesiones en tierras toledanas y malagueñas. Pero años de reafirmación de las villas de realengo del Marquesado. Las villas de realengo del sur de Cuenca, y no solamente San Clemente, parecen despertar en los comienzos del quinientos. la villa de San Clemente vive su despegar definitivo: es la revolución de mil quinientos. Unas pocas y decididas familias parecen empujar a la villa hacia la prosperidad. El símbolo es la construcción en 1503 del edificio del monasterio de Nuestra Señora de Gracia, donde se instalarán los franciscanos. ¿Por qué es el símbolo? ¿Acaso hemos de olvidar que la instalación de los franciscanos en San Clemente es coetánea a la reforma de la Orden por Cisneros? La importancia de la erección del convento de los frailes la sabía Alonso del Castillo, pero también un concejo sanclementino poco dispuesto a aceptar el patronazgo del mencionado Alonso. Es un edificio gótico, su imponente iglesia podría fácilmente rivalizar con la iglesia parroquial de Santiago, pero en su derruido y mutilado claustro ya se anuncia el Renacimiento.

Iglesia San Francisco (pág. web ayto.)
San Clemente llora muy a menudo por la reina Isabel la Católica como su benefactora y se olvida con demasiada ligereza e irresponsabilidad del reinado de Juana la Loca. En esta época, el gobierno de la villa está en mano de dos alcaldes y cinco regidores, pero las rivalidades de fines del cuatrocientos han configurado un poder municipal más abierto. Se ha creado, como en el resto de villas, el cargo de síndico personero como contrapeso del poder oligárquico de unas pocas familias, pero el poder se ha abierto a nuevas familias con la creación de varios diputados del común. Así, los concejos de la villa, que ya no se celebran en la puerta de Santiago de la iglesia sino en su ayuntamiento, se nos presentan como reuniones de una república de comuneros. En esta república la voz la ponen unas pocas familias: destacan entre ellas los Origüela y los Herreros, pero otras también participan del poder en condiciones de igualdad: son los López Perona, los Martínez Ángel, los López Cantero, los López de Tébar, los García de Ávalos o los Fernández de Alfaro. Pronto olvidarán los primeros apellidos más comunes en favor de los segundos. Son estos hombres los que defienden la independencia de la villa frente a Alonso del Castillo y su cuñado Alonso Pacheco, hermano del señor de Minaya, y los que excluyen del gobierno local al resto de hidalgos. Los nombres de estos hidalgos es de sobra conocido, sus apellidos nos los recordarán los blasones de sus casas palacio, pero ahora, en 1512, intentan ganar en la Chancillería de Granada el poder del que son excluidos del pueblo. Veinticinco años tardarán en lograrlo, para entonces San Clemente se ha roto, su aldea de Vara de Rey se ha emancipado. Ya no es el San Clemente de comienzos de siglo que todavía está conquistado el territorio de su propio alfoz en lucha y pleitos interminables con los pueblos vecinos y disputas intestinas entre sus vecinos, el San Clemente abierto que, amparado por la protección de las cartas reales de la reina Juana, recibe a los vecinos que huyen de los lugares de señorío; estamos ya en el San Clemente de mediados de siglo que intenta ser cabeza del Marquesado y convencer al gobernador para que establezca su sede en la villa.

El San Clemente de comienzos de siglo vive impulsado por el dinamismo de los hermanos Origüela, poco apegados a la tierra y símbolos de una sociedad que se diversifica, y la fuerte personalidad de Miguel Sánchez de los Herreros (y su mujer Teresa López Macacho ... que las mujeres sanclementinas debieron poner la voluntad y tesón allá donde fallaban sus maridos. Quizás el único acierto de Pedro Sánchez de Origüela, el hijo, fue su doble matrimonio con Elvira López Cantero y Ana de Tébar). Estos prolíficos origüelas de múltiple descendencia inundan con sus numerosos vástagos la vida del pueblo; ocupan, ya emancipados de los Castillo, los cargos de alcaldes, regidores y diputados del común de la villa, compartiendo dichos oficios con los Herreros, que pronto romperán la circunstancial e interesada alianza. Su presencia en el gobierno de la villa será impopular, serán denunciados, tal como lo fue Luis Sánchez de Origüela, ante el Santo Oficio y finalmente marginados del poder local. Luis será quemado en 1517, sus hermanos Pedro y Alonso apartados del gobierno de la villa. Ese año de 1517, Antonio Ruiz de Villamediana nos aparece como alcalde de la villa por los hijosdalgo. Victoria transitoria de los nobles, que sostienen pleito en la Chancillería de Granada, pero todo un presagio del fin de la república de comuneros que desaparecerá con la revolución de las Comunidades de 1521.

Casa del Arrabal
Foto: José García Sacristán
El San Clemente de los origüelas es el símbolo de la villa como tierra de oportunidades. El concejo de San Clemente no es rico; según unos, sus propios rentan 50.000 maravedíes anuales, según otros, 100.000; cantidad no despreciable pero destinada a mantener los pleitos que la villa mantiene en Granada con el resto de villas comarcanas para fijar sus términos en unos casos, para no ver excluidos a sus vecinos o ganados de los bienes comunales del suelo de Alarcón, en otros. No solo se mantienen pleitos con las rentas de los propios, también se vela por el bien común de la república, satisfaciendo el salario de médico, boticario o maestro de gramática. La sociedad de labriegos deviene en sociedad ilustrada, apoyada en una riqueza que a veces parece ahogar el desarrollo económico de la villa. Para 1514 sabemos que la riqueza agraria de los pueblos comarcanos, y la de la propia villa de San Clemente, que vive ese año un proceso de usurpación de las tierras baldías y llecas, era tal, que los agricultores, que con sus carretadas de trigo llegaban a los molinos de la ribera del Júcar, propiedad de los Castillo, esperaban hasta doce días para que les tocará el turno para moler su harina. Las viñas era la otra fuerza impulsora del desarrollo agrario: los cultivos de vides eran más propios del sur sanclementino frente a los cereales de Vara de Rey, Villar de Cantos o Perona.

En cierta ocasión me comentaba don Abel, párroco de la villa, cómo fue posible el milagro de la construcción de los edificios que embellecen la villa de San Clemente. Sin duda se refería a la obra edificadora iniciada a mediados del quinientos. Es la historia de la villa reflejada en sus guías de turismo, el San Clemente que conocemos sería la obra de maestros como Meztraitúa, Zabilde o el gran Vandelvira. Pero nos olvidamos que hubo una primera fiebre constructora a comienzos del quinientos. En un pleito de 1514, nos aparece un Pedro de Oma que vive en San Clemente, pues su vecindad en la villa no ha sido reconocida, presentándonos un pueblo en ebullición con un gran potencial de crecimiento.  Por entonces San Clemente está construyendo unos molinos propios en los campos de El Picazo. La construcción de los molinos es obra colectiva de todo el pueblo y así se ha decidido en un concejo abierto. La obra es costosa, se emplea gran cantidad de maderas, piedras, cal y trabajo. Hasta veinte hombres trabajan en la edificación de la casa y aceña. ¿Quién paga la obra? Pues los propios vecinos de San Clemente que deciden hacer entre sus habitantes el repartimiento de los mil escudos de oro que vale la obra. La cifra es importante; el repartimiento y pago no cuenta con resistencias. Es una colectividad decidida, que con los recursos y dinero de su esfuerzo y trabajo levanta y construye su propio pueblo. Cuando Alonso del Castillo pretende el patronazgo del convento de Nuestra Señora de Gracia, el concejo le recordará que ha sido el cabildo municipal quien ha aportado los dineros. ¿Y el Ayuntamiento? Nosotros, seguimos apostando y buscando, es cierto, infructuosamente en las dos primeras décadas del quinientos las pruebas de su edificación. Aventura arriesgada pues sería apostar por reconocer que las primeras muestras del Renacimiento civil español andan por estas tierras de la Mancha de Montearagón. Apuesta que tiene su base documental, pues cuando Lorenzo Garcés toma posesión de la villa en 1526 en nombre de la emperatriz Isabel, lo hace desde la galería superior del ayuntamiento, un edificio cuya estructura básica está acabada. Desde lo alto del corredor puede ver por encima de las casas y de una iglesia con menos empaque de la que hoy conocemos los campos de trigo y las viñas, fuente de la riqueza de la villa, con cuyos frutos se levantan sus edificios religiosos y civiles.

Sobre la villa de San Clemente de las dos primeras décadas del siglo XVI desconocemos casi todo; sobre sus protagonistas también. Pero la intriga por conocer la historia de un personaje protagonista de este tiempo como Luis Sánchez de Origüela nos ha de llevar algún día a desentrañar el espíritu de la villa de San Clemente  a comienzos del quinientos. A decir del escribano Miguel Sevillano, más de cien años después de la muerte de Luis en la hoguera en 1517, si de algún pecado fue culpable su paisano era del de soberbia. Ese pecado era el de toda la sociedad sanclementina de comienzos del quinientos. Una sociedad que se creía capaz de labrar su futuro por sí misma; incrédula como Luis Sánchez de Origüela, que despreciaba las imágenes de la Semana Santa, en tanto que confiaba su futuro no a Dios sino a su propia voluntad. Los sanclementinos no adoraban a sus imágenes religiosas, se adoraban a sí mismos, orgullosos como estaban de su trabajo y sus logros.





*Imagen.   www.puentederus.com
                 http://www.sanclemente.es/